Génesis 1-11 y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Génesis 1-11

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El libro de Génesis es el fundamento de la teología del trabajo. Cualquier discusión acerca del trabajo desde una perspectiva bíblica al final se basa en pasajes de este libro. Génesis es realmente significativo para la teología del trabajo porque cuenta la historia de la creación de Dios, el primer trabajo de todos y el prototipo para todos los demás trabajos. Dios no estaba soñando una ilusión, estaba creando una realidad. El universo creado por Dios proporciona el material para el trabajo humano: el espacio, el tiempo, la materia y la energía. Dentro del universo creado, Dios está presente y se relaciona con Sus criaturas, especialmente con los seres humanos. Al trabajar a imagen de Dios, trabajamos en la creación, sobre la creación, con la creación y, si lo hacemos como Dios quiere, para la creación.

En Génesis vemos a Dios trabajando y aprendemos que Su plan para nosotros es que trabajemos. En nuestro trabajo, desobedecemos y obedecemos a Dios y descubrimos que Dios trabaja tanto en nuestra obediencia como en la desobediencia. Los otros sesenta y cinco libros de la Biblia ofrecen contribuciones únicas a la teología del trabajo, pero todas brotan de la fuente que se encuentra aquí en Génesis, el primer libro de la Biblia.

Dios crea el mundo (Génesis 1:1-2:3)

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Lo primero que nos dice la Biblia es que Dios es creador. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn 1:1). Dios habla, y las cosas que no existían antes surgen, comenzando con el universo mismo. La creación es un acto exclusivo de Dios. No es un accidente, ni un error, ni el producto de una deidad inferior, sino que es Dios en Su expresión de Sí mismo.

Dios crea el mundo material (Génesis 1:2)

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Génesis prosigue dando énfasis a la materialidad del mundo. “La tierra no tenía forma y estaba vacía, y la oscuridad cubría las aguas profundas; y el Espíritu de Dios se movía en el aire sobre la superficie de las aguas.” (Gn 1:2 NTV). La creación emergente, aunque todavía “no tenía forma”, tenía las dimensiones concretas de materia (“las aguas”) y espacio (“profundas”), y Dios se involucra con esta materialidad (“el Espíritu de Dios se movía en el aire sobre la superficie de las aguas”). Después, en el capítulo 2, vemos a Dios trabajando con la misma tierra que Él creó. “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra” (Gn 2:7). En los capítulos 1 y 2, vemos a Dios involucrado en la propiedad física de Su creación.

Cualquier teología del trabajo debe comenzar con una teología de la creación. ¿Consideramos el mundo material, las cosas con las que trabajamos, como cosas de primera categoría creadas por Dios, teñidas con un valor duradero? O las desestimamos tomándolas como un sitio de trabajo temporal, un lugar de prueba, un barco que se hunde del cual debemos escapar para llegar al verdadero lugar de Dios en un “cielo” inmaterial. Génesis argumenta contra cualquier noción de que el mundo material es de cierta forma menos importante para Dios que el mundo espiritual. Para decirlo de una manera más precisa, en Génesis no hay una distinción exacta entre lo material y lo espiritual. El ruah de Dios en Génesis 1:2 es al mismo tiempo “soplo”, “viento” y “espíritu” (ver la nota a en la NVI o comparar con BLP). “Los cielos y la tierra” (Gn 1:1; 2:1) no son dos campos separados, sino que son una figura hebrea del lenguaje que significa “el universo” [1], de la misma manera en que la frase “carne y hueso” representa a un ser humano.

De forma significativa, la Biblia termina donde comienza: en la tierra. La humanidad no abandona la tierra para reunirse con Dios en el cielo. En vez de esto, Dios perfecciona Su reino en la tierra y crea “la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios” (Ap 21:2). Aquí, Dios habita con los seres humanos, en la creación renovada. “He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres” (Ap 21:3). Es por esto que Jesús les dijo a Sus discípulos que oraran de la siguiente manera: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt 6:10).

En el periodo entre Génesis 2 y Apocalipsis 21, la tierra se corrompe, se destruye, se desordena y se llena de personas y fuerzas que trabajan contra los propósitos de Dios (esto está desde Génesis 3 en adelante). No todo en el mundo está de acuerdo con el diseño de Dios, pero el mundo sigue siendo Su creación, y a eso lo llama “bueno”. (Más información acerca del cielo nuevo y la tierra nueva en “Apocalipsis 17–22”, en Apocalipsis y el trabajo).

Gordon J. Wenham, Genesis 1–15, vol. 1, Word Biblical Commentary (Dallas: Word, 1998), 15.

La creación de Dios toma trabajo (Génesis 1:3-25; 2:7)

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Crear un mundo requiere trabajo. En Génesis 1, el poder del trabajo de Dios es indiscutible. Dios habla y el mundo es creado, y paso a paso vemos el ejemplo original del uso correcto del poder. Fijémonos en el orden de la creación. Los tres primeros actos creadores de Dios separan el caos sin forma y lo convierten en cielos, agua y tierra. El primer día, Dios crea la luz y la separa de la oscuridad, formando el día y la noche (Gn 1:3–5). El segundo día, separa las aguas y crea el cielo (Gn 1:6–8). En la primera parte del tercer día, separa la tierra seca del mar (Gn 1:9–10). Todo esto es esencial para la supervivencia de los seres que serán creados. A continuación, Dios comienza a llenar las áreas que había creado. Más tarde en el día tres, crea la vida vegetal (Gn 1:11–13). El cuarto día crea el sol, la luna y las estrellas en el cielo (Gn 1:14–19). Se usan los términos “lumbrera mayor” y “lumbrera menor” en vez de los nombres “sol” y “luna”, desalentando de esta forma la adoración de estos objetos creados y recordándonos que todavía estamos en peligro de adorar la creación en vez del Creador. Las lumbreras son hermosas en sí y también son esenciales para la vida vegetal, ya que necesita del día y la noche y las estaciones. El quinto día, Dios llenó las aguas y los cielos con peces y aves que no habrían podido sobrevivir sin la vida vegetal que fue creada anteriormente (Gn 1:20–23). Finalmente, el sexto día, Él creó los animales (Gn 1:24–25) y al ser humano, la obra cumbre de la creación, para que poblara la tierra (Gn 1:26–31).[1]

En el capítulo 1, Dios completa el trabajo por Su palabra. “Dijo Dios…” y todo ocurrió. Esto significa que el poder de Dios es más que suficiente para crear y sustentar la creación. No debemos preocuparnos porque a Dios se le acabe el combustible o que la creación esté en un estado precario de existencia. La creación de Dios es resistente, su existencia está segura. Dios no necesita ayuda de nadie ni de nada para crear o sustentar el mundo. No hay batalla con las fuerzas del caos que amenace con deshacer la creación. Después, vemos que es una decisión de Dios compartir la responsabilidad creativa con los seres humanos, no una necesidad. Las personas pueden intentar estropear la creación o hacer que la tierra no sea apta para la abundancia de vida, pero Dios tiene un poder infinitamente más grande para redimir y restaurar.

La muestra del infinito poder de Dios en el texto no implica que la creación de Dios no sea un trabajo, así como crear un programa de computadora o actuar en una obra de teatro. Si a pesar de esto, la majestad trascendental del trabajo de Dios en Génesis 1 nos tienta a pensar que no es un trabajo real, Génesis 2 despeja las dudas. Dios trabaja de forma inmanente con Sus manos para formar el cuerpo humano (Gn 2:7,21), plantar un jardín (Gn 2:8), plantar un huerto (Gn 2:9) y, tiempo después, hacer “vestiduras de piel” (Gn 3:21). Este es solo el comienzo del trabajo físico de Dios en la Biblia, donde abunda el trabajo divino.[2]

For a helpful discussion of the interpretation of the "Days" of creation, see Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 74-78.

For a long list of the many kinds of work God does in the Bible, see R. Paul Stevens, The Other Six Days (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 2000), 18-123; and Robert Banks, God the Worker: Journeys into the Mind, Heart, and Imagination of God (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2008).

La creación es de Dios, pero no es idéntica a Dios (Génesis 1:11)

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Dios es la fuente de toda la creación. Sin embargo, la creación no es idéntica a Dios. Dios le da a Su creación lo que Colin Gunton llama Selbständigkeit o una “independencia propia”. Esta no es la independencia absoluta que imaginan los ateos o los deístas, sino que es la existencia comprensible de la creación al ser algo distinto a Dios mismo. Esto se refleja mejor en la descripción de la creación de las plantas. “Y dijo Dios: Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semilla, y árboles frutales que den fruto sobre la tierra según su género, con su semilla en él. Y fue así.” (Gn 1:11). Dios lo crea todo, pero además, siembra literalmente la semilla para la perpetuación de la creación a través de los tiempos. La creación depende de Dios por siempre —“porque en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17:28)— y aun así, sigue siendo un ente distinto. Esto le da hermosura y valor a nuestro trabajo, mayor que el de un reloj o un títere que brinca. La fuente de nuestro trabajo es Dios, pero también tiene su propia importancia y dignidad.

Dios ve que su trabajo es bueno (Génesis 1:4, 10, 12, 18, 21, 25, 31)

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En contra de cualquier noción dualista de que el cielo es bueno y la tierra es mala, Génesis declara que cada día de la creación “Dios vio que era bueno” (Gn 1:4, 10, 12, 18, 21, 25, 31). El sexto día, cuando creó la raza humana, Dios vio que era “bueno en gran manera” (Gn 1:31). Con todo, y a pesar de que por medio de ellos entraría el pecado a la creación de Dios, son “buenos en gran manera”. Simplemente, Génesis no respalda la idea de que el mundo es irremediablemente malo y que la única salvación es escapar al mundo espiritual inmaterial, lo que de alguna manera entró a la imaginación de los cristianos. Mucho menos defiende la idea de que mientras estemos en la tierra, debemos pasar el tiempo en tareas “espirituales” en vez de “materiales”. No existe una separación entre lo espiritual y lo material en el mundo bueno de Dios.

