Éxodo y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

La teología del trabajo no comienza con nuestra comprensión de lo que Dios quiere que hagamos o incluso de cómo hacerlo. Comienza con el Dios que se ha revelado a Sí mismo a nosotros como creador y redentor, y quien nos muestra cómo seguirlo por medio de nuestra transformación conforme a Su carácter. Nosotros hacemos lo que Dios quiere que hagamos cuando nos volvemos más como Dios. Por medio de la lectura de Éxodo vemos a Dios describiendo Su propio carácter y lo vemos en acción formando a Su pueblo. Como Su pueblo, los cristianos no podremos hacer nuestro trabajo de acuerdo a los principios piadosos a menos que comprendamos que estas verdades están arraigadas excepcionalmente en este Dios en particular, quien hace este trabajo específico de redención por medio de la Persona única de Su Hijo, por el poder de Su Espíritu Santo. En esencia, aprendemos que el carácter de Dios se revela en Su trabajo y Su trabajo moldea nuestro trabajo. De esta manera, seguir a Dios en el trabajo es un tema importante en Éxodo, aunque el trabajo no sea el tema principal del libro.

En Éxodo se habla bastante sobre el trabajo diario, pero las instrucciones y reglas que encontramos aquí se efectúan en un contexto laboral que existía hace cerca de tres mil años. El tiempo no se detuvo y nuestros lugares de trabajo han cambiado. Algunos pasajes como “No matarás” (Éx 20:13) parecen ajustarse al contexto actual de igual forma que en el tiempo de Moisés. Otros, tales como “Y si el buey de alguno hiere al buey de otro y le causa la muerte, entonces venderán el buey vivo y se dividirán el dinero” (Éx 21:35), parece que se aplican menos directamente a la mayoría de los lugares de trabajo modernos. ¿Cómo podemos honrar, obedecer y aplicar la palabra de Dios en Éxodo sin caer en las trampas del legalismo o la aplicación incorrecta?

Para responder estas preguntas, comenzamos con el hecho de que este libro es una narrativa. Así como ayudó a Israel a ubicarse en la historia de Dios, nos ayuda a descubrir cómo encajamos en la expresión mayor de la narrativa que es nuestra Biblia. El propósito y la forma del trabajo de Dios no solo establecen nuestra identidad como Su pueblo, sino que también direccionan el trabajo que Dios nos ha llamado a hacer.

Introducción a Éxodo

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Tanto al inicio como al final del libro de Éxodo, vemos al pueblo de Israel trabajando. Al comienzo, los israelitas trabajan para los egipcios, y cuando finaliza, ellos terminan el trabajo de construir el tabernáculo de acuerdo con las instrucciones del Señor (Éx 40:33). Dios no liberó a Israel del trabajo, Él liberó a Israel para el trabajo. Dios los liberó del trabajo opresivo impuesto por el rey impío de Egipto, para llevarlos a una nueva clase de trabajo bajo Su reinado santo de gracia. Aunque el título en la Biblia cristiana sea “Éxodo” (que significa “salida”)[1]  la progresividad del libro podría llevarnos a concluir legítimamente que se trata de la entrada, ya que relata la entrada de Israel al pacto Mosaico, el cual enmarcará su existencia no solo al deambular por el desierto alrededor de la península del Sinaí, sino también al establecerse en la tierra prometida. El libro expresa cómo Israel debe ver a su Dios y cómo debe trabajar y adorar en su nueva tierra. En todo, Israel debe ser consciente de la forma en que su vida sería distinta y mejor bajo los preceptos de Dios que bajo la de aquellos que siguieron los dioses de Canaán. Incluso actualmente, lo que hacemos en el trabajo fluye a partir del por qué lo hacemos y para quién estamos trabajando a fin de cuentas. Por lo general es fácil encontrar ejemplos de trabajo opresivo y duro en la sociedad. No cabe duda de que Dios quiere que encontremos mejores formas de llevar nuestros negocios y de tratarnos los unos a los otros, pero alcanzar esa nueva forma de actuar depende de que nos veamos a nosotros mismos como receptores de la salvación de Dios, sabiendo cuál es el trabajo de Dios y preparándonos para seguir Sus palabras.

El libro de Éxodo comienza cerca de cuatrocientos años después del punto donde termina Génesis. En Génesis, Egipto había sido un lugar hospitalario en donde Dios providencialmente levantó a José para que él pudiera salvar las vidas de los descendientes de Abraham (Gn 50:20). Esto concuerda bien con las promesas de Dios de hacer que Abraham fuera una gran nación, bendecirlo y hacer de él una bendición para otros, engrandecer su nombre y bendecir a todas las familias de la tierra por medio de él (Gn 12:2–3). Sin embargo, en el libro de Éxodo, Egipto era un lugar opresivo en donde el crecimiento de Israel suscitó el espectro de la muerte. Los egipcios no veían a Israel como una bendición divina, pero no querían dejar que su fuerza de trabajo de esclavos se fuera. Al final, la liberación de Israel en el Mar Rojo le costó a Faraón y a su pueblo muchas vidas. En el libro de Éxodo, el pueblo de Dios está claramente en transición respecto a las promesas de Dios para la familia escogida de Abraham y las intenciones de Dios de bendecir a las naciones. La magnitud de la cantidad de personas del pueblo indicaba el favor de Dios, pero la siguiente generación de niños varones enfrentó la extinción inmediata (Éx 1:15–16). Como tal, la nación todavía no estaba en la tierra que Dios les había prometido.

Todo el Pentateuco hace eco al tema del cumplimiento parcial. Las promesas de Dios a Abraham de muchos descendientes, una relación privilegiada con Dios y una tierra para habitar expresan las intenciones de Dios, aunque todas ellas están en un estado de peligro en la narrativa.[2] Entre los cinco libros del Pentateuco, Éxodo en particular retoma el aspecto de la relación con Dios, tanto en términos de la liberación del pueblo de Dios de Egipto como en el establecimiento de Su pacto con ellos en el Sinaí.[3] Esto es especialmente significativo para la forma en la que leemos el libro buscando ideas acerca de nuestro trabajo en la actualidad. Valoramos la forma y el contenido de este libro mientras recordamos que nuestra relación con Dios por medio de Jesucristo fluye de lo que vemos aquí y orienta toda nuestra vida y trabajo alrededor de las intenciones de Dios.

Para capturar el carácter de Israel como una nación en transición, hacemos una descripción del libro y evaluamos su contribución a la teología del trabajo de acuerdo con las etapas geográficas de este viaje que comienza en Egipto, continúa en el Mar Rojo y el camino al Sinaí, y finaliza en el Sinaí.

En hebreo, el título es simplemente shemot, la palabra para “nombres de”, que es lo que aparece en la primera frase.

David J. A. Clines, Theme of the Pentateuch, 2nd ed. (London: T&T Clark, 1997), 29.

David J. A. Clines, Theme of the Pentateuch, 2nd ed. (London: T&T Clark, 1997), 47.

Israel en Egipto (Éxodo 1:1-13:16)

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El maltrato de los egipcios hacia Israel representa el contexto y el ímpetu para su liberación. Faraón no les permitió seguir a Moisés al desierto para adorar al Señor y así les negó en cierta medida su libertad religiosa, pero es su opresión como trabajadores en el sistema económico egipcio lo que realmente captura nuestra atención. Dios escucha el clamor de Su pueblo y hace algo al respecto. Debemos recordar que el pueblo de Israel no se queja del trabajo en general, sino de la dureza del trabajo. En respuesta, Dios no los libera para que tengan una vida de descanso total, sino que los libera del trabajo opresivo.

