1 Corintios y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a 1 Corintios

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Ninguna otra carta en el Nuevo Testamento nos da una imagen más práctica para aplicar la fe cristiana a los temas de la vida diaria y el trabajo que 1 Corintios. Algunos temas prominentes en la carta son la carrera y el llamado, el valor perdurable del trabajo, vencer las limitaciones individuales, el liderazgo y el servicio, el desarrollo de destrezas y habilidades (o “dones”), los salarios justos, la mayordomía medioambiental y el uso del dinero y las posesiones. La perspectiva unificadora sobre todos estos temas es el amor. El amor es el propósito, el medio, la motivación, el don y la gloria detrás de todo trabajo hecho en Cristo.

La ciudad de Corinto (1 Corintios)

La primera carta del apóstol Pablo a la iglesia en Corinto, que fundó en su segundo viaje misionero (entre los años 48 y 51), es un tesoro de teología práctica para los cristianos que enfrentan retos cotidianos. En ella, Pablo instruye a los cristianos que lidian con cuestiones de la vida real, incluyendo los conflictos de lealtad, las diferencias de clases, los conflictos entre la libertad personal y el bien común y la dificultad al guiar a un grupo diverso de personas para que cumplan una misión compartida.

En la época de Pablo, Corinto era la ciudad más importante en Grecia. Ubicada en el istmo que une a la península del Peloponeso con la masa territorial de Grecia, Corinto controlaba tanto el golfo Sarónico al este como el golfo de Corinto al norte. Los mercaderes buscaban evitar el viaje por mar que era difícil y peligroso alrededor de los dedos del Peloponeso, así que gran parte de los bienes que se movían entre Roma, el imperio occidental y los puertos ricos del Mediterráneo al este se transportaban atravesando este istmo. Casi todos estos pasaban por Corinto, lo que convertía a la ciudad en uno de los grandes centros de comercio del imperio. Estrabón, un contemporáneo de Pablo aunque mayor en edad, señaló que “Corinto es llamado ‘rico’ debido a su comercio, ya que está situado en el Istmo y tiene dos puertos, de los cuales uno conduce directamente a Asia y el otro a Italia, y facilita el intercambio de mercancía entre ambos países que están tan lejos uno del otro”.[1]

La ciudad tenía la atmósfera de una comunidad que pasó por un rápido crecimiento a mediados del primer siglo cuando esclavos liberados, veteranos, mercaderes y comerciantes entraban a la ciudad. Aunque lo que ahora podamos llamar “movilidad creciente” era algo impreciso en el mundo antiguo, Corinto era un lugar en donde era posible, con pocos buenos descansos y bastante trabajo duro, establecerse y disfrutar de una vida razonablemente buena.[2] Esto contribuyó a los valores únicos de Corinto, que se veía a sí misma como una ciudad próspera y autosuficiente cuyo valor principal era “el pragmatismo emprendedor en la búsqueda del éxito”.[3] Muchas ciudades en el mundo actual aspiran a estos mismos valores.

La iglesia en Corinto y las cartas de Pablo (1 Corintios)

Pablo llegó a Corintios en el invierno del año 49/50[4] y vivió allí por un año y medio. Mientras estuvo allí, se sustentó trabajando en la fabricación de tiendas —o tal vez trabajando con cuero[5] (Hch 18:2), el oficio que aprendió cuando era niño— en el taller de Aquila y Priscila (ver 1Co 4:12). Él expone las razones por las que lo hace en 1 Corintios 9 (ver más adelante), aunque podía haber aprovechado el sustento de tiempo completo como misionero desde el comienzo, como lo hace en efecto más adelante (Hch 18:4 y 2Co 11:9).

De cualquier forma, su predicación del Sabbath en la sinagoga dio fruto pronto y nació la iglesia en Corinto. Parece que esta iglesia no tenía más de cien miembros cuando Pablo escribió 1 Corintios. Algunos eran judíos y la mayoría eran gentiles. Ellos se reunían en las casas de dos o tres miembros ricos, pero la mayoría pertenecía a la gran clase marginada que poblaba todos los centros urbanos.[6]

Pablo seguía estando profundamente interesado en el desarrollo de la iglesia incluso después de haberse ido de Corinto. Él le había escrito a la congregación al menos una carta antes de 1 Corintios (1Co 5:9), con el fin de abordar un problema que había surgido después de su salida. Los miembros de la casa de Cloé, quienes tal vez tenían intereses de negocios que atender en Éfeso, visitaron a Pablo allí y reportaron que la iglesia en Corinto estaba en peligro de venirse abajo por causa de varias diferencias de opinión (1:11). Al estilo emprendedor de Corinto, los que competían entre sí estaban creando grupos alrededor de sus apóstoles favoritos para ganar estatus para ellos mismos (capítulos 1 al 4). Muchos se rebelaron debido a diferencias graves por causa del comportamiento sexual y la ética de negocios de algunos de los miembros (capítulos 5 al 6). Luego, otro grupo de representantes de la iglesia llegó con una carta en mano (7:1, 16:17) preguntándole a Pablo acerca de varios temas importantes, tales como el sexo y el matrimonio (capítulo 7), la conveniencia de comer la carne que se había ofrecido previamente a los ídolos (capítulos 8 al 10) y la adoración (capítulos 11 al 14). Finalmente, Pablo también se había enterado gracias a una de estas fuentes, o tal vez a Apolos (ver 16:12), de que algunas personas de la iglesia de Corinto estaban negando la resurrección futura de los creyentes (capítulo 15).

Estas preguntas difícilmente surgieron de discusiones académicas. Los corintios querían saber cómo debían actuar como seguidores de Cristo en temas de la vida cotidiana y el trabajo. Pablo les da respuestas a lo largo de 1 Corintios, lo que convierte a este libro en uno de los más prácticos del Nuevo Testamento.

Strabo, Geographica [Geografía] 8.6.20.

Donald Engels, Roman Corinth: An Alternative Model for the Classical City [El Corinto romano: un modelo alternativo para la ciudad clásica] (Chicago: University of Chicago Press, 1990), 49.

Anthony C. Thiselton, The First Epistle to the Corinthians: A Commentary on the Greek Text [La primera epístola a los corintios: un comentario del texto romano], New International Greek Testament Commentary [Comentario del nuevo testamento griego internacional] (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), 4.

Gordon Fee, The First Epistle to the Corinthians [La primera epístola a los corintios] (Grand Rapids: Eerdmans, 1987), 5.

Ronald F. Hock, The Social Context of Paul’s Ministry: Tentmaking and Apostleship [El contexto social del ministerio de Pablo: la fabricación de tiendas y el apostolado] (Philadelphia: Fortress Press, 1980), 21–22.

