Job y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Job

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El libro de Job explora la relación entre la prosperidad, la adversidad y la fe en Dios. ¿Tenemos fe en que Dios es la fuente de todo lo bueno? Entonces, ¿qué significa si lo bueno desaparece de nuestra vida? ¿Abandonamos nuestra fe en Dios o en Su bondad? ¿O lo tomamos como una señal de que Dios nos está castigando? ¿Cómo podemos permanecer fieles a Dios en tiempos de sufrimiento? ¿Qué esperanza podemos tener para el futuro?

Estas preguntas surgen en todos los ámbitos de la vida, pero tienen una conexión especial con el trabajo ya que una de las principales razones por las que trabajamos es para alcanzar cierto grado de prosperidad. Trabajamos —entre muchas otras razones— para tener un techo sobre nuestras cabezas, para que haya comida en nuestra mesa y para proveer cosas buenas para nosotros mismos y las personas que amamos. La adversidad puede amenazar el nivel de prosperidad que tengamos, y es difícil mantener la fe en tiempos de adversidad económica. El personaje principal del libro de Job comienza en una situación de prosperidad y experimenta una calamidad casi inimaginable que incluye la pérdida de su forma de vida y su riqueza. A lo largo del libro, su fe pasa por una fuerte prueba mientras experimenta tanto el éxito fascinante como la derrota aplastante en su trabajo y su vida.

En esta sección estudiaremos las muchas aplicaciones del libro en el trabajo. ¿El éxito económico es una muestra de nuestras habilidades o de la bendición de Dios? ¿Qué nos dice la pérdida de un empleo o el fracaso sobre la opinión de Dios de nuestra labor? ¿Cómo nos puede ayudar la fe en Dios a enfrentar los fracasos y las pérdidas? ¿Cómo afecta el estrés laboral la vida de nuestra familia y nuestra salud? ¿Cómo podemos manejar los sentimientos de ira hacia Dios si Él permite que suframos un trato injusto en el trabajo? Profundizaremos en el tratado práctico de Job sobre las relaciones entre superiores y subordinados, fundadas en el respeto mutuo hacia cada persona creada por el único Dios verdadero. Finalmente, consideraremos la contribución excepcional que Job hace a los derechos económicos de las mujeres.

Contexto y bosquejo

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El autor del libro de Job es anónimo. Parece que Job no es israelita, ya que se dice que era de la tierra de Uz (Job 1:1), la cual, según la mayoría de eruditos, estaba en el sureste de antiguo Israel. Debido a que se cita en el libro de Ezequiel (Ez 14:14, 20), parece correcto señalar que esta historia ocurrió antes de la muerte de Ezequiel (el siglo sexto antes de Cristo). De cualquier forma, su historia es atemporal.

El libro contiene una gran variedad de géneros literarios (narrativa, poesía, visiones, diálogo, y otros) que se entrelazan para formar una obra de arte literaria. El bosquejo más comúnmente aceptado identifica dos ciclos de lamento, diálogo y revelación, intercalados entre un prólogo y un epílogo:

Job 1-2

Prólogo—La pérdida de la prosperidad de Job

Job 3

El primer lamento de Job

Job 4-27

Los amigos de Job lo culpan de la calamidad

Job 28

Revelación de sabiduría

Job 29-31

El segundo lamento de Job

Job 32-37

Diálogo con Eliú

Job 38 -42:9

La aparición de Dios

Job 42:7-17

Epílogo—Se restablece la prosperidad de Job

Teología y temáticas

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Job, más conocido para los lectores de la Biblia como el hombre recto que sufrió injustamente, ejemplifica a quienes se cuestionan sobre el porqué del sufrimiento de las personas buenas. La fe de Job en Dios se pone a prueba al extremo y la historia da a entender que el compromiso de Job con Dios mengua. Como veremos, las aflicciones de Job comienzan en el trabajo, y el libro nos da ideas valiosas sobre cómo un seguidor de Dios puede obrar fielmente en medio de los altos y bajos de la vida laboral.

La prosperidad de Job es reconocida como una bendición de Dios (Job 1:1-12)

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Al comienzo del libro de Job, se nos presenta a un campesino y ganadero excepcionalmente próspero llamado Job. Él es descrito como el hombre “más grande de todos los hijos del oriente” (Job 1:3). Igual que los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, su riqueza es medida por sus miles de cabezas de ganado, numerosos sirvientes y una gran familia. Sus siete hijos y tres hijas (Job 1:2) son tanto una alegría personal para él como una base importante de su riqueza.

En las sociedades agrícolas, los hijos suministran la parte más estable del trabajo necesario en un hogar. En ellos estaba la mejor esperanza de una jubilación cómoda. Este era el único plan de pensiones disponible en el Cercano Oriente antiguo, y lo sigue siendo en muchos lugares del mundo en la actualidad.

Job considera su éxito como el resultado de la bendición de Dios. Se nos dice que Dios ha “bendecido el trabajo de sus manos y sus posesiones han aumentado en la tierra” (Job 1:10). La aceptación de Job de que le debe todo a la bendición de Dios es resaltada por un detalle inusual. Él se preocupa por que sus hijos puedan estar ofendiendo a Dios inadvertidamente. Aunque Job es cuidadoso de permanecer “intachable y recto” (Job 1:1), le preocupa la posibilidad de que sus hijos no sean igual de meticulosos. ¿Y qué si uno de ellos, confundido por beber demasiado durante sus frecuentes fiestas de varios días, pecara al  maldecir a Dios (Job 1:4-5)? Por esto, después de cada fiesta y para contrarrestar cualquier ofensa a Dios, “Job enviaba a buscarlos y los santificaba, y levantándose temprano, ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos” (Job 1:5).

Dios reconoce la fidelidad de Job y le dice a Satanás (una palabra hebrea cuyo significado simplemente es “acusador”[1]), “¿Te has fijado en mi siervo Job? Porque no hay ninguno como él sobre la tierra, hombre intachable y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:8). El acusador detecta una oportunidad para la maldad y responde, “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (Job 1:9). ¿Es decir que Job ama a Dios solo porque lo ha bendecido tan abundantemente? ¿La alabanza de Job y sus holocaustos “conforme al número de todos ellos” (Job 1:5) son solo un sistema planeado para hacer que los bienes siguieran aumentando? O para decirlo con una imagen contemporánea, ¿la fidelidad de Job no es más que una moneda que se introduce en la máquina dispensadora de la bendición de Dios?

Esta pregunta la podríamos aplicar para nosotros mismos. ¿Nos relacionamos con Dios principalmente para que nos bendiga con las cosas que queremos? O aún peor, ¿lo hacemos con el fin de que no sea un mal augurio para el éxito que creemos alcanzar por nuestra propia cuenta? Este puede no ser un tema candente durante los buenos tiempos. Nosotros creemos en Dios y lo reconocemos —al menos teóricamente— como la fuente de todo lo bueno. Al mismo tiempo, trabajamos con diligencia para que la bondad de Dios y nuestro trabajo vayan mano a mano. Cuando los tiempos son buenos y en efecto prosperamos, es natural darle las gracias a Dios y alabarlo por ello.