La dureza del trabajo de los israelitas como esclavos en Egipto (Éxodo 1:8-14)

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El trabajo que los egipcios le imponían a los israelitas tenía una motivación malvada y era cruel por naturaleza. La escena inicial muestra que la tierra estaba llena de israelitas que habían sido fecundos y se habían multiplicado. Esto hace eco al diseño creacional de Dios (Gn 1:28; 9:1) y a Su promesa a Abraham y sus descendientes escogidos (Gen. 17:6; 35:11; 47:27). Como nación, su destino era bendecir el mundo. Bajo una previa administración, los israelitas tenían el permiso del rey de vivir en la tierra y trabajarla, pero aquí, el nuevo rey de Egipto percibió una amenaza a su seguridad nacional por causa del número de personas y por eso decidió tratarlos “astutamente” (Éx 1:10). No se dice con exactitud si los israelitas eran una amenaza real. El énfasis cae sobre el miedo destructivo de Faraón que lo llevó primero a desmejorar su ambiente de trabajo y después a usar el infanticidio para frenar el crecimiento de la población.

El trabajo puede ser mental y físicamente agotador, pero eso no hace que sea malo. Lo que hizo que la situación en Egipto fuera insoportable no fue la esclavitud únicamente sino también su dureza extrema. Los egipcios obligaban a los israelitas a trabajar “con crueldad” (befarekh, Éx 1:13, 14) y les “amargaron” (marar, Éx 1:14) la vida con “dura” (qasheh, en el sentido de “crueldad”, Éx 1:14; 6:9) servidumbre. Como resultado, Israel se debilitó en su “aflicción” y “sufrimientos” (Éx 3:7) y un “espíritu acongojado” (Éx 6:9 RVC). El trabajo, uno de los principales propósitos y alegrías de la existencia humana (Gn 1:27-31; 2:15), se convirtió en aflicción por la dureza de la opresión.

El trabajo de las parteras y las madres (Éxodo 1:15-2:10)

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En medio del trato hostil, los israelitas permanecieron fieles a los mandatos de Dios de ser fecundos y multiplicarse (Gn 1:28). Esto implicaba dar a luz a los hijos, lo que a su vez dependía del trabajo de las parteras. Además de su presencia en la Biblia, el trabajo de partería se demuestra claramente en la antigua Mesopotamia y Egipto. Las parteras ayudaban a las mujeres a dar a luz a sus hijos, cortaban el cordón umbilical del bebé, lo bañaban y se lo entregaban a la madre y el padre.

Las parteras en esta narrativa tienen temor de Dios, lo que las lleva a desobedecer la orden de Faraón de matar a todos los niños varones nacidos de las mujeres hebreas (Éx 1:15-17). Por lo general, el “temor del Señor” (y las expresiones relacionadas) en la Biblia se refieren a una relación obediente y saludable con el Dios de pactos de Israel (el hebreo YHWH). Su “temor de Dios” era más fuerte que cualquier temor que pudiera infundirles el Faraón de Egipto. Además, es posible que su valentía surgiera de su trabajo. ¿Será que aquellos que a diario cuidan el nacimiento de nueva vida llegaron a valorarla tanto que el asesinato se convirtió en algo impensable, incluso si lo ordenaba un rey?

La madre de Moisés, Jocabed (Éx 6:20), fue otra mujer que enfrentó una decisión aparentemente imposible con una solución creativa. Apenas podemos imaginar su alivio cuando, de forma secreta y exitosa, dio a luz a un hijo varón, pero a esto le siguió su dolor al tener que ponerlo en el río y hacerlo de una forma en que pudiera realmente salvar su vida. Los paralelos con el arca de Noé —la palabra hebrea para “canasta” se usa solamente una vez más en la Biblia, específicamente para el “arca” de Noé— nos muestran que Dios no solo actuó para salvar a un bebé varón, o incluso una nación, sino también para redimir a toda la creación por medio de Moisés e Israel. Similar a la recompensa para las parteras, Dios le mostró Su bondad a la madre de Moisés. Ella recuperó a su hijo y lo amamantó hasta que tuvo edad suficiente para ser adoptado como el hijo de la hija de Faraón. Es bien conocido que el trabajo piadoso de dar a luz y criar hijos es complejo, demandante y loable (Pr 31:10-31). En Éxodo, no encontramos información acerca de los problemas internos que experimentó Jocabed, la heroína olvidada. Desde un punto de vista narrativo, la vida de Moisés es el tema principal, pero más adelante en la Biblia se elogia a Jocabed y Amram, el padre de Moisés, por poner su fe en acción (Heb 11:23).

Muy frecuentemente, el trabajo de dar a luz y criar hijos es ignorado. A menudo, las madres especialmente reciben el mensaje de que la crianza de los hijos no es tan importante o digno de alabanza como otros trabajos. Aun así, cuando Éxodo habla de cómo seguir a Dios, lo primero que relata es la incomparable importancia de dar a luz, criar, proteger y ayudar a los niños. El primer acto de valentía en este libro lleno de acciones valientes, es la osadía de una madre, su familia y las parteras al salvar a su hijo.

El llamado de Dios a Moisés (Éxodo 2:11-3:22)

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Aunque era de origen hebreo, Moisés creció en la familia del rey de Egipto, como el nieto de Faraón. Su aversión por la injusticia estalló en un ataque letal a un hombre egipcio, al que sorprendió golpeando a un trabajador hebreo. Faraón se enteró de este acto, así que por seguridad, Moisés huyó y se convirtió en pastor en Madián, una región a varios cientos de millas al este de Egipto, en el otro lado de la Península del Sinaí. No sabemos cuánto tiempo vivió ahí exactamente, pero en ese tiempo se casó y tuvo un hijo. Además, ocurrieron dos sucesos importantes. El rey de Egipto murió, y el Señor escuchó el clamor de Su pueblo oprimido y se acordó de Su pacto con Abraham, Isaac y Jacob (Éx 2:23-25). Este acto de recordar no significa que Dios había olvidado a Su pueblo, sino que señala que estaba a punto de actuar a favor de ellos.[1] Para esto, Él llamó a Moisés.

Dios llamó a Moisés mientras él estaba trabajando. El relato de cómo ocurrió comprende seis elementos que forman un patrón evidente en las vidas de otros líderes y profetas en la Biblia. Por lo tanto, es provechoso examinar esta narrativa del llamado y considerar sus implicaciones para nosotros actualmente, especialmente en el contexto de nuestro trabajo.

Primero, Dios confrontó a Moisés y llamó su atención por medio de la zarza ardiente (Éx 3:2-5). Un incendio forestal en una zona semidesértica no es nada especial, pero Moisés se maravilló por la naturaleza de este en particular. Él escuchó su nombre y respondió, “heme aquí” (Éx 3:4). Esta es una declaración de disponibilidad, no de ubicación. Segundo, el Señor se presentó a Sí mismo como el Dios de los patriarcas y comunicó Su intención de rescatar a Su pueblo de Egipto y traerlos a la tierra que le había prometido a Abraham (Éx 3:6-9). Tercero, Dios comisionó a Moisés a que fuera a Faraón y liberara al pueblo de Dios de las manos de Egipto (Éx 3:10). Cuarto, Moisés refutó (Éx 3:11). Aunque había escuchado una poderosa revelación de quién estaba hablándole en ese momento, su preocupación inmediata fue “¿quién soy yo?” Dios respondió confortando a Moisés cuando le promete Su presencia (Éx 3:12a). Finalmente, Dios habló de una señal de confirmación (Éx 3:12b).

