Ezequiel y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Pero el hombre que es justo, y practica el derecho y la justicia… ciertamente vivirá —declara el Señor Dios. (Ez 18:5–9)

Introducción a Ezequiel

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Vivir con Dios no es solo cuestión de adoración y devoción personal. Vivir con Dios también es un tema de vivir la vida con rectitud, ya sea en el mercado laboral, en casa, en la iglesia o en la sociedad. Esto no contradice la enseñanza de que la salvación viene solamente por gracia por medio de la fe en Jesucristo (Ro 5:1), sino que señala que la vida con Dios comienza con creer en Cristo y se completa al vivir en rectitud en todos los aspectos de la vida.

En el libro de Ezequiel encontramos un relato contundente del sufrimiento del pueblo judío viviendo en situación de precariedad y opresión —e incluso muerte— como prisioneros en el imperio conquistador de Babilonia. Cuando preguntan por qué Dios ha permitido que sufran de esta manera, Ezequiel da la respuesta de Dios: debido a su forma de vida ilícita (Ez 18:1–17). La conducta inicua de Israel comprendía todas las esferas de la vida: el matrimonio y la sexualidad, la adoración y la idolatría, el comercio y el gobierno.

Nuestro enfoque está en las prácticas laborales y Ezequiel tiene mucho que decir acerca del lugar de trabajo. Sus palabras abarcan temas como las finanzas y las deudas, el desarrollo económico, la honestidad, la distribución de capital, las evaluaciones de trabajo, la rentabilidad justa de inversiones, el oportunismo económico, el éxito y el fracaso, las denuncias, el trabajo en equipo, la compensación ejecutiva y la administración corporativa. Además, el impresionante llamado de Ezequiel a convertirse en profeta nos da un ejemplo de cómo Dios llama a un tipo de trabajo en particular.

El llamado de Ezequiel a ser profeta (Ezequiel 1-17)

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Comencemos como comienza el libro, con el llamado de Dios a Ezequiel a la labor de profeta. Cuando encontramos a Ezequiel por primera vez, como un descendiente del hijo de Jacob, Leví, es un sacerdote de profesión (Ez 1:2). Como tal, su trabajo diario había consistido previamente en sacrificar, degollar y asar los animales del sacrificio que le traían las personas al templo en Jerusalén. Como sacerdote, también era una guía moral y espiritual del pueblo, que enseñaba la ley de Dios y decidía sobre las disputas (Lv 10:11; Dt 17:8–10; 33:10).

Sin embargo, su labor sacerdotal se interrumpió violentamente cuando fue llevado como cautivo a Babilonia en la primera deportación de los judíos de Jerusalén en el año 605 a. C. En Babilonia, a la comunidad judía exiliada le agobiaban dos preguntas: “¿Dios ha sido injusto con nosotros?” y “¿qué hicimos para merecer esto?” Salmos 137:1–4 captura bien la desolación de estos judíos exiliados:

Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos y llorábamos, al acordarnos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones, y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos alguno de los cánticos de Sion. ¿Cómo cantaremos la canción del Señor en tierra extraña?

En el exilio en Babilonia, Ezequiel recibe un llamado impresionante de Dios. Como el llamado de Isaías (Is 6:1–8), el de Ezequiel comienza con una visión de Dios (Ez 1:4–2:8) y concluye con el mandato de convertirse en profeta. Los llamados directos a una clase de trabajo en particular son escasos en la Biblia, y el de Ezequiel es uno de los más impactantes. Aunque la profesión original de Ezequiel era el sacerdocio, Dios lo llamó a una carrera profética que era tanto política como religiosa. Es oportuno que la visión en la que recibió su llamado incluya símbolos políticos tales como las ruedas (Ez 1:16), un ejército (Ez 1:24), un trono (Ez 1:26) y un centinela (Ez 3:17), pero sin incluir símbolos sacerdotales. El llamado de Ezequiel debería acabar con la idea de que los llamados de Dios sacan a las personas de sus profesiones seculares y las llevan a un ministerio eclesial.[1] O para decirlo con más precisión, Ezequiel, como todos en el antiguo pueblo de Israel, no ve ninguna ocupación como algo secular. Cualquier trabajo que hagamos es un reflejo de nuestra relación con Dios; no hay necesidad de cambiar de ocupación para hacer un trabajo que sirva a Dios.

La carrera profética de Ezequiel comienza con el exilio en Babilonia once años antes de la destrucción final de Jerusalén. Lo primero que Dios le encarga es que cuestione las promesas falsas de los falsos profetas, que le aseguraban a los exiliados que Babilonia sería derrotada y que pronto regresarían a casa. En los primeros capítulos del libro, Ezequiel tiene una serie de visiones que describen los horrores del asedio de Jerusalén y después la matanza en la toma de la ciudad.

Ver  El llamado - Temas claves" #2 en www.theologyofwork.org.

La responsabilidad por la crisis de Israel (Ezequiel 18)

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La pregunta “¿qué hicimos para merecer esto?” que se hacían los judíos en el exilio surge de la creencia errónea de que estaban recibiendo un castigo por las acciones de sus ancestros, no por sus propias acciones. Esto lo vemos en el falso refrán que citan: “Los padres comen las uvas agrias, pero los dientes de los hijos tienen la dentera” (Ez 18:2). Claramente, Dios rechaza este alegato. La cuestión aquí es que los exiliados se niegan a asumir la responsabilidad por su situación, afirmando que la culpa es de los pecados de las generaciones anteriores.[1] Dios aclara que cada persona será juzgada por sus propias acciones, ya sean justas o malvadas. La metáfora que habla de un hombre justo (Ez 18:5–9), su hijo pecador (Ez 18:10–13) y su nieto honesto (Ez 18:14–17) ilustra que a las personas no se les hace responsables por la moralidad de sus ancestros. Dios le pide cuentas al “alma” de cada persona.[2] Aun así, los eruditos están en lo cierto al señalar que Ezequiel tiene un enfoque comunal.[3]

La justicia se exige de forma individual, pero la restauración de Dios solo se llevará a cabo hasta que toda la nación viva de una manera justa. De esta forma, Dios demanda que los exiliados vivan justamente y rindan cuentas como pueblo, independientemente de lo que hicieron las generaciones anteriores.

