Hebreos y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Hebreos

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El libro de Hebreos ofrece unos cimientos profundos para entender el valor del trabajo en el mundo. Brinda una ayuda práctica para vencer el mal en el trabajo, desarrollando un ritmo de trabajo y descanso, sirviendo a las personas con las que trabajamos, soportando la adversidad, trayendo paz a nuestros trabajos, siendo perseverantes en largos periodos de tiempo, ofreciendo hospitalidad, cultivando una actitud inspiradora en cuanto al dinero y encontrando fidelidad y gozo en lugares de trabajo en los que a menudo el amor de Cristo parece escaso.

El libro se basa en un mensaje fundamental: ¡escuchar a Jesús! Algunos creyentes se sentían presionados a abandonar al Mesías y regresar al antiguo pacto. Hebreos les recuerda que Jesús el Rey, a través de quien fue creado el mundo, también es el sumo sacerdote perfecto en los lugares celestiales, que ha iniciado un pacto nuevo y mejor con consecuencias concretas en la Tierra. Él es el sacrificio supremo por el pecado y es el intercesor supremo en nuestra vida diaria. No debemos buscar la salvación en otro lugar que no sea Él. Más bien, debemos confiarle nuestra vida a Cristo, viviendo en obediencia hasta que Él nos lleve a la ciudad transformada y renovada de Dios. Allí encontraremos un descanso eterno de Sabbath, lo cual no significa que dejaremos de trabajar, sino que viviremos la perfección del ciclo de trabajo y descanso diseñada por Dios en los siete días de la creación.

Cristo creó el mundo y lo sustenta (Hebreos 1:1 - 2:8)

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Un aspecto crucial de la teología de Hebreos es que Cristo creó el mundo y lo sustenta. Él es el Hijo “por medio de quien [Dios] hizo también el universo” (Heb 1:2). Por tanto, Hebreos es un libro sobre Cristo, el creador, laborando en Su lugar de trabajo, la creación. Esto podría sorprender a alguien que esté acostumbrado a pensar que solo el Padre es el creador. Sin embargo, Hebreos es consistente con el resto del Nuevo Testamento (por ejemplo, Jn 1:3; Col 1:15–17) en nombrar a Cristo como el representante del Padre en la creación.[1] Ya que Cristo es totalmente Dios, “el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es” (Heb 1:3, NVI), el escritor de Hebreos puede referirse de forma intercambiable a Cristo o al Padre como el Creador.

Entonces, ¿de qué manera Hebreos representa a Cristo trabajando en la creación? Él es el constructor que pone los cimientos de la tierra y construye los cielos. “Tú, Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de Tus manos” (Heb 1:10). Además, sustenta la creación presente, sosteniendo “todas las cosas por la palabra de Su poder” (Heb 1:3). Por supuesto, la expresión “todas las cosas” también nos incluye a nosotros: “Porque toda casa tiene su constructor, pero el constructor de todo es Dios... y nosotros somos la casa de Dios si nos armamos de valor” (Heb 3:4, 6). Dios construyó toda la creación por medio de Su Hijo. Esto ratifica firmemente que la creación es el lugar principal donde se encuentran la presencia y la salvación de Dios.

A lo largo de Hebreos, se sigue empleando la imagen de Dios como trabajador. Él ensambló o armó el tabernáculo celestial (Heb 8:2; por implicación, Heb 9:24), construyó un modelo o un plano del tabernáculo de Moisés (Heb 8:5) y diseñó y construyó una ciudad (Heb 11:10, 16; 12:22; 13:14). Él es juez en una corte y también es el verdugo (Heb 4:12–13; 9:28; 10:27–31; 12:23). Es un líder militar (Heb 1:13), un padre (Heb 1:5; 5:8; 8:9; 12:4–11), un señor que organiza Su casa (Heb 10:21), un campesino (Heb 6:7–8), un escriba (Heb 8:10), un pagador (Heb 10:35; 11:6) y un médico (Heb 12:13).[2]

Es cierto que Hebreos 1:10–12, citando Salmos 102, sí señala un contraste entre el Creador y la creación:

Tú, Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de Tus manos; ellos perecerán, pero Tú permaneces; y todos ellos como una vestidura se envejecerán, y como un manto los enrollarás; como una vestidura serán mudados. Pero Tú eres el mismo, y Tus años no tendrán fin.

Esto es conforme al énfasis en la naturaleza transitoria de la vida en este mundo y la necesidad de buscar la ciudad permanente de los cielos nuevos y la nueva tierra. Sin embargo, el énfasis de Hebreos 1:10–12 se encuentra en el poder del Señor y Su salvación, no en la fragilidad del cosmos.[3] El Señor está trabajando en la creación.

Los seres humanos no somos solo productos de la creación de Dios, también somos subcreadores (o cocreadores, si lo prefiere) con Él. Como Su Hijo, somos llamados al trabajo de ordenar el mundo. “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, o el hijo del hombre para que te intereses en él? Le has hecho un poco inferior a los ángeles; le has coronado de gloria y honor, y le has puesto sobre las obras de Tus manos; todo lo has sujetado bajo sus pies” (Heb 2:6–8, citando Salmos 8).[4] Si parece que es un poco vanidoso ver a los simples seres humanos como participantes de la obra de la creación, Hebreos nos recuerda que “Él [Jesús] no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Heb 2:11).

Por lo tanto, nuestro trabajo está diseñado para asemejarse al trabajo de Dios. Tiene un valor imperecedero. Cuando fabricamos computadoras, aviones y camisetas, cuando vendemos zapatos, financiamos préstamos, recogemos café, criamos hijos, gobernamos ciudades, provincias y naciones, o cuando hacemos cualquier clase de trabajo creativo, trabajamos junto a Dios en Su trabajo de creación.

