Hechos y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Hechos

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Los Hechos de los Apóstoles muestran a la iglesia primitiva trabajando duro para crecer y servir a otros mientras enfrentan la oposición, la escasez de personas y dinero, la burocracia del gobierno (la burocracia de la iglesia vino después), los conflictos internos e incluso las fuerzas de la naturaleza. Su trabajo muestra similitudes con lo que los cristianos enfrentan en los lugares de trabajo no eclesiales en la actualidad. Un grupo pequeño de personas pone todo su corazón en el trabajo que trae el amor de Cristo a las personas en todas las áreas de la vida, y encuentran el asombroso poder del Espíritu Santo trabajando en ellos mientras lo hacen. Si esto no es lo que experimentamos en nuestro trabajo diario, tal vez Dios quiere guiar, dotar y empoderar nuestro trabajo tanto como lo hizo con el trabajo de ellos.

El trabajo toma el escenario principal, como se podía esperar en un libro que trata sobre los “hechos” de los líderes de la iglesia primitiva. La narrativa se agita con las personas que caminan, hablan, sanan, dan generosamente, toman decisiones, dirigen, sirven alimentos, manejan dinero, pelean, fabrican prendas de vestir y tiendas y otros bienes, bautizan (o lavan), debaten, argumentan, hacen juicios, leen y escriben, cantan, se defienden  a sí mismos en la corte, recogen madera, hacen fogatas, escapan de multitudes hostiles, abrazan y besan, hacen asambleas, se disculpan, se hacen a la mar, abandonan el barco, nadan, rescatan personas y en todo el tiempo, alaban a Dios. Los hombres y mujeres en el libro de Hechos están listos para hacer lo que sea necesario para alcanzar su misión. Ningún trabajo es demasiado insignificante para el más grande entre ellos y ningún trabajo es demasiado abrumador para el menor.

Sin embargo, la profundidad del libro de los Hechos proviene no tanto de lo que hacían las personas de la iglesia primitiva, sino el por qué y cómo participan en esta asombrosa abundancia de actividad. El porqué es el servicio. Servir a Dios, servir a los colegas, servir a la sociedad, servir a los extraños —el servicio es la motivación detrás del trabajo que los cristianos hacen a lo largo del libro. Esto no debería sorprendernos, ya que en efecto Hechos es el segundo volumen de la historia que comenzó en el Evangelio de Lucas, en donde el servicio también es la motivación de Jesús y Sus seguidores. (Ver “Lucas y el trabajo” para encontrar información contextual fundamental acerca de Lucas y su audiencia).

Si el porqué es el servicio, entonces el cómo es retar con constancia las estructuras de la sociedad romana, la cual no estaba basada en el servicio sino en la explotación. Lucas contrasta de forma continua los caminos del reino de Dios con los caminos de Imperio romano. Le presta atención a las muchas interacciones entre Jesús y Sus seguidores y los funcionarios del imperio. Está bien consciente de los sistemas de poder —y de los factores socioeconómicos que los sustentan— que operan en el Imperio romano. Desde el emperador hasta los nobles, los funcionarios, los dueños de tierras, los hombres libres, los siervos y los esclavos, todas las capas de la sociedad existían por el poder que ejercían sobre la capa de más abajo. El método de Dios, como se ve en el Evangelio de Lucas y el libro de Hechos, es todo lo opuesto. La sociedad de Dios existe para el servicio y especialmente para el servicio de los que se encuentran en posiciones más débiles, más pobres o más vulnerables.

Entonces, en última instancia, Hechos no es un modelo de los tipos de actividades en los que deberíamos involucrarnos como seguidores de Cristo, sino un modelo del compromiso con el servicio que debería ser la base de nuestras actividades. Nuestras actividades son diferentes a las de los apóstoles, pero nuestro compromiso con el servicio es el mismo.

Una comunidad con una misión (Hechos 1:6)

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En el libro de Hechos, la misión de Jesús de restaurar el mundo a lo que Dios deseaba que fuera se transforma en la misión de la comunidad de los seguidores de Jesús. Hechos le sigue el rastro a la vida de esta comunidad mientras el Espíritu los forma en un grupo de personas que trabajan y usan el poder y la riqueza que vienen del trabajo de forma diferente al mundo a su alrededor. El trabajo comienza con la creación de la comunidad única llamada iglesia. Lucas comienza con la comunidad, “los que estaban reunidos”, y continúa con la misión de “restablecer… el reino de Israel” (Hch 1:6). Para cumplir con su trabajo, la comunidad debe orientarse primero hacia su vocación por el reino de Dios y después a su identidad como testigos del reino de Dios en la vida cotidiana.

Una vocación orientadora para el reino de Dios (Hechos 1:8)

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El libro de Hechos comienza con una interacción luego de la resurrección entre Jesús y Sus discípulos. Jesús les enseña acerca del “reino de Dios” (Hch 1:3) y ellos responden con una pregunta acerca del establecimiento de un reino sociopolítico: “Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?” (Hch 1:6).[1] La respuesta de Jesús se relaciona de cerca con nuestra vida como trabajadores.

“Y Él les dijo: No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad; pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. (Hch 1:7–8)

Primero, Jesús le pone fin a la curiosidad de los discípulos respecto al horario del plan de Dios. “No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad” (Hch 1:7). Debemos vivir en previsión de la plenitud del reino de Dios, pero no preguntándonos acerca del tiempo preciso del regreso de Dios en Cristo. Segundo, Jesús no niega que Dios establecerá un reino sociopolítico, es decir, “restablecer… el reino de Israel”, como lo plantea la pregunta de los discípulos.

Los discípulos de Jesús eran muy versados en las Escrituras de Israel. Ellos sabían que el reino descrito por los profetas no era una realidad en otro mundo sino que era un reino real de paz y justicia en un mundo renovado por el poder de Dios. Jesús no niega la realidad de este reino venidero, sino que expande las expectativas de los discípulos incluyendo toda la creación en el reino esperado. Este no es solamente un nuevo reino para el territorio de Israel, sino “en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1:8).

El establecimiento completo de este reino no ha ocurrido (“en este tiempo”) pero está aquí, en este mundo.

Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios… Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres”. (Ap 21:2–3)

El reino de los cielos viene a la tierra y Dios habita aquí, en el mundo redimido. ¿Por qué todavía no está aquí? La enseñanza de Jesús indica que parte de la respuesta es porque Sus discípulos tienen trabajo que hacer. El trabajo humano era necesario para completar la creación de Dios incluso en el jardín del Edén (Gn 2:5), pero nuestro trabajo fue deteriorado por la Caída. En Hechos 1 y 2, Dios envía a Su Espíritu a empoderar el trabajo humano: “recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos” (Hch 1:8a). Jesús está dándoles una vocación a Sus seguidores —ser testigos, en el sentido de dar fe del poder del Espíritu en todos los campos de la actividad humana—, la cual es esencial para la venida del reino. El regalo de Dios del Espíritu Santo llena la brecha entre el papel fundamental que Dios le asignó al trabajo humano y nuestra habilidad de desempeñar dicho papel. Por primera vez desde la Caída, nuestro trabajo tiene el poder de contribuir al establecimiento del reino de Dios en el regreso de Cristo. Los eruditos, por lo general, ven Hechos 1:8 como la declaración metódica de este segundo volumen de Lucas.

En efecto, todo el libro de los Hechos se puede tomar como una expresión (algunas veces titubeante) de la vocación cristiana de dar testimonio del Jesús resucitado. Pero dar testimonio significa mucho más que evangelizar. No debemos caer en el error de pensar que Jesús solo está hablando acerca del trabajo del individuo de compartir el evangelio con un no creyente con sus propias palabras. En cambio, dar testimonio del reino venidero significa principalmente vivir de acuerdo con los principios y las prácticas del reino de Dios ahora. Veremos que la forma más eficaz del testimonio cristiano es con frecuencia —e incluso principalmente— la vida compartida en comunidad mientras realizamos nuestro trabajo.

La vocación cristiana compartida del testimonio es posible solamente por medio del poder del Espíritu Santo. El Espíritu transforma a los individuos y las comunidades en formas que dan como resultado el compartir los frutos del trabajo humano —especialmente el poder, los recursos y la influencia— con la comunidad y la cultura circundante. La comunidad da testimonio cuando sus miembros usan sus recursos para beneficiar a la cultura en general. La comunidad testifica cuando aquellos a su alrededor ven que trabajar en los caminos de la justicia, bondad y belleza lleva a una vida más satisfactoria.

Las locaciones mencionadas por Jesús revelan que el testimonio de los discípulos los pone en peligro social. Al grupo de discípulos judíos de Jesús se les ordena que hablen en nombre de un hombre que fue crucificado recientemente como un enemigo del Imperio romano y un blasfemo del Dios de Israel. Ellos son llamados a adoptar esta vocación en la ciudad en la que su maestro fue asesinado, entre los samaritanos —enemigos históricos y étnicos de los judíos— y en el territorio extendido del Imperio romano.[2]

En resumen, Hechos comienza con una vocación orientadora que llama a los seguidores de Jesús a la tarea principal de ser testigos. Ser testigos significa, sobre todo, vivir de acuerdo con los caminos del reino venidero de Dios. Como veremos en seguida, el elemento más importante de esta vida es que trabajamos primero por el bien de otros. El poder del Espíritu Santo hace posible esta vocación, la cual se debe ejercer prestándoles poca atención a las barreras sociales. Esta vocación orientadora no menosprecia el valor del trabajo humano ni la vida laboral de los discípulos poniendo por encima el proclamar a Jesús solamente con palabras —es todo lo contrario. Hechos argumentará con firmeza que todo el trabajo humano puede ser una expresión fundamental del reino de Dios.

Apokathistēmi, el verbo de restauración usado por Lucas, lo usan la Septuaginta y Flavio Josefo para describir la esperanza de Israel de la restauración nacional (ver Éx 4:7; Os 11:11; Flavio Josefo, Antiquities of the Jews [Antigüedades judías] 11.2, 14, entre otros). Ver también, David L. Tiede, “The Exaltation of Jesus and the Restoration of Israel in Acts 1” [La exaltación de Jesús y la restauración de Israel en Hechos 1], Harvard Theological Review [Revista teológica de Harvard] 79, nº 1 (1986): 278–86; y James D. G. Dunn, Acts of the Apostles [Hechos de los apóstoles], Epworth Commentaries [Comentarios Epworth] (Peterborough, UK: Epworth Press, 1996), 4.

Para consultar referencias acerca de la enemistad entre los samaritanos y los judíos, ver Flavio José, Antiquities of the Jews [Antigüedades judías] 18:30; Jewish War [La guerra judía] 2:32ff. Para la referencia a los “confines de la tierra” que implica el alcance total de los pueblos y lugares en el Imperio romano, ver David W. Pao, Acts and the Isaianic New Exodus [Hechos y el nuevo éxodo de Isaías] (Grand Rapids: Baker Academic, 2002), 91–96.

Una identidad que orienta a ser testigos del reino de Dios en la vida cotidiana (Hechos 2:1-41)

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Indiscutiblemente, la historia del Pentecostés es fundamental para la vida de la comunidad cristiana primitiva. Este es el evento que pone en marcha la vocación de dar testimonio, descrita en Hechos 1:8. Esta sección de Hechos hace dos tipos de afirmaciones acerca de todos los trabajadores. Primero, el relato del Pentecostés identifica a sus oyentes cristianos dentro de una nueva comunidad que recrea el mundo —es decir, el reino de Dios— prometido por Dios por medio de los profetas. Pedro explica el fenómeno del Pentecostés refiriéndose al profeta Joel.