Ezequiel 18:5–9 indica varias acciones morales y de culto, tanto justas como injustas, que se convierten en los principios por los cuales una persona dice “vivir” o “morir”. Cuatro de estas acciones están relacionadas con el trabajo: devolver la prenda de un deudor, proveer para el pobre, no cobrar intereses excesivos y trabajar justamente. Si no se mantienen estándares justos y rectos —o aún peor, si se derrama la sangre de otra persona indiscriminadamente— se incurrirá en “la pena de muerte” (Ez 18:13).

Katheryn Pfisterer Darr, “Proverb Performance and Transgenerational Retribution in Ezekiel 18” [La función de los refranes y la retribución transgeneracional en Ezequiel 18] en Tiered Reality [La realidad por niveles], 209, nt. 63, 509–10.

Ver nephesh en los versículos 18:4, 20, 27.

Joel S. Kaminsky, Corporate Responsibility in the Hebrew Bible [Responsabilidad colectiva en la Biblia hebrea] (Sheffield: Sheffield Academic Press, 1995), 177–78.

El hombre justo no oprime sino que le devuelve su prenda al deudor (Ezequiel 18:5, 7)

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Este principio mezcla el pecado general de la opresión (el hebreo daka) con el pecado específico de no devolver algo que se tomó como prenda (hăbōl) por un préstamo. Para entender y aplicar este principio, comenzamos con la ley israelita sobre los préstamos que se resume en The Anchor Yale Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor Yale] de esta forma:

La Biblia hebrea reconoce abiertamente la necesidad de los préstamos y en ella se hace el intento de evitar el cobro de intereses a los deudores. Los intereses sobre los préstamos en el Cercano Oriente antiguo podían ser exorbitantes respecto a los estándares modernos (y se podían exigir por adelantado, desde el comienzo del préstamo). El intento de convencer a los prestamistas de que renunciaran a ganancias potenciales se basada en el cuidado de la comunidad, a la cual Dios había liberado de la esclavitud. Un hermano podía caer en la pobreza y requerir un préstamo, pero no se debían exigir intereses, en el nombre del mismo Señor que dice, “os saqué de la tierra de Egipto” (Lv 25:35–38). El deseo de cobrar intereses se considera como algo peligroso, ya que podría hacer que Israel cambiara una forma de esclavitud por otra forma —la económica— de opresión. Es importante que todo el capítulo 25 de Levítico se refiera precisamente a mantener la integridad de lo que Dios ha redimido, en lo que se refiere a la liberación que debía ocurrir durante el Sabbath y los años de jubileo (Lv 25:1–34), a los préstamos (Lv 25:35–38) y a las personas contratadas como siervos (Lv 25:39–55). El derecho de un prestamista de recibir una prenda se reconoce implícitamente dentro del requerimiento de no esperar intereses y además, se prohíben las libertades indebidas con las prendas que se reciben (consultar Éx 22:25–27; Dt 24:10–13). Sin embargo, ciertas prendas, manejadas correctamente, podían producir sus propias ganancias y adicionalmente, a los extranjeros se les podía cobrar intereses en cualquier caso (consultar Dt 23:19–20). Incluso en una interpretación estricta de la Torá, un prestamista podía ganarse la vida.[1]

De acuerdo con la ley de Moisés, por lo general no era legal que un prestamista se apoderara permanentemente de un artículo dado como prenda de garantía por un préstamo. En general, las leyes bancarias modernas permiten que los prestamistas se queden con los artículos dados como garantía de pago (como en las casas de empeño) o que los recuperen (como en los préstamos para autos o los hipotecarios). Determinar si todo el sistema moderno de garantía de pago es antibíblico va más allá del alcance de este capítulo.[2]

Modern laws also place limits or regulate the process under which a lender can take possession of surety. It is generally illegal, for example, for a lender to occupy a mortgaged house and force the borrower out while the borrower is under court protection during bankruptcy proceedings. For a lender to do so anyway would be a form of oppression. It could occur only if the lender has the power and impunity to operate outside the law.

At the most basic level, in Ezekiel 18:7 God is saying, "Don't break the law in pursuit of what might seem rightfully yours, even if you have the power to get away with it." In real-life commercial practices, most lenders (loan sharks aside) don't forcibly repossess sureties outside the law. So perhaps Ezek. 18:7 has nothing challenging for modern readers in legitimate enterprises.

But not so fast. Underlying the whole Old Testament law on lending is the presumption that loans are made primarily for the good of the borrower, not the lender. The reason you lend people money on the surety of their cloak, even though you can keep the cloak only until sunset, is that you have extra money and the borrower is in need. As a lender, you have the right to an assurance that you will get your money back, but only if it has benefitted the borrower sufficiently so that he or she can pay you back. You shouldn’t make a loan that you know the borrower is unlikely to be able to repay, because you can't keep the collateral indefinitely.

This has obvious applications in the mortgage crisis of 2008-2009. Subprime lenders made home loans that they knew millions of borrowers would be likely to fail to repay. To recoup their investment, the lenders relied on rising home prices plus the their ability to force a sale or repossess the property in the likelihood of the borrower's default. The loans were made without regard to the borrower's benefit, so long as they benefitted the lenders. That at least was the intent. In reality, the sudden appearance of hundreds of thousands of foreclosed properties on the market depressed property values so low that lenders lost money even after repossessing the properties. God's declaration circa 580 B.C. that the oppressor's "blood will be on his head" (Ezek. 18:13) turned out to be true for the banking system circa 2000 A.D.

God's denunciation of arrangements that provide no benefit for buyers doesn't have to be limited to securitized debt obligations. Ezekiel 18:7 is about loans, but the same principle applies to products of all kinds. Withholding information about product flaws and risks, selling more expensive products than the buyer needs, mismatching the product's benefits to the buyer's needs — all of these practices are similar to the oppression depicted in Ezek. 18:7. They can creep into even well-intentioned businesses, unless the seller makes the buyer's well-being an inviolable goal of the sales transaction. To care for the buyer is to "live," in the terminology of Ezekiel.

Bruce Chilton, “Debts” [Deudas], en The Anchor Yale Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor Yale], ed. David Noel Freedman, vol. 2 (Nueva York: Doubleday, 1996), 114.

Este tema se trata en “Arreglos financieros en “Key Topics” [temas clave], en www.theologyofwork.org.

