La fe y el trabajo antes del exilio - Oseas, Amós, Abdías, Joel y Miqueas

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Oseas, Amós, Abdías, Joel y Miqueas ejercieron su labor de profetas en el siglo octavo a. C. cuando el estado estaba bien desarrollado pero la economía estaba en declive. El poder y la riqueza se acumularon en los estratos superiores y dejaron a una clase social en desventaja. Existe evidencia de que los campesinos comenzaron a concentrarse en los cultivos comerciales que se podían vender a la creciente población urbana. Esto tuvo el efecto desestabilizador de dejar a los campesinos con una combinación de cultivos y animales incapaz de aguantar la pérdida de algún particular o mercado.[1] Las comunidades campesinas se hicieron vulnerables a las variaciones anuales de la producción y en consecuencia, las ciudades estuvieron expuestas a los altibajos en su suministro de alimentos (Am 4:6–9). Cuando comenzaron a hablar los profetas de esta época, los días de gloria de los proyectos opulentos de construcción y la expansión territorial había pasado hacía tiempo. Tales circunstancias fueron un terreno para la corrupción de aquellos que estaban desesperados por aferrarse a su poder y riqueza en declive y una brecha que se ampliaba entre el rico y el pobre. Como resultado, los profetas de Dios de este periodo tienen mucho que aportar al mundo del trabajo.

Ver el análisis de Marvin L. Chaney, “Bitter Bounty: The Dynamics of Political Economy Critiqued by the Eighth-Century Prophets” [Una amarga abundancia: la dinámica de la economía política criticada por los profetas del siglo octavo], en The Bible and Liberation: Political and Social Hermeneutics [La Biblia y la liberación: hermenéutica política y social], ed. Norman K. Gottwald y Richard A. Horsley, ed. rev. (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1993), 250–63.

Dios demanda un cambio (Oseas 1:1-9; Miqueas 2:1-5)

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Dios culpa al pueblo en su totalidad por la corrupción de Israel. Ellos han abandonado el pacto con Dios, lo que quebranta tanto su relación con Dios como las estructuras sociales justas de la ley del Señor y lleva directamente a la corrupción y el deterioro económico. El término que los profetas usan frecuentemente para describir el incumplimiento de Israel del pacto es “prostitución” (por ejemplo, Jer 3:2; Ez 23:7). Para escenificar la situación, Dios toma la metáfora literalmente y le manda al profeta Oseas, “toma para ti a una mujer ramera y engendra hijos de prostitución; porque la tierra se prostituye gravemente, abandonando al Señor” (Os 1:2). Oseas obedece la orden de Dios y se casa con una mujer llamada Gomer, quien aparentemente cumple con el requisito, y tiene tres hijos con ella (Os 1:3). Esto nos deja imaginándonos lo que debe haber sido formar un hogar y criar hijos con una “mujer ramera”. 

Aunque los profetas usan la imagen de la prostitución y el adulterio, Dios acusa a Israel de corrupción económica y social, no de inmoralidad sexual.

¡Ay de los que planean la iniquidad, los que traman el mal en sus camas! Al clarear la mañana lo ejecutan, porque está en el poder de sus manos. Codician campos y se apoderan de ellos, casas, y las toman. Roban al dueño y a su casa, al hombre y a su heredad. (Miq 2:1–2)

Esto hace que la situación de la familia de Oseas sea un ejemplo dramático para aquellos que trabajan en lugares corruptos o imperfectos en la actualidad. Dios puso a Oseas de forma deliberada en una situación familiar corrupta y difícil. ¿Es posible que Dios ponga deliberadamente a personas en lugares de trabajo corruptos y difíciles hoy día? Aunque es posible buscar un trabajo cómodo con un empleador que tenga buena reputación en una profesión respetable, tal vez podamos alcanzar mucho más para el reino de Dios trabajando en lugares que han hecho concesiones morales. Si usted abomina la corrupción, ¿puede luchar contra ella de una forma más efectiva trabajando como abogado en una firma prestigiosa o como inspector de construcción en una ciudad dominada por la mafia? No hay respuestas fáciles, pero el llamado de Dios a Oseas insinúa que hacer la diferencia en el mundo es más importante para Dios que mantenernos lejos del pecado. Como escribió Dietrich Bonhoeffer en medio de la Alemania controlada por los nazis, “la pregunta más importante que un hombre responsable debe hacerse no es cómo salir heroicamente de la situación, sino cómo va a vivir la próxima generación”.[1]

Dietrich Bonhoeffer, Letters and Papers from Prison [Cartas y apuntes desde el cautiverio], ed. Eberhard Bethge, ed. rev. (Nueva York: Touchstone, 1997), 7.