El punto es que Jesús es el encargado supremo de la creación y, solo cuando trabajamos en Él, se restaura nuestra comunión con Dios. Esto es lo único que nos da la capacidad de tomar de nuevo nuestro lugar como vicerregentes de Dios en la Tierra. El destino diseñado para la humanidad lo estamos alcanzando en Jesús, en quien encontramos el patrón (Heb 2:10; 12:1–3), la provisión (Heb 2:10–18), el final y la esperanza para todo nuestro trabajo. Sin embargo, lo hacemos durante un tiempo caracterizado por la frustración y el riesgo de muerte, en el que la carencia de sentido es una amenaza para nuestra existencia misma (Heb 2:14–15). Hebreos reconoce que “no vemos aún todas las cosas sujetas” a los caminos de Su reino (Heb 2:8). El mal tiene una influencia fuerte en el presente.

Todo esto es crucial para entender lo que Hebreos mencionará más adelante acerca del cielo y el “mundo venidero” (Heb 2:5). Hebreos no está contrastando dos mundos diferentes —un mundo material malo con un mundo espiritual bueno. Más bien, está reconociendo que la creación buena de Dios ha quedado sujeta al mal y por eso, es necesaria una restauración radical para que vuelva a ser completamente buena. Toda la creación —no solo las almas humanas— está en el proceso de ser redimida por Cristo. “Al sujetarlo todo a él [el ser humano], [Dios] no dejó nada que no le sea sujeto” (Heb 2:8).

Ver Sean M. McDonough, Christ as Creator: Origins of a New Testament Doctrine [Cristo como creador: los orígenes de una doctrina del Nuevo Testamento] (Oxford: Oxford University Press, 2010).

Ver Robert Banks, God the Worker: Journeys into the Mind, Heart and Imagination of God [Dios el trabajador: una travesía por la mente, el corazón y la imaginación de Dios] (Sutherland, NSW: Albatross Books, 1992), y R. Paul Stevens, The Other Six Days [Los otros seis días] (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), 118–23, para consultar un estudio sobre el trabajo de Dios.

Además, la cita del Salmo 102 encaja en una secuencia de pasajes que muestran el cosmos como algo que fue creado por medio del Hijo y está en el proceso de ser purificado.

Las citas del Antiguo Testamento en Hebreos siempre se toman de la Septuaginta, la traducción antigua en griego de las Escrituras hebreas. Por esta razón, no siempre corresponden estrictamente con las traducciones modernas, las cuales no se basan en la Septuaginta sino en el texto hebreo masorético.

La creación ha quedado sujeta al mal (Hebreos 2:14 - 3:6)

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Aunque Cristo creó el mundo totalmente bueno, este se contaminó y quedó sujeto a “aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo” (Heb 2:14). El escritor de Hebreos dice poco sobre cómo sucedió esto, pero habla bastante acerca de la forma en la que Dios está trabajando para “librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida”, es decir, “la descendencia de Abraham” (Heb 2:16). Esto se refiere a los descendientes de Abraham, tanto a través de Isaac (los judíos) como Ismael (los gentiles) —es decir, todas las personas. La pregunta que hacen los hebreos es, ¿cómo librará Dios a la humanidad del mal, la muerte y el diablo? La respuesta es, por medio de Jesucristo, el gran sumo sacerdote.

Estudiaremos el sacerdocio de Jesús con más detalle cuando lleguemos a los capítulos centrales del libro (Heb 5–10). Por ahora, simplemente mencionamos que los capítulos iniciales del libro resaltan que el trabajo creador de Jesús y Su trabajo sacerdotal no están aislados el uno del otro. Hebreos los une: “Tú, Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de Tus manos” (Heb 1:10), y “para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo” (Heb 2:14). Esto nos dice que Cristo es el representante de Dios tanto de la creación original como de la obra de redención. El trabajo de creación de Cristo lo lleva, después de la Caída, a “librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud” (Heb 2:15) y a “hacer propiciación por los pecados del pueblo” (Heb 2:17).

Sabemos muy bien lo lejos que se encuentran nuestros lugares de trabajo del diseño original de Dios. Algunos trabajos existen principalmente porque es necesario refrenar la maldad que invade el mundo en la actualidad. Necesitamos a la policía para que refrene a los criminales, a los diplomáticos para que restauren la paz, a los profesionales en asistencia médica para que sanen las enfermedades, a los evangelistas para que llamen a las personas a que regresen a Dios, los talleres de reparación de autos para reparar lo que causan los accidentes, a los periodistas investigativos para que destapen la corrupción y a los ingenieros para que reconstruyan puentes deteriorados. Todos los lugares de trabajo sufren bastante por causa de la Caída. Aspectos como la mala gestión, las disputas entre los trabajadores y la gerencia, el chisme, el acoso, la discriminación, la pereza, la codicia, la falta de sinceridad y otros problemas grandes y pequeños, impiden nuestro trabajo y nuestras relaciones en todo momento. La solución de Dios no es abandonar Su creación o sacar de ella a los seres humanos, sino transformarla completamente, para volverla a crear en su bondad intrínseca. Para lograrlo, envía a Su Hijo a que sea encarnado en el mundo, así como era el creador del mundo. En nuestros lugares de trabajo, nos convertimos en “hermanos santos, participantes del llamamiento celestial” con Cristo (Heb 3:1), para sustentar y restaurar la creación. Esto no reemplaza el trabajo creador que comenzó en el jardín del Edén, sino que lo fortalece y lo aumenta. Los trabajos creadores y redentores se dan mano a mano y están entrelazados hasta el regreso de Cristo y la abolición de mal.

La vida en el desierto: el viaje al nuevo mundo (Hebreos 3:7 - 4:16)

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Aunque la creación es el buen trabajo de Dios en Cristo, todavía existe un contraste fuerte entre el mundo caído actual y el mundo glorioso venidero. En Hebreos 2:5, el autor describe el tema principal como “el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando”. Esto indica que el enfoque principal a lo largo del libro se encuentra en la creación que Dios perfecciona en la consumación de todas las cosas. Esto lo confirma la extensa exposición sobre el “reposo sagrado” que predomina en los capítulos 3 y 4.