Wayne A. Meeks, The First Urban Christians: The Social World of the Apostle Paul [Los primeros cristianos urbanos: el mundo social del apóstol Pablo], 2ª ed. (New Haven: Yale University Press, 2003), 51–73.

Todos somos llamados (1 Corintios 1:1-3)

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En el primer párrafo de 1 Corintios, Pablo expone los temas que abordará con más detalle en el cuerpo de la carta. No es coincidencia que el concepto del llamado tenga un lugar protagónico en la introducción. Pablo afirma en el primer versículo que él fue “llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (1:1). Sus cartas están impregnadas de una fuerte convicción de que su llamado vino directamente de Dios (ver por ejemplo Gá 1:1), lo cual es fundamental para su misión (ver Hch 9:14–15), esto le dio una fortaleza extraordinaria al enfrentar enormes desafíos. De igual forma, los creyentes corintios son “llamados” junto con “todos los que en cualquier parte invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (1Co 1:2). Pronto veremos que la base de nuestro llamado no es la satisfacción individual sino el desarrollo de la comunidad. Aunque Pablo desarrolla esta idea más adelante en la carta (ver 7:17–24), es claro que incluso a estas alturas piensa que todos los creyentes están destinados a seguir el llamado que Dios diseñó para ellos.

Los recursos espirituales disponibles (1 Corintios 1:4-9)

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De acuerdo con las convenciones de escritura de las cartas antiguas, luego de un saludo venía una sección en la que el autor alababa al receptor.[1] En la mayoría de sus cartas, Pablo modifica esta forma literaria dando acción de gracias en vez de alabanza, usando una frase estándar muy parecida a la que tenemos aquí: “Siempre doy gracias a mi Dios por vosotros…” (ver 1:4, así como Ro 1:8; Fil 1:3; Col 1:3; 1Ts 1:2 y 2Ts 1:3). En este caso, Pablo expresa su agradecimiento por que los creyentes corintios han experimentado la gracia de Dios en Cristo. Esto implica más que una piedad incierta, ya que Pablo tiene algo bastante específico en mente. Los creyentes en Corinto han sido “enriquecidos en [Cristo]” (1Co 1:5) para que no les falte nada “en ningún don, esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo” (1:7). Pablo nombra dos dones de forma específica, que son la palabra y el conocimiento, de los cuales la iglesia en Corinto gozaba en abundancia.

Para nuestros propósitos, es especialmente importante notar que Pablo está convencido de que los creyentes en Corinto han recibido los recursos espirituales que necesitan para cumplir su llamado. Dios los ha llamado y les ha dado dones que les permitirán ser “irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1:8). Aunque el día del perfeccionamiento no ha llegado todavía, los cristianos ya tienen acceso tanto en el trabajo como en cualquier otro lugar a los dones que darán un fruto completo en ese día.

Es difícil imaginar que todos los cristianos en Corinto pensaran que su trabajo era una ocupación especial que Dios diseñó individualmente para cada uno. Como veremos más adelante, la mayoría eran esclavos o trabajadores comunes. Seguramente, lo que Pablo quiere decir es que incluso si la ocupación de una persona parece o no especial, Dios da los dones necesarios para hacer que el trabajo de todos contribuya a Su plan para el mundo. No importa lo insignificante que pueda parecer nuestro trabajo, no importa lo mucho que deseemos tener un trabajo diferente, el trabajo que hacemos ahora es importante para Dios.

Peter T. O’Brien, Introductory Thanksgivings in the Letters of Paul [Los agradecimientos introductorios en las cartas de Pablo], en vol. 49 de Novum Testamentum (Leiden: Brill, 1977), 11.

La necesidad de una visión común (1 Corintios 1:10-17)

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Pablo plantea en forma de tesis lo que desea lograr al escribir 1 Corintios.[1] “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos os pongáis de acuerdo, y que no haya divisiones entre vosotros, sino que estéis enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer” (1Co 1:10). El verbo que usa en esta frase final es una metáfora que conlleva la reparación de las relaciones humanas. Por tanto, Pablo está exhortando a los corintios a que subsanen las divisiones que han perjudicado la unidad de la iglesia.

La cultura occidental moderna valora bastante la diversidad, así que estamos en peligro de interpretar negativamente las órdenes de Pablo. Él no está argumentando a favor de la conformidad de pensamiento (como se aclara en otros pasajes), sino que entiende claramente que es esencial tener un sentido de propósito y visión común. Si existen conflictos y desacuerdos continuos acerca de los valores y las convicciones básicas y no hay cohesión entre sus miembros, cualquier organización está condenada al fracaso. Aunque Pablo le está escribiendo a una iglesia, sabemos que también pensaba que los cristianos debían contribuir en los trabajos de la sociedad en general. “Estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra” (Tit 3:1; énfasis agregado). Por tanto, debemos buscar un propósito común no solo en la iglesia sino también en los lugares donde trabajamos. Nuestro papel como cristianos es hacer un buen trabajo en unidad y armonía con creyentes y no creyentes. Esto no significa que vamos a consentir la inmoralidad y la injusticia, sino que desarrollamos buenas relaciones, apoyamos a nuestros compañeros de trabajo y deseamos hacer nuestra labor de forma excelente. Si no podemos hacer nuestro trabajo a conciencia y sin reservas, necesitamos encontrar otro lugar para trabajar, en vez de quejarnos y eludir nuestras responsabilidades.

Margaret M. Mitchell, Paul and the Rhetoric of Reconciliation [Pablo y la retórica de la reconciliación] (Louisville: Westminster John Knox Press, 1993).

Amigos en posiciones bajas de autoridad (1 Corintios 1:18-31)

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Pablo le recuerda a la congregación en Corinto que la mayoría de ellos no viene de las jerarquías de clases privilegiadas. “No hubo muchos sabios conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1Co 1:26). Pero la eficacia de la iglesia no depende de tener personas con todas las conexiones, con educación o fortuna. Dios cumple Sus propósitos con gente común. Ya hemos visto que el valor de nuestro trabajo está basado en los dones de Dios, no en nuestras credenciales. Sin embargo, Pablo establece otra idea: ya que no somos especiales por naturaleza, nunca podremos tratar a otras personas como si fueran insignificantes.

Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que es; para que nadie se jacte delante de Dios. (1Co 1:27–29; énfasis agregado)

Desde la época de Pablo, muchos cristianos han alcanzado posiciones de poder, riqueza y estatus. Sus palabras nos recuerdan que si permitimos que estas cosas nos vuelvan arrogantes, irrespetuosos o abusivos con las personas que tienen posiciones de un estatus más bajo, estamos insultando a Dios. Muchos lugares de trabajo todavía les conceden privilegios especiales a los trabajadores de alto rango, los cuales no son pertinentes al trabajo en cuestión. Aparte de las diferencias de salario, los trabajadores de alto estatus pueden disfrutar de oficinas más agradables, viajes en primera clase, comedores para ejecutivos, estacionamiento reservado, mejores paquetes de beneficios, membresías de clubes pagadas por la compañía, residencias, choferes, servicios personales y otros beneficios extra. Puede que se les llame de una forma especial —por ejemplo, “Sr.” o “Sra.” o “Maestro”— mientras que a otras personas de la organización se les llama solamente por su nombre. En algunos casos, el trato especial puede ser apropiado según la naturaleza del trabajo que se realiza y las responsabilidades organizacionales. Pero en otros casos, tales privilegios pueden crear jerarquías injustificadas de valor y dignidad humanos. La cuestión que plantea Pablo es que tales divisiones no son convenientes entre el pueblo de Dios. En caso de que disfrutemos —o suframos— este tipo de distinciones en el trabajo, podríamos analizar si contradicen la dignidad equitativa de las personas en la presencia de Dios y, si es así, determinar qué podemos hacer para remediarlo.

Hay toda clase de trabajos (1 Corintios 3:1-9)

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Anteriormente mencionamos que el problema principal en la iglesia de los corintios era el de las divisiones. Se estaban formando grupos bajo el nombre de Pablo contra el nombre de Apolo, otro misionero de la iglesia de Corinto, lo cual Pablo se niega a aceptar. Él y Apolo son simplemente siervos y, aunque desempeñan roles diferentes, ninguno es más valioso que el otro. El que plantó (Pablo) y el que regó (Apolo) —para usar una metáfora agrícola— son igualmente vitales para el éxito de la cosecha pero ninguno es responsable del crecimiento del cultivo, que es enteramente obra de Dios. Los diversos trabajadores tienen una meta común en mente (una cosecha abundante), pero tienen diferentes tareas conforme a sus habilidades y llamado. Todos son necesarios y ninguno puede realizar todas las tareas necesarias.

En otras palabras, Pablo es consciente de la importancia de la diversificación y la especialización. En su famoso ensayo de 1958, “Yo, el lápiz”, el economista Leonard Read sigue el curso de la manufactura de un lápiz común, planteando la idea de que no hay una persona que sepa fabricar uno. En realidad es el producto de varios procesos sofisticados y cada individuo puede dominar solo uno de ellos. Por la gracia de Dios, diferentes personas son capaces de desempeñar diferentes roles en los lugares de trabajo en el mundo. Sin embargo, algunas veces la especialización conduce a la división interpersonal o interdepartamental, a canales deficientes de comunicación e incluso a la difamación. Si los cristianos creemos lo que Pablo dice acerca de la naturaleza dada por Dios de los diferentes roles, tal vez podamos tomar el liderazgo para construir puentes entre las divisiones disfuncionales en nuestras organizaciones. Si somos capaces simplemente de tratar a los demás con respeto y valorar el trabajo de los otros y no solo el nuestro, podemos hacer contribuciones significativas en nuestros lugares de trabajo.

Una aplicación importante de este aspecto es el valor de invertir en el desarrollo del trabajador, ya sea el de nosotros mismos o el de las personas a nuestro alrededor. En las cartas de Pablo, incluyendo 1 Corintios, a veces parece que nunca hace nada él mismo (ver, por ejemplo, 14–15), sino que les enseña a otros cómo hacerlo. Esto no es arrogancia ni pereza, sino orientación. Pablo prefería invertir en entrenar trabajadores y líderes eficaces que en tomar las decisiones él mismo. Mientras maduramos en el servicio a Cristo en nuestro lugar de trabajo, tal vez nos encontraremos haciendo más para equipar a otros y menos para hacer que los demás nos vean bien a nosotros.

Hacer un buen trabajo (1 Corintios 3:10-17)

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Pablo usa la metáfora de un edificio en construcción con el fin de presentar una nueva idea: hacer un buen trabajo. Esta idea es tan importante para entender el valor del trabajo que vale la pena incluir el pasaje completo aquí.

Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como sabio arquitecto, puse el fundamento, y otro edifica sobre él. Pero cada uno tenga cuidado cómo edifica encima. Pues nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, el cual es Jesucristo. Ahora bien, si sobre este fundamento alguno edifica con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno se hará evidente; porque el día la dará a conocer, pues con fuego será revelada; el fuego mismo probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece la obra de alguno que ha edificado sobre el fundamento, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida por el fuego, sufrirá pérdida; sin embargo, él será salvo, aunque así como por fuego. (1Co 3:10–15)

Esta puede ser la afirmación más directa sobre el valor eterno del trabajo terrenal en toda la Escritura. El trabajo que hacemos en la tierra —en la medida en que lo hacemos conforme a los caminos de Cristo— sobrevive en la eternidad. Pablo está hablando específicamente del trabajo hecho por la comunidad de la iglesia, la cual compara con un templo. Él se compara a sí mismo con un “sabio arquitecto” que ha puesto el fundamento, que es, por supuesto, Cristo mismo. Otros construyen sobre este fundamento y cada uno es responsable de su propio trabajo. Pablo compara el buen trabajo con el oro, la plata y las piedras preciosas, y el mal trabajo con la madera, el heno y la paja. Aunque algunos han intentado asignarle significados específicos a cada uno de estos materiales, es más probable que la diferencia sea simplemente que algunos materiales tienen la habilidad de resistir al pasar por el fuego mientras que otros no.

Pablo no está haciendo ningún juicio acerca de la salvación de algún individuo, porque incluso si el trabajo de alguien falla la prueba, “él [el constructor] será salvo”. Este pasaje no se trata de la relación entre las “buenas obras” de un creyente y su recompensa celestial, aunque con frecuencia se ha visto de esa manera. En cambio, Pablo se interesa por la iglesia como un todo y por la forma en que sus líderes trabajan dentro de ella. Si contribuyen a la unidad de la iglesia, recibirán alabanza, pero si su ministerio resulta en conflicto y división, en realidad están provocando la ira de Dios porque Él protege apasionadamente a Su templo vivo de aquellos que lo quieren destruir (versículos 16–17).