El hombre justo no roba, sino que alimenta al hambriento y viste al desnudo (Ezequiel 18:7b)

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Esta puede parecer una pareja extraña de ideas. ¿Quién sería capaz de debatir la prohibición del robo? Pero, ¿cómo se relaciona el robo con la obligación de darle alimento al hambriento y proveer ropa para el desnudo? Como con Ezequiel 18:7a, el enlace es el requisito de interesarse por el bienestar económico de los demás. En este caso, sin embargo, “los demás” no son la contraparte de una transacción comercial, sino simplemente cualquier persona que nos encontramos en un día común. Si usted conoce a alguien que posee algo que necesita pero que usted desea, no se le permite robarle. Si usted conoce a alguien a quien le hace falta algo que usted tiene de sobra, debe dárselo, o al menos debe suplir sus necesidades básicas como alimento y vestido.

Detrás de esta advertencia un tanto desconcertante, se encuentra la ley económica de Dios: somos mayordomos, no dueños, de todo lo que tenemos. Debemos ver la riqueza como una riqueza común porque todo lo que tenemos en un regalo de Dios con el propósito de que ninguno entre nosotros sea pobre (Dt 6:10–15; 15:1–18). Esto es claro en las leyes que demandan la cancelación de deudas cada siete años y la redistribución de la riqueza acumulada en el año del jubileo (Lv 25). Una vez cada cincuenta años, el pueblo de Dios debía volver a equilibrar la riqueza en la tierra para remediar los males propios de la sociedad humana. En los años intermedios, debían vivir como mayordomos de todo lo que poseían:

Así que no os hagáis mal uno a otro, sino temed a vuestro Dios; porque Yo soy el Señor vuestro Dios. Cumpliréis, pues, Mis estatutos y guardaréis Mis leyes, para ejecutarlos, para que habitéis seguros en la tierra. (Lv 25:17–18)

La tierra no se venderá en forma permanente, pues la tierra es Mía; porque vosotros sois sólo forasteros y peregrinos para conmigo. (Lv 25:23)

En caso de que un hermano tuyo empobrezca y sus medios para contigo decaigan, tú lo sustentarás como a un forastero o peregrino, para que viva contigo. No tomes interés y usura de él, mas teme a tu Dios, para que tu hermano viva contigo. No le darás tu dinero a interés, ni tus víveres a ganancia. “Yo soy el Señor vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto para daros la tierra de Canaán y para ser vuestro Dios. (Lv 25:35–38)

El decreto en Ezequiel 18:7 no se relaciona directamente con la teología del trabajo, ya que tiene poco que ver con la producción real de cosas de valor. En cambio, es una parte de la teología de la riqueza, la mayordomía y la disposición de las cosas de valor. Sin embargo, puede existir una relación. ¿Qué pasaría si usted debiera trabajar con el propósito de satisfacer las necesidades de alguien más en vez de las suyas? Además de impedir el robo, esto también lo motivaría a trabajar de una forma que proveyera alimento, vestido y otras necesidades para las personas que sufren de escasez. Un ejemplo sería una compañía farmacéutica que establece una política de uso compasivo en la planeación de un nuevo medicamento. Otro ejemplo sería una compañía minorista que tiene como elemento clave de su modelo de negocios la accesibilidad. Por otra parte, este principio se opone a un negocio que solo pueda ser exitoso al cobrar precios altos por productos que no satisfacen necesidades reales, tales como una compañía farmacéutica que produzca reformulaciones triviales con el fin de extender los términos de sus patentes.

El hombre justo no presta dinero a interés ni exige con usura (Ezequiel 18:8a)

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Los eruditos bíblicos han dedicado bastante tiempo a investigar y especular si la ley del Antiguo Testamento prohíbe completamente el cobro de intereses. La traducción más natural de Ezequiel 18:8a puede ser la de LBLA: “que no presta dinero a interés ni exige con usura”. Fue solo tiempo después de la Reforma que los cristianos en general interpretaron que la Biblia prohibía cobrar intereses sobre los préstamos. Por supuesto, esto perjudicaría severamente el uso productivo del capital, tanto en los tiempos modernos como antiguos, y parece que los intérpretes contemporáneos se inclinan a suavizar la prohibición indicando la usura, como lo hace la LBLA. Para justificar esta flexibilización, algunos argumentaban que los descuentos de originación (lo que ahora llamamos “bonos de cupón cero”) se permitían en el antiguo pueblo de Israel, y que solo se prohibía el interés adicional, incluso si el préstamo no se pagaba de forma oportuna.[1]Así como el tema de la garantía de pago que discutimos anteriormente, evaluar la legitimidad de todo el sistema moderno de intereses va más allá del alcance de este capítulo.[2] En vez de eso, veremos el resultado de cada caso.

Si se mantiene la interpretación más estricta, las personas con dinero tendrán la opción de prestar o no prestar. Si no se les permite cobrar intereses y tampoco apoderarse de la garantía de pago, entonces puede que prefieran no prestarle dinero a nadie. Sin embargo, esa respuesta es prohibida por Dios: “sino que le abrirás libremente tu mano, y con generosidad le prestarás lo que le haga falta para cubrir sus necesidades” (Dt 15:8). En Lucas 6:35, Jesús repite e incluso amplía este mandato: “amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio”. El propósito del préstamo es principalmente beneficiar al que lo toma, no al prestamista. El temor del prestamista a no recibir el pago de su dinero debe convertirse en una preocupación menor. El prestamista potencial tiene el capital y el deudor potencial lo necesita.

Por otra parte, si aceptamos que el sistema moderno de interés es justo, entonces este principio también aplica. El capital se debe invertir productivamente, no puede guardarse por temor, y ese es precisamente el significado literal de la parábola de los talentos de Jesús (Mt 25:14–30). Dios le ha prometido a Israel, Su posesión preciosa, que proveerá para sus necesidades. Si las personas descubren que tienen capital de sobra, le deben al Dios de la provisión usarlo —ya sea por inversión o donación— a fin de proveer para los que tienen necesidad. El desarrollo económico no está prohibido, al contrario, es necesario. Sin embargo, debe ser de beneficio productivo para aquellos que necesitan capital y no solamente para la conveniencia de aquellos que poseen el capital.

Oriental and Biblical Studies: Collected Writings of E. A. Speiser [Estudios orientales y bíblicos: colección de escritos de E. A. Speiser], ed. J. J. Finkelstein y Moshe Greenberg (Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 1967), 131–33, 140–41.

Ver “Arreglos financieros” en “Key Topics” [temas clave] en www.theologyofwork.org.

