Salmos y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Salmos

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El libro de Salmos es en parte un libro de himnos, en parte libro de oración, en parte literatura sobre la sabiduría y en parte una antología de poemas acerca de Israel y Dios. Su tema principal es asombrosamente amplio. Por una parte, proclama alabanza y oración para el Altísimo (Sal 50:14) y por otra parte, abarca experiencias humanas tan íntimas como el duelo por una madre (Sal 35:14). Salmos es peculiar en el Antiguo Testamento ya que la mayor parte del libro presenta a personas hablándole a Dios. En todos los demás libros del Antiguo Testamento, encontramos relatos o vemos principalmente a Dios hablándoles a las personas (como en la ley y los profetas).

Aunque tienen miles de años de antigüedad, prácticamente todos los salmos de una forma u otra, reflejan nuestras propias luchas y alegrías hoy día. Sea el que sea el tema de un salmo en particular, cada uno expresa las emociones que sentimos mientras lidiamos con los problemas de la vida. Algunos salmos capturan nuestro deleite en Dios cuando experimentamos la presencia divina al atravesar una situación difícil que ha tenido un buen final. Otros expresan emociones fuertes de ira o dolor en la lucha por entender por qué Dios no ha actuado como creemos que debería hacerlo cuando “los malvados triunfan”. En algunos, Dios habla. En otros, Dios está en silencio. Algunos encuentran solución, mientras que otros nos dejan con preguntas sin responder.

Los salmos no fueron escritos por una sola persona en un solo momento, como lo indica la variedad de atribuciones en los títulos. De hecho, el estudio de la autoría del libro de Salmos —así como sus fechas de composición, contextos, propósitos, usos y transmisión— es un campo importante de los estudios bíblicos. Las herramientas de la historia de las formas y el análisis literario comparativo (especialmente en comparaciones con la literatura ugarítica) se han usado bastante en el estudio de los Salmos.[1] No intentaremos ahondar en estos estudios en general, pero nos basaremos en dicha investigación ya que es necesaria para ayudarnos a entender y aplicar los salmos al trabajo.

El trabajo en los Salmos

El trabajo aparece regularmente a lo largo de los ciento cincuenta salmos. Algunas veces, el interés de los salmos en el trabajo recae en la ética individual, incluyendo la integridad y la obediencia a Dios en nuestro trabajo, el trato con la competencia y la ansiedad acerca del éxito aparente de las personas deshonestas. Otros salmos tocan el tema de la ética de las organizaciones —ya sean tan pequeñas como un hogar, o tan grandes como una nación. Los temas modernos a los que aplican estos salmos incluyen la ética de negocios, el manejo de la presión institucional, la globalización, las consecuencias de las fallas en el lugar de trabajo y las infracciones a nivel nacional. Otro tema principal relacionado con el trabajo en Salmos es la presencia de Dios con nosotros en el trabajo. Aquí encontramos temas tales como la guía de Dios, la creatividad humana fundamentada en Dios (quien sostiene toda la productividad), la importancia de hacer un trabajo realmente valioso y la gracia de Dios en nuestro trabajo. Los salmos se interesan de forma particular en el trabajo del matrimonio, la crianza de los hijos y el cuidado de los padres. Bajo todos los temas particulares, se encuentra la proclamación de Salmos de la gloria de Dios en toda la creación. La gran variedad de temas relacionados con el trabajo en este libro no es una sorpresa.

Los cinco libros de Salmos

La característica estructural más evidente del Salterio es su división en cinco libros: Libro 1 (Sal 1-41), Libro 2 (Sal 42-72), Libro 3 (Sal 73-89), Libro 4 (Sal 90-106) y Libro 5 (Sal 107-150). No se sabe plenamente cuando o porqué se hacen estas divisiones, aunque se han propuesto muchas teorías. El Libro 1 se centra en gran medida en las experiencias de David y el Libro 2 habla de David y su reinado. El Libro 3 es más sombrío, tiene una buena parte de lamentos y quejas y termina en el Salmo 89 con el pacto de David y la nación en ruinas. El Libro 4 habla con seriedad acerca de la mortalidad humana (Sal 90), pero también habla triunfantemente acerca de Dios como el gran rey que gobierna todo (Sal 93 y 95-99). El Libro 5 es una mezcla, pero termina en celebración cuando las naciones y toda la creación adoran al Dios de Israel (ver Sal 148).

Por tanto, vemos un movimiento general que va desde David al reino de David, al fin de la dinastía de David, a la alabanza de Dios mismo como rey de la tierra y finalmente al triunfo del reino de Dios. Esto le da una dirección narrativa al Salterio como un todo, pero muchos salmos en la colección no encajan en esta disposición. En cierta medida, la razón para el orden actual de los salmos sigue siendo un misterio. Si hay una sola y enorme estructura, o no la entendemos completamente o no se sigue estrictamente.

Estrategias interpretativas para los Salmos

Es posible que la naturaleza única de los salmos nos dificulte entenderlos en su contexto original y mucho más aplicarlos a la vida y el trabajo actual. El libro de Salmos es una colección bastante diversa y esto hace que sea difícil generalizar. ¿Debemos estudiar los salmos para encontrar instrucción? ¿Leerlos para aprender sobre la historia? ¿Orar o cantarlos solos o con otras personas? La Biblia misma no nos da una respuesta. Antes de que podamos profundizar en la aplicación de los salmos en el trabajo, necesitamos desarrollar estrategias interpretativas que nos ayuden a aprovecharlos al máximo.

Nuestra metodología aquí será explorar una selección de salmos escogidos porque dicen algo significativo acerca del trabajo o dicen algo importante acerca de la vida que aplica de forma relevante en el trabajo. En la práctica en términos generales, esto significa que los salmos han sido seleccionados porque los colaboradores, el comité directivo o los revisores de la Teología de Trabajo los consideran particularmente importantes en su propio estudio o experiencia. Sin duda, este es un método de selección no sistemático. El comentario resultante no busca ser exhaustivo, o incluso necesariamente correcto. En cambio, su propósito es presentar una serie de ejemplos de cómo los grupos o individuos cristianos puede usar los salmos fielmente mientras buscan integrar su fe con su trabajo.

Peter C. Craigie, Psalms 1-50 [Salmos 1-50], 2ª ed., vol. 19, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Nashville: Nelson Reference & Electronic, 2004), 45-55.

Libro 1 (Salmos 1-41)

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El Libro 1 consiste en gran medida en salmos escritos por David individualmente, y no por Israel como nación. Estos abordan temas que conciernen a David personalmente, y eso hace que sea posible aplicarlos a las situaciones que enfrentamos como individuos en el trabajo. Los libros subsiguientes incorporan los aspectos sociales y comunitarios de la vida y el trabajo.

La integridad personal en el trabajo (Salmo 1)

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Los dos salmos iniciales establecen temas que atraviesan todo el Salterio. El Salmo 1 descubre la integridad personal, indicando que así es como cada persona debería vivir. Específicamente aplica este tema al trabajo y a nuestro deseo de éxito. Dice acerca del justo, “Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera” (Sal 1:3). El trabajo hecho de forma ética tiende a prosperar. Esta es una verdad general pero no es una regla infalible. Aunque algunas veces las personas sufren por causa de sus actos éticos en el trabajo o en otros lugares, sigue siendo una realidad que es factible que a las personas que temen a Dios y tienen integridad les vaya bien. Esto se debe a que viven sabiamente y a que la bendición de Dios está sobre ellos.

La obediencia a Dios (Salmo 2)

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El Salmo 2 se centra en la casa de David. El Señor ha elegido este reino y su templo, Sion, para ser el foco de atención del reino de Dios. Algún día, los gentiles se someterán a él o enfrentarán la ira de Dios. Por tanto, Salmos 2:11-12 dice, “Adorad al Señor con reverencia, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo para que no se enoje y perezcáis en el camino, pues puede inflamarse de repente Su ira. ¡Cuán bienaventurados son todos los que en Él se refugian!” Jesús le cumplió estas promesas a David. La lección para nosotros es que debemos valorar el reino de Cristo por encima de todas las cosas. Una buena ética laboral es valiosa, pero no podemos hacer que nuestra prioridad sea la prosperidad. No podemos servir a Dios y al dinero (Mt 6:24).

Los enemigos y los oponentes (Salmos 4, 6, 7, 17)

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Después de Salmos 1 y 2, el Libro 1 tiene muchos salmos en los que David se queja con Dios de sus enemigos. Estos salmos pueden ser difíciles para los lectores en la actualidad ya que algunas veces parece que David tiene una actitud vengativa. Sin embargo, no debemos ignorar el hecho de que cuando los enemigos están a su alrededor, él le encomienda el problema a Dios y no hace justicia por mano propia.