Estos mismos elementos están presentes en varios relatos de otros llamados en la Escritura, por ejemplo en el llamado de Gedeón, Isaías, Jeremías, Ezequiel y algunos de los discípulos de Jesús. Esta no es una fórmula estricta, ya que muchos otros llamados en la Escritura siguen un patrón diferente, pero sí sugiere que el llamado de Dios viene con frecuencia por medio de una serie extensa de encuentros que con el tiempo, guían a una persona en el camino de Dios.

 

El juez 
Gedeón

El profeta
Isaías

El profeta
Jeremías

El profeta
Ezequiel

Discípulos de Jesús en Mateo

Confrontación

6:11b-12a

6:1-2

1:4

1:1-28a

28:16-17

Presentación

6:12b-13

6:3-7

1:5a

1:28b-2:2

28:18

Comisión

6:14

6:8-10

1:5b

2:3-5

28:19-20a

Refutación

6:15

6:11a

1:6

2:6, 8

 

Confortación

6:16

6:11b-13

1:7–8

2:6-7

28:20b

Señal de confirmación

6:17-21

-

1:9-10

2:9-3:2

Posiblemente el libro de Hechos

 

Note que estos llamados no son principalmente al trabajo pastoral o religioso en una congregación. Gedeón fue un líder militar; Isaías, Jeremías y Ezequiel fueron críticos sociales y Jesús fue un rey (aunque no en el sentido tradicional). En muchas iglesias hoy en día, el término “llamado” se limita a las ocupaciones religiosas, pero esto no es así en la Escritura y ciertamente no lo es en Éxodo. Moisés mismo no fue un sacerdote ni un líder religioso (esos eran los roles de Aarón y Miriam), sino un pastor, hombre de Estado y gobernador. La pregunta que el Señor le hizo a Moisés de “¿Qué es eso que tienes en la mano?” (Éx 4:2) le da un nuevo propósito a la herramienta común de pastoreo de Moisés para usos que jamás se habría imaginado (Éx 4:3-5).

Brevard S. Childs, Memory and Tradition in Israel (London: SCM Press, 1962).

El trabajo de Dios para redimir a Israel (Éxodo 5:1-6:28)

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En el libro de Éxodo, Dios es el trabajador principal. La naturaleza y el propósito de ese trabajo divino establecen la agenda para el trabajo de Moisés, y por medio de él, el trabajo del pueblo de Dios. El llamado inicial de Dios a Moisés incluía una explicación del trabajo de Dios, lo que llevó a Moisés a hablarle a Faraón en nombre del Señor diciendo, “deja ir a mi pueblo” (Éx 5:1). La respuesta negativa de Faraón no fue simplemente verbal, sino que oprimió a los israelitas más fuertemente que antes. Para el final de este episodio, incluso los mismos israelitas se habían puesto en contra de Moisés (Éx 5:20-21). Es en este punto crucial que Dios aclaró el diseño de Su trabajo, en respuesta al cuestionamiento de Moisés acerca de todo el proyecto. Lo que leemos aquí en Éxodo 6:2-8 no solo le concierne al contexto inmediato de la opresión de Israel en Egipto, sino que también enmarca una agenda que abarca todo el trabajo de Dios en la Biblia.[1] Es importante que todos los cristianos seamos claros acerca del alcance del trabajo de Dios, porque esto nos ayuda a entender lo que significa orar que venga el reino de Dios y que se haga Su voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6:10). El cumplimiento de estos propósitos es asunto de Dios. Para lograrlo, Él involucrará a todo Su pueblo, no solamente a aquellos que hacen trabajos “religiosos”. Entender más profundamente el trabajo de Dios nos equipa para que consideremos mejor tanto la naturaleza de nuestro trabajo, como la forma en la que Dios quiere que lo hagamos.

Con el fin de apreciar mejor este texto clave, vamos a hacer algunas observaciones breves acerca de él y después propondremos cómo es relevante para la teología del trabajo. Después de una respuesta inicial de confortación a la pregunta acusatoria de Moisés acerca de la misión de Dios (Éx 5:22-6:1), Dios enmarca su respuesta más extensa con las palabras “Yo soy el Señor” al comienzo y al final (Éx 6:2, 8). Esta frase clave demarca el párrafo y le da al contenido una prioridad alta especial. Los lectores deben ser cuidadosos de notar que esta frase no comunica lo que es Dios en términos de un título, sino que revela el propio nombre de Dios y por lo tanto, habla de quien Él es.[2]Él es el Dios que hace pactos, que cumple Sus promesas, quien se apareció a los patriarcas. Por lo tanto, el trabajo que Dios está a punto de hacer por Su pueblo está fundamentado en las intenciones que Dios les ha expresado, que concretamente son multiplicar los descendientes de Abraham, engrandecer su nombre y bendecirlo para que por medio de Abraham, Dios bendijera a todas las familias de la tierra (Gn 12:2-3).

Entonces, el trabajo de Dios se presenta en cuatro partes. Estos cuatro propósitos redentores de Dios reaparecen de varias maneras a lo largo del Antiguo Testamento e incluso le dan forma a la obra cumbre del trabajo redentor de Dios en Jesucristo. Primero está el trabajo de liberación. “Os sacaré de debajo de las cargas de los egipcios, y os libraré de su esclavitud, y os redimiré con brazo extendido y con juicios grandes” (Éx 6:6). En esta labor de liberación está inherente la verdad directa de que en el mundo hay diversas formas de opresión. A veces usamos la palabra salvación para describir este trabajo de Dios, pero debemos tener cuidado de no interpretarlo como que somos rescatados de la tierra y llevados al cielo (y tampoco de la materia al espíritu) o simplemente como el perdón de pecados. El Dios de Israel liberó al pueblo entrando a su mundo y efectuando un cambio “sobre su terreno”, para decirlo de alguna manera. Éxodo no solo muestra que Dios liberó a Israel de Faraón en Egipto, sino que también pone las bases para que el rey mesiánico, Jesús, libere a Su pueblo de sus pecados y venza al diablo, el mayor tirano (Mt 1:21; 12:28).

Segundo, el Señor formará una comunidad piadosa. “Y os tomaré por pueblo Mío, y Yo seré vuestro Dios” (Éx 6:7a). Dios no liberó a Su pueblo para que ellos pudieran vivir como quisieran, ni los liberó como individuos aislados. Él quiso crear una comunidad cualitativamente diferente en la que Su pueblo viviera con Él y convivieran unos con otros en fidelidad al pacto. Todas las naciones en los tiempos antiguos tenían sus “dioses”, pero la identidad de Israel como el pueblo de Dios implicaba un estilo de vida de obediencia a todos los decretos, mandatos y leyes de Dios (Dt 26:17-18). Cuando estos valores y acciones empaparan su trato con Dios y con otros (incluso aquellos que no hacían parte del pacto), Israel demostraría cada vez más lo que significa genuinamente ser el pueblo de Dios. De nuevo, este fue el contexto para que Jesús construyera su “Iglesia”, no una estructura física de ladrillo o piedra, sino una nueva comunidad con discípulos de todas las naciones (Mt 16:18; 28:19).

Tercero, el Señor establecerá una relación permanente entre Él y Su pueblo. “Sabréis que Yo soy el Señor vuestro Dios, que os sacó de debajo de las cargas de los egipcios”. (Éx 6:7b). Todas las demás declaraciones de los propósitos de Dios comienzan con la palabra Yo, excepto esta. Aquí, el enfoque está en ellos. Dios quiere que Su pueblo se relacione con Él con certeza, con aquel que los rescató con Su gracia. Para nosotros, el conocimiento parece prácticamente equivalente a la información. El concepto bíblico del conocimiento abarca esta noción, pero también incluye experiencias interpersonales de conocer a otros. Decir que Dios no se dio a “conocer” a Sí mismo como “SEÑOR” a Abraham, no significa que Abraham no fuera consciente del nombre divino “YHWH” (Gn 13:4 21:33). Esto significa que Abraham y su familia no habían experimentado personalmente el significado de este nombre como una descripción de su Dios, el que cumple sus promesas, quien pelearía a favor de Su pueblo para liberarlos de la esclavitud a escala nacional.[3] En última instancia, esto lo retoma Jesús, cuyo nombre “Emanuel” significa “con nosotros”, en relación (Mt 1:23).