En Job, el término hebreo ha-satan ("el acusador") parece ser usado como un título que se refiere a la función realizada por uno de los "seres celestiales" en el séquito de Dios (Job 1: 6), en lugar de una Nombre para el diablo. El significado de esto es muy debatido entre los estudiosos. No es nuestro propósito adoptar una posición en este debate, por lo que hemos aceptado el término utilizado en todas las traducciones principales, a saber, "Satanás".

Dios permite que Satanás acabe con la prosperidad de Job (Job 1:13-22)

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El problema del dolor viene cuando los tiempos son difíciles. Cuando nos ignoran para un ascenso o perdemos nuestro empleo, cuando sufrimos una enfermedad crónica, cuando perdemos a las personas que amamos, ¿entonces qué? Allí enfrentamos la pregunta, “Si Dios me estaba bendiciendo durante los tiempos buenos, ¿ahora me está castigando?” Esta es una pregunta bastante importante.

Entonces, si Dios nos está castigando, debemos cambiar lo que estamos haciendo para que Él termine el castigo. Pero, si nuestras dificultades no son un castigo de parte de Dios, cambiar lo que estamos haciendo sería necio e incluso puede estar en contra de lo que Dios quiere que hagamos.

Imagine el caso de una profesora. A ella la despiden durante un corte de presupuesto de la escuela y piensa, “Dios me está castigando porque no decidí ser misionera”. Al ver su despido como una señal, decide entrar al seminario y pide dinero prestado para pagarlo. Tres años después se gradúa y comienza a buscar apoyo para su misión. Si en realidad fue Dios quien causó el despido para castigarla por no volverse misionera, la ofensa ha terminado. Ya estaría en una buena condición.

Pero, ¿si su despido no fuera un castigo de parte de Dios? ¿Qué pasa si Dios no desea que ella se convierta en misionera? Durante su tiempo en el seminario puede estar perdiendo la oportunidad de servir a Dios como profesora. Aún peor, ¿qué pasa si no encuentra el apoyo que necesita como misionera? No tendrá trabajo y tendrá una deuda de decenas de miles de dólares. ¿Entonces se sentirá abandonada por Dios si su plan misionero no funciona? ¿Podría incluso perder su fe o llenarse de amargura contra Dios? Si es así, no sería la primera. Sin embargo, todo sería porque ella supuso equivocadamente que su despido era una señal del castigo de Dios. La cuestión de si la adversidad es o no una señal de la desaprobación de Dios no es un tema sencillo. 

El acusador —Satanás— espera tenderle una trampa similar a Job y le dice a Dios que si le quitara las bendiciones que le ha concedido tan abundantemente a Job, “verás si no te maldice en tu misma cara” (Job 1:11; 2:5). Si Satanás logra que Job crea que Dios lo está castigando, Job podría quedar atrapado en una de dos trampas; puede abandonar sus hábitos rectos al suponer incorrectamente que son ofensivos para Dios, o, incluso mejor desde el punto de vista del acusador, se puede llenar de amargura contra Dios por Su castigo inmerecido y abandonar sus caminos por completo. Cualquiera terminaría en  maldición delante de de Dios.

Dios le permite a Satanás que proceda con su plan. El libro no explica el porqué. Un día trágico, casi todo lo que Job valora es robado y las personas que ama —incluyendo todos sus hijos— son asesinadas, o mueren por culpa de grandes tormentas (Job 1:13-16). No obstante, Job no supone que Dios lo está castigando ni se llena de amargura por el trato de Dios. En cambio, lo alaba (Job 1:20). En el momento más difícil, Job bendice la autoridad de Dios sobre todas las circunstancias de la vida, buenas y malas. “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21).

La actitud de excelente equilibrio de Job es excepcional. Él entiende correctamente que la prosperidad que tenía era una bendición de Dios y no se imagina siquiera haber merecido esta bendición, a pesar de que reconoce que él era recto (implícito en Job 1:1, 5 y dicho explícitamente en Job 6:24-30, y otros). Debido a que reconoce que no merecía sus bendiciones anteriores, sabe que no necesariamente merece sus sufrimientos actuales. Él no considera que su condición sea una medida del favor de Dios. Por consiguiente, no pretende saber por qué Dios lo bendijo con prosperidad en un momento y en otro no.

El libro de Job es una amonestación al “evangelio de la prosperidad”, el cual declara que aquellos que tienen una buena relación con Dios siempre son bendecidos con prosperidad. Simplemente esto no es verdad y Job es la Prueba Número Uno. Pero Job también representa una amonestación al “evangelio de la pobreza”, que declara lo opuesto —que una buena relación con Dios implica una vida de pobreza. La idea de que los creyentes deberían igualar la pérdida de Job es demasiado descabellada para aparecer incluso a un lado de la discusión en Job. La prosperidad inicial de Job era una bendición de Dios genuina y su pobreza extrema es una calamidad genuina.

Job puede permanecer fiel aún durante la adversidad porque entiende la prosperidad correctamente. Ya que ha experimentado la prosperidad como una bendición de Dios, está preparado para sufrir la adversidad sin sacar conclusiones apresuradas. Él sabe qué es lo que no sabe —es decir, por qué Dios nos bendice con prosperidad o nos permite sufrir la adversidad. Y así mismo, sabe lo que sí sabe —es decir, que Dios es fiel incluso cuando permite que experimentemos gran dolor y sufrimiento. Como resultado, “en todo esto Job no pecó ni culpó a Dios” (Job 1:22).

Dios permite que Satanás destruya la salud de Job (Job 2:1-11)

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Job es capaz de soportar una pérdida abrumadora sin hacer concesiones en cuanto a su “integridad” o su condición intachable[1] (Job 2:3). Sin embargo, Satanás no se  rinde. Tal vez Job simplemente no ha enfrentado suficiente sufrimiento y dolor. Ahora, Satanás lo acusa de servir a Dios solo porque conserva su salud (Job 2:4). Así que Dios permite que el acusador aflija a Job con llagas malignas “desde la planta del pie hasta la coronilla” (Job 2:7). Esta situación realmente mortifica a la esposa de Job, quien le dice, “¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9). Ella acepta que Job es irreprensible delante de Dios, pero a diferencia de él, no ve el propósito de ser irreprensible si eso no trae la bendición divina. Job le responde con uno de los versículos clásicos de la Escritura, “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?” (Job 2:10).