A lo largo de libro, es común que Hebreos tome un texto del Antiguo Testamento como su punto de partida. En este caso, usa la historia del Éxodo para ilustrar la idea del reposo sagrado. Igual que Israel en Éxodo, el pueblo de Dios está en un peregrinaje hacia el lugar prometido de salvación. El reposo sagrado en Hebreos 4:9–10 no es simplemente un cese de actividades (Heb 4:10), sino también una celebración sagrada (Heb 12:22).[1] Continuando con la historia del Antiguo Testamento, Hebreos toma la conquista de la tierra bajo la dirección de Josué como una señal adicional que apunta hacia nuestro descanso supremo en el mundo venidero. El descanso de Josué es incompleto y necesita una consumación que solamente viene por medio de Cristo. “Porque si Josué les hubiera dado reposo, Dios no habría hablado de otro día después de ese” (Heb 4:8).

De esta idea se derivan al menos dos aspectos cruciales. Primero, la vida en el mundo actual conlleva un trabajo difícil. Esto está implícito en la idea del viaje, que es fundamental en la historia del Éxodo. Todos los que han viajado alguna vez saben que cualquier viaje requiere una gran cantidad de trabajo. Hebreos usa la idea central del reposo para representar no solo el descanso, sino también el trabajo que lo rodea. Trabajamos seis días y después descansamos. De igual forma, trabajamos duro en Cristo en el viaje de nuestra vida, y después descansamos en Cristo cuando se cumpla el reino de Dios. Desde luego, Hebreos no está queriendo decir que no hacemos nada más que trabajar, ya que, como veremos pronto, también hay momentos de descanso. Tampoco está diciendo que la actividad termina cuando el reino de Cristo se cumpla. El punto es que los cristianos tienen trabajo que hacer en el aquí y ahora. No debemos sentarnos en el desierto, ponernos cómodos y esperar que Dios aparezca y haga que nuestras vidas sean perfectas. Dios está trabajando a través de Cristo para hacer que el mundo vuelva a ser lo que Él quiso desde el principio. Somos privilegiados por ser invitados a participar en este gran trabajo.

El segundo punto está relacionado con el reposo y la adoración semanales. Es importante notar que el autor de Hebreos no aborda el tema del día de reposo semanal, ni para afirmarlo ni para condenarlo. Probablemente supuso que sus lectores acataban el día de reposo de alguna manera, aunque no lo sabemos con certeza. En Hebreos, el valor del descanso semanal se determina por sus consecuencias para el reino venidero. ¿Descansar ahora nos une más profundamente con la promesa de Dios del descanso futuro? ¿Esto nos sustenta en el viaje de la vida? ¿Guardar el día de reposo ahora es un acto de fe con el que celebramos el gozo que será completo en la eternidad? Realmente parece que cierta clase de reposo sagrado (como sea que se dé en cualquier comunidad determinada), sería una forma ideal de recordarnos que nuestro trabajo no es un ciclo interminable de monotonía que no conduce a ningún lado, sino que es una actividad con propósito que incluye la adoración y el descanso.

Visto de esta manera, nuestra rutina de trabajo semanal —tanto los seis días como el séptimo— pueden convertirse en ejercicios de consciencia espiritual. Cuando sentimos el escozor de la maldición sobre el trabajo (Gn 3:16–19) por medio de los colapsos económicos, la mala gestión, los compañeros de trabajo chismosos, los familiares desagradecidos, la remuneración inadecuada y otros, nos recordamos a nosotros mismos que los arrendatarios humanos han perjudicado gravemente la casa de Dios y anhelamos su restauración completa. Cuando nuestro trabajo va bien, nos recordamos a nosotros mismos que la creación de Dios, y nuestro trabajo en ella, son buenos, y que en cierta medida nuestro buen trabajo fomenta Sus propósitos para el mundo. En nuestro día de reposo, le dedicamos tiempo a la adoración y el descanso.

J. Laansma, I Will Give You Rest: The Rest Motif in the New Testament with Special Reference to Mt 11 and Heb 3–4 [Les daré descanso: el diseño del descanso en el Nuevo Testamento con una referencia especial a Mt 11 y Heb 3–4], vol. 98, Wissenschalftliche Untersuchungen zum Neuen Testament (Tübingen: Mohr Siebeck, 1997).

Nuestro gran sumo sacerdote (Hebreos 5:1 - 10:18)

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El tema de Jesús como nuestro gran sumo sacerdote predomina en la sección central del libro. Tomando Salmos 110 como su guía, el autor de Hebreos argumenta que el Mesías estaba destinado a ser “sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Heb 5:6), y que este sacerdocio es superior al sacerdocio de los levitas que supervisaban la vida religiosa de Israel. De acuerdo con Hebreos, el sacerdocio antiguo bajo el antiguo pacto, no podía quitar los pecados genuinamente, sino que solo podía recordarle a las personas sus pecados con los sacrificios interminables que ofrecían los sacerdotes mortales imperfectos. El sacerdocio de Jesús ofrece un sacrificio definitivo para siempre y nos ofrece un mediador que vive eternamente para interceder por nosotros. Aquí haremos énfasis en las implicaciones de los temas del sacrificio y la intercesión en la forma en la que afrontamos nuestro trabajo.

Nuestro servicio es posible gracias al sacrificio de Cristo (Hebreos 5:1 - 7:28)

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Por medio de Su sacrificio, Jesús logró quitar el pecado humano para siempre. “Pero Él [Cristo], habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios… Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados” (Heb 10:12, 14). “No necesita, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, cuando se ofreció a Sí mismo” (Heb 7:27). A esta expiación completa del pecado se le conoce comúnmente como “la obra de Cristo”.

Puede que parezca que el perdón de los pecados es un tema puramente eclesial o espiritual sin implicaciones en nuestro trabajo, pero no es así. Por el contrario, el sacrificio definitivo de Jesús promete liberar a los cristianos para que tengan una vida de servicio con pasión para Dios en todas las áreas de la vida. El texto resalta las consecuencias éticas —es decir, prácticas— del perdón en Hebreos 10:16, “Pondré Mis leyes en su corazón, y en su mente las escribiré”. En otras palabras, los que somos perdonados desearemos hacer la voluntad de Dios (en nuestros corazones) y recibiremos la sabiduría, visión y habilidad para hacerlo (en nuestras mentes).