Cuarto, Dios quiere que Su pueblo experimente la buena vida. “Y os traeré a la tierra que juré dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, y os la daré por heredad” (Éx 6:8). Dios le prometió a Abraham la tierra de Canaán, pero no es correcto simplemente decir que esta “tierra” es equivalente a nuestro concepto de “región”. Es una tierra de promesa y provisión, que se describe común y positivamente como una que “mana leche y miel” (Éx 3:8), lo que resalta su naturaleza simbólica como un lugar en el cual viven Dios y Su pueblo en condiciones ideales, algo que entendemos como la “vida abundante”.[4]  Una vez más, vemos que el trabajo de Dios de salvación es un modo de reparar toda Su creación: el ambiente físico, las personas, la cultura, la economía, todo. Esta también es la misión de Jesús al poner en marcha la venida del reino de Dios, en donde los mansos heredan la tierra y experimentan la vida eterna (Mt 5:5; Jn 17:3).[5] Esto se completa en la Nueva Jerusalén de Apocalipsis 21 y 22. De esta manera, Éxodo define el camino para todo el resto de la Biblia.

Consideremos la forma en la que nuestro trabajo en la actualidad puede expresar estos cuatro propósitos redentores. Primero, la voluntad de Dios es liberar a las personas de la opresión y las condiciones dañinas de la vida. Algunos de esos trabajos rescatan a las personas de los peligros físicos, y otros se concentran en mitigar el trauma físico y emocional. El trabajo de sanar impacta a las personas de forma individual; aquellos que crean soluciones políticas para nuestras necesidades pueden bendecir sociedades enteras y diversos tipos de personas. Los trabajadores del campo del orden público y el sistema judicial deben contener y castigar a aquellos que hacen el mal, proteger a las personas y preocuparse por las víctimas. Dada la magnitud extendida de la opresión en el mundo, siempre habrá múltiples oportunidades y medios para trabajar en pro de la liberación.

El segundo y el tercer propósito (comunidad y relación) están estrechamente relacionados. El trabajo piadoso que favorece la paz y la verdadera armonía en el cielo enriquecerá la misericordia y la justicia en la tierra. Este es el punto esencial del discurso de Pablo a los corintios: por medio de Cristo, Dios nos reconcilió consigo mismo y así nos dio el mensaje y el ministerio de la reconciliación (2Co 5:16-20). Los cristianos hemos experimentado esta reconciliación y por lo tanto, tenemos la motivación y los medios para hacer esta clase de trabajo. El trabajo del evangelismo y el desarrollo espiritual cumple con una dimensión del tema; el trabajo de la paz y la justicia cumplen con el aspecto interpersonal. En esencia, los dos son inseparables y aquellos que trabajan en estos campos hacen bien al recordar la naturaleza holística de lo que Dios está haciendo. Jesús enseñó que somos la luz del mundo y por esa razón debemos dejar que nuestra luz brille delante de otros (Mt 5:14-16).

Construir relaciones y comunidad puede ser el objetivo de nuestro trabajo, como es el caso de los organizadores comunitarios, las personas que trabajan con jóvenes, directores sociales, planeadores de eventos, gestores de comunidades digitales, padres y miembros de familias, y muchos más. Pero estos aspectos también pueden hacer parte de nuestro trabajo, no importa la ocupación que tengamos. Día a día cumplimos estos dos propósitos del trabajo cuando le damos la bienvenida y ayudamos a los trabajadores nuevos, al preguntar y escuchar a los demás cuando hablan sobre temas relevantes, cuando nos tomamos el trabajo de conocer a alguien en persona, cuando enviamos una nota de ánimo, al compartir una foto memorable, al traer buena comida para compartir, cuando incluimos a otra persona en una conversación o con otros de los múltiples actos de camaradería.

Finalmente, el trabajo piadoso promueve la buena vida. Dios guio a Su pueblo a salir de Egipto y entrar en la tierra prometida, donde podían establecerse, vivir y desarrollarse. Aun así, lo que Israel experimentó allí fue algo muy diferente a lo que era lo ideal para Dios. De igual forma, lo que los cristianos experimentamos en el mundo tampoco es ideal. La promesa de entrar al descanso de Dios sigue abierta (Heb 4:1) y todavía estamos esperando el nuevo cielo y la nueva tierra. Sin embargo, muchas de las leyes del pacto que Dios dio por medio de Moisés tienen que ver con el tratamiento ético de los unos con los otros. Es determinante entonces que la bendición de Dios se dé en la forma en la que vivimos y trabajamos con otros. Visto desde el lado negativo, ¿cómo podemos esperar de forma razonable que todas las familias de la tierra experimenten la bendición de Dios a través de nosotros (el pueblo de Abraham por medio de la fe en Cristo), si nosotros mismos ignoramos las instrucciones de Dios sobre cómo vivir y hacer nuestro trabajo? Como afirmó Christopher Wright, “tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios está llamado a ser luz para las naciones, pero no puede haber luz para las naciones si no brillan las vidas transformadas de un pueblo santo”.[6] Por tanto, queda claro que esta clase de “buena vida” no tiene nada que ver con una prosperidad egoísta y desmesurada ni con el consumo ostentoso, ya que abarca el espectro amplio de la vida como Dios quiere que sea: llena de amor, justicia y misericordia.

Elmer Martens, God’s Design: A Focus on Old Testament Theology [El diseño de Dios: un enfoque en la teología del Antiguo Testamento], 3ª ed. (Grand Rapids: Baker, 1994). Esta sección se encuentra después del análisis de Martens del esquema de cuatro partes del diseño de Dios.

Algunas versiones de la Biblia en inglés y español tienen la convención de usar la palabra “SEÑOR” (en letras mayúsculas pequeñas como distinción de la palabra “Señor”) para representar el nombre Hebreo de Dios, YHWH.

La literatura en la teología del Antiguo Testamento en este punto es inmensa, tanto en alcance como en profundidad del análisis. Esto es entendible, dada la importancia fundamental de la autorrevelación de Dios. Proporcionar incluso un resumen de los asuntos y enfoques para este tema excede el alcance de este artículo. Para una discusión idónea de lo que está en juego y un mayor entendimiento de la posición que se toma en este artículo, consulte Bruce K. Waltke y Charles Yu, An Old Testament Theology: An Exegetical, Canonical, and Thematic Approach [Una teología del Antiguo Testamento: Un enfoque exegético, canónico y temático] (Grand Rapids: Zondervan, 2007), 359-69.

Elmer A. Martens, God’s Design: A Focus on Old Testament Theology, 3rd ed. (Grand Rapids: Baker, 1994), 10.

Para más información sobre la tierra en el Nuevo Testamento, consulte Waltke y Yu, 558-87.

Christopher J. H. Wright, The Mission of God: Unlocking the Bible’s Grand Narrative [La misión de Dios: Descubriendo el gran mensaje de la Biblia] (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2006), 358.

