La responsabilidad por la crisis de Israel (Ezequiel 18)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

La pregunta “¿qué hicimos para merecer esto?” que se hacían los judíos en el exilio surge de la creencia errónea de que estaban recibiendo un castigo por las acciones de sus ancestros, no por sus propias acciones. Esto lo vemos en el falso refrán que citan: “Los padres comen las uvas agrias, pero los dientes de los hijos tienen la dentera” (Ez 18:2). Claramente, Dios rechaza este alegato. La cuestión aquí es que los exiliados se niegan a asumir la responsabilidad por su situación, afirmando que la culpa es de los pecados de las generaciones anteriores.[1] Dios aclara que cada persona será juzgada por sus propias acciones, ya sean justas o malvadas. La metáfora que habla de un hombre justo (Ez 18:5–9), su hijo pecador (Ez 18:10–13) y su nieto honesto (Ez 18:14–17) ilustra que a las personas no se les hace responsables por la moralidad de sus ancestros. Dios le pide cuentas al “alma” de cada persona.[2] Aun así, los eruditos están en lo cierto al señalar que Ezequiel tiene un enfoque comunal.[3]

La justicia se exige de forma individual, pero la restauración de Dios solo se llevará a cabo hasta que toda la nación viva de una manera justa. De esta forma, Dios demanda que los exiliados vivan justamente y rindan cuentas como pueblo, independientemente de lo que hicieron las generaciones anteriores.

Ezequiel 18:5–9 indica varias acciones morales y de culto, tanto justas como injustas, que se convierten en los principios por los cuales una persona dice “vivir” o “morir”. Cuatro de estas acciones están relacionadas con el trabajo: devolver la prenda de un deudor, proveer para el pobre, no cobrar intereses excesivos y trabajar justamente. Si no se mantienen estándares justos y rectos —o aún peor, si se derrama la sangre de otra persona indiscriminadamente— se incurrirá en “la pena de muerte” (Ez 18:13).

Katheryn Pfisterer Darr, “Proverb Performance and Transgenerational Retribution in Ezekiel 18” [La función de los refranes y la retribución transgeneracional en Ezequiel 18] en Tiered Reality [La realidad por niveles], 209, nt. 63, 509–10.

Ver nephesh en los versículos 18:4, 20, 27.

Joel S. Kaminsky, Corporate Responsibility in the Hebrew Bible [Responsabilidad colectiva en la Biblia hebrea] (Sheffield: Sheffield Academic Press, 1995), 177–78.

El hombre justo no oprime sino que le devuelve su prenda al deudor (Ezequiel 18:5, 7)

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Este principio mezcla el pecado general de la opresión (el hebreo daka) con el pecado específico de no devolver algo que se tomó como prenda (hăbōl) por un préstamo. Para entender y aplicar este principio, comenzamos con la ley israelita sobre los préstamos que se resume en The Anchor Yale Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor Yale] de esta forma:

La Biblia hebrea reconoce abiertamente la necesidad de los préstamos y en ella se hace el intento de evitar el cobro de intereses a los deudores. Los intereses sobre los préstamos en el Cercano Oriente antiguo podían ser exorbitantes respecto a los estándares modernos (y se podían exigir por adelantado, desde el comienzo del préstamo). El intento de convencer a los prestamistas de que renunciaran a ganancias potenciales se basada en el cuidado de la comunidad, a la cual Dios había liberado de la esclavitud. Un hermano podía caer en la pobreza y requerir un préstamo, pero no se debían exigir intereses, en el nombre del mismo Señor que dice, “os saqué de la tierra de Egipto” (Lv 25:35–38). El deseo de cobrar intereses se considera como algo peligroso, ya que podría hacer que Israel cambiara una forma de esclavitud por otra forma —la económica— de opresión. Es importante que todo el capítulo 25 de Levítico se refiera precisamente a mantener la integridad de lo que Dios ha redimido, en lo que se refiere a la liberación que debía ocurrir durante el Sabbath y los años de jubileo (Lv 25:1–34), a los préstamos (Lv 25:35–38) y a las personas contratadas como siervos (Lv 25:39–55). El derecho de un prestamista de recibir una prenda se reconoce implícitamente dentro del requerimiento de no esperar intereses y además, se prohíben las libertades indebidas con las prendas que se reciben (consultar Éx 22:25–27; Dt 24:10–13). Sin embargo, ciertas prendas, manejadas correctamente, podían producir sus propias ganancias y adicionalmente, a los extranjeros se les podía cobrar intereses en cualquier caso (consultar Dt 23:19–20). Incluso en una interpretación estricta de la Torá, un prestamista podía ganarse la vida.[1]