Dios trabaja en forma relacional (Génesis 1:26a)

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Dios habla en plural incluso antes de crear al hombre, “Hagamos al hombre a Nuestra imagen” (Gn 1:26, énfasis agregado). Los académicos difieren en si “hagamos” se refiere al resto de la asamblea divina de seres angelicales o a una pluralidad en unidad exclusiva de Dios, pero cualquiera de las dos percepciones implica que Dios es relacional en Su esencia.[1] Es difícil saber con exactitud qué entendían los israelitas antiguos en cuanto al plural aquí. Para nuestro estudio, seguiremos la interpretación cristiana tradicional que se refiere a la Trinidad. En cualquier caso, sabemos por el Nuevo Testamento que en realidad Dios está en relación consigo mismo (y con Su creación) en una Trinidad de amor. En el Evangelio de Juan, vemos que el Hijo —“el Verbo [que] se hizo carne” (Juan 1:14)— está presente y activo en la creación desde el comienzo.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. (Juan 1:1–4)

Así, los cristianos reconocemos nuestro Dios Trinitario, el único Ser que es uno en tres personas, Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios Espíritu Santo, todos activos personalmente en la creación.

Bruce Waltke, Genesis: A Commentary, (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 64-5.

Dios delimita Su trabajo (Génesis 2:1-3)

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Al final de los seis días, Dios termina la creación del mundo, pero esto no significa que Dios deja de trabajar, ya que Jesús dijo, “hasta ahora mi Padre trabaja, y yo también trabajo” (Jn 5:17). Eso tampoco significa que la creación está completa ya que, como veremos, Dios deja bastante trabajo para que las personas contribuyan en la creación. Sin embargo, el caos se había convertido en un ambiente habitable, que ahora daba lugar a las plantas, los peces, las aves, los animales y los seres humanos.

Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y fue la mañana: el sexto día. Así fueron acabados los cielos y la tierra y todas sus huestes. Y en el séptimo día completó Dios la obra que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho. (Gn 1:31–2:2; énfasis agregado)

Dios finaliza Su obra maestra de seis días de trabajo con un día de descanso. La creación del hombre fue el clímax del trabajo creador de Dios y descansar el séptimo día fue el clímax de la semana creadora de Dios. ¿Por qué descansa Dios? La majestad de la creación de Dios con Su sola palabra en el capítulo 1 deja claro que Dios no está cansado. Él no necesita descansar, pero decide delimitar Su creación en tiempo y también en espacio. El universo no es infinito; tiene un comienzo, testificado por Génesis, el cual la ciencia ha aprendido a observar a la luz de la teoría del Big Bang. Ni la Biblia ni la ciencia establecen con claridad si tiene un final en el tiempo, pero Dios delimita el tiempo dentro del mundo tal como lo conocemos. Mientras sigue corriendo el tiempo, Dios bendice seis días para el trabajo y uno para el descanso. Este es un límite que el mismo Dios guarda y más adelante también se convierte en Su mandato para las personas (Éx 20:8–11).

El ser humano fue creado a imagen de Dios (Génesis 1:26, 27; 5:1)

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Luego de la historia del trabajo de creación de Dios, Génesis continúa con la historia del trabajo humano. Todo está basado en la creación de las personas a imagen de Dios.

Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza”. (Gn 1:26)

Creó, pues, Dios al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Gn 1:27)

El día que Dios creó al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. (Gn 5:1)

El resto de Génesis 1 y 2 desarrolla el trabajo humano en cinco categorías específicas: dominio, relaciones, fecundidad/crecimiento, provisión y límites. El desarrollo ocurre en dos ciclos, uno en Génesis 1:26–2:4 y el otro en Génesis 2:4–25. El orden de las categorías no es exactamente el mismo en los dos casos, pero todas las categorías están presentes en ambos ciclos. El primer ciclo desarrolla lo que significa trabajar a imagen de Dios y el segundo ciclo describe cómo Dios equipa a Adán y Eva para su trabajo cuando comienzan la vida en el jardín del Edén. Toda la creación muestra el diseño, el poder y la bondad de Dios, pero solo se dice de los seres humanos que son creados a imagen de Dios. Una teología completa de la imagen de Dios está fuera de nuestro alcance aquí, así que simplemente anotaremos que algo acerca de nosotros es exclusivamente como Él. No tendría sentido creer que somos exactamente como Dios. No podemos crear mundos a partir del caos y no deberíamos intentar hacer todo lo que Dios hace. Pero hasta ahora en la narrativa, el aspecto principal que conocemos es que Dios es un creador que trabaja en el mundo material, que trabaja en relación y cuyo trabajo se delimita. Nosotros tenemos la habilidad de hacer lo mismo.

El lenguaje en el primer ciclo es más abstracto y por lo tanto, más adecuado para desarrollar los principios del trabajo humano. El lenguaje en el segundo ciclo es más sencillo, habla de que Dios formó las cosas a partir del barro y otros elementos, y es apropiado para la instrucción práctica de Adán y Eva en su trabajo particular en el jardín. Este cambio de lenguaje (similar a los cambios en los cuatro primeros libros de la Biblia) ha resultado en grandes volúmenes de investigación, hipótesis, debate e incluso división entre los académicos. Cualquier comentario general proporcionará bastantes detalles al respecto. Sin embargo, la mayoría de estos debates tienen poco impacto en lo que contribuye el libro de Génesis para entender el trabajo, los trabajadores y los lugares de trabajo, y aquí no intentaremos tomar una posición sobre ellos. Lo que es relevante en nuestra discusión es que el capítulo 2 repite cinco temas desarrollados anteriormente —en el orden de dominio, provisión, fecundidad/crecimiento, límites y relaciones—, describiendo cómo Dios nos equipa para realizar el trabajo por el que fuimos creados a Su imagen. Con el fin de facilitar el estudio de estos temas, veremos Génesis 1:26–2:25 categoría por categoría, en vez de versículo por versículo.

Pasaje (click para ir al pasaje)

Categoria (click para ir la categoria)

Ciclo

Génesis 1:26-2:4

Dominio

1

Génesis 1:27

Relaciones

1

Génesis 1:28

Fecundidad/Crecimiento

1

Génesis 1:29-30

Provisión

1

Génesis 2:3

Límites

1

Génesis 2:5

Dominio

2

Génesis 2:8-14

Provisión

2

Génesis 2:15; 19-20

Fecundidad/Crecimiento

2

Génesis 2:17

Límites

2

Génesis 2:18; 21-25

Relaciones

2

para una aplicación de estos pasajes, ver "Help People Find their Gifts" en Country Supply Study Guide haciendo click aquí

Dominio (Génesis 1:26; 2:5)

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Trabajar a imagen de Dios es ejercer dominio (Génesis 1:26)

Una consecuencia que vemos en Génesis de ser creados a imagen de Dios es que podemos “ejercer dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra” (Gn 1:26). Como lo dice Ian Hart, “ejercer dominio sobre la tierra como representantes de Dios es el propósito básico para el que Dios creó al hombre… Al hombre se le designa rey sobre la creación, es el responsable ante Dios el Rey supremo, y como tal se espera que administre, desarrolle y cuide la creación, y esta tarea incluye el trabajo físico real”.[1] Nuestro trabajo a imagen de Dios comienza con representar fielmente a Dios.

Ejercemos dominio sobre el mundo creado sabiendo que somos el reflejo de Dios. No somos los originales sino las imágenes, y nuestra tarea es hacer del original —Dios— nuestro modelo, no nosotros mismos. Nuestro trabajo debe cumplir los propósitos de Dios más que los nuestros, y esto nos impide enseñorearnos de todo lo que Dios ha puesto bajo nuestro control.

 

Dios equipa a las personas para el trabajo del dominio (Génesis 2:5)

Piensa en lo que esto implica en nuestro lugar de trabajo. ¿Cómo procedería Dios al hacer nuestro trabajo? ¿Qué valores le traería Dios? ¿Qué productos haría Dios? ¿A qué personas les serviría Dios? ¿Qué organizaciones construiría Dios? ¿Qué estándares tendría Dios? ¿De qué maneras debería mostrar nuestro trabajo al Dios que representamos al ser reflejo Suyo? Cuando terminamos un trabajo, ¿podemos decir de los resultados, “gracias, Dios, por usarme para alcanzar esto?

El ciclo comienza de nuevo con el dominio, aunque tal vez no sea fácil de reconocer como tal inmediatamente. “Y aún no había ningún arbusto del campo en la tierra, ni había aún brotado ninguna planta del campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre para labrar la tierra” (Gn 2:5; énfasis agregado). La frase clave es “ni había hombre para labrar la tierra”. Dios decidió no terminar Su creación hasta crear a las personas para que trabajaran con Él (o para Él). Meredith Kline lo explica de esta forma, “cuando Dios creó el mundo, fue como un rey haciendo una granja, un parque o una huerta, en la que puso al ser humano para atender la tierra y para atender y cuidar el terreno.”[2] 

Por lo tanto, el trabajo de ejercer dominio comienza con arar la tierra. En esto, vemos que cuando Dios usa las palabras sojuzgar[3]  y ejercer dominio en el capítulo 1, no nos da el derecho de pisotear ninguna parte de Su creación, sino todo lo contrario. Debemos actuar como si tuviéramos la misma relación de amor con Sus criaturas que la que Él tiene. Sojuzgar la tierra incluye aprovechar sus múltiples recursos y también protegerlos. El dominio sobre todas las criaturas vivientes no es una licencia para explotarlas, sino un contrato con Dios para cuidarlas. Debemos actuar en función de todos a nuestro alrededor: nuestros jefes, clientes, colegas o compañeros de trabajo, aquellos que trabajan para nosotros o incluso quienes vemos esporádicamente. Esto no significa que les permitiremos a otros que nos pisoteen, pero sí implica que no vamos a dejar que nuestro interés egoísta, nuestra autoestima o engrandecimiento personal nos den el permiso de pasar por encima de otros. La siguiente historia de Génesis centra su atención precisamente en esta tentación y sus consecuencias.