Moisés y Aarón anuncian el juicio de Dios a Faraón (Éxodo 7:1-12:51)

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El primer paso de Dios para la liberación fue enviar a Moisés y Aarón a decirle a Faraón “que deje salir de su tierra a los hijos de Israel” (Éx 7:2). Para esta tarea, Dios usó la destreza natural de Aarón para hablar en público (Éx 4:14; 7:1). Él también equipó a Aarón con una habilidad que sobrepasaba la de los altos oficiales de Egipto (Éx 7:10-12). Esto nos recuerda que la misión de Dios requiere tanto palabras como acciones.

Faraón se rehusó a escuchar la exigencia de Dios de dejar libre de la esclavitud a Israel por medio de Moisés. A su vez, Moisés anunció el juicio de Dios a Faraón por medio de una serie intensa y creciente de desastres naturales (Éx 7:17-10:29). Estos desastres causaron el sufrimiento individual y más significativamente, afectaron de forma drástica la capacidad productiva de la tierra y del pueblo de Egipto. La enfermedad hizo que los ganados murieran (Éx 9:6). Los cultivos fracasaron y los bosques se arruinaron (Éx 9:25). Las plagas invadieron múltiples ecosistemas (Éx 8:6, 24; 10:13-15). En Éxodo, el desastre ecológico es la retribución de Dios por la tiranía y la opresión de Faraón. En el mundo moderno, la opresión política y económica es un factor importante en el deterioro ambiental y el desastre ecológico. Sería necio pensar que nosotros podríamos tomar la autoridad de Moisés y declarar el juicio de Dios en alguno de estos aspectos, pero podemos ver que así como la economía, la política, la cultura y la sociedad necesitan la redención, el medioambiente también.

Cada una de estas advertencias en acción convencieron a Faraón de liberar a Israel, pero mientras pasaban, él se retractó. Finalmente, Dios permitió que todos los primogénitos entre el pueblo y los animales de Egipto murieran (Éx 12:29-30). El efecto espantoso de la esclavitud es que “endurece” los corazones en contra de la compasión, la justicia e incluso la auto-conservación, como descubrió pronto Faraón (Éx 11:10). Entonces Faraón aceptó la exigencia de Dios de dejar libre a Israel. Al salir, los israelitas “despojaron” a los egipcios de sus objetos de plata y oro y ropa (Éx 12:35-36). Esto invirtió los efectos de la esclavitud, que era el despojo legal de los trabajadores explotados. Cuando Dios libera personas, Él restaura su derecho de trabajar por los frutos que ellos mismos pueden disfrutar (Is 65:21-22). El trabajo y las condiciones bajo las que se lleva a cabo son temas de gran interés para Dios.

Israel en el Mar Rojo y camino al Sinaí (Éxodo 13:17-18:27)

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La manifestación principal del trabajo de Dios se materializó de una forma espectacular cuando Dios guio a Su pueblo a través del Mar Rojo, al liberarlos de la cautividad tiránica de Egipto. El mismo Dios que había separado las aguas del caos y creado la tierra seca, el que cuidó a la familia de Noé en el diluvio y los llevó a tierra seca, se encargó de “dividir” las aguas del Mar Rojo y guio a Israel a que cruzaran por “tierra seca” (Éx 14:21-22). La historia de la creación y redención de Dios continúa con el viaje de Israel desde Egipto hasta el Sinaí. Aunque Moisés, Aarón y otros personajes trabajan arduamente, Dios es el verdadero trabajador.

La labor de justicia entre el pueblo de Israel (Éxodo 18:1-27)

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Durante el viaje de Egipto al Sinaí, Moisés se volvió a encontrar con su suegro Jetro. Él era un desconocido para los israelitas, pero le dio el consejo que tanto necesitaba Moisés respecto a la justicia en la comunidad. El trabajo de Dios de redención para Su pueblo se extendió al trabajo de justicia entre Su pueblo. Israel ya había experimentado el trato injusto a manos de los egipcios. Afuera y por su cuenta, ellos buscaron correctamente las respuestas de Dios para sus propios conflictos. Walter Brueggemann ha advertido que la fe bíblica no se trata solamente de contar la historia de lo que Dios ha hecho; también se trata “del trabajo duro y constante de alimentar y practicar la pasión diaria de la sanación y la restauración, y el rechazo diario de las ganancias deshonestas”.[1]

Algo que aprendimos al comienzo sobre Moisés es que tenía el deseo de mediar entre las personas involucradas en disputas. Inicialmente, cuando Moisés trató de intervenir, lo reprocharon diciendo, “¿Quién te ha puesto de príncipe o de juez sobre nosotros?” (Éx 2:14). Pero en este episodio vemos todo lo contrario. Moisés es tan solicitado por ser el gobernador y el juez, que una multitud de personas que necesitan escuchar sus decisiones se reúnen a su alrededor “desde la mañana hasta el atardecer” (Éx 18:14; ver también Dt 1:9-18). Aparentemente, el trabajo de Moisés tiene dos aspectos. El primero era brindar soluciones legales para las personas que tenían pleitos. El segundo era enseñar los estatutos y las instrucciones de Dios a aquellos que buscaban una guía moral y religiosa.[2] Jetro notó que Moisés era el único encargado de este noble trabajo y consideró que el procedimiento era insostenible. “No está bien lo que haces” (Éx 18:17). Además, esto era perjudicial para Moisés e insatisfactorio para las personas que estaba tratando de ayudar. La solución de Jetro fue dejar que Moisés siguiera haciendo lo que solamente él estaba calificado para hacer como representante de Dios: interceder con Dios por el pueblo, enseñarles y tomar las decisiones en los casos difíciles. Todos los demás casos se debían delegar a jueces subordinados, quienes trabajaban en un sistema de administración judicial de cuatro niveles.

Las aptitudes de estos jueces son la clave de la sabiduría del plan, ya que no se seleccionaban de acuerdo con las divisiones tribales del pueblo o su madurez religiosa, sino que debían reunir cuatro requisitos especiales (Éx 18:21). Primero, debían ser capaces. La expresión hebrea “hombres de hayil” implica habilidad, liderazgo, administración, recursividad y respeto.[3] Segundo, debían ser “temerosos de Dios”. Tercero, debían ser “veraces”. Ya que la verdad es tanto un concepto abstracto como una forma de actuar, estas personas debían tener un historial público de poseer un carácter y conducta honesta. Finalmente, debían aborrecer las ganancias deshonestas. Debían saber cómo y por qué ocurre la corrupción, detestar la práctica del soborno y toda clase de subversión, y proteger el proceso judicial de estos males de forma activa.

La delegación es esencial en el trabajo del liderazgo. Aunque Moisés era el único que tenía la capacidad de ser profeta, gobernador y juez, él no tenía capacidades infinitas. Cualquiera que se imagine que solamente él o ella es capaz de hacer bien el trabajo de Dios, ha olvidado lo que significa ser humano. Por lo tanto, la capacidad de liderazgo es en última instancia la habilidad de delegar la autoridad a otros apropiadamente. Así como Moisés, el líder debe discernir los requisitos necesarios, capacitar a aquellos que van a ejercer la autoridad y desarrollar maneras en las que ellos puedan rendir cuentas. El líder también debe rendirle cuentas a alguien. En este caso, Moisés lo hizo con Jetro, y el pasaje es extraordinariamente franco al mostrar cómo, incluso el más grande de todos los profetas del Antiguo Testamento, tuvo que ser confrontado por alguien para que rindiera cuentas de sus actos. El liderazgo sabio, firme y compasivo es un regalo de Dios que todas las comunidades humanas necesitan. Sin embargo, Éxodo nos muestra que no se trata principalmente de que un líder capacitado asuma la autoridad sobre las personas, sino que se trata del proceso de Dios para que una comunidad desarrolle estructuras de liderazgo en las que las personas capacitadas puedan tener éxito. La delegación es la única forma de incrementar la capacidad de una institución o comunidad y también es la forma de desarrollar futuros líderes.

