Deuteronomio y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Deuteronomio

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El trabajo es un tema principal en el libro de Deuteronomio y algunos de los aspectos prominentes son:

  • El significado y valor del trabajo. El mandato de Dios de trabajar para el beneficio de otros, las bendiciones del trabajo para cada individuo y la comunidad, las consecuencias del fracaso y los peligros del éxito, y la responsabilidad de representar a Dios frente a otros.
  • Las relaciones en el trabajo. La importancia de las buenas relaciones, el desarrollo de la dignidad y el respeto por otros, y la obligación de no herir a otros o hablar injustamente de ellos en nuestro trabajo.
  • El liderazgo. El ejercicio sabio del liderazgo y la autoridad, la planeación y el entrenamiento para la sucesión, y la responsabilidad de los líderes de trabajar para el beneficio de las personas a las que lideran.
  • Justicia económica. El respeto por la propiedad, los derechos de los trabajadores y los tribunales judiciales, el uso productivo de recursos, dar y adquirir préstamos, y la honestidad en los acuerdos comerciales y el comercio justo.
  • El trabajo y el descanso. El requisito de trabajar, la importancia del descanso y la invitación a confiar en que Dios nos provee, sea que estemos trabajando o descansando.

A pesar de los grandes cambios en el comercio y las profesiones, Deuteronomio nos puede ayudar a entender mejor cómo vivir en respuesta al amor de Dios y a servir a otros por medio de nuestro trabajo.

La presentación dramática y unificada del libro lo hace especialmente memorable. Jesús citó ampliamente Deuteronomio; de hecho, Sus primeras citas de la Escritura fueron tres pasajes del libro de Deuteronomio (Mt 4:4, 7, 10). El Nuevo Testamento habla de Deuteronomio más de cincuenta veces, un número que sobrepasan únicamente Salmos e Isaías.[1] Deuteronomio contiene la primera formulación del mayor mandamiento, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6:4-5).

El pacto de Israel con el único Dios verdadero sirve de base para todos los temas de Deuteronomio. Todo en el libro parte de la base del pacto, “Yo soy el Señor tu Dios... No tendrás otros dioses delante de Mí” (Dt 5:6-7). Cuando el pueblo adora únicamente a Dios, el resultado por lo general será un buen gobierno, trabajo productivo,  comercio ético, bienestar social y un trato justo para todos. Cuando el pueblo pone otras motivaciones, valores e intereses por encima de Dios, el trabajo y la vida se van a pique.

Deuteronomio cubre el mismo material que los demás libros de la ley —Éxodo, Levítico y Números— pero refuerza la atención en el trabajo, especialmente en los diez mandamientos. Pareciera que al volver a narrar los eventos y las enseñanzas de los otros libros, Moisés siente la necesidad de enfatizar la importancia del trabajo en la vida del pueblo de Dios. Tal vez en algún sentido, esto pronostica la atención creciente que los cristianos le dan al trabajo en la actualidad. Al ver la Escritura con una mirada nueva, descubrimos que el trabajo es aún más importante para Dios de lo que creíamos y que la palabra de Dios direcciona nuestro trabajo más de lo que pensábamos.

Bruce K. Waltke y Charles Yu, An Old Testament Theology: An Exegetical, Canonical, and Thematic Approach [Una teología del Antiguo Testamento: Un enfoque exegético, canónico y temático] (Grand Rapids: Zondervan, 2007), 479-80.

La rebelión y la autosuficiencia (Deuteronomio 1:1-4:43)

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Al comienzo de Deuteronomio, Moisés vuelve a narrar los eventos más importantes de la historia reciente de Israel, sobre los que basa sus lecciones y exhorta al pueblo a que responda con obediencia y confianza a la fidelidad de Dios (Dt 4:40). Hay dos partes que son especialmente importantes para la teología del trabajo: una es la rebelión y otra la autosuficiencia, aspectos con los que se quebranta la confianza en Dios.

Israel se rehúsa a entrar a la tierra prometida (Deuteronomio 1:19-45)

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En el desierto, los temores de los israelitas los llevaron a dejar de confiar en Dios. Como resultado, se rebelaron en contra del plan de Dios de entrar a la tierra que Él le prometió a Abraham, Isaac y Jacob (Dt 1:7-8). Dios los había liberado de la esclavitud en Egipto, les había dado la ley en el Monte Horeb (Sinaí) y los había traído con prontitud a las fronteras de la tierra prometida (Dt 1:19-20). De acuerdo con el libro de Números, Dios le ordena a Moisés que envíe espías a que exploren la tierra que le va a entregar a los israelitas, y Moisés obedece (Nm 13:1-3). Pero otros israelitas usan esta misión de reconocimiento como una oportunidad para desobedecer a Dios. Ellos le piden a Moisés que envíe espías para poder suspender la acción militar que Dios ordenó, y cuando los espías regresan con un reporte favorable, los israelitas se siguen negando a avanzar (Dt 1:26). Le dijeron a Moisés, “El pueblo es más grande y más alto que nosotros; las ciudades son grandes y fortificadas hasta el cielo”, y agregaron que estaban “atemorizados” (Dt 1:28). Aunque Moisés le asegura al pueblo que Dios peleará por ellos, así como lo hizo en Egipto, el pueblo no cree que Dios va a cumplir Sus promesas (Dt 1:29-33). El miedo conduce a la desobediencia, lo que conlleva un castigo severo.

Debido a su desobediencia, Dios no permite que esta generación de israelitas entre a la tierra prometida. “Ninguno de estos hombres, esta generación perversa, verá la buena tierra que juré dar a vuestros padres” (Dt 1:35). Las únicas excepciones son Caleb y Josué, los únicos miembros de la misión exploratoria que animaron a los israelitas a obedecer el mandato de Dios (Nm 13:30). Al mismo Moisés no se le permite entrar a la tierra por causa de un acto diferente de desobediencia. En Números 20:2-12, él le ruega a Dios por una  fuente de agua y Dios le dice que le ordene a una roca que se convierta en una fuente. En vez de eso, Moisés golpea la roca dos veces con su vara. Si Moisés le hubiera hablado a la roca, como Dios le mandó, el milagro resultante habría satisfecho tanto la sed física de los israelitas como su necesidad de creer que Dios los estaba cuidando, pero esta oportunidad se pierde cuando Moisés golpea la roca como para abrirla. Como los israelitas en Deuteronomio 1:19-45, Moisés recibe el castigo por su falta de fe, lo que condujo a su desobediencia. Dios dijo, “Porque vosotros no me creísteis a fin de tratarme como Santo ante los ojos de los hijos de Israel, por tanto no conduciréis a este pueblo a la tierra que les he dado” (Nm 20:12).

Cuando los israelitas se dieron cuenta de que se habían condenado a sí mismos a una vida difícil en el desierto y que perdieron la oportunidad de disfrutar la “tierra buena” (Dt 1:25) que Dios había preparado para ellos, decidieron atacar a los amorreos. Sin embargo, Dios declara, “‘No subáis, ni peleéis, pues Yo no estoy entre vosotros; para que no seáis derrotados por vuestros enemigos” (Dt 1:42). La falta de confianza en las promesas de Dios lleva a Israel a perder las bendiciones que Él tenía destinadas para ellos.

Cuando sabemos lo que es correcto pero nos vemos tentados a no hacerlo, la confianza en Dios es lo único que nos puede mantener en la voluntad del Señor. Esto no se trata de un tema de integridad moral. Si ni siquiera Moisés pudo confiar en Dios completamente, ¿en realidad imaginamos que nosotros lo lograremos? Al contrario, se trata de la gracia de Dios. Podemos orar para que el Espíritu de Dios nos fortaleza cuando defendemos lo que es correcto y le podemos pedir perdón a Dios cuando caemos. Igual que Moisés y el pueblo de Israel, la falta de confianza en Dios puede tener serias consecuencias en la vida, pero al final la gracia de Dios redime nuestro fracaso. (para más información sobre este episodio, ver “Cuando el liderazgo lleva a la impopularidad” en Números 13-14 anteriormente).

Cuando el éxito lleva a la autosuficiencia (Deuteronomio 4:25-40)

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En el desierto, el pueblo deja de confiar en Dios no solo a causa del temor, sino también del éxito. En este punto de la primera sección, Moisés está describiendo la prosperidad que le espera a la nueva generación que va a entrar a la tierra prometida y señala que es probable que el éxito genere una autosuficiencia espiritual mucho más peligrosa que el fracaso. “Si después de haber tenido hijos y nietos, y de haber vivido en la tierra mucho tiempo, ustedes se corrompen y se fabrican ídolos y toda clase de figuras… serán destruidos por completo.” (Dt 4:25-26 NVI). Veremos la idolatría de por sí en Deuteronomio 5:8, pero el punto aquí es el peligro espiritual que causa la autosuficiencia. Tras el éxito, las personas dejan de temer a Dios y comienzan a creer que los triunfos son un derecho de nacimiento. En vez de ser agradecidos, imaginamos que tenemos derecho a lo que recibimos. El éxito por el cual nos esforzamos no es malo, pero es un peligro moral. La verdad es que para alcanzar el éxito se requiere una mezcla de un poco de habilidad y trabajo duro, combinado con bastantes circunstancias afortunadas y la gracia de Dios. En realidad no podemos proveer para nuestros propios deseos y seguridad. El éxito no es permanente; en verdad no satisface. Una ilustración dramática de esta realidad se encuentra en la vida del rey Uzías en 2 de Crónicas. “Con la poderosa ayuda de Dios, Uzías llegó a ser muy poderoso y su fama se extendió hasta muy lejos. Sin embargo, cuando aumentó su poder, Uzías se volvió arrogante, lo cual lo llevó a la desgracia” (2Cr 26:15-16). Solo en Dios podemos encontrar la verdadera seguridad y satisfacción (Sal 17:15).