Hasta ahora hemos tenido en cuenta especialmente cómo la búsqueda del interés propio humano amenaza el medioambiente. Fuimos creados para cuidar el jardín (Gn 2:15). La creación está destinada para nuestro uso, pero no es solo para eso. Reflexionar en que el aire, el agua, la tierra, las plantas y los animales son buenos (Gn 1:4–31) nos recuerda que debemos mantener y preservar el medioambiente. Nuestro trabajo puede preservar o destruir el aire puro, el agua y la tierra, la biodiversidad, los ecosistemas y los biomas, e incluso el clima con el que Dios ha bendecido Su creación. El dominio no es la autoridad para trabajar contra la creación de Dios, sino la habilidad de trabajar para ella.

Ian Hart, "Genesis 1:1-2:3 as a Prologue to the Books of Genesis," TynBul 46, no. 2 (1995): 322.

Meredith G. Kline, Kingdom Prologue: Genesis Foundations for a Covenantal Worldview (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2006), 69. 

"Subdue" (kavash) applies to cultivation (farming), domestication (shepherding), even mining, "making use of all the economic and cultural potential associated with the concept of 'land,' " according to Robert B. Chisholm Jr., From Exegesis to Exposition: A Practical Guide to Using Biblical Hebrew (Grand Rapids: Baker, 1998), 46.

Relaciones (Génesis 1:27; 2:18, 21-25)

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Trabajar a imagen de Dios es trabajar relacionándose con otros (Génesis 1:27)

En Génesis vemos que una consecuencia de ser creados a imagen de Dios es que trabajamos relacionándonos con Dios y con otros. Ya hemos visto que Dios es relacional en esencia (Gn 1:26), así que como imágenes de un Dios relacional, somos por esencia relacionales. La segunda parte de Génesis 1:27 vuelve a establecer esta idea, ya que habla de nosotros en pareja, no individualmente: “varón y hembra los creó”. Vivimos en una relación con nuestro Creador y con las demás criaturas. Génesis no presenta estas relaciones como abstracciones filosóficas. Vemos a Dios hablando y trabajando con Adán para nombrar a los animales (Gn 2:19) y vemos a Dios visitando a Adán y Eva “en el huerto al fresco del día” (Gn 3:8).

¿Cómo nos impacta esta realidad en nuestro lugar de trabajo? Por encima de todo, somos llamados a amar a nuestros compañeros de trabajo y nuestros jefes. El Dios de relación es el Dios de amor (1Jn 4:7). Uno podría decir simplemente que “Dios ama”, pero la Escritura va más allá, al corazón del ser de Dios como Amor, un amor que fluye de un lado a otro entre el Padre, el Hijo (Jn 17:24) y el Espíritu Santo. Este amor también fluye del ser de Dios hacia nosotros, dándonos lo que es mejor para cada uno (el amor agape en contraste con el amor de los humanos, que parte de nuestras emociones).

Dios equipa a las personas para trabajar relacionándose con otros (Génesis 2:18, 21–25)

Francis Schaeffer explica más a fondo la idea de que, como estamos hechos a imagen de Dios y Dios es personal, podemos tener una relación personal con Dios. Él menciona que esto hace posible el amor genuino, estableciendo que las máquinas no pueden amar. Como resultado, tenemos la responsabilidad de cuidar a conciencia todo lo que Dios ha puesto bajo nuestro cuidado. Ser una criatura relacional conlleva una responsabilidad moral.[1]

Debido a que somos hechos a imagen de un Dios relacional, nosotros somos en esencia relacionales. Fuimos creados para tener una relación con Dios y también con otras personas. Dios dice, “no es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea” (Gn 2:18). Todo lo creado lo había llamado “bueno” o “bueno en gran manera” y esta es la primera vez que Dios dice que algo “no es bueno”. Así que Dios crea a la mujer a partir de la carne y el hueso del mismo Adán. Cuando Eva llega, Adán se llena de alegría. “Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (Gn 2:23) (después de esto, todas las personas seguirán surgiendo de la carne de otros seres humanos, pero nacidos de la mujer en vez del hombre). Adán y Eva se embarcan en una relación tan cercana que son “una sola carne” (Gn 2:24). Aunque esto pueda sonar como puramente erótico o un tema de familia, también se refiere a una relación de trabajo. Eva es creada como la “ayuda” de Adán y es “idónea”, y se uniría a él para trabajar en el jardín del Edén. La palabra ayuda indica que, como Adán, ella iba a cuidar el jardín. Ser una ayuda significa trabajar. Alguien que no está trabajando, no está ayudando. Ser ayuda idónea significa trabajar con alguien, en una relación.

Cuando Dios llama a Eva “ayuda”, no está diciendo que ella será la subordinada de Adán o que su trabajo será menos importante, menos creador, menos algo que el de él. La palabra traducida como “ayuda” aquí (el hebreo ezer) es una palabra usada en otras partes del Antiguo Testamento para referirse al mismo Dios. “Dios es el que me ayuda [ezer]” (Sal 54:4). “SEÑOR, sé Tú mi socorro [ezer]” (Sal 30:10). Claramente, un ezer no es un subordinado. Además, Génesis 2:18 describe a Eva no solo como una “ayuda” sino también como “idónea”. Actualmente, el término en español que se usa con más frecuencia para un individuo que es ayuda y es idóneo es “compañero de trabajo”. Este es el sentido que se da en Génesis 1:27, “varón y hembra los creó”, lo que no hace distinción de prioridad o dominio. El dominio del hombre sobre la mujer, o viceversa, no está de acuerdo con la creación buena de Dios, sino que es una consecuencia trágica de la Caída (Gn 3:16).

Las relaciones no son secundarias en el trabajo, son fundamentales. El trabajo es un lugar de relaciones profundas y significativas, al menos bajo las condiciones correctas. Jesús describió nuestra relación con Él mismo como una forma de trabajo, “tomad Mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11:29). Un yugo es lo que hace posible que dos bueyes trabajen juntos. En Cristo, las personas realmente pueden trabajar juntas y es lo que Dios planeó cuando creó a Eva y Adán como compañeros de trabajo. Mientras que nuestras mentes y cuerpos trabajan relacionándose con otras personas y con Dios, nuestras almas “hallan descanso”. Cuando no trabajamos con otros hacia una meta común, nos convertimos en ansiosos espirituales. Para descubrir más sobre el yugo, consulta la sección de 2 de Corintios 6:14–18 Comentario Bíblico de la Teología del Trabajo.

Un aspecto crucial de las relaciones, ejemplificado por Dios mismo, es la delegación de autoridad. Dios le delegó el nombramiento de los animales a Adán y la transferencia de autoridad fue genuina. “Como el hombre llamó a cada ser viviente, ese fue su nombre” (Gn 2:19). En la delegación, como en cualquier otra forma de relación, renunciamos en alguna medida a nuestro poder e independencia y tomamos el riesgo de que el trabajo de otros nos afecte. En los últimos cincuenta años, la mayor parte del progreso respecto al liderazgo y administración se ha visto en la delegación de autoridad, en empoderar a los trabajadores y promover el trabajo en equipo. El fundamento de este progreso ha estado en Génesis todo el tiempo, a pesar de que los cristianos no siempre lo noten.

Muchas personas forman sus relaciones más cercanas cuando algún trabajo, ya sea pago o no, conlleva un propósito o meta común. A su vez, las relaciones laborales fomentan la creación de una variedad de bienes y servicios más amplia y compleja que la que un individuo podría producir. Sin relaciones laborales no habría automóviles, computadores, servicios postales, legislaturas, tiendas, escuelas, ni se alcanzaría una meta más grande de la que una sola persona podría conseguir. Y sin la relación íntima entre un hombre y una mujer, no existirían futuras generaciones para hacer el trabajo que Dios da. Nuestro trabajo y nuestra comunidad son regalos de Dios que están totalmente interrelacionados. Juntos, proporcionan los medios para que podamos ser fecundos y multiplicarnos en todos los sentidos.

Francis A. Schaeffer, Genesis in Space and Time (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1972), 47-48.

Fecundidad/crecimiento (Génesis 1:28; 2:15, 19-20)

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Trabajar a imagen de Dios es llevar fruto y multiplicarse (Génesis 1:28)

Ya que somos creados a imagen de Dios, debemos dar fruto o crear. A esto se le llama con frecuencia el “mandato de la creación” o “mandato cultural”. Dios hizo una creación perfecta, una plataforma ideal, y después creó a la humanidad para que continuara con el proyecto de la creación. “Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra’” (Gn 1:28a). Dios podría haber creado todo lo imaginable y haber llenado la tierra Él mismo, pero decidió crear al ser humano para trabajar junto con Él y materializar el potencial del universo, para participar en el trabajo propio de Dios. Es extraordinario que Dios confíe en nosotros para que llevemos a cabo Su tarea maravillosa de construir en la buena tierra que nos ha dado. Por medio de nuestro trabajo, Dios trae alimento y bebida, productos y servicios, conocimiento y belleza, organizaciones y comunidades, crecimiento y salud, y alabanza y gloria para Sí mismo.

Aquí se hace necesario hablar de la belleza. El trabajo de Dios no solo es productivo, sino que también es “agradable a los ojos” (Gn 3:6), lo que no es sorprendente ya que las personas, siendo a imagen de Dios, son en esencia hermosas. Como cualquier cosa buena, la belleza se puede convertir en un ídolo, pero los cristianos se preocupan tanto por los peligros de la belleza que no aprecian el valor de la misma a los ojos de Dios. En esencia, la belleza no es un desperdicio de recursos, ni una distracción de un trabajo más importante, ni una flor destinada a morir con el tiempo. La belleza es un trabajo a imagen de Dios y el reino de Dios está lleno de belleza “semejante al de una piedra muy preciosa” (Ap 21:11). Las comunidades cristianas hacen bien al apreciar la belleza de la música que habla de Jesús. Tal vez podríamos mejorar nuestro aprecio de toda clase de belleza verdadera.