El hecho de que Moisés aceptara este consejo tan pronto y al pie de la letra puede ser una evidencia de su desesperación. Pero en una escala más amplia, también podemos ver que Moisés (el hebreo y heredero de las promesas de Abraham) estaba totalmente dispuesto a escuchar la sabiduría de Dios por medio de un sacerdote de Madián. Esta observación puede animar a los cristianos a recibir y respetar los comentarios de una amplia gama de tradiciones y religiones, principalmente en temas de trabajo. Hacer esto no representa necesariamente una marca de deslealtad a Cristo, no expone una falta de confianza en nuestra propia fe y tampoco es una concesión indebida al pluralismo religioso. Por el contrario, citar con demasiada frecuencia la sabiduría bíblica incluso podría representar un testimonio deficiente, ya que al hacerlo, los demás podrían percibir que somos cerrados y posiblemente inseguros. Los cristianos hacemos lo correcto al discernir detalladamente el consejo que tomamos, ya sea que venga de adentro o de afuera, pero en el análisis final, estamos seguros de que “toda verdad es la verdad de Dios”.[4]

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus” [El libro de Éxodo] en vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus [La biblia del nuevo intérprete: de Génesis a Levítico] (Nashville: Abingdon Press, 1994), 829.

Umberto Moshe David Cassuto, A Commentary on the Book of Exodus [Comentario sobre el libro de Éxodo] (Skokie, IL: Varda Books, 2005), 219.

Para más información acerca de la palabra hayil, consulte Bruce Waltke y Alice Matthews, Proverbs and Work [Proverbios y el trabajo], Proverbios 31:10-31, comenzando con la sección “The Valiant Woman” [La mujer valiente] en www.theologyofwork.org.

Arthur Holmes, All Truth is God’s Truth [Toda verdad es la verdad de Dios] (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1983).

Israel en el Monte Sinaí (Éxodo 19:1-40:38)

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En el Monte Sinaí, el Señor le entregó a Moisés los diez mandamientos. Como lo dice NIV Study Bible [La Biblia de estudio de la NVI], “los diez mandamientos son los requisitos esenciales del pacto de Dios con Israel hecho en el Sinaí y su efecto en lo que sigue en la historia es de vital importancia. Estos mandatos constituyen la base de los principios morales que se encuentran en todo el mundo occidental y resumen lo que el único Dios verdadero espera de Su pueblo en términos de fe, adoración y conducta”.[1] Como veremos, el rol de la ley israelita para los cristianos es objeto de una gran controversia. Por estas razones, estaremos atentos a lo que dice como tal el texto de Éxodo, ya que es lo que tenemos en común. Al mismo tiempo, esperamos ser conscientes y respetuosos de las diferentes formas en las que los cristianos encuentran enseñanzas a partir de esta porción de la Biblia.

Kenneth Barker, ed., The NIV Study Bible [La Biblia de estudio de la NVI] (Grand Rapids: Zondervan, 1999), 269.

El significado de la ley en Éxodo (Éxodo 19:1-24:18)

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Es importante comenzar reconociendo que Éxodo es una parte integral de un todo, que es la Escritura, no una figura legal aislada. Christopher Wright escribió:

La opinión común de que la Biblia es un código moral para los cristianos se queda muy corta respecto a lo que en realidad es y hace la Escritura. Fundamentalmente, la Biblia es la historia de Dios, la tierra y la humanidad; es la historia de lo que ha salido mal, lo que Dios ha hecho para remediarlo y lo que aguarda en el futuro de acuerdo con el plan soberano del Señor. Sin embargo, la enseñanza moral sí tiene un lugar vital dentro de esa gran narrativa. La historia de la Biblia es la historia de la misión de Dios. La exigencia de la Biblia es que los seres humanos respondan apropiadamente. La misión de Dios requiere e incluye la respuesta humana y ciertamente nuestra misión incluye la dimensión ética de esa respuesta.[1]

La palabra ley en español es una traducción tradicional aunque imprecisa de la palabra clave hebrea Torah. Este término es crucial en el asunto en cuestión y nos ayudará a aclarar cómo funciona en realidad esta palabra hebrea en la Biblia. La palabra Torah aparece una vez en Génesis en el sentido de instrucción de Dios, la cual obedeció Abraham. Se puede referir a instrucciones que un ser humano da a otro (Sal 78:1). Sin embargo, cuando se refiere a algo que viene de Dios, la palabra Torah en el Pentateuco y el resto del Antiguo Testamento designa un estándar de conducta para el pueblo de Dios en cuanto a asuntos ceremoniales de adoración formal, así como estatutos para la conducta civil y social.[2] La noción bíblica de la Torá transmite el sentido de “instrucción de autoridad divina”. Este concepto se diferencia bastante de nuestra percepción moderna de la ley como un conjunto de códigos elaborados y decretados por legisladores o leyes “naturales”. En algunas ocasiones, para resaltar la naturaleza abundante e instructiva de la ley en Éxodo, no usaremos una traducción sino que nos referiremos a esta como la Torá.

En Éxodo es claro que la Torá, en el sentido de un conjunto de instrucciones específicas, es parte del pacto y no al revés. En otras palabras, el pacto como un todo describe la relación que Dios ha establecido entre Él mismo y Su pueblo como resultado del acto de liberación que realizó a favor de los israelitas (Éx 20:2). Como el rey del pacto del pueblo, Dios especifica cómo desea que Israel adore y se comporte y el compromiso de Israel de obedecer es una respuesta al regalo de Dios del pacto (Éx 24:7). Esto es relevante en nuestra comprensión de la teología del trabajo. La forma en la que discernimos cuál es la voluntad de Dios para nuestro comportamiento en el trabajo y la forma en la que la ponemos en práctica allí, están envueltas por la relación que Dios ha establecido con nosotros. En términos cristianos, amamos a Dios porque Él nos amó primero y demostramos ese amor en la forma en la que tratamos a los demás (1Jn 4:19-21). La naturaleza contundente del mandato de Dios de amar a nuestro prójimo implica que Dios quiere que lo pongamos en práctica en todas partes, independientemente de si estamos en una iglesia, un café, en casa, un lugar público o en nuestro lugar de trabajo.

Christopher J. H. Wright, The Mission of God: Unlocking the Bible’s Grand Narrative (Downer's Grove, IL: IVP Academic, 2006), 357-58.

Peter Enns, “Law of God” [Ley de Dios], en New International Dictionary of Old Testament Theology and Exegesis [Nuevo diccionario internacional de teología y exégesis del Antiguo Testamento], ed. Willem A. VanGemeren (Grand Rapids: Zondervan, 1997), 4:893. La palabra también se refiere a un conjunto de textos en el que la base histórica del libro de Deuteronomio se denomina “el Libro de la Ley” (Deuteronomio 31:26). Tradicionalmente, todo el Pentateuco se llama “la Torá”.