El hombre justo no hace lo malo, sino que juzga justamente entre las partes (Ez 18:8b)

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Como lo había hecho antes, aquí Ezequiel les presenta a sus lectores una norma general (no hacer lo malo) junto con una norma específica (juzgar justamente entre individuos). Una vez más, el principio unificador es que a la persona con más poder le debe interesar la necesidad de la persona que tiene menos poder. En este caso, el poder en cuestión es el de juzgar entre dos personas. Todos los días, la mayoría de nosotros enfrenta momentos en los que podemos juzgar entre una persona y otra. Puede ser tan pequeño como decidir cuál voz prevalece al escoger el lugar para almorzar. Podría ser tan grande como decidir a quién creerle en una acusación de conducta inapropiada. Raramente nos damos cuenta de que cada vez que tomamos una decisión como esta, ejercemos el poder de juzgar.

Muchos problemas graves en el trabajo surgen porque las personas sienten que se les considera menos importantes que otros a su alrededor. Esto puede ser causado por los juicios formales u oficiales, tales como evaluaciones del rendimiento, decisiones sobre proyectos, premios para los empleados o ascensos. O puede surgir a partir de juicios informales, tales como quién le presta atención a sus ideas o qué tan frecuentemente son el blanco de las bromas. En cualquier caso, los hijos de Dios tenemos la obligación de estar conscientes de estas clases de juicio y ser justos en cómo participamos en ellos. Sería interesante mantener un registro de los juicios (grandes o pequeños) en los que participamos durante un solo día, y luego preguntarnos cómo actuaría la persona justa de Ezequiel 18:8 en cada uno.

Ezequiel 18 es más que un conjunto de normas para la vida en el exilio; es una respuesta al desespero de los exiliados expresado en el refrán de Ezequiel 18:2, “Los padres comen las uvas agrias, pero los dientes de los hijos tienen la dentera”.[1] El argumento del capítulo 18 refuta el refrán pero no por medio de la eliminación total de la retribución transgeneracional. La enseñanza de la responsabilidad moral personal es una respuesta al desespero del exilio (ver Sal 137) y a las cuestiones de teodicea que se encuentran en la frase, “No es recto el camino del Señor” (Ez 18:25, 29). El Señor contesta las preguntas de los exiliados —”si somos el pueblo de Dios, ¿por qué fuimos desterrados?” “¿Por qué estamos sufriendo?” “¿A Dios le importa?”—, con un llamado a vivir de forma justa.

En el periodo entre la trasgresión pasada y la restauración futura, entre la promesa y el cumplimiento, entre la pregunta y la respuesta, los exiliados deben vivir de forma justa.[2] De esa forma podrán encontrar el significado, el propósito y la recompensa final. Dios no está solo repitiendo leyes de buen y mal comportamiento para que las personas las cumplan, sino que los está llamado a una vida justa a nivel nacional, cuando finalmente Israel será “Mi pueblo” (Ez 11:20; 14:11; 36:28; 37:23, 27).[3]

Las marcas distintivas de la justicia en Ezequiel 18 proporcionan un modelo importante de la vida en el nuevo pacto, cuando la comunidad se caracterice por la ética de “derecho” (Ez 18:5, 19, 21, 27). Es un reto para el lector a que ahora viva conforme al nuevo pacto, lo que es un medio para asegurar la esperanza para el futuro. En nuestra época, los cristianos somos miembros del nuevo pacto con el mismo llamado en Mateo 5:17–20 y 22:37–40. De esta manera, Ezequiel 18 es sorprendentemente educativo y transferible a nuestra propia vida en el lugar de trabajo, sin importar el entorno.[4] Vivir esta justicia personal en la búsqueda profesional le da vida y significado a nuestras circunstancias actuales, ya que supone un mejor mañana, introduce el reino futuro de Dios en el presente y proporciona un vistazo de lo que Dios espera de Su pueblo como un todo. Dios recompensa tal comportamiento, el cual es posible solo a través de un nuevo corazón y un nuevo espíritu (Ez 18:31–32; 2Co 3:2–6).

Se podría argumentar que el problema no era con el refrán mismo, sino con su aplicación incorrecta en las circunstancias del exilio. Ver Peter Enns, Inspiration and Incarnation: Evangelicals and the problem of the Old Testament [Inspiración y encarnación: los evangélicos y el problema del Antiguo Testamento] (Grand Rapids: Baker, 2005), 74.

Para más información sobre este tema y la integración de la teodicea y la ética, ver Gordon H. Matties, Ezekiel 18 and the Rhetoric of Moral Discourse [Ezequiel 18 y la retórica del discurso moral], Society of Biblical Literature Dissertation Series [Serie de disertaciones de la sociedad de literatura bíblica] 126 (Atlanta: Scholars Press, 1990), 223–24.  

El falso refrán del versículo 18:2 se repite en Jeremías 31:29–31, en donde Dios lo contradice explícitamente con la promesa de “un nuevo pacto” con Israel en el futuro. Cuando Israel deja de culpar a sus ancestros, entonces “He aquí, vienen días —declara el Señor— en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto”. Este pacto llevará a cabo el cumplimiento de las promesas de Dios y el perdón de los pecados de Israel (Jer 31:34).

Matties, Ezekiel 18, 222; Darr, "Transgenerational Retribution," 223.

El colapso sistémico de Israel (Ezequiel 22)

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En caso de que los judíos exiliados en Babilonia pasaran por alto el modelo positivo del capítulo 18, Ezequiel 22 les da una imagen explícita del lugar en el que la nación se salió de los rieles establecidos por Dios. Jerusalén es el entorno en el que el profeta observa los factores políticos, económicos y religiosos que los llevaron a la destrucción final. De acuerdo con Robert Linthicum, el propósito del sistema político es establecer una política de justicia y obediencia a Dios (Dt 16:18–20; 17:8–18). El sistema económico debe mantener una economía de mayordomía y generosidad (Dt 6:10–15; 15:1–18). El sistema religioso es responsable principalmente de llevar a las personas a una relación con Dios y fundamentar el sistema político y el económico en Dios (Dt 10:12; 11:28). La religión es una especie de cerca para la comunidad y le da significado a la vida. El sistema político proporciona el proceso y el sistema económico le da sustento a la comunidad. Cuando el sistema religioso deja de funcionar, todo lo demás entra en caos.[1] De acuerdo con la ley de Dios, la brecha entre el rico y el pobre (la riqueza y la pobreza) es un indicador directo de la distancia entre Dios y una comunidad o nación.