¿Cómo es esto? Muchas personas consideran las actividades de la iglesia prácticamente de la misma forma en la que algunos israelitas veían los rituales del antiguo pacto. Estas personas consideran que, si vamos a ponernos del lado de Dios, necesitamos hacer algunos actos religiosos, ya que parece que eso es lo que a Dios le interesa. Ir a la iglesia es una forma agradable y fácil de cumplir el requisito, aunque el problema es que debemos seguir haciéndolo cada semana para que la “magia” no se acabe. La supuesta buena noticia es que una vez que cumplimos con nuestras obligaciones religiosas, somos libres de seguir con nuestros asuntos sin pensar mucho en Dios. No hacemos nada horrendo, por supuesto, pero básicamente caminamos solos hasta que volvemos a llenar nuestras cubetas del favor de Dios asistiendo a la iglesia la semana siguiente.

El libro de Hebreos destruye esta forma de ver a Dios. Aunque el sistema levítico fue parte de los buenos propósitos de Dios para Su pueblo, siempre estuvo destinado a apuntar más allá de sí mismo, al sacrificio futuro y definitivo de Cristo. No era un dispensario mágico del favor de Dios, sino una caja para el viaje. Ahora que Cristo ya vino y se ofreció a Sí mismo por nosotros, podemos experimentar el perdón genuino de los pecados directamente por medio de la gracia de Dios. Ya no tiene sentido hacer limpiezas rituales de por vida. No tenemos recipientes que deban ser —o puedan ser— llenadas con el favor de Dios por medio de actividades religiosas. Al confiar en Cristo y Su sacrificio, somos justificados frente a Dios. Hebreos 10:5 lo dice muy claramente: “Por lo cual, al entrar Él [Cristo] en el mundo, dice: Sacrificio y ofrenda no has querido, pero un cuerpo has preparado para Mí” (Heb 10:5).

Por supuesto, esto no significa que los cristianos no deban ir a la iglesia o que los rituales no caben en la adoración cristiana. Más bien, lo que es crucial es que el sacrificio consumado de Cristo dice que nuestra adoración no es un ejercicio religioso independiente separado del resto de nuestra vida. Más bien, es un “sacrificio de alabanza” (Heb 13:15) que revitaliza nuestra conexión con nuestro Señor, purifica nuestra conciencia, santifica nuestra voluntad y por tanto, nos libera para servir a Dios todos los días, donde sea que estemos.

Somos santificados para servir. Cristo dice, “He aquí, Yo he venido (en el rollo del libro está escrito de Mí) para hacer, oh Dios, Tu voluntad” (Heb 10:7). El servicio es el resultado inevitable del perdón de Dios. “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?” (Heb 9:14).[1]

Entonces, irónicamente, un enfoque en el trabajo celestial y sacerdotal de Cristo debería llevarnos a servir de una forma tremendamente práctica en el mundo. El sacrificio que ofreció Cristo, que lleva finalmente a la renovación del cielo y de la tierra (Heb 12:26; ver también Ap 21:1), se dio aquí en la Tierra. Así también nuestro propio servicio se da aquí en la rudeza de la vida diaria. Sin embargo, caminamos y trabajamos en este mundo confiando en que Jesús caminó antes que nosotros y completó el mismo viaje que estamos haciendo. Esto nos da la confianza de que nuestro trabajo para Él en todas las áreas de la vida no será en vano.

En algunas versiones dice “adorar” en vez de “servir”. “Adorar” ciertamente es una traducción posible del término griego latreuein, el cual, como el hebreo abad, puede significar tanto “adoración” como “servicio”. Sin embargo, en este contexto, son muy pocas las traducciones que usan la palabra “adorar”. La mayoría usa el término “servir”.

La intercesión de Cristo empodera nuestra vida y nuestro trabajo (Hebreos 7:1 - 10:18)

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Los sacerdotes en el antiguo pueblo de Israel no solo ofrecían sacrificios por las personas, sino que también ofrecían oraciones de intercesión. De igual forma, Jesús ora por nosotros ante el trono de Dios (Heb 7:25). “Él [Jesús] también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos” (Heb 7:25). “Cristo no entró en un lugar santo hecho por manos, una representación del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora en la presencia de Dios por nosotros” (Heb 9:24). Necesitamos que Jesús esté intercediendo por nosotros “siempre” en la presencia de Dios porque seguimos pecando, no alcanzamos Sus estándares y nos desviamos. Nuestras acciones hablan mal de nosotros ante Dios, pero las palabras de Jesús sobre nosotros son palabras de amor ante el trono del Padre.

Para ponerlo en términos laborales, imagine el temor que podría tener un ingeniero joven cuando lo llaman a conocer al jefe del departamento de transporte estatal. ¿Qué podría decirle al jefe? Debe reconocer que el proyecto en el que está trabajando se ha retrasado y está por encima del presupuesto, lo que hace que tenga aún más temor. Pero entonces se entera de que su supervisor, un mentor estimado, también estará en la reunión. Y resulta que su supervisor es un gran amigo del jefe del departamento de transporte desde que estaban en la universidad. El mentor le dice al ingeniero, “no te preocupes, yo me encargo”. ¿El joven ingeniero no tendrá mucha más confianza para dirigirse al jefe en presencia del amigo del jefe?

Hebreos enfatiza que Jesús no es solo un sumo sacerdote, sino que también es un sumo sacerdote que es solidario con nosotros. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado” (Heb 4:15). En un versículo que mencionamos anteriormente, Jesús le habla a Dios de “un cuerpo has preparado para Mí” (Heb 10:5). Cristo vino en forma corporal genuinamente humana, y realmente vivió como uno de nosotros.