Que el producto de la autosuficiencia no sea el ateísmo sino la idolatría puede parecer sorprendente. Moisés pronostica que si los israelitas se apartan del Señor no se convertirán en seres libres de espiritualidad. Ellos se irán tras “dioses hechos por manos de hombre, de madera y de piedra, que no ven, ni oyen, ni comen, ni huelen” (Dt 4:28). Tal vez en los tiempos de Moisés, la idea de no seguir ninguna religión no se le ocurría a nadie, pero en nuestra época sí. Una tendencia creciente de secularismo intenta quitarse de encima lo que percibe —algunas veces correctamente— como cadenas de dominación, creencias y prácticas de instituciones religiosas corruptas. Pero, ¿esto resulta en una libertad verdadera o se reemplaza necesariamente la adoración a Dios por la adoración de dioses creados por los seres humanos?

Aunque esta pregunta suene abstracta, tiene efectos tangibles en el trabajo. Por ejemplo, antes de la segunda mitad del siglo veinte, las dudas respecto a la ética de negocios se solucionaban consultando las Escrituras. Esta práctica estaba lejos de ser perfecta, pero sí le dio una posición importante a aquellos que perdían en luchas de poder relacionadas con el trabajo. El caso más dramático probablemente fue la oposición fundamentada en la religión a la esclavitud en Inglaterra y en los Estados Unidos, la cual logró al final abolir tanto el comercio de esclavos como la esclavitud misma. En las instituciones secularizadas no existe una autoridad moral a la cual se pueda apelar. En vez de eso, las decisiones éticas se deben basar en la ley y en “las costumbres éticas”, como lo dice Milton Friedman.[1] A partir de la ley y las costumbres éticas comienzan las construcciones humanas, y la ética de negocios se ve reducida a una ley hecha por los poderosos y lo popular. A nadie le gustaría un lugar de trabajo dominado por una élite religiosa pero, ¿puede un lugar de trabajo totalmente secularizado abrir la puerta para una clase diferente de explotación? Ciertamente, los creyentes pueden traer las bendiciones de la fidelidad de Dios a sus lugares de trabajo, sin tratar de imponer privilegios especiales para ellos mismos.

Esto no quiere decir que necesariamente el éxito lleva a la autosuficiencia. Si podemos recordar que la gracia de Dios, Su palabra y Su guía son la raíz de todos nuestros logros, entonces podremos ser agradecidos, no autosuficientes. Entonces, el éxito que experimentamos puede llevarnos a honrar a Dios y a tener gozo. Simplemente, la advertencia es que en el curso de la historia, el éxito parece ser más peligroso espiritualmente que la adversidad. Moisés le advierte a Israel sobre los peligros de la prosperidad más adelante, en Deuteronomio 8:11-20.

Milton Friedman, “The Social Responsibility of Business Is to Increase Its Profits” [La responsabilidad social de la empresa es incrementar sus beneficios], New York Times, Septiembre 13, 1970.

La ley de Dios y sus aplicaciones (Deuteronomio 4:44-30:20)

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Deuteronomio presenta una segunda sección, que contiene la parte principal del libro. Esta sección se centra en el pacto de Dios con Israel, especialmente la ley, o los principios y reglas que debían regir la vida de los israelitas. Después de la introducción (Dt 4:44-49), esta sección consta de tres partes. En la primera parte, Moisés expone los diez mandamientos (Dt 5:1-11:33). En la segunda parte, describe con detalle los “estatutos y decretos” que Israel debe seguir (Dt 12:1-26:19). En la tercera parte, Moisés describe las bendiciones que experimentará el pueblo de Israel si guarda el pacto y las maldiciones que los destruirán si no lo hacen (Dt 27:1-28:68). De esta manera, la segunda sección sigue el patrón de primero señalar los principios reinantes más grandes (Dt 5:1-11:32), después las reglas específicas (Dt 12:1-26:19) y luego las consecuencias de la obediencia y la desobediencia (Dt 27:1-28:68).

Los diez mandamientos (Deuteronomio 5:6-21)

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Los diez mandamientos contribuyen en gran manera a la teología del trabajo. Estos describen los requerimientos esenciales del pacto de Israel con Dios y son los principios fundamentales que rigen la nación y el trabajo del pueblo. La exposición de Moisés comienza con la afirmación más memorable del libro, “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6:4-5). Como lo indicó Jesús siglos después, este es el mayor mandamiento de toda la Biblia. Entonces, Jesús agregó una cita de Levítico 19:18, “Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22:37-40). Aunque el “segundo” gran mandamiento no se expresa específicamente en Deuteronomio, veremos que los diez mandamientos sí nos llevan a amar a Dios y al prójimo.

El pasaje es casi idéntico al de Éxodo 20:1-17 —con algunas variaciones gramaticales—, excepto por algunas diferencias en el cuarto mandamiento (guardar el Sabbath), el quinto (honrar a padre y madre) y el décimo (la codicia). De forma sorprendente, las variaciones de estos mandamientos se tratan específicamente del trabajo. A continuación repetiremos el comentario de Éxodo y el trabajo con algunas añadiduras, explorando las variaciones entre los relatos de Éxodo y Deuteronomio.

“No tendrás otros dioses delante de Mí” (Deuteronomio 5:7; Éxodo 20:3)

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El primer mandamiento nos recuerda que todo lo que está en la Torá surge del amor que tenemos por Dios, lo que a su vez es una respuesta al amor que Él tiene por nosotros. Dios demostró este amor por medio de la liberación de Israel “de la casa de servidumbre” en Egipto (Dt 5:6). Nada en la vida debería interesarnos más que nuestro deseo de amar y ser amados por Dios. Si tenemos algún otro interés mayor que el de amar Dios, no se trata tanto de que estemos rompiendo las reglas de Dios, sino que en realidad no tenemos una relación con Él. El otro interés —ya sea dinero, poder, seguridad, reconocimiento, sexo o cualquier otro— se ha convertido en nuestro dios. Este dios falso tendrá sus propios mandamientos, los cuales no concuerdan con los de Dios, e inevitablemente incumpliremos la Torá al obedecer sus requerimientos. Obedecer los diez mandamientos solo es posible para aquellos que empiezan por adorar únicamente al Señor.

En el campo del trabajo, esto significa que no debemos permitir que el trabajo o sus requerimientos y frutos desplacen a Dios como nuestro mayor interés en la vida. Como dice David Gill, “nunca permita que nada ni nadie amenace con tomar el lugar principal de Dios en su vida”.[1]

Ya que la motivación principal de muchas personas en el trabajo es el beneficio económico, probablemente el deseo desmedido de dinero es el riesgo más común respecto al primer mandamiento. Jesús nos advirtió específicamente acerca de este peligro. “Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24). Sin embargo, casi todo lo relacionado con el trabajo se puede enredar con nuestros deseos, al punto de interferir con nuestro amor por Dios. ¿Cuántas carreras terminan de manera trágica porque los medios para alcanzar las metas por amor a Dios —tales como el poder político, la sostenibilidad financiera, el compromiso con el trabajo, la posición entre los pares, o el desempeño superior— se vuelven fines en sí mismos? Cuando por ejemplo, el reconocimiento en el trabajo se vuelve más importante que el carácter en el trabajo, ¿no es esta una señal de que la reputación está desplazando el amor a Dios al convertirse en el interés supremo?

David W. Gill, Doing Right: Practicing Ethical Principles [Hacer lo correcto: practicando principios éticos] (Downers Grove, IL: IVP Books, 2004), 83. El libro de Gill contiene una exégesis y aplicación extendida de los diez mandamientos en el mundo moderno.

“No te harás ídolo” (Deuteronomio 5:8; Éxodo 20:4)

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El segundo mandamiento plantea el problema de la idolatría. Los ídolos son dioses que creamos nosotros mismos, dioses que pensamos que pueden satisfacer nuestros deseos. En tiempos antiguos, la idolatría se evidenciaba en la adoración de objetos físicos, pero el problema realmente radica en la confianza y la devoción. ¿En qué basamos principalmente nuestra esperanza de bienestar y éxito? Cualquier cosa que no sea capaz de hacer efectiva nuestra esperanza —quiere decir, nada aparte de Dios— es un ídolo, sea o no un objeto físico. La historia de una familia que forja un ídolo con la intención de manipular a Dios y las desastrosas consecuencias personales, sociales y económicas que esto causó, se relatan de forma memorable en Jueces 17 al 21.

En el mundo del trabajo, es común y correcto señalar que el dinero, la fama y el poder son ídolos potenciales. Estos como tal no representan ídolos, y de hecho pueden ser necesarios para que desempeñemos nuestros roles en el trabajo creativo y redentor de Dios en el mundo. Aun así, cuando nos imaginamos que al lograrlos garantizamos nuestra seguridad y prosperidad, hemos comenzado a caer en idolatría. La idolatría comienza cuando ponemos nuestra confianza y esperanza en estas cosas más que en Dios. Lo mismo puede ocurrir con casi todos los demás elementos del éxito, incluyendo la preparación, el trabajo duro, la creatividad, el riesgo, la riqueza y otros recursos, e incluso las oportunidades. ¿Somos capaces de reconocer cuando comenzamos a idolatrar estas cosas? Por la gracia de Dios podemos vencer la tentación de adorarlas y ponerlas en el lugar del Señor.

“No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano” (Deuteronomio 5:11; Éxodo 20:7)

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El tercer mandamiento le prohíbe al pueblo darle un uso indebido al nombre de Dios. Esto no se limita al nombre “YHWH” (Dt 5:11), sino que incluye “Dios”, “Jesús”, “Cristo”, etc. Pero, ¿qué significa tomar Su nombre en vano? Por supuesto, esto incluye el uso irrespetuoso al maldecir, calumniar y blasfemar. Pero de igual forma, incluye el atribuirle a Dios los designios humanos equivocadamente. Esto nos prohíbe declarar que nuestras acciones o decisiones tienen la autoridad de Dios. Lamentablemente, pareciera que algunos cristianos creen que seguir a Dios en el trabajo consiste en hablar de Dios basándose en su comprensión individual, en vez de hacerlo trabajando con otros de forma respetuosa o haciéndose responsables de sus actos. Es muy peligroso decir, “es la voluntad de Dios que…” o “Dios te está impulsando a…”, y casi nunca es válido cuando lo dice alguien sin el discernimiento de la comunidad de la fe (1Ts 5:20-21). Desde este punto de vista, la renuencia tradicional judía a pronunciar incluso la palabra en español “Dios” —y aún más el nombre divino como tal— demuestra una sabiduría que con frecuencia le falta a los cristianos. Si fuéramos un poco más cuidadosos de no usar la palabra Dios a la ligera, tal vez seríamos más prudentes al afirmar que sabemos cuál es la voluntad de Dios, especialmente cuando aplica para otras personas.