Una vez más, encontramos a Job atribuyéndole a Dios todas las circunstancias de la vida. Mientras tanto, Job no conoce la actividad celestial que está detrás de su situación. Él no puede ver las dinámicas internas del cielo y es solo la integridad de su fe lo que evita que maldiga a Dios. ¿Qué hay de nosotros? ¿Reconocemos que, como Job, no entendemos los misterios del cielo que determinan nuestra prosperidad y adversidad? ¿Nos preparamos para la adversidad practicando la fidelidad y dando gracias durante los buenos tiempos? El hábito firme de Job de la oración y el sacrificio puede haber parecido algo singular o incluso obsesivo cuando lo encontramos en Job 1:5, pero ahora podemos ver que una vida entera de prácticas fieles forjaron su capacidad de permanecer fiel en las circunstancias extremas. La fe en Dios puede venir en un instante, pero la integridad se forma a lo largo de toda la vida.

La adversidad de Job surge en su lugar de trabajo con la pérdida de su fuente de ingresos. Luego se extiende a su familia y eventualmente ataca su salud. Nosotros conocemos este patrón. Fácilmente nos podemos identificar tanto con nuestra labor que las contrariedades en el lugar de trabajo se extienden a nuestra familia y nuestra vida personal. Los fracasos en el trabajo amenazan nuestra identidad  e incluso nuestra integridad. Esto, además de los estragos prácticos de perder el ingreso y la seguridad, puede perturbar severamente las relaciones familiares. Aunque la muerte en el trabajo es poco común en la mayoría de las ocupaciones, el estrés relacionado con el trabajo puede llevar al deterioro a largo plazo de la salud física y mental y a problemas familiares. Puede causar que seamos incapaces de encontrar paz, descanso o incluso de tener una buena noche de sueño (Job 3:26). En medio de tal tensión, Job mantiene su integridad. Tal vez sea tentador encontrar una enseñanza como por ejemplo, “no se involucre tanto en su trabajo como para permitir que los problemas laborales afecten a su familia o su salud”. Sin embargo, esta lección no le hace justicia a la profundidad de la historia de Job, cuyos problemas sí afectaron a su familia y su salud, además de su trabajo. La sabiduría en este libro no se refiere a cómo minimizar la adversidad manteniendo límites sensatos, sino a la forma en la que podemos mantenernos fieles en las peores circunstancias de la vida.

La palabra hebrea tam, traducida como “integridad” tiene la misma raíz que tummah, traducida en el mismo versículo como “intachable”. 

Los amigos de Job llegan para consolarlo (Job 2:11-13)

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Luego del mal causado por Satanás, algo de apoyo habría sido realmente útil para Job. Entonces entran a la historia sus tres amigos, quienes son descritos como hombres sensibles, piadosos y compasivos, que incluso llegan a sentarse con Job durante siete días y siete noches (Job 2:13). En este punto, son lo suficientemente sabios para no decir nada. El consuelo viene de la presencia de los amigos en la adversidad, no de lo que puedan decir para mejorar la situación. Nada de lo que dijeran podría mejorar las cosas.

El primer lamento de Job (Job 3)

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Lo único que le queda por hacer a Job es lamentarse. Él se niega a incriminarse a sí mismo falsamente y se rehúsa a culpar o a dejar a Dios. Sin embargo, no duda en expresar su angustia con los términos más fuertes. “Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo: ¨Un varón ha sido concebido¨” (Job 3:3). “¿Por qué no morí yo al nacer, o expiré al salir del vientre?” (Job 3:11). “O como aborto desechado, yo no existiría, como los niños que nunca vieron la luz” (Job 3:16). “¿Por qué dar luz al hombre cuyo camino está escondido, y a quien Dios ha cercado?” (Job 3:23). Observe que en su mayoría, el lamento se encuentra en forma de preguntas. La causa de este sufrimiento es un misterio; de hecho, puede ser el misterio más grande de la fe. ¿Por qué Dios permite que sufran las personas que ama? Job no conoce la respuesta, así que lo más honesto que puede hacer es formular preguntas.

Los amigos de Job lo acusan de hacer el mal (Job 4-23)

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Lamentablemente, los amigos de Job no son capaces de sobrellevar el misterio de su sufrimiento, así que sacan conclusiones apresuradas acerca de la fuente de su aflicción. El primero de los tres es Elifaz, quien reconoce que Job ha sido fuente de fortaleza para otros (Job 4:3-4). Sin embargo, más adelante decide culpar directamente a Job de su sufrimiento, y le dice, “Recuerda ahora, ¿quién siendo inocente ha perecido jamás? ¿O dónde han sido destruidos los rectos? Por lo que yo he visto, los que aran iniquidad y los que siembran aflicción, eso siegan” (Job 4:7-8). El segundo amigo de Job es Bildad, quien dice casi lo mismo. “He aquí, Dios no rechaza al íntegro, ni sostiene a los malhechores” (Job 8:20). El tercer amigo, Zofar, repite prácticamente lo mismo. “Si en tu mano hay iniquidad y la alejas de ti y no permites que la maldad more en tus tiendas, entonces, ciertamente levantarás tu rostro sin mancha, estarás firme y no temerás. Tu vida será más radiante que el mediodía” (Job 11:14-15, 17).

El razonamiento de los tres es un silogismo. Dios solamente envía calamidades a las personas malvadas. Si usted ha sufrido una calamidad, entonces debe ser malvado. Job mismo no acepta este argumento falso, pero algunos cristianos sí lo hacen. Esta es una teología de retribución divina que da por sentado que Dios bendice a aquellos que le son fieles y castiga a quienes pecan. Esta afirmación no es completamente anti bíblica. Hay muchos casos en los que Dios envía calamidades como un castigo, como lo hizo en Sodoma (Gn 19:1-29). Con frecuencia, nuestras experiencias sí corroboran esta posición teológica ya que, en la mayoría de situaciones, las cosas salen mejor cuando seguimos las enseñanzas de Dios que cuando las olvidamos. Sin embargo, Dios no siempre trabaja de esa manera. Jesús mismo dijo que el desastre no es necesariamente una señal del juicio de Dios (Lc 13:4). En el caso de Job, sabemos que la teología de la retribución divina no es real porque Dios dice que Job es un hombre recto (Job 1:8; 2:3). El error devastador de los amigos de Job es que usan una generalización para la situación de Job sin saber de qué están hablando.

Cualquier persona que haya compartido tiempo con un amigo que esté sufriendo sabe lo difícil que es permanecer a su lado sin tratar de dar respuestas. Es insoportable sufrir en silencio con un amigo que debe reconstruir su vida pedazo a pedazo, sin ninguna certeza sobre el resultado. Nuestro instinto es investigar qué salió mal e identificar una solución. Además, creemos que podemos ayudarlo a eliminar la causa de su aflicción y volver a la normalidad lo más pronto posible. Al descubrir la causa, al menos sabremos cómo evitar el mismo destino. Preferimos encontrarle una razón al sufrimiento —sea correcta o incorrecta— antes que aceptar el misterio en la esencia del sufrimiento.