De acuerdo con la ley de Moisés, por lo general no era legal que un prestamista se apoderara permanentemente de un artículo dado como prenda de garantía por un préstamo. En general, las leyes bancarias modernas permiten que los prestamistas se queden con los artículos dados como garantía de pago (como en las casas de empeño) o que los recuperen (como en los préstamos para autos o los hipotecarios). Determinar si todo el sistema moderno de garantía de pago es antibíblico va más allá del alcance de este capítulo.[2]

Modern laws also place limits or regulate the process under which a lender can take possession of surety. It is generally illegal, for example, for a lender to occupy a mortgaged house and force the borrower out while the borrower is under court protection during bankruptcy proceedings. For a lender to do so anyway would be a form of oppression. It could occur only if the lender has the power and impunity to operate outside the law.

At the most basic level, in Ezekiel 18:7 God is saying, "Don't break the law in pursuit of what might seem rightfully yours, even if you have the power to get away with it." In real-life commercial practices, most lenders (loan sharks aside) don't forcibly repossess sureties outside the law. So perhaps Ezek. 18:7 has nothing challenging for modern readers in legitimate enterprises.

But not so fast. Underlying the whole Old Testament law on lending is the presumption that loans are made primarily for the good of the borrower, not the lender. The reason you lend people money on the surety of their cloak, even though you can keep the cloak only until sunset, is that you have extra money and the borrower is in need. As a lender, you have the right to an assurance that you will get your money back, but only if it has benefitted the borrower sufficiently so that he or she can pay you back. You shouldn’t make a loan that you know the borrower is unlikely to be able to repay, because you can't keep the collateral indefinitely.

This has obvious applications in the mortgage crisis of 2008-2009. Subprime lenders made home loans that they knew millions of borrowers would be likely to fail to repay. To recoup their investment, the lenders relied on rising home prices plus the their ability to force a sale or repossess the property in the likelihood of the borrower's default. The loans were made without regard to the borrower's benefit, so long as they benefitted the lenders. That at least was the intent. In reality, the sudden appearance of hundreds of thousands of foreclosed properties on the market depressed property values so low that lenders lost money even after repossessing the properties. God's declaration circa 580 B.C. that the oppressor's "blood will be on his head" (Ezek. 18:13) turned out to be true for the banking system circa 2000 A.D.

God's denunciation of arrangements that provide no benefit for buyers doesn't have to be limited to securitized debt obligations. Ezekiel 18:7 is about loans, but the same principle applies to products of all kinds. Withholding information about product flaws and risks, selling more expensive products than the buyer needs, mismatching the product's benefits to the buyer's needs — all of these practices are similar to the oppression depicted in Ezek. 18:7. They can creep into even well-intentioned businesses, unless the seller makes the buyer's well-being an inviolable goal of the sales transaction. To care for the buyer is to "live," in the terminology of Ezekiel.

Bruce Chilton, “Debts” [Deudas], en The Anchor Yale Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor Yale], ed. David Noel Freedman, vol. 2 (Nueva York: Doubleday, 1996), 114.

Este tema se trata en “Arreglos financieros en “Key Topics” [temas clave], en www.theologyofwork.org.