El tercer mandamiento también nos recuerda que respetar los nombres de los seres humanos es importante para Dios. El Buen Pastor “llama a Sus ovejas por su nombre” (Jn 10:3) y al mismo tiempo nos advierte que si llamamos a otra persona “idiota”, entonces corremos “peligro de caer en los fuegos del infierno” (Mt 5:22 NTV). Teniendo esto en cuenta, no deberíamos usar de forma incorrecta los nombres de otras personas ni llamarlas con apelativos irrespetuosos. Es indebido usar los nombres de las personas para maldecir, humillar, oprimir, excluir y defraudar. Le damos un uso correcto a los nombres cuando los usamos para animar, agradecer, sembrar solidaridad y recibir a otros. Tan solo memorizar el nombre de alguien y decirlo es una bendición, especialmente si a él o ella los tratan con frecuencia como anónimos, invisibles o insignificantes. ¿Usted sabe cuál es el nombre de la persona que vacía su bote de basura, responde su llamada de servicio al cliente, o conduce su autobús? Los nombres de las personas no son el mismo nombre del Señor pero sí son los nombres de aquellos que han sido creados a Su imagen.

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Deuteronomio 5:12; Éxodo 20:8-11)

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El asunto del Sabbath es complejo, no solo en los libros de Deuteronomio y Éxodo y en el Antiguo Testamento, sino también en la teología y la práctica cristiana. La manera concreta en la que los creyentes gentiles deben aplicar el cuarto mandamiento ha sido un tema de debate desde la época del Nuevo Testamento (Ro 14:5-6). Sin embargo, el principio general del Sabbath se aplica directamente al tema del trabajo.

El Sabbath y nuestro trabajo (Deuteronomy 5:13)
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La primera parte del mandamiento ordena que cesen las labores durante uno de siete días. Por una parte, este era un regalo inigualable para ellos. Ningún otro pueblo antiguo tenía el privilegio de descansar durante uno de siete días. Por otra parte, este requería una confianza extraordinaria en la provisión de Dios. Seis días de trabajo debían ser suficientes para sembrar, recoger la cosecha, llevar el agua, tejer las telas y tomar su sustento de la creación. Mientras que Israel descansaba un día de cada semana, las naciones alrededor seguían forjando sus espadas, arreglando sus flechas y entrenando soldados. Israel tuvo que confiar que Dios no dejaría que un día de descanso los llevara a la catástrofe económica y militar.

Actualmente, nosotros enfrentamos el mismo tema de confianza en la provisión de Dios. Si acatamos el mandamiento de guardar el ciclo propio de Dios de trabajo y descanso, ¿seremos capaces de competir en la economía moderna? ¿Debemos dedicarle siete días a mantener un trabajo (o dos o tres), limpiar la casa, preparar las comidas, cortar el césped, lavar el auto, pagar las cuentas, terminar el trabajo escolar y comprar la ropa, o podemos confiar en que Dios proveerá para nosotros incluso si nos tomamos un día cada semana? ¿Podemos dedicarle tiempo a adorar a Dios, orar y reunirnos con otros para estudiar y animarnos y, si lo hacemos, eso nos hará más o menos productivos en general? El cuarto mandamiento no explica cómo Dios hará que todo nos salga bien, simplemente nos dice que descansemos un día de cada siete.

Los cristianos han traducido el día de descanso como el día del Señor (el domingo, el día de la resurrección de Cristo), pero la esencia de Sabbath no es escoger un día en particular de la semana por encima de otro (Ro 14:5-6). La polaridad que realmente es la base del Sabbath es trabajo y descanso. Tanto el trabajo como el descanso están incluidos en el cuarto mandamiento: “Seis días trabajarás y harás todo tu trabajo” (Dt 5:13). Los seis días de trabajo hacen parte del mandamiento, igual que el día de descanso. Aunque muchos cristianos corren peligro de permitir que el trabajo disminuya el tiempo reservado para el descanso, otros están en peligro de lo opuesto, de reducir el tiempo de trabajo y tratar de vivir una vida de ocio y derroche. Esto es incluso peor que incumplir el Sabbath, ya que “si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1Ti 5:8). Lo que necesitamos son periodos de tiempo y lugares tanto para trabajar como para descansar, lo que es bueno para nosotros, nuestra familia, nuestros trabajadores y nuestros visitantes. Esto puede o no incluir veinticuatro horas continuas de descanso el domingo (o el sábado). Las proporciones pueden cambiar de acuerdo con las necesidades temporales o las necesidades cambiantes de las temporadas de la vida.

Si nuestro principal peligro es el exceso de trabajo, debemos encontrar una forma de honrar el cuarto mandamiento sin instituir un legalismo nuevo y falso, poniendo lo espiritual (la adoración los domingos) contra lo secular (el trabajo de lunes a sábado). Si nuestro peligro es eludir el trabajo, debemos aprender a encontrar gozo y significado en nuestra labor, como un servicio para Dios y nuestro prójimo (Ef 4:28).

El Sabbath y el trabajo de nuestros empleados
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La mayoría de las diferencias entre las dos versiones de los diez mandamientos son las adiciones al cuarto mandamiento en Deuteronomio. Primero, la lista de aquellos que no se deben obligar a trabajar en el Sabbath se amplía, incluyendo “ni tu buey, ni tu asno, ni ninguno de tus animales” (Dt 5:14a). Segundo, se agrega una razón por la cual no se debe forzar a los esclavos a trabajar ese día: “para que tu siervo y tu sierva también descansen como tú. Y acuérdate que fuiste esclavo en la tierra de Egipto” (Dt 5:14b-15a). Finalmente, se añade un recordatorio de que la capacidad de descansar de forma segura en medio de la competencia militar y económica contra otras naciones es un regalo de Dios, quien protege a Israel “con mano fuerte y brazo extendido” (Dt 5:15b).

Una distinción importante entre los dos textos sobre este mandamiento es que uno se basa en la creación y el otro en la redención. En Éxodo, el Sabbath se basa en los seis días de la creación seguidos de un día de descanso (Gn 1:3-2:3). Deuteronomio agrega el elemento de la redención de Dios. “El Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y brazo extendido; por lo tanto, el Señor tu Dios te ha ordenado que guardes el día de reposo” (Dt 5:15). Al integrarlos, vemos que las bases para guardar el Sabbath son tanto la forma en la que Dios nos creó como la forma en la que nos redimió.

Estas añadiduras resaltan el interés de Dios por aquellos que trabajan bajo la autoridad de otros. No solo es un deber descansar, también se les debe dar descanso a aquellos que trabajan bajo su autoridad, sus esclavos, otros israelitas e incluso los animales. Cuando usted “recuerda que fue esclavo en la tierra de Egipto”, no ve su propio descanso como un privilegio especial, sino que se acuerda de que le debe dar descanso a otros, así como el Señor se lo dio a usted. No importa qué religión profesen o lo que decidan hacer con el tiempo. Ellos son trabajadores y Dios nos manda que les permitamos descansar a quienes trabajan. Tal vez estemos acostumbrados a pensar en guardar el Sabbath para descansar nosotros mismos pero, ¿qué tanto pensamos en darle descanso a aquellos que trabajan para servirnos? Muchas personas trabajan en horas que interfieren con sus relaciones, sus ritmos de sueño y oportunidades sociales con el fin de hacer que la vida sea más cómoda para otros.

Las llamadas “leyes azules” que alguna vez protegieron a las personas —o las estorbaron, depende del punto de vista— para que no trabajaran todo el tiempo, han desaparecido en la mayoría de países desarrollados. Sin duda, esto les ha dado muchas oportunidades nuevas a los trabajadores y a los empleadores. Pero, ¿siempre deberíamos hacer parte de esto? Cuando compramos en una tienda tarde en la noche, jugamos golf los domingos en la mañana o vemos eventos deportivos que no terminan cuando pasa la medianoche, ¿consideramos cómo pueden verse afectados quienes están trabajando a esas horas? Tal vez nuestras acciones ayudan a crear una oportunidad laboral que no existiría de otra manera, pero por otra parte, puede que simplemente estemos exigiendo que alguien trabaje a una hora espantosa aunque hubiera podido hacerlo en un horario más conveniente.

La cadena de restaurantes de comida rápida Chick-fil-A es reconocida porque cierra los domingos. Con frecuencia se cree que esto se debe a la interpretación que le da el fundador Truett Cathy al cuarto mandamiento, pero de acuerdo con el sitio web de la compañía, “su decisión fue tanto práctica como espiritual. Él cree que todos los trabajadores de la franquicia de Chick-fil-A y los empleados en los restaurantes deben tener la oportunidad de descansar, pasar tiempo con su familia y amigos y practicar una religión si eso quieren”. Por supuesto, interpretar el cuarto mandamiento como una forma de cuidar a sus empleados es una interpretación particular, pero no es sectaria o legalista. La cuestión es compleja y no hay una respuesta universal, pero sí podemos tomar decisiones como consumidores y (en algunos casos) como empleadores que afectan las horas y las condiciones del trabajo y el descanso de otras personas.

“Honra a tu padre y a tu madre” (Deuteronomio 5:16; Éxodo 20:12)

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El quinto mandamiento dice que debemos respetar la autoridad más básica entre los seres humanos: la de los padres sobre los hijos. Dicho de otro modo, ser padres es uno de los trabajos más importantes que hay en el mundo y merece y requiere el más grande respeto. Hay muchas maneras de honrar (o deshonrar) a padre y madre. En el tiempo de Jesús, los fariseos querían restringirlo a hablar bien de los padres, pero Jesús señaló que obedecer este mandamiento requiere trabajar para proveer para los padres (Mr 7:9-13). Honramos a otros cuando trabajamos para su bien.