En Ezequiel 22, el profeta les muestra a los judíos en el exilio la razón por la que el juicio de Dios debe venir sobre su nación: desde los príncipes a los sacerdotes, los falsos profetas y todas las personas de la tierra, “todos vosotros os habéis convertido en escoria” (Ez 22:19). La paciencia de Dios ha llegado al límite y los salarios de cada pecado de “negocios” les traerán muerte y destrucción a los responsables. ¿Qué se incluye en este catálogo de pecados? El uso del poder para derramar sangre (Ez 22:6); tratar a los padres con desprecio, tratar con violencia al extranjero y oprimir al huérfano y la viuda (Ez 22:7); calumniar con el propósito de derramar sangre (Ez 22:9); los pecados sexuales y el acoso (Ez 22:11); cobrar interés y obtener ganancias a costa del pobre, obtener ganancias injustas (Ez 22:12); conspirar para devastar el pueblo, robar tesoros y cosas preciosas y dejar a muchas mujeres viudas (Ez 22:25); violar la ley, profanar las cosas sagradas, enseñar mal e ignorar el Sabbath de Dios (Ez 22:8, 26); los líderes que son como lobos y desgarran a su presa para obtener ganancias injustas (Ez 22:27); los profetas que recubren con cal estas acciones (es decir, las ocultan) con visiones y predicciones falsas (Ez 22:28); y el pueblo que practica la extorsión y el robo en la tierra, oprime al pobre y el necesitado, maltrata a los extranjeros y les niega la justicia (Ez 22:29).

Al final, Dios buscó al menos a una persona justa que se pusiera en pie en la brecha, pero no la encontró. Es esta total falta de interés por las relaciones justas lo que trae la ira y el castigo de Dios. El capítulo termina (Ez 22:31) cuando Dios deja de proteger al pueblo mientras ellos se auto-destruyen. ¿Cómo trae Dios Su juicio? Él permite que los sistemas tomen su curso natural sin intervenir, de tal manera que la espiral decadente termina en destrucción.

Las palabras de Ezequiel siguen siendo pertinentes en la actualidad. Todavía existen personas que obtienen ganancias a partir de actividades ilegales tales como la extorsión, el robo, el fraude, la calumnia y la violencia. Pero es aún más preocupante la cantidad de formas que encuentran las personas para mantenerse dentro de la ley mientras cometen injusticias en su búsqueda de ganancias. Por ejemplo, les ofrecen a los consumidores ingenuos préstamos e instrumentos financieros de alto costo, alimentos y bebidas insalubres y bienes y servicios con precios excesivos. Usan demandas, cláusulas de contratos desequilibradas, cartas intimidantes y otras tácticas para evitar que las personas vulnerables ejerzan sus derechos legales. Participan en publicidad y prácticas de venta engañosas. Hacen trampa en los impuestos, esconden ingresos, obtienen títulos falsos para ganar beneficios. No cumplen sus promesas. Si Dios estuviera buscando al menos una persona justa en la actualidad, ¿existiría alguien que siempre haya actuado honestamente en los negocios y las finanzas?

Robert Linthicum, City of God, City of Satan: A Biblical Theology for the Urban Church [Ciudad de Dios, ciudad de Satanás: una teología bíblica para la iglesia urbana] (Grand Rapids: Zondervan, 1991).

¿De dónde viene el éxito? (Ezequiel 26–28)

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Las profecías contra Tiro en Ezequiel 26 al 28 dan otro ejemplo de vida deshonesta. Las personas de Tiro se deleitan con la destrucción de Jerusalén y esperan obtener ganancias ante la ausencia de un competidor comercial (Ez 26:2). Dios promete que los castigará y los humillará (Ez 26:7–21) por no haber ayudado a Judá en este tiempo de necesidad. “Tiro puede representar la búsqueda —por medio de la abundancia, la prominencia política e incluso la cultura— de una seguridad y autonomía que contradicen la naturaleza de una realidad creada”.[1] La verdad es que ninguna persona ni nación puede garantizar realmente su propia seguridad y prosperidad. Aun así, Tiro presume de su éxito comercial, perfección y abundancia (Ez 27:2–4). Esta ciudad, que se había convertido en una potencia marítima gracias a su comercio con (o el aprovechamiento de) un sinfín de pueblos a lo largo del mundo mediterráneo (Ez 27:5–25), terminó hundiéndose bajo el peso de su abundante cargamento. El exceso de confianza de Tiro y sus acuerdos egoístas terminaron en un naufragio que suscita el escarnio de los comerciantes de la nación (Ez 27:26–36). Dios llama a Tiro a rendir cuentas por su arrogancia y sus deseos materiales y culmina con un poema en contra del rey en el capítulo 28. El rey le atribuye a su propia condición divina el ingenio y la sabiduría para obtener gran prominencia y logros materiales.

En la actualidad, las personas poderosas también se ven tentadas a atribuirle su éxito a la ayuda o la posición divina. Lloyd Blankfein, el CEO de Goldman Sachs, destacó el servicio crucial de los banqueros al aumentar el capital para contribuir a que las compañías crezcan, produzcan bienes y servicios y generen empleos. Pero cuando el tema pasó a ser la remuneración que rompe récords en el ámbito bancario, a muchos les pareció que su declaración de “estamos haciendo el trabajo de Dios” cruzaba el límite tomando una posición divina. Las palabras de Ezequiel todavía nos recuerdan que todos los ámbitos del trabajo tienen el potencial tanto de atender los propósitos de Dios como excusar nuestros propios excesos.

Las lecciones de los capítulos 26 al 28 para el trabajo en el mundo son significativos. Dios nos prohíbe creer que somos la fuente principal del éxito laboral. Aunque nuestro trabajo duro, el talento, la perseverancia y otras virtudes contribuyan al éxito laboral, no son su causa. Incluso la persona más exitosa que ha sido artífice de su propio éxito ha tenido que depender de un universo de oportunidades, circunstancias fortuitas, el trabajo de otros y el hecho de que nuestra propia existencia viene de algo que va más allá de nosotros mismos.