El autor considera que, para poder ser un sumo sacerdote fiel, Jesús debe tener la capacidad de compadecerse de las personas, y no podría hacerlo si no hubiera experimentado las mismas cosas que ellas experimentan. Y por eso dice claramente que Jesús aprendió obediencia. “Aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció” (Heb 5:8). Desde luego, esto no significa que Jesús tenía que aprender a obedecer de la forma en la que lo hacemos nosotros —dejando de desobedecer a Dios. Significa que debía experimentar el sufrimiento y la tentación de primera mano para calificar como sumo sacerdote. Otros versículos expresan la misma idea con un lenguaje igualmente expresivo, diciendo que el sufrimiento de Jesús lo “hiciera perfecto” (Heb 2:10; 5:9; 7:28). El significado completo de “perfecto” no solo es “intachable”, sino también “completo”. Jesús ya era intachable, pero para que calificara para ser nuestro sumo sacerdote, necesitaba que esos sufrimientos lo completaran para el trabajo. ¿De qué otra manera podría haberse identificado con nosotros en las luchas diarias en este mundo?

Lo que más nos anima aquí es que este sufrimiento y aprendizaje se dio en el contexto de la obra de Jesús. Él no viene como una clase de antropólogo teológico que “aprende” sobre el mundo de una forma distante y clínica, o como un turista que viene de visita. En cambio, se entrelaza en el tejido de la vida real humana, incluyendo el trabajo real humano. Cuando enfrentamos problemas en el trabajo, podemos acudir a nuestro sumo sacerdote compasivo, estando totalmente seguros de que Él conoce de primera mano lo que estamos experimentando.

La realización de la fe (Hebreos 10 - 11)

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Seguir a Jesús es un trabajo duro y lo único que nos puede ayudar a continuar es la fe en el cumplimiento eventual de Sus promesas. “Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb 11:1). Necesitamos tener fe en que las promesas que Dios hizo son verdad, sin importar qué tan poco probable parezca en las circunstancias presentes. Una traducción más precisa de este versículo nos ayuda a ver la importancia práctica de la fe. “Ahora bien, la fe es la realización de lo que se espera, la demostración de lo que no se ve”.[1]  La palabra “realización” en inglés tiene dos sentidos que capturan los matices de los ejemplos de la fe dados en Hebreos 11: uno implica el darse cuenta de algo y el otro es algo que se hace realidad. En este sentido, una forma de “realización” es cuando vemos las cosas claramente, cuando finalmente entendimos. Y la segunda forma de realización es cuando vemos que las cosas se hacen realidad, cuando lo que esperábamos finalmente se cumple. Los héroes de la fe de Hebreos 11 se dan cuenta de las cosas y hacen realidad su fe. Retomando la segunda parte del versículo, están tan convencidos de lo que Dios ha dicho que lo demuestran por medio de lo que hacen.

Hebreos nos da los ejemplos prácticos de Noé, Abraham, Moisés y otros personajes del Antiguo Testamento. Todos estaban esperando con ansias el cumplimiento de la promesa de Dios de algo mejor de lo que estaban experimentando en su momento. Noé tuvo fe en el mundo que existiría después del diluvio, y se dio cuenta de que la fe implicaba construir un arca para salvar a su familia (Heb 11:7). Abraham tuvo fe en el reino venidero (o ciudad) de Dios (Heb 11:10), y vio que la fe implicaba emprender un viaje a la tierra que Dios le había prometido, aunque no sabía hacia dónde se dirigía (Heb 11:8–12). Moisés tuvo fe en una vida en Cristo que superaba por mucho los placeres que pudo haber reclamado como un hijo de la hija del faraón, y vio que la fe significaba escoger “antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres temporales del pecado” (Heb 11:25–26). Estas esperanzas y promesas no se cumplieron totalmente durante sus vidas, pero vivieron todos los días como si ya estuvieran experimentando el poder de Dios para cumplirlas.

Una fe como esta no es solo ilusiones vanas. Es tomar en serio la revelación de Dios en la Escritura (Heb 8:10–11), combinarlo con un “arrepentimiento de obras muertas” (Heb 6:1), perseverar en el “amor y a las buenas obras” (Heb 10:24) y una habilidad de ver la mano de Dios trabajando en el mundo (Heb 11:3), a pesar del mal y el quebrantamiento a nuestro alrededor. Finalmente, la fe es un regalo del Espíritu Santo (Heb 2:4), porque nunca podríamos aferrarnos a dicha fe por nuestra propia fuerza de voluntad.

Este fue un mensaje crucial para la audiencia de Hebreos, que estaban tentados a abandonar su esperanza en Cristo a cambio de una vida más cómoda en el aquí y ahora. Sus ojos estaban puestos no en la gloria futura, sino en las carencias presentes. La exhortación del libro es que las promesas de Dios son más perdurables, más gloriosas y, de hecho, más reales que los placeres pasajeros en el aquí y ahora.

Si vamos a ser conscientes de y hacer realidad la fe que Dios nos ha dado, tenemos que trabajar en medio de la tensión entre la promesa de Dios para el futuro y las realidades de la actualidad. Por una parte, debemos reconocer totalmente la naturaleza provisional y finita de todo lo que hacemos. No nos sorprenderemos cuando las cosas no resulten como esperábamos. “Todos éstos, habiendo obtenido aprobación por su fe, no recibieron la promesa” (Heb 11:39). Surgen situaciones en las que nuestros mejores esfuerzos por hacer un buen trabajo se frustran no solo por las circunstancias, sino también por las fechorías deliberadas de los seres humanos. Esto puede causarnos aflicción, pero no nos llevará al desespero porque tenemos nuestros ojos puestos en la ciudad venidera de Dios.

Algunas veces, nuestra propia debilidad frustra nuestro trabajo. No alcanzamos el blanco. Observe la lista de nombres en Hebreos 11:32. Cuando leemos sus historias, vemos claramente nuestras propias fallas, algunas veces significativas. Si leemos sobre la timidez de Barac en su trabajo como general (Jue 4:8–9) a través de la vista humana, probablemente no veríamos ninguna fe en él. Sin embargo, Dios ve la fe de ellos con Sus propios ojos y le da crédito por Su gracia al trabajo que realizaron, no por logros que alcanzaron. Esto nos puede animar cuando también tropezamos. Podemos haberle hablado duramente a un compañero de trabajo, haber sido impacientes con un estudiante, haber ignorado nuestra responsabilidad con nuestra familia y haber hecho nuestro trabajo de forma deficiente. Sin embargo, tenemos fe en que Dios es poderoso para traer Su diseño para el mundo incluso en medio de nuestra debilidad y fracaso.