Estos salmos tienen una aplicación en el lugar de trabajo. Con frecuencia, los conflictos y las rivalidades aparecen entre las personas en el trabajo y algunas veces estas peleas pueden ser violentas. Las batallas ocupacionales pueden llevar a la depresión y a la pérdida de sueño. El Salmo 4:8 es una oración acerca de enemigos personales, que dice, “En paz me acostaré y así también dormiré; porque sólo Tú, Señor, me haces habitar seguro”. Cuando le encomendamos a Dios una situación, podemos estar tranquilos. Sin embargo, cuando estamos en medio de una batalla como esta, nuestras oraciones para pedir ayuda pueden parecer en vano. Sin embargo, Dios escucha y responde: “Apartaos de mí, todos los que hacéis iniquidad, porque el Señor ha oído la voz de mi llanto” (Sal 6:8). Por otra parte, debemos ser cuidadosos de mantener nuestra integridad cuando estemos en medio de tales conflictos. No sería beneficioso clamar a Dios si estamos siendo rudos, deshonestos o estamos actuando con poca ética en el trabajo. “Oh Señor, Dios mío, si yo he hecho esto, si hay en mis manos injusticia, si he pagado con el mal al que estaba en paz conmigo… que persiga el enemigo mi alma y la alcance… y eche en el polvo mi gloria” (Sal 7:3-5). El Salmo 17:3 insiste en esta misma idea.

La autoridad (Salmo 8)

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El Salmo 8 es una excepción en el Libro 1, ya que no pertenece específicamente a David. Su interés está en toda la autoridad humana, no solo en el gobierno de David. Aunque Dios creó todo el universo (Sal 8:1-3), decidió designar seres humanos para que gobiernen la creación (Sal 8:5-8). Este es un llamado de altura. “¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto bajo sus pies” (Sal 8:5-6). Cuando ejercemos la autoridad y el liderazgo, lo hacemos como delegados de Dios. Nuestro mandato no puede ser arbitrario o egoísta, sino que debe cumplir los propósitos de Dios. Algunos de estos propósitos principales son cuidar a las criaturas de la tierra (Sal 8:7-8) y proteger a los débiles y los vulnerables, especialmente a los niños (Sal 8:2).

Si adquirimos una posición de autoridad en el trabajo, es tentador ver nuestro lugar como una recompensa por el trabajo duro o por la inteligencia y aprovechar la autoridad para obtener una ganancia personal. Es cierto que debemos rendir cuentas a nuestros superiores, a las juntas directivas, administradores, electores o cualquier forma terrenal de gobierno para la cual servimos, pero no es suficiente. También debemos rendirle cuentas a Dios. Por ejemplo, los líderes políticos, tienen el deber de prestar atención a lo que dice la ciencia ambiental y económica cuando consideran la política energética, sea que concuerde o no con los vientos políticos actuales. De forma similar, los líderes de negocios están llamados a anticipar y prevenir el daño potencial a los niños —ya sea físico, mental, cultural o espiritual— que pueden causar sus productos y servicios. Esto no solo aplica para los juguetes, películas, televisión y alimentos, sino también a la venta minorista, el transporte, las telecomunicaciones y los servicios financieros, entre otros.

La ética de negocios (Salmos 15, 24, 34)

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El Salterio habla bastante acerca de la ética laboral. Salmos 15:1 y 5 dicen, “Señor, ¿quién habitará en Tu tabernáculo? ¿Quién morará en Tu santo monte? El que su dinero no da a interés, ni acepta soborno contra el inocente. El que hace estas cosas permanecerá firme”. Si acordamos que no necesariamente se prohíben los intereses en la Biblia para el contexto contemporáneo (ver ¿La Biblia prohíbe cobrar intereses?” en www.teologiadeltrabajo.org), la aplicación de este Salmo es que no debemos aprovecharnos de otros en el lugar de trabajo. Un ejemplo serían los préstamos que llevan a los deudores angustiados a una deuda mayor, igual que las tarjetas de crédito que intencionalmente atrapan titulares de tarjetas inadvertidos en cobros inesperados y aumentos de las tasas de interés. En un sentido más amplio, cualquier producto o servicio que atenta contra las personas vulnerables (o “inocentes”) y los deja en una situación peor, es una violación de la ética del Salterio. La buena ética de negocios —y sus equivalentes en otros campos de trabajo— requiere que los clientes se beneficien genuinamente de los bienes y servicios que se les ofrecen.

En este tema, Salmos 24:4-5 aporta la idea de que Dios acepta “El de manos limpias y corazón puro; el que no ha alzado su alma a la falsedad, ni jurado con engaño. Ese recibirá bendición del Señor, y justicia del Dios de su salvación”. La falsedad descrita aquí es el falso testimonio. Igual que en el mundo moderno, en el mundo antiguo era difícil estar involucrado en negocios sin algunas veces quedar atrapado en pleitos legales. Este pasaje nos mueve a testificar honestamente y no desvirtuar la justicia con el fraude. Cuando otros son inescrupulosos, nuestra honestidad puede costarnos ascensos perdidos, transacciones de negocios, elecciones, calificaciones y publicaciones. Sin embargo, a largo plazo, tales tropiezos son triviales en comparación con la bendición y vindicación de Dios (Sal 24:5).

La ética también sale a la luz en Salmos 34:12-13: “¿Quién es el hombre que desea vida y quiere muchos días para ver el bien? Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño”. Este pasaje se puede referir a cualquier clase de engaño, calumnia o fraude. La referencia a “muchos días para ver el bien” simplemente señala que si usted engaña a otras personas o las calumnia, lo más probable es que esté haciendo enemigos. En casos extremos, esto podría llevar a que le causen la muerte, pero incluso si no es así, la vida rodeada de enemigos no le ayudará a ver el bien. Si la vida es su principal deseo, los amigos de confianza son mucho más provechosos que las ganancias mal habidas. Es posible que una vida de integridad sea costosa en términos terrenales. En un país corrupto, es posible que una persona de negocios que no soborna a otros o un empleado público que no acepta sobornos no tengan la posibilidad de recibir un sueldo estable. El salmo reconoce que, “Muchas son las aflicciones del justo”, aunque agrega, “pero de todas ellas lo libra el Señor” (Sal 34:19). Trabajar con integridad puede que resulte en la prosperidad pero puede que no, y la integridad ante los ojos de Dios es su propia recompensa.

La confianza en Dios al enfrentar la presión institucional (Salmo 20)

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El Salmo 20 nos enseña a confiar en Dios en vez de confiar en el poder humano, tal como el poderío militar. “Algunos confían en carros, y otros en caballos; mas nosotros en el nombre del Señor nuestro Dios confiaremos” (Sal 20:7). No menos que los bienes militares, los bienes financieros pueden ser la base para una falsa fe en el poder humano. Es más, deberíamos recordar que en el mundo antiguo solo los soldados de clase alta tenían caballos y carrozas. Los soldados de clases bajas solían ser campesinos y se transportaban a pie. Es una realidad preocupante que incluso el poder y la riqueza moderada con frecuencia nos alejan de Dios.

La presencia de Dios en nuestras luchas en el trabajo (Salmo 23)

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“El Señor es mi pastor” (Sal 23:1). Si confiamos en Dios, tenemos la tranquilidad de saber que Él nos cuida, como un pastor que cuida sus ovejas. Este es un recordatorio para que veamos nuestro trabajo desde la perspectiva de Dios —no principalmente como un instrumento para nuestra gratificación, sino como nuestra parte en la misión de Dios en el mundo. “Me guía por senderos de justicia por amor de Su nombre” (Sal 23:3; énfasis agregado). Trabajamos para honrarlo y no para nuestra propia gloria —un recordatorio poderoso que necesitamos escuchar regularmente.

Por lo general, una perspectiva tan piadosa en nuestro trabajo nos impulsa más hacia el trabajo, no lejos de él. En el Salmo 23, vemos esto en la forma en que se conduce la narrativa por los detalles del trabajo del pastoreo. Los pastores encuentran agua, buenos pastos y caminos en las áreas salvajes. Ellos alejan a los predadores con varas y cayados, y consuelan a las ovejas con sus palabras y su presencia. El Salmo 23 es primero que todo una representación acertada del trabajo de un pastor, lo que nos proporciona el conocimiento básico necesario para que sea significativo como una meditación espiritual.

Que busquemos honrar a Dios en nuestro trabajo no significa que el camino será fácil. Algunas veces nos podemos encontrar a nosotros mismos en el “valle de sombra de muerte” (Sal 23:4). Esto podría ocurrir en la pérdida de un contrato, una tarea docente que no salió bien, o sentimientos de aislamiento y de que nuestro trabajo no tiene sentido. O podría verse reflejado en una lucha a largo plazo, tal como un ambiente laboral tóxico o no ser capaz de encontrar trabajo. Estas son situaciones que preferiríamos evitar, pero el Salmo 23 nos recuerda que Dios está cerca en todas las circunstancias. “No temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo” (Sal 23:4a). Su trabajo a nuestro favor no es hipotético, sino que es tangible y real. Un pastor tiene una vara y un cayado, y Dios tiene todos los instrumentos necesarios para mantenernos a salvo al atravesar las peores situaciones de la vida (Sal 23:4b). Dios cuidará de nosotros incluso en un mundo que a veces es hostil, “en presencia de mis enemigos” (Sal 23:5). Es fácil recordar esto cuando todo está en calma, pero aquí estamos llamados a recordarlo en medio de la dificultad y la adversidad. Aunque con frecuencia preferimos no pensar en esto, es en las dificultades de la vida que Dios cumple Sus propósitos en nosotros.