El rol de la ley para los cristianos (Éxodo 20:1-24:18)

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Para un cristiano puede ser difícil preparar una enseñanza a partir de un versículo del libro de Éxodo o especialmente Levítico, y después plantear cómo se podría aplicar actualmente. Cualquier persona que lo intente debe prepararse para una respuesta como, “Claro, pero la Biblia también permite la esclavitud y ¡dice que no podemos comer tocino ni camarones! Además, no creo que a Dios realmente le importe si mi ropa está hecha de una mezcla de algodón y poliéster” (Éx 21:2-11; Lv 11:7, 12; y Lv 19:19, respectivamente). Debido a que esto ocurre incluso dentro de los círculos cristianos, no deberíamos sorprendernos cuando encontramos dificultades al aplicar la Biblia al tema del trabajo en la esfera pública. ¿Cómo vamos a saber lo que aplica hoy en día y lo que no? ¿Cómo evitamos que nos acusen de ser inconsistentes cuando usamos la Biblia? Más importante aún, ¿cómo permitimos que la palabra de Dios realmente transforme todas las áreas de nuestra vida? Uno de los retos en esta labor se presenta por causa de la diversidad de leyes en Éxodo y el Pentateuco. Otro viene de la variedad de formas en las que los cristianos entendemos y aplicamos la Torá y el Antiguo Testamento en relación con Cristo y el Nuevo Testamento. Aun así, el tema de la Torá en el cristianismo es crucial y se debe abordar para obtener cualquier aplicación que ofrezca esta parte de la Biblia respecto a nuestro trabajo. A continuación lo trataremos de una forma breve, cuyo objetivo es ser útil sin ser demasiado limitada.

La relación del Nuevo Testamento con la ley es compleja. Incluye lo que dijo Jesús, que “no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley” (Mt 5:18) y la afirmación de Pablo de que “hemos quedado libres de la ley… en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra” (Ro 7:6). Estas no son dos afirmaciones opuestas, sino que son dos formas de indicar una realidad común: la Torá les sigue revelando el regalo de Dios de la justicia, la sabiduría y la transformación interna a aquellos a quienes les ha dado nueva vida en Cristo. La Torá fue dada por Dios como una expresión de Su naturaleza santa y como una consecuencia de la grandiosa liberación que llevó a cabo. Cuando leemos la Torá, nos damos cuenta de nuestra pecaminosidad innata y nuestra necesidad de un remedio para que podamos vivir en paz con Dios y unos con otros. Dios espera que Su pueblo obedezca Sus instrucciones poniéndolas en práctica en problemas reales de la vida, sean grandes o pequeños. La naturaleza específica de algunas leyes no significa que Dios es un perfeccionista poco realista. Estas leyes nos ayudan a entender que ningún asunto que enfrentemos es demasiado pequeño o insignificante para Dios. Además, la Torá no se trata únicamente del comportamiento externo, ya que aborda temas del corazón, tales como la codicia (Éx 20:17). Más adelante, Jesús condenó no solo el asesinato y el adulterio, sino también las raíces de ira y lujuria (Mt 5:22, 28).

Sin embargo, obedecer la Torá aplicándola a los asuntos reales de la vida en la actualidad, no es lo mismo que repetir las acciones de Israel de hace miles de años. Desde el Antiguo Testamento vemos indicios de que algunas partes de la ley no fueron diseñadas para ser permanentes. Ciertamente, el tabernáculo no fue una estructura permanente e incluso el templo fue derribado por los enemigos de Israel (2R 25:9). El mismo Jesús habló de Su propia muerte sacrificial y resurrección cuando dijo que en tres días Él levantaría el “templo” destruido (Jn 2:19). En un sentido importante, Él personificaba todo lo que representaba el templo junto con su sacerdocio y sus actividades. La declaración de Jesús acerca del alimento —que no es lo que entra en la persona lo que contamina— significaba que las leyes específicas del pacto mosaico referentes a los alimentos ya no tenían vigencia (Mr 7:19).[1] Además, en el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios vive en diferentes países y culturas alrededor del mundo en donde no tienen autoridad legal de aplicar las sanciones de la Torá. Los apóstoles consideraron tales cuestiones y bajo la guía del Espíritu Santo, decidieron que los aspectos específicos de la ley judía no aplicaban en general para los cristianos gentiles (Hch 15:28-29).

Cuando le preguntaron a Jesús cuáles mandamientos eran más importantes, Su respuesta no fue controversial a la luz de la teología de Su época. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mr 12:30-31).[2] Gran parte del nuevo Testamento confirma la Torá, no solo en cuanto a sus mandatos en contra del adulterio, el asesinato, el robo y la codicia, sino también en sus mandatos a favor de amarse los unos a los otros (Ro 13:8-10; Gá 5:14). Timothy Keller afirma que, “La venida de Cristo cambió nuestra forma de adorar pero no la de vivir”.[3]  Esta no es una sorpresa, dado que en el nuevo pacto, Dios dijo que pondría Su ley dentro de Su pueblo y la escribiría sobre sus corazones (Jer 31:33; Lc 22:20). La fidelidad de Israel a las leyes del pacto mosaico dependían de su determinación para obedecerlas. Al final, solo Jesús lo pudo lograr. Por otra parte, esto no funciona de la misma manera con los creyentes del nuevo pacto. De acuerdo con Pablo, “servimos a Dios de una manera nueva por medio del Espíritu” (Ro 7:6 PDT).

Para nuestros propósitos al considerar la teología de trabajo, la explicación anterior plantea varios puntos que pueden ayudarnos a entender y aplicar las leyes de Éxodo relacionadas con el trabajo. Las leyes específicas acerca del tratamiento correcto de trabajadores, animales y propiedades expresan valores constantes de la naturaleza misma de Dios. Se deben tomar con seriedad pero no al pie de la letra. Por una parte, los componentes de los diez mandamientos se formulan en términos generales y se pueden aplicar libremente en diversos contextos. Por otra parte, las leyes particulares respecto a siervos, ganado y lesiones corporales ejemplifican las aplicaciones en el contexto histórico y social específico del Israel antiguo, especialmente en las áreas que eran controversiales en ese tiempo. Estas leyes ilustran el comportamiento correcto pero no incluyen todas las posibles aplicaciones. Los cristianos honramos a Dios y Su ley no solamente regulando nuestro comportamiento, sino también permitiendo que el Espíritu Santo transforme nuestras actitudes, motivaciones y deseos (Ro 12:1-2). Hacer algo diferente equivale a eludir el trabajo y la voluntad de nuestro Señor y Salvador. En todo momento, los cristianos deberíamos buscar de qué maneras el amor puede guiar nuestras normas y comportamientos.

Tim Keller, “Keller on Rules of the Bible: Do Christians Apply them Inconsistently?” [Keller, sobre las reglas de la Biblia: ¿los cristianos las aplican de forma inconsistente?] The Gospel Coalition, http://thegospelcoalition.org/blogs/tgc/2012/07/09/making-sense-of-scriptures-inconsistency/.

James Tabor y Randall Buth, Living Biblical Hebrew for Everyone [Hebreo bíblico vivo para todos] (Pasadena, CA: Internet language Corp., 2003).

Tim Keller, “Keller on Rules of the Bible: Do Christians Apply them Inconsistently?” [Reglas de la Biblia]. The Gospel Coalition, http://thegospelcoalition.org/blogs/tgc/2012/07/09/making-sense-of-scriptures-inconsistency/.

Instrucciones sobre el trabajo (Éxodo 20:1-17 y 21:1-23:9)

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El “libro del pacto” de Israel (Éx 24:7) abarca los diez mandamientos, también conocidos como el Decálogo (literalmente, las “palabras”, Éx 20:1-17), y las ordenanzas de Éxodo 21:1 al 23:19. Los diez mandamientos se formulan como mandatos generales, que indican lo que se debe y no se debe hacer. Las ordenanzas son un conjunto de leyes derivadas de casos, que aplican los valores del Decálogo en situaciones específicas, usando el formato “si… entonces”. Estas leyes se ajustan al contexto social y económico del Israel antiguo. No son un código legal exhaustivo, pero funcionan como modelos, cumplen con reducir los peores excesos y establecen un precedente legal para manejar los casos difíciles.[1]

Gordon J. Wenham, Exploring the Old Testament, A Guide to the Pentateuch [Explorando el Antiguo Testamento, Una guía al Pentateuco], vol. 1 (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2008), 71.