Para muchas personas, las buenas relaciones con los padres son una de las alegrías de la vida; servirlos amorosamente es un deleite y obedecer esto es fácil. Pero este mandamiento nos pone a prueba cuando nos resulta difícil trabajar para el beneficio de nuestros padres. Tal vez no hayamos recibido el mejor trato o cuidado de parte de ellos. Puede que sean controladores o entrometidos. Es posible que estar cerca de ellos perjudique nuestra auto-imagen, nuestro compromiso con nuestros cónyuges (incluyendo las responsabilidades bajo el tercer mandamiento), e incluso nuestra relación con Dios.  Aunque tengamos una buena relación con nuestros padres, puede que en algún momento cuidarlos sea una gran carga, simplemente por causa del tiempo y del trabajo que requiere. Si la edad o la demencia les roba la memoria, sus capacidades y su naturaleza bondadosa, cuidarlos se puede convertir en una aflicción profunda.

Con todo, el quinto mandamiento viene con una promesa, “para que tus días sean prolongados y te vaya bien en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Dt 5:16). Al honrar verdaderamente a los padres, los hijos aprenden el respeto verdadero en todas las demás relaciones, incluyendo las que tendrán en sus futuros lugares de trabajo. Obedecer este mandato hace que tengamos una vida larga y que nos vaya bien porque desarrollar buenas relaciones de respeto y autoridad es esencial para el éxito individual y el orden social.

Ya que esta es una instrucción de trabajar por el beneficio de los padres, es un mandato que de forma inherente se relaciona con el lugar de trabajo. Puede que allí sea donde ganamos dinero para sustentarlos o puede ser el lugar en el que les ayudamos en las tareas diarias. Los dos son trabajo. Cuando tomamos un empleo porque nos permite vivir cerca de ellos, enviarles dinero, hacer uso de los valores y talentos que desarrollaron en nosotros o lograr cosas que nos enseñaron que son importantes, los estamos honrando. Cuando limitamos nuestra carrera para poder estar con ellos, ayudarles a limpiar y cocinar, darles un baño y abrazarlos, llevarlos a los lugares que les gustan, o disminuir sus miedos, los estamos honrando.

Consecuentemente, los padres tienen el deber de ser dignos de confianza, respeto y obediencia. Criar hijos es un trabajo y ningún lugar de trabajo requiere estándares más altos de confiabilidad, compasión, justicia y equidad. Como lo dice el apóstol Pablo, “padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor” (Ef 6:4). Solo por la gracia de Dios se puede servir debidamente como padre, lo que indica una vez más que la adoración a Dios y la obediencia a sus caminos es la base de todo Deuteronomio.

En nuestro lugar de trabajo podemos ayudarles a otras personas a cumplir el quinto mandamiento y podemos obedecerlo nosotros mismos. Podemos recordar que tanto empleados, como clientes, compañeros de trabajo, jefes, proveedores y los demás también tienen familias, y entonces podemos adecuar nuestras expectativas para apoyarlos en su labor de honrar a sus familias. Cuando otros hablan o se quejan de sus luchas con sus padres, podemos escucharlos con compasión, apoyarlos de forma práctica (por ejemplo, ofreciéndonos a tomar un turno para que puedan estar con sus padres) o tal vez ofrecer una perspectiva piadosa para que ellos la consideren. Por ejemplo, si un colega que está enfocado en su carrera nos revela una crisis familiar, tenemos la oportunidad de orar por su familia y recomendarle que considere ajustar su tiempo familiar y laboral.

“No matarás” (Deuteronomio 5:17; Éxodo 20:13)

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Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).[1] Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).

El asesinato no es la única forma de violencia en el lugar de trabajo, solo es la más extrema. Una forma más práctica de verlo es recordar que Jesús dijo que incluso la ira es una violación del sexto mandamiento (Mt 5:21-22). Como lo señaló Pablo, puede que no seamos capaces de prevenir el sentimiento de la ira, pero sí podemos aprender a sobrellevarlo. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Ef 4:26). Entonces, puede que la implicación más importante del sexto mandamiento para el trabajo sea, “si te enojas en el trabajo, pide ayuda para manejar la ira”. Muchos empleados, iglesias, gobiernos estatales y locales y organizaciones sin ánimo de lucro ofrecen clases y consejería en el manejo de la ira, y hacer uso de esto puede ser una forma altamente efectiva de obedecer el sexto mandamiento.

Quitarle la vida a alguien intencionalmente es lo que definimos como asesinato, pero la ley derivada de casos que surge del sexto mandamiento también nos muestra la obligación de prevenir las muertes no intencionales. Un caso particularmente gráfico es cuando una persona era corneada por un buey (un animal que hace parte de trabajo) y esto le causaba la muerte (Éx 21:28-29). Si el evento era predecible, el dueño del buey debía ser tratado como un asesino. En otras palabras, los dueños o administradores son responsables de garantizar la seguridad en el trabajo dentro de lo posible. Este principio está bien establecido legalmente en la mayoría de países, y la seguridad laboral es objeto de vigilancia gubernamental, autorregulación por parte de la industria y políticas y prácticas organizacionales. A pesar de esto, muchos tipos de trabajo siguen exigiendo o permitiendo que los trabajadores realicen sus labores en condiciones innecesariamente inseguras. El sexto mandamiento les recuerda a los cristianos cuyo rol está relacionado con el establecimiento de condiciones de trabajo, supervisión de trabajadores o el diseño de prácticas laborales, que las condiciones seguras de trabajo deben estar entre sus más altas prioridades en el mundo laboral.

Ficha informativa: tiroteos en el trabajo en el año 2010, United States Department of Labor [Departamento de trabajo de los Estados Unidos], Bureau of Labor Statistics [Oficina de estadísticas laborales], http://www.bls.gov/iif/oshwc/cfoi/osar0014.htm.

“No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:18)

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El trabajo es uno de los lugares más comunes en donde ocurre el adulterio, no necesariamente porque suceda en el sitio como tal, sino porque surge de las condiciones de trabajo y las relaciones con los compañeros. Por esto, la primera aplicación en el lugar de trabajo es literal: una persona casada no debe tener relaciones sexuales en su trabajo o como consecuencia de este con alguien que no sea su cónyuge. Algunos trabajos, tales como la prostitución y la pornografía, casi siempre incumplen este mandamiento, ya que en muchos casos conducen a que personas casadas tengan relaciones sexuales con alguien que no es su cónyuge. Cualquier clase de trabajo que debilite el vínculo matrimonial infringe el séptimo mandamiento. Hay muchas maneras en las que esto puede ocurrir: en un trabajo que fomenta fuertes vínculos emocionales entre compañeros y no favorece de manera adecuada el compromiso con los cónyuges, como puede ocurrir en hospitales, en iniciativas de emprendimiento, instituciones académicas o iglesias, entre otros lugares; con unas condiciones laborales que lleven a las personas a tener un contacto físico cercano por periodos extensos de tiempo o que fallen en promover límites razonables para los encuentros fuera del horario laboral, como puede pasar en trabajos extensos de campo; un trabajo que expone a las personas al acoso sexual y a la presión de tener relaciones sexuales con los que están al mando; el trabajo que exagera el ego o expone a la adulación, como puede ocurrir con las celebridades, atletas famosos, titanes de negocios, oficiales del gobierno de alto rango y personas adineradas; un trabajo que demande tanto tiempo lejos del cónyuge (física, mental o emocionalmente) que corroa los lazos entre esposos. Todos estos ejemplos pueden representar riesgos para los cristianos, quienes deben reconocerlos, evitarlos, mitigarlos o prevenirlos.

“No hurtarás” (Éxodo 20:15; Deuteronomio 5:19)

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El octavo mandamiento también toma el trabajo como tema principal. El robo es una vulneración del trabajo justo, ya que despoja a la víctima de los frutos de su labor. También es una violación del mandamiento de trabajar seis días a la semana, ya que en la mayoría de los casos, el robo funciona como un atajo para evitar el trabajo honesto, lo que nos muestra de nuevo la interrelación de los diez mandamientos. Así que podemos tomar esto como palabra de Dios: no debemos robarle a nuestros jefes, a nuestros compañeros ni otras personas en nuestro trabajo.

La idea misma del “robo” implica la existencia de propiedades y derechos de propiedad. Solo hay tres formas de adquirir cosas: crearlas, obtenerlas por medio del intercambio voluntario de bienes y servicios con otras personas (comercio o regalos), y conseguirlas a través de la apropiación indebida de bienes, categoría en la que el robo es la forma más evidente (cuando alguien toma algo que le pertenece a otra persona y se va). Sin embargo, la retención también ocurre a una escala mayor y más sofisticada cuando una compañía estafa a sus clientes o cuando un gobierno les ordena a sus ciudadanos que paguen impuestos que los llevarán a la ruina. Tales instituciones no respetan los derechos de propiedad. Aquí no estudiaremos lo que constituye el comercio justo y el monopolista ni la tributación legítima y la excesiva, pero el octavo mandamiento nos dice que ninguna sociedad puede prosperar cuando individuos, bandas criminales, compañías o gobiernos vulneran los derechos de propiedad con impunidad.

En términos prácticos, esto significa que el robo ocurre de muchas formas aparte de la tradicional de quitarle algo a alguien directamente. Incurrimos en hurto cuando tomamos algo de valor del dueño legítimo sin su consentimiento. Robar es malversar recursos o fondos para nuestro uso personal. Recurrir al engaño para realizar ventas, ganar cuota de mercado o aumentar los precios es robar, porque la falsedad implica que lo que se acuerda con el comprador no es la situación real  (consulte la sección sobre “La exageración” en Verdad y engaño para más información sobre este tema). De igual forma, robar es sacar beneficio económico aprovechándose del consentimiento que algunas personas pueden dar por causa de sus miedos, vulnerabilidad, indefensión o desesperación. Robar también es violar los derechos sobre patentes, derechos de autor y otras leyes de propiedad intelectual, ya que esto no permite que los dueños reciban el pago por su creación bajo los términos de la ley civil.