Si los amigos de Job sucumben ante esta tentación, sería necio creer que nosotros nunca lo haríamos. ¿Cuánto daño hemos causado los cristianos de buenas intenciones con nuestras respuestas al sufrimiento que, aunque suenan piadosas, son ignorantes porque no sabemos lo que decimos? “No hay mal que por bien no venga”, “es parte de plan de Dios”, o “Dios nunca permite más dificultades de las que cada uno puede manejar”. Por lo general, estas trivialidades son falsas y menosprecian el dolor de los demás. ¡Qué arrogante creer que sabemos cuál es el plan de Dios! Qué necio pensar que conocemos la razón por la que otra persona está sufriendo si ni siquiera conocemos la razón de nuestro propio sufrimiento. Sería más sincero —y mucho más útil— admitir, “No sé por qué te ocurrió esto. Quisiera que nadie tuviera que pasar por algo así”. Si somos capaces de hacer esto y seguir acompañando, nos podemos convertir en intermediarios de la compasión de Dios.

Los amigos de Job no pueden lamentarse con él ni reconocer que no tienen el criterio para juzgarlo. Están empecinados en defender a Dios acusando a Job (lo que hace que asuman el rol de Satanás). Al avanzar en sus discursos, la retórica de los amigos se vuelve cada vez más hostil. Enfrentan la elección autoimpuesta de culpar a Job o culpar a Dios y endurecen sus corazones contra el que era su amigo. Elifaz le dice, “¿No es grande tu maldad, y sin fin tus iniquidades?” (Job 22:5) y luego inventa algunas acciones malas que le atribuye a Job. “No dabas de beber agua al cansado, y le negabas pan al hambriento” (Job 22:7). “Despedías a las viudas con las manos vacías y quebrabas los brazos de los huérfanos” (Job 22:9).

El último discurso de Zofar señala que el malvado no disfrutará sus riquezas porque Dios hará que su estómago las vomite (Job 20:15); también dice que “Devuelve lo que ha ganado, no lo puede tragar; en cuanto a las riquezas de su comercio, no las puede disfrutar” (Job 20:18). Esta es una manera apropiada de corregir la mala conducta de un malvado, el cual “ha oprimido y abandonado a los pobres; se ha apoderado de una casa que no construyó” (Job 20:19). El lector sabe que este no es el caso de Job. ¿Por qué Zofar está tan empecinado en inculparlo? ¿A veces estamos muy dispuestos a seguir los pasos de Zofar cuando nuestros amigos enfrentan fracasos en el trabajo y en la vida?

El libro de Job exige que comparemos nuestra percepción con la de los amigos de Job. Nosotros también —probablemente— sabemos qué es correcto e incorrecto y tenemos cierta conciencia de las enseñanzas de Dios. Sin embargo, no conocemos todos los caminos de Dios, ya que aplican en toda época y lugar. “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; es muy elevado, no lo puedo alcanzar” (Sal 139:6). Usualmente, los caminos de Dios son un misterio que va más allá de nuestro entendimiento. ¿Es posible que también seamos culpables de hacer juicios ignorantes en contra de nuestros amigos o compañeros de trabajo?

Sin embargo, no siempre son nuestros amigos los que nos acusan. A diferencia de Job, muchos estamos listos para acusarnos a nosotros mismos. Cualquier persona que haya experimentado el fracaso puede haber considerado, “¿Qué he hecho para merecer esto?” Es natural y no del todo incorrecto. Algunas veces por simple pereza, datos incorrectos o incompetencia, tomamos malas decisiones que hacen que fallemos en el trabajo. Sin embargo, no todos los fracasos son el resultado directo de nuestras propias carencias, ya que muchos resultan de circunstancias que no podemos controlar. Los lugares de trabajo son complejos, con muchos factores que exigen nuestra atención, muchas situaciones ambiguas y muchas decisiones cuyos resultados son imposibles de predecir. ¿Cómo sabemos si estamos o no siguiendo los caminos de Dios todo el tiempo? ¿Cómo podemos saber con seguridad si nuestros éxitos y fracasos son el resultado de nuestras propias acciones o si son causados por otros factores? ¿Cómo podría un agente externo juzgar la rectitud de nuestras acciones sin conocer cada detalle íntimo de nuestra situación? De hecho, ¿cómo podríamos incluso juzgarnos a nosotros mismos con lo limitado que es nuestro propio conocimiento?

Los amigos de Job lo acusan de abandonar a Dios (Job 8-22)

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Eventualmente, los amigos de Job pasan de cuestionar lo que él hizo mal a cuestionar si había abandonado a Dios (Job 15:4, 20:5). Durante el proceso, sus amigos lo animan a que regrese a Dios. Bildad le dice a Job, “Si tú buscaras a Dios e imploraras la misericordia del Todopoderoso” (Job 8:5) tu futuro sería mejor (Job 8:7) y estaría lleno de “risa” y “gritos de júbilo” (Job 8:21). Elifaz lo exhorta diciendo, “Si vuelves al Todopoderoso, serás restaurado” (Job 22:23). De nuevo, en términos generales, este es un buen consejo. Cuando nos alejamos de Dios necesitamos que nos recuerden que debemos regresar a Él. Sin embargo, los lectores sabemos que Job no ha hecho nada para merecer su sufrimiento. Aun así, los ataques de sus amigos hacen que Job comience a dudar de sí mismo. Justo cuando necesita que sus amigos crean en él, ellos evitan que crea en sí mismo. ¿Cómo pueden apoyarlo cuando ya se han convencido a sí mismos de que él es el culpable?

Job defiende su caso ante Dios (Job 5-13)

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Job tiene la sabiduría que nos falta a muchos cristianos. Él sabe entregarle a Dios sus emociones en vez de descargarlas en sí mismo o en las personas que lo rodean. Además, cree que la fuente de las bendiciones —e incluso las adversidades— es Dios, así que toma su queja y la lleva a la fuente. “Pero quiero hablar al Todopoderoso, y deseo argumentar con Dios… ¿Cuántas son mis iniquidades y pecados? Hazme conocer mi rebelión y mi pecado. ¿Por qué escondes Tu rostro y me consideras Tu enemigo?” (Job 13:3, 23-24). Él reconoce que no entiende los caminos de Dios. “Él hace cosas grandes e inescrutables, maravillas sin número” (Job 5:9). Job sabe que nunca podrá triunfar en una discusión con Dios. “Si alguno quisiera contender con Él, no podría contestarle ni una vez entre mil. Sabio de corazón y robusto de fuerzas, ¿quién le ha desafiado sin sufrir daño?” (Job 9:3-4). No obstante, Job sabe que su angustia se tiene que manifestar de alguna manera. “Por tanto, no refrenaré mi boca, hablaré en la angustia de mi espíritu, me quejaré en la amargura de mi alma” (Job 7:11). Es mejor orientar su dolor hacia Dios, quien lo puede manejar fácilmente, que contra sí mismo o contra aquellos que ama, quienes no tienen la posibilidad de resolverlo.