“Éstos no están borrachos como vosotros suponéis, pues apenas es la hora tercera del día; sino que esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel: Y sucederá en los últimos días —dice Dios— que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y aun sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré de Mi Espíritu en esos días, y profetizarán. Y mostraré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra: sangre, fuego y columna de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día grande y glorioso del Señor. Y sucederá que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”. (Hch 2:15–21)

Pedro se refiere a una sección de Joel que describe la restauración del pueblo exiliado de Dios. En esta sección, él afirma que Dios ha puesto en marcha la liberación definitiva de Su pueblo.[3] En el libro de Joel, con el regreso del pueblo de Dios a la tierra se cumplen las promesas del pacto de Dios y se inicia la recreación de mundo. Joel describe esta recreación con imágenes asombrosas. Cuando el pueblo de Dios regresa a la tierra, el desierto vuelve a la vida como un nuevo Edén. El suelo, los animales y el pueblo se regocijan por la victoria de Dios y la liberación de Su pueblo (ver Joel 2). Entre las imágenes impresionantes en esta sección de Joel, vemos que la restauración del pueblo de Dios causará un impacto económico inmediato: “El Señor responderá, y dirá a Su pueblo: He aquí, Yo os enviaré grano, mosto y aceite, y os saciaréis de ello, y nunca más os entregaré al oprobio entre las naciones” (Jl 2:19). Para Joel, el punto culminante de este acto de liberación es el derramamiento del Espíritu sobre el pueblo de Dios. Pedro entiende que la venida del Espíritu implica que los primeros seguidores de Jesús son —de alguna manera real, aunque profundamente misteriosa— participantes del nuevo mundo de Dios.

Una segunda cuestión importante y bastante relacionada es la descripción de Pedro de la salvación como un rescate de una “perversa generación” (Hch 2:40). Se deben aclarar dos asuntos. Primero, Lucas no describe la salvación como un escape de este mundo a una existencia celestial. En cambio, la salvación comienza en medio de este mundo presente. Segundo, Lucas espera que la salvación tenga un componente de tiempo presente. Comienza ahora como una forma diferente de vivir contraria a los patrones de esta “perversa generación”. Ya que el trabajo y sus consecuencias económicas y sociales son tan importantes para la identidad humana, es de esperarse que uno de los primeros patrones que se debe reconstituir en la vida del ser humano es la forma en la que los cristianos manejan su poder y sus posesiones. Entonces, el relato en esta primera sección de Hechos se desarrolla así: (1) Jesús indica que todos los seres humanos deben dar testimonio de Cristo; (2) la venida del Espíritu Santo marca el comienzo del “día del Señor” que ha sido prometido por mucho tiempo e inicia a las personas en el nuevo mundo de Dios; y (3) las expectativas para el “día del Señor” incluyen las transformaciones económicas profundas. El siguiente movimiento del relato de Lucas apunta a un nuevo pueblo empoderado por el Espíritu, que vive de acuerdo con una economía del reino.

La modificación cristiana de las expectativas israelitas acerca del fin de la era se denomina “escatología inaugurada” y con frecuencia se organiza bajo la rúbrica de un reino que ya está presente y al mismo tiempo no ha sido consumado. Israel esperaba que el día del Señor llegaría en un momento culminante. Los primeros cristianos descubrieron que el día del Señor comenzó con la resurrección de Jesús y con el derramamiento del Espíritu, pero que el reino no vendrá completamente hasta el regreso de Jesús. 

Una comunidad orientadora que practica los caminos del reino de Dios (Hechos 2:42-47; 4:32-37)

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Después de que Pedro anuncia que el Espíritu crea una nueva clase de comunidad, Hechos relata el rápido crecimiento de tales comunidades en distintos lugares. Los sumarios de la comunidad en Hechos 2:42–47 y 4:32–37 son las descripciones más concentradas. De hecho, los mismos textos son extraordinarios en su descripción del alcance del compromiso y la vida compartida de los primeros creyentes.[1] Como los sumarios tienen muchas similitudes, los discutiremos en conjunto.

Hechos 2:42–47. Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales eran hechos por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos.

Hechos 4:32–37. La congregación de los que creyeron era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad común. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos. No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, traían el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su necesidad. Y José, un levita natural de Chipre, a quien también los apóstoles llamaban Bernabé (que traducido significa hijo de consolación), poseía un campo y lo vendió, y trajo el dinero y lo depositó a los pies de los apóstoles.

Aunque estos textos no describen el trabajo directamente, tienen un gran interés por la utilización del poder y las posesiones, dos realidades que con frecuencia resultan del trabajo humano. Lo primero que debemos observar, en contraste con la sociedad circundante, es que las comunidades cristianas cultivan un conjunto muy diferente de prácticas con respecto al uso del poder y las posesiones. Es claro que los primeros cristianos entendían que el poder y las posesiones de cada uno no se debían guardar para la comodidad del individuo, sino que debían ser gastadas o invertidas sabiamente para el bien de la comunidad cristiana. Se afirma de forma sucinta que las posesiones son para el bien de otros. Más que todo lo demás, la vida en el reino de Dios implica trabajar para el bien de otros.

Hay dos aspectos que se deben mencionar aquí. Primero, estos textos nos invitan a entender nuestra identidad principalmente como miembros de la comunidad cristiana. El bien de la comunidad es el bien de cada miembro. Segundo, esta es una desviación radical de la economía del clientelismo que marcó el Imperio romano. En un sistema de clientelismo, los obsequios de los ricos para los pobres crean una estructura de obligación sistemática. Cada obsequio de un benefactor implica una deuda social que contrae el beneficiario. Este sistema creó un tipo de generosidad falsa en la que por lo general, los patrones generosos daban por interés personal, buscando la honra relacionada con esa labor.[2] En esencia, la economía romana veía la “generosidad” como un medio para conseguir el poder y el estatus social. Estas nociones de obligación recíproca sistemática están totalmente ausentes en las descripciones de los capítulos 2 y 4 de Hechos. En la comunidad cristiana, la motivación para dar debe ser un interés genuino por la prosperidad del beneficiario, no el honor del benefactor. Dar tiene poco que ver con el dador; se trata principalmente del receptor.

Este es un sistema socioeconómico completamente diferente. Igual que el Evangelio de Lucas, Hechos demuestra con frecuencia que la conversión cristiana resulta en una perspectiva reorientada de las posesiones y el poder. Además, esta insistencia en que las posesiones se deben usar para el bien del prójimo se ve explícitamente como un patrón en la vida, la misión y —principalmente— la muerte abnegada de Jesús. (Para más información, ver Lucas y el trabajo)

Se ha escrito bastante material acerca de los paralelos entre los sumarios de la comunidad y los grupos del contexto histórico de Lucas. Los paralelos de esenio/qumrán: Brian J. Capper, “The Interpretation of Acts 5.4” [La interpretación de Hechos 5.4], Journal for the Study of the New Testament [Revista de estudio del Nuevo Testamento] 6, nº 19 (1983): 117–31; Brian J. Capper, “The Palestinian Cultural Context of Earliest Christian Community of Goods” [El contexto cultural palestino de la primera comunidad de bienes cristiana] en The Book of Acts in Its Palestinian Setting [El libro de Hechos en su contexto palestino], ed. Richard J. Bauckham (Grand Rapids: Eerdmans, 1995), 323–56; los paralelos en la amistad grecorromana: Alan C. Mitchell, “The Social Function of Friendship in Acts 2.44–47 and 4.32–37” [La función social de la amistad en Hechos 2.44–47 y 4.32–37], Journal of Biblical Literature [Revista de literatura bíblica] 111, nº 2 (1992): 255–72; los paralelos utópicos grecorromanos: Gregory E. Sterling, “‘Athletes of Virtue’: An Analysis of the Summaries in Acts [Atletas de virtud: un análisis de los sumarios de Hechos] (2.41–47; 4.32–35; 5.12–16),” Journal of Biblical Literature [Revista de literatura bíblica] 113, nº 4 (1994): 679–96; los paralelos con las asociaciones grecorromanas: Philip A. Harland, Associations, Synagogues, and Congregations: Creating a Place in Ancient Mediterranean Society [Asociaciones, sinagogas y congregaciones: la creación de un lugar en la sociedad mediterránea antigua] (Minneapolis: Augsburg Fortress, 2003); John S. Kloppenborg, “Collegia and Thiasoi: Issues in Function, Taxonomy and Membership” [Collegia y Thiasoi: las cuestiones de función, taxonomía y membresía], en Voluntary Associations in the Graeco-Roman World [Asociaciones voluntarias en el mundo grecorromano], ed. John S. Kloppenborg y S. G. Wilson (Londres: Routledge, 1996), 16–30. 

Es fácil observar que la práctica de dar dentro de la comunidad cristiana todavía puede funcionar de esta manera.

La economía de la generosidad radical (Hechos 2:45; 4:34-35)

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Un debate permanente cuestiona si estos sumarios de la comunidad defienden cierto sistema económico. Algunos comentarios describen la práctica de la comunidad como “protocomunismo” y otros identifican una enajenación obligatoria de los bienes. Sin embargo, el texto no sugiere que se intenten modificar las estructuras fuera de la comunidad cristiana. De hecho, sería difícil pensar que un grupo pequeño, marginado y sin poder social tuviera planes de cambiar el sistema económico imperial y de hecho, es claro que la comunidad no renunció totalmente a dicho sistema. De igual manera, los pescadores seguían siendo miembros de cárteles de pescadores y los artesanos seguían haciendo negocios en el mercado.[1] Después de todo, Pablo siguió fabricando tiendas para sustentar sus viajes misioneros (Hch 18:3).

En cambio, el texto sugiere algo mucho más demandante. En los primeros tiempos de la iglesia, las personas adineradas y poderosas liquidaban sus posesiones por el bien de los menos adinerados (Hch 4:34) según la necesidad de cada uno (Hch 2:45; 4:35). Esto indica que la condición normal de las posesiones de las personas era de una disponibilidad radical. Es decir, los recursos —materiales, políticos, sociales o prácticos— de cualquier miembro se ponían a disposición constante de la comunidad cristiana, incluso aunque los miembros individuales siguieran supervisando sus recursos particulares. En vez de prescribir sistemáticamente la distribución de la riqueza del tal manera que se asegurara una igualdad completa, la iglesia primitiva aceptaba la realidad del desequilibrio económico, pero practicaba una generosidad radical a través de la cual los bienes existían verdaderamente para el beneficio de la comunidad, no del individuo. En muchas formas, esta clase de generosidad constituye un desafío mayor que un sistema rígido de reglas. Este llama a una capacidad de respuesta, un involucramiento mutuo en la vida de los miembros de la comunidad y una disposición continua a no aferrarse a las posesiones, valorando más las relaciones en la comunidad que la seguridad (falsa) de las posesiones.[2]

Es bastante probable que este sistema que funciona dentro de otro sistema haya sido inspirado por los ideales económicos que se encuentran en la ley de Israel, que tiene su punto culminante en la práctica del jubileo —la redistribución de la tierra y las riquezas en Israel una vez cada cincuenta años (Lv 25:1–55). Dios diseñó el jubileo para garantizar que todas las personas tuvieran acceso a los medios para ganarse la vida, un ideal que parece que el pueblo de Dios nunca ha practicado ampliamente. Sin embargo, Jesús comienza Su ministerio con un conjunto de textos de Isaías 61 y 58 que nombra muchos temas del jubileo:

“El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor”. (Lc 4:18–19)

La ética del jubileo también se menciona en Hechos 4:34, en donde Lucas nos dice que “no había, pues, ningún necesitado entre ellos”. Esto parece ser un reflejo directo de Deuteronomio 15:4, en donde la práctica del año de reposo (un evento de mini-jubileo una vez cada siete años) es diseñada para asegurar que “no habrá menesteroso entre vosotros”.

Es correcto que la comunidad cristiana vea este modelo como un ejemplo para su vida económica. Sin embargo, aunque en el antiguo pueblo de Israel el año de reposo y el jubileo debían practicarse solo cada siete y cincuenta años respectivamente, la disponibilidad radical era lo que caracterizaba los recursos de la comunidad cristiana primitiva. Podemos imaginarlo en términos similares al sermón del monte. “Habéis oído que se dijo a los antepasados, ‘devuelvan su tierra a aquellos que no tienen tierras una vez cada cincuenta años’ pero Yo os digo, ‘cada vez que vean la necesidad, pongan a disposición de otros su poder y sus recursos’”. La generosidad radical basada en las necesidades de otros se convierte en el fundamento de la práctica económica en la comunidad cristiana. Analizaremos esto con más profundidad por medio de los sucesos en el libro de Hechos.