Aunque Pablo está escribiendo acerca del trabajo de construir una comunidad cristiana, sus palabras aplican para toda clase de trabajo. Como hemos visto, Pablo considera que el trabajo cristiano incluye el trabajo que los creyentes realizan bajo la autoridad secular y el que hacen en la iglesia. Sea cual sea nuestro trabajo, será evaluado imparcialmente por Dios. La audiencia judicial final será mejor que cualquier evaluación del desempeño, ya que Dios juzga con una justicia perfecta —a diferencia de los jefes humanos, sin importar lo justos o injustos que puedan ser— y es capaz de tener en cuenta nuestra intención, limitaciones, motivaciones, compasión y Su misericordia. Dios ha llamado a todos los creyentes a trabajar en cualquier circunstancia en la que se encuentren y nos ha dado dones específicos para cumplir ese llamado. Él espera que los usemos responsablemente para Sus propósitos y será quien inspeccione nuestro trabajo. Y en la medida en que nuestro trabajo sea hecho con excelencia, por Sus dones y Su gracia, se convertirá en parte del reino eterno de Dios. Eso debería motivarnos —incluso más que la aprobación de nuestro empleador o nuestro salario— a hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible.

El liderazgo como servicio (1 Corintios 4:1-4)

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En este pasaje, Pablo presenta una declaración definitiva de lo que significa ser líder: “Que todo hombre nos considere de esta manera: como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1Co 4:1). “Nos” se refiere a los líderes apostólicos por medio de los cuales los corintios llegaron a la fe y a quienes declararon lealtad los distintos grupos divididos en la iglesia (1Co 4:6). Pablo usa dos palabras en este versículo al explicar lo que quiere decir. La primera es hypēretēs (“siervos”), que denota un ayudante, un siervo que atiende o ayuda a alguien. En este sentido, los líderes atienden personalmente las necesidades de las personas que lideran. Los líderes no son exaltados sino humillados por aceptar el liderazgo. El trabajo requiere paciencia, participación personal y atención individual a las necesidades de los seguidores. La segunda es oikonomos (“mayordomos”), que describe a un siervo o un esclavo que maneja los asuntos de una casa o un estado. La distinción principal de esta posición es la confianza. Al mayordomo se le confía el manejo de los asuntos de la casa para el beneficio del dueño. De igual forma, al líder se le confía el manejo del grupo para el beneficio de todos sus miembros y no para el beneficio personal del líder. Esta cualidad se le atribuye explícitamente a Timoteo (2Co 4:17), Tíquico (Ef 6:21; Col 4:7), Pablo (1Ti 1:12), Antipas (Ap 2:13) y por encima de todo, Cristo (2Ti 2:13; Heb 2:17). Esta es la clase de personas en la que Dios confía para que lleven a cabo Su plan para Su reino.

Por lo general, los lugares de trabajo modernos establecen sistemas para recompensar a los líderes que involucran sus equipos para alcanzar los objetivos de la organización. Probablemente, esta es una práctica sabia, a menos que lleve a los líderes a alcanzar tales recompensas a costa de las personas que lideran. Los líderes en realidad son los responsables de que se realice —e incluso, se sobrepase— el trabajo que se le asigna a su equipo. Sin embargo, no es legítimo sacrificar las necesidades del grupo con el fin de obtener recompensas personales para el líder. En cambio, los líderes son llamados a alcanzar las metas del grupo supliendo las necesidades del grupo.

El trabajo con no creyentes (1 Corintios 5:9-10)

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En el capítulo 5, Pablo introduce la cuestión del trabajo con personas no creyentes, un tema que exploraremos con más detalle en el capítulo 10 y principalmente en 2 Corintios 6 (ver “El trabajo con no creyentes” en 2 Corintios). En este punto, él dice simplemente que los cristianos no son llamados a apartarse del mundo por causa de los temores relacionados con la ética. “En mi carta os escribí que no anduvierais en compañía de personas inmorales; no me refería a la gente inmoral de este mundo, o a los avaros y estafadores, o a los idólatras, porque entonces tendríais que salir del mundo” (1Co 5:9–10). Al mencionar a los avaros, estafadores e idólatras, indica explícitamente que está incluyendo en sus instrucciones al mundo del trabajo. Aunque debemos evitar la inmoralidad y no debemos asociarnos con cristianos inmorales, Pablo espera que trabajemos con no creyentes, incluso con aquellos que no guardan los principios éticos de Dios. Sobra decir que esta es una proposición difícil, pero Pablo espera hasta el capítulo 10 para dar más detalles al respecto. La idea que plantea aquí es simplemente que los cristianos tienen prohibido tratar de crear un tipo de economía solamente cristiana y dejar que el mundo se valga por sí mismo. En vez de esto, somos llamados a tomar nuestro lugar en el trabajo del mundo junto con las personas del mundo.

Florecer donde estamos plantados (1 Corintios 7:20-24)

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Pablo hace una declaración importante acerca del llamado y el trabajo (1Co 7:20–24) en medio de un capítulo en 1 Corintios que trata principalmente de los temas relacionados con el matrimonio y la soltería. Así como en otros aspectos, los creyentes deben permanecer en la situación de vida en la que se encuentran cuando se convierten (7:20). La cuestión específica que Pablo trata no incide directamente sobre la mayoría de personas en el mundo occidental, pero es crítico en muchas partes del mundo actual. ¿Qué deben hacer los creyentes que son esclavos si tienen la oportunidad de adquirir su libertad?

La esclavitud en el mundo antiguo era un fenómeno complejo que no se asemeja en nada a sus manifestaciones modernas —ni las del sur de los Estados Unidos antes de la guerra civil, ni la servidumbre por deuda en el sudeste asiático contemporáneo, ni el tráfico sexual en casi todos los países de la tierra. En realidad era igualmente atroz en muchos casos, pero algunos esclavos, en particular los esclavos que trabajaban en casas y quienes eran los que probablemente Pablo tenía en mente aquí, estaban mejor, al menos económicamente, que muchas personas libres. Muchas personas educadas, incluyendo médicos y contadores, escogían la esclavitud realmente por esa precisa razón. Por tanto, para Pablo, la cuestión de cuál sería mejor suerte entre la esclavitud o la libertad en cualquier situación era una pregunta genuinamente abierta. Por otra parte, las formas modernas de esclavitud siempre menoscaban en gran manera la vida de los que están esclavizados.