El hombre justo no roba, sino que alimenta al hambriento y viste al desnudo (Ezequiel 18:7b)

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Esta puede parecer una pareja extraña de ideas. ¿Quién sería capaz de debatir la prohibición del robo? Pero, ¿cómo se relaciona el robo con la obligación de darle alimento al hambriento y proveer ropa para el desnudo? Como con Ezequiel 18:7a, el enlace es el requisito de interesarse por el bienestar económico de los demás. En este caso, sin embargo, “los demás” no son la contraparte de una transacción comercial, sino simplemente cualquier persona que nos encontramos en un día común. Si usted conoce a alguien que posee algo que necesita pero que usted desea, no se le permite robarle. Si usted conoce a alguien a quien le hace falta algo que usted tiene de sobra, debe dárselo, o al menos debe suplir sus necesidades básicas como alimento y vestido.

Detrás de esta advertencia un tanto desconcertante, se encuentra la ley económica de Dios: somos mayordomos, no dueños, de todo lo que tenemos. Debemos ver la riqueza como una riqueza común porque todo lo que tenemos en un regalo de Dios con el propósito de que ninguno entre nosotros sea pobre (Dt 6:10–15; 15:1–18). Esto es claro en las leyes que demandan la cancelación de deudas cada siete años y la redistribución de la riqueza acumulada en el año del jubileo (Lv 25). Una vez cada cincuenta años, el pueblo de Dios debía volver a equilibrar la riqueza en la tierra para remediar los males propios de la sociedad humana. En los años intermedios, debían vivir como mayordomos de todo lo que poseían:

Así que no os hagáis mal uno a otro, sino temed a vuestro Dios; porque Yo soy el Señor vuestro Dios. Cumpliréis, pues, Mis estatutos y guardaréis Mis leyes, para ejecutarlos, para que habitéis seguros en la tierra. (Lv 25:17–18)

La tierra no se venderá en forma permanente, pues la tierra es Mía; porque vosotros sois sólo forasteros y peregrinos para conmigo. (Lv 25:23)

En caso de que un hermano tuyo empobrezca y sus medios para contigo decaigan, tú lo sustentarás como a un forastero o peregrino, para que viva contigo. No tomes interés y usura de él, mas teme a tu Dios, para que tu hermano viva contigo. No le darás tu dinero a interés, ni tus víveres a ganancia. “Yo soy el Señor vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto para daros la tierra de Canaán y para ser vuestro Dios. (Lv 25:35–38)

El decreto en Ezequiel 18:7 no se relaciona directamente con la teología del trabajo, ya que tiene poco que ver con la producción real de cosas de valor. En cambio, es una parte de la teología de la riqueza, la mayordomía y la disposición de las cosas de valor. Sin embargo, puede existir una relación. ¿Qué pasaría si usted debiera trabajar con el propósito de satisfacer las necesidades de alguien más en vez de las suyas? Además de impedir el robo, esto también lo motivaría a trabajar de una forma que proveyera alimento, vestido y otras necesidades para las personas que sufren de escasez. Un ejemplo sería una compañía farmacéutica que establece una política de uso compasivo en la planeación de un nuevo medicamento. Otro ejemplo sería una compañía minorista que tiene como elemento clave de su modelo de negocios la accesibilidad. Por otra parte, este principio se opone a un negocio que solo pueda ser exitoso al cobrar precios altos por productos que no satisfacen necesidades reales, tales como una compañía farmacéutica que produzca reformulaciones triviales con el fin de extender los términos de sus patentes.