Las prácticas de las iglesias primitivas constituyen un reto para que los cristianos contemporáneos piensen e imaginen modelos de generosidad radical hoy en día. ¿Cómo podría ser la disponibilidad radical un testigo del reino de Dios y constituir una forma alternativa plausible para estructurar la vida humana en una cultura marcada por la búsqueda persistente de la riqueza y seguridad personales?

Philip A Harland, Associations, Synagogues, and Congregations: Creating a Place in Ancient Mediterranean Society, (Minneapolis: Augsburg Fortress, 2003); John S. Kloppenborg, “Collegia and Thiasoi: Issues in Function, Taxonomy and Membership,” in Voluntary associations in the Graeco-Roman world, edited by John S. Kloppenborg and S.G. Wilson, 16-30, (London/New York: Routledge, 1996).

Christopher M. Hays, Luke’s Wealth Ethics: A Study in Their Coherence and Character [La ética de Lucas acerca de la riqueza: un estudio de su coherencia y carácter], Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament [Investigación académica del Nuevo Testamento] 2.275 (Tubinga: Mohr-Siebeck, 2010), analiza a fondo la ética de la riqueza en Lucas y Hechos.

El Espíritu Santo empodera la generosidad radical con toda clase de recursos (Hechos 2:42–47; 4:32–37)

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Hay dos ideas finales que es importante señalar respecto al uso de los recursos en la comunidad cristiana primitiva. La primera es la necesidad del Espíritu Santo para poder practicar la generosidad radical. Las descripciones de la comunidad en Hechos 2:42–47 y 4:32–37 se encuentran inmediatamente después de las dos primeras manifestaciones principales del Espíritu Santo. Lucas no podría haber sido más claro al forjar un enlace entre la presencia y el poder del Espíritu y la habilidad de la comunidad para vivir con una generosidad similar a la de Cristo. Debemos entender que uno de los trabajos fundamentales del Espíritu en la vida de los primeros cristianos fue el desarrollo de una comunidad que tomó una postura radicalmente diferente respecto a la utilización de recursos. Así que, aunque con frecuencia nos vemos atrapados buscando las manifestaciones más espectaculares del Espíritu (las visiones, lenguas y otras similares), debemos considerar el hecho de que el simple acto de compartir o la hospitalidad consistente pueden ser algunos de los dones más grandiosos del Espíritu Santo.

La segunda idea, para que no comencemos a pensar que esta palabra solo es para los que tienen recursos financieros, la encontramos cuando vemos que Pedro y Juan demuestran que todos los recursos se deben usar para el bien de otros. En Hechos 3:1–10, Pedro y Juan encuentran a un hombre pidiendo limosna en la puerta del templo. El hombre estaba pidiendo dinero, pero Pedro y Juan no tenían para darle. Sin embargo, son testigos de la venida del reino por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Por lo tanto, Pedro responde, “No tengo plata ni oro, mas lo que tengo, te doy: en el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!” (Hch 3:6). Aquí tenemos un ejemplo de lo que significa compartir recursos que no están relacionados con la riqueza monetaria. En varias ocasiones en Hechos encontramos el uso del poder y la posición para edificar la comunidad.

Tal vez la expresión más conmovedora la encontramos cuando Bernabé —quien en Hechos 4:32–37 es un ejemplo de generosidad radical en cuanto a los recursos financieros— también pone sus recursos sociales a disposición de Pablo, al ayudar dándole la bienvenida a la comunidad renuente de los apóstoles en Jerusalén (ver Hechos 9:26–27). Otro ejemplo es Lidia, quien usó su posición social alta en la industria textil en Tiatira como un medio para que Pablo entrara a la ciudad (Hch 16:11–15). El capital social se debe utilizar, como cualquier otro capital, para el bien del reino en la forma en la que la comunidad cristiana lo considere apropiado.

Una comunidad justa es un testimonio para el mundo (Hechos 2:47; 6:7)

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Cuando los recursos se usan correctamente en la vida de la comunidad cristiana —como ocurre después de la selección de los servidores de las mesas en Hechos 6— la comunidad se convierte en un imán. La vida de justicia de la comunidad —caracterizada principalmente por el uso del poder y las posesiones considerando a los demás— atrae a las personas hacia sí misma y a su cabeza, Jesús. Cuando la comunidad usa sus posesiones y privilegios para darle vida a los que tienen necesidades, cuando los recursos del individuo están destinados totalmente a beneficiar a otros en la comunidad, las personas acuden en multitudes para hacer parte de ella. Ya hemos visto que “el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos” (Hch 2:47). Esto también es evidente en las repercusiones del servicio empoderado por el Espíritu en Hechos 6. El trabajo de los siete diáconos que construye comunidades y promueve la justicia resulta en vida para muchos: “la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hch 6:7).

Un choque de reinos: la comunidad y el poder (Hechos 5-7)

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Los eventos del libro de Hechos tienen lugar en la realidad terrenal de una comunidad genuina y no encubre la amenaza que representan los efectos del pecado sobre las comunidades. Las dos amenazas principales para la comunidad cristiana que presenta Lucas son temas relacionadas con los recursos. Como veremos, Ananías y Safira y el sector de la comunidad que habla hebreo/arameo caen en pecado en relación con la mayordomía de los recursos y el poder. Para Lucas, este defecto amenaza la vida misma de la comunidad.

Ananías y Safira: un caso de identidad maliciosa (Hechos 5:1-11)

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La muerte de Ananías y Safira (Hch 5:1–11) es espantosa y desconcertante. Los dos, una pareja de esposos, venden una parte de su propiedad y dan públicamente lo recaudado a la comunidad. Sin embargo, guardan en secreto una parte del dinero para ellos mismos. Pedro se da cuenta del engaño y los conforta a cada uno por separado y con solo escuchar la acusación, caen muertos instantáneamente. Para nuestra perspectiva, su destino parece fuera de proporción respecto a su infracción. Pedro reconoce que no tenían ninguna obligación de donar el dinero diciendo, “Mientras estaba sin venderse, ¿no te pertenecía? Y después de vendida, ¿no estaba bajo tu poder?” (Hch 5:4). La propiedad privada no se ha abolido e incluso los que hacen parte de la comunidad del amor por el prójimo pueden decidir legítimamente si conservan los recursos que Dios les ha confiado. Entonces, ¿por qué la mentira acerca del dinero causó la muerte instantánea?

Se han hecho muchos intentos para describir la razón de su muerte e incluso para nombrar el pecado que cometieron.[1] Parece, fundamentalmente, que la transgresión de Ananías y Safira es ser miembros falsos de la comunidad. Como lo plantea el erudito Scott Bartchy, “al mentir para obtener una honra que no habían ganado, Ananías y Safira se deshonraron y se pusieron en vergüenza como patrones y además, demostraron que no pertenecían a la comunidad, no eran de la familia”.[2] Los dos son tanto avaros como impostores.[3]

Su engaño demuestra que todavía actúan como miembros del sistema romano del clientelismo, mientras aparentan haberse convertido en miembros del sistema cristiano de amor por el prójimo. Intentan parecerse a Bernabé imitando su ejemplo de centrarse en los demás en cuanto a la mayordomía de los recursos (Hch 4:36–37). Pero de hecho su motivación es ganar honra para ellos mismos a un bajo costo. Al hacerlo, actúan como parte de la economía romana de los patrones. Se muestran generosos, pero dan para ganar estatus, no por amor. Además, Pedro interpreta la mentira acerca de la mayordomía de los recursos como una mentira al Espíritu Santo y a Dios (Hch 5:3–4). ¡Qué impresionante que mentirle a la comunidad se equipare con mentirle al Espíritu de Dios! Y una mentira acerca de los recursos es tan grave como una mentira acerca de las cuestiones “religiosas”. Ya hemos visto que uno de los papeles principales del Espíritu Santo es constituir el pueblo de Dios en una comunidad que use los recursos con un interés profundo por otros. Entonces, no es sorprendente que el acto falso de generosidad de Ananías y Safira se represente como una falsificación del trabajo del Espíritu. Su generosidad falsa y su intento de engañar al Espíritu Santo son una amenaza para la identidad de la comunidad cristiana. Este es un recordatorio serio de los riesgos graves relacionados con la comunidad cristiana y con nuestra participación dentro de ella.

El engaño de Ananías y Safira se da en el ámbito del dinero. ¿Qué pasaría si ocurriera en el ámbito del trabajo? ¿Qué habría pasado si hubieran fingido servir a sus maestros como si sirvieran a Dios (Col 3:22–24), o tratar a sus subordinados de forma justa (Col 3:25), o participar en el conflicto de forma honesta (Mt 18:15–17)? ¿Engañar a la comunidad cristiana sobre tales cuestiones habría constituido una amenaza similarmente inaceptable para la comunidad

Lucas no reporta ningún caso como estos en Hechos, pero se aplica el mismo principio. Pertenecer genuinamente a la comunidad cristiana conlleva un cambio esencial en nuestra orientación. Ahora en todo lo que hacemos —incluyendo el trabajo— buscamos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no incrementar nuestro estatus social, riqueza y poder.

Para consultar alternativas de interpretación ver Joseph A. Fitzmyer, The Acts of the Apostles [Los Hechos de los apóstoles], The Anchor Bible [La biblia Anchor] (Nueva York: Doubleday, 1998), 318–19.

S. Scott Bartchy, “Community of Goods in Acts: Idealization or Social Reality?” [La comunidad de bienes en Hechos: ¿una idealización o una realidad social?] en The Future of Early Christianity: Essays in Honor of Helmut Koester [El futuro de la cristiandad primitiva: ensayos en honor a Helmut Koester], ed. Birger A. Pearson, A. Thomas Krabel, George W. E. Nickelsburg y Norman R. Petersen (Minneapolis: Fortress Press, 1991), 316.

Para consultar un trato más completo de esta narrativa con respecto a las implicaciones económicas y comunitarias, ver Aaron J. Kuecker, “The Spirit and the ‘Other,’ Satan and the ‘Self’: Economic Ethics as a Consequence of Identity Transformation in Luke-Acts” [El Espíritu y el ‘otro’, Satanás y el ‘yo’: la ética económica como una consecuencia de la transformación de identidad en Lucas y Hechos], en Engaging Economics: New Testament Scenarios and Early Christian Reception [Abordando la economía: las perspectivas del Nuevo Testamento y la acogida del cristianismo primitivo], ed. Bruce W. Longenecker y Kelly D. Liebengood (Grand Rapids: Eerdmans, 2009), 81–103.

El Espíritu y el trabajador (Hechos 6:1-7)

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Los temas del relato de Ananías y Safira se encuentran en Hechos 6:1–7, en donde marcan la primera disputa interna en la comunidad cristiana. Los helenistas son probablemente judíos que hablan griego y que han regresado a Jerusalén de una de las muchas comunidades diáspora en el Imperio romano. Los hebreos probablemente son judíos originarios de la tierra histórica de Israel (Palestina) y que principalmente hablan arameo y/o hebreo. Se requiere poca imaginación a nivel social para ver lo que está ocurriendo en esta situación. En una comunidad que se ve a sí misma como la que cumple el pacto de Israel con Dios, los miembros que son más prototípicamente israelitas están recibiendo más recursos del grupo que los demás. Esta clase de situación ocurre con regularidad en nuestro mundo. Es común que aquellos que se asemejan más a los líderes de un movimiento en cuanto a su contexto, cultura, estatus y así sucesivamente, se beneficien de su identidad en formas que no son posibles para aquellos que de alguna manera son diferentes.