La pregunta de Pablo entonces no es si la esclavitud se debía abolir, sino si los esclavos debían procurar su libertad. Es difícil determinar la naturaleza precisa de la instrucción de Pablo aquí debido a que el griego de 1 Corintios 7:21 es ambiguo, tanto que está abierto a dos interpretaciones divergentes. Como algunas versiones en inglés y algunos comentarios lo entienden, debería traducirse de la siguiente manera: “¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te preocupes; incluso si puedes puedes obtener tu libertad, usa tu condición presente ahora más que nunca”. Sin embargo, es igualmente posible (y más probable, en nuestra opinión) el sentido que se le da en todas las versiones en español, que es, “¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te preocupes; aunque si puedes obtener tu libertad, prefiérelo”. Sea cual fuera el consejo de Pablo, su creencia subyacente es que, comparada con la diferencia entre estar en Cristo y no estar en Cristo, la diferencia entre ser esclavo o ser libre es relativamente de poca importancia. “Porque el que fue llamado por el Señor siendo esclavo, liberto es del Señor; de la misma manera, el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo” (7:22). Por tanto, si no hay razones convincentes para cambiar su estatus, es probable que sea mejor permanecer en la situación que estaba cuando fue llamado.

La enseñanza de Pablo aquí tiene una aplicación importante para el trabajo. Aunque podamos creer que tener el trabajo correcto es el factor más importante en servir a Dios o experimentar la vida que Él desea para nosotros, Dios está mucho más interesado en que hagamos lo mejor posible en cada trabajo que tenemos en el curso de nuestra vida. En cierta instancia, pueden existir buenas razones para cambiar de trabajo o incluso de profesión. Entonces, hágalo. Pero cualquier trabajo moralmente legítimo puede cumplir el llamado de Dios, así que no haga que encontrar el trabajo de su vida se convierta en el trabajo de su vida. No existe una jerarquía de profesiones más o menos piadosas, lo cual nos advierte ciertamente que no debemos creer que Dios llama a los cristianos más dedicados a los trabajos en la iglesia.

Mantener la perspectiva apropiada (1 Corintios 7:29-31)

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Pablo aborda la pregunta de si el regreso prometido del Señor implica que los cristianos deben abandonar la vida cotidiana común, incluyendo el trabajo.

Mas esto digo, hermanos: el tiempo ha sido acortado; de modo que de ahora en adelante… los que compran, [sean] como si no tuvieran nada; y los que aprovechan el mundo, como si no lo aprovecharan plenamente; porque la apariencia de este mundo es pasajera. (1Co 7:29–31)

Aparentemente, algunos creyentes descuidaban sus deberes familiares y dejaban de trabajar de la misma forma en la que usted podría no barrer el piso antes de mudarse a una nueva casa. Pablo había tratado con esta situación anteriormente en la iglesia en Tesalónica y había dado instrucciones inequívocas.

Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque oímos que algunos entre vosotros andan desordenadamente, sin trabajar, pero andan metiéndose en todo. A tales personas les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo, que trabajando tranquilamente, coman su propio pan. (2Ts 3:10–12)

La lógica de Pablo sería más fácil de entender si reconociéramos que el versículo 29 no indica solo “que el tiempo es corto” en el sentido de que la segunda venida de Jesús está cerca. Pablo usa un verbo aquí que describe la forma en la que un objeto se comprime (synestalmenos), de forma que sigue siendo un todo pero más corto o pequeño. “El tiempo se ha comprimido” podría ser una mejor traducción, o como lo sugiere LBLA, “el tiempo ha sido acortado”. Según parece, lo que Pablo quiere decir es que ya que Cristo ha venido, el fin de la vasta extensión de tiempo se ha vuelto visible finalmente. El erudito David E. Garland escribe que, “el resultado futuro de este mundo se ha vuelto totalmente claro”.[1]

El versículo 31 explica que “la apariencia de este mundo es pasajera”. La “apariencia” tiene el sentido de “la forma en que son las cosas” en nuestro mundo caído de relaciones sociales y económicas estropeadas. Pablo quiere que sus lectores entiendan que la venida de Cristo ya ha efectuado un cambio en la misma estructura de la vida. Los valores y aspiraciones que simplemente se dan por hecho en la forma en la que se hacen las cosas en el presente ya no están en vigencia para los creyentes.

La forma correcta de responder a la compresión del tiempo no es dejar de trabajar, sino trabajar de otra manera. Se deben reemplazar las actitudes antiguas hacia la vida cotidiana y sus asuntos. Esto nos trae de regreso a las afirmaciones paradójicas de 1 Corintios 7:29–31. Debemos comprar, pero ser como si no tuviéramos posesiones. Debemos tratar con el mundo como si no estuviéramos tratando con el mundo como lo conocemos. Es decir, podemos hacer uso de las cosas que este mundo ofrece, pero no debemos aceptar los valores y principios del mundo cuando se oponen a los del reino de Dios. Debemos usar las cosas que compramos para el bien de otros en vez de aferrarnos a ellas con fuerza. Cuando regateamos en el mercado, debemos buscar el bien de la persona que vende, no solo nuestros propios intereses. En otras palabras, Pablo está llamando a los creyentes a “una perspectiva radicalmente nueva de su relación con el mundo”.[2]

Nuestra posición antigua era trabajar para hacer la vida más cómoda y satisfactoria para nosotros mismos y los que son cercanos a nosotros. Buscamos acumular entre nuestras posesiones las cosas que creemos que nos traerán estatus, seguridad y ventaja sobre otros. Separamos cuidadosamente la adoración de nuestros dioses primero, segundo la atención a nuestro matrimonio, tercero el trabajo y cuarto la participación civil, si nos queda algo de tiempo y energía. La nueva actitud es que trabajamos para beneficiarnos a nosotros mismos, a las personas cercanas y a todos aquellos por los que Jesús trabajó y murió. Buscamos soltar lo que poseemos para que se use donde haga que el mundo sea más como Dios lo desea. Integramos los aspectos de la adoración, la familia, el trabajo y la sociedad de nuestra vida y buscamos invertir —de forma intencional— en el capital físico, intelectual, cultural, moral y espiritual. En esto imitamos a Abraham, el gran antecesor del pueblo de Dios, a quien el Señor le dijo, “te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Gn 12:2).

David E. Garland, 1 Corinthians [1 Corintios], Baker Exegetical Commentary on the New Testament [Comentario exegético Baker del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Baker, 2003), 329.

Gordon Fee, The First Epistle to the Corinthians (Grand Rapids: Eerdmans, 1987), 336.

Todos reciben la parte que les corresponde (1 Corintios 9:7-10)

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En el capítulo 9, Pablo explica por qué al comienzo decidió no aceptar el apoyo financiero directo de la iglesia en Corinto, incluso aunque tenía derecho a recibirlo. Primero reivindica el derecho de los trabajadores, incluyendo los apóstoles, a recibir un salario por su trabajo. Servimos al Señor en el trabajo y el Señor desea que ganemos nuestro sustento a cambio de nuestra labor. Pablo da tres ejemplos de la vida cotidiana que ilustran este punto: los soldados, los vinicultores y los pastores, quienes obtienen un beneficio económico de sus labores. Sin embargo, es poco común que Pablo recurra solamente al convencionalismo para defender su argumento, así que cita Deuteronomio 25:4 (“No pondrás bozal al buey mientras trilla”) para respaldar su planteamiento. Si hasta los animales merecen una parte del fruto de su labor, entonces seguramente cualquier persona que participe en la obtención de un beneficio, debería recibir parte del mismo.