El Salmo 23 concluye recordándonos el destino de nuestro viaje con Dios. “En la casa del Señor moraré por largos días” (Sal 23:6b). Como en el Salmo 127 y en todos los demás, la casa no es solo un refugio en donde las personas se alimentan y duermen, sino que también es la unidad básica del trabajo y la producción económica. Por tanto, habitar en la casa del Señor no significa esperar a que llegue la muerte para que podamos dejar de trabajar y recibir nuestra recompensa. En cambio, promete que llegará el tiempo en que encontraremos un lugar donde nuestro trabajo y nuestra vida pueden prosperar. La primera mitad del versículo nos dice directamente que esta es una promesa para nuestra vida presente así como para la eternidad. “El bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida” (Sal 23:6). La promesa de que Dios estará con nosotros trayendo bondad y amor en todas las circunstancias de nuestra vida y nuestro trabajo, es una forma más profunda de consuelo que la que podremos conseguir esperando evitar cualquier adversidad que pueda caer sobre nosotros.

La guía de Dios en nuestro trabajo (Salmo 25)

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La vida humana es una serie de elecciones y muchas de estas abordan la vocación. Debemos desarrollar el hábito de llevarle todas estas decisiones a Dios. El Salmo 25:12 enseña, “¿Quién es el hombre que teme al Señor? Él le instruirá en el camino que debe escoger”. ¿Cómo nos enseña Dios el camino que debemos escoger? El Salmo 25 indica varias maneras, comenzando con, “Muéstrame Tus caminos… Guíame en Tu verdad y enséñame” (Sal 25:4-5). Esto requiere leer la Biblia regularmente, la cual es la forma principal en la que podemos conocer los caminos de Dios y aprender Su verdad. Cuando conocemos Sus enseñanzas, debemos ponerlas en práctica sin necesidad de una guía especial de parte de Dios en la mayoría de los casos. “Todas las sendas del Señor son misericordia y verdad para aquellos que guardan Su pacto y Sus testimonios” (Sal 25:10). Claramente, Su pacto y Sus testimonios se encuentran en la Biblia.

El Salmo 25:7 agrega, “No te acuerdes de los pecados de mi juventud ni de mis transgresiones”. Confesar nuestros pecados y pedir la misericordia de Dios es otra forma en la que recibimos Su guía. Ser honestos con Él —y con nosotros mismos— acerca de nuestros pecados, abre la puerta a la guía de Dios en nuestros corazones. El salmista ruega, “Perdona mi iniquidad”, y “perdona todos mis pecados” (Sal 25:11, 18). El perdón de Dios nos libera para dejar de intentar justificarnos a nosotros mismos. Si esto no ocurre, se constituye en una barrera poderosa para la guía de Dios. De forma similar, la humildad en nuestro trato con Dios y las personas nos lleva más allá de estar a la defensiva, lo cual bloquea la guía de Dios. El Salmo 25:9 nos dice que Dios “Dirige a los humildes en… Su camino”.

El salmo continúa diciendo, “De continuo están mis ojos hacia el Señor” (Sal 25:15). Recibimos la guía de Dios cuando buscamos evidencia acerca de las cosas que le interesan a Dios, tales como la justicia, la fidelidad, la reconciliación, la paz, la fe, la esperanza y el amor (el salmo no nombra estos en particular, sino que son ejemplos de otras partes de la Biblia). El Salmo 25:21 dice, “La integridad y la rectitud me preserven”. La integridad significa vivir toda la vida bajo un conjunto coherente de valores en vez de, por ejemplo, ser honesto y compasivo con nuestra familia pero engañoso y cruel con los clientes o compañeros de trabajo. Por tanto, pensar claramente acerca de cómo aplicar nuestros valores más altos en el trabajo resulta ser un medio de la guía de Dios, al menos al nivel en que nuestros valores más altos están formados por la Escritura y la fidelidad a Cristo.

Aunque tal vez los medios por los cuales Dios nos guía parezcan abstractos, pueden ser muy prácticos cuando los usamos en las situaciones laborales. La clave es ser concretos en nuestro estudio bíblico, en la confesión, la oración y el razonamiento moral. Cuando le traemos nuestras situaciones laborales específicas y actuales a Dios y a Su Palabra, podremos ver Su respuesta con la guía específica que necesitamos (para más información al respecto, ver “Discernir la guía de Dios para alguna clase de trabajo en particular” en Perspectiva de la vocación).

Libro 2 (Salmos 42-72)

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Todos hemos tenido sentimientos de inseguridad y la ruina financiera es una de las primeras preocupaciones en nuestra lista. En el segundo libro del Salterio, vemos varios textos relacionados con los temores que aquejan a las personas y las vías a las que acuden para recibir ayuda. De este modo, aprendemos acerca del fundamento verdadero y el fundamento falso de la esperanza en un mundo de incertidumbre.

La presencia de Dios en medio del desastre (Salmo 46)

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Algunas veces, el desastre amenaza nuestros lugares de trabajo, el trabajo mismo o nuestra sensación de bienestar. Este desastre puede incluir las catástrofes naturales (como huracanes, tornados, inundaciones, tifones, incendios forestales), las económicas (como las recesiones, bancarrota, colapso de grandes instituciones financieras) y las políticas (un cambio repentino de políticas o prioridades, o la guerra). El Salmo 46 resalta el alcance mundial que puede tener el desastre, lo que es evidente en la actualidad en la economía global. Las decisiones que se toman en Londres y Beijing con respecto a la moneda repercuten en la cantidad de dinero que reciben los campesinos de Indiana o de Indonesia por el producto de sus cultivos. La agitación política en el Medio Oriente puede afectar el precio de la gasolina en una ciudad pequeña en cualquier lugar del mundo, lo que a su vez, por medio de una cadena de eventos, puede determinar la capacidad de un restaurante local para seguir funcionando. Aunque las economías antiguas no eran tan “globales”, las personas sabían muy bien que lo que sucedía entre las naciones podía cambiarles la vida tarde o temprano. El deshielo del planeta da a entender que algún día todo el poder de las naciones parecerá tan efímero como los castillos de arena. La crisis en el mundo provoca incertidumbre para el comercio, el gobierno, las finanzas y toda clase de trabajo. Sin embargo, sea cual sea la magnitud del desastre, Dios sigue siendo más grande.

Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares; aunque bramen y se agiten sus aguas, aunque tiemblen los montes con creciente enojo. (Sal 46:1-3)

En medio de las circunstancias difíciles y amenazantes podemos ver con calma, confianza e incluso con gusto a nuestros compañeros de trabajo y al trabajo mismo. Nuestra confianza suprema está en Dios, Quien con Su propio ser proporciona un refugio de fortaleza y bienestar cuando se nos acaban las fuerzas. No solo nosotros individualmente, sino nuestras comunidades y todo el mundo están bajo la gracia de Dios. El desastre mundial no es nada ante la providencia del Señor. Recordar la forma en la que Dios nos ha cuidado en circunstancias pasadas —ya sean propias o de otras personas del pueblo de Dios— nos da la seguridad de que Él está con nosotros “en medio de” la ciudad (Sal 46:5) y en todo lugar de la tierra (Sal 46:10). Algunas veces, incluso tenemos el privilegio de servir como uno de los instrumentos de Dios para ayudar a otros en medio del desastre.

La ansiedad frente al triunfo de las personas inescrupulosas (Salmos 49, 50, 52, 62)

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Algunas veces, las personas piadosas tienen una perspectiva distorsionada de la forma en la que Dios gobierna, lo que les causa una ansiedad innecesaria. Piensan que obviamente a los justos les debería ir bien en la vida, mientras que claramente los malvados deberían caer en la ruina. Sin embargo, la realidad no siempre sigue esta lógica. Cuando los malvados prosperan, los cristianos sienten que el mundo se ha puesto de cabeza y que se ha demostrado que su fe es en vano. El Salmo 49:16-17 aborda esta situación: “No temas cuando alguno se enriquece, cuando la gloria de su casa aumenta; porque nada se llevará cuando muera, ni su gloria descenderá con él”. La piedad no asegura el éxito comercial y la impiedad no asegura el fracaso. Aquellos que dedican sus vidas a ganar dinero fracasarán al final, ya que su tesoro es algo que van a perder (Lc 12:16-21). Ver “La inquietud por los ricos” (Lc 6:25; 12:13-21; 18:18-30) en “Lucas y el trabajo” en el Comentario Bíblico de la Teología del Trabajo.

No se trata simplemente de que los malvados tengan que enfrentar el juicio de Dios después de la muerte. Cuando alguien que es malvado pero exitoso cae en la ruina, las personas se dan cuenta y entienden la relación entre la forma de vida de esa persona y la calamidad que al final la hundió. En Salmos 52:7 se describe una situación como esta: “He aquí el hombre que no quiso hacer de Dios su refugio, sino que confió en la abundancia de sus riquezas y se hizo fuerte en sus malos deseos”. Por esta razón, Salmos 62:10 nos dice que no debemos buscar la seguridad siguiendo el camino de los malvados o en la adquisición de riquezas: “No confiéis en la opresión, ni en el robo pongáis vuestra esperanza; si las riquezas aumentan, no pongáis el corazón en ellas”. En los tiempos difíciles, somos propensos a mirar a aquellos que han prosperado gracias a sus prácticas corruptas o a su nepotismo y creer que debemos hacer lo mismo para no caer en la pobreza, pero lo que en realidad haríamos es asegurarnos de compartir su desgracia ante las personas y su condenación ante Dios.