Por otra parte, es precisamente porque tenemos nuestros ojos en la ciudad venidera de Dios que buscamos vivir de acuerdo con los estándares de esa ciudad, tanto como sea posible, en cada aspecto de la vida diaria y el trabajo. Los héroes de la fe en Hebreos hicieron realidad su fe en diversos lugares de trabajo. Eran personas que “por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia, obtuvieron promesas, cerraron bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada; siendo débiles, fueron hechos fuertes, se hicieron poderosos en la guerra, pusieron en fuga a ejércitos extranjeros” (Heb 11:33–34).

Imagine un contratista de construcción (una ilustración oportuna para un libro que habla sobre la construcción de la casa cósmica de Dios). El contratista tiene una visión clara sobre la vida en el reino venidero de Dios. Sabe que se debe caracterizar por la justicia, las relaciones armoniosas y la belleza duradera. Como una persona de fe, busca hacer realidad esta visión en el presente. Él es mayordomo de las materias primas de la tierra al construir la casa, creando un hogar de belleza sin una opulencia excesiva. Trata a sus compañeros de trabajo con el interés y el respeto que serán característicos de la ciudad futura de Dios. Les muestra un amor celestial a sus clientes al escuchar lo que desean para sus hogares terrenales, tratando de hacer realidad esos anhelos dentro de los límites monetarios y materiales. Persevera en los problemas cuando el radiador viejo es cinco centímetros más largo de lo que debía ser para el baño. O cuando un carpintero corta una viga costosa cinco centímetros más pequeña de lo necesario. Él acepta que un terremoto o huracán puede destruir todo su trabajo en cuestión de minutos, pero a pesar de eso se dedica de corazón a su trabajo. En medio de las alegrías y las frustraciones, quiere expresar los valores de la ciudad de Dios mostrando un amor consistente a otros, tanto en la calidad de sus relaciones personales como en la calidad de la casa que construye. Y confía en que cada edificio, aunque sea frágil e imperfecto, da fe a diario de la gran ciudad venidera, “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb 11:10).

W. Bauer, W. F. Arndt, F. W. Gingrich, y F. W. Danker, Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature [Diccionario de griego-inglés del Nuevo Testamento y otra literatura cristiana primitiva], 3ª ed. (Chicago: University of Chicago Press, 2001), en pistos. La versión Reina Valera Antigua se acerca más al término griego que algunas de las traducciones modernas: “Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven”.

Soportando la adversidad, buscando la paz (Hebreos 12:1 - 16)

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Hebreos pasa de dar ejemplos de santos fieles a retar a las personas de su propia época. Como el resto del Nuevo Testamento, Hebreos describe la vida cristiana como una vida llena de dificultades. Debemos soportar esta adversidad como una medida de la disciplina paternal de Dios. A través de esta, llegamos a compartir la santidad y justicia de Cristo. Así como el Hijo fue disciplinado y perfeccionado (Heb 5:7–10), los hijos de Dios pasamos por el mismo proceso.

Lo más común en el mundo es que interpretemos la adversidad como un castigo divino. Puede que los que nos rechazan también lo vean así y que nos reprochen por nuestros pecados y fracasos. Sin embargo, Hebreos nos recuerda que no hay condenación para los que han sido perdonados por medio del sacrificio de Cristo que es todo suficiente, una vez y para todos. “Ahora bien, donde hay perdón de estas cosas, ya no hay ofrenda por el pecado” (Heb 10:18). Nuestro Padre amoroso nos disciplinará (Heb 12:4–11), pero la disciplina no es un castigo (1Co 11:32). La disciplina es un entrenamiento fuerte, pero es una forma de amor, “porque el Señor al que ama, disciplina” (Heb 12:6). Que nadie pretenda interpretar nuestras dificultades como un castigo de Dios. “Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de Su santidad” (Heb 12:10).

Además, esta disciplina no es solamente para nuestro propio beneficio. Hebreos exhorta a los seguidores de Jesús a que busquen “la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. La “paz” que menciona Hebreos 12:14 habla de la noción completa del término hebreo shalom, que expresa un estado supremo de justicia y prosperidad compartido entre toda la comunidad. Es la meta final de salvación. Se expresa de otra forma más adelante en el capítulo con la imagen de la ciudad santa celestial de Sion (Heb 12:22–24).

Sabemos lo difícil que es soportar la adversidad y buscar la paz en nuestro trabajo. Habiendo recibido las promesas de Dios, esperamos de forma natural que estas hagan que nuestro trabajo sea más agradable inmediatamente. Queremos ser productivos, multiplicar nuestra riqueza y ganar autoridad —lo que es bueno ante los ojos de Dios (Gn 1:28)— y disfrutar amistades (Gn 2:18) en y por medio de nuestro trabajo. Si en vez de eso encontramos dificultades, problemas de dinero, falta de poder y hostilidad de parte de los compañeros de trabajo, es posible que soportar sea lo último en lo que pensemos. Puede que parezca mucho más fácil rendirse, renunciar o cambiar de trabajo —si es posible— o retirarse, holgazanear o buscar una justicia ruda establecida por nosotros mismos. O tal vez podemos cansarnos y desanimarnos, podemos permanecer en nuestro trabajo pero perder interés en hacerlo como un servicio para Dios. ¡Que Dios nos dé la gracia para soportar las situaciones difíciles en el trabajo! Las dificultades que enfrentamos en nuestro trabajo pueden ser medios por los cuales Dios nos disciplina para ayudarnos a ser personas más fieles y útiles. Si no podemos mantener la integridad, servir a otros y buscar la reconciliación en trabajos difíciles o ambientes laborales hostiles, ¿cómo podemos ser como Jesús, “aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra Sí mismo” (Heb 12:3)?