Este texto tiene implicaciones claras para el trabajo, especialmente para los empleadores. Los trabajadores merecen un salario justo. De hecho, la Biblia amenaza con consecuencias funestas a los empleadores si les niegan a sus empleados una compensación justa (Lv 19:13; Dt 24:14; Stg 5:7). Pablo sabe que varios factores afectan la determinación de un sueldo justo y no trata de prescribir una cifra o una fórmula. Además, las complejidades de oferta y demanda, la regulación y la sindicalización, los salarios y los beneficios y el poder y la flexibilidad en los mercados laborales actuales están por fuera del alcance de este capítulo, aunque el principio no lo está. Los empleadores no pueden descuidar las necesidades de sus empleados.

Aun así, Pablo decide no exigir su derecho a recibir un salario por su trabajo como apóstol. ¿Por qué? Porque en su caso, dadas las sensibilidades en la iglesia en Corinto, al hacerlo podría “causar estorbo al evangelio de Cristo”. En este caso, Dios hizo posible que él se ganara la vida allí al conocer a otros fabricantes de tiendas (o trabajadores de cuero), llamados Priscila y Aquila, quienes viven en Corinto (Hch 18:1–3; Ro 16:3). Pablo no espera que Dios acomode las cosas para que todos los trabajadores de la iglesia puedan trabajar gratis, pero en este caso Dios lo hizo y Pablo acepta Su provisión con agradecimiento. El punto es que solamente el trabajador tiene derecho a ofrecerse para trabajar sin una remuneración justa, pero el empleador no tiene derecho a exigirlo.

La gloria de Dios es la meta suprema (1 Corintios 10)

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En el curso de una discusión extendida que comienza en el capítulo 8 sobre un tema de importancia fundamental para los cristianos en Corinto —si es apropiado comer carne que había sido sacrificada a los ídolos—, Pablo presenta un principio amplio acerca del uso de los recursos de la tierra. Dice, citando el Salmo 24:1, “porque del Señor es la tierra y todo lo que en ella hay” (1Co 10:26). Es decir que, como todo viene de Dios, es apropiado comer de todo alimento independientemente de su uso anterior para propósitos de cultos paganos. (En una ciudad romana, gran parte de la carne que se vendía en el mercado habría sido ofrecida a los ídolos en el curso de su preparación).[1] Hay dos aspectos de este principio que aplican para el trabajo.

Primero, podemos extender la lógica de Pablo para concluir que los creyentes pueden usar todo lo que produce la tierra, incluyendo el alimento, la ropa, los bienes fabricados y la energía. Sin embargo, Pablo establece un límite muy marcado para este uso: si este hiere a otra persona, entonces debemos abstenernos. Si el problema es en el contexto de una cena en la que hay carne ofrecida a los ídolos, entonces la consciencia de otra persona puede ser la razón que necesitamos para abstenernos de comerla. Si el contexto es la seguridad de los trabajadores, la escasez de recursos o la degradación ambiental, entonces las razones por las que nos abstenemos de usar ciertos artículos pueden ser el bienestar de los trabajadores actuales, el acceso de los pobres a los recursos en la actualidad y las condiciones de vida de la población futura. Como Dios es el dueño de la tierra y todo lo que hay en ella, el uso que le damos a la tierra debe ser conforme con Sus propósitos.

Segundo, se espera que participemos en negocios con personas no creyentes, como ya vimos en 1 Corintios 5:9–10. Si los cristianos solo le compraran carne a los carniceros cristianos, o incluso a los judíos, claramente no existiría una razón para preocuparnos si habría sido ofrecida a los ídolos. Pero Pablo afirma que los creyentes deben participar en el comercio con la sociedad en general. (Los asuntos del capítulo 8 también suponen que los cristianos tendrán relaciones sociales con personas no creyentes, aunque este no es el tema en cuestión aquí). Los cristianos no son llamados a retirarse de la sociedad sino a participar en ella, lo que incluye sus lugares de trabajo. Como se mencionó antes, Pablo discute los límites de esta participación en 2 Corintios 6:14–18 (ver “El trabajo con no creyentes” en 2 Corintios).

Pablo dice que, “Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31). Este versículo no implica de ninguna manera que todas las actividades concebibles son legítimas. No se debe interpretar como que absolutamente todo podría ser hecho de una manera que le da gloria a Dios. La idea de Pablo es que tenemos que discernir si nuestras acciones —incluyendo el trabajo— son consistentes con los propósitos de Dios en el mundo. El criterio no es si nos asociamos con no creyentes, si usamos materiales que otros podrían usar para el mal o si tratamos con personas que no son amigas de Dios, sino si el trabajo que hacemos contribuye a los propósitos de Dios. Si es así, entonces lo que sea que hagamos en realidad será hecho para la gloria de Dios.

La conclusión final es que todas las vocaciones que le agregan un valor genuino al mundo creado de Dios de una forma que beneficia a la humanidad, son llamados verdaderos que le dan la gloria a Dios. El campesino y el vendedor en la tienda de comestibles, el fabricante y el que controla las emisiones, el padre y el maestro, el votante y el gobernador pueden disfrutar la satisfacción de servir en el plan de Dios para Su creación.

Hans Conzelman, 1 Corinthians [1 Corintios], trad. James W. Leitch (Philadelphia: Fortress Press, 1975), 176, incl. n. 11–13.

Comunidades dotadas (1 Corintios 12:1-14:40)

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El uso de lo que se ha denominado “los dones espirituales” (12:1) parece haber causado muchas disputas en la iglesia de Corinto. Aparentemente, en particular el don de lenguas (es decir, las palabras en éxtasis guiadas por el Espíritu) se estaba usando para acentuar las diferencias de estatus en la iglesia, ya que los que practicaban este don afirmaban que eran más espirituales que los que no (ver 12:1–3, 13:1, 14:1–25).[1] Para frenar esto, Pablo expresa una perspectiva amplia sobre los dones del Espíritu de Dios que tiene grandes aplicaciones para el trabajo.