Por otra parte, si decidimos poner nuestra confianza en Dios debemos hacerlo completamente, no de manera superficial. Salmos 50:16 declara, “Pero al impío Dios le dice: ¿Qué derecho tienes tú de hablar de Mis estatutos, y de tomar Mi pacto en tus labios?” Es malo que alguien use el fraude para ganar riquezas, pero es terrible hacerlo mientras se aparenta ser fiel a Dios.

Sería bueno preguntar qué ven los demás cuando observan nuestro trabajo y la forma en la que lo hacemos. ¿Justificamos el tomar atajos éticos, la práctica de la discriminación o el maltrato de las personas mientras balbuceamos palabras como “bendición”, “la voluntad de Dios” o Su “favor”? Tal vez deberíamos ser más cuidadosos al atribuirle nuestros aparentes éxitos a la voluntad de Dios, y estar más listos para decir simplemente, “es algo que no merezco”.

Libro 3 (Salmos 73-89)

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Gran parte del Libro 3 de Salmos es de lamentación y queja. El juicio divino —tanto positivo como negativo— pasa al primer plano en muchos de los salmos de este libro. Considerarlos nos proporciona un espejo en el que podemos analizar nuestra propia fidelidad —o infidelidad— y expresarle nuestros sentimientos reales a Dios, quien es capaz de reconciliar todo consigo mismo.

Conservar la integridad en medio de la corrupción (Salmo 73)

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El Salmo 73 describe un trayecto de cuatro fases de tentación y fidelidad, que se representa en el trabajo del salmista.[1] En la primera fase, él reconoce que el juicio positivo de Dios es una fuente de fortaleza. “Ciertamente Dios es bueno para con Israel, para con los puros de corazón” (Sal 73:1). Sin embargo, pronto se ve tentado a dejar los caminos de Dios (fase 2) y dice, “En cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes” (Sal 73:2). Él reconoce que le inquieta el éxito aparente de los malvados, el cual describe con excesivo detalle en los siguientes diez versículos, destacando en particular a aquellos que hablan “con maldad” y “desde su encumbrada posición” (Sal 73:8). En su envidia, comienza a pensar que su propia integridad ha sido en vano, diciendo, “Ciertamente en vano he guardado puro mi corazón” (Sal 73:13), y señalando que ha estado cerca de unirse a los malvados (Sal 73:14-15).

Sin embargo, en el último momento va al “santuario de Dios”, lo que significa que comienza a “comprender” la situación desde el punto de vista del Señor (Sal 73:17). Él reconoce que Dios arrojará “a la destrucción” a los malvados (Sal 73:18). Aquí comienza la tercera fase, en la que ve que el éxito de los que no tienen integridad es solo temporal. Eventualmente, todos ellos “son destruidos en un momento” y se convierten “como un sueño del que despierta” (Sal 73:19-20). Se da cuenta de que cuando estaba pensando en unirse a ellos, era “torpe y sin entendimiento” (Sal 73:22). En la cuarta fase, se vuelve a comprometer con los caminos de Dios, diciendo, “yo siempre estoy contigo” y “con Tu consejo me guiarás” (Sal 73:23-24).

¿Es posible que de alguna forma también sigamos este recorrido de cuatro fases? Puede que también comencemos con integridad y fidelidad a Dios. Luego, vemos que parece que otros se salen con la suya con sus engaños y opresiones. Algunas veces nos impacienta ver cuánto tiempo tarda Dios en ejecutar Su juicio. Mientras que Dios tarda, los malvados parecen “siempre desahogados” y “han aumentado sus riquezas”, mientras que los íntegros son “azotados y castigados” por la injusticia de la vida (Sal 73:12, 14). Sin embargo, el tiempo en el que ocurrirá el juicio de Dios es asunto Suyo, no nuestro. De hecho, ya que nosotros mismos no somos perfectos, no deberíamos estar tan ansiosos de que Dios juzgue a los malvados.

Al prestarle demasiada atención al éxito inmerecido de otros, somos tentados a buscar beneficios injustos para nosotros también. Sucumbir ante este deseo es especialmente tentador en el trabajo, donde parece que hay un conjunto de reglas diferente. Vemos personas arrogantes (Sal 73:3) que ganan reconocimiento y acosan a otros para recibir una parte desmedida de los incentivos (Sal 73:6). Vemos personas que cometen fraudes pero prosperan por años. Aquellos que tienen poder sobre nosotros en el trabajo parecen insensatos (Sal 73:7) y aun así alcanzan posiciones más altas. Tal vez deberíamos hacer lo mismo que ellos hacen. Tal vez Dios no conoce realmente o no le interesa la forma en la que actuamos (Sal 73:11), al menos no en el trabajo.

Como el salmista, nuestro remedio es recordar que trabajar junto con Dios —es decir, de acuerdo con Sus caminos— es un deleite en sí mismo. “Mas para mí, estar cerca de Dios es mi bien” (Sal 73:28). Cuando hacemos esto, disponemos de nuevo nuestro corazón al consejo de Dios y regresamos a Sus caminos. Por ejemplo, quizá podamos trepar la escalera del éxito más rápido —al menos al comienzo— tomando el crédito por el trabajo de otros, culpándolos por nuestros errores o haciendo que otros realicen nuestras tareas. Sin embargo, ¿vale la pena el sentimiento de vacío y el temor de ser expuestos como fraudes por el ascenso y el dinero extra? ¿El éxito compensará la pérdida de amistades y la imposibilidad de confiar en alguien alrededor? Si cuidamos a las personas a nuestro alrededor, compartimos el crédito por el éxito y asumimos nuestra parte en los fracasos, puede que parezca que nuestro comienzo es lento, pero ¿no será más agradable el trabajo? Y cuando necesitemos apoyo, ¿no estaremos en una mejor posición que la del arrogante y el abusivo? En verdad, Dios es bueno con los justos.

John E. Hunter, Finding the Living Christ in the Psalms [Encontrando al Cristo vivo en los Salmos] (Grand Rapids: Zondervan, 1972), desarrolla esta idea en el capítulo “The Man Who Looked Four Ways” [Las cuatro formas en las que luce el hombre], aunque nosotros no seguimos las mismas fases con exactitud.

Las consecuencias económicas de los actos indebidos a nivel nacional (Salmos 81, 85)

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A pesar del enfoque del Salmo 73 en el juicio personal, en la mayor parte del Libro 3 es la nación de Israel la que recibe el juicio. El tema del juicio nacional de por sí es relevante en este artículo en la medida que establece el contexto para las personas que realizan su trabajo en dicha nación. También indica una clase importante de trabajo en el que los cristianos se pueden involucrar representando el reino de Dios, el cual es la creación de políticas nacionales. Podemos comprobar que cuando un gobierno nacional se corrompe, la economía del país sufre. El Salmo 81 es un ejemplo de esto, ya que comienza con el juicio de Dios contra la nación de Israel. “Pero Mi pueblo no escuchó Mi voz; Israel no me obedeció. Por eso los entregué a la dureza de su corazón” (Sal 81:11-12). Entonces continúa describiendo las consecuencias económicas. “Oh, si Mi pueblo me oyera… Yo te alimentaría con lo mejor del trigo, y con miel de la peña te saciaría” (Sal 81:13, 16). Aquí vemos cómo las transgresiones del pacto de Dios a nivel nacional provocan escasez y dificultad económica. Si el pueblo hubiera sido fiel a los caminos de Dios, habría prosperado. En cambio, abandonaron los caminos del Señor y terminaron hambrientos (Sal 81:10).

Del mismo modo, el Salmo 85 describe los crecientes beneficios económicos que hay cuando Israel es fiel a los mandatos de Dios. El pueblo experimenta paz y seguridad, el trabajo es productivo y la prosperidad aumenta (Sal 85:10-13). Sin un buen gobierno, nadie puede esperar una prosperidad que perdure. En muchos lugares, los cristianos son visibles en la oposición a ciertas políticas de gobierno con las que estamos en desacuerdo, sin embargo, también es necesario involucrarnos de forma constructiva. ¿Qué puede hacer usted para ayudar a establecer o preservar el buen gobierno en su ciudad, región o nación?

La gracia de Dios en medio del juicio (Salmo 86)

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Aunque el juicio de Dios está en el primer plano en el Libro 3 de Salmos, también encontramos la gracia de Dios. “Ten piedad de mí, oh Señor”, implora el Salmo 86, “Pues Tú, Señor, eres bueno y perdonador, abundante en misericordia para con todos los que te invocan” (Sal 86:3, 5). El salmo proviene de alguien que se siente agotado por la oposición de aquellos que son más poderosos. “Estoy afligido y necesitado” (Sal 86:1). “Los arrogantes se han levantado contra mí, y una banda de violentos ha buscado mi vida” (Sal 86:14). “Los que me aborrecen” son una amenaza constante (Sal 86:17). “Salva al hijo de tu sierva” (Sal 86:16b).

El salmo no declara rectitud, sino que se regocija en que Dios es “lento para la ira” (Sal 86:15). Solamente pide la gracia de Dios. “Vuélvete hacia mí, y tenme piedad” (Sal 86:16a). “En el día de la angustia te invocaré, porque Tú me responderás” (Sal 86:7).