El respeto por la propiedad y los derechos de otros implica que no debemos tomar lo que es de ellos ni entrometernos en sus asuntos. Sin embargo, eso no significa que solo nos cuidemos a nosotros mismos. Deuteronomio 22:1 dice, “No verás extraviado el buey de tu hermano, o su oveja, sin que te ocupes de ellos; sin falta los llevarás a tu hermano”. Decir “no es de mi incumbencia” no es una excusa para la insensibilidad.

Desafortunadamente, parece que muchos empleos requieren que las personas se aprovechen de la ignorancia de otros o de su falta de alternativas, para forzarlos a participar en operaciones en las que de otra manera no lo harían. Algunas compañías, gobiernos, individuos, uniones y otros actores pueden usar su poder para forzar a otros a que acepten injusticias en cuanto a sus salarios, precios, términos financieros, condiciones laborales, horas de trabajo y otros factores. Aunque tal vez no robemos bancos, tiendas ni a nuestros jefes, es muy probable que estemos participando en prácticas injustas o poco éticas que privan a los demás de los derechos que deberían tener. Resistirnos a participar en estas prácticas puede ser difícil e incluso limitante en nuestras carreras, pero somos llamados a hacerlo a pesar de todo.

“No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Éxodo 20:16; Deuteronomio 5:20)

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El noveno mandamiento honra el derecho a la reputación.[1] Este se aplica de forma significativa en los procedimientos legales, en donde lo que las personas dicen describe la realidad y determina el rumbo de vidas humanas. Las decisiones judiciales y los demás procesos legales tienen un gran poder; por lo tanto, manipularlos constituye una ofensa bastante grave ya que le resta valor al tejido ético social. Walter Brueggemann dice que este mandamiento reconoce “que la vida en comunidad no es posible a menos que exista un escenario en donde el público confíe que se describirá y reportará fiablemente la realidad social”.[2]

Aunque se formula en lenguaje judicial, el noveno mandamiento también aplica a un amplio rango de situaciones que se relacionan con prácticamente todos los aspectos de la vida. Nunca debemos decir ni hacer algo que distorsione la imagen de otra persona. Brueggemann aporta más ideas al respecto:

Los políticos buscan destruirse unos a otros en campañas negativas; los columnistas chismosos alimentan la calumnia; y en las salas de estar de los cristianos, se destruyen o manchan reputaciones mientras se disfruta de una taza de café servida con un postre en vajillas finas. Estas son en realidad salas de tribunal que funcionan sin el proceso que dicta la ley. Se hacen acusaciones; se permiten los rumores; se expresan calumnias, perjurio y comentarios difamatorios sin ninguna objeción. Sin evidencias, sin defensa. Como cristianos, debemos abstenernos de participar o tolerar cualquier conversación en la que se difame una persona que no esté allí para defenderse. No es correcto difundir rumores de ninguna manera, ni como peticiones de oración o preocupaciones pastorales. Más que simplemente no participar, los cristianos deben detener los rumores y a aquellos que los divulgan.[3]

Esto también sugiere que el chisme en el trabajo es una ofensa seria. Algunas veces, los rumores se relacionan con temas personales externos al trabajo, lo cual ya es bastante cruel. Pero, ¿qué hay de los casos en los que un empleado mancha la reputación de un compañero de trabajo? ¿Realmente se puede encontrar la verdad cuando aquellos que son objeto de las habladurías no están allí para hablar por sí mismos? ¿Y qué hay de las evaluaciones de rendimiento? ¿Qué garantías deben existir para asegurar que los reportes son justos y precisos? A mayor escala, la industria de mercadeo y publicidad opera en el espacio público entre organizaciones e individuos. En aras de presentar los productos propios y servicios de la mejor manera, ¿hasta qué punto se pueden indicar los defectos y debilidades de los competidores sin incorporar la perspectiva de ellos? ¿Los derechos de “su prójimo” pueden incluir los derechos de otras compañías? En realidad, el alcance de nuestra economía global sugiere que este mandato puede tener una aplicación bastante amplia.

El mandamiento prohíbe específicamente decir algo falso sobre otra persona, pero a partir de esto surge el interrogante de si debemos decir la verdad en toda situación. ¿Incumplir el noveno mandamiento también es emitir estados financieros falsos o engañosos? ¿Qué hay de la publicidad que aunque no desprestigia con falsedad a la competencia, es exagerada? ¿Qué hay de las garantías de la gerencia que engañan a los empleados sobre los despidos inminentes? En un mundo en el que con frecuencia la percepción cuenta como realidad, puede que a la retórica de la persuasión le importe poco la verdad. El origen divino del noveno mandamiento nos recuerda que Dios no puede ser burlado. Al mismo tiempo, reconocemos que algunas veces el engaño se practica, se acepta e incluso se aprueba en el relato de las Escrituras. Una teología completa sobre la verdad y el engaño se debe basar tanto en el noveno mandamiento como en otros textos  (consulte Verdad y engaño  para una discusión más amplia acerca de este tema, incluyendo si la prohibición de “falso testimonio contra su prójimo” incluye todas las formas de mentir y engañar).

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus” [El libro de Éxodo] en vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus [La biblia del nuevo intérprete: de Génesis a Levítico] (Nashville: Abingdon Press, 1994), 431.

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus” [El libro de Éxodo] en vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus [La biblia del nuevo intérprete: de Génesis a Levítico] (Nashville: Abingdon Press, 1994), 848.

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus” [El libro de Éxodo] en vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus [La biblia del nuevo intérprete: de Génesis a Levítico] (Nashville: Abingdon Press, 1994), 432.

“No codiciarás… Nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20:17; Deuteronomio 5:21)

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El décimo mandamiento dice que no debemos codiciar “nada que sea del prójimo” (Dt 5:21). Ver lo que los demás poseen no es malo, ni tampoco desear obtenerlo legítimamente. La codicia se da cuando alguien ve la prosperidad, logros o talentos de otra persona y le causan resentimiento o se los quiere quitar, o quiere castigar a la persona exitosa. Lo que está prohibido no es el deseo de tener algo, es hacerle daño a otra persona, “al prójimo”.

Tenemos dos opciones: una es dejar que el éxito de los demás nos inspire y la otra es codiciar. La primera opción produce prudencia y el deseo de trabajar duro. La segunda produce pereza, genera excusas para el fracaso y desencadena actos de apropiación indebida. Nunca alcanzaremos el éxito si creemos que la vida es un juego de suma cero y que de alguna forma nos perjudica que a otros les vaya bien. Nunca haremos grandes cosas si, en vez de trabajar duro, nos dedicamos a soñar que los logros de otros son nuestros. Aquí de igual forma, la base primordial de este mandamiento es adorar únicamente a Dios. Si Dios es el centro de nuestra adoración, desearlo a Él reemplaza todo deseo impío y codicioso de cualquier otra cosa, incluyendo lo que le pertenece a nuestro prójimo. Como dice el apóstol Pablo, “he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación” (Fil 4:11).

Deuteronomio agrega a la lista de Éxodo de lo que no se debe codiciar las palabras “ni su campo”. Como en las demás añadiduras a los diez mandamientos en Deuteronomio, esta nos lleva a pensar en el trabajo. Los campos son lugares de trabajo y codiciar un campo es codiciar los recursos productivos que tiene otra persona.

La envidia y la codicia son realmente peligrosas especialmente en el trabajo, donde el estatus, el pago y el poder son factores rutinarios en nuestras relaciones con personas con las que pasamos bastante tiempo. Tal vez tengamos muchas razones buenas para desear el éxito, el progreso o la recompensa en el trabajo, pero la envidia no es una de ellas, y tampoco lo es trabajar obsesivamente por la posición social que esto pueda traer siendo motivados por la envidia.

Concretamente, en el trabajo enfrentamos la tentación de exagerar falsamente nuestros logros a costa de los demás. El antídoto es simple, aunque a veces difícil. Debemos reconocer los logros de otros y darles todo el crédito que merecen, y hacer de esta una práctica consistente. Cuando aprendemos a alegrarnos con los éxitos de los demás —o al menos a reconocerlos—, atacamos la esencia de la envidia y la codicia en el trabajo. Mejor aún, si aprendemos a trabajar para que nuestro éxito vaya mano a mano con el éxito de los demás, la codicia se reemplaza con la colaboración y la envidia con la unidad.

Leith Anderson, antiguo pastor de la iglesia Wooddale Church en Eden Prairie, Minnesota, dice “ser el pastor principal es como tener una provisión ilimitada de monedas en mi bolsillo. Cada vez que le doy crédito a un miembro del staff por una idea buena, elogio el trabajo de un voluntario o le doy gracias a alguien, es como si pusiera una de mis monedas en sus bolsillos. Ese es mi trabajo como líder, poner monedas de mi bolsillo en el bolsillo de otros, para aumentar el aprecio que otras personas tienen por ellos.”[1]

Reported by William Messenger from a conversation with Leith Anderson on October 20, 2004, in Charlotte, NC.

Los estatutos y decretos (Deuteronomio 4:44-28:68)

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En la segunda parte de la segunda sección, Moisés describe con detalles los “estatutos y decretos” que Dios le da a Israel (Dt 6:1). Estas reglas abordan una gran variedad de temas, como la guerra, la esclavitud, los diezmos, los festivales religiosos, los sacrificios, la comida kosher, la profecía, la monarquía y el santuario central. Este material contiene varios pasajes que hablan directamente sobre la teología del trabajo, los cuales consideraremos en el orden en que aparecen en la Biblia.

Las bendiciones de obedecer el pacto con Dios (Deuteronomio 7:12-15; 28:2-12)

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En caso de que los mandamientos, estatutos y decretos del pacto con Dios parezcan solamente una carga para Israel, Moisés nos recuerda que su propósito principal es bendecirnos.