Una buena pregunta es si estamos trabajando más productiva y hermosamente. La historia está llena de ejemplos de personas cuya fe cristiana resultó en logros asombrosos. Si sentimos que nuestro trabajo no da fruto en comparación al de ellos, la respuesta no está en juzgarnos a nosotros mismos, sino en la esperanza, la oración y el crecimiento en compañía del pueblo de Dios. No importan los obstáculos que enfrentemos, en nosotros mismos o de factores externos, por el poder de Dios podemos hacer el bien mejor de lo que podríamos imaginar.

Dios equipa a las personas para llevar fruto y multiplicarse (Génesis 2:15, 19–20)

“Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn 2:15). Estas dos palabras en hebreo, avad (“trabajo” o “cultivar”) y shamar (“cuidar”), también se usan para la adoración a Dios y para guardar Sus mandamientos, respectivamente.[1] El trabajo hecho de acuerdo con el propósito de Dios tiene una santidad inconfundible.

Adán y Eva reciben dos clases específicas de trabajo en Génesis 2:15–20, cultivar (un trabajo físico) y darle nombre a los animales (un trabajo cultural, científico e intelectual). Ambas son tareas creadoras que les asignan actividades específicas a quienes portan la imagen del Creador. Al plantar cosas y desarrollar cultura, somos realmente fecundos; producimos los recursos necesarios para mantener una población creciente y para incrementar la productividad de la creación y desarrollamos los medios para llenar (sin sobrellenar) la tierra. Es evidente que cultivar y nombrar los animales no son las únicas tareas aptas para los seres humanos; en vez de esto, la tarea humana es extender el trabajo creador de Dios en una multitud de formas limitadas solo por lo que Él establece y por Sus regalos de la imaginación y la habilidad. El trabajo siempre estará arraigado al diseño de Dios para la vida humana. Es una vía para contribuir al bien común y un medio para proveer para nosotros mismos, nuestras familias y aquellos a quienes podemos bendecir con nuestra generosidad.

Aunque algunas veces se subestime, un aspecto importante de Dios en el trabajo de la creación es Su gran imaginación, con la que creó todo, desde la vida acuática exótica hasta los elefantes y los rinocerontes. Los teólogos han hecho diversas listas de aquellas características de Dios que se nos han dado y evidencian Su imagen, pero la imaginación es un regalo divino que vemos trabajando a nuestro alrededor tanto en el lugar de trabajo como en casa.

Gran parte del trabajo que hacemos requiere imaginación de alguna manera. En una línea de ensamblaje, ajustamos los tornillos de los camiones y los imaginamos afuera en la carretera. Abrimos un documento en nuestra computadora e imaginamos la historia que vamos a escribir. Mozart imaginó una sonata y Beethoven imaginó una sinfonía. Picasso imaginó la Guernica antes de escoger sus brochas para crearla. Tesla y Edison imaginaron cómo aprovechar la electricidad y hoy tenemos luz en la oscuridad y un sinfín de aparatos, dispositivos electrónicos y equipamiento. Alguien en algún lugar imaginó prácticamente todo lo que nos rodea. La mayoría de los trabajos existen porque alguien imaginó un producto que requería un trabajo o proceso.

Aun así, la imaginación toma trabajo y después de imaginar, viene el trabajo de traer el producto a la realidad. De hecho, en la práctica, la imaginación y la realización ocurren con frecuencia como procesos interrelacionados. Picasso dijo de su Guernica, “El cuadro no está pensado ni fijado de antemano; mientras se le pinta sigue la movilidad del pensamiento. Una vez acabado, vuelve a cambiar según el estado del que le mira”.[2] El trabajo de traer la imaginación a la realidad tiene su creación propia e inevitable.

R. Laird Harris, Gleason L. Archer, Jr., and Bruce K. Waltke, eds., Theological Wordbook of the Old Testament (Chicago: Moody Press, 1999), 639, 939.

While this quote is widely repeated, its source is elusive. Whether or not it is genuine, it expresses a reality well known to artists of all kinds.

Provisión (Génesis 1:29-30; 2:8-14)

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Trabajar a imagen de Dios es recibir Su provisión (Génesis 1:29–30)

Debido a que somos creados a imagen de Dios, Él provee para nuestras necesidades. Esta es una de las formas en las que aquellos creados a imagen de Dios no son Dios mismo. Dios no tiene necesidades, o si las tiene, Él es poderoso para suplirlas por Sí mismo. Nosotros no. Por lo tanto:

Y dijo Dios: He aquí, yo os he dado toda planta que da semilla que hay en la superficie de toda la tierra, y todo árbol que tiene fruto que da semilla; esto os servirá de alimento. Y a toda bestia de la tierra, a toda ave de los cielos y a todo lo que se mueve sobre la tierra, y que tiene vida, les he dado toda planta verde para alimento. Y fue así. (Gn 1:29–30)

Por una parte, reconocer la provisión de Dios nos ayuda a no ser soberbios. Sin Él, nuestro trabajo no es nada. No podemos darnos vida a nosotros mismos, ni siquiera podemos proveer para nuestro propio sustento. Necesitamos la provisión continua de Dios de aire, agua, tierra, sol y el milagroso crecimiento de seres vivos para nuestro alimento de cuerpo y mente. Por otro lado, reconocer la provisión de Dios nos da seguridad en nuestro trabajo; no tenemos que depender de nuestras propias habilidades o los caprichos de las circunstancias para suplir nuestra necesidad. El poder de Dios hace que nuestro trabajo sea fructífero.

Dios provee para las necesidades de las personas (Génesis 2:8–14)

El segundo ciclo de la historia de la creación nos muestra cómo Dios provee para nuestras necesidades. Él prepara la tierra para que sea productiva cuando la trabajamos. “Y plantó el Señor Dios un huerto hacia el oriente, en Edén; y puso allí al hombre que había formado” (Gn 2:8). Aunque nosotros cultivamos, Dios es el que planta inicialmente. Además del alimento, Dios ha creado la tierra con los recursos para mantener todo lo que necesitamos para ser fecundos y multiplicarnos. Él nos da los ríos que proporcionan agua, piedras que tienen minerales y materiales de metal y los precursores de los medios de intercambio económico (Gn 2:10–14). “El oro de aquella tierra es bueno” (Gn 2:11–12). Aunque combinemos nuevos elementos y moléculas, reorganicemos el ADN entre organismos o creemos células artificiales, estamos trabajando con la materia y la energía que Dios creó para nosotros.

Límites (Génesis 2:3; 2:17)

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Trabajar a imagen de Dios es ser bendecido con los límites que Dios establece (Génesis 2:3)

Ya que somos creados a imagen de Dios, debemos acatar límites en nuestro trabajo. “Y bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que Él había creado y hecho” (Gn 2:3). ¿Dios descansó porque estaba exhausto o descansó para darnos a nosotros, los portadores de Su imagen, un ciclo ejemplar de trabajo y descanso? El cuarto de los diez mandamientos nos dice que el descanso de Dios tiene la intención de ser ejemplo para nosotros.

Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día es día de reposo para el Señor tu Dios; no harás en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que está contigo. Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó. (Éx 20:8–11)

Mientras que los religiosos se inclinaron durante siglos a amontonar regulaciones definiendo lo que significaba guardar el Sabbath, Jesús dijo claramente que Dios hizo el Sabbath para nosotros, para nuestro beneficio (Mr 2:27). ¿Qué aprendemos de esto?

Dios equipa a las personas para que trabajen dentro de ciertos límites (Génesis 2:17)

Cuando, como Dios, nos detenemos en nuestro trabajo en el que sea nuestro séptimo día, reconocemos que nuestra vida no la define únicamente el trabajo o la productividad. Walter Brueggemann lo dijo de esta manera, “el Sabbath representa un testimonio visible de que Dios está en el centro de nuestra vida; que la producción y consumo humanos ocurren en un mundo ordenado, bendecido y contenido por el Dios de toda la creación”.[1] En cierto sentido, nosotros renunciamos a una parte de nuestra autonomía y abrazamos nuestra dependencia de Dios, nuestro Creador. De lo contrario, vivimos con la ilusión de que la vida está completamente bajo el control humano. Parte de hacer del Sabbath un aspecto regular en nuestra vida laboral reconoce que, en última instancia, Dios está en el centro de nuestra vida (encuentra más información del tema del Sabbath, el descanso y el trabajo en las secciones de “Marcos 1:21–45”, “Marcos 2:23–3:6”, “Lucas 6:1–11” y “Lucas 13:10–17”).

Al bendecir a los seres humanos con Su propio ejemplo de guardar los días de trabajo y los Sabbath, Dios les da instrucciones específicas a Adán y Eva acerca de los límites de su trabajo. En medio del jardín del Edén, Dios planta dos árboles, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal (Gn 2:9). El segundo árbol está prohibido. Dios le dice a Adán, “De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Gn 2:16–17).

Los teólogos han especulado bastante acerca de por qué Dios pondría un árbol en el Jardín del Edén al que no quería que los habitantes tuvieran acceso. En los comentarios generales se pueden encontrar varias hipótesis, y no necesitamos establecer una respuesta aquí. Para nuestro estudio, es suficiente notar que no todo lo que se puede hacer se debería hacer. La imaginación y habilidades humanas pueden trabajar con los recursos de la creación de Dios de formas contrarias a las intenciones, propósitos y mandamientos de Dios. Si queremos trabajar con Dios, en vez de trabajar contra Él, debemos decidir respetar los límites que Él establece, en vez de hacer todo lo que sea posible en la creación.

Francis Schaeffer ha señalado que Dios no les dio la opción a Adán y Eva entre un buen árbol y un mal árbol, sino que les dio la posibilidad de escoger si querían o no adquirir el conocimiento del mal (ellos ya conocían el bien, por supuesto). Al crear ese árbol, Dios les abrió la posibilidad de conocer el mal, pero al hacerlo, Dios validó la elección. Todo el amor está basado en la decisión; sin una decisión, la palabra amor carece de significado.[2] ¿Adán y Eva podrían haber amado y confiado en Dios lo suficiente como para obedecer Su mandato acerca del árbol? Dios espera que aquellos que tienen una relación con Él sean capaces de respetar los límites que dan lugar a lo bueno en la creación.