Todos enfrentamos oposición en el trabajo en algunas ocasiones. Algunas veces es directamente personal y peligrosa. Puede que otras personas nos agobien o que incurramos en alguna falta, o una mezcla de los dos. Posiblemente sentimos que no merecemos nuestro trabajo, que no recibimos amor en nuestras relaciones, que somos incapaces de cambiar nuestras circunstancias o a nosotros mismos. Sin importar la fuente de oposición que tengamos —incluso si el enemigo somos nosotros mismos—, podemos pedirle a Dios Su gracia para que nos salve. La gracia de Dios rompe la ambigüedad que rodea nuestra vida y el trabajo, y nos muestra una señal de Su bondad (Sal 86:17) que va más allá de lo que merecemos.

Por supuesto, Dios no salva a nadie —ni a nosotros ni a nuestros enemigos— con el fin de que causemos daño. Con la gracia debe haber un cambio. “Enséñame, oh Señor, Tu camino; andaré en Tu verdad” (Sal 86:11a). Aceptar la gracia de Dios significa darle el primer lugar en nuestras vidas. “Unifica mi corazón para que tema Tu nombre. Te daré gracias, Señor mi Dios, con todo mi corazón” (Sal 86:11-12).

Con el corazón de Dios también nos volvemos misericordiosos, incluso con aquellos que se oponen a nosotros. El salmo pide que por su odio, los oponentes “se avergüencen” (Sal 86:17), pero que como resultado “vendrán y adorarán delante de Ti, Señor” (Sal 86:9) y también vendrán a la gracia de Dios. La gracia significa misericordia no solo para nosotros, sino también para nuestros oponentes, para que Dios les muestre Su poder a Sus enemigos con el propósito de que Su nombre sea glorificado (Sal 86:9).

Libro 4 (Salmos 90-106)

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El Libro 4 de Salmos presenta el quebranto del mundo —incluyendo la mortalidad humana— en el contexto de la soberanía de Dios. Ninguno de nosotros es capaz de hacer que nuestra propia vida —y mucho menos el mundo entero— sea como debería ser. Sufrimos y no podemos proteger del sufrimiento a aquellos que amamos, pero Dios sigue a cargo y nuestra esperanza de que todo será enmendado está en Él.

Cultivar el carácter en medio de las dificultades en el trabajo (Salmos 90, 101)

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El Libro 4 comienza con el sombrío Salmo 90. “Haces que el hombre vuelva a ser polvo… acabamos nuestros años como un suspiro” (Sal 90:3, 9). Este salmo centra nuestra atención en la dificultad y la brevedad de la vida. “Los días de nuestra vida llegan a setenta años; y en caso de mayor vigor, a ochenta años. Con todo, su orgullo es sólo trabajo y pesar, porque pronto pasa, y volamos” (Sal 90:10). La brevedad de la vida oscurece cada aspecto de nuestra existencia y nuestro trabajo. Tenemos solo algunos años en los que debemos ganar lo suficiente para sustentar a nuestras familias, ahorrar para los tiempos difíciles o para la vejez, contribuir al bien común y hacer nuestra parte en el trabajo de Dios en el mundo. Cuando jóvenes, puede que no tengamos la experiencia suficiente para obtener el trabajo que queremos. Cuando viejos, nuestras habilidades están en declive y debemos sufrir la discriminación por la edad. En medio de estas dos etapas, nos preocupa si estamos en un camino lo suficientemente rápido para alcanzar nuestros objetivos. El trabajo fue diseñado para ser una labor creativa en cooperación con Dios (Gn 2:19), pero la presión del tiempo hace que se sienta como “solo trabajo y pesar”.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Invitemos a Dios a que habite en nuestro trabajo, sin importar lo extenuante que parezca. “Manifiéstese Tu obra a Tus siervos… Confirma, pues, sobre nosotros la obra de nuestras manos; sí, la obra de nuestras manos confirma” (Sal 90:16-17). Esto no implica simplemente poner recordatorios de nuestro Señor en el lugar de trabajo. Significa incluir a Dios en la “obra de nuestras manos”. Esto implica ser conscientes de la presencia de Dios en el trabajo, reconocer el propósito de Dios para nuestro trabajo, comprometernos con el trabajo de acuerdo con los principios de Dios y servir a aquellos a nuestro alrededor, quienes después de todo fueron creados a imagen de Dios (Gn 1:27; 9:6; Stg 3:9).

El Salmo 101:2 ilustra cómo nos podemos equipar para hacer el trabajo de Dios. “Prestaré atención al camino de integridad. ¿Cuándo vendrás, Señor, a mí? En la integridad de mi corazón andaré dentro de mi casa”. Cultivar un buen carácter delante de Dios y las personas es nuestra primera tarea. Si tenemos hijos, uno de nuestros trabajos es ayudarles a conocer los caminos de Dios y crecer en el carácter piadoso. Hacemos el trabajo de Dios cuando manejamos bien nuestros hogares y les damos a nuestros hijos la oportunidad de crecer fuertes y estar preparados para las dificultades de la vida. Para los nihilistas y los cínicos, la crueldad de la vida justifica la inmoralidad y el egoísmo; para los creyentes, es una razón todavía mayor para cultivar el carácter.

Los seres humanos como creadores con Dios (Salmo 104)

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Desde el comienzo, Dios pensó el trabajo humano como una forma de creación basada en la creación misma de Dios o al lado de ella (Gn 1:26-31; 2:5, 15-18). El trabajo humano está diseñado para cumplir la intención creadora de Dios, hacer que cada persona tenga una relación con otros y con Dios y que glorifique al Señor. El Salmo 104 da una descripción maravillosa acerca de esta sociedad creadora. Comienza con un lienzo amplio de la gloria de la creación de Dios (Sal 104:1-9). Esto lleva naturalmente al trabajo activo de Dios de sostener el mundo con sus animales, aves y criaturas marinas (Sal 104:10-12, 14, 16-18, 20-22, 25). Dios también provee abundantemente para los seres humanos (Sal 104:13-15, 23; ver también 1Ti 6:17). El trabajo de Dios hace posible que la naturaleza y la humanidad sean fructíferas. “Él riega los montes desde Sus aposentos, del fruto de Sus obras se sacia la tierra” (Sal 104:13).

El trabajo de los seres humanos es crear más a partir de lo que Dios da. Tenemos que agrupar plantas y usarlas. “Él hace brotar la hierba para el ganado, y las plantas para cultivo por el hombre” (Sal 104:14, lectura alternativa de LBLA, nota al pie k ). Nosotros producimos el vino y el pan y extraemos el aceite de las plantas que Dios hace crecer (Sal 104:15). Una de las formas en las que Dios provee abundantemente es poblando Su creación con personas que trabajan seis días por semana. Por tanto, aunque este salmo habla acerca de todas las criaturas que buscan a Dios para recibir su alimento y de Dios abriendo Su mano para proporcionarlo (Sal 104:27-28), la gente debe trabajar duro para procesar y usar los buenos regalos de Dios. El Salmo 104 llega a nombrar algunas de las herramientas que se usan para el trabajo de Dios en el mundo —las cortinas, mantos, vigas, fuego y naves (Sal 104:2,  3, 4, 26, respectivamente). Es curioso que el salmo le atribuya gustosamente el uso de tales herramientas a Dios mismo, así como a los seres humanos. Nosotros trabajamos con Dios, y Su provisión abundante viene en parte por medio del esfuerzo humano.

Con todo, debemos recordar que somos los socios menores de Dios en la creación. Igual que en Génesis, en el Salmo 104 los seres humanos son las últimas criaturas que se mencionan, pero a diferencia del primer libro de la Biblia, aquí entramos en escena con menor algarabía. Somos solamente una más de las criaturas de Dios que se dedica a diferentes negocios, así como lo hacen el ganado, las aves, las cabras salvajes y los leones (Sal 104:14-23). Cada uno tiene su propia actividad —para los humanos, es trabajar hasta la noche— pero es Dios quien provee todo lo necesario para cada actividad (Sal 104:27-30). El Salmo 104 nos recuerda que Dios ha hecho Su trabajo supremamente bien. En Él, nuestro trabajo puede hacerse supremamente bien también, si solo trabajamos humildemente en la fuerza que nos da Su Espíritu, cultivando el hermoso mundo en el que nos ha puesto por Su gracia.

Libro 5 (Salmos 107-150)

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Los salmos del Libro 5 no tienen un tema o un contexto en común, a diferencia de los de los otros libros. Sin embargo, en medio de la diversidad de formas y contextos, el trabajo aparece más directamente entre estos salmos que en otra parte del Salterio. Aquí emergen temas como los problemas de la creatividad económica, la ética de negocios, el emprendimiento, la productividad, el trabajo de criar hijos y manejar un hogar, el uso correcto del poder y la gloria de Dios en y por medio del mundo material.

Dios es la base de todo el trabajo y la productividad (Salmo 107)

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El Salmo 107 relaciona las labores económicas humanas con el mundo de la creación de Dios y vale la pena citarlo en detalle.