Haciendo que las cosas tiemblen (Hebreos 12:18-29)

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Uno de los malentendidos generalizados en cuanto al libro de Hebreos es que establece el mundo celestial (lo no creado) en contra del terrenal (lo creado) y que prevé la aniquilación del cosmos mientras que el cielo permanece como el reino inconmovible de Dios. Puede que parezca que a este malentendido lo respaldan textos como Hebreos 12:26–27.

Su voz hizo temblar entonces la tierra, pero ahora Él ha prometido, diciendo: Aún una vez más, Yo haré temblar no solo la tierra, sino también el cielo. Y esta expresión: Aún, una vez más, indica la remoción de las cosas movibles, como las cosas creadas, a fin de que permanezcan las cosas que son inconmovibles.

No obstante, luego de un análisis más detallado, vemos que el cielo y la tierra no son muy diferentes uno del otro. Los cielos también temblarán, igual que la tierra (Heb 12:26). Hebreos describe el mundo celestial como una “creación”, así como el cosmos (Heb 8:2, 11:10). Habla de resurrección (Heb 6:2, 11:35), lo que es una reclamación, no destrucción, de la creación. Entiende que el cosmos (Heb 1:2–6, 11:3) es la herencia del Hijo. Proclama que la ofrenda de Cristo era algo corporal, un evento de carne y hueso en este mundo (Heb 12:24; 13:2; 13:20). Finalmente, el “temblor” es la remoción de lo que es imperfecto o pecaminoso tanto en el cielo como en la tierra, no la destrucción de la tierra a favor del cielo.

El lenguaje aquí es una referencia a Hageo 2, donde “temblar” se refiere al derrocamiento de los invasores extranjeros, para que Israel y su templo pudieran ser reconstruidos. Esta referencia, y el argumento de Hebreos como un todo, indica que el resultado final de este temblor será que el templo de Dios sea lleno —en la tierra— de gloria. Todo el cosmos se convierte en el templo de Dios, purificado y recuperado. En Hageo 2, el temblor de los cielos y la tierra lleva a que se haga realidad la paz en la tierra, la cual en Hebreos 12 se nos dice que debemos buscar. “‘Y en este lugar daré paz [shalom]’ —declara el Señor de los ejércitos” (Hg 2:9).

Entonces, lo que es efímero no es el mundo creado sino la imperfección, el mal y el conflicto que infectan el mundo. Derramar nuestras vidas en el reino de Dios implica trabajar por medio de la creación y la redención que hacen parte del gobierno galopante de Cristo (Heb 7:2). Sin importar si somos cocineros, educadores, atletas, gerentes, administradores del hogar, ecologistas, senadores, bomberos, pastores o algo diferente, la forma en la que podemos participar en el reino de Cristo no es dejando el trabajo “terrenal” por el trabajo “espiritual”. Más bien, es perseverando —con acción de gracias a Dios (Heb 12:28)— en toda clase de trabajo bajo la disciplina de Cristo.

La hospitalidad (Hebreos 13:1-3)

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Entre las diversas exhortaciones finales de Hebreos 13, hay dos que son especialmente relevantes para el trabajo. Comencemos con Hebreos 13:2, en donde dice, “No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb 13:1–2). Este versículo hace referencia a Abraham y Sara cuando recibieron a sus visitantes (Gn 18:1–15), que resultaron ser ángeles (Gn 19:1), los portadores de la promesa de un hijo para Abraham y Sara (Gn 18:10), la cual se destaca de forma prominente en este libro (Heb 6:13–15; 11:8–20). Estos versículos también nos recuerdan los muchos actos de hospitalidad de Jesús (por ejemplo, Mt 14:13–21; Mr 6:30–44; Lc 9:10–17; Jn 2:1–11; 6:1–14; 21:12–13) y de los que lo seguían (por ejemplo, Mr 1:31; Lc 5:9), y las parábolas como la del banquete de bodas (Mt 22:1–4; Lc 14:15–24).

La hospitalidad puede ser una de las formas de trabajo más subestimadas en el mundo, al menos en el mundo moderno en Occidente. Muchas personas se esfuerzan por ser hospitalarias, incluso aunque para la mayoría sea un trabajo no remunerado. Además, cuando se les pregunta cuál es su ocupación, pocos dirían “soy hospitalario”. Es más probable que lo veamos como una diversión o un interés personal, en vez de un servicio a Dios. Sin embargo, la hospitalidad es un gran acto de fe que confía en que la provisión de Dios cubrirá los gastos de ofrecer alimento, bebida, entretenimiento y refugio; que el riesgo de daños o robo de la propiedad será soportable; que el tiempo que se pase con los visitantes no disminuirá el tiempo con la familia y los amigos: y, principalmente, que los visitantes son tan valiosos que vale la pena suplir sus necesidades. Aunque tengamos que esforzarnos bastante para ofrecerla —en la cárcel, por ejemplo (Heb 13:3)—, la hospitalidad es uno de los actos más significativos de trabajo o servicio que los seres humanos pueden hacer (Mt 25:31–40).

Además, casi todos los trabajadores tienen la oportunidad de poner en práctica una ética de hospitalidad en sus trabajos. Muchas personas trabajan en las industrias de la hospitalidad. ¿Reconocemos que estamos cumpliendo Hebreos 13:1–3 cuando entregamos una habitación de hotel limpia y bien cuidada, o una cena saludable y deliciosa, o cuando servimos como proveedores de alimentos en una fiesta o una recepción? Sin importar la industria o la ocupación, todas las interacciones con los compañeros de trabajo, clientes, proveedores o extraños en el lugar de trabajo son oportunidades para hacer que otros se sientan acogidos y valorados. Imagine el testimonio que daríamos los cristianos del amor de Dios si fuéramos reconocidos por ser hospitalarios en nuestra actividad comercial diaria.