En los lugares de trabajo actuales, seguimos encontrando bendición cuando acatamos ciertos límites. La creatividad humana, por ejemplo, surge tanto de límites como de oportunidades. Los arquitectos encuentran inspiración en los límites del tiempo, dinero, espacio, materiales y propósito impuestos por el cliente. Los pintores encuentran la expresión creativa cuando aceptan los límites del medio con el que deciden trabajar, comenzando con las limitaciones de representar un espacio tridimensional en un lienzo bidimensional. Los escritores encuentran genialidad cuando enfrentan la página y los límites de las palabras.

Todo el trabajo bueno respeta los límites de Dios. La capacidad de la tierra tiene límites en cuanto a extracción de recursos, polución, modificación del hábitat y el uso de las plantas y animales como alimentos, vestido y otros propósitos. El cuerpo humano posee gran fuerza, resistencia y capacidad de trabajo, aunque con limitaciones. Alimentarse saludablemente y ejercitarse tienen límites. Hay límites por los que distinguimos la belleza de la vulgaridad, el criticismo del abuso, el lucro de la codicia, la amistad de la explotación, el servicio de la esclavitud, la libertad de la irresponsabilidad, y la autoridad de la dictadura. En la práctica, podría ser difícil saber con exactitud dónde está la línea y debería admitirse que los cristianos se han equivocado frecuentemente al inclinarse por la conformidad, el legalismo, el prejuicio y la monotonía sofocante, especialmente cuando proclaman lo que otras personas deberían o no deberían hacer. No obstante, el arte de vivir como portadores de la imagen de Dios requiere aprender a discernir las bendiciones de acatar los límites establecidos por Dios y que son evidentes en Su creación.

Walter Brueggemann, "Sabbath," in Reverberations of Faith: A Theological Handbook of Old Testament Themes (Louisville: Westminster John Knox Press, 2002), 180.

Francis A. Schaeffer, Genesis in Space and Time (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1972), 71-72.

Jim Moats, "The Gift of Limits," Ethix 71, April 12, 2010, http://ethix.org/2010/08/12/the-gift-of-limits.

El trabajo del “mandato de la creación” (Génesis 1:28; 2:15)

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Al describir la creación de la humanidad a imagen de Dios (Gn 1:1–2:3) y cómo los seres humanos fueron equipados para vivir de acuerdo a esa imagen (Gn 2:4–25), hemos explorado que Dios creó a las personas para ejercer dominio, ser fecundos y multiplicarse, recibir la provisión de Dios, trabajar relacionándose con otros y acatar los límites de la creación. Mencionamos que esto se ha denominado el “mandato de la creación” o “el mandato cultural”, para lo que se destacan en particular Génesis 1:28 y 2:15:

Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. (Gn 1:28)

Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. (Gn 2:15)

El uso de esta terminología no es imprescindible, pero la idea que representa es clara en Génesis 1 y 2. Desde el principio, Dios destinó y creó a los seres humanos para ser Sus socios menores en el trabajo de completar Su creación. No es nuestra naturaleza estar satisfechos con las cosas como están, recibir provisión para nuestras necesidades sin trabajar, resistir el ocio por un periodo largo, trabajar duro en un sistema donde no haya creación ni trabajar en aislamiento social. Para resumir, estamos destinados a trabajar como sub-creadores en relación con otras personas y con Dios, dependiendo de la provisión de Dios para hacer que nuestro trabajo sea fructífero y respetando los límites dados en Su palabra y evidentes en Su creación.

Las personas caen en pecado en el trabajo (Génesis 3:1-24)

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Hasta este punto, hemos hablado del trabajo en su forma ideal, bajo las condiciones perfectas del jardín del Edén. Pero entonces llegamos a Génesis 3:1–6.

Y la serpiente era más astuta que cualquiera de los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: “No comeréis de ningún árbol del huerto”? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto, ha dicho Dios: “No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis.” Y la serpiente dijo a la mujer: Ciertamente no moriréis. Pues Dios sabe que el día que de él comáis, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal. Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió. (Énfasis agregado)

La serpiente representa lo contrario a Dios, es el adversario de Dios. Bruce Waltke señala que el adversario de Dios es malévolo y más inteligente que los seres humanos. Él es astuto al llamar la atención hacia la vulnerabilidad de Adán y Eva, incluso cuando distorsiona el mandato de Dios. Él lleva a Eva a lo que parece una discusión teológica sincera, pero la distorsiona enfatizando la prohibición de Dios en vez de Su provisión del resto de los árboles frutales en el jardín. En esencia, él quiere que la palabra de Dios suene dura y restrictiva.

El plan de la serpiente funciona, y primero Eva y después Adán comen del fruto del árbol prohibido. Ellos quebrantan los límites que Dios ha establecido en un intento vano de ser “como Dios” de alguna manera, más allá de lo que ya tenían por ser portadores de Su imagen (Gn 3:5). Aunque ya conocían por experiencia la bondad de la creación de Dios, decidieron ser “conocedores” del mal (Gn 3:4–6). Las decisiones de Eva y Adán de comer el fruto están a favor de sus propios gustos pragmáticos, estéticos y sensuales, por encima de la palabra de Dios. Lo “bueno” ya no se basa en lo que Dios dice que enriquece la vida, sino en lo que las personas piensan que es deseable para mejorarla. En pocas palabras, convierten lo bueno en malo.[1]

Cuando decidieron desobedecer a Dios, rompieron las relaciones inherentes en su propio ser. Primero, su relación juntos —“hueso de mis huesos, y carne de mi carne”, como había sido antes (Gn 2:23)— se desgarra cuando se esconden uno del otro bajo las hojas de higuera (Gn 3:7). Lo siguiente que termina es su relación con Dios, ya que no vuelven a hablar con Él al fresco del día, sino que se esconden de Su presencia (Gn 3:8). Luego, Adán rompe aún más la relación entre él y Eva al culparla por su propia decisión de comer el fruto, y entra a criticar a Dios al mismo tiempo. “La mujer que Tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Gn 3:12). De la misma forma, Eva rompe la relación de los seres humanos con las criaturas de la tierra al culpar a la serpiente de su propia decisión (Gn 3:13).

Las decisiones que tomaron ese día Adán y Eva tuvieron resultados desastrosos que llegan hasta el lugar de trabajo actual. Dios juzga su pecado y declara consecuencias que resultan en un trabajo que requiere gran esfuerzo. La serpiente tendrá que arrastrarse sobre el vientre todos los días de su vida (Gn 3:14). La mujer enfrentará un parto difícil para dar a luz a los hijos y también se sentirá en conflicto sobre su deseo para el hombre (Gn 3:16). El hombre tendrá que hacer un gran esfuerzo para sacar el producto de la tierra y esta producirá “espinos y abrojos” a costa del grano deseado (Gn 3:17–18). En resumen, los seres humanos seguirán haciendo el trabajo para el que fueron creados y Dios seguirá proveyendo para sus necesidades (Gn 3:17-19), pero el trabajo será más difícil, desagradable y estará expuesto al fracaso y a consecuencias no deseadas.

Es importante notar que el trabajo no era tan difícil desde sus comienzos. Algunas personas ven que la maldición es el origen del trabajo, pero Adán y Eva ya habían trabajado en el jardín. El trabajo no es en su esencia una maldición, sino que la maldición afecta el trabajo. De hecho, el trabajo se vuelve más importante como resultado de la Caída, no menos, porque ahora se requiere más trabajo para producir los resultados necesarios. Además, los materiales que son la fuente de la que brotaron Adán y Eva en la libertad y placer de Dios, ahora se convierten en fuentes de subyugación. Adán, creado de la tierra, ahora luchará para cultivarla hasta que su cuerpo retorne a ella cuando muera (Gn 3:19). Eva, creada a partir de la costilla del costado de Adán, ahora estará sujeta al dominio de Adán en vez de tomar su lugar junto a él (Gn 3:16). El dominio de una persona sobre otra en el matrimonio y en el trabajo no era parte del plan original de Dios, sino que las personas pecadoras hicieron de esta una nueva forma de relacionarse cuando rompieron las relaciones que Dios les había dado (Gn 3:12, 13).

El mal que enfrentamos a diario se presenta en dos formas. La primera es el mal natural, las condiciones físicas en la tierra, que son hostiles para la vida que Dios destinó para nosotros. Hay inundaciones y sequías, terremotos, tsunamis, calor o frío excesivo, enfermedad, pestes y los estragos similares que estaban ausentes en el jardín. El segundo es el mal moral, cuando las personas actúan con deseos que están en contra de lo que Dios quiere. Al actuar de formas malas, estropeamos la creación, nos distanciamos de Dios y dañamos las relaciones que tenemos con otras personas.

Vivimos en un mundo caído y roto y no podemos esperar que esta vida no requiera un trabajo duro. Fuimos creados para trabajar, pero el trabajo está manchado de todo lo que se rompió ese día en el jardín del Edén. Esto también es con frecuencia el resultado de no respetar los límites que Dios establece para nuestras relaciones, ya sean personales, laborales o sociales. La Caída creó un distanciamiento entre las personas y Dios, entre las mismas personas, y entre las personas y la tierra que debía sustentarlas. El amor y la confianza se reemplazaron por la sospecha hacia los demás. En las generaciones siguientes, el alejamiento fomentó la envidia, la ira e incluso el asesinato. Todos los lugares de trabajo actuales reflejan esa distancia entre los trabajadores (en un mayor o menor grado), haciendo nuestro trabajo aún más difícil y menos productivo.

Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 90-91.