Atribuirle el éxito solamente a nuestros propios esfuerzos produce una arrogancia que quebranta nuestra relación con Dios. En vez de agradecerle a Dios por nuestro éxito y confiar en que Él nos siga proveyendo, pensamos que hemos alcanzado el éxito por nuestros propios méritos. Sin embargo, no tenemos el poder de controlar todas las circunstancias, posibilidades, personas y eventos de los cuales depende nuestro éxito. Cuando creemos que somos artífices de nuestro propio éxito, nos obligamos a tratar de controlar factores incontrolables, lo que nos presiona a poner las cosas a nuestro favor. Aunque tal vez en el pasado tuviéramos éxito por medio de acuerdos de negocios honestos y legales, ahora puede que intentemos mejorar las posibilidades cambiando la verdad para que nos favorezca, cometiendo fraude en las ofertas entre bastidores, manipulando a otros para que hagan lo que queremos, o ganando el favor de otros por medio de sobornos estratégicos. Incluso si podemos permanecer en el lado correcto de la ley, nos podemos volver despiadados y “violentos” (Ez 28:16) en nuestra actividad comercial.

Los que eran verdaderamente sabios se comportaban justamente y en su pensamiento no usurpaban el lugar de Dios mientras esperaban que Él cumpliera Sus promesas. Se mantuvieron fieles a su pacto con el Señor, quien recompensará al que vive fielmente con los beneficios apropiados para cumplir su parte del pacto (ver la esperanza para Israel en Ez 28:22–26). En última instancia, Dios separará a los justos de los malvados (Ez 34:17–22; comparar con Mt 25:31–46). Esto les da una gran esperanza a los “exiliados” que esperan el cumplimiento del reino de Dios, ya sea que vivan en el mundo antiguo o en el mundo moderno, especialmente cuando se hacen preguntas acerca de la justicia y la desolación.[2]

Joseph Blenkinsopp, Ezekiel [Ezequiel], Interpretation [Interpretación] (Louisville: John Knox Press, 1990), 118.

Ver lo mismo en Malaquías 3:13–18.

El llamado a advertir a otros (Ezequiel 33)

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Ezequiel 18 y 33 presentan una temática similar y tienen funciones estructurales dentro del libro como un todo.[1]El llamado a la justicia personal con el fin de “vivir” y el llamado a arrepentirse en medio de cuestionamientos acerca de la justicia de Dios que se presentaron primero en el capítulo 18, se reseñan en el capítulo 33 de una manera casi literal.[2] Sin embargo, el capítulo 33 presenta una idea que no se encuentra en el capítulo 18: en Ezequiel 33:1–9, Dios reevalúa el llamado de Ezequiel a ser un guardián o centinela de la nación, como se establece primero en el capítulo 3.[3] Como un guardián en la puerta de la ciudad, responsable de advertirles a los habitantes sobre una amenaza del enemigo, Ezequiel es responsable personalmente de proclamar el juicio inminente de Dios y de animarlos a que se arrepientan para poderse librar de la culpa:

Y a ti, hijo de hombre, te he puesto por centinela de la casa de Israel; oirás, pues, la palabra de Mi boca, y les advertirás de Mi parte. Cuando Yo diga al impío: “Impío, ciertamente morirás”, si tú no hablas para advertir al impío de su camino, ese impío morirá por su iniquidad, pero Yo demandaré su sangre de tu mano. Pero si tú, de tu parte adviertes al impío para que se aparte de su camino, y él no se aparta de su camino, morirá por su iniquidad, pero tú habrás librado tu vida. (Ez 33:7–9)

Esta es una adición importante al llamado a la rectitud que se presenta en Ezequiel 18 y se recuerda en el capítulo 33 en la víspera de la destrucción de Jerusalén (Ez 33:21–22). Dios demanda que el centinela desempeñe un rol importante en el llamado a la justicia individual y colectiva al tomar responsabilidad personal y apropiación por el arrepentimiento de los exiliados.

Debemos identificarnos no solo con los oyentes de Ezequiel (Ez 18) sino también con el mismo Ezequiel. Aceptamos la tarea dada por Dios de llamar a otros a vivir justamente y a volver a tener una relación correcta con Dios. En el Antiguo Testamento, algunas personas fueron llamadas a ser profetas y se les dio el mandato de traer la palabra de Dios al pueblo. Pero como miembros del nuevo pacto, todos los cristianos estamos llamados a hacer el trabajo del profeta. El profeta Joel predijo esto cuando habló la palabra de Dios diciendo, “Derramaré Mi Espíritu sobre toda carne; y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones” (Jl 2:28). Adicionalmente, el apóstol Pedro lo anunció como una realidad presente en el día de Pentecostés (Hch 2:33).[4]

La responsabilidad profética de todos los cristianos ofrece varias lecciones para una teología del trabajo y es relevante en nuestro testimonio en el lugar de trabajo. Dios nos llama a cada uno a asumir una responsabilidad de forma personal por el destino de otros. Debemos ser centinelas a título propio mientras les rendimos cuentas a las personas a nuestro alrededor. No solo sus vidas están en juego, sino que las nuestras también (Ez 33:9).

Esto no nos ocurre de forma natural en una era y cultura que valora el individualismo; aun así, Dios realmente hará que le rindamos cuentas por la vida justa de otros. Como fue en Babilonia, así es ahora —las estructuras de la sociedad con frecuencia nos tientan a permitir prácticas abusivas o injustas. En términos del lugar de trabajo, esto significa que los cristianos tienen la responsabilidad personal de trabajar por la justicia en sus lugares de trabajo. Esta cuestión plantea algunas preguntas que nos podemos hacer acerca de tal responsabilidad. Por ejemplo:

  • ¿Les estamos comunicando las palabras de Dios a las personas con las que trabajamos? En todos los lugares de trabajo, los cristianos observan —y se sienten presionados a participar en— cosas que sabemos que no son compatibles con la palabra de Dios. ¿Ponemos la verdad de Dios por encima de la comodidad aparente de encajar en el grupo? Este no es un llamado a juzgar en el trabajo, sino que puede que implique defender a la persona que tratan como el chivo expiatorio por el fracaso de un departamento, o ser el primero en votar a favor de acabar con una campaña publicitaria engañosa. Puede que signifique admitir su propia participación en un conflicto en la oficina o mostrarse confiado en que un examen honesto del rendimiento al final valdrá la pena que parece causar. Estas son formas de comunicar las palabras de Dios a otros en el trabajo.
  • ¿Nuestras vidas son ilustraciones del mensaje de Dios? Nuestra comunicación no se da solo con palabras sino también con acciones. Por medio de su ministerio, Ezequiel fue literalmente una ilustración visual y caminante de las promesas y juicios de Dios. Un Director ejecutivo en Silicon Valley le pidió a la Directora financiera que “encontrara” dos millones de dólares de ganancias adicionales para agregar al reporte trimestral que se debía entregar en una semana. La Directora Financiera  sabía que esto requeriría que categorizara de forma incorrecta ciertos gastos como inversiones y ciertas inversiones como ingresos. Justamente durante esa semana, tuvo su reunión mensual con otros directores financieros cristianos, quienes la animaron a defender su posición frente al Director ejecutivo. El día en que se debía entregar el reporte, ella le dijo al Director ejecutivo, “aquí está el reporte con los dos millones de dólares de ganancia adicional, como usted lo solicitó. Puede que incluso sea legal, pero no es realmente veraz. No lo puedo firmar, así que sé que tendrá que despedirme”. La respuesta de su Director ejecutivo fue, “si usted no lo firma, yo tampoco lo haré. Confío en que sabe lo que hace. Tráigame el reporte original que tiene la información correcta; lo publicaremos y recibiremos las críticas por no alcanzar la rentabilidad estimada”. [5] Tanto en sus palabras como en sus acciones, esta Directora financiera ilustró lo que es vivir de acuerdo con la palabra de Dios y eso influenció al Director ejecutivo para que hiciera lo mismo.

 Ezequiel 33 demuestra que aunque cada individuo está llamado a la justicia personal, los profetas también son responsables de advertirles a los demás exiliados que deben actuar justamente. La metáfora del centinela en Ezequiel 33 refleja lo que Dios espera de nuestro interés particular en la vida de otros dentro de nuestro mundo laboral. Esto proporciona el escenario para una idea similar en el próximo capítulo, en donde la metáfora cambia.

Ver Preston Sprinkle, “Law and Life: Leviticus 18.5 in the Literary Framework of Ezekiel” [La ley y la vida: Levítico 18:5 en el marco literario de Ezequiel], Journal for the Study of the Old Testament [Revista de estudio del Antiguo Testamento] 31, nº 3 (Marzo del 2007): 275–93.

Comparar especialmente con 18:21–22, 33:14–16; 18:23, 33:11; 18:24, 33:12–13; 18:25–29, 33:17–20. 

Comparar especialmente con 3:17–19, 33:7–9.

Para más información sobre este tema, ver R. Paul Stevens, The Other Six Days [Los otros seis días] (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), 169–73.

Relatado al editor ejecutivo del proyecto de la Teología del Trabajo con la condición de mantener el anonimato.

El fracaso de Israel en el liderazgo (Ezequiel 34)

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La culpa del fracaso en el cuidado de la nación recae sobre los líderes de Israel. Ezequiel 34 usa la metáfora del pastoreo para ilustrar cómo los líderes de Israel (los pastores) oprimían al pueblo (el rebaño) dentro del reino de Dios. Los pastores buscaban solo sus propios intereses al vestirse y alimentarse ellos mismos a costa de las necesidades del rebaño (Ez 34:2–3, 8). En vez de fortalecer y sanar a las ovejas en su tiempo de necesidad o de buscarlas cuando se perdieron, los pastores las dominaron con dureza (Ez 34:4). Esto dejó a las ovejas en una posición vulnerable frente a las bestias salvajes (las naciones hostiles) y las esparció por todo el mundo (Ez 34:5–6, 8). Por tanto, Dios promete salvar a las ovejas de la “boca” de los pastores (los gobernantes de Israel), buscarlas y cuidarlas, y traerlas de regreso de donde fueron dispersadas (Ez 34:9–12). Él las llevará de regreso a su propia tierra, las alimentará y las apacentará en una tierra de pastos buena y segura (Ez 34:13–14). Al final Dios juzgará entre las ovejas gordas (los beneficiarios y participantes de la opresión) y las ovejas flacas (los débiles y oprimidos, Ez 34:15–22). Este rescate llega a su punto culminante con el nombramiento futuro del Pastor supremo, un segundo David, que alimentará y cuidará el rebaño de Dios como lo debería hacer un príncipe bajo el reinado de Dios (Ez 34:23–24).[1] This will mark a time when God will make a covenant of peace with his sheep/people that will ensure God's blessings of protection, fruitfulness and freedom in the land (Ezek. 34:25-31). By this all will know that God is with his people and is their true God (Ezek. 34:30-31).

Esto marcará un tiempo en el que Dios hará un pacto de paz con su pueblo/ovejas, que asegurará las bendiciones de Dios de protección, fruto y libertad en la tierra (Ez 34:25–31). Por esto todos sabrán que Dios está con Su pueblo y es su Dios verdadero (Ez 34:30–31). La metáfora del pastoreo envía un mensaje que promete juicio sobre los gobernantes malvados de Israel y esperanza para los oprimidos y desprotegidos de la nación. Este mensaje de liderazgo, tomado del pastoreo, se aplica a otras ocupaciones. Los buenos líderes buscan los intereses de otros antes de “alimentarse” a sí mismos. El liderazgo que imita al “buen pastor” de Juan 10:11, 14 es básicamente una oficina de servicio que requiere cuidar de manera genuina del bienestar de los subordinados. La administración de personas no se trata de abusar del poder o de tener poder sobre otros. En cambio, los supervisores piadosos buscan asegurar que las personas bajo su cuidado estén prosperando. Esto es consistente con las mejores prácticas de administración que se enseñan en las escuelas de negocios y que se usan en muchas compañías, pero las personas piadosas lo hacen por su fidelidad a Dios, no porque sea una práctica aceptable en sus organizaciones.

Andrew Mein afirma que la mayoría de lectores “le prestan muy poca atención a la forma en la que las realidades económicas pueden orientar cualquier uso específico de una metáfora, con el resultado de que todas las imágenes bíblicas de pastoreo se convierten en una imagen más bien monocromática de una bondadosa generosidad”.[2] Aunque Ezequiel 34 refleja el cuidado de Dios por Sus ovejas (como otros pasajes de pastoreo, por ejemplo, Jer 23; Sal 23; Jn 10), el capítulo refleja de forma específica más acerca de la economía del pastoreo antiguo y por tanto aplica más específicamente a las responsabilidades económicas de un líder. Los pastores han violado la economía de sus obligaciones al “no producir la ganancia requerida de una inversión y apropiarse indebidamente de la propiedad del dueño.”[3] Dios los declara responsables al tiempo que recupera Su rebaño. Es poco decir solamente que los pastores de Israel han fallado en cuidar los intereses de las ovejas, ya que tampoco han trabajado por los intereses del Dueño de las ovejas, quien los contrató y espera una ganancia valiosa en Su inversión. Esta perspectiva puede aplicarse hoy día a preguntas de compensación ejecutiva y administración corporativa. Ezequiel no hace una declaración general de tales temas, sino que provee el criterio por el cual se pueden evaluar las prácticas de cada corporación.

