“No te harás ídolo” (Deuteronomio 5:8; Éxodo 20:4)
El segundo mandamiento plantea el problema de la idolatría. Los ídolos son dioses que creamos nosotros mismos, dioses que pensamos que pueden satisfacer nuestros deseos. En tiempos antiguos, la idolatría se evidenciaba en la adoración de objetos físicos, pero el problema realmente radica en la confianza y la devoción. ¿En qué basamos principalmente nuestra esperanza de bienestar y éxito? Cualquier cosa que no sea capaz de hacer efectiva nuestra esperanza —quiere decir, nada aparte de Dios— es un ídolo, sea o no un objeto físico. La historia de una familia que forja un ídolo con la intención de manipular a Dios y las desastrosas consecuencias personales, sociales y económicas que esto causó, se relatan de forma memorable en Jueces 17 al 21.
En el mundo del trabajo, es común y correcto señalar que el dinero, la fama y el poder son ídolos potenciales. Estos como tal no representan ídolos, y de hecho pueden ser necesarios para que desempeñemos nuestros roles en el trabajo creativo y redentor de Dios en el mundo. Aun así, cuando nos imaginamos que al lograrlos garantizamos nuestra seguridad y prosperidad, hemos comenzado a caer en idolatría. La idolatría comienza cuando ponemos nuestra confianza y esperanza en estas cosas más que en Dios. Lo mismo puede ocurrir con casi todos los demás elementos del éxito, incluyendo la preparación, el trabajo duro, la creatividad, el riesgo, la riqueza y otros recursos, e incluso las oportunidades. ¿Somos capaces de reconocer cuando comenzamos a idolatrar estas cosas? Por la gracia de Dios podemos vencer la tentación de adorarlas y ponerlas en el lugar del Señor.