Los que descienden al mar en naves y hacen negocio sobre las grandes aguas, ellos han visto las obras del Señor y Sus maravillas en lo profundo. Pues El habló, y levantó un viento tempestuoso que encrespó las olas del mar. Subieron a los cielos, descendieron a las profundidades, sus almas se consumían por el mal. Temblaban y se tambaleaban como ebrios, y toda su pericia desapareció. Entonces en su angustia clamaron al Señor y Él los sacó de sus aflicciones. Cambió la tempestad en calma y las olas del mar callaron. Entonces se alegraron porque las olas se habían aquietado, y Él los guió al puerto anhelado. Den gracias al Señor por Su misericordia y por Sus maravillas para con los hijos de los hombres. (Sal 107:23-31)

En ese entonces, igual que ahora, la gente iba al mar a pescar y negociar. Sus naves eran frágiles y se enteraban con poca anticipación de las tormentas. Su forma de vida dependía del clima. Pese a nuestras ventajas tecnológicas, también dependemos de una multitud de factores que se nos salen de control en la mayor parte de nuestro trabajo. Tal vez lo más honesto que alguien puede decir acerca del éxito en el trabajo es, “fui afortunado”. Como dijo Bill Gates acerca del increíble éxito de Microsoft, “Yo nací en el lugar y el momento correcto”.[1]Para el creyente, “ser afortunado” es un término que representa la provisión constante de Dios para nuestras necesidades. Ser exitosos en medio de las incertidumbres inherentes de nuestro trabajo depende un poco de la habilidad (que es un regalo de Dios), un poco del trabajo duro y bastante de la providencia de Dios. Sea cual sea nuestro “puerto anhelado” en la vida y el trabajo, demos “gracias al Señor por Su misericordia y por Sus maravillas para con los hijos de los hombres”. Tal vez Santiago tenía este salmo en mente cuando dijo, “Más bien, debierais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg 4:15).

Poco después, el Salmo 107 profundiza más en este tema.

Transforma el desierto en estanque de aguas, y la tierra seca en manantiales; en ella hace morar a los hambrientos, para que establezcan una ciudad donde vivir, y siembren campos, planten viñas, y recojan una cosecha abundante. Los bendice también y se multiplican mucho, y no disminuye su ganado. (Sal 107:35-38)

Dios proporciona las condiciones para que la vida prospere en la tierra. Él puede convertir un desierto en un área de pastos, o un área de pastos en un desierto. La agricultura, incluida la siembra de campos y la administración de ganado, depende del crecimiento dado por Dios. Cuando la agricultura prospera, surgen ciudades. Con el surgimiento de ciudades, aparecen toda clase de trabajos. La economía urbana proporciona todo tipo de bienes y servicios a una población creciente y diversa. En la economía antigua, además de los campesinos y pastores, una comunidad necesitaba alfareros, metalurgistas y escribas (para registrar los acuerdos y transacciones comerciales, así como las leyes y los textos religiosos). Toda la economía de cualquier ciudad, pasada o presente, depende de la abundancia agrícola, ya sea la que se produce nacionalmente o la que se adquiere a través del comercio. Cuando los campesinos del mundo pueden cultivar más de lo que necesitan para su propia subsistencia, las comunidades complejas pueden prosperar. Esto viene de Dios, que es quien riega la tierra seca (Sal 65:9, Gn 2:5).

Por tanto, el Salmo 107 cubre la actividad económica tanto en la tierra como en el mar, reafirmando que Dios está sobre todo. Dios no es hostil con nuestro trabajo, ya que el salmo habla de cómo salva y provee. Nuestra forma de vida depende de la administración favorable de Dios de las fuerzas naturales.

“Bill Gates Answers Most Frequently Asked Questions” [Bill Gates responde las preguntas más frecuentes], disponible en http://download.microsoft.com/download/0/c/0/0c020894-1f95-408c-a571-1b5033c75bbc/billg_faq.doc; (12 febrero 2010).

Las virtudes de los que hacen negocios (Salmo 112)

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El Salmo 112 declara las bendiciones de Dios sobre aquellos que hacen negocios —prestando, para usar los términos del salmo— de acuerdo con los mandatos de Dios. El salmo dice que, “Bienes y riquezas hay en su casa” y “No temerá recibir malas noticias” (Sal 112:3, 7). Las virtudes que traen tales bendiciones incluyen la clemencia, la compasión, la justicia y la generosidad (Sal 112:4-5). Es probable que la justicia no nos sorprenda. La gente quiere comprar y vender por medio de negocios que sean honestos y justos, así que en general, se puede esperar que esta virtud traiga prosperidad.

Pero, ¿qué hay de la clemencia, la compasión y la generosidad? La clemencia puede requerir que le informemos a un cliente acerca de una solución de menor costo que trae menos ganancias para nosotros o nuestra compañía. La compasión puede llevarnos a darle a un proveedor otra oportunidad luego de que falló en una entrega. La generosidad puede requerir compartir especificaciones con otros en la industria para que puedan hacer productos que interactúen con los nuestros —lo que es bueno para los clientes pero puede crear más competencia para nosotros mismos. ¿El Salmo 112 quiere decir que tales cualidades producen una mayor prosperidad? Aparentemente sí. “Con liberalidad ha dado”, dice el salmo, pero a pesar de eso es más firme, más seguro, estable y a la larga más exitoso que aquellos que no tienen tales virtudes (Sal 112:7-10). El salmo le atribuye esto al Señor (Sal 112:1, 7), pero no dice si se debe a que Él interviene a su favor o a que Él ha creado y sostenido al mundo de tal manera que estas virtudes tienden a traer prosperidad. Tal vez Dios hace ambas.

Entonces, a lo mejor el Señor bendice a los justos dándoles una visión diferente de la prosperidad. El patrimonio y las riquezas están incluidas (Sal 112:3, como se mencionó arriba), pero toda la imagen incluye mucho más que las riquezas. Una descendencia poderosa (Sal 112:2) que los recuerde (Sal 112:6) y los honre (Sal 112:9), relaciones estables (Sal 112:6), paz de corazón (Sal 112:7) y una habilidad de enfrentar el futuro sin temor (Sal 112:8) son igualmente importantes en la perspectiva de Dios de la prosperidad. ¿Es posible que cuando seguimos los mandamientos del Señor en los negocios, no solo cambia nuestra fortuna sino también nuestros deseos? Si pudiéramos desear para nosotros mismos lo que Dios desea para nosotros, ¿no se nos garantizaría encontrar una felicidad que perdura para siempre?

La participación en el trabajo de Dios (Salmos 113)

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El Salmo 113 nos dice que “Desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor” (Sal 113:3). ¿Está diciendo que debemos estar en el templo (o en la iglesia) todo el día para alabar al Señor? ¿O propone que todo lo que hagamos, incluyendo nuestro trabajo diario, lo hagamos para alabar al Señor? Desde los versículos 7 al 9, vemos claramente que la segunda opción es la respuesta correcta. “Él levanta al pobre del polvo, y al necesitado saca del muladar, para sentarlos con príncipes” (Sal 113:7-8). Aunque el salmo no nos dice la forma en la que Dios realiza esto, sabemos —igual que el salmista— que por lo general es por medio del trabajo. La oportunidad de tener un trabajo bien remunerado hace que los pobres salgan de la pobreza y a menudo Dios crea tales oportunidades a través del trabajo de Su pueblo —los que trabajan en negocios y crean oportunidades económicas, los que están en el gobierno y aseguran la justicia, los que están en la educación e inculcan las habilidades necesarias para que sus estudiantes consigan buenos empleos. Con su énfasis en levantar al pobre y al necesitado, el Salmo 113 nos llama a que tengamos una vida entera de alabanza práctica para Dios.

Aunque el salmo podría haber nombrado miles de clases de trabajo para ilustrar este punto, selecciona solo uno —el trabajo de dar a luz y criar hijos: “Hace habitar en casa a la mujer estéril, gozosa de ser madre de hijos” (Sal 113:9). Tal vez esto se debe a que en el antiguo pueblo de Israel, no tener hijos prácticamente destinaba a una mujer (y a su esposo) a la pobreza en la vejez. O quizá es por alguna otra razón. De todas formas, nos recuerda dos temas actuales importantes. El más claro es que cuando las madres (y padres) conciben, alimentan, limpian, protegen, juegan, enseñan, entrenan, perdonan y aman a sus hijos, ¡eso toma trabajo! Aun así, muchas madres sienten que nadie —ni siquiera la iglesia— reconoce que lo que ellas hacen es tan valioso como el trabajo de otras personas que reciben un salario. Segundo, la ayuda del Señor para los adultos que no tienen hijos y para los hijos que no tienen padres usualmente viene por medio del trabajo de otras personas. Los profesionales médicos y los trabajadores de bienestar infantil encuentran padres potenciales para los niños que necesitan padres, y permanecen en contacto con las familias para darles la instrucción y supervisión necesaria. Todas las familias dependen del apoyo de una gran comunidad de personas, incluyendo el pueblo de Dios (para más información acerca del trabajo de las familias, ver “El trabajo del matrimonio, la crianza de hijos y el cuidado de los padres” en Salmos 127, 128 y 139 más adelante). 

La producción de valor real en el trabajo (Salmo 127)

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Así como el Salmo 107 habla de la actividad económica a gran escala, el Salmo 127 y el 128 hablan del hogar, que fue la unidad básica de la producción económica hasta el momento de la Revolución Industrial. El Salmo 127 comienza con un recordatorio de que todo buen trabajo está cimentado en Dios.

Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia. Es en vano que os levantéis de madrugada, que os acostéis tarde, que comáis el pan de afanosa labor, pues Él da a Su amado aun mientras duerme. (Sal 127:1-2)

Tanto la “casa” como la “ciudad” se refieren a lo mismo: el objetivo de proveer bienes y seguridad para quienes hacen parte de ella. En última instancia, toda actividad económica busca permitir que los hogares prosperen. El pasaje afirma claramente que la labor diligente por sí sola no es suficiente (compare Pro 26:13-16 acerca de la pereza). Más allá del punto evidente, hay un significado más profundo. El trabajo duro puede traer como resultado una casa grande y hermosa, pero no puede crear un hogar feliz. Un emprendedor entusiasta puede crear un negocio exitoso pero no puede crear una buena vida solamente por medio del trabajo. Solo Dios puede hacer que todo tenga sentido.

En muchas economías en la actualidad, la mayoría de trabajos no son como el de los campesinos y por lo general no se realizan en los hogares, sino en organizaciones más grandes. Sin embargo, el mensaje del Salmo 127 aplica para los lugares de trabajo institucionalizados en la actualidad de la misma manera en la que lo hace para los hogares antiguos. Para prosperar, todos los lugares de trabajo deben producir algo de valor. Dedicar horas no es suficiente —el trabajo tiene que resultar en bienes o servicios que otros necesiten.

Los creyentes pueden ofrecer algo especialmente importante en este sentido. En todos los lugares de trabajo existe la tentación de elaborar artículos que produzcan dinero rápidamente aunque no ofrezcan ningún valor duradero.

Las empresas pueden incrementar sus ganancias —a corto plazo— disminuyendo la calidad de los materiales. Los que trabajan en ventas pueden aprovecharse de la falta de conocimiento de los compradores para vender productos y accesorios cuestionables. Las instituciones educativas pueden ofrecer clases que atraigan estudiantes sin desarrollar capacidades que perduren. Y así sucesivamente. Entre más entendemos las necesidades genuinas de las personas que usan nuestros bienes y servicios, y entre más aportemos al verdadero valor de lo que producimos, más podemos ayudar a que nuestras instituciones de trabajo resistan estas tentaciones. Ya que en última instancia el valor está cimentado en Dios, tenemos una capacidad única de ayudar a nuestras organizaciones a reconocer lo que realmente es valioso. Sin embargo, nuestra contribución debe ser dada con humildad y escuchando con cuidado. Dios no les da a los cristianos un monopolio ético o de valores.

El trabajo del matrimonio, la crianza de hijos y el cuidado de los padres (Salmos 127, 128 y 139)

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El trabajo del matrimonio, tener hijos y cuidar de los padres toma el protagonismo de nuevo en los Salmos 127, 128 y 139 (el trabajo de tener hijos también es un elemento importante en el Salmo 113, “La participación en el trabajo de Dios”). “Tu mujer será como fecunda vid en el interior de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa” (Sal 128:3). El esposo y la esposa participan en la clase de producción más fundamental: la reproducción. Aunque es evidente, la esposa realiza más trabajo en esta labor que el esposo. En la Biblia, este no es un rol menospreciado, sino que se percibe como uno esencial para la supervivencia y era digno de honra en el antiguo pueblo de Israel. Más allá de dar a la luz, las esposas por lo general administraban el hogar, lo que incluía la producción doméstica y la comercial (Pro 31:10-31).

La Biblia honra a aquellos que van al mar y a los que pastorean ovejas (ocupaciones tradicionalmente de hombres), así como a los que administran el hogar (una ocupación que era por tradición de las mujeres). Actualmente los roles del trabajo están mucho menos divididos de acuerdo con el sexo (excepto el manejo del hogar, el cual sigue a cargo de las mujeres principalmente[1]), pero el honor que se le otorga al matrimonio y al trabajo de las familias todavía está vigente.

Como cualquier forma de trabajo (¡y sí que es un trabajo!), tener hijos viene de Dios. “Porque Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre” (Sal 139:13). De igual manera, como con cualquier otra forma de trabajo, esto no significa que las tragedias que puedan ocurrir sean un castigo de Dios o una muestra de que Él nos abandonó. En cambio, tener hijos es una evidencia de la gracia de Dios para toda la humanidad en todo el mundo. Dios nos crea en el seno de nuestra madre y nos crea con un propósito. Nuestro derecho de nacimiento es hacer un trabajo de valor para Dios mismo.

Regresamos al Salmo 127 para el elemento final de este tema, el cual es que el trabajo de un hogar incluye el cuidado de aquellos cuya capacidad laboral disminuye por causa de su edad. “He aquí, don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre” (Sal 127:3). En el mundo antiguo, las personas no tenían planes de pensión institucionalizados o seguros de salud. Cuando envejecían, sus hijos proveían para ellos (el texto habla de “hijos”, ya que típicamente las hijas se casaban y pasaban a formar parte del hogar de la familia de sus esposos). En efecto, los hijos eran el plan de jubilación de una pareja, lo cual acercaba profundamente a las generaciones.

Puede parecer crudo poner en términos económicos el valor de criar hijos y hoy día, nos sentimos más cómodos hablando de las recompensas emocionales de tenerlos. De cualquier forma, este versículo enseña que los padres necesitan a los hijos tanto como los hijos necesitan a los padres, y que los hijos son un regalo de Dios, no una carga. Eso también nos recuerda toda la inversión que nuestros padres hicieron en nosotros —emocional, física, intelectual, creativa, económica y mucho más. Al crecer y cuando nuestros padres comienzan a depender de nosotros, es correcto que asumamos el trabajo de cuidarlos, lo cual podemos hacer de diferentes maneras.

La idea es simplemente que el mandato de Dios de honrar a nuestros padres (Éx 20:12) no es solamente una cuestión de actitud, sino también de trabajo y cuidado económico.

Man Yee Kan, Oriel Sullivan y Jonathan Gershuny, “Gender Convergence in Domestic Work: Discerning the Effects of Interactional and Institutional Barriers from Large-scale Data” [Convergencia de género en el trabajo doméstico: el discernimiento de los efectos de las barreras institucionales y de interacción a partir de datos a gran escala], Sociology [Sociología] 45, nº 2 (Abril 2011): 234-51. 

El uso correcto del poder (Salmo 136)

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El poder es esencial para la mayor parte del trabajo y se debe ejercer correctamente. El Salmo 136 establece el uso correcto del poder mostrando cuatro ejemplos de la forma en la que Dios lo hace.

El primer ejemplo se encuentra en los versículos 5 al 9, en donde se muestra que Dios usó el poder para crear el mundo, “Al que con sabiduría hizo los cielos… Al que extendió la tierra sobre las aguas” (Sal 136:5-6). Esto nos lleva de regreso a Génesis 1, al Dios de la creación que proporciona en nuestro mundo todo lo que necesitamos para progresar. Pero observe el orden en el que Dios trabaja —primero crea los sistemas (la tierra, el agua, la noche, el día, el sol y la luna) que eran necesarios para la supervivencia de las criaturas que vienen después (las plantas, los animales terrestres, las criaturas acuáticas y las que vuelan). Dios no creó a los animales antes de que hubiera tierra seca y plantas para sustentarlos. Cuando creamos tareas o sistemas, usamos el poder apropiadamente al crear ambientes en los que nosotros y las personas a nuestro alrededor no solo sobreviven, sino que prosperan. Para más información sobre la provisión de Dios en la creación, ver “Provisión” (Génesis 1:29-30; 2:8-14) en “Génesis 1-11 y el trabajo” en el Comentario Bíblico de la Teología del Trabajo".

El segundo ejemplo se encuentra en Salmos 136:10-15, cuando Dios libera a Su pueblo de la esclavitud en Egipto. El tercero viene inmediatamente después, cuando Dios derriba a los reyes cananeos que se oponen a que Israel se establezca en la tierra prometida (Sal 136:16-22). Estos tres ejemplos nos muestran que Dios usa el poder para liberar a las personas de la opresión y para oponerse a aquellos que buscan evitar que los demás alcancen el bien que Dios diseñó para ellos. Cuando nuestro trabajo libera a otros para que cumplan su destino en el diseño de Dios, estamos usando el poder correctamente. Cuando nuestro trabajo hace que los trabajadores sean esclavos o cuando nos oponemos al trabajo de Dios en y por medio de ellos, estamos abusando del poder.

El cuarto ejemplo se encuentra al final del salmo. “El que se acordó de nosotros en nuestra humillación… y nos rescató de nuestros adversarios… El que da sustento a toda carne” (Sal 136:23-25). Dios reconoce amorosamente nuestras debilidades y provee para nuestras necesidades. Cuando usamos el poder para hacer un trabajo que beneficia a otros, estamos usando el poder como Dios lo haría.

Finalmente, para el uso apropiado del poder, todos los versículos del Salmo 136 nos recuerdan que debemos darle gracias a Dios “porque para siempre es Su misericordia”.