Los diez mandamientos (Éxodo 20:1-17)

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Los diez mandamientos son la expresión suprema de la voluntad de Dios en el Antiguo Testamento, y ameritan una atención especial de nuestra parte. Se deben considerar no como los diez mandamientos más importantes entre muchos otros, sino como un compendio de la Torá. La base de toda la Torá reposa en los diez mandamientos y dentro de ellos podemos encontrar toda la ley. Jesús expresó la unidad esencial de los diez mandamientos con el resto de la ley cuando resumió la ley en las famosas palabras, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mt 22:37-40). Toda la ley (junto con los profetas) se manifiesta cada vez que se muestran los diez mandamientos.

La unidad esencial de los diez mandamientos con el resto de la ley y su continuidad con el Nuevo Testamento, nos invita a aplicarlos al trabajo actual ampliamente a la luz del resto de la Escritura. Es decir, cuando aplicamos los diez mandamientos, tendremos en cuenta pasajes de la Escritura que se relacionan y que están tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

“No tendrás otros dioses delante de mí” (Éxodo 20:3)
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El primer mandamiento nos recuerda que todo lo que está en la Torá surge del amor que tenemos por Dios, lo que a su vez es una respuesta al amor que Él tiene por nosotros. Dios demostró este amor por medio de la liberación de Israel “de la casa de servidumbre” en Egipto (Éx 20:2). Nada en la vida debería interesarnos más que nuestro deseo de amar y ser amados por Dios. Si tenemos algún otro interés mayor que el de amar Dios, no se trata tanto de que estemos rompiendo las reglas de Dios, sino que en realidad no tenemos una relación con Él. El otro interés —ya sea dinero, poder, seguridad, reconocimiento, sexo o cualquier otro— se ha convertido en nuestro dios. Este dios tendrá sus propios mandamientos, los cuales no concuerdan con los de Dios, e inevitablemente incumpliremos la Torá al obedecer sus requerimientos. Obedecer los diez mandamientos solo es posible para aquellos que empiezan por no tener otro dios aparte de Dios.

En el campo del trabajo, esto significa que no debemos permitir que el trabajo o sus requerimientos y frutos desplacen a Dios como nuestro mayor interés en la vida. Como dice David Gill, “nunca permita que nada ni nadie amenace con tomar el lugar principal de Dios en su vida”.[1] Ya que la motivación principal de muchas personas en el trabajo es el beneficio económico, probablemente el deseo desmedido de dinero es el riesgo más común respecto al primer mandamiento. Jesús nos advirtió específicamente acerca de este peligro. “Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24). Sin embargo, casi todo lo relacionado con el trabajo se puede enredar con nuestros deseos, al punto de interferir con nuestro amor por Dios. ¿Cuántas carreras terminan de manera trágica porque los medios para alcanzar las metas por amor a Dios —tales como el poder político, la sostenibilidad financiera, el compromiso con el trabajo, la posición entre los pares, o el desempeño superior— se vuelven fines en sí mismos? Cuando por ejemplo, el reconocimiento en el trabajo se vuelve más importante que el carácter en el trabajo, ¿no es esta una señal de que la reputación está desplazando el amor a Dios al convertirse en el interés supremo?

Un criterio práctico es preguntarnos si nuestro amor por Dios se refleja en la manera en la que tratamos a las personas en el trabajo. “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4:20-21). Si ponemos nuestros intereses individuales por encima de nuestro interés por los compañeros de trabajo, nuestros jefes y otras personas alrededor, entonces hemos convertido nuestros intereses individuales en nuestro dios. Concretamente, si tratamos a las personas como cosas para manipular, obstáculos para vencer, instrumentos para obtener lo que queremos, o simplemente objetos neutrales en nuestro campo visual, entonces demostramos que no amamos a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente.

En este contexto, podemos comenzar a nombrar algunas acciones relacionadas con el trabajo que tienen un alto potencial de interferir con nuestro amor por Dios. Por ejemplo, hacer un trabajo que atente contra nuestra conciencia; trabajar en una organización en la que tenemos que herir a otros para ser exitosos; trabajar tanto que no tengamos tiempo para orar, adorar, descansar y afianzar nuestra relación con Dios de otras maneras; trabajar en medio de personas que nos incitan a bajar nuestros estándares morales o nos lleven a amar algo diferente a Dios; trabajar en un lugar donde el alcohol, el abuso de drogas, la violencia, el acoso sexual, la corrupción, el irrespeto, el racismo y otros tipos de tratos inhumanos deterioren la imagen de Dios en nosotros y en las personas que encontramos en nuestro trabajo. Si es posible, sería sabio encontrar formas de evitar estos peligros en el trabajo —incluso si eso significa buscar otro trabajo. Si esto no es posible, al menos debemos reconocer que necesitamos ayuda para preservar nuestro amor por Dios al realizar nuestro trabajo.

David W. Gill, Doing Right: Practicing Ethical Principles [Hacer lo correcto: practicando principios éticos] (Downers Grove, IL: IVP Books, 2004), 83. El libro de Gill merece una atención especial, ya que contiene una exégesis y aplicación extendida de los diez mandamientos en el mundo moderno.

“No te harás ídolo” (Éxodo 20:4)
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El segundo mandamiento plantea el tema de la idolatría. Los ídolos son dioses que creamos nosotros mismos, dioses que no tienen nada que no hayamos originado nosotros, dioses que sentimos que controlamos. En tiempos antiguos, la idolatría se evidenciaba en la adoración de objetos físicos, pero el problema realmente radica en la confianza y la devoción. ¿En qué basamos principalmente nuestra esperanza de bienestar y éxito? Cualquier cosa que no sea capaz de hacer efectiva nuestra esperanza —quiere decir, nadie aparte de Dios— es un ídolo, sea o no un objeto físico. La historia de una familia que forja un ídolo con la intención de manipular a Dios y las desastrosas consecuencias personales, sociales y económicas que esto causó, se relatan de forma memorable en Jueces 17 al 21.

En el mundo del trabajo, es común y correcto señalar que el dinero, la fama y el poder son ídolos potenciales. Estos como tal no representan ídolos, y de hecho pueden ser necesarios para que desempeñemos nuestros roles en el trabajo creativo y redentor de Dios en el mundo. Aun así, cuando nos imaginamos que tenemos el control absoluto sobre estos, o que al lograrlos garantizamos nuestra seguridad y prosperidad, hemos comenzado a caer en idolatría. Lo mismo puede ocurrir con casi todos los demás elementos del éxito, incluyendo la preparación, el trabajo duro, la creatividad, el riesgo, la riqueza y otros recursos, y las circunstancias favorables. Como trabajadores, debemos reconocer la importancia de estos aspectos; como hijos de Dios, debemos reconocer cuándo comenzamos a idolatrarlos. Por la gracia de Dios podemos vencer la tentación de adorar estos elementos que son buenos por sí mismos. El desarrollo de la sabiduría y la habilidad genuinamente piadosas en cualquier tarea es “para que tu confianza esté en el Señor” (Pro 22:19; énfasis agregado).

El elemento característico de la idolatría es que un ídolo por naturaleza es creado por un ser humano. En el trabajo, un peligro de la idolatría surge cuando pensamos que nuestro poder, conocimiento y opiniones son la verdad absoluta. Cuando dejamos de evaluarnos a nosotros mismos con los estándares que establecemos para otros, dejamos de escuchar las ideas de los demás o buscamos doblegar a aquellos que están en desacuerdo con nosotros, ¿no nos estamos comenzando a convertir en ídolos?

“No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano” (