El hombre justo no presta dinero a interés ni exige con usura (Ezequiel 18:8a)

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Los eruditos bíblicos han dedicado bastante tiempo a investigar y especular si la ley del Antiguo Testamento prohíbe completamente el cobro de intereses. La traducción más natural de Ezequiel 18:8a puede ser la de LBLA: “que no presta dinero a interés ni exige con usura”. Fue solo tiempo después de la Reforma que los cristianos en general interpretaron que la Biblia prohibía cobrar intereses sobre los préstamos. Por supuesto, esto perjudicaría severamente el uso productivo del capital, tanto en los tiempos modernos como antiguos, y parece que los intérpretes contemporáneos se inclinan a suavizar la prohibición indicando la usura, como lo hace la LBLA. Para justificar esta flexibilización, algunos argumentaban que los descuentos de originación (lo que ahora llamamos “bonos de cupón cero”) se permitían en el antiguo pueblo de Israel, y que solo se prohibía el interés adicional, incluso si el préstamo no se pagaba de forma oportuna.[1]Así como el tema de la garantía de pago que discutimos anteriormente, evaluar la legitimidad de todo el sistema moderno de intereses va más allá del alcance de este capítulo.[2] En vez de eso, veremos el resultado de cada caso.

Si se mantiene la interpretación más estricta, las personas con dinero tendrán la opción de prestar o no prestar. Si no se les permite cobrar intereses y tampoco apoderarse de la garantía de pago, entonces puede que prefieran no prestarle dinero a nadie. Sin embargo, esa respuesta es prohibida por Dios: “sino que le abrirás libremente tu mano, y con generosidad le prestarás lo que le haga falta para cubrir sus necesidades” (Dt 15:8). En Lucas 6:35, Jesús repite e incluso amplía este mandato: “amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio”. El propósito del préstamo es principalmente beneficiar al que lo toma, no al prestamista. El temor del prestamista a no recibir el pago de su dinero debe convertirse en una preocupación menor. El prestamista potencial tiene el capital y el deudor potencial lo necesita.

Por otra parte, si aceptamos que el sistema moderno de interés es justo, entonces este principio también aplica. El capital se debe invertir productivamente, no puede guardarse por temor, y ese es precisamente el significado literal de la parábola de los talentos de Jesús (Mt 25:14–30). Dios le ha prometido a Israel, Su posesión preciosa, que proveerá para sus necesidades. Si las personas descubren que tienen capital de sobra, le deben al Dios de la provisión usarlo —ya sea por inversión o donación— a fin de proveer para los que tienen necesidad. El desarrollo económico no está prohibido, al contrario, es necesario. Sin embargo, debe ser de beneficio productivo para aquellos que necesitan capital y no solamente para la conveniencia de aquellos que poseen el capital.

Oriental and Biblical Studies: Collected Writings of E. A. Speiser [Estudios orientales y bíblicos: colección de escritos de E. A. Speiser], ed. J. J. Finkelstein y Moshe Greenberg (Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 1967), 131–33, 140–41.

Ver “Arreglos financieros” en “Key Topics” [temas clave] en www.theologyofwork.org.

El hombre justo no hace lo malo, sino que juzga justamente entre las partes (Ez 18:8b)

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Como lo había hecho antes, aquí Ezequiel les presenta a sus lectores una norma general (no hacer lo malo) junto con una norma específica (juzgar justamente entre individuos). Una vez más, el principio unificador es que a la persona con más poder le debe interesar la necesidad de la persona que tiene menos poder. En este caso, el poder en cuestión es el de juzgar entre dos personas. Todos los días, la mayoría de nosotros enfrenta momentos en los que podemos juzgar entre una persona y otra. Puede ser tan pequeño como decidir cuál voz prevalece al escoger el lugar para almorzar. Podría ser tan grande como decidir a quién creerle en una acusación de conducta inapropiada. Raramente nos damos cuenta de que cada vez que tomamos una decisión como esta, ejercemos el poder de juzgar.

Muchos problemas graves en el trabajo surgen porque las personas sienten que se les considera menos importantes que otros a su alrededor. Esto puede ser causado por los juicios formales u oficiales, tales como evaluaciones del rendimiento, decisiones sobre proyectos, premios para los empleados o ascensos. O puede surgir a partir de juicios informales, tales como quién le presta atención a sus ideas o qué tan frecuentemente son el blanco de las bromas. En cualquier caso, los hijos de Dios tenemos la obligación de estar conscientes de estas clases de juicio y ser justos en cómo participamos en ellos. Sería interesante mantener un registro de los juicios (grandes o pequeños) en los que participamos durante un solo día, y luego preguntarnos cómo actuaría la persona justa de Ezequiel 18:8 en cada uno.