Enseñar la Palabra y servir las mesas son igual de valiosos (Hechos 6:2-4)

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Una de las mayores contribuciones de Hechos para la teología del trabajo surge de la respuesta de los apóstoles a la injusticia dentro de la comunidad en Hechos 6:1–7. El trabajo de administrar justicia —en este caso, al supervisar la distribución de alimentos— es tan importante como el trabajo de predicar la Palabra. Puede que esto no sea claro al comienzo, por ejemplo, debido a traducciones que pueden ser malinterpretadas como la RVC:

Entonces los doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: «No está bien que desatendamos la proclamación de la palabra de Dios por atender a las mesas. (Hch 6:2, RVC)

Es difícil no interpretar algo de desdén en la voz de los apóstoles en estas traducciones. En la mente de algunos, trabajar con la Palabra de Dios es un “ministerio” (como lo plantea la NVI), mientras que el trabajo de “atender” las mesas es de baja categoría. Una línea de interpretación ha adoptado este sentido, indicando que atender las mesas era algo “trivial”,[1] una tarea humilde”[13] o una de las tareas “menos importantes”[14] en la comunidad. Esta línea de interpretación ve la predicación subsecuente de Esteban como el propósito “real” detrás de la influencia del Espíritu en el versículo 6:3.[15] No habría necesidad de que el Espíritu Santo se involucrara en la tarea de baja categoría de manejar la distribución de los recursos.

Sin embargo, esta línea argumentativa se basa en traducciones discutibles. El verbo griego traducido como “atender” en la RVC es diakoneō, el cual tiene el sentido de servicio o ministerio. La versión LBLA y NVI lo plasman de una forma más precisa como “servir”.

“No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas”. (Hch 6:2, LBLA)

«No está bien que nosotros los apóstoles descuidemos el ministerio de la palabra de Dios para servir las mesas». (Hch 6:2, NVI)

Además, un poco más adelante, en Hechos 6:3–4, las traducciones NBLH y LBLA traducen la misma palabra como “servir” y “ministerio”, respectivamente.

Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio (al servicio) de la palabra”. (Hch 6:4, NBLH)

Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra. (Hch 6:4, NVI)

Dicho de otra forma, el término griego para el trabajo de la Palabra es exactamente el mismo (en la forma de verbo) que el término para el trabajo de distribuir los recursos, diakonia, “servir”.  La NBLH y LBLA consideran correctamente el trabajo de predicar como “servir” y “ministrar” y no tienen un tono de desdén con una palabra más deshonrosa cuando se refieren al trabajo de la distribución de alimentos, a diferencia de la RVC que usa la palabra “atender” mesas.  Ya sea que trabajen con la Palabra o con los alimentos en las mesas, ambos grupos “sirven” en estas traducciones.

El texto en griego le da el sentido importante de que el trabajo de servir a los que tienen necesidades está a la par con el trabajo apostólico de la oración y la predicación. Los apóstoles sirven la Palabra y los diáconos (como fueron llamados) sirven a los que tienen necesidad. Su servicio es igual cualitativamente, aunque las tareas y habilidades específicas son diferentes. Ambos son esenciales en la formación del pueblo de Dios y para el testimonio del pueblo de Dios en el mundo. La vida de la comunidad depende de estas formas de servicio y Lucas no deja una sensación de que una sea más poderosa o más espiritual que la otra.

A pesar de todo esto, ¿se podría argumentar que el desdén no es solo un tema de traducción sino que realmente está presente en las propias palabras de los discípulos? ¿Los apóstoles mismos podrían haber imaginado que eran escogidos para el servicio de la Palabra porque eran más dotados que aquellos que fueron escogidos para servir las mesas? Si es así, estarían cayendo de nuevo en algo similar al sistema de clientelismo romano, creyendo que tienen un estatus demasiado alto como para mancillarlo sirviendo las mesas. Estarían reemplazando una nueva fuente de estatus (los dones del Espíritu Santo) por la fuente antigua romana (el clientelismo). ¡El evangelio de Cristo es más profundo que esto! En la comunidad cristiana no existe una fuente de estatus.

Irónicamente, resulta que Esteban, uno de los servidores de las mesas, es aún más habilidoso como predicador que muchos de los apóstoles (Hch 6:8–7:60). Pero a pesar de su don de predicar, lo seleccionan para el servicio de la distribución de los recursos. En ese momento, al menos, era más importante para los propósitos de Dios que trabajara como servidor de las mesas que en el servicio de la Palabra. Para él, al menos, ningún deseo persistente por el estatus prima sobre aceptar este llamado a servir las mesas.

Joseph A. Fitzmyer, The Acts of the Apostles: A New Translation with Introduction and Commentary, The Anchor Bible, (New York: Doubleday, 1998), 344.

John Michael Penney, “The Missionary Emphasis of Lukan Pneumatology” [El énfasis misionero de la neumatología de Lucas], Journal of Pentecostal Theology [Revista de teología pentecostal] (Sheffield, UK: Sheffield Academic Press, 1997), 65n11.

Joseph T. Lienhard, “Acts 6.1–6: A Redactional View” [Hechos 6.1–6: una visión redactora], Catholic Biblical Quarterly [Publicación católica trimestral] 37 (1975): 232.

Youngmo Cho, Spirit and Kingdom in the Writings of Luke and Paul [El Espíritu y el reino en los escritos de Lucas y Pablo] (Waynesborough, GA; Paternoster, 2005), 132.

El trabajo del liderazgo comunitario es un trabajo del Espíritu Santo (Hechos 6:3)

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Los trabajadores que son más idóneos para solucionar la división étnica en la comunidad en Hechos 6 son más aptos porque se les reconoce por ser “llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”. Así como los que son aptos para la oración y la predicación, la habilidad de los que sirven las mesas es el resultado del poder espiritual. Nada menos que el poder del Espíritu hace posible el trabajo significativo, de edificación de la comunidad, de construcción de paz entre los cristianos. Este pasaje nos ayuda a ver que todo el trabajo que edifica la comunidad o, más ampliamente, promueve la justicia, la bondad y la belleza, es —en un sentido profundo— servicio (o ministerio) para el mundo.

En nuestras iglesias, ¿reconocemos la equivalencia del ministerio del pastor que predica la Palabra, la madre y el padre que proporcionan un hogar amoroso para sus hijos y el contador que da un informe justo y honesto de los gastos de su empleador? ¿Entendemos que todos son dependientes del Espíritu para hacer su trabajo por el bien de la comunidad? Toda clase de buen trabajo tiene la capacidad —por el poder de Espíritu— de ser un medio de participación en la renovación de Dios del mundo.

El trabajo y la identidad (Hechos 8-12)

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La siguiente sección de Hechos mueve la comunidad cristiana, por el poder del Espíritu, a través de las barreras culturales mientras se predica el evangelio de Jesucristo a los extranjeros (los samaritanos), los marginados sociales (el eunuco etíope), los enemigos (Saúl) y todas las etnias (los gentiles). Esta sección tiende a presentar a los personajes mencionando sus ocupaciones (de forma general). En esta sección encontramos a:

  • Simón, el mago (Hch 8:9–24)
  • Un eunuco etíope, que es un funcionario económico importante de la reina de Etiopía (Hch 8:27)
  • Saúl, el fariseo y perseguidor de los cristianos (Hch 9:1)
  • Tabita, la confeccionista de prendas de vestir (Hch 9:36–43)
  • Cornelio, un centurión romano (Hch 10:1)
  • Simón, un curtidor (Hch 10:6)
  • Herodes, un rey (Hch 12)

Lucas no se interesa profundamente en las cuestiones laborales en esta sección, así que debemos ser cuidadosos de no darle demasiada importancia a la mención de las ocupaciones. La idea que Lucas quiere transmitir es que la forma en la que estas personas ejercen su vocación los caracteriza porque se dirigen al reino o se alejan de él.

Los que se dirigen al reino de Dios usan los frutos de su labor para servir a otros como testigos de dicho reino. Los que se alejan del reino de Dios usan los frutos de su labor solamente para el beneficio personal. Esto es evidente gracias a un corto resumen sobre algunos de estos personajes. Varios de ellos solo buscan la ganancia personal y el poder y los recursos que conlleva su trabajo:

  • Simón les ofrece dinero a los apóstoles para poder tener el poder de conceder el Espíritu Santo (Hch 8:18–19) —un claro esfuerzo para mantener su estatus social con “el que se llama el Gran Poder de Dios” (Hch 8:10).
  • Saúl usa su red de relaciones para perseguir a los seguidores de Jesús (Hch 9:1–2) con el fin de proteger el estatus social del que disfrutaba como judío celoso (Hch 22:3) y fariseo (Hch 26:5).
  • Herodes usa su poder como rey cliente de Roma para reafirmar su popularidad matando al apóstol Jacobo (Hch 12:1–2). Después, Herodes permite que otros lo aclamen como un dios, el estatus de patrón supremo que reclaman los emperadores romanos (Hch 12:20–23).

Las consecuencias de estos actos son nefastas. Pedro reprende fuertemente a Simón (Hch 8:20–23). A Saúl lo confronta el mismo Jesús resucitado, quien se identifica con la misma comunidad que Pablo está persiguiendo (Hch 9:3–9). Herodes es herido por un ángel del Señor y los gusanos se comen su cuerpo (Hch 12:23). Por el contrario, encontramos varias personas que usan su posición, poder o recursos para bendecir y traer vida:

  • Tabita, la confeccionista, crea prendas de vestir para compartir con las viudas de su comunidad (Hch 9:39).
  • Simón, quien trabaja con cuero, le abre su hogar a Pedro (Hch 10:5).
  • Cornelio, un centurión romano reconocido por su generosidad (Hch 10:4), usa sus conexiones para invitar a un gran número de amigos y familiares a escuchar la predicación de Pedro (Hch 10:24).

Aunque fue presentado antes de esta sección, Bernabé —de quien sabemos que es levita en Hch 4:37— usa su posición dentro de la comunidad para ayudar a Saúl a entrar a la comunidad apostólica aunque los apóstoles se resistieran (Hch 9:26–27) y para validar la conversión de los gentiles en Antioquía (Hch 11:22–24). Deberíamos notar que Hechos 11:24 comparte el secreto de la habilidad de Bernabé para usar sus recursos y posición de una manera que edifica la comunidad de cristianos. Allí aprendemos explícitamente que Bernabé era “lleno del Espíritu Santo”.

El mensaje en todos estos ejemplos es consistente. El poder, el prestigio, la posición y los recursos que provienen del trabajo deben usarse para el bien de otros y no solo para beneficio propio. El ejemplo que tenemos es nadie menos que Jesús, que en el Evangelio de Lucas usa Su autoridad para el beneficio del mundo y no solo por Su propio bien.

Hechos 11:27–30 da un ejemplo en la comunidad del uso de los recursos para el bien de los que tienen necesidades. En respuesta a una profecía inspirada por el Espíritu acerca de una hambruna mundial, “Los discípulos, conforme a lo que cada uno tenía, determinaron enviar una contribución para el socorro de los hermanos que habitaban en Judea” (Hch 11:29). Aquí vemos el uso del fruto de la labor humana para el beneficio de otros y también vemos que esta clase de generosidad no era simplemente espontánea y esporádica, sino planeada, organizada y profundamente intencional. (La colecta para la iglesia en Jerusalén se discute con más profundidad en la sección de 1 Corintios 16:1–3 en “1 Corintios y el trabajo”).

Hechos 11:1–26 comienza el relato de cómo la comunidad cristiana resolvió una disputa profunda acerca de si los gentiles debían convertirse al judaísmo antes de convertirse en seguidores de Jesús. Esta disputa se discute en una sección en el capítulo 15 más adelante.

Un choque de reinos: la comunidad y los grupos de poder (Hechos 13-19)

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Estudiaremos esta sección de acuerdo con cuatro temas principales relevantes para la teología del trabajo que emerge de Hechos. Primero, examinaremos un pasaje más sobre la vocación como testigos. Segundo, discutiremos cómo la comunidad cristiana ejerce el poder del liderazgo y la toma de decisiones. Tercero, veremos cómo la comunidad guiada por el Espíritu actúa en cuanto a los poderes existentes en la cultura extendida. Cuarto, examinaremos si seguir a Cristo excluye ciertas formas de vocación y participación civil. Finalmente, analizaremos la práctica de Pablo de seguir trabajando como fabricante de tiendas en sus viajes misioneros.