Las personas trabajan en una creación caída (Génesis 4-8)

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Cuando Dios expulsa a Adán y Eva del jardín del Edén (Gn 3:23–24), ellos traen consigo relaciones fracturadas y el peso del trabajo duro, y deben escarbar un suelo resistente para su sustento. No obstante, Dios continúa proveyendo para ellos, incluso al punto de hacerles vestiduras cuando no tenían la habilidad para hacerlo (Gn 3:21). La maldición no ha destruido su habilidad de multiplicarse (Gn 4:1–2) o de conseguir cierto nivel de prosperidad (Gn 4:3–4).

El trabajo de Génesis 1 y 2 continúa. Todavía hay tierra para cultivar y fenómenos naturales para estudiar, describir y nombrar. Los hombres y las mujeres todavía deben ser fecundos, multiplicarse y gobernar. Pero ahora, se debe alcanzar un segundo nivel del trabajo: el trabajo de sanar, reparar y restaurar las cosas que salen mal y los males que se cometen. Para ponerlo en un contexto contemporáneo, todavía se necesita el trabajo de agricultores, científicos, enfermeras obstetras, padres, líderes y todos los trabajadores de los ámbitos creadores. Pero también se necesita el trabajo de exterminadores, doctores, directores funerarios, oficiales penitenciarios, auditores forenses y todos los que trabajan para impedir el mal, anticiparse al desastre, reparar el daño y restablecer la salud. En verdad, el trabajo de todos es una mezcla de creación y reparación, ánimo y frustración, éxito y fracaso, alegría y pesar. En comparación con el jardín, ahora debemos hacer aproximadamente el doble de trabajo y este trabajo no es menos importante para el plan de Dios.

El primer asesinato (Génesis 4:1-25)

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En Génesis 4, encontramos detalles sobre el primer asesinato, cuando Caín mata a su hermano Abel en un ataque de envidia y furia. Ambos hermanos traen el fruto de su trabajo como ofrendas para Dios. Caín es labrador y trae algo del fruto de la tierra, de lo cual el texto bíblico no nos indica que sea lo primero o lo mejor de su producto (Gn 4:3). Abel es pastor y trae los “primogénitos”, lo mejor, la “grosura” de sus ovejas (Gn 4:4). Aunque ambos producen alimento, no están trabajando ni adorando juntos. El trabajo ya no es un lugar de buenas relaciones.

Dios mira con agrado la ofrenda de Abel pero no la de Caín. En la primera mención de la ira en la Biblia, Dios le advierte a Caín que no se desespere, sino que venza su resentimiento y trabaje para tener mejores resultados en el futuro. “Si haces bien, ¿no serás aceptado?”, le pregunta el Señor (Gn 4:7). Pero en vez de esto, Caín cede ante la ira y asesina a su hermano (Gn 4:8; cf. 1 Jn 3:12; Jud 11). Dios responde a este acto con las siguientes palabras:

“La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora pues, maldito eres de la tierra, que ha abierto su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando cultives el suelo, no te dará más su vigor; vagabundo y errante serás en la tierra”. (Gn 4:10–12)

El pecado de Adán no trajo la maldición de Dios sobre las personas, sino sobre la tierra únicamente (Gn 3:17). El pecado de Caín trae la maldición de la tierra sobre él mismo (Gn 4:11). Ya no puede cultivar la tierra y, Caín el labrador, se convierte en un errante que finalmente se establece en la tierra de Nod, al este del Edén, donde construye la primera ciudad mencionada en la Biblia (Gn 4:16–17) (ver Génesis 10-11 para más información sobre el tema de las ciudades).

El resto del capítulo 4 sigue a los descendientes de Caín por siete generaciones hasta Lamec, cuyas acciones tiranas hacen que su ancestro Caín parezca manso. Lamec nos muestra el endurecimiento progresivo del pecado. Primero viene la poligamia (Gn 4:19), la violación del propósito de Dios en el matrimonio en Génesis 2:24 (cf. Mt 19:5–6). Después, una venganza que lo lleva a asesinar a alguien que apenas lo había golpeado (Gn 4:23–24). Aun así, en Lamec también vemos los comienzos de la civilización. Aquí, la división del trabajo —que representaba problemas entre Caín y Abel— provoca una orientación que hace posibles ciertos avances. Algunos de los hijos de Lamec crearon instrumentos musicales y forjaron utensilios con herramientas de bronce y de hierro (Gn 4:21–22). La capacidad de hacer música, elaborar los instrumentos para tocarla y desarrollar avances tecnológicos en la metalurgia está dentro del marco de que somos creadores porque portamos la imagen de Dios. Las artes y ciencias son un resultado valioso del mandato de la creación, pero la forma en la que Lamec hace alarde de sus obras atroces señala los peligros que acompañan a la tecnología en una cultura depravada que se inclina a la violencia. El primer poeta humano después de la Caída celebra el orgullo de los seres humanos y el abuso del poder. Aun así, el arpa y la flauta se pueden redimir y usar para alabar a Dios (1S 16:23), igual que la metalurgia, que intervino en la construcción del tabernáculo hebreo (Éx 35:4–19, 30–35).

Al multiplicarse, la gente se separa. Por medio de Set, Adán tuvo la esperanza de una descendencia piadosa, lo que incluye a Enoc y Noé. Pero con el tiempo, se levanta un grupo de personas que se desvían de los caminos de Dios.

Y aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron para sí mujeres de entre todas las que les gustaban... Y había gigantes [héroes, guerreros feroces, el significado no es claro] en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y ellas les dieron a luz hijos. Estos son los héroes de la antigüedad, hombres de renombre. Y el Señor vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era sólo hacer siempre el mal. (Gn 6:1–5)

¿Qué podría hacer la descendencia piadosa de Set, reducida eventualmente solo a Noé y su familia, contra una cultura tan depravada que incluso Dios decidió destruirla totalmente?

Actualmente, una gran preocupación para muchos cristianos en su lugar de trabajo es cómo guardar los principios que creemos que reflejan la voluntad de Dios y Sus propósitos para nosotros como Sus representantes, los portadores de Su imagen. ¿Cómo podemos hacerlo en momentos en los que la presión en nuestro trabajo nos impulsa a la deshonestidad, deslealtad, a ofrecer mano de obra de baja calidad, cuando hay explotación de compañeros de trabajo, clientes, proveedores o comunidades vulnerables en general, salarios demasiado bajos y malas condiciones de trabajo? Sabemos por el ejemplo de Set, y muchos otros en la Escritura, que es posible trabajar de acuerdo al diseño y mandato de Dios en el mundo.

Mientras otros pueden sucumbir ante el miedo, la incertidumbre y la duda, el deseo ilimitado de poder, la riqueza o el reconocimiento humano, el pueblo de Dios puede permanecer firme en un trabajo ético, con propósito y piedad, porque confiamos en que Dios nos ayudará en las situaciones difíciles que no podremos dominar sin Su gracia. Cuando las personas son abusadas o heridas por la codicia, injusticia, odio o negligencia, podemos defenderlos, obrar con justicia y sanar heridas y divisiones, porque tenemos acceso al poder redentor de Cristo. A diferencia de los demás, los cristianos podemos rechazar el pecado que encontramos en nuestro lugar de trabajo, ya sea que surja de las acciones de otros o de nuestros propios corazones. Dios anuló el proyecto de Babel porque “nada de lo que se propongan hacer les será imposible” (Gn 11:6), y no se refería a nuestras habilidades reales sino a nuestra soberbia. A pesar de esto, por la gracia de Dios, tenemos el poder de alcanzar todo lo que Dios tiene preparado para nosotros en Cristo, quien declara que “nada os será imposible” (Mt 17:20) y “ninguna cosa será imposible para Dios” (Lc 1:37).

¿En realidad trabajamos como si creyéramos en el poder de Dios? ¿O desperdiciamos las promesas de Dios simplemente tratando de salir adelante sin causar ningún alboroto?

“¡Fue suficiente!”, dice Dios, y crea un mundo nuevo (Génesis 6:9-8:19)

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Algunas situaciones pueden redimirse y otras puede que no tengan remedio. En Génesis 6:6–8, vemos el lamento de Dios por el estado del mundo y la cultura antediluviana, y Su decisión de comenzar de nuevo:

Y le pesó al Señor haber hecho al hombre en la tierra, y sintió tristeza en Su corazón. Y el Señor dijo: Borraré de la faz de la tierra al hombre que he creado, desde el hombre hasta el ganado, los reptiles y las aves del cielo, porque me pesa haberlos hecho. Mas Noé halló gracia ante los ojos del Señor.

Desde los tiempos de Adán hasta los nuestros, Dios busca personas que le hagan frente a la cultura del pecado cuando sea necesario. Adán no pasó la prueba, pero fue el padre de los ancestros de Noé, quien “era un hombre justo, perfecto entre sus contemporáneos; Noé andaba con Dios” (Gn 6:9). Noé es la primera persona cuyo trabajo es primordialmente redentor. A diferencia de quienes están ocupados sacando su sustento de la tierra, Noé es llamado a salvar la humanidad y la naturaleza de la destrucción. En él vemos el progenitor de sacerdotes, profetas y apóstoles que son llamados al trabajo de reconciliación con Dios, y aquellos que cuidan el medioambiente, que son llamados al trabajo de redimir la naturaleza. En un mayor o menor grado, todos los trabajadores desde Noé son llamados al trabajo de la redención y reconciliación.

¡Y el arca es un gran proyecto de construcción! A pesar de las burlas de los vecinos, Noé y sus hijos deben talar miles de árboles cipreses, prepararlos y convertirlos en tablones suficientes para construir un zoológico flotante. Esta embarcación de tres niveles debe tener la capacidad de soportar las diferentes especies animales y almacenar el alimento y el agua requeridos para un periodo indefinido. A pesar de la dificultad, el texto nos asegura que “así lo hizo Noé; conforme a todo lo que Dios le había mandado, así hizo” (Gn 6:13–22).