Lo primero a observar es que el término “dones espirituales” es demasiado limitado para describir el tema del que habla Pablo. Son “espirituales” en el amplio sentido de que los origina el Espíritu de Dios, no en el sentido limitado de ser inmateriales o paranormales. Y “don” es solo uno de los varios términos que Pablo usa para el fenómeno que tiene en mente. En el capítulo 12 solamente, les llama a los diversos dones “ministerios” (12:5), “operaciones” (12:6), “manifestación” (12:7), “facultades” (RVA), “ayudas” y “clases” (12:28). El uso exclusivo del término “don espiritual” para referirse a lo que Pablo también llama “manifestación del Espíritu para el bien común” o “clases de servicio” tiende a sesgar nuestro pensamiento.[2] Indica que el Espíritu de Dios sustituye o ignora las destrezas y capacidades “naturales” que Dios nos ha dado. Implica que el receptor del “don” es su beneficiario previsto. Nos hace pensar que la adoración, no el servicio, es el propósito principal del trabajo del Espíritu. Todas estas son suposiciones falsas según 1 Corintios. El Espíritu Santo no se deshace de nuestras habilidades corporales, sino que las honra y emplea (12:14–26). Se beneficia la comunidad u organización, no solamente el individuo (12:7). El propósito es edificar la comunidad (14:3–5) y servir a las personas de afuera (14:23–25), no solamente mejorar la calidad de la adoración. Un mejor término podría ser “dádiva”, ya que representa mejor estas importantes connotaciones.

Segundo, parece que Pablo está dando varios ejemplos y no una lista exhaustiva. Él también hace una lista de los dones que Dios da en Romanos 12:6–8, Efesios 4:11 y 1 Pedro 4:10–11, y las diferencias entre las listas indican que son ilustrativas y no exhaustivas. Entre ellas no hay una lista fija ni una forma estándar de referirse a las distintas formas en que se dan los dones. Entonces, a pesar de gran parte de la literatura popular sobre el tema, es imposible compilar una lista definitiva de los dones espirituales, ya que demuestran una variedad sorprendente. Algunos son lo que llamaríamos sobrenaturales (hablar en lenguajes desconocidos), mientras que otros parecen ser capacidades naturales (el liderazgo) o incluso rasgos de la personalidad (la misericordia). Como hemos visto, Pablo nos dice, “hacedlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31) y aquí hace una lista de algunas de las cosas asombrosas que Dios nos dará la capacidad de hacer.

Aquí, Pablo tiene en mente a la iglesia (14:4, 12) y algunos cristianos creen que este pasaje significa que el Espíritu les da dones solo para usar dentro de la iglesia. Sin embargo, Pablo no nos da una razón para creer que estos dones se limiten a los confines de la iglesia. El reino de Dios abarca todo el mundo, no solo las instituciones eclesiales. Los creyentes pueden y deben ejercer sus dádivas en todo contexto, incluyendo el lugar de trabajo. Muchas de las dádivas que se nombran aquí —tales como el liderazgo, el servicio y el discernimiento— beneficiarán de forma inmediata el lugar de trabajo. Otras sin duda se nos darán en cuanto sean necesarias para contribuir a los propósitos de Dios en cualquier trabajo que hagamos. Por supuesto, debemos desarrollar las dádivas que hemos recibido y usarlas para el bien común en todas las áreas de la vida.

De hecho, la pregunta más importante no es quién, dónde, qué o cómo ejercemos las dádivas del Espíritu de Dios. La cuestión más importante es por qué las usamos y la respuesta es, “por amor”. Los dones, los talentos y las capacidades —los cuales vienen de Dios— son fuentes para la excelencia en nuestro trabajo. Pero mientras comienza a discutir la importancia del amor, Pablo dice, “Y aun yo os muestro un camino más excelente” (12:31), “el mayor de ellos es el amor” (13:13). Si ejerzo todas las dádivas maravillosas del Espíritu de Dios “pero no tengo amor”, dice Pablo, “nada soy” (13:2). Es común que el capítulo 13 se lea en las bodas, pero de hecho es un manifiesto perfecto para el lugar de trabajo.

El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (13:4–7)

Si los cristianos mostramos estas clases de amor en nuestro lugar de trabajo, ¿cuánto más productivo y enriquecedor sería el trabajo para todos? ¿Cuánta gloria le daría a nuestro Señor? ¿Qué tanto nos acercaríamos al cumplimiento de nuestra oración, “venga Tu reino”?

Ver Dale B. Martin, The Corinthian Body [El cuerpo corintio] (New Haven: Yale University Press, 1995), 87–92.

Para consultar una discusión académica sobre los problemas que involucra el término “dones espirituales”, ver Kenneth Berding, “Confusing Word and Concept in ‘Spiritual Gifts’: Have We Forgotten James Barr’s Exhortations?” [La palabra y el concepto confuso en ‘dones espirituales’: ¿hemos olvidados las exhortaciones de James Barr?] Journal of the Evangelical Theological Society [Revista de la sociedad teológica evangélica] 43 (2000): 37–51.

Nuestro trabajo no es en vano (1 Corintios 15:58)

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En el capítulo 15, Pablo mantiene una discusión extensa sobre la resurrección y aplica sus conclusiones directamente al trabajo. “Abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1Co 15:58). ¿De qué manera la perspectiva correcta de la resurrección —que los creyentes serán resucitados corporalmente— cimenta la conclusión de que nuestro trabajo para el Señor tiene una importancia perdurable (“no es en vano”)?

Primero que todo, debemos reconocer que si la vida fuera solamente lo que vivimos en el mundo caído, nuestro trabajo sería en vano (1Co 15:14–19). El uso de Pablo de la palabra vano nos recuerda la amplia meditación sobre la vanidad del trabajo bajo las condiciones de la caída. (Ver Eclesiastés y el trabajo ).  Incluso si hubiera vida fuera del estado caído del mundo presente, nuestro trabajo sería en vano si el nuevo mundo estuviera completamente desconectado del mundo presente. A lo sumo, nos impulsaría (y tal vez a otros) al nuevo mundo. Pero ya hemos visto que el trabajo hecho de acuerdo con los caminos de Dios sobrevive en la eternidad (1Co 3:10–15). En la segunda mitad del capítulo 15, Pablo desarrolla este tema resaltando una continuidad fundamental entre la existencia corporal antes y después de la resurrección, a pesar de las grandes diferencias en sus respectivas sustancias. “Pues nuestros cuerpos mortales tienen que ser transformados en cuerpos que nunca morirán; nuestros cuerpos mortales deben ser transformados en cuerpos inmortales” (1Co 15:53, NTV). Nuestra alma no sale del cuerpo antiguo para ir a un nuevo cuerpo —como si se pusiera un nuevo traje—, sino que nuestros cuerpos presentes son “transformados en cuerpos inmortales”. Lo antiguo permanece en lo nuevo, aunque es radicalmente transformado. Es precisamente esta continuidad la que le da significado a nuestra existencia presente y garantiza que nuestro trabajo para Dios tenga un valor duradero.[14]

N. T. Wright, The Resurrection of the Son of God [La resurrección del Hijo de Dios], vol. 3 de Christian Origins and the Question of God [Los orígenes cristianos y la cuestión de Dios] (Minneapolis: Fortress Press 2003), 359–60.