Dios hace que el cambio sea posible (Oseas 14:1-9; Amós 9:11-15; Miqueas 4:1-5; Abdías 21)

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El mismo Dios que demanda un cambio también promete hacer que el cambio sea posible. “Hay preparada una cosecha, cuando Yo restaure el bienestar de Mi pueblo. Cuando Yo quería curar a Israel” (Os 6:11–7:1). Los Doce Profetas transmiten el optimismo crucial de que Dios actúa en el mundo para cambiarlo para bien. A pesar del triunfo aparente del malvado, a la larga Dios está a cargo y “el reino será del Señor” (Abd 21). A pesar de la calamidad que el pueblo trae sobre sí mismo, Dios está trabajando para restaurar la bondad con la que fueron diseñados desde el comienzo la vida y el trabajo. “Él es compasivo y clemente, lento para la ira, abundante en misericordia” (Jl 2:13). Las predicciones que cierran Joel, Oseas y Amós ilustran esto en términos económicos explícitos.

Y las eras se llenarán de grano, y las tinajas rebosarán de mosto y de aceite virgen… Tendréis mucho que comer y os saciaréis, y alabaréis el nombre del Señor vuestro Dios, que ha obrado maravillosamente con vosotros; y nunca jamás será avergonzado Mi pueblo. (Jl 2:24, 26)

[Los israelitas] que moran a Su sombra, cultivarán de nuevo el trigo y florecerán como la vid. Su fama será como la del vino del Líbano. (Os 14:7)

Restauraré el bienestar de Mi pueblo Israel, y ellos reedificarán las ciudades asoladas y habitarán en ellas; también plantarán viñas y beberán su vino, y cultivarán huertos y comerán sus frutos. (Am 9:14)

La palabra de Dios para Su pueblo en tiempos de dificultad económica y social es que Su intención es restaurar la paz, justicia y prosperidad, si el pueblo vive de acuerdo con los preceptos de Su pacto. El medio que Dios decide usar es el trabajo de Su pueblo.

El trabajo injusto (Miqueas 1:1-7; 3:1-2)

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A pesar de las intenciones de Dios, el trabajo está sujeto al pecado del ser humano. El caso más evidente es el trabajo que es inherentemente pecaminoso. Miqueas menciona la prostitución, en este caso probablemente la que se daba en rituales sagrados, y promete que las ganancias serán quemadas por el fuego (Miq 1:7). Una aplicación simple sería excluir la prostitución de las ocupaciones legítimas, incluso aunque pueda ser una elección comprensible de aquellos que no tienen otra forma de proveer para ellos mismos y sus familias. Existen otros trabajos que también plantean la pregunta de si se deberían realizar o definitivamente no. Todos podemos pensar en varios ejemplos, sin duda, y los cristianos haríamos bien en buscar un trabajo que beneficie a otros y a la sociedad como un todo.

Sin embargo, Miqueas le está hablando a Israel como un conjunto, no solo de forma individual. Él está criticando a una sociedad en la que las condiciones sociales, económicas y religiosas hacen que la prostitución sea una opción viable. La pregunta no es si es aceptable ganarse la vida por medio de la prostitución, sino cómo debe cambiar la sociedad para no permitir que alguien tenga la necesidad de realizar un trabajo degradante o perjudicial. Miqueas llama a que los líderes que no reforman la sociedad rindan cuentas, más que a aquellos que se ven obligados a desempeñar una labor nociva. Sus palabras son duras. “Oíd ahora, jefes de Jacob y gobernantes de la casa de Israel. ¿No corresponde a vosotros conocer la justicia? Vosotros que aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, que les arrancáis la piel de encima y la carne de sobre sus huesos” (Miq 3:1–2).