En el mundo de los negocios, los empresarios están acostumbrados a tomar riesgos e ir en contra de la sabiduría convencional para proponer productos o procesos nuevos. Para esto se requiere una vista a largo plazo, en vez de fijarse en los resultados a corto plazo. Noé enfrenta lo que por momentos debe haber parecido una tarea imposible, y algunos eruditos bíblicos sugieren que la construcción del arca tardó cien años. También se requiere fe, tenacidad y una planeación cuidadosa frente a los escépticos y críticos. Tal vez deberíamos agregar la gerencia de proyectos a la lista de los programas pioneros de Noé. Los innovadores, empresarios y los que desafían las opiniones predominantes y los sistemas en nuestros lugares de trabajo actualmente necesitan una fuente de fuerza interior y convicción. La respuesta no es convencernos a nosotros mismos de tomar riesgos tontos, por supuesto, sino recurrir a la oración y al consejo de los que son sabios en Dios cuando enfrentamos la oposición y el desánimo. Tal vez necesitamos que se levanten cristianos talentosos y preparados para el trabajo de animar y ayudar a pulir la creatividad de los innovadores en los ámbitos de negocios, ciencias, la academia, las artes, el gobierno y las otras áreas de trabajo.

La historia del diluvio que encontramos en Génesis 7:1–8:19 es muy conocida. Por más de seis meses, Noé y su familia y todos los animales estuvieron en el arca mientras se desataba el diluvio mientras el arca daba vueltas en el agua que llegaba a cubrir las cimas de las montañas. Cuando finalmente disminuye la inundación, la tierra se seca y surge nueva vegetación. Una vez más, los pasajeros del arca ponen sus pies sobre la tierra. El texto hace eco a Génesis 1, enfatizando la continuidad de la creación. Dios hace pasar un “viento” sobre “al abismo” y “las aguas” decrecieron (Gn 8:1–3), aunque de cierta forma es un mundo nuevo, reformado por la fuerza del diluvio. Dios le estaba dando a la cultura humana una nueva oportunidad de comenzar de cero y hacerlo bien. Para los cristianos, esto anuncia los nuevos cielos y nueva tierra de Apocalipsis 21 y 22, cuando la vida humana y el trabajo se vuelven perfectos dentro del cosmos que se ha recuperado de los efectos de la Caída, como mencionamos en la parte de  "Dios crea el mundo material" (Génesis 1:1-2).

Lo que puede ser menos evidente es que este, el primer trabajo de ingeniería a gran escala de la humanidad, es un proyecto ambiental. A pesar (o tal vez como resultado) de la relación quebrantada entre la humanidad y la serpiente y todas las criaturas (Gn 3:15), Dios le asigna a un ser humano la tarea de salvar a los animales y confía en que lo hará fielmente. El llamado de Dios para las personas de “ejercer dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Gn 1:28) sigue vigente. Dios siempre está trabajando para restaurar lo que se perdió en la Caída y Él usa como Su principal instrumento a la humanidad caída que está siendo restaurada.

El pacto de Dios con Noé (Génesis 9:1-19)

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De nuevo en tierra seca, con un nuevo comienzo, el primer acto de Noé es construir un altar para el Señor (Gn 8:20). Aquí él ofrece sacrificios que agradan a Dios, quien decide no volver a destruir la humanidad “mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán” (Gn 8:22). Dios se compromete en un pacto con Noé y sus descendientes, diciendo que nunca va a destruir la tierra con un diluvio (Gn 9:8–17). Dios da el arcoíris como señal de Su promesa. Aunque la tierra ha cambiado radicalmente, los propósitos de Dios para el trabajo siguen siendo los mismos. Él repite Su bendición y Sus promesas de que Noé y sus hijos serán fecundos y se multiplicarán y llenarán la tierra (Gn 9:1). Él ratifica Su promesa de provisión de alimento por medio del trabajo (Gn 9:3). A su vez, Él establece requisitos de justicia entre los humanos y para la protección de todas las criaturas (Gn 9:4–6).

La palabra hebrea traducida como “arcoíris” se refiere simplemente a un arco, una herramienta de batalla y caza. Waltke menciona que en las mitologías antiguas del Cercano Oriente, las estrellas en forma de arco se asociaban con la ira u hostilidad del dios, pero que “aquí el arco del guerrero está colgado, y no apunta a la tierra”.[1] Meredith Kline nota que “el símbolo de la guerra y la hostilidad divina se ha transformado en una señal de reconciliación entre Dios y el hombre”.[2] El arco colgado se alza desde la tierra hacia el cielo, extendiéndose en los horizontes. Un instrumento de guerra se convierte en un símbolo de paz por medio del pacto de Dios con Noé.

Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 146.

Meredith G. Kline, Kingdom Prologue: Genesis Foundations for a Covenantal Worldview (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2006), 152.

La caída de Noé (Génesis 9:20-29)

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Después de su trabajo heroico a favor de la humanidad, a Noé le ocurre un incidente doméstico lamentable que comienza —como muchas tragedias domésticas y laborales— con el abuso de sustancias, en este caso el alcohol (agrega a la lista de las innovaciones de Noé la producción de bebidas alcohólicas, en Gn 9:20). Después de embriagarse, Noé se desmaya desnudo en su tienda. Su hijo Cam entra, lo ve en este estado y alerta a sus hermanos, quienes entran a la tienda con prudencia y de espaldas, y cubren a su padre sin mirarlo en su desnudez. Para la mayoría de lectores modernos es difícil entender qué es tan vergonzoso o inmoral en esta situación, pero Noé y sus hijos entienden claramente que esto era un desastre familiar. Cuando Noé vuelve en sí y se entera, su respuesta destruye para siempre la tranquilidad de la familia. Noé maldice los descendientes de Cam a través de Canaán y los hace esclavos de los descendientes de sus otros dos hijos, lo que sienta las bases para miles de años de enemistad, guerra y atrocidad entre la familia de Noé.

Puede que Noé sea la primera persona de gran prestigio que cae en desgracia, pero no es la última. Pareciera que la grandeza nos vuelve vulnerables al fracaso moral, especialmente en nuestras vidas personales y familiares. En un instante, todos podríamos nombrar una docena de ejemplos en el panorama mundial. El fenómeno es tan común que resulta en proverbios bíblicos como, “delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu” (Pr 16:18), o dichos coloquiales como “cuanto más grandes, más duro caen”.

Noé es sin duda una de las grandes figuras de la Biblia (Heb 11:7), así que la mejor respuesta es no juzgarlo, sino pedirle a Dios Su gracia para nosotros mismos. Si estamos buscando la grandeza, es mejor buscar primero la humildad. Si llegamos a ser grandes, es mejor rogar a Dios por gracia para evitar el destino de Noé. Si hemos caído en forma similar a Noé, confesemos rápidamente y pidámosle a los que están a nuestro alrededor que nos ayuden a no convertir una caída en un desastre al justificarnos a nosotros mismos.

Los descendientes de Noé y la torre de Babel (Génesis 10:1-11:32)

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En lo que se denomina la Tabla de Naciones, Génesis 10 menciona primero los descendientes de Jafet (Gn 10:2–5), después los descendientes de Cam (Gn 10:6–20), y finalmente los descendientes de Sem (Gn 10:21–31). Entre ellos se destaca el nieto de Cam, Nimrod, por su importancia para la teología del trabajo. Nimrod funda en Babilonia un imperio de hostilidad manifiesta. Él es un tirano, un cazador temido y poderoso y sobre todo, un constructor de ciudades (Gn 10:8–12).

Con Nimrod, el constructor de ciudades tirano, presente en nuestra memoria, llegamos a la construcción de la torre de Babel (Gn 11:1–9). Babel, como muchas ciudades en el Cercano Oriente antiguo, es diseñada como el recinto amurallado de un gran templo o zigurat, una torre de escaleras con ladrillos de adobe diseñada para alcanzar el reino de los dioses. Con tal torre, la gente podría subir al reino de los dioses y los dioses podrían descender a la tierra. Aunque Dios no condena este deseo de alcanzar los cielos, vemos en ello la ambición de engrandecimiento propio y el pecado creciente del orgullo que lleva a las personas a construir una torre tan imponente. “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso, para que no seamos dispersados sobre la faz de toda la tierra” (Gn 11:4). ¿Qué querían? Fama. ¿Qué temían? Ser dispersados y no convertirse en una multitud. La torre que quisieron construir parecía enorme para ellos, pero el narrador de Génesis sonríe mientras nos cuenta que era tan insignificante que Dios “descendió para ver la ciudad y la torre” (Gn 11:5). Tan diferente a la ciudad de paz, orden y virtud, que son los propósitos de Dios para el mundo.[1]

El inconveniente de Dios con la torre es que les daría a las personas la esperanza de que “nada de lo que se propongan hacer les será imposible” (Gn 11:6). Como Adán y Eva antes, ellos intentan usar el poder creador que tienen por ser portadores de la imagen de Dios para actuar en contra de los propósitos de Dios. En este caso, planean hacer lo opuesto a lo que Dios ordenó en el mandato cultural. En vez de llenar la tierra, intentaron concentrarse en un solo lugar; en vez de explorar la plenitud del nombre que Dios les dio (adam, “raza humana” [Gn 5:2]), decidieron buscar la fama. Dios ve que su arrogancia y ambición están fuera de control y dice, “vamos, bajemos y allí confundamos su lengua, para que nadie entienda el lenguaje del otro” (Gn 11:7). Entonces, “los dispersó el Señor desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso fue llamada Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra; y de allí los dispersó el Señor sobre la faz de toda la tierra” (Gn 11:8–9).

Estas personas provenían originalmente de un mismo linaje, todos descendientes de Noé por medio de sus tres hijos pero, después de que Dios destruyera la torre de Babel, los descendientes de estos hijos se desplazaron a diferentes partes del Medio Oriente: los descendientes de Jafet se fueron al oeste, a Anatolia (Turquía) y Grecia; los descendientes de Cam fueron al sur a Arabia y Egipto; y los descendientes de Sem se quedaron en el oriente en lo que conocemos ahora como Irak. Con estas tres genealogías en Génesis 10, descubrimos dónde se desarrollaron las divisiones nacionales y tribales en el Cercano Oriente antiguo.