La gloria de Dios en toda la creación (Salmos 146-150)

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Los últimos cinco salmos comienzan con el grito “¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!” (NVI). Como lo ha demostrado nuestro estudio de los salmos, el trabajo está diseñado para ser una forma de alabar a Dios. Esos cinco salmos representan una variedad de formas en las que nuestro trabajo puede alabar al Señor. En todos ellos, vemos que nuestro trabajo está cimentado en el trabajo de Dios mismo. Cuando trabajamos como Dios quiere que lo hagamos, imitamos, extendemos y cumplimos el trabajo de Dios.

Salmo 146

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Dios hace justicia a los oprimidos (Sal 146:7a) y nosotros también lo hacemos cuando trabajamos de acuerdo con Sus mandamientos y por Su gracia. Dios alimenta al hambriento (Sal 146:7b) y nosotros también. Dios libera a las personas de sus cadenas, como lo hacen los legisladores, los abogados, los jueces y los jurados. Dios restaura la vista del ciego, como lo hacen los oftalmólogos, los optometristas y los que fabrican anteojos. Dios levanta a aquellos que no pueden levantarse por sí mismos, como lo hacen los terapistas físicos, los camilleros, los fabricantes de elevadores y los padres de bebés (Sal 146:8). El Señor cuida a los extranjeros, como lo hacen la policía y los trabajadores de seguridad, las azafatas, los salvavidas, los inspectores de salud y los que trabajan por el mantenimiento de la paz. Él cuida a los huérfanos y las viudas (Sal 146:9), como lo hacen los padres de acogida, los trabajadores que cuidan ancianos, los abogados familiares y los trabajadores sociales, los planeadores financieros y los trabajadores de las escuelas-internados. ¡Alabado sea el Señor! (Sal 146:10, NVI).

Salmo 147

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Dios reúne a los dispersos (Sal 147:2), como lo hacen los capellanes y los maestros en la prisión y los organizadores comunitarios. Él sana al quebrantado de corazón (Sal 147:3), como lo hacen los consejeros que ayudan en casos de duelo, los casamenteros, los humoristas y los cantantes de blues. Él cuenta las estrellas y les da nombres (Sal 147:4), como lo hacen los astrónomos, los navegantes y los narradores de historias. Su poder es abundante (Sal 147:5a), como sucede con los presidentes, los jefes, los almirantes, los padres y los presos políticos que se convierten en hombres de Estado. Él tiene un entendimiento infinito (Sal 147:5b), como es el caso de los maestros, los poetas, los pintores, los maquinistas, los operadores de sonares y las personas cuyo autismo les da un poder extraordinario para concentrarse en los detalles. Él sostiene al afligido, como lo hacen los activistas por los derechos civiles y los que donan para esta causa, y Él destruye el poder del malvado, como lo hacen los abogados, los informantes y todos aquellos que se alejan de los chismes y defienden a los compañeros de trabajo que reciben un trato injusto (Sal 147:6).

Dios prepara la tierra para el clima venidero (Sal 147:8), como lo hacen los meteorólogos, los investigadores del clima, los arquitectos y los constructores, y los que controlan el tránsito aéreo. Él alimenta los animales (Sal 147:9), como lo hacen los ganaderos, los pastores y los niños y niñas en las zonas rurales. Él fortalece las puertas, protege a los niños y preserva la paz en las fronteras (Sal 147:13-14a), como lo hacen los ingenieros, los soldados, los agentes de aduanas y los diplomáticos. Él prepara las mejores comidas (Sal 147:14b), como lo hacen los cocineros, los chefs, los panaderos, los enólogos, los cerveceros, los campesinos, los administradores del hogar y los padres de familia que tienen dos ocupaciones (principalmente mujeres), las personas que escriben blogs de recetas de cocina, los tenderos y los servidores. Él declara Su palabra —Sus estatutos y ordenanzas (Sal 147:19). ¡Alabado sea el Señor! (Sal 147:20, NVI).

Salmo 148

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A diferencia de los Salmos 146, 147 y 149, el Salmo 148 y el 150 no presentan a Dios en el trabajo, sino que van directamente a nuestra respuesta de alabanza por el trabajo que Él ya ha realizado. El Salmo 148 habla de la creación de Dios, como si la misma existencia de la creación fuera alabanza para Dios. “Alabad al Señor desde la tierra, monstruos marinos y todos los abismos; fuego y granizo, nieve y bruma; viento tempestuoso que cumple su palabra; los montes y todas las colinas; árboles frutales y todos los cedros; las fieras y todo el ganado; reptiles y aves que vuelan” (Sal 148:7-10). Su creación hace que nuestro trabajo sea fructífero, así que es justo que ofrezcamos todo nuestro trabajo como alabanza hacia Él. “Jóvenes y también doncellas; los ancianos junto con los niños. Alaben ellos el nombre del Señor” (Sal 148:12-13). ¡Alabado sea el Señor! (Sal 148:14, NVI).

Salmo 149

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Al Señor le agradan las canciones, el baile y la música de los instrumentos (Sal 149:2-3), así como a los músicos, los bailarines, los compositores, los que escriben canciones, los coreógrafos, los que componen la música cinematográfica, los bibliotecarios musicales, los maestros, los que trabajan y los que hacen donaciones en las organizaciones artísticas, los miembros de coros, los musicoterapeutas, los estudiantes que conforman grupos musicales, los coros y las orquestas, los grupos musicales de garaje, los cantantes de yodel, los trabajadores que cantan en el trabajo, los productores y los editores musicales, los youtubers, los disyóquey de hip hop, los letristas, los productores de audio, los afinadores de pianos, los fabricantes de kalimbas, los técnicos de acústica, los escritores de aplicaciones musicales y todos los que cantan en la ducha. Tal vez no existe una tarea humana que sea más universal y más variada que hacer música, y todo se deriva del mismo agrado de Dios por la música.

El Señor se deleita en Su pueblo (Sal 149:4a), así como lo hacen todos los buenos líderes, los miembros de familias, los que trabajan por la salud mental, los pastores, los vendedores, los guías turísticos, los entrenadores, los organizadores de fiestas y todos los que sirven a otras personas. Si las situaciones oprimen a otros o los sistemas imposibilitan que las personas se deleiten en otros, el Señor derrota a los opresores y reforma los sistemas (Sal 149:4b-9a), como lo hacen los reformadores corporativos y sociales, los periodistas, las mujeres y los hombres del común que se rehúsan a aceptar la situación actual, los psicólogos organizacionales y los profesionales de recursos humanos y —si las condiciones son extremas y es la única salida— los ejércitos, la armada, la fuerza aérea y sus comandantes. Cuando la justicia y el buen gobierno se restauran, la música puede comenzar de nuevo (Sal 149:6). ¡Alabado sea el Señor! (Sal 149:9b, NVI).

Salmo 150

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En el último salmo regresa la música como nuestra respuesta a los “hechos poderosos” en los que se basan todas nuestras actividades y el trabajo. Alabar a Dios con trompetas, liras y arpas, panderos, instrumentos de cuerda y flautas, címbalos —sonoros y resonantes— y danza. Este salmo es el clímax de cinco canciones llenas de trabajo y presenta el fin supremo de toda la colección de los salmos, dando la impresión de que la música en realidad es un trabajo importante. Sin embargo, no es solamente la música por sí misma, sino porque nos permite alabar al Señor con más fuerza. Podemos tomar esto tanto literal como metafóricamente. Desde la perspectiva literal, podríamos valorar un poco más de lo habitual la música, la danza y otras artes en la comunidad cristiana, ya que no siempre son bien recibidas la música (a excepción de un pequeño grupo de ciertos géneros) y las artes (que a veces ni se toman en cuenta). O al menos, podríamos valorar un poco más nuestra propia expresión musical y artística. Si no encontramos el tiempo para expresar nuestra propia creatividad artística, ¿es posible que estemos perdiendo el valor de las canciones que Dios pone en nuestros corazones?

De forma metafórica, nos podríamos preguntar si el Salmo 150 nos está invitando a abordar nuestro trabajo como si fuera un tipo de música. Probablemente, a todos nos gustaría disfrutar más armonía en nuestras relaciones, un ritmo más constante de trabajo y descanso, una atención a la belleza de nuestro trabajo y el de las personas con las que trabajamos. ¿Ver la belleza de nuestra labor nos ayudaría a superar los retos laborales, tales como las tentaciones éticas, el aburrimiento, las malas relaciones, la frustración y la baja productividad en momentos? Por ejemplo, imagine que su frustración hacia su jefe hace que se sienta tentado a dejar de hacer bien su trabajo. ¿Le ayudaría ver la belleza de su trabajo más allá de su relación con su jefe? ¿Qué clase de belleza le trae su trabajo al mundo? ¿Qué belleza percibe Dios en lo que usted hace? ¿Es eso suficiente para sostenerlo en tiempos difíciles o para guiarlo a hacer los cambios necesarios en su trabajo o en la manera en la que lo hace?

En cualquier caso, no importa cómo percibimos nuestra labor, ya que el propósito de Dios es que lo alabemos con nuestro trabajo. Los ciento cincuenta salmos de la Biblia cubren todos los aspectos de la vida y el trabajo, desde los terrores más oscuros hasta los anhelos más grandes. Algunos hablan de muerte y desespero y otros hablan de prosperidad y esperanza, pero la conclusión final del libro de los Salmos es la alabanza.

¡Que todo lo que respira alabe al Señor!
¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! (Salmos 150:6)