Y sucederá que porque escuchas estos decretos y los guardas y los cumples, el Señor tu Dios guardará Su pacto contigo y Su misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará; también bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu cereal, tu mosto, tu aceite, el aumento de tu ganado y las crías de tu rebaño en la tierra que El juró a tus padres que te daría. (Dt 7:12-13)

Si obedeces al Señor tu Dios: Bendito serás en la ciudad, y bendito serás en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el producto de tu suelo, el fruto de tu ganado, el aumento de tus vacas y las crías de tus ovejas. Benditas serán tu canasta y tu artesa. Bendito serás cuando entres, y bendito serás cuando salgas... El Señor te hará abundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu ganado y en el producto de tu suelo, en la tierra que el Señor juró a tus padres que te daría. Abrirá el Señor para ti Su buen tesoro, los cielos, para dar lluvia a tu tierra a su tiempo y para bendecir toda la obra de tu mano. (Dt 28:2-7; 11-12)

La finalidad de obedecer el pacto es que sea una fuente de bendición, prosperidad, gozo y salud para el pueblo de Dios. Como dice Pablo, “La ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno” (Ro 7:12), y “el amor es el cumplimiento de la ley” (Ro 13:10).

Esto no se debe confundir con el llamado “evangelio de la prosperidad”, el cual declara de forma incorrecta que Dios inevitablemente les da riqueza y salud a las personas que se ganan su favor. Lo que esto significa es que si el pueblo de Dios vivía según el pacto, el mundo sería un mejor lugar para todos. Por supuesto, los cristianos somos testigos de que no podemos cumplir la ley por nosotros mismos. Es por eso que hay un nuevo pacto en Cristo, en el cual la gracia de Dios está disponible para nosotros por medio de la muerte y resurrección de Jesús y no estamos limitados por nuestra propia obediencia. Al vivir en Cristo, encontramos que somos capaces de amar y servir a Dios y que después de todo, lo que hacemos es bendecido como lo describe Moisés, en cierta medida en la actualidad y lo será completamente cuando Cristo traiga el cumplimiento del reino de Dios.

En todo caso, el tema general en todo el libro de Deuteronomio es la obediencia del pacto con Dios. Así como en estos tres pasajes, el tema es evidente en muchas partes breves a lo largo de libro y Moisés regresa a este en la última sección al final de su vida, en los capítulos 29 y 30.

Los peligros de la prosperidad (Deuteronomio 8:11-20)

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La obediencia a Dios con gozo es lo contrario a la arrogancia que con frecuencia surge en la prosperidad. Esto es similar al peligro de la autosuficiencia del que Moisés nos advierte en Deuteronomio 4:25-40, pero con un enfoque en el orgullo activo y no en una expectativa pasiva de recibir privilegios.

No sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas y habitado en ellas, y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique, entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de servidumbre. (Dt 8:12-14)

Cuando alguien que ve que su negocio o su carrera, su proyecto de investigación, la crianza de hijos u otro trabajo que ha realizado llega a ser un éxito después de muchos años de trabajo duro y sacrificios, es justificable que se sienta orgulloso. Sin embargo, no debemos permitir que el orgullo gozoso se convierta en arrogancia. Deuteronomio 8:17-18 nos recuerda, “No sea que digas en tu corazón: ‘Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza.’ Mas acuérdate del Señor tu Dios, porque Él es el que te da poder para hacer riquezas, a fin de confirmar Su pacto, el cual juró a tus padres como en este día”. Como parte del pacto con Su pueblo, Dios nos da la capacidad de vincularnos en la producción económica pero debemos recordar que esta es un regalo de Dios. Cuando le atribuimos el éxito a nuestras habilidades y esfuerzos únicamente, olvidamos que esas habilidades y la vida misma vienen de Dios. No somos nuestros propios creadores. La ilusión de la autosuficiencia hace que nuestro corazón se endurezca. Como siempre, el antídoto se encuentra en la adoración correcta y en ser conscientes de depender de Dios (Dt 8:18).

La generosidad (Deuteronomio 15:7-11)

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El tema de la generosidad surge en Deuteronomio 15:7-8. “Si hay un menesteroso contigo… no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás libremente tu mano”. La generosidad y la compasión son la esencia del pacto. “Con generosidad le darás, y no te dolerá el corazón cuando le des, ya que el Señor tu Dios te bendecirá por esto en todo tu trabajo y en todo lo que emprendas” (Dt 15:10). Nuestro trabajo recibe la bendición plena solamente cuando bendice a otros. Como dice Pablo, “el amor es el cumplimiento de la ley” (Ro 13:10).

La mayoría de nosotros tenemos la oportunidad de ser generosos gracias al dinero que ganamos con nuestro trabajo. ¿En realidad lo usamos con generosidad? Aún más, ¿hay formas en las que podamos ser generosos en nuestro trabajo? El pasaje habla de la generosidad especialmente como un aspecto del trabajo (“todo tu trabajo”). Si un compañero de trabajo necesita ayuda para desarrollar alguna destreza o habilidad, o necesita una palabra honesta de recomendación, o paciencia tratando con sus falencias, ¿estas serían oportunidades para ser generosos? Estas formas de generosidad nos pueden costar tiempo y dinero, o pueden precisar que reconsideremos nuestra autoimagen, examinemos nuestra complicidad y cuestionemos nuestras motivaciones. Si lográramos hacer estos sacrificios con una buena actitud, ¿podríamos abrir una puerta nueva para que Dios bendiga a otros por medio de nuestro trabajo?

La esclavitud (Deuteronomio 15:12-18)

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Un tema difícil en Deuteronomio es la esclavitud. El hecho de que se permita la esclavitud en el Antiguo Testamento genera muchos debates, los cuales no podremos resolver aquí. Sin embargo, debemos saber que la esclavitud en Israel no es igual a la esclavitud en la época moderna, incluyendo la esclavitud en los Estados Unidos, en la que se secuestraban personas africanas en su tierra natal, eran vendidos como esclavos y sus descendientes se convertían en esclavos de por vida. El Antiguo Testamento condena esta clase de práctica (Am 1:6) y la castiga con la muerte (Dt 24:7; Éx 21:16). Los israelitas se convirtieron en esclavos unos de los otros no a través del secuestro o del nacimiento desafortunado, sino debido a las deudas o la pobreza (“se vende a ti como siervo” Dt 15:12, NTV). Era preferible ser esclavo que morir de hambre, y las personas se podían vender a sí mismas como esclavas para pagar una deuda y al menos tener un lugar donde vivir. Pero la esclavitud no debía durar toda la vida. “Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se vende a ti como siervo y te sirve por seis años, al séptimo año deberás dejarlo en libertad.” (Dt 15:12). Luego de su liberación, las personas debían recibir una parte de la riqueza que habían producido con su trabajo. “Cuando lo libertes, no lo enviarás con las manos vacías. Le abastecerás liberalmente de tu rebaño, de tu era y de tu lagar; le darás conforme te haya bendecido el Señor tu Dios” (Dt 15:13-14).

En algunas partes del mundo, usualmente los padres venden a sus hijos en servidumbre por deudas, una forma de trabajo que es esclavitud aunque se llame de otra manera. Otros pueden ser engañados por el tráfico sexual, del cual es difícil o hasta imposible escapar. En algunos lugares, los cristianos están liderando movimientos para erradicar estas prácticas, pero todavía se puede hacer mucho más. Imagine la diferencia si muchas más iglesias e individuos cristianos hicieran de esta una prioridad para la misión y la acción local.

En países más desarrollados, los trabajadores desesperados no se venden para trabajos forzados pero toman cualquier trabajo que encuentran. Si Deuteronomio contiene medidas de protección incluso para los esclavos, ¿no deberían aplicar también para los trabajadores? Deuteronomio les exige a los amos que cumplan los términos de los contratos y las regulaciones laborales, incluyendo la fecha establecida para la liberación, la provisión de alimento y refugio, y la responsabilidad por las condiciones laborales. Las horas de trabajo deben ser razonablemente limitadas e incluir un día de descanso semanal (Dt 5:14). Por encima de todo, los amos deben ver a sus esclavos como iguales ante los ojos de Dios, recordando que todos en el pueblo de Dios son esclavos rescatados. “Te acordarás que fuiste esclavo en la tierra de Egipto, y que el Señor tu Dios te redimió; por eso te ordeno esto hoy” (Dt 15:15).

Los empleadores modernos pueden abusar de los trabajadores desesperados de forma similar a la que los amos antiguos abusaban de sus esclavos. ¿Los trabajadores pierden estas medidas de protección simplemente porque no son llamados esclavos? Si no, al menos los empleadores tienen la obligación de no tratar a los trabajadores peor que a unos esclavos. Los trabajadores vulnerables en la actualidad pueden enfrentar exigencias de trabajo de horas extra sin paga, entregarle sus propinas a los gerentes, trabajar en condiciones peligrosas o tóxicas, pagar pequeños sobornos para conseguir turnos de trabajo, sufrir acoso sexual o un trato degradante, recibir beneficios inferiores, o soportar discriminación ilegal y otras formas de maltrato. Incluso los trabajadores en buenas posiciones pueden enfrentar situaciones en las que se les niega injustamente una parte razonable de los frutos de su trabajo.

Para los lectores modernos, la aceptación de la Biblia de la esclavitud temporal parece difícil de entender —incluso aunque reconozcamos que la esclavitud antigua no era igual a la que existió entre los siglos dieciséis y diecinueve— y podemos estar agradecidos porque la esclavitud es al menos técnicamente ilegal en todo el mundo hoy día. Pero en vez de ver la enseñanza de la Biblia sobre la esclavitud como obsoleta, estaría bien que trabajáramos para abolir las formas modernas de servidumbre involuntaria y que promoviéramos las medidas de protección de la Biblia para los miembros de la sociedad que están en desventaja económica.

El soborno y la corrupción (Deuteronomio 16:18-20)

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A menudo, la efectividad de los derechos de propiedad y las medidas de protección para los trabajadores dependen de los sistemas judiciales y la aplicación de la ley. La petición de Moisés para los jueces y oficiales es especialmente importante cuando se trata del trabajo. “No torcerás la justicia; no harás acepción de personas, ni tomarás soborno, porque el soborno ciega los ojos del sabio y pervierte las palabras del justo” (Dt 16:19). Sin la justicia imparcial sería imposible vivir y poseer la tierra que el Señor Dios nos da (Dt 16:20).