La vocación en el contexto de la comunidad (Hechos 13:1-3)

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Hechos 13:1–3 nos presenta un conjunto de prácticas en la iglesia en Antioquía. Esta comunidad es excepcional tanto por su diversidad étnica como por su compromiso de dar un testimonio práctico del reino de Dios.[1] Ya hemos visto cómo Lucas demuestra que el trabajo —especialmente el uso del poder y los recursos— funciona como una forma de testimonio.[2] Hemos visto en Hechos 6:1–7 que esto aplica por igual a las vocaciones que asociamos por naturaleza con el ministerio (tales como ser misionero) y las que son más propensas a llamarse “trabajo” (como la hospitalidad). Todas las vocaciones tienen el potencial de servir y dar testimonio del reino, especialmente cuando se usan en la búsqueda de justicia y rectitud.

Hechos 13:1–3 presenta una comunidad cristiana que trata de discernir la forma en la que el Espíritu los guía a ser testigos y Pablo y Bernabé son seleccionados para trabajar como viajeros evangelistas y sanadores. Lo que es llamativo es que este discernimiento se logra de forma comunal. La comunidad cristiana, no el individuo, tiene una mayor capacidad de discernir las vocaciones de sus miembros individuales. Esto puede significar que las comunidades cristianas actuales deberían participar junto con las familias y los jóvenes cuando buscan respuestas a preguntas como, “¿qué quieres hacer cuando seas grande?” “¿Qué vas a hacer después de graduarte?” o “¿A qué te está llamando Dios?” Esto requeriría que las comunidades cristianas desarrollaran una experticia mayor en el discernimiento vocacional a lo que es común actualmente. También requeriría que tomaran un interés mucho más serio en el trabajo que sirve al mundo por fuera de las estructuras eclesiales. No es suficiente solo afirmar que se tiene autoridad sobre las vidas laborales de los jóvenes. Ellos solo prestarán atención si la comunidad cristiana les ayuda a discernir mejor de lo que pueden hacer otros medios.

Hacer esto sería una forma doble de testimonio. Primero, los jóvenes de todas las tradiciones religiosas —y aquellos que no tienen una tradición— luchan profundamente con la carga de escoger o encontrar un trabajo. Imagine si la comunidad cristiana pudiera ayudarles genuinamente a reducir su carga y mejorar los resultados. Segundo, la gran mayoría de cristianos trabajan por fuera de las estructuras de la iglesia. Imagine si todos viéramos nuestro trabajo como un medio de servicio cristiano para el mundo, mejorando la vida de las millones de personas con las que y para las que trabajamos. ¿En qué medida esto haría a Cristo más visible en el mundo?

El discernimiento comunitario de la vocación continúa a lo largo de Hechos, cuando Pablo escoge a muchos compañeros misioneros en la comunidad, como Bernabé, Timoteo, Silas y Priscila, para nombrar pocos. Segundo, siendo testimonio una vez más del realismo de Lucas, vemos que esta vocación compartida de dar testimonio no elimina la tensión relacional que acarrea la pecaminosidad humana. Pablo y Bernabé tienen una disputa tan grave sobre la inclusión de Juan Marcos (quien había desertado del equipo en una ocasión anterior) que deciden tomar caminos diferentes (Hch 15:36–40).

Ben Witherington III, The Acts of the Apostles: A Socio-Rhetorical Commentary [Los Hechos de los apóstoles: un comentario socio-retórico] (Grand Rapids: Eerdmans, 1998), 392.

Vale la pena mencionar una vez más que, por lo general, el buen desempeño de la comunidad —caracterizado particularmente por la generosidad, la justicia económica y el amor centrado en Dios y en los demás— resulta en el crecimiento del reino (Hch 2:47; 6:7; 9:31; etc.).

El liderazgo y la toma de decisiones en la comunidad cristiana (Hechos 15)

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Un ejemplo de la reorientación radical de las interacciones sociales en la comunidad cristiana surge durante una disputa profunda acerca de si los cristianos gentiles debían adoptar las leyes y costumbres judías. En la sociedad romana jerárquica, el patrón de una organización social tomaría tal decisión por sus seguidores, tal vez después de escuchar varias opiniones. Pero en la comunidad cristiana, las decisiones importantes las toma el grupo como un todo, basándose en su igualdad de acceso a la guía del Espíritu Santo.

En realidad, la disputa comienza en el capítulo 11. Pedro recibe la sorprendente revelación de que Dios les está ofreciendo “el arrepentimiento que conduce a la vida” (Hch 11:18) a los gentiles sin obligarlos a que se conviertan primero al judaísmo. Pero cuando viaja a Jerusalén en compañía de algunos hombres no circuncidados (gentiles), algunos de los cristianos de lugar se quejan de que está violando la ley judía (Hch 11:1–2). Cuando se le cuestiona de esta manera, Pedro no se enoja ni trata de enseñorearse sobre ellos recordándoles su posición de líder entre los discípulos de Jesús y tampoco menosprecia sus opiniones ni impugna sus motivaciones. En vez de eso, cuenta la historia de lo que sucedió, lo que hizo que llegara a esta conclusión, y cómo ve la mano de Dios en ello: “si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder estorbar a Dios?” (Hch 11:17). Note que se presenta a sí mismo no como un sabio ni moralmente superior, sino como alguien que estuvo a punto de cometer un grave error hasta que Dios lo corrigió.

Entonces deja que sus contendientes respondan. Habiendo escuchado la experiencia de Pedro, no reaccionan a la defensiva, no cuestionan la autoridad de Pedro en el nombre de Jacobo (el hermano de Jesús y líder de la iglesia de Jerusalén) y no lo acusan de excederse en su autoridad. En cambio, ellos también buscan la mano de Dios en el trabajo y llegan a la misma conclusión que Pedro. Lo que comenzó como una confrontación termina con hermandad y alabanza. “Y al oír esto se calmaron, y glorificaron a Dios” (Hch 11:18). No podemos esperar que todas las disputas se resuelvan tan amigablemente, pero podemos ver que cuando las personas reconocen y exploran la gracia de Dios en la vida de los demás, hay muchas razones para esperar un resultado mutuamente edificante.

Pedro sale de Jerusalén luego de reconciliarse con sus anteriores antagonistas, pero quedan algunos en Judea que siguen enseñando que los gentiles deben convertirse al judaísmo primero diciendo, “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hch 15:1). Pablo y Bernabé están en Antioquía en ese momento e igual que Pedro, han experimentado la gracia de Dios para los gentiles sin la necesidad de que se conviertan al judaísmo. El texto nos dice que la división era grave, pero se tomó una decisión mutua de buscar la sabiduría de la comunidad cristiana en conjunto. “Como Pablo y Bernabé tuvieron gran disensión y debate con ellos, los hermanos determinaron que Pablo y Bernabé, y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén a los apóstoles y a los ancianos para tratar esta cuestión” (Hch 15:2).

Ellos llegaron a Jerusalén y fueron recibidos cálidamente por los apóstoles y los ancianos (Hch 15:4). Los que tenían una opinión diferente —que los gentiles debían convertirse al judaísmo primero— también están presentes (Hch 15:5). Todos deciden reunirse para considerar el tema y  hacen un debate dinámico (Hch 15:6). Entonces, Pedro, quien por supuesto está entre los apóstoles en Jerusalén, repite la historia de cómo Dios le reveló Su gracia para los gentiles sin la necesidad de convertirse al judaísmo (Hch 15:7). Pablo y Bernabé hablan de su experiencia al respecto centrándose también en lo que Dios está haciendo y no se atribuyen una sabiduría o autoridad superior (Hch 15:12). A todos los que hablan se les escucha de manera respetuosa. Entonces, el grupo considera lo que cada uno ha dicho a la luz de la Escritura (Hch 15:15–17). Jacobo, sirviendo como la cabeza de la iglesia en Jerusalén, propone una solución: “Yo opino que no molestemos a los que de entre los gentiles se convierten a Dios, sino que les escribamos que se abstengan de cosas contaminadas por los ídolos, de fornicación, de lo estrangulado y de sangre” (Hch 15:19–20).

Si Jacobo estuviera ejerciendo la autoridad como un patrón romano, ese habría sido el fin de la discusión, ya que solo por su estatus se habría concluido la respuesta. Pero esta no es la manera en la que se llega a una decisión en la comunidad cristiana. La comunidad acepta su decisión pero como un tema de acuerdo, no de mandato. No solo la opinión de Jacobo sino la de todos los líderes —de hecho, toda la iglesia— se tiene en cuenta en la decisión. “Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia…” (Hch 15:22). Y cuando les comunicaron a las iglesias gentiles su decisión de “no imponeros mayor carga” (Hch 15:28b), lo hacen en el nombre de todo el cuerpo, no en nombre de Jacobo como patrón. “Nos pareció bien, habiendo llegado a un común acuerdo, escoger algunos hombres para enviarlos a vosotros” (Hch 15:25). Además, no se atribuyen una autoridad personal, sino que dicen que han tratado de ser obedientes al Espíritu Santo: “Porque pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros...” (Hch 15:28a). La palabra pareció indica una humildad acerca de su decisión, destacando que han renunciado al sistema de clientelismo romano con sus atribuciones de poder, prestigio y estatus.

Antes de terminar con este episodio, analizaremos un elemento más. Los líderes en Jerusalén muestran una gentileza extraordinaria frente a la experiencia de los trabajadores en el campo —Pedro, Pablo y Bernabé—, quienes sirven solos lejos de las sedes principales, cada uno enfrentando una situación particular que requería una decisión práctica. Los líderes en Jerusalén respetaban bastante su experiencia y juicio y expresaban cuidadosamente los principios que debían orientar las decisiones (Hch 15:19–21), pero delegan la toma de decisiones a los que están más cerca de la acción y confirman las decisiones que toman Pedro, Pablo y Bernabé en el campo. De nuevo, esto representa la salida del sistema de clientelismo romano, el cual concentraba el poder y la autoridad en las manos del patrón.

Los efectos favorables de la educación unificada acerca de la misión, los principios y los valores junto con la delegación localizada de la toma de decisiones y acciones son bien conocidos debido a que han sido adoptados ampliamente por instituciones de negocios, militares, educativas, sin fines lucrativos y gubernamentales en la segunda mitad del siglo veinte. Esto ha transformado de forma radical la administración de casi todo tipo de organizaciones. El despliegue resultante de creatividad, productividad y servicio humanos no sería una sorpresa para los líderes de la iglesia primitiva, quienes experimentaron la misma explosión en la expansión rápida de la iglesia en la época de los apóstoles.

Sin embargo, no es claro si las iglesias en la actualidad han adoptado completamente esta lección respecto a la actividad económica. Por ejemplo, es común que los cristianos que trabajan en países en desarrollo se quejen de que las posturas rígidas de las iglesias que se encuentran en los países desarrollados representan un obstáculo para ellos. Los boicot bien intencionados, las normas de comercio justo y otras tácticas de presión pueden tener consecuencias opuestas a lo esperado. Por ejemplo, un misionero para el desarrollo económico en Bangladesh reportó resultados negativos por causa de la imposición de las restricciones de trabajo infantil por parte de su organización patrocinadora en los Estados Unidos. A una compañía a la que estaba ayudando a desarrollarse se le solicitó que dejara de comprar materiales que fueran producidos por trabajadores menores de dieciséis años. Uno de sus proveedores era una compañía conformada por dos hermanos adolescentes. Debido a las nuevas restricciones, la compañía tuvo que dejar de comprarles partes a los hermanos, lo que dejó a la familia sin una fuente de ingresos. Por esto, su madre tuvo que volver a la prostitución, lo que empeoró aún más la situación para ella, los hermanos y el resto de la familia. Más adelante, el misionero dijo: “lo que necesitamos de la iglesia en los Estados Unidos es una hermandad que no sea opresora. Tener que cumplir lo que ordenan los cristianos bien intencionados de Occidente implica que perjudiquemos a las personas en nuestro país”.[1]

El nombre de la fuente se reserva a petición suya debido a preocupaciones en materia de seguridad. Notas tomadas por William Messenger en la conferencia del proyecto de la Teología del Trabajo, Hong Kong, Julio 29 del 2010.