Ezequiel 18 es más que un conjunto de normas para la vida en el exilio; es una respuesta al desespero de los exiliados expresado en el refrán de Ezequiel 18:2, “Los padres comen las uvas agrias, pero los dientes de los hijos tienen la dentera”.[1] El argumento del capítulo 18 refuta el refrán pero no por medio de la eliminación total de la retribución transgeneracional. La enseñanza de la responsabilidad moral personal es una respuesta al desespero del exilio (ver Sal 137) y a las cuestiones de teodicea que se encuentran en la frase, “No es recto el camino del Señor” (Ez 18:25, 29). El Señor contesta las preguntas de los exiliados —”si somos el pueblo de Dios, ¿por qué fuimos desterrados?” “¿Por qué estamos sufriendo?” “¿A Dios le importa?”—, con un llamado a vivir de forma justa.

En el periodo entre la trasgresión pasada y la restauración futura, entre la promesa y el cumplimiento, entre la pregunta y la respuesta, los exiliados deben vivir de forma justa.[2] De esa forma podrán encontrar el significado, el propósito y la recompensa final. Dios no está solo repitiendo leyes de buen y mal comportamiento para que las personas las cumplan, sino que los está llamado a una vida justa a nivel nacional, cuando finalmente Israel será “Mi pueblo” (Ez 11:20; 14:11; 36:28; 37:23, 27).[3]

Las marcas distintivas de la justicia en Ezequiel 18 proporcionan un modelo importante de la vida en el nuevo pacto, cuando la comunidad se caracterice por la ética de “derecho” (Ez 18:5, 19, 21, 27). Es un reto para el lector a que ahora viva conforme al nuevo pacto, lo que es un medio para asegurar la esperanza para el futuro. En nuestra época, los cristianos somos miembros del nuevo pacto con el mismo llamado en Mateo 5:17–20 y 22:37–40. De esta manera, Ezequiel 18 es sorprendentemente educativo y transferible a nuestra propia vida en el lugar de trabajo, sin importar el entorno.[4] Vivir esta justicia personal en la búsqueda profesional le da vida y significado a nuestras circunstancias actuales, ya que supone un mejor mañana, introduce el reino futuro de Dios en el presente y proporciona un vistazo de lo que Dios espera de Su pueblo como un todo. Dios recompensa tal comportamiento, el cual es posible solo a través de un nuevo corazón y un nuevo espíritu (Ez 18:31–32; 2Co 3:2–6).

Se podría argumentar que el problema no era con el refrán mismo, sino con su aplicación incorrecta en las circunstancias del exilio. Ver Peter Enns, Inspiration and Incarnation: Evangelicals and the problem of the Old Testament [Inspiración y encarnación: los evangélicos y el problema del Antiguo Testamento] (Grand Rapids: Baker, 2005), 74.

Para más información sobre este tema y la integración de la teodicea y la ética, ver Gordon H. Matties, Ezekiel 18 and the Rhetoric of Moral Discourse [Ezequiel 18 y la retórica del discurso moral], Society of Biblical Literature Dissertation Series [Serie de disertaciones de la sociedad de literatura bíblica] 126 (Atlanta: Scholars Press, 1990), 223–24.  

El falso refrán del versículo 18:2 se repite en Jeremías 31:29–31, en donde Dios lo contradice explícitamente con la promesa de “un nuevo pacto” con Israel en el futuro. Cuando Israel deja de culpar a sus ancestros, entonces “He aquí, vienen días —declara el Señor— en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto”. Este pacto llevará a cabo el cumplimiento de las promesas de Dios y el perdón de los pecados de Israel (Jer 31:34).

Matties, Ezekiel 18, 222; Darr, "Transgenerational Retribution," 223.