Sin embargo, no debemos concluir a partir de este estudio que las ciudades en sí son malas, porque no es así. Dios le dio a Israel su capital, Jerusalén, y la morada final del pueblo de Dios es Su ciudad santa que desciende del cielo (Ap 21:2). Lo que desagrada a Dios no es el concepto de “ciudad”, sino el orgullo que podríamos relacionar con las ciudades (Gn 19:12–14). Pecamos cuando miramos el triunfo y la cultura cívica en vez de mirar a Dios como nuestra fuente de significado y dirección. Bruce Waltke concluye su análisis de Génesis 11 con estas palabras:

Separada de Dios, la sociedad es totalmente inestable. Por una parte, la gente busca sinceramente el significado de la existencia y la seguridad en su unidad colectiva. Por otra parte, tienen un apetito insaciable de consumir lo que otros poseen… En el corazón de la ciudad del hombre está el amor por sí mismo y el odio por Dios. La ciudad revela lo que el espíritu humano siempre querrá usurpar, el trono de Dios en el cielo.[2]

Mientras que la dispersión de las personas puede parecer un castigo de Dios, realmente es un medio de redención. Desde el principio, Dios planeó que las personas se dispersaran por todo el mundo. Él dijo, “sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra” (Gn 1:28). Al dispersar a la gente después del fracaso de la torre, Dios los hizo regresar al plan de llenar la tierra, lo que resultó a la larga en la hermosa variedad de gentes y culturas que conocemos hoy. Si ellos hubieran completado la torre con su intención maliciosa y tiranía social y hubieran conseguido que nada de lo que se propusieran hacer les fuera imposible (Gn 11:6), no alcanzamos a imaginar las atrocidades que habrían realizado en su orgullo y en la fortaleza de su pecado. La escala del mal que desarrolló la humanidad en los siglos XX y XXI nos da solo un vistazo de lo que la gente podría hacer si todo fuera posible sin la dependencia en Dios. Como lo dijo Dostoevsky, “¿Qué será del hombre sin Dios y sin inmortalidad? Se dirá que todo es lícito”.[3] Algunas veces Dios no nos da lo que queremos porque Su misericordia hacia nosotros es demasiado grande.

¿Qué podemos aprender del incidente de la torre de Babel para nuestro trabajo en la actualidad? La ofensa específica de los constructores fue desobedecer el mandato de Dios de esparcirse y llenar la tierra. Ellos centralizaron no solo su morada geográfica, sino también su cultura, lenguaje e instituciones. En su ambición por hacer algo grandioso (“hagámonos un nombre famoso” [Gn 11:4]), frenaron la extensión del proyecto que haría posible la variedad de dones, servicios, actividades y funciones con las que Dios dota a las personas (1Co 12:4–11). Aunque Dios quiere que las personas trabajen juntas con un fin común (Gn 2:18; 1Co 12:7), Él no nos ha creado para lograrlo por medio de la centralización y acumulación de poder. Él le advirtió al pueblo de Israel sobre los peligros de concentrar el poder en un rey (1S 8:10–18). Dios ha preparado para nosotros un Rey divino, Cristo nuestro Señor, y con Él no hay lugar para una gran concentración de poder en individuos, instituciones o gobiernos humanos.

Así que, podríamos esperar que los líderes e instituciones cristianas se esmeren por otorgarle autoridad a varias personas y que respalden la coordinación, las metas y valores comunes y la toma de decisiones democrática, en vez de concentrar el poder. Pero en muchos casos, los cristianos han buscado algo diferente: la misma clase de concentración de poder que buscan los tiranos y autoritarios, aunque con metas más benevolentes. De este modo, los legisladores cristianos desean el mismo control sobre el pueblo, aunque con el objetivo de hacer respetar la piedad o moralidad. Los empresarios cristianos buscan tanto dominio del mercado como los demás, aunque con el propósito de mejorar la calidad, el servicio al cliente, o el comportamiento ético. Así mismo, los educadores cristianos ambicionan la poca libertad de pensamiento, igual que los educadores autoritarios, solo que con la intención de hacer respetar la expresión moral, la amabilidad y la sana doctrina.

Por buenas que sean estas metas, los sucesos de la torre de Babel indican que son peligrosamente equivocadas (la advertencia posterior de Dios a Israel acerca de los peligros de tener un rey, hacen eco a esta indicación; ver 1S 8:10–18). En un mundo en el que incluso los que están en Cristo siguen luchando con el pecado, la idea de Dios del buen dominio (por parte de los humanos) es dispersar a la gente, el poder, la autoridad y las capacidades, en vez de concentrarlos en una persona, institución, partido o movimiento. Por supuesto, algunas situaciones demandan que una persona o un grupo pequeño hagan uso del poder. Un piloto sería necio si hiciera que los pasajeros votaran por la pista sobre la que debe aterrizar. Pero, ¿podría ser que más frecuentemente de lo que notamos, cuando estamos en posiciones de poder, Dios nos esté llamando a dispersarnos, delegar, autorizar y entrenar a otros en vez de hacerlo todo nosotros mismos? Hacer esto es complicado, poco eficiente, difícil de medir, arriesgado y puede llevar a la ansiedad, pero tal vez esto sea exactamente lo que Dios quiere que hagan los líderes cristianos en muchas situaciones.

Augustine, City of God, book XIX.

Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 182-83.

Fyodor Dostoevsky, The Brothers Karamazov, trans. Richard Pevear and Larissa Volokhonsky (San Francisco: North Point Press, 1990), 589.

Conclusiones de Génesis 1-11

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En los primeros capítulos de la Biblia, Dios crea el mundo y nos trae para que trabajemos junto a Él como creadores también. Él nos crea a Su imagen para ejercer dominio, ser fecundos y multiplicarnos, recibir su provisión, trabajar relacionándonos con Él y con otras personas y guardar los límites de Su creación. Él nos equipa con recursos, habilidades y comunidades para cumplir estas tareas y nos da el ejemplo de trabajar por ellas en seis de siete días. Él nos da la libertad de hacer estas cosas a partir del amor por Él y Su creación, lo que también nos da la libertad de no hacer aquello para lo que fuimos creados. Cuando los primeros seres humanos decidieron violar el mandato de Dios, causaron un daño permanente, y la desobediencia ha continuado en un mayor o menor nivel, hasta el día de hoy. Como resultado, nuestro trabajo es menos productivo, requiere más esfuerzo, es menos satisfactorio y nuestras relaciones laborales se deterioran, e incluso a veces son destructivas.

No obstante, Dios nos sigue llamando a trabajar, nos equipa y provee para nuestras necesidades. Muchas personas tienen la oportunidad de hacer trabajos buenos, creadores y satisfactorios que proveen para sus necesidades y contribuyen a una comunidad que progresa. La Caída hizo que el trabajo que comenzó en el jardín del Edén sea más necesario, no menos. Aunque a veces los cristianos no lo comprenden bien, Dios no respondió a la Caída retirándose del mundo material y limitando sus intereses a lo espiritual y, de todas formas, no es posible separar lo material de lo espiritual. El trabajo, incluyendo las relaciones que lo determinan y los límites que lo bendicen, sigue siendo un regalo de Dios para nosotros, incluso si está severamente estropeado por las condiciones de vida después de la Caída.

Al mismo tiempo, Dios siempre está trabajando para redimir Su creación de los efectos de la Caída. Génesis 4–11 comienza a relatar la historia de cómo el poder de Dios está trabajando para ordenar y reordenar el mundo y sus habitantes. Dios es soberano sobre el mundo creado y sobre cada criatura viviente, humana o inerte. Él sigue mostrando Su imagen en la humanidad, pero no tolera los esfuerzos humanos de “ser como Dios” (Gn 3:5), bien sea para adquirir un poder excesivo o sustituir la relación con Dios por la autosuficiencia. Aquellos como Noé, que reciben el trabajo como un regalo de Dios y dan lo mejor de sí para trabajar bajo Su dirección, encuentran bendición y fecundidad en su trabajo. Aquellos que como los constructores de la torre de Babel tratan de tomar el poder y el éxito a su manera, encuentran violencia y frustración, especialmente cuando su trabajo hiere a otros. Como todos los personajes en estos capítulos de Génesis, nosotros tenemos la opción de trabajar con Dios o en contra de Él. El libro de Génesis no relata cómo se desarrolla la historia del trabajo de Dios para redimir Su creación, pero sabemos que al final lleva a la restauración de la misma (incluyendo el trabajo de las criaturas de Dios), como Dios lo diseñó desde el principio.

 

lecturas adicionales:

Mark Biddle, Missing the Mark: Sin and Its Consequences in Biblical Theology (Nashville, TN: Abingdon Press, 2005).

Walter Brueggemann, Genesis (Atlanta: John Knox, 1982).

Victor Hamilton, The Book of Genesis: Chapters 1-17 (Grand Rapids: Eerdmans, 1990).

Walter Kaiser Jr., Toward Old Testament Ethics (Grand Rapids: Zondervan, 1983).

Thomas Keiser, Genesis 1-11: Its Literary Coherence and Theological Message (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2013).

John Mason, “Biblical Teaching and Assisting the Poor,” Interpretation 4, no.2 (1987).

John Mason and Kurt Schaefer, “The Bible, the State, and the Economy: A Framework for Analysis,” Christian Scholar’s Review 20, no. 1 (1990). 

Kenneth Mathews, The New American Commentary: Vol. 1A Genesis 1-11.26 (Nashville: Broadman and Holman, 1996).

Gerhard von Rad, Genesis rev. edn. (London: SCM, 1972).

Bruce Vawter, On Genesis: A New Reading (New York: Doubleday, 1977).

John Walton, The NIV Application Commentary: Genesis (Grand Rapids: Zondervan, 2001).

Claus Westermann, Genesis 1-11 (Minneapolis: Augsburg, 1984).

Albert Wolters, Creation Regained (Grand Rapids: Eerdmans, 2005).

Christopher Wright, Old Testament Ethics for the People of God (Leicester: Inter-Varsity Press, 2004).