La comunidad del Espíritu confronta a las personas influyentes (Hechos 16; 19)

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En la segunda mitad del libro de Hechos, Pablo, sus acompañantes y varias comunidades cristianas entran en conflicto con aquellos que ejercen el poder económico y civil de forma local. El primer incidente ocurre en Antioquía de Pisidia, en donde se insta a “las mujeres piadosas y distinguidas, y a los hombres más prominentes de la ciudad” (Hch 13:50) a que estén en contra de Pablo y Bernabé y que los expulsen de la ciudad. Luego, en Iconio, Pablo y Bernabé son maltratados por “gentiles y los judíos, con sus gobernantes” (Hch 14:5). En Filipos, Pablo y Silas son encarcelados por “alborotar” la ciudad (Hch 16:19–24). Pablo tiene roces con los funcionarios de la ciudad de Tesalónica (Hch 17:6–9) y el procónsul de Acaya (Hch 18:12). Después, tiene un conflicto con el grupo de labradores de plata de Éfeso (Hch 19:23–41). Los conflictos culminan con el juicio de Pablo por perturbar la paz en Jerusalén, lo que ocupa los últimos ocho capítulos de Hechos.

Estas confrontaciones con los poderes locales no deberían sorprendernos en vista de la venida del Espíritu Santo anunciada por Pedro en Hechos 2. Allí vimos que la venida del Espíritu fue —de alguna forma misteriosa— la iniciación del nuevo mundo de Dios. Esto implicaba una amenaza para los poderes del mundo antiguo. Hemos visto que el Espíritu trabajó en la comunidad para formar una economía basada en los dones, la cual era muy diferente a la economía romana basada en el clientelismo. Las comunidades cristianas formaron un sistema dentro de un sistema, en el que los cristianos todavía participaban en la economía romana pero tenían una forma diferente de usar los recursos. El conflicto con los gobernantes locales se debía precisamente al hecho de que ellos eran los más interesados en mantener la economía de clientelismo de Roma.

Las confrontaciones en Hechos 16:16–24 y Hechos 19:23–41 ameritan una discusión más profunda. En estas, la condición del reino desentona profundamente con las prácticas económicas del mundo romano.

La confrontación por la liberación de una niña esclava en Filipos (Hechos 16:16-24)

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La primera de las dos confrontaciones ocurre en Filipos, en donde Pablo y Silas encuentran a una niña con un espíritu de adivinación.[19] En el contexto grecorromano, este tipo de espíritu estaba asociado con la adivinación de la suerte —una asociación que les “daba grandes ganancias a sus amos” (Hch 16:16). Este parece ser un ejemplo de la forma más vil de explotación económica. Es desconcertante que Pablo y Silas no actúen más rápidamente (Hch 16:18), pero es probable que fuera así porque Pablo quería entablar una conexión con ella o sus dueños antes de corregirlos. Sin embargo, cuando Pablo actúa, el resultado es la liberación espiritual de la niña y la pérdida financiera para sus dueños. Los dueños responden arrastrando a Pablo y Silas ante las autoridades, culpándolos de perturbar la paz.

Este suceso demuestra de manera convincente que el ministerio de liberación que Jesús proclamó en Lucas 4 puede ir en contra de al menos una práctica de negocios común, que es la explotación de esclavos. Los negocios que obtienen ganancias económicas a costa de la explotación humana están en conflicto con el evangelio cristiano. (Los gobiernos que explotan seres humanos son igual de malvados. Anteriormente discutimos cómo la violencia de Herodes en contra de su pueblo e incluso sus propios soldados causó su muerte en manos de un ángel del Señor). Pablo y Silas no estaban en una misión para reformar las prácticas económicas y políticas corruptas del mundo romano. Sin embargo, era inevitable que el poder de Jesús para liberar a las personas del pecado y la muerte rompiera las ataduras de la explotación. No puede existir una liberación espiritual sin consecuencias económicas. Pablo y Silas estaban dispuestos a exponerse a sí mismos al ridículo, a los golpes y a la prisión con el fin de traer la liberación económica a alguien que era vulnerable ante el abuso por causa de su sexo, estatus económico y edad.

Si vamos dos mil años adelante, ¿es posible que los cristianos se hayan acomodado a, o incluso beneficiado de, productos, compañías, industrias y gobiernos que violan los principios éticos y sociales cristianos? Es fácil oponerse a las industrias ilegales como el tráfico de estupefacientes y la prostitución pero, ¿qué hay de las muchas industrias legales que perjudican a los trabajadores, los consumidores o al público en general? ¿Qué hay de los vacíos legales, subsidios y regulaciones gubernamentales injustas que benefician algunos ciudadanos a expensas de otros? ¿Al menos reconocemos cómo nos podemos beneficiar de la explotación de otros? Puede que en una economía global sea difícil seguirle la pista a las condiciones y consecuencias de la actividad económica. Es necesario un discernimiento bien informado, pero la comunidad cristiana no siempre ha sido rigurosa con sus críticas. A decir verdad, el libro de Hechos no ofrece principios para evaluar la actividad económica, pero sí demuestra que los temas económicos son temas del evangelio. En Pablo y Silas, dos de los más grandes misioneros y héroes de la fe, tenemos toda la prueba que necesitamos para saber que los cristianos somos llamados a hacer frente a los abusos económicos del mundo.

Los capítulos 17 y 18 contienen bastante información de interés con respecto al trabajo pero, con el fin de continuar con la discusión sobre las confrontaciones por el desafío que representó el evangelio para los sistemas del mundo, encontraremos a continuación el relato de la confrontación de Hechos 19:21–41 y luego regresaremos a los capítulos 17, 18 y las otras partes del capítulo 19.

See John R. Levison, Filled with the Spirit (Grand Rapids: Eerdmans, 2009), 318-320, for a description of this type of spirit in Greco-Roman perceptions.

La confrontación por la perturbación del comercio en Éfeso (Hechos 19:21-41)

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La siguiente parte entra un poco fuera de lugar (al saltar sobre Hechos 19:17–20 por el momento) para que podamos cubrir el segundo incidente de la confrontación. Este ocurre en Éfeso, hogar del templo de Diana. El culto a Diana en Éfeso era una fuerza económica poderosa en Asia menor. Los peregrinos acudían en masa al templo (una estructura tan grande que era considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo) con la esperanza de recibir de Diana más éxito en sus cacerías, en el campo o en la familia. En este contexto, igual que con otros centros de turismo, muchas de las industrias locales estaban vinculadas con la vigencia continua de la atracción.[20]

Cierto platero que se llamaba Demetrio, que labraba templecillos de plata de Diana y producía no pocas ganancias a los artífices, reunió a éstos junto con los obreros de oficios semejantes, y dijo: Compañeros, sabéis que nuestra prosperidad depende de este comercio. Y veis y oís que no sólo en Éfeso, sino en casi toda Asia, este Pablo ha persuadido a una gran cantidad de gente, y la ha apartado, diciendo que los dioses hechos con las manos no son dioses verdaderos. Y no sólo corremos el peligro de que nuestro oficio caiga en descrédito, sino también de que el templo de la gran diosa Diana se considere sin valor, y que ella, a quien adora toda Asia y el mundo entero, sea despojada de su grandeza. Cuando oyeron esto, se llenaron de ira, y gritaban, diciendo: ¡Grande es Diana de los efesios! Y la ciudad se llenó de confusión, y a una se precipitaron en el teatro, arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, los compañeros de viaje de Pablo, que eran de Macedonia. (Hch 19:24–29)

Como lo reconoce Demetrio, cuando las personas se convierten en seguidores de Jesús, se puede esperar que cambien la manera en la que usan su dinero. Dejar de comprar artículos relacionados con la adoración de los ídolos es apenas el cambio más evidente. También se puede esperar que los cristianos gasten menos dinero en artículos de lujo para ellos mismos y más en necesidades para el beneficio de otras personas. Tal vez consumirán menos y donarán o invertirán más en general. No hay nada que prohíba que los cristianos compren artículos de plata en general, pero Demetrio tiene razón al ver que los patrones de consumo cambiarán si muchas personas comienzan a creer en Jesús. Esto siempre representará una amenaza para aquellos que se benefician principalmente de la forma en la que todo funcionaba antes.

Esto nos lleva a preguntarnos qué aspectos de la vida económica en nuestro propio contexto puede que no guarden relación con el evangelio cristiano. Por ejemplo, ¿es posible que contrario al temor de Demetrio, los cristianos siguieran comprando bienes y servicios que son contradictorios con seguir a Jesús? ¿Nos hemos convertido en cristianos pero seguimos comprando el equivalente a los templecillos de plata de Diana? Se nos pueden ocurrir ciertos artículos de marca “anhelados”, los cuales apelan a los deseos de los compradores para que se asocien a sí mismos con el estatus social, la riqueza, el poder, la inteligencia, la belleza u otros atributos que implica “la promesa de la marca” de los artículos. Si los cristianos afirman que su posición viene solamente del amor incondicional de Dios en Cristo, ¿su asociación con las marcas funciona como un tipo de idolatría? ¿Comprar artículos de alguna marca prestigiosa es en esencia similar a comprar un templecillo de plata de Diana? Este incidente en Éfeso nos advierte que seguir a Jesús tiene consecuencias económicas que cuando menos, pueden incomodarnos algunas veces.

See Ben Witherington, III, Acts of the Apostles: A Socio-Rhetorical Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1998), 592-593.

Participar en la cultura con respeto (Hechos 17:16-34)

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A pesar de la necesidad de confrontar a las personas poderosas e influyentes en la cultura extendida, la confrontación no siempre es la mejor manera en que la comunidad cristiana puede participar en el mundo. Con frecuencia, la cultura está equivocada, lucha o es ignorante respecto a la gracia de Dios, pero en realidad no es opresora. En estos casos, la mejor manera de proclamar el evangelio puede ser cooperar con la cultura y participar en ella con respeto.

En Hechos 17, Pablo proporciona un modelo para participar de la cultura de forma respetuosa, el cual comienza con la observación. Pablo da un paseo por las calles de Atenas y observa los templos de los diversos dioses que encuentra allí. Él dice que “mientras pasaba y observaba los objetos de vuestra adoración” (Hch 17:23) que encontró allí, se dio cuenta de que fueron “esculpidos por el arte y el pensamiento” del pueblo (Hch 17:29). Además, leyó su literatura y la conocía tan bien como para citarla y tratarla con el respeto necesario para incorporarla en su predicación acerca de Cristo. De hecho, esta contiene incluso algo de la verdad de Dios según Pablo, ya que la cita diciendo, “así como algunos de vuestros mismos poetas han dicho: Porque también nosotros somos linaje suyo” (Hch 17:28). Un compromiso con la transformación radical de la sociedad no significa que los cristianos tengan que oponerse a la cultura en su totalidad. La sociedad no es completamente atea —“porque en Él vivimos, nos movemos y existimos”— sino que más bien no está consciente de Dios.

De forma similar, debemos ser observadores en nuestro lugar de trabajo. Podemos encontrar muchas prácticas buenas en nuestras escuelas, negocios, gobiernos u otros lugares de trabajo, incluso aunque no surjan dentro de la comunidad cristiana. Si observamos en realidad, vemos que incluso aquellos que no son conscientes de Cristo o que lo desprecian de todas maneras son creados a imagen de Dios. Como Pablo, debemos cooperar con ellos en vez de tratar de desacreditarlos. Podemos trabajar con los no creyentes para mejorar las relaciones laborales entre los empleados y los jefes, el servicio al cliente, la investigación y el desarrollo, la gobernanza corporativa y civil, la educación pública y otros campos. Debemos usar las habilidades y el conocimiento que se desarrollan en universidades, corporaciones, organizaciones sin ánimo de lucro y otros lugares. Nuestro papel no es condenar su trabajo, sino profundizarlo y mostrar que este prueba que “[Dios] no está lejos de ninguno de nosotros” (Hch 17:27). Imagine la diferencia entre decir, “todo su trabajo es malo porque usted no conoce a Cristo” y “porque conozco a Cristo, creo que puedo apreciar su trabajo incluso más que usted mismo”.