Existen tanto similitudes como diferencias entre la sociedad de Miqueas y la nuestra. Las soluciones específicas que Dios le promete al antiguo pueblo de Israel no son necesariamente lo que Dios pretende para nuestra época. Las palabras proféticas de Miqueas reflejan la relación entre la prostitución en ritos sagrados y los cultos idólatras en su época. Dios promete acabar con los abusos sociales que se concentran en los santuarios sectarios. “Exterminaré tus imágenes talladas y tus pilares sagrados de en medio de ti, y ya no te postrarás más ante la obra de tus manos. Arrancaré tus Aseras de en medio de ti, y destruiré tus ciudades” (Miq 5:13–14). En nuestros días, necesitamos la sabiduría de Dios para encontrar soluciones eficaces para los factores sociales actuales que fomentan el trabajo pecaminoso y opresor.

Trabajar injustamente (Oseas 4:1-10; Amós 5:10-15; 8:5-6; Joel 2:28-29)

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Cuando los profetas hablan de prostitución, casi nunca se refieren únicamente a esa línea de trabajo en particular. Comúnmente, también lo usan como una metáfora de injusticia, lo que por naturaleza es infidelidad al pacto con Dios (Os 4:7–10). Con un amplio recordatorio de que los salarios se pueden ganar de forma injusta, Amós acusa a los mercaderes que usan productos de baja calidad, pesas falsas y otros engaños para obtener una ganancia a costa de los consumidores vulnerables. Él hace varias acusaciones específicas en contra de las prácticas laborales de los israelitas ya que el trabajo en Israel se ha vuelto injusto y opresor (Am 5:7). Allí silencian a los que adoptan una posición firme en contra de la corrupción y la explotación —o incluso los que simplemente dicen la verdad (Am 5:10). Los dueños de los negocios usan su poder para explotar a los pobres y vulnerables (Am 5:11). La ley no es un obstáculo para su explotación porque existen muchos oficiales que están dispuestos a recibir sobornos para ignorar la situación. De hecho, el gobierno ha abandonado por completo su tarea de cuidar al pobre (Am 5:12). En todos estos casos, el problema no es que los israelitas tengan ocupaciones que sean inherentemente perversas, el problema es que están tergiversando los oficios que Dios desea que sean para bien —los negocios, los bienes raíces, las leyes y el gobierno— convirtiéndolas en formas de opresión. Se preguntan a sí mismos cuándo es el tiempo para, “achicar el efa, aumentar el siclo [hacer trampa en cuanto a las medidas] y engañar con balanzas falsas; para comprar por dinero a los desvalidos y a los pobres por un par de sandalias, y vender los desechos del trigo” (Am 8:5–6).

Muchas de las ocupaciones actuales con las que las personas se ganan la vida lícitamente pueden convertirse en algo injusto por la forma en las que se realizan. ¿Un fotógrafo debería tomar fotografías de todo lo que pide un cliente sin pensar en su efecto en sí mismo y en las demás personas que verán el resultado? ¿Un cirujano debería realizar cualquier clase de cirugía opcional por la que un paciente esté dispuesto a pagar? ¿Un agente hipotecario es responsable de asegurarse que un potencial deudor tiene la capacidad de pagar el préstamo sin una dificultad excesiva? ¿Es válido no ayudar a los compañeros de trabajo que están fallando porque en comparación su fracaso nos hace ver mejores a nosotros? Si nuestro trabajo es una forma de servicio para Dios, no podemos ignorar tales preguntas. Sin embargo, debemos ser cuidadosos para no creer que existe una jerarquía de trabajos. La afirmación de los profetas no es que algunas clases de trabajo son más piadosas que otras, sino que todo tipo de trabajo debe hacerse como una contribución al trabajo de Dios en el mundo. Dios promete que “aún sobre los siervos y las siervas derramaré Mi Espíritu en esos días” (Jl 2:29).

El trabajo de los individuos y las comunidades es interdependiente (Amós 8:1-6; Miqueas 6:1-16)

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La justicia en el trabajo no es solo un tema individual. Las personas tienen la responsabilidad de asegurarse de que todos en la sociedad tengan acceso a los recursos necesarios para ganarse la vida. Amós critica a Israel por la injusticia en este aspecto más claramente en una alusión a la ley de espigar. Espigar es el proceso de recoger los granos sobrantes que quedan en un campo luego de que pasen los cosechadores. De acuerdo con el pacto entre Dios e Israel, a los campesinos no se les permitía espigar en sus propios campos, sino que debían permitirle a los pobres (literalmente a “viudas y huérfanos”) espigar en su campo para sustentarse a sí mismos (Dt 24:19). Esto creó una forma rudimentaria de asistencia social, basada en crear una oportunidad para que los pobres trabajaran (espigando los campos) y que así no tuvieran que pedir limosna, robar o morir de hambre. Espigar es una manera de participar en la dignidad del trabajo, incluso para aquellos que no son capaces de participar en el mercado laboral debido a la falta de recursos, la perturbación socioeconómica, la discriminación, la discapacidad u otros factores. Dios no desea solamente que las necesidades de todos sean satisfechas, sino que también quiere que todos tengan la dignidad de trabajar para satisfacer sus necesidades y las necesidades de otros.

Amós se queja de que se está violando este mandato. Los campesinos no están dejando el grano sobrante en sus campos para que los pobres lo recojan (Miq 7:1–2). En cambio, deciden venderle el tamo —el desecho que queda después de trillar— a los pobres a un precio exorbitante. “Oíd esto, los que pisoteáis a los menesterosos, y queréis exterminar a los pobres de la tierra”, Amós los acusa por “... vender los desechos del trigo” (Am 8:4, 6) y les reprocha porque esperan con ansias el final del Sabbath para poder continuar vendiendo este producto comestible barato y adulterado a aquellos que no tienen otra opción (Am 8:5).

Además, están engañando incluso a quienes pueden pagar el grano puro, como se evidencia en las balanzas fraudulentas en el mercado. Se jactan diciendo, “achicaremos el efa [el trigo que se vende] y aumentaremos el siclo [el precio para la venta]”. Miqueas proclama el juicio de Dios en contra del comercio injusto. “¿Puedo justificar balanzas falsas y bolsas de pesas engañosas?” dice el Señor (Miq 6:11). Esto nos dice claramente que la justicia no es solo un tema de derecho penal y expresión política sino también de oportunidad económica. La oportunidad de trabajar para satisfacer las necesidades individuales y familiares es esencial en el rol de los individuos dentro del pacto. La justicia económica es un componente fundamental de la declaración famosa y resonante de Miqueas solo tres versículos antes: “¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino sólo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (Miq 6:8). Dios demanda que Su pueblo —como un aspecto diario de su caminar con Él— ame la misericordia y practique la justicia de forma individual y social en todos los aspectos de la vida laboral y económica.

El trabajo y la adoración (Miqueas 6:6-8; Amós 5:21-24; Oseas 4-11)

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A los ojos del profeta, la justicia no es simplemente un tema secular. El llamado de Miqueas a la justicia en el versículo 6:8 se encuentra después de una observación de que la justicia es mejor que los sacrificios religiosos extravagantes (Miq 6:6–7). Oseas y Amós expanden este punto. Por medio de Amós, Dios se opone a la separación entre el cumplimiento religioso y la acción ética.

Aborrezco, desprecio vuestras fiestas, tampoco me agradan vuestras asambleas solemnes. Aunque me ofrezcáis holocaustos y vuestras ofrendas de grano, no los aceptaré; ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales cebados. Aparta de Mí el ruido de tus cánticos, pues no escucharé siquiera la música de tus arpas. Pero corra el juicio como las aguas y la justicia como corriente inagotable. (Am 5:21–24)

Oseas nos muestra más profundamente la relación entre estar cimentados espiritualmente y hacer un buen trabajo. El trabajo bueno surge directamente de la fidelidad al pacto con Dios, y de forma contraria, el mal trabajo nos aleja de la presencia de Dios.

Escuchad la palabra del Señor, hijos de Israel, porque el Señor tiene querella contra los habitantes de la tierra, pues no hay fidelidad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Sólo hay perjurio, mentira, asesinato, robo y adulterio. Emplean la violencia, y homicidios tras homicidios se suceden. Por eso la tierra está de luto, y languidece todo morador en ella junto con las bestias del campo y las aves del cielo; aun los peces del mar desaparecen… Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento. Por cuanto tú has rechazado el conocimiento, Yo también te rechazaré para que no seas Mi sacerdote; como has olvidado la ley de tu Dios, Yo también me olvidaré de tus hijos. (Os 4:1–3, 6)

A decir verdad, si nos rehusamos a realizar un trabajo justo, ético y bueno, se cuestiona nuestra afirmación de que somos adoradores de Dios. Si le dedicamos un día a la semana a adorar a Dios, pero después ignoramos Sus caminos los otros seis días, ¿el único día de adoración representa lo que somos en realidad? Oseas se queja de que la maldad de Israel en el trabajo desmiente su adoración a Dios. Su trabajo es fraudulento, lo que se ejemplifica con linderos que se mueven para engañar a los vecinos y quitarles parte de sus tierras (Os 5:10). Ellos practican el engaño (Os 7:1), incluso mientras declaran que adoran al Señor (Os 8:13–14) y no cumplen sus promesas (Os 10:4). Para reafirmar sus malos caminos, entran en alianzas políticas con poderes extranjeros opresores (Os 11:5–12:1). Hacen un mal uso de las habilidades laborales que Dios les ha dado (Os 13:2). Parecen religiosos, pero desobedecen a Dios (Os 11:7). Su corrupción e injusticia en el trabajo en realidad son señales de que se han vuelto devotos de dioses falsos (Os 9:7–17).

Este es un recordatorio de que el mundo laboral no se encuentra en un lugar aparte del resto de la vida. Si no trabajamos de acuerdo con los valores y las prioridades del pacto de Dios, nuestras vidas y trabajos serán incoherentes ética y espiritualmente. La forma en la que trabajamos durante la semana no cuestiona tanto si somos obedientes al Dios que adoramos, sino el hecho de si en realidad adoramos a Dios. Si Dios no es el dios de nuestras vidas todos los días, entonces es probable que en realidad tampoco sea nuestro dios el domingo. Si no agradamos a Dios en nuestro trabajo, no podemos agradarle en nuestra adoración.

La apatía debido a la riqueza (Amós 3:9-15; 6:1-7)

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Los profetas critican a aquellos cuya riqueza los lleva a abandonar el trabajo por el bien común y a los que renuncian a cualquier sentido de responsabilidad por su prójimo. Amós relaciona la riqueza indolente con la opresión cuando acusa a los ricos ociosos de hacer el mal, ser violentos y robar (Am 3:10). Dios terminará rápidamente con la riqueza de tales personas. Él dice, “Derribaré también la casa de invierno junto con la casa de verano; también perecerán las casas de marfil” (Am 3:15). Amós lanza una explosión de crítica severa en contra de los lujos de “los que viven reposadamente en Sion” (Am 6:1) y señala que viven tranquilos mientras “se tienden sobre sus lechos” (Am 6:4) e “improvisan al son del arpa” (Am 6:5). Cuando Dios castiga a Israel, ellos “irán por tanto ahora al destierro a la cabeza de los desterrados” (Am 6:7).

Hoy día escuchamos quejas que son sorprendentemente similares en contra de aquellos que tienen riquezas pero no las usan para un buen propósito. Esto aplica para individuos y también corporaciones, gobiernos y otras instituciones que usan su riqueza para explotar las vulnerabilidades de otros, en vez de crear algo útil que sea proporcional a su riqueza. Muchos cristianos —tal vez la mayoría en Occidente— tienen en cierta medida la capacidad de cambiar estas cosas, al menos en su entorno laboral inmediato. Las palabras de los profetas presentan un reto y un aliento continuo a cuidar profundamente la forma en la que nuestro trabajo y nuestra riqueza atienden —o no— las necesidades de las personas a nuestro alrededor.