Compartimos nuestros recursos con aquellos que tienen dificultad (1 Corintios 16:1-3)

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Un proyecto constante de Pablo a lo largo de sus viajes misioneros fue el de recolectar dinero para las congregaciones en Judea que sufrían de dificultades económicas.[1] Él menciona esta colección no solo aquí sino también en Gálatas 2:10 y explica su fundamento teológico con más detalle en Romanos 15:25–31 y 2 Corintios 8–9. Para nuestros propósitos es importante notar que, según Pablo, parte de lo que gana un creyente debería ser dado para el beneficio de aquellos que no pueden proveer adecuadamente para sí mismos. Para Pablo, una de las funciones esenciales de la iglesia es cuidar de las necesidades de sus miembros a nivel mundial. El Antiguo Testamento prescribió tanto los diezmos fijos como las ofrendas voluntarias,[2] los cuales sustentaban las actividades del templo, el mantenimiento del estado y la ayuda para los pobres. Sin embargo, este sistema cesó cuando desaparecieron los reinos judíos. La colecta de Pablo para los pobres en Judea hace responsable fundamentalmente a la iglesia de la ayuda que en el Antiguo Testamento fue provista por los diezmos y las ofrendas.

En ningún lugar del Nuevo Testamento se dan porcentajes fijos, pero Pablo anima a las personas a que sean generosas (ver 2Co 8–9), lo cual en realidad no podría significar algo menor al nivel del Antiguo Testamento. Durante los siguientes siglos, mientras crecía la iglesia, su papel como proveedora de servicios sociales se convirtió en un elemento esencial de la sociedad, que duró más que incluso el Imperio romano.[3] Sea cual fuere la cantidad que den, se espera que los creyentes la determinen con anticipación como parte de su presupuesto y que traigan sus ofrendas periódicamente a las reuniones semanales de la congregación. En otras palabras, se requiere un cambio sostenido del estilo de vida para alcanzar este nivel de generosidad ya que no estamos hablando solo de algunas monedas.

Estos principios exigen una nueva consideración en nuestra época. Ahora los principales proveedores de bienestar social no son las iglesias sino los gobiernos, pero ¿hay algunas formas de servicio que los cristianos podemos hacer particularmente bien gracias a que Dios nos equipa para ellas? ¿El trabajo, la inversión y otra actividad económica de los cristianos podrían ser un medio para servir a aquellos que enfrentan dificultades económicas? En la época de Pablo, había una posibilidad limitada de que los cristianos pudieran comenzar negocios, participar en el comercio o proporcionar capacitación y educación, pero hoy estos podrían ser medios para crear empleos o proveer para las personas desfavorecidas económicamente. ¿El propósito de dar es solamente unir más a la iglesia alrededor del mundo (ciertamente uno de los objetivos de Pablo), o también cuidar del prójimo? ¿Podría ser que hoy Dios llame a los creyentes a dar dinero y a dirigir negocios, gobiernos, educación y cualquier otra forma de trabajo como un medio para cuidar de las personas que tienen dificultades? (Estas preguntas se exploran con más profundidad en “Provisión y riqueza” )

Para consultar una perspectiva general, ver Scot McKnight, “Collection for the Saints” [La colecta para los santos] en Dictionary of Paul and His Letters [Diccionario de Pablo y sus cartas], ed. Gerald F. Hawthorne et al. (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993), 143–47.

Ver E. P. Sanders, Judaism: Practice and Belief [El judaísmo: práctica y creencia], 63 BCE-66 CE (Londres: SCM Press, 1992).

Jeannine E. Olson, Calvin and Social Welfare (Selinsgrove, PA: Susque­hanna University Press, 1989), 18.

Conclusión de 1 Corintios

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La primera carta a los corintios tiene mucho que contribuir a la perspectiva bíblica del trabajo. Por encima de todo, establece un sentido sano del llamado a todas las clases legítimas de trabajo. En sus palabras de apertura, Pablo enfatiza en que Dios los ha llamado tanto a él como a los creyentes de Corinto a seguir a Cristo. Dios les concede a todos los creyentes los recursos espirituales y dádivas concretos para el servicio de otros. Nuestra efectividad no depende de nuestros propios méritos, sino del poder de Dios. Al depender de Su poder, podemos y debemos esforzarnos por hacer un buen trabajo. Dios nos guía a tener una visión y un propósito común en nuestro trabajo, lo que requiere un conjunto diverso de personas desempeñándose en una gran variedad de trabajos. Los líderes son necesarios para darle un enfoque eficaz a toda esta diversidad y variedad.

Los líderes en el reino de Dios son siervos de aquellos a los que lideran, responsables del cumplimiento de las tareas del grupo al tiempo que suplen sus necesidades. Sea cual sea la posición que tengamos, es más importante trabajar cada día según los propósitos de Dios que usa todo nuestro tiempo y energía buscando el trabajo perfecto. Ya que sabemos que Cristo regresará para cumplir la restauración de Dios del mundo a su diseño original, tenemos la confianza de trabajar diligentemente con miras al reino venidero de Cristo. Cuando trabajamos de acuerdo con nuestras capacidades, Dios recompensa dicha labor con una parte justa de los frutos de nuestro trabajo. Los cristianos somos llamados a tener estándares de salarios justos y trabajo justo.

Nuestra meta final es el reino de Dios y Su gloria. Esto nos da libertad de usar los recursos del mundo, pero debemos ser mayordomos de ellos para el beneficio de todas las personas, incluyendo las futuras generaciones. De hecho, ni siquiera deberíamos pensar en balancear las necesidades de un individuo frente a las de otro, sino en términos de edificar comunidades de apoyo y servicio mutuos. El amor es el eje central real del reino de Dios y cuando es nuestra motivación al trabajar por las personas por las cuales Cristo trabajó y murió, nuestro trabajo no es en vano. Tiene una importancia eterna y sobrevive junto con nosotros en el nuevo mundo del reino establecido de Dios. Mientras tanto, nos esforzamos por estar seguros de usar los recursos a nuestra disposición para cuidar a los que tienen necesidades.