Sin embargo, al mismo tiempo, debemos observar el quebrantamiento y el pecado evidentes en nuestro lugar de trabajo. Nuestro propósito no es juzgar sino sanar, o al menos limitar el daño. Pablo observa de forma particular el pecado y la distorsión de la idolatría. “Su espíritu se enardecía dentro de él al contemplar la ciudad llena de ídolos” (Hch 17:16). Los ídolos de los lugares de trabajo modernos, igual que los ídolos de la Atenas antigua, son distintos y muchos. Un líder cristiano en Nueva York dijo,

Cuando trabajo con educadores que tienen como ídolo la idea de que todos los problemas del mundo serán solucionados con la educación, mi corazón se conecta con su corazón en cuanto al deseo de resolver los problemas del mundo. Sin embargo, les hago ver que con la educación solo se puede llegar hasta cierto punto, pero la solución real viene de Cristo. Esto mismo se aplica para muchas otras profesiones.[1]

Si observamos cuidadosamente, como Pablo, nos volveremos testigos más perspicaces  del poder único de Cristo para reparar el mundo.

“Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan, porque Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos”. (Hch 17:30–31)

Entrevista telefónica con Katherine Leary Alsdorf, directora ejecutiva del Centro para la fe y el trabajo, Iglesia presbiteriana Redeemer, Nueva York, Diciembre 15 del 2012.

La fabricación de tiendas y la vida cristiana (Hechos 18:1-4)

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El pasaje que se relaciona más frecuentemente con el trabajo en el libro de Hechos es el que presenta a Pablo fabricando tiendas, en Hechos 18:1–4. Aunque este pasaje es conocido, con frecuencia se entiende de una forma limitada. En la reconocida lectura, Pablo gana dinero fabricando tiendas con el fin de sustentar su ministerio real de testificar a Cristo. Esta visión es muy limitada, ya que no ve que la fabricación de tiendas en sí misma es un ministerio real que da testimonio de Cristo. Pablo es un testigo cuando predica y cuando fabrica tiendas y usa sus ganancias para el beneficio de la comunidad en general.

Esto se ajusta directamente con la visión de Lucas de que el Espíritu empodera a los cristianos para que usen sus recursos por el bien de toda la comunidad, lo que a su vez da testimonio del evangelio. Recuerde que la idea orientadora de Lucas para la vida cristiana es la del testimonio y todo aspecto de la vida de cada uno tiene el potencial de dar testimonio. Entonces, es asombroso que Pablo sea un ejemplo de esta práctica formada por el Espíritu.

Ciertamente es verdad que Pablo desea sustentarse a sí mismo, pero su impulso no fue solo sustentar su ministerio como predicador, sino también proveer sustento financiero para toda la comunidad. Cuando Pablo describe su impacto económico entre los efesios, dice:

Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado. Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir.” (Hch 20:33–35, énfasis agregado)

El trabajo de Pablo del cual devengaba dinero fue una labor para fortalecer la comunidad económicamente.[1] Pablo usa sus habilidades y posesiones para el beneficio de la comunidad y dice explícitamente que este es un ejemplo a seguir. No dice que todos deberían seguir su ejemplo de predicar, pero sí dice que todos deberían seguir su ejemplo de trabajar para ayudar al débil y ser generosos al dar, como Jesús mismo lo enseñó. Ben Witherington argumenta de forma convincente que Pablo no se está atribuyendo un estatus más alto por su posición apostólica, sino que está “bajando en la escalera social por Cristo”.[2]

En otras palabras, no es que Pablo fabrique tiendas por necesidad para poder hacer su “trabajo real” de predicar. Todas las clases de trabajo de Pablo en el taller de costura, el mercado, la sinagoga, la sala de conferencias y la prisión son formas de dar testimonio. En todos estos contextos, Pablo participa en el proyecto restaurador de Dios. En todos estos contextos, Pablo demuestra su nueva identidad en Cristo para la gloria de Dios y con la motivación del amor por su prójimo, incluyendo sus antiguos enemigos. Incluso cuando es transportado en el mar como prisionero usa sus dones de liderazgo y ánimo durante una fuerte tormenta para guiar a tierra firme a los soldados y los marineros que lo tenían cautivo (Hch 27:21–38). Aunque no hubiera tenido el don de predicador y apóstol, habría dado testimonio de Cristo simplemente por la forma en la que fabricaba tiendas, trabajaba por el bien de la comunidad y por el bien de otros en toda situación.

“Fabricar tiendas” se ha convertido en una metáfora común para los cristianos que tienen una profesión con la que ganan dinero como un medio para sustentar lo que con frecuencia se denomina el “ministerio profesional”. El término “bivocacional” se usa para indicar que dos profesiones distintas están relacionadas, la que produce dinero y la del ministerio. Pero el ejemplo de Pablo demuestra que todos los aspectos de la vida humana deberían dar un testimonio continuo. El margen para encontrar distinciones entre el “ministerio profesional” y otras formas de dar testimonio es muy pequeño. De acuerdo con Hechos, los cristianos solamente tienen una vocación: ser testigos del evangelio. Existen muchas formas de servicio, incluyendo la predicación y el cuidado pastoral, la fabricación de tiendas, la construcción de muebles, el dar dinero y cuidar al débil. Un cristiano cuya profesión le proporciona dinero, tal como la fabricación de tiendas, para sustentar una profesión que no proporciona dinero, como enseñar sobre Jesús, sería descrito de una forma más precisa como “servidor dual”, en vez de “bivocacional” —un llamado, dos formas de servicio. Lo mismo aplica para cualquier cristiano que sirve en más de una línea laboral.

Pablo también habla de esta ética en 1 Tesalonicenses 2:9 y 1 Corintios 9:1–15.

Ben Witherington, III, The Acts of the Apostles: A Socio-Rhetorical Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1998), 547.

El evangelio y los límites de la vocación y la participación (Hechos 19:17-20)

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Hechos 19:13–16 presenta una historia peculiar acerca del arrepentimiento de “muchos de los que practicaban la magia” (Hch 19:19). Ellos juntaron sus libros de magia y los quemaron en público y Lucas nos dice que el valor de los rollos que estos convertidos quemaron era cincuenta mil piezas de plata. Esto se ha estimado como el equivalente a 137 años de sueldo continuos de un jornalero o el pan suficiente para alimentar a 100 familias por 500 días.[1] La integración a la comunidad del reino de Dios tiene un impacto económico y vocacional enorme.

Aunque no es claro si los que se arrepintieron de su participación en la magia se estaban arrepintiendo del medio por el cual se ganaban la vida, es poco probable que una colección tan costosa de libros fuera un simple pasatiempo. Aquí vemos que el cambio en la vida que causa la fe en Jesús se refleja inmediatamente en una decisión vocacional —un resultado bien conocido en el Evangelio de Lucas. En este caso, los creyentes vieron que era necesario abandonar completamente su antigua ocupación.

En muchos otros casos, es posible mantener la misma vocación, pero se vuelve necesario practicarla de una forma diferente. Por ejemplo, imagine que un vendedor ha construido su negocio vendiéndoles seguros innecesarios a personas de la tercera edad. Ese vendedor tendría que dejar su práctica, pero podría seguir vendiendo seguros si opta por una línea de producto que beneficie a las personas que lo compren. Puede que las comisiones sean más bajas (o puede que no), pero la profesión les ofrece bastantes oportunidades para alcanzar el éxito de forma legítima a muchos trabajadores con principios éticos.

La situación es mucho más difícil en el caso de las ocupaciones que se podrían desempeñar de forma legítima, pero en las que las prácticas ilícitas están arraigadas tan minuciosamente que es difícil competir sin violar los principios bíblicos. Muchos funcionarios públicos en países con altos niveles de corrupción enfrentan este dilema. Es posible ser un inspector de construcciones honesto, pero es difícil si el pago oficial es de diez dólares a la semana y además el supervisor exige un pago mensual de cien dólares para permitirle mantener el trabajo. Un cristiano en esa situación enfrenta una decisión difícil. Si todas las personas honestas dejaran sus profesiones, sería aún peor para la sociedad. Pero si es difícil o imposible ganarse la vida de forma honesta en esa profesión, ¿cómo puede permanecer allí un cristiano? Este es un tema que Lucas analiza en Lc 3:9, cuando Juan el bautista les aconseja a los soldados y a los recaudadores de impuestos que se queden en sus trabajos pero que abandonen la extorsión y el fraude que la mayoría de sus colegas practicaban. (Para más información sobre este pasaje, ver la sección de Lucas 3:1–14 en “Lucas y el trabajo”).

Darrell L. Bock, Acts [Hechos], Baker Exegetical Commentary on the New Testament [Comentario exegético Baker del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Baker, 2007), 605.

El liderazgo como testimonio (Hechos 20-28)

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Los últimos ocho capítulos de Hechos presentan un relato lleno de acción sobre un atentado contra la vida de Pablo, seguido por su encarcelamiento a manos de dos gobernadores romanos y su angustioso viaje a bordo de un barco para su juicio en Roma. De muchas maneras, la experiencia de Pablo recapitula la culminación del ministerio de Jesús y por eso, Hechos 20–28 se podría entender como una clase de pasión de Pablo. El aspecto más relevante para el trabajo en estos capítulos es la descripción del liderazgo de Pablo. Nos concentraremos en lo que vemos de su valentía, su sufrimiento, su respeto hacia los demás y su preocupación por el bienestar de otros.

La valentía de Pablo

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Luego de los conflictos en Filipos y Éfeso, Pablo recibe amenazas de encarcelamiento (Hch 20:23; 21:11) y muerte (Hch 20:3; 23:12–14). Estas amenazas no son solo palabras, ya que en efecto hay dos atentados contra su vida (Hch 21:31; 23:21). Él es arrestado por el gobierno romano (Hch 23:10) y se presentan cargos en su contra (Hch 24:1–9), los cuales, aunque eran falsos, llevan finalmente a su ejecución. En vista de los episodios de conflicto que hemos estudiado, es apenas normal que seguir los caminos del reino de Dios cause conflictos con los caminos opresores del mundo.

Pero a pesar de todo, Pablo conserva una valentía extraordinaria. Él continúa con su trabajo (predicar) a pesar de las amenazas e incluso se atreve a predicarles a sus captores, tanto judíos (Hch 23:1–10) como romanos (Hch 24:21–26; 26:32; 28:30–31). Al final, su valentía prueba ser decisiva, no solo para su trabajo de predicar sino para salvar la vida de cientos de personas en medio de un naufragio (Hch 27:22–23). Sus palabras resumen su actitud de valentía mientras el temor se apodera de las personas a su alrededor. “¿Qué hacéis, llorando y quebrantándome el corazón? Porque listo estoy no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (Hch 21:13).

Sin embargo, la cuestión no es que Pablo sea un hombre con una valentía extraordinaria, sino que el Espíritu Santo nos da a cada uno la valentía que necesitamos para hacer nuestro trabajo. Pablo le da el crédito al Espíritu Santo por ayudarlo al enfrentar tal adversidad (Hch 20:22; 21:4; 23:11). Este es un ánimo para nosotros hoy día, porque también podemos depender del Espíritu Santo para que nos dé la valentía que nos haga falta. El peligro no es tanto que la valentía nos falle en el momento de mayor temor, sino que la preocupación generalizada nos impida incluso dar el primer paso para seguir los caminos del reino de Dios en nuestro trabajo. ¿Con cuánta frecuencia dejamos de defender a un colega, servir a un cliente, oponernos a un jefe o hablar con firmeza acerca de un problema, no porque estemos bajo una presión real sino porque nos da temor que si lo hacemos podemos ofender a alguna autoridad? ¿Qué pasa si decidimos que antes de actuar en contra de los caminos de Dios en el trabajo, al menos tenemos que recibir una orden directa de hacerlo? ¿Podríamos comenzar contando con el Espíritu Santo para que nos sostenga al menos hasta ese punto?