Los amigos de Job tratan de proteger a Dios (Job 22-23)

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Todos conocemos los tormentos que vienen luego del fracaso. Nos cuestionamos a nosotros mismos durante las noches tormentosas que pasamos en vela. Incluso parece que lo correcto fuera proteger a Dios culpándonos a nosotros mismos. Si nos cuestionamos de esta manera, imagine cómo cuestionamos a nuestros amigos, aunque rara vez estamos conscientes de ello. Los amigos de Job nos muestran la forma de hacerlo: en su afán por proteger a Dios de las protestas de Job, intensifican sus ataques hacia su amigo. Aun así, a través de los siglos, la lectura cristiana del libro de Job ha considerado a los amigos como herramientas de Satanás, no de Dios. Dios no necesita protección, Él puede cuidarse a sí mismo. Más que nada, a Satanás le encantaría demostrarle a Dios que Job le servía solo porque Dios lo bendecía abundantemente. El primer paso hacia la validación del ataque del acusador habría sido que Job reconociera que había hecho algo malo cuando en realidad no era cierto.

Por ejemplo, el último discurso de Elifaz se concentra en decir que Dios está por encima de la recriminación. “¿Puede un hombre ser útil a Dios, o un sabio útil para sí mismo?” (Job 22:2). “¿No está Dios en lo alto de los cielos?” (Job 22:12). “Cede ahora y haz la paz con Él” (Job 22:21). “El Todopoderoso será para ti tu oro y tu plata escogida. Porque entonces te deleitarás en el Todopoderoso, y alzarás a Dios tu rostro. Orarás a Él y te escuchará” (Job 22:25-27).

Sin embargo, Job no está tratando de culpar a Dios, sino que intenta aprender de Dios. A pesar de la terrible adversidad que Dios ha permitido que aflija a Job, él cree que Dios puede usar la experiencia para moldear su alma para el bien. “Cuando me haya probado, saldré como el oro”, dice Job (Job 23:10). “Porque Él hace lo que está determinado para mí, y muchos decretos como éstos hay con Él” (Job 23:14). Paul Stevens y Alvin Ung han señalado los muchos eventos que moldean el alma en el trabajo.[1] Las fuerzas oscuras del mundo caído amenazan con debilitar nuestras almas, pero la intención de Dios es que nuestras almas sean como el oro, refinadas y moldeadas en la semejanza particular que Dios tiene en mente para cada uno. Imagine cómo sería la vida si pudiéramos crecer espiritualmente no solo cuando estamos en la iglesia, sino en todo el tiempo que pasamos trabajando. Para esto necesitaríamos consejeros sabios con sensibilidad espiritual cuando enfrentamos pruebas en el trabajo. Los amigos de Job, inmersos en la repetición irracional de sentencias espirituales convencionales, no son de ayuda para él en este sentido.

R. Paul Stevens y Alvin Ung, Taking Your Soul to Work [Lleva tu alma al trabajo] (Grand Rapids: Eerdmans, 2010).

Las quejas de Job tienen un significado especial para nuestro trabajo (Job 24)

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Igual que Job, a menudo nuestros sufrimientos comienzan con dificultades en el trabajo, pero rara vez el pueblo de Dios está equipado —o incluso dispuesto— para ayudarse unos a otros a afrontar los fracasos y las pérdidas laborales. Podemos acudir a un pastor o un amigo cristiano para que nos ayude al atravesar un problema familiar o de salud, y puede que sean de gran ayuda. Pero, ¿pediríamos ayuda para los problemas de trabajo? Si lo hiciéramos, ¿cuánta ayuda recibiríamos?

Por ejemplo, imagine que su jefe lo trata injustamente, tal vez lo culpa por su error o lo humilla durante un desacuerdo válido. No sería apropiado que les revelara sus sentimientos a los clientes, proveedores, estudiantes, pacientes u otras personas a las que sirve en el trabajo. Sería perjudicial quejarse con sus compañeros de trabajo, incluso con los que son sus amigos. Sería una bendición excepcional que la comunidad cristiana estuviera equipada para ayudarlo a enfrentar la situación, pero no todas las iglesias saben cómo apoyar a las personas en el manejo de sus dificultades relacionadas con el trabajo. ¿Es esta un área en la que las iglesias deben mejorar?

Hemos visto que Job no tiene miedo de llevarle sus quejas —incluyendo las que se relacionan con el trabajo— a Dios. La serie de quejas en Job 24:1-12 y 22-25 concierne particularmente al trabajo. Job se queja de que Dios permite que los impíos no sufran las consecuencias de su injusticia en la actividad laboral y económica. Las personas se apropian de recursos públicos para su beneficio propio y roban las propiedades privadas de otros (Job 24:2). Ellos explotan al débil y al indefenso con el fin de acumular grandes ganancias para ellos mismos (Job 24:3). Los arrogantes se salen con la suya en el trabajo, mientras que los honestos y los humildes se esconden (Job 24:4). Los más pobres no tienen oportunidad de ganarse la vida y deben revolver la basura e incluso robar al rico para alimentar a sus familias (Job 24:5-8). Otros trabajan duro, pero no ganan lo suficiente para disfrutar los frutos de su trabajo. “Al hambriento quitan las gavillas. Entre sus paredes producen aceite; pisan los lagares, pero pasan sed” (Job 24:10-11).

Job sabe que todas las bendiciones vienen de Dios y que toda la adversidad es permitida —si no causada— por Dios. Por lo tanto, se puede sentir una aguda punzada en la queja de Job, “Desde la ciudad gimen los hombres, y claman las almas de los heridos, pero Dios no hace caso a su oración” (Job 24:12; énfasis agregado). Los amigos de Job lo acusan de abandonar a Dios, pero la evidencia demuestra que el justo es abandonado por Dios. Mientras tanto, parece que los malvados llevan una vida cautivante. “Él arrastra a los poderosos con Su poder; cuando se levanta, nadie está seguro de la vida. Les provee seguridad y son sostenidos, y los ojos de Él están en sus caminos” (Job 24:22-23). Job cree que los malvados serán eliminados al final. “Son exaltados por poco tiempo, después desaparecen; además son humillados y como todo, recogidos; como las cabezas de las espigas son cortados” (Job 24:24). Pero entonces, ¿por qué Dios permite que los malvados prosperen?

En el libro de Job no encontramos la respuesta a esta pregunta y ningún ser humano la conoce. La dificultad económica es un dolor real que muchos cristianos enfrentan por años o incluso toda la vida. Tal vez debemos renunciar a nuestra actividad académica cuando jóvenes por causa de las dificultades financieras, lo que podría evitar que alcancemos todo nuestro potencial en el trabajo. Quizá seamos explotados por otros o nos convirtamos en víctimas expiatorias, lo que nos puede llevar a la ruina en nuestra carrera. Podemos nacer, luchar por sobrevivir y morir bajo la aprobación de un gobierno corrupto que mantiene a sus ciudadanos en la pobreza y la opresión.