Los lugares de trabajo y las sociedades modernas siguen siendo susceptibles a los sobornos, la corrupción y los sesgos, igual que el antiguo pueblo de Israel. De acuerdo con las Naciones Unidas, el principal impedimento para el crecimiento económico de los países menos desarrollados son las fallas en el estado de derecho imparcial.[1] Puede que en los lugares en donde la corrupción es endémica, sea imposible ganarse la vida, viajar por el país o estar en paz sin pagar sobornos. Esto parece señalar que en general aquellos que tienen el poder de exigir sobornos tienen una mayor culpa que quienes los pagan, ya que se prohíbe aceptar sobornos, no pagarlos. Aun así, cualquier acción que puedan realizar los cristianos para reducir la corrupción —ya sea en la parte de recibir o de dar— es una contribución al “juicio justo” (Dt 16:18) que es sagrado para el Señor (para un estudio más detallado de las aplicaciones económicas del estado de derecho, ver “Apropiación de la tierra y derechos de propiedad” en Números 26-27; 36:1-12 anteriormente).

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Issue Brief: Rule of Law and Development [Resumen: Estado de derecho y desarrollo] (Nueva York: United Nations, 2013), 3.

La aceptación de las decisiones de los tribunales judiciales (Deuteronomio 17:8-13)

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Moisés establece un sistema de tribunales y cortes de apelación que tienen una estructura sorprendentemente similar a la de los tribunales judiciales actuales, y le ordena al pueblo que obedezca sus decisiones. “Según los términos de la ley que ellos te enseñen, y según la sentencia que te declaren, así harás; no te apartarás a la derecha ni a la izquierda de la palabra que ellos te declaren” (Dt 17:11).

Los lugares de trabajo actuales están regidos por leyes, regulaciones y prácticas con procesos de apelación, cortes y procedimientos para interpretarlas y aplicarlas apropiadamente. Pablo también afirmó que debemos obedecer estas estructuras legales (Ro 13:1). En algunos países, los que están en el poder ignoran de forma rutinaria las leyes y regulaciones o las evitan por medio de sobornos, corrupción y violencia. En otros países, pocas veces los negocios y los demás lugares de trabajo incumplen la ley intencionalmente, pero pueden tratar de infringirla por medio de acciones legales engorrosas, favores políticos o presiones que se oponen al bien común. Sin embargo, los cristianos están llamados a respetar el estado de derecho, obedecerlo, defenderlo y buscar fortalecerlo. Esto no implica que nunca deba existir la desobediencia civil; algunas leyes son injustas y se deben quebrantar si el cambio no es factible, pero estas instancias son escasas y siempre involucran un sacrificio personal en busca del bien común. En cambio, quebrantar la ley por causa del interés propio no se justifica.

De acuerdo con Deuteronomio 17:9, tanto los sacerdotes como los jueces —o como lo decimos actualmente, tanto el espíritu como la letra— son fundamentales para la Ley. Si estamos preocupados, usando tecnicismos legales con el fin de justificar las prácticas cuestionables, tal vez necesitamos un buen teólogo y un buen abogado. Debemos reconocer que las decisiones que toman las personas en el trabajo “secular” son cuestiones teológicas, no solamente legales y técnicas. Imagine a un cristiano en tiempos modernos pidiéndole a su pastor que le ayude a analizar detenidamente una decisión laboral importante cuando las cuestiones éticas o legales parezcan complicadas. Para que esto sea fructífero, el pastor debe entender que el trabajo es una tarea profundamente espiritual y debe aprender a darle una ayuda útil a los trabajadores. Tal vez un primer paso sea simplemente preguntarle a las personas acerca de su trabajo. “¿Qué acciones y decisiones toma a diario?” “¿Qué retos enfrenta?” “¿Sobre qué temas le gustaría hablar con alguien?” “¿Cuáles son sus peticiones de oración?”

El ejercicio justo de la autoridad gubernamental (Deuteronomio 17:14-20)

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Así como las personas y las instituciones no deben oponerse a la autoridad legítima, las personas en el poder no deben usar su autoridad de forma ilegítima. Moisés trata específicamente con el caso de un rey.

El rey no tendrá muchos caballos… Tampoco tendrá muchas mujeres… tampoco tendrá grandes cantidades de plata u oro. Y sucederá que cuando él se siente sobre el trono de su reino, escribirá para sí una copia de esta ley en un libro… La tendrá consigo y la leerá… observando cuidadosamente todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos y no se desvíe del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda. (Dt 17:16-20)

En este texto vemos dos restricciones en el ejercicio de la autoridad: aquellos en el poder no están por encima de la ley sino que deben obedecerla y defenderla, y además, no deben abusar de su poder para enriquecerse a sí mismos.

Hoy día, las personas en posiciones de autoridad pueden intentar ponerse a sí mismos por encima de la ley; por ejemplo, cuando la policía y los trabajadores de los juzgados “arreglan” sus propias multas de tránsito o las de sus amigos, o cuando los servidores públicos de alto rango o empleados de negocios no obedecen las políticas de desembolso a las cuales los demás están sujetos. De forma similar, los funcionarios pueden usar su poder para enriquecerse a sí mismos recibiendo sobornos, exenciones de licencias y zonificación, acceso a información privilegiada o uso personal de propiedad privada o pública. Algunas veces, por política o ley se les otorgan beneficios especiales a quienes están en el poder, pero en realidad eso no elimina la ofensa. El mandato de Moisés a los reyes no es que consigan una autorización legal para sus excesos, sino que eviten por completo tales excesos. Cuando aquellos en el poder usan su autoridad para ganar privilegios especiales pero también para crear monopolios para sus secuaces, apropiarse de grandes territorios y bienes y para llevar a la cárcel, torturar o asesinar a sus oponentes, lo que está en juego es la vida misma. No existe una diferencia en especie entre los abusos mínimos de poder y la opresión totalitaria, solamente el grado en el que se ejecutan.

Cuanta más autoridad tenga, mayor será la tentación de actuar como si estuviera por encima de la ley. Aquí Moisés prescribe un antídoto: el rey debe leer la ley (o la palabra) de Dios todos los días de su vida. Al hacerlo, aprende a reverenciar al Señor y cumplir las responsabilidades que Dios le ha dado y así, recuerda que también está bajo la autoridad de alguien más. Dios no le da el privilegio de hacer una ley para sí mismo, sino el deber de cumplir la ley de Dios para el beneficio de todos.

Esto mismo se aplica hoy para aquellos que tienen autoridad. Para ejercer el liderazgo de forma justa, es necesario ir a la Escritura todos los días de su vida y practicar aplicándola a las circunstancias diarias y comunes del trabajo. Solo por medio del arte de la práctica continua, no yendo ni a derecha ni a izquierda de la palabra de Dios, podemos dominar el impulso de hacer uso indebido de la autoridad. El resultado es que el líder le sirve a la comunidad (Dt 17:20), no viceversa.

El uso de los bienes para el beneficio común (Deuteronomio 23:1-24:13).

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DeDeuteronomio les exige de una forma clara a los dueños de bienes productivos que los usen para el beneficio de la comunidad. Por ejemplo, los propietarios de terrenos deben permitir que sus vecinos usen su tierra para ayudar a satisfacer sus necesidades inmediatas. “Cuando entres en la viña de tu prójimo, entonces podrás comer las uvas que desees hasta saciarte, pero no pondrás ninguna en tu cesto. Cuando entres en la mies de tu prójimo, entonces podrás arrancar espigas con tu mano, pero no meterás la hoz a la mies de tu prójimo” (Dt 23:24-25). Esta fue la ley que les permitió a los discípulos de Jesús recoger grano de los campos locales en su camino (Mt 12:1). Quienes realizaban esta actividad eran responsables de recoger el alimento para ellos mismos, y los dueños de las tierras eran responsables de darles acceso al campo.   (para más información sobre esta práctica, ver “Espigar” en Levítico 19:9-10 anteriormente).

De igual forma, aquellos que otorgaban préstamos de capital no debían exigir condiciones que pusieran en peligro la salud o la vida del que tomaba prestado (Dt 23:19-20; 24:6, 10-13). Incluso, en algunos casos, debían estar dispuestos a prestar cuando era probable que perdieran su dinero, simplemente porque la necesidad de la otra persona era demasiado grande (Dt 15:7-9) (para más información, ver “Préstamos y garantías” en Éxodo 22:25-27 anteriormente).

Dios demanda que pongamos nuestros recursos a disposición de aquellos que tienen necesidad y que al mismo tiempo seamos buenos mayordomos de los recursos que Él nos da. Por una parte, todo lo que tenemos le pertenece a Dios y Su mandato es que usemos lo que es Suyo para el bien de la comunidad (Dt 15:7). Por otro lado, Deuteronomio no dice que el terreno de una persona es patrimonio común; la gente no podía tomar todo lo que quisiera. La exigencia de contribuir al bien público está establecida en un sistema en el que la propiedad privada es el medio principal de producción. Aunque la Biblia no puede imponer normas en cuanto al balance entre la propiedad privada y pública y la sostenibilidad de varios sistemas económicos en las sociedades actuales, sí puede aportar principios y valores al respecto.

Justicia económica (Deuteronomio 24:14-15; 25:19; 27:17-25)

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Las diferencias de patrimonio y clases sociales pueden dar lugar a las injusticias. La justicia exige que se trate a los trabajadores de forma imparcial. En Deuteronomio 24:14 vemos el mandato, “No oprimirás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus conciudadanos o uno de los extranjeros que habita en tu tierra y en tus ciudades”. Ni los pobres ni los extranjeros tenían la posición en la comunidad para desafiar a un propietario de tierras en las cortes, y por eso eran vulnerables al abuso. Santiago 5:4 contiene un mensaje similar. Los empleadores deben ver sus obligaciones hacia todos sus empleados como sagradas e ineludibles.