El sufrimiento de Pablo

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Pablo necesita cada pizca de valentía debido a los fuertes sufrimientos que sabe que traerá su trabajo. Dice, “el Espíritu Santo solemnemente me da testimonio en cada ciudad, diciendo que me esperan cadenas y aflicciones” (Hch 20:23). Él es secuestrado (Hch 21:27), golpeado (Hch 21:30–31; 23:3), amenazado (Hch 22:22; 27:42), arrestado muchas veces (Hch 21:33; 22:24, 31; 23:35; 28:16), acusado en juicios (Hch 21:34; 22:30; 24:1–2; 25:2, 7; 28:4), interrogado (Hch 25:24–27), ridiculizado (Hch 26:24), ignorado (Hch 27:11), fue náufrago (Hch 27:41) y lo mordió una víbora (Hch 28:3). La tradición dice que eventualmente es asesinado por causa de su trabajo, aunque esto no se encuentra en ninguna parte en la Biblia.

El liderazgo en un mundo caído implica sufrimiento. Cualquiera que no acepte el sufrimiento como un elemento fundamental del liderazgo no puede ser líder, al menos no un líder a la manera de Dios. Este aspecto constituye otra refutación radical del sistema romano de clientelismo. El sistema romano está estructurado para aislar al patrón del sufrimiento. Por ejemplo, solo los patrones tenían derecho a escapar del castigo corporal, como vemos cuando el estatus de Pablo como ciudadano (un patrón, aunque de un hogar de una persona) es lo único que lo protege de una flagelación arbitraria (Hch 22:29). No obstante, Pablo acepta el sufrimiento físico y otros tipos de sufrimiento como un aspecto menester de un líder al estilo de Jesús. Actualmente, puede que deseemos convertirnos en líderes por la misma razón por la que los hombres en la antigua Roma buscaban ser patrones: para evitar el sufrimiento. Puede que logremos obtener poder y tal vez incluso aislarnos del dolor del mundo. Sin embargo, nuestro liderazgo no puede beneficiar a otros si no aceptamos el sufrimiento en menor o mayor grado. Y si nuestro liderazgo no beneficia a otros, no es la clase de liderazgo de Dios.

El respeto de Pablo

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A pesar de la convicción absoluta de Pablo de que sus creencias y su conducta son correctas, él muestra respeto por todas las personas que encuentra. Esto desarma tanto, especialmente a sus enemigos y captores, que le da una oportunidad perfecta para dar testimonio del reino de Dios. Cuando llega a Jerusalén, les muestra respeto a los líderes judíos cristianos y accede a su extraña petición de demostrar su fidelidad constante a la ley judía (Hch 21:17–26). Él le habla de forma respetuosa a una multitud que lo acaba de golpear (Hch 21:30–22:21), a un soldado que está a punto de azotarlo (Hch 22:25–29), al concilio judío que lo acusa en una corte romana —incluso al punto de disculparse por insultar al sumo sacerdote sin querer— (Hch 23:1–10), al gobernador romano Félix y su esposa Drusila (Hch 24:10–26), a Festo el sucesor de Félix (Hch 25:8–11; 26:24–26) y al rey Agripa y su esposa Berenice (Hch 26:2–29), quienes lo encarcelaron. En el viaje allí, trata con respeto al centurión Julio (Hch 27:3), al gobernador de Malta (Hch 28:7–10) y a los líderes de la comunidad judía en Roma (Hch 28:17–28).

No debemos considerar que el respeto que Pablo demuestra representa una timidez por su mensaje. Él nunca se acobarda para proclamar con audacia la verdad, sin importar las consecuencias. Después de que lo golpeara una multitud de judíos en Jerusalén, quienes sospechaban falsamente que él había traído a un gentil al templo, Pablo les predica un sermón que concluye relatando que el Señor Jesús le encargó predicarles la salvación a los gentiles (Hch 22:17–21). En Hechos 23:1–8, le dice al concilio judío, “se me juzga a causa de la esperanza de la resurrección de los muertos” (Hch 23:6). También, le proclama el evangelio a Félix (Hch 24:14–16) y les dice a Festo, Agripa y Berenice, “soy sometido a juicio por la esperanza de la promesa hecha por Dios a nuestros padres” (Hch 26:6). Además les advierte a los soldados y los marineros en el barco hacia Roma que “este viaje va a ser con perjuicio y graves pérdidas, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras vidas” (Hch 27:10). El final del libro de Hechos nos muestra a Pablo “predicando el reino de Dios, y enseñando todo lo concerniente al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbo” (Hch 28:30–31).

Con frecuencia, el respeto de Pablo por las demás personas le da la oportunidad de que lo escuchen e incluso convierte a sus enemigos en amigos, a pesar de la audacia de sus palabras. El centurión que estaba a punto de azotarlo interviene ante el tribunal romano, que ordena que lo liberen. (Hch 22:26–29). Los fariseos concluyen, “No encontramos nada malo en este hombre; pero ¿y si un espíritu o un ángel le ha hablado?” (Hch 23:9). Félix determina que a Pablo “lo acusaban sobre cuestiones de su ley, pero no de ningún cargo que mereciera muerte o prisión” (Hch 23:29) y se convierte en un escucha ávido que “acostumbraba llamarlo con frecuencia y conversar con él” (Hch 24:26). Agripa, Berenice y Festo se dan cuenta de que Pablo es inocente y la predicación de Pablo comienza a persuadir a Agripa, quien le dice, “En poco tiempo me persuadirás a que me haga cristiano” (Hch 26:28). Cuando termina el viaje a Roma, Pablo se ha convertido en el líder de facto del barco, dando órdenes que el capitán y el centurión obedecen con agrado (Hch 27:42–44). En Malta, el gobernador les da la bienvenida y entretiene a Pablo y sus acompañantes, y más adelante abastece su barco y los envía con honor (Hch 28:10).Por supuesto, no todos devuelven el respeto de Pablo con respeto. Algunos lo calumnian, lo rechazan, lo amenazan y lo maltratan. Pero, en general, recibe mucho más respeto de las personas que el que reciben los patrones del sistema romano de clientelismo entre quienes trabaja. El ejercicio del poder puede demandar una apariencia de respeto, pero es mucho más probable que el ejercicio del verdadero respeto gane una respuesta de verdadero respeto.

La preocupación de Pablo por los demás

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Por encima de todo, el liderazgo de Pablo se caracteriza por su preocupación por otros. Él acepta la carga del liderazgo no para mejorar su vida, sino para hacer que la vida de otros sea mejor. Una prueba suficiente de esto es su disposición para viajar a lugares hostiles a predicar acerca de una mejor forma de vida. Sin embargo, también vemos su preocupación por otros en formas concretas y personales. Él sana a un joven que queda gravemente herido luego de caer desde una ventana de un piso alto (Hch 20:9–12). Él prepara las iglesias que ha plantado para que continúen después de su muerte y las anima cuando se sienten agobiadas y deciden “llorar desconsoladamente” (Hch 20:37). Él intenta predicarles las buenas nuevas incluso a aquellos que están tratando de asesinarlo (Hch 22:1–21) y sana a todos los enfermos en la isla de Malta (Hch 28:8–10).

Un ejemplo asombroso de su preocupación por otros ocurre durante el naufragio. Aunque ignoraron su advertencia de no hacer el viaje, Pablo da una mano para ayudar y anima a la tripulación y los pasajeros cuando ocurre la tormenta.

Cuando habían pasado muchos días sin comer, Pablo se puso en pie en medio de ellos y dijo: Amigos, debierais haberme hecho caso y no haber zarpado de Creta, evitando así este perjuicio y pérdida. Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, porque no habrá pérdida de vida entre vosotros, sino sólo del barco. Porque esta noche estuvo en mi presencia un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: “No temas, Pablo; has de comparecer ante el César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.” Por tanto, tened buen ánimo amigos, porque yo confío en Dios, que acontecerá exactamente como se me dijo”. (Hch 27:21–25)

Su preocupación no termina con palabras de ánimo, sino que procede con hechos prácticos. Él se asegura de que todos coman para mantener su fuerza (Hch 27:34–36) e idea un plan que salvará la vida de todos, incluyendo aquellos que no saben nadar (Hch 27:26, 38, 41, 44). Además, dirige los preparativos para encallar el barco (Hch 27:43b) y evita que los marineros abandonen a los soldados y los pasajeros (Hch 27:30–32). Como resultado de su preocupación y sus acciones, no se pierde ninguna vida en el naufragio (Hch 27:44).

El liderazgo de Pablo abarca mucho más que los cuatro aspectos de valentía, sufrimiento, respeto y preocupación por otros, y es visible en muchos otros relatos además de Hechos 20–28. Sin embargo, la manera en que dichos factores se presentan en estos capítulos constituye una de las demostraciones más conmovedoras de liderazgo en la Biblia y sigue siendo un gran ejemplo en la actualidad, así como lo fue en la época de Lucas.

Conclusión de Hechos

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La investigación del trabajo y los temas relacionados con el trabajo en Hechos demuestra un trato coherente de la vocación en el mundo de Dios. En Hechos, una perspectiva cristiana del trabajo no se relega simplemente al campo de la ética. En cambio, el trabajo es una forma activa de dar testimonio de la redención de Dios del mundo. La lógica de Hechos se mueve en esta dirección:

  1. La venida del Espíritu inicia el reino de Cristo —el mundo nuevo de Dios— de una forma nueva. El sistema romano de clientela que procura el estatus para la persona se reemplaza con un espíritu de amor que procura el bien de otros. Esto sigue el ejemplo de Jesús, que se entregó a Sí mismo por el bien de otros —lo que es evidente sobre todo en la cruz.
  2. La vocación cristiana se caracteriza por un testimonio del reino de Cristo empoderado por el Espíritu, no solo proclamando sino también actuando según el espíritu de amor de Dios en la vida cotidiana.
  3. La vocación cristiana es dada a toda la comunidad de creyentes, no solamente a individuos. Los actos de los creyentes no son perfectos —algunas veces están muy lejos de ser perfectos— pero a pesar de ello, son una participación real en el nuevo mundo.
  4. La comunidad da testimonio del reino de Cristo al trabajar y usar los recursos relacionados con el trabajo —el poder, la riqueza y el estatus— para el bien de otros y de la comunidad como un todo. La membrecía en la comunidad va mano a mano con una forma de vida transformada, que lleva al amor y al servicio. Un resultado ejemplar es la práctica de la generosidad radical con todo tipo de recursos.
  5. Cuando se realiza el trabajo de esta manera, todas las profesiones pueden ser actos de testimonio al practicar las estructuras de justicia, rectitud y belleza a las que da lugar el reino de Dios.
  6. Por tanto, la comunidad cristiana presenta una forma de trabajar que desafía las estructuras del mundo caído y algunas veces entra en conflicto con los poderes del mundo. Sin embargo, la intención de la comunidad no es chocar con el mundo sino transformarlo.
  7. El liderazgo es un escenario prominente en el que se promulga el nuevo espíritu de amor y servicio para otros. La autoridad se comparte y se anima a las personas en todos los niveles de la comunidad a que sean líderes. Los líderes aceptan la carga de actuar por el bien de otros y respetan la sabiduría y la autoridad de aquellos a quienes lideran. Los atributos del liderazgo —incluyendo la valentía, el sufrimiento, el respeto y la preocupación por otros— saltan a primera plana en el ejemplo del apóstol Pablo.

Hechos nos ayuda a ver que todo aspecto de la vida del ser humano —incluyendo nuestro trabajo y sus frutos— puede ser un medio para participar en el reino de Dios que viene a la tierra por el poder del Espíritu que ya se está revelando. De esta forma, el trabajo no solo es digno sino también esencial para la vocación humana de dar testimonio. Como fue desde el comienzo, el trabajo es un aspecto importante en lo que significa ser completamente humano. Los trabajadores hoy día son llamados a ser cultivadores y transformadores de la tierra, la cultura, la familia, los negocios, la educación, la justicia y todos los demás campos— todo por el reino de Dios.