Estos son apenas algunos ejemplos relacionados con el trabajo. En un millón de formas podemos sufrir daños serios, dolorosos e injustos sin poder entenderlo —y mucho menos remediarlo— en esta vida. Por la gracia de Dios, esperamos nunca llegar a estar tranquilos ante la injusticia y el sufrimiento. Sin embargo, hay momentos en los que no podemos mejorar las cosas, al menos no inmediatamente. En tales situaciones, tenemos solo tres opciones: inventar una explicación convincente pero falsa acerca de porqué Dios permitió que pasara, como hacen los amigos de Job; abandonar a Dios; o permanecer fieles a Dios sin recibir una respuesta.

Revelación de sabiduría (Job 28 )

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Job decide permanecer fiel a Dios. Él sabe que la sabiduría de Dios va más allá de su entendimiento. Job 28 usa la minería como una analogía de la búsqueda de la sabiduría. Revela que la sabiduría “ni se halla en la tierra de los vivientes” (Job 28:13), sino en la mente de Dios. “Dios entiende el camino de ella, y conoce su lugar” (Job 28:23). Este es un recordatorio de que el conocimiento técnico y la habilidad práctica no son suficientes para que el trabajo sea realmente significativo. También necesitamos el Espíritu de Dios al afrontar nuestras tareas. Necesitamos la guía del Señor mucho más allá del reino de lo que comúnmente consideramos como “espiritual”. Todos necesitamos la sabiduría de Dios: un maestro cuando trata de discernir cómo aprende un estudiante, un líder cuando trata de comunicarse claramente, un jurado cuando trata de determinar la intención de un acusado, un analista cuando intenta evaluar los riesgos de un proyecto. Sea cual sea la meta de nuestro trabajo, “Dios entiende el camino de ella, y conoce su lugar” (Job 28:23).

Aun así, puede que no siempre estemos en contacto con la sabiduría de Dios. “Está escondida de los ojos de todos los vivientes, y oculta a todas las aves del cielo” (Job 28:21). A pesar de nuestros mejores intentos —o algunas veces de nuestros intentos mediocres—, es posible que no encontremos la guía de Dios para cada acción y decisión. Si esto ocurre, es mejor reconocer nuestra ignorancia que creer en nuestras especulaciones o en una falsa sabiduría. Algunas veces la humildad es la mejor forma de honrar a Dios. “He aquí, el temor del Señor es sabiduría, y apartarse del mal, inteligencia” (Job 28:28).

El segundo lamento de Job (Job 29-42)

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Como se indicó en la introducción, Job 29-42 marca un segundo ciclo de lamentación-discurso-lamentación que recapitula el primero. Por ejemplo, en el capítulo 29, Job rememora los días buenos y nos lleva de nuevo a su escena idílica del capítulo 1. En Job 30, la angustia de Job a causa de que muchos ahora lo rechazan nos recuerda cómo su esposa se distanció de él en el capítulo 2. El lamento de Job en los capítulos 30 y 31 son versiones prolongadas de su lamento en el capítulo 3. Sin embargo, cada fase en el segundo ciclo tiene un nuevo énfasis.

Job cae en la nostalgia y la autojustificación (Job 29-30)

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El segundo lamento de Job (Job 29-42) enfatiza la nostalgia y la autojustificación. Job anhela “los días en que Dios velaba sobre mí” (Job 29:2) y “cuando el favor de Dios estaba sobre mi tienda” (Job 29:4). Él recuerda cuando “en leche se bañaban mis pies, y la roca me derramaba ríos de aceite” (Job 29:6), y rememora que era bien respetado en la comunidad, lo que en el lenguaje del Antiguo Testamento se evidencia más claramente por su “asiento” en la plaza cerca de “la puerta de la ciudad” (Job 29:7). Job era bien recibido por los jóvenes y los ancianos (Job 29:8), y los nobles y los jefes lo trataban con un respeto peculiar (Job 29:10). Él era respetado porque atendía las necesidades de los pobres, huérfanos, viudas, ciegos, cojos, necesitados, extranjeros y los que estaban a punto de morir (Job 29:12-16). Él era el campeón contra los impíos (Job 29:17).

La nostalgia de Job intensifica su sensación de pérdida cuando se da cuenta de que gran parte del respeto que recibía en el trabajo y en la ciudad era superficial. “Por cuanto Él ha aflojado la cuerda de su arco y me ha afligido, se han quitado el freno delante de mí” (Job 30:11). “Y soy para ellos refrán” (Job 30:9). Algunas personas experimentan una sensación de pérdida similar debido a la jubilación, los contratiempos en su trayectoria laboral, la pérdida financiera o cualquier clase de situación que perciban como un fracaso. Podemos cuestionar nuestra identidad y dudar de nuestro valor. Otras personas nos tratan diferente cuando hemos fallado, o peor aún, simplemente permanecen lejos de nosotros (al menos los amigos de Job fueron a verlo). Los que antes eran nuestros amigos hablan cautelosamente, bajan la voz como esperando que nadie los vea cerca de nosotros. Tal vez piensan que el fracaso es una enfermedad contagiosa, o quizá ser vistos cerca de un fracasado los marcará como fracasados. Job se lamenta diciendo, “Me aborrecen y se alejan de mí” (Job 30:10).

Esto no quiere decir que todas las amistades cívicas o las que se dan en los lugares de trabajo son superficiales. Es cierto que algunas personas se convierten en nuestras amigas solo porque nos consideran útiles, y después nos abandonan cuando dejamos de ser provechosos. Lo que realmente duele es la pérdida de las que parecían ser amistades genuinas.

A diferencia de su primer lamento (Job 3), Job sirve una gran porción de autojustificación en esta ronda. “Como manto y turbante era mi derecho” (Job 29:14). “Padre era para los necesitados” (Job 29:16). Job habla con fuerza de su impecable pureza sexual (Job 31:1, 9-10).

Desde el comienzo sabemos que Job no está recibiendo un castigo por alguna falta. Puede que tenga razón con esta apreciación de sí mismo, pero la autojustificación no es ni necesaria ni enternecedora. Es posible que la adversidad no saque lo mejor de nosotros siempre, pero Dios permanece fiel, aunque Job no es capaz de verlo en el momento “porque”, como lo dice más adelante, “el castigo de Dios es terror para mí” (Job 31:23).

Las prácticas éticas de Job aplican para el lugar de trabajo (Job 31)

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En medio del segundo lamento (Job 29-42), Job presenta un tratado relevante acerca del comportamiento ético, lo que de algunas maneras prevé el sermón del monte de Jesús (Mt 5-7). Aunque lo dice para justificar sus propios actos, Job proporciona algunos principios que aplican en muchas áreas de nuestra vida laboral:

  1. Evitar la falsedad y el engaño (Job 31:5).

  2. No permitir que los fines justifiquen los medios, que se expresa como no permitir que el corazón (los principios) se deje engañar por los ojos (el oportunismo) (Job 31:7).