Temas de dinero (Hebreos 13:5-6)

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La segunda exhortación relacionada con el trabajo en el capítulo 13 habla del amor al dinero: “Manténganse libres del amor al dinero, y conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: ‘Nunca te dejaré; jamás te abandonaré’” (Heb 13:5). Este mandato de ser libres del amor al dinero indica que las presiones financieras eran uno de los problemas específicos que enfrentaban los lectores originales de este libro. Esto ya se había mencionado en Hebreos 10:32–36 e indirectamente en Hebreos 11:25–26. Tal vez el énfasis en la “ciudad” futura (Heb 11:10; 12:22; 13:14) se debía en parte a que experimentaban una hostilidad económica y social en la ciudad en la que vivían en su época.

Tenemos plena confianza en la protección y la provisión de nuestro Dios, pero esto no nos garantiza de ninguna forma que disfrutaremos una vida de prosperidad material. Jesús nunca nos prometió una vida fácil y es posible que nuestro duro trabajo no sea recompensado con riquezas o lujos en esta vida. El punto de Hebreos 13:5–6 es que el Señor proveerá todo lo que necesitamos para una vida fundada en la fe. Desde luego, muchos creyentes fieles han experimentado grandes dificultades financieras, y puede que incluso hayan muerto por causa de frío extremo, sed, hambre, enfermedades o cosas peores. Murieron de esa forma por medio de la fe, no por falta de ella. El autor de Hebreos está perfectamente consciente de esto, habiendo narrado historias de cristianos que sufrieron torturas, burlas, palizas, encarcelamiento, apedreamiento, pobreza, persecución, tormentos, que fueron cortados en dos, asesinados con espada y deambularon por montañas, desiertos, en cuevas y hoyos en la tierra (Heb 11:35–38). Al final, las promesas de Dios y nuestras oraciones serán cumplidas, así como lo fueron para Su Hijo, por medio de la resurrección de los muertos (Heb 5:7–10). Este libro tiene una visión económica transformada: que nuestras necesidades son satisfechas en el avance del reino de Dios, no en nuestra prosperidad personal. Por tanto, si no tenemos nada, no nos desesperamos; si tenemos suficiente, estamos contentos; y si tenemos mucho, lo sacrificamos por el bien de otros.

La advertencia en contra del amor al dinero no surge de la idea de que el reino de Dios en la creación, el mundo material, es de alguna forma menos espiritual que el reino de Dios en el cielo. En cambio, surge de la conciencia sobrecogedora de que, en un mundo caído, el amor por el dinero crea un apego al orden actual que obstruye nuestro trabajo por la transformación del mundo. Si el dinero es la razón principal por la que tomamos un trabajo, fundamos una empresa, nos postulamos a un puesto, nos unimos a una iglesia, escogemos nuestros amigos, invertimos nuestros recursos y nuestro tiempo, o encontramos pareja, entonces no estamos viviendo por fe.

El trabajo fuera del campamento (Hebreos 13:11-25)

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La tercera exhortación relacionada con el trabajo en el capítulo 13 es que “salgamos a Él [Jesús] fuera del campamento, llevando Su oprobio” (Heb 13:13). De acuerdo con Hebreos 13:11–13, “los cuerpos de aquellos animales, cuya sangre es llevada al santuario por el sumo sacerdote como ofrenda por el pecado, son quemados fuera del campamento”, fuera del ámbito de lo santo, en el lugar de lo impuro. “También Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre, padeció fuera de la puerta”, fuera del campamento, en el terreno de lo impío. Así, Hebreos nos enseña que también debemos hacer un viaje fuera del campamento y unirnos a Jesús allí.

Muchos cristianos trabajan en lugares “fuera del campamento” de la santidad, es decir, en lugares donde la hostilidad, los retos éticos y el sufrimiento son hechos habituales. A veces creemos que para seguir a Cristo como se debe, necesitamos encontrar lugares de trabajo más santos. Pero este pasaje en Hebreos nos muestra que lo correcto es lo opuesto. Seguir a Cristo de forma plena es seguirlo a los lugares en donde Su ayuda salvadora se necesita desesperadamente, aunque no necesariamente sea bien recibida. Hacer el trabajo del reino de Jesús implica sufrir junto con Jesús. La frase “llevando Su oprobio” hace eco de la fe de Moisés, que escogió el “oprobio de Cristo” por encima del honor y los tesoros de Egipto (Heb 11:24–26). Este “oprobio” era la pérdida del honor y las posesiones que se mencionan anteriormente en el libro. Algunas veces será posible que sacrificar nuestras posesiones, privilegios y estatus sea la única manera en la que podemos ayudar a otros. Además, la razón por la que Dios nos envía a trabajar “fuera del campamento” en primer lugar es precisamente ayudar a otros. “Y no os olvidéis de hacer el bien y de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Heb 13:16).

Conclusión de Hebreos

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Hebreos nos invita al mundo de la promesa de Dios para Abraham —una promesa de llevar a toda la humanidad a Su reino sagrado. Este libro anuncia el cumplimiento de la voluntad de Dios de incorporar todo el cosmos en la esfera de Su propia santidad. Como un pueblo en un peregrinaje hacia el reino de Dios, estamos llamados a invertir nuestras vidas, incluyendo nuestra vida laboral, en el cosmos que Dios diseñó y construyó. El libro de Hebreos nos exhorta a estar contentos con lo que Dios provee y a trabajar por la paz (shalom) y la santidad de todos. Debemos sufrir con alegría la pérdida del honor y las posesiones por el gozo que está por delante de nosotros. En este viaje, el Hijo de Dios nos provee, nos alienta y nos anima. Él es el verdadero sacerdote cuyo sacrificio propio abre un camino para que el mundo sea purificado y restaurado a lo que Dios deseó desde el comienzo. Incluso en medio de nuestro sufrimiento, la gratitud debe ser nuestra actitud básica y la fuente de perseverancia. Cristo nos llama a dar a conocer los valores de Su reino dentro de la estructura económica, social y política de un mundo caído. Esto requiere escapar de la trampa de vivir por el dinero. Lo que hacemos, y lo que dejamos de hacer, declara estos valores. Tenemos un trabajo, sin importar nuestra ocupación, y una meta, que es “hacer Su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos” (Heb 13:21).