La justicia también exige el trato equitativo de los clientes. “No tendrás en tu bolsa pesas diferentes, una grande y una pequeña” (Dt 25:13). Las pesas en cuestión se usan para medir el grano y otras mercancías en las ventas. Para el comprador sería provechoso pesar el grano con una pesa que fuera más ligera de lo que parece (la pesa pequeña). El vendedor se beneficiaría usando una pesa más pesada (la pesa grande). Deuteronomio demanda que se use siempre use la misma pesa, sea que esté comprando o vendiendo. La protección contra el fraude no se limita a las ventas, sino que aplica para toda clase de acuerdos con todos a nuestro alrededor.

Maldito el que cambie el lindero de su vecino. (Dt 27:17)

Maldito el que haga errar al ciego en el camino. (Dt 27:18)

Maldito el que pervierta el derecho del forastero, del huérfano y de la viuda. (Dt 27:19)

Maldito el que acepte soborno para quitar la vida a un inocente. (Dt 27:25)

En esencia, estas reglas prohíben toda clase de fraude. De forma similar en la actualidad, una compañía puede vender un producto que sabe que es defectuoso olvidando la implicación moral. Los clientes pueden abusar de las políticas sobre la devolución de mercancía usada de las tiendas. Las compañías pueden emitir estados financieros que incumplen los principios contables aceptados. Los trabajadores pueden dedicarse a asuntos personales o ignorar su trabajo durante el tiempo remunerado. Estas prácticas no solo son injustas, sino que quebrantan el mandato de adorar únicamente a Dios, “serás un pueblo consagrado al Señor tu Dios” (Dt 26:19).

La petición final de Moisés es por obediencia a Dios (Deuteronomio 29:1-30:20)

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Moisés concluye con la tercera sección, un llamamiento final a que las personas obedezcan el pacto con Dios, lo que llevará a la prosperidad humana. Esto refuerza sus exhortaciones anteriores en Deuteronomio 7:12-15 y 28:2-12. Un buen resumen está en Deuteronomio 30:15: “Mira, yo he puesto hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal”. La obediencia a Dios lleva a bendición y vida, mientras que la desobediencia lleva a maldiciones y muerte. En este contexto, “la obediencia a Dios” significaba guardar el pacto del Sinaí y por tanto era una obligación únicamente de Israel. Sin embargo, la obediencia a Dios que lleva a la bendición, es un principio atemporal que no se limita al pueblo antiguo de Israel, y aplica para el trabajo y la vida en la actualidad. Si amamos a Dios y hacemos lo que Él manda, descubrimos que es el mejor plan para nuestra vida y para el trabajo. Esto no quiere decir que nunca habrá dificultades y necesidad al seguir a Cristo (los cristianos pueden ser perseguidos, marginados o encarcelados); significa que aquellos que viven con piedad e integridad genuinas les irá bien, no solo porque tienen un buen carácter sino también porque están bajo la bendición de Dios. Incluso en tiempos perversos, cuando la obediencia a Dios puede llevar a la persecución, el dulce fruto de la bendición del Señor es mejor que el residuo amargo de la complicidad con el mal. En general, siempre estamos mejor en los caminos de Dios que en cualquier otro lugar.

El final del trabajo de Moisés (Deuteronomio 31:1-34:12)

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La planeación de la sucesión (Deuteronomio 31:1-32:47)

Después de las palabras de Moisés, Josué toma su lugar como líder de Israel. “Entonces llamó Moisés a Josué y le dijo en presencia de todo Israel: Sé firme y valiente, porque tú entrarás con este pueblo en la tierra” (Dt 31:7). Moisés realiza la transición públicamente por dos razones. Primero, Josué debe reconocer ante toda la nación que acepta la responsabilidad que se le ha dado. Segundo, todo el pueblo debe reconocer que Josué es el único sucesor legítimo de Moisés. Después, Moisés deja su lugar completamente al morir. En cualquier organización, ya sea una nación, una escuela, una iglesia o un negocio, se formaría un caos si no se resuelve el tema de la sucesión legítima.

Fíjese que la decisión de hacer escoger a Josué como sucesor no es caprichosa o de último momento. Bajo la dirección del Señor, Moisés había estado preparando a Josué por mucho tiempo para que tomara su lugar. Mucho antes, en Deuteronomio 1:38, el Señor se refiere a Josué como el “asistente” de Moisés (NVI). Poco después de salir de Egipto, Moisés había observado la capacidad militar de Josué y con el tiempo, le delegó el liderazgo del ejército (Dt 31:3). Moisés se dio cuenta de que Josué era capaz de ver las cosas desde la perspectiva de Dios y estaba dispuesto a arriesgar su propia seguridad para defender lo que era correcto (Nm 14:5-10). Moisés había entrenado a Josué en el arte de gobernar durante el suceso con los reyes de los amorreos (Dt 3:21). Un elemento importante del plan de entrenamiento de Moisés fue orar por Josué (Dt 3:28). Cuando Josué toma el lugar de Moisés, está totalmente preparado para el liderazgo y el pueblo está completamente preparado para seguirlo (Dt 34:9). (Para más información, ver pasaje paralelo en Números 27:12-23.)

Moisés también entona su último cántico (Dt 32:1-43), un texto profético que advierte que Israel no obedecerá el pacto, que sufrirá terriblemente, pero al final experimentará la redención por medio de un acto poderoso de Dios. Al final, Moisés exhorta al pueblo una última vez a que tome la ley muy en serio (Dt 32:46-47).

Las últimas acciones de Moisés (Deuteronomio 32:48-34:12)

El acto final de Moisés antes de dejar Israel y este mundo es bendecir a la nación tribu por tribu, en el cántico de Deuteronomio 33:1-29. Este cántico es similar a la bendición de Jacob para las tribus justo antes de su muerte (Gn 49:1-27), lo que es apropiado ya que Jacob era el padre biológico de las doce tribus, pero Moisés es el padre espiritual de la nación. Además, Moisés deja Israel con este cántico de palabras de bendición y no con palabras de regaño y exhortación. “Y allí murió Moisés, siervo del Señor” (Dt 34:5). El texto honra a Moisés con un título tanto de humildad como exaltación, “siervo del Señor”. Él no fue perfecto e Israel tampoco fue una nación perfecta bajo su liderazgo, pero él fue grandioso. Y a pesar de eso, no era irreemplazable. Israel continuaría y los líderes que vendrían después de él tendrían sus propios éxitos y fracasos. Es una calamidad cuando las personas en cualquier institución consideran que su liderazgo es irreemplazable.

Conclusiones de Deuteronomio

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Al volver a narrar los eventos de la historia inicial de Israel y la entrega de la ley por parte de Dios, Deuteronomio describe claramente la importancia del trabajo en el cumplimiento del pacto de Dios con Su pueblo. Los temas generales del libro son la necesidad de confiar en Dios, la obediencia de sus mandamientos y el recurrir a Él para recibir Su ayuda. Abandonar cualquiera de estos aspectos es caer en idolatría, la adoración de dioses falsos que nosotros mismos creamos. Aunque estos temas pueden sonar abstractos o filosóficos inicialmente, se dan en formas concretas y prácticas en el trabajo y la vida diaria. Cuando confiamos en Dios, le damos gracias por las cosas buenas que producimos porque Él nos da la habilidad. Reconocemos nuestras limitaciones y buscamos la guía de Dios. Tratamos a los demás con respeto. Guardamos un ritmo de trabajo y descanso que nos renueva tanto a nosotros mismos como a las personas que trabajan para nuestro beneficio. Obedecemos la autoridad diligentemente con un sentido correcto de justicia y ejercemos la autoridad sabiamente para el bien común. Limitamos nuestras opciones aceptando trabajos que sirven y no hieren a otros, fortalecen y no destruyen las familias ni las comunidades. Hacemos un uso generoso de los recursos que Dios pone a nuestra disposición y no nos apropiamos de los que le pertenecen a otros. Somos honestos en nuestros acuerdos con los demás. Nos preparamos para estar gozosos en el trabajo que Dios nos da y para no envidiar a los demás.

Todos los días tenemos oportunidades para ser agradecidos y generosos en el trabajo y para hacer que nuestra área de trabajo sea más justa, más libre y más enriquecedora para aquellos que trabajan con nosotros y para trabajar por el bien común. En diferentes formas, cada uno tiene la oportunidad —grande o pequeña— de transformarse a sí mismo, su familia y su comunidad y las naciones del mundo para que se erradiquen prácticas idólatras tales como la esclavitud y la explotación de trabajadores, la corrupción, la injusticia y la indiferencia ante la falta de recursos que sufren los pobres.

No obstante, si Deuteronomio fuera solamente una lista de cosas que hacer y no hacer en nuestro trabajo, la carga sería intolerable. ¿Quién podría cumplir la ley aunque sea únicamente en el campo del trabajo? Por la gracia de Dios, Deuteronomio no es una lista de reglas sino una invitación a tener una relación con Dios. “Buscarás al Señor tu Dios, y lo hallarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma” (Dt 4:29). “Porque tú eres pueblo santo para el Señor tu Dios; el Señor tu Dios te ha escogido para ser pueblo Suyo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra” (Dt 7:6). Si vemos que nuestro trabajo se queda corto frente al estándar que muestra Deuteronomio, no dejemos que nuestra respuesta sea una determinación nefasta de esforzarnos más, sino que sea aceptar de forma reconfortante la invitación de Dios a tener una relación más cercana con Él. Una relación viva con Dios es la única esperanza que tenemos para recibir el poder de vivir de acuerdo con Su palabra. Por supuesto, este es el evangelio que enseñó Jesús, el cual está profundamente arraigado en el libro de Deuteronomio. Como dijo Jesús, “Mi yugo es fácil y mi carga ligera” (Mt 11:30). No es una lista imposible de exigencias, sino una invitación a acercarse a Dios. En esto se hace eco a las palabras de Moisés: “Y ahora, Israel, ¿qué requiere de ti el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios, que andes en todos Sus caminos, que le ames y que sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma?” (Dt 10:12).