  3. Practicar la generosidad (Job 31:16-23).

  4. No caer en la complacencia durante los tiempos de prosperidad (Job 31:24-28).

  5. No hacer que su éxito dependa del fracaso de otros (Job 31:29).

  6. Reconocer sus errores (Job 31:33).

  7. No intentar conseguir algo sin pagar un precio, sino pagar apropiadamente por los recursos que consume (Job 31:38-40).

Este pasaje es particularmente interesante en cuanto a la forma en la que Job trata a sus empleados:

“Si he menospreciado el derecho de mi siervo o de mi sierva cuando presentaron queja contra mí, ¿qué haré cuando Dios se levante? Y cuando Él me pida cuentas, ¿qué le responderé? ¿Acaso Aquél que me hizo a mí en el seno materno, no lo hizo también a él? ¿No fue uno mismo el que nos formó en la matriz?” (Job 31:13-15)

Un empleador piadoso tratará a sus empleados con respeto y dignidad. Esto es evidente de forma especial en la seriedad con la que Job recibe las quejas de sus criados, principalmente aquellas acerca de la forma en la que él mismo los trata. Job señala correctamente que aquellos en el poder tendrán que defender delante de Dios la forma en la que tratan a sus subordinados. “¿Qué haré cuando Dios se levante? Y cuando Él me pida cuentas, ¿qué le responderé? (Job 31:14). Dios les preguntará a los subordinados acerca de la forma en la que sus superiores los trataban. Los superiores serían sabios en hacerles la misma pregunta a sus subordinados mientras es posible remediar sus errores. La marca de los seguidores verdaderos y humildes de Dios es que reconocen que se pueden equivocar, lo que se evidencia sobre todo en su disponibilidad para tratar con todas las quejas justificadas. Se necesita sabiduría para discernir cuáles quejas merecen atención en realidad. Aun así, la meta principal es cultivar un ambiente en el que los subordinados sepan que los superiores van a considerar las reclamaciones sensatas y racionales. Aunque Job habla de sí mismo y sus criados, su principio aplica para cualquier situación de autoridad: oficiales y soldados, empleados y empleadores, padres e hijos (criar hijos también es un trabajo), líderes y seguidores.

En nuestra época se han visto grandes luchas por la igualdad en el lugar de trabajo con respecto a la raza, religión, nacionalidad, sexo, clase social y otros factores. El libro de Job se adelanta cientos de años a estas luchas. Job va más allá de la simple igualdad formal de las categorías demográficas y considera que la dignidad de todas las personas en su casa es idéntica. Seremos como Job cuando tratemos a cada persona con toda la dignidad y el respeto que se le debe a un hijo de Dios, independientemente de nuestros sentimientos personales o del sacrificio que se requiera.

Por supuesto, esta verdad no impide que los jefes cristianos establezcan y exijan estándares altos en el lugar de trabajo. Sin embargo, sí requiere que los valores de cualquier relación laboral se caractericen por el respeto y la dignidad, especialmente por parte de las autoridades.

El diálogo con Eliú (Job 32-37)

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En este punto, un joven llamado Eliú entra en la discusión. Su diálogo con Job es semejante al de Job con sus amigos en los capítulos del 4 al 27. De acuerdo con Eliú, el nuevo elemento es que él tiene la inspiración para hablar la sabiduría que no tuvieron los amigos de Job. Él anuncia que “uno perfecto en conocimiento está contigo” (Job 36:4) y entonces acusa a los amigos por su inhabilidad para probar que Job estaba equivocado (Job 32:8-18). Luego de esta ostentación y recordando que entre más confiadamente hablaban en contra de Job, más imprecisas se volvían las acusaciones de los amigos, no debemos esperar gran sabiduría de parte de Eliú. En la mayor parte, él solo reitera argumentos que se mencionaron anteriormente. Su plan es el mismo que el de los amigos —primero convencer a Job de que ha hecho algo para merecer su castigo y luego animarlo a que se arrepienta para que reciba las bendiciones de Dios de nuevo (Job 36:10-11). Él menciona un nuevo principio relacionado con el trabajo —que es incorrecto recibir sobornos (Job 36:18). Es una afirmación verdadera que se discute más profundamente en otras partes de la Escritura, pero se aplica incorrectamente como una acusación contra Job.

La aparición de Dios (Job 38-42:9)

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En el primer ciclo del libro, la revelación de la sabiduría de Dios interrumpe los discursos de los amigos de Job. El nuevo elemento en el segundo ciclo es que el discurso de Eliú es interrumpido por la aparición impactante de Dios mismo (Job 38:1). Por fin, Dios cumple el deseo de Job de un encuentro cara a cara. El lector ha estado esperando ver si Job finalmente se quebrará y maldecirá a Dios en Su cara, pero él se mantiene firme y aprende que la sabiduría de Dios va mucho más allá del conocimiento humano.

¿Quién puede comprender la sabiduría de Dios? (Job 38:4-42:6)

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La primera pregunta que Dios le hace a Job establece las pautas de lo que es principalmente un monólogo: “¿Dónde estabas tú cuando Yo echaba los cimientos de la tierra? Dímelo, si tienes inteligencia” (Job 38:4). Usando los términos más espectaculares de la Biblia relacionados con la creación, Dios revela que es el único autor de las maravillas creadas. Esto tiene grandes repercusiones en el trabajo. Nuestro trabajo refleja que somos creados a imagen de Dios, el gran Creador (Gn 1-2). Sin embargo, aquí Dios habita en el trabajo que solamente Él es capaz de hacer. “¿Quién puso su piedra angular cuando cantaban juntas las estrellas del alba, y todos los hijos de Dios gritaban de gozo?” (Job 38:6-7). “¿O quién encerró con puertas el mar, cuando, irrumpiendo, se salió de su seno?” (Job 38:8). “¿Acaso por tu sabiduría se eleva el gavilán, extendiendo sus alas hacia el sur? ¿Acaso a tu mandato se remonta el águila y hace en las alturas su nido?” (Job 39:26-27).

Incorporada curiosamente en la autoridad de Dios sobre el mundo natural, se encuentra una comprensión acerca de la condición humana. Dios le pregunta a Job, “¿Quién ha puesto sabiduría en lo más íntimo del ser, o ha dado a la mente inteligencia?” (Job 38:36). La respuesta, por supuesto, es Dios. A la vez, esto afirma nuestra búsqueda del conocimiento y demuestra sus límites. La sabiduría que Dios pone en nuestro interior hace posible que anhelemos una respuesta al misterio del sufrimiento. Aun así, nuestra sabiduría viene solamente de Dios, por eso no podemos superar a Dios con nuestra propia sabiduría. De hecho, Él implantó en nosotros solamente una pequeña porción de Su sabiduría, para que nunca tengamos la capacidad de comprender todos Sus caminos. Como hemos visto, puede ser bueno para nuestras almas expresar nuestras quejas contra Dios, pero sería tonto esperar que Su respuesta sea, “Sí, veo que me equivoqué”. 

Además de continuar con este encuentro desigual, Dios le plantea un reto imposible a Job: “¿Podrá el que censura contender con el Todopoderoso? El que reprende a Dios, responda a esto” (Job 40:2). Dado que previamente Job reconoce que “no sé” es con frecuencia la respuesta más sabia, su humilde contestación no es sorprendente. “He aquí, yo soy insignificante; ¿qué puedo yo responderte? Mi mano pongo sobre la boca” (Job 40:4).

La mayoría de los comentaristas plantean que Dios le está permitiendo a Job ver una imagen más grande de sus propias circunstancias. Es un caso similar a cuando alguien que se sitúa demasiado cerca de una pintura no puede apreciar la perspectiva del artista. Job necesita dar algunos pasos hacia atrás para poder vislumbrar —si no entender completamente— los propósitos más grandes de Dios con una mayor claridad.

Dios continúa con un ataque frontal hacia aquellos que lo acusan de obrar indebidamente en la administración de Su creación. Él repudia los intentos de Job de autojustificarse. “¿Anularás realmente Mi juicio? ¿Me condenarás para justificarte tú?” (Job 40:8). El intento de Job de culpar a alguien más rememora la respuesta de Adán cuando Dios le preguntó si había comido del árbol del conocimiento del bien y de mal. “La mujer que Tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Gn 3:12).

Llevar nuestras quejas ante Dios es algo bueno si tomamos los libros de Job, Salmos y Habacuc como modelos inspirados que nos muestran cómo acercarnos a Dios en tiempos difíciles. Sin embargo, acusar a Dios con el fin de cubrir nuestras propias fallas es el colmo de la soberbia (Job 40:11-12). Dios repudia a Job por hacer esto, pero no lo condena por expresar su queja. La acusación de Job contra Dios es incorrecta más allá del sentido común, pero no es imperdonable.

Job consigue la audiencia con Dios que ha estado solicitando, pero allí no se responde su pregunta sobre si merecía el sufrimiento que experimentó. Job se da cuenta de que la culpa es suya por creer que podría saber la respuesta, no de Dios por no responderla. “He declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía” (Job 42:3). Tal vez solo es que está tan maravillado por la presencia de Dios que ya no necesita una respuesta.

Si estamos buscando una razón para el sufrimiento de Job, tampoco la encontraremos. Por una parte, la adversidad de Job le ha permitido apreciar más la bondad de Dios. “Yo sé que Tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito Tuyo puede ser estorbado” (Job 42:2). Parece que la relación de Job con Dios se ha vuelto más profunda y como resultado de esto, él se ha vuelto más sabio. Job reconoce más que nunca que su prosperidad anterior no era gracias a su propia fuerza y su poder. La diferencia es solo una cuestión de medida. ¿Valió la pena la pérdida indecible con tal de tener esa mejora gradual? No hay respuesta para esa pregunta de parte de Job ni de Dios.

Dios desaprueba a los amigos de Job (Job 42:7-9)

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Dios critica a los tres amigos cuya proclamación arrogante de sabiduría falsa había atormentado tanto a Job. En un giro satisfactorio e irónico, Él declara que si Job ora a favor de ellos, no los castigará por sus discursos ignorantes tomando el lugar de Dios (Job 42:7-8). Ellos, que equivocadamente instaron a Job a que se arrepintiera, ahora deben depender de que Job acepte su arrepentimiento y Dios escuche la súplica de Job a su favor. El acto de Job de orar por sus amigos nos recuerda el primer capítulo en donde Job ora por la protección de sus hijos. Job es un hombre de oración, a tiempo y a destiempo.

Como parte de nuestro proceso de recuperación del fracaso, haríamos bien en orar por aquellos que nos han atormentado o que dudaron de nosotros durante nuestro dolor. Más adelante, Jesús nos llama a orar por nuestros enemigos (Mt 5:44; Lc 6:27-36), y esta enseñanza es vista en ambos contextos como más que simplemente terapéutica. Si podemos orar por aquellos que nos han perseguido, entonces podremos trascender las circunstancias pasajeras de la vida y comenzar a apreciar la imagen desde la perspectiva de Dios.

Epílogo — Se restablece la prosperidad de Job (Job 42:7-17)

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La última sección de Job contiene un final de libro de cuentos en el que muchas de las fortunas de Job son restauradas —muchas pero no todas. Él recibe el doble de la riqueza que tenía antes (Job 42:10), más un nuevo grupo de siete hijos y tres hijas (Job 42:13). Sin embargo, sus primeros hijos han muerto para siempre, lo que no representa un buen intercambio. Por tanto, aunque leemos que los últimos tiempos de Job fueron bendecidos “más que los primeros” (Job 42:12), sabemos que todavía debe haber un sabor amargo en su boca. Sabemos, luego de la resurrección del Hijo de Dios, lo que Job no sabía —que la redención definitiva de Dios viene solamente cuando Cristo regrese a cumplir Su reino.

Job les deja una herencia a sus hijas (Job 42:13-15)

Job hace algo sorprendente como resultado de su sufrimiento: les deja su herencia tanto a sus hijas como a sus hijos (Job 42:15). Dejarles herencia a las hijas no era algo que se hiciera en el Cercano Oriente antiguo, así como fue ilegal en gran parte de Europa hasta los tiempos modernos. ¿Qué pudo llevar a Job a tomar este paso sin precedentes? ¿Su dolor por el hecho de no haber podido hacer nada por sus hijas difuntas le hizo tomar la decisión de hacer todo lo que estuviera a su alcance por las hijas que aún estaban vivas? ¿Este dolor fue el motor que lo llevó a pasar por encima de las barreras sociales contra la igualdad de las mujeres en este sentido? ¿Su sufrimiento abrió su corazón al sufrimiento de otros? O, ¿sus exigencias implacables de conocer la justicia de Dios fueron respondidas por una comprensión mayor del amor de Dios por hombres y mujeres? Aunque no conocemos el motivo, podemos ver el resultado. Aunque no haya ningún otro efecto en esta vida, el resultado de nuestro sufrimiento puede ser la liberación de otros de su propio dolor.

Fin del libro

Terminamos el libro de Job con observaciones y preguntas, en vez de conclusiones certeras. Job prueba su fidelidad a Dios en la prosperidad y la adversidad, lo que con seguridad es un ejemplo para nosotros. Sin embargo, los juicios detestables que dieron sus amigos son una advertencia de que no debemos aplicar con demasiada seguridad cualquier modelo en nuestras propias vidas.

Dios prueba Su fidelidad para Job. Esta es nuestra esperanza suprema y consuelo. Aun así, no podemos predecir cómo se manifestará Su fidelidad en nuestras vidas hasta que Sus promesas se cumplan en los nuevos cielos y nueva tierra. Sería insensato juzgar a otros o incluso a nosotros mismos basados en la evidencia incompleta que tenemos disponible, la sabiduría escasa que somos capaces de alcanzar y las perspectivas minúsculas que tenemos. Con frecuencia, ante las preguntas más difíciles acerca de las circunstancias de nuestras vidas, la respuesta más sabia puede ser, “no sé”.