Por tanto, Ezequiel 34 es un texto valioso para una teología del trabajo. Los líderes deben cuidar las necesidades e intereses de aquellos a los que lideran (Fil 2:3–4). Además de eso, son responsables de realizar la tarea económica para la que han sido contratados. Debemos trabajar por la rentabilidad y el bienestar de aquellos que se encuentran en los peldaños tanto arriba como abajo de nosotros en la escalera corporativa (Ef 6:5–9; Col 3:22–24). Al fin y al cabo, todos deberíamos trabajar por el honor que Dios merece.

Teniendo esto en cuenta, la rentabilidad o la productividad económica es vista como una búsqueda piadosa. Con frecuencia, parece que las iglesias olvidan esto, como si las ganancias fueran un producto secundario neutral o apenas tolerable del trabajo cristiano. Sin embargo, Ezequiel 34 sugiere que el trabajador que causa una pérdida económica o el gerente que no logra hacer que el equipo alcance la tarea, no son mejores que aquellos que maltratan a sus compañeros de trabajo o sus subordinados. Tanto las personas como el trabajo son importantes. Cuando siglos después Pablo escribe, “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col 3:23), se está poniendo en los zapatos de Ezequiel. Haga el trabajo por el que le pagan (lo que incluye obtener una ganancia como un componente inalienable) como si trabajara para el Señor. Si trabaja en una empresa lucrativa, entonces es responsable ante Dios de ayudar a obtener ganancias.

Pero si la rentabilidad es una obligación delante Dios, los cristianos están obligados a perseguir solamente ganancias piadosas. Como seguidores de Jesús, le debemos a nuestra compañía el buen trabajo de un día —un plan de ventas correctamente ejecutado, un trabajo resistente de enmarcado, o cualquiera que sea el producto de nuestra labor. Los empleadores deberían aprender a esperar eso de nosotros. También, como seguidores de Jesús nunca le podemos dar a nuestra compañía una declaración ambiental falsa, nunca engañar a los empleados o aprovecharnos de su ignorancia y nunca esconder un problema de control de calidad. Los empleadores también deberían esperar eso de nosotros. Lo que nos hace trabajadores buenos y productivos, leales a nuestras empresas, también nos hace trabajadores honestos y compasivos, comprometidos con nuestro Señor.

Ciertamente, se debe hacer el contraste entre el príncipe davídico y los príncipes de Israel a quienes se les denunció en Ez 19:1; 21:17, 30; 22:6.

Andrew Mein, “Profitable and Unprofitable Shepherds: Economic and Theological Perspectives on Ezekiel 34” [Los pastores rentables y no rentables: perspectivas económicas y teológicas sobre Ezequiel 34], Journal for the Study of the Old Testament [Revista de estudio del Antiguo Testamento] 31, nº 4 (Junio de 2007): 496.

Mein, 500.

La esperanza del pacto de Israel (Ezequiel 35-48)

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La teología del trabajo de Ezequiel estaría incompleta si no se ubicara en el contexto completo de la restauración futura que se menciona a lo largo del libro. El pacto entre Dios e Israel parece roto por el incumplimiento de Israel de sus obligaciones, sin embargo, Dios restaurará a Israel y cumplirá Sus promesas cuando Israel regrese a Él. Este cumplimiento se expresa de forma culminante en las predicciones de restauración y la sección del nuevo templo del libro (Capítulos 35 al 48). Aquí, el lector ve una imagen más completa del futuro que el exilio fiel debe anunciar en el presente por medio de la vida justa y la responsabilidad colectiva.

La promesa de un pastor davídico en la era de restauración futura es inherente al “pacto de paz” de Dios con Israel (Ez 34:25) y se le llama un “pacto eterno” (Ez 37:24–26). Ezequiel espera con ansias el día en el que este rey-pastor marcará el inicio de la bendición que Dios le promete a Israel y, más importante, los llevará a cumplir su llamado como “el pueblo de Dios”.[1] Ezequiel aclara que Dios les concede esto al darles un corazón fiel y un nuevo espíritu para cumplir Sus leyes como lo mandó en Ezequiel 18:31 (ver también Ez 11:19–20; 36:26–28; 39:29). El pueblo de Dios tendrá todo lo necesario para hacer Su voluntad y será santificado por la presencia de Dios en el nuevo santuario en medio de ellos (Ez 37:28). Ezequiel le dedica nueve capítulos al diseño de un nuevo templo para el día de la restauración y la adoración requerida (Ez 40–48). A la luz de los paralelos cercanos entre Ezequiel 38–48 y Apocalipsis 20–22, nos podemos preguntar si la visión de Ezequiel prevé una restauración literal del templo, o si esto apunta a la realidad más grande de la Nueva Jerusalén en donde no existe un templo “porque su templo es el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero” (Ap 21:22).

Como cristianos, ponemos nuestra confianza en el pastoreo supremo de Cristo. Es Él quien no solo cumplió la justicia personal, sino que también asumió toda la responsabilidad colectiva por la humanidad al derramar Su propia sangre a nuestro favor. Por la muerte y resurrección de Jesús, el día de Ezequiel del cumplimiento del pacto ha comenzado para el cristiano. Pero el día no ha terminado y el pacto no se ha consumado completamente. Ezequiel nos enseña que cuando somos llamados al trabajo, estamos llamados a la actividad justa en el exilio mientras asumimos los retos inherentes al esperar la consumación del reino de Dios. Dios demanda un estilo de vida de justicia individual y responsabilidad colectiva que son indicativos del cumplimiento futuro del pacto. Al seguir los pasos de Jesús, podemos comenzar a vivir la restauración futura de Dios en el lugar de trabajo actual.

Ver Rolf Rendtorff, The Covenant Formula: An Exegetical and Theological Investigation [La fórmula del pacto: una investigación exegética y teológica], traducido por Margaret Kohl (Edimburgo: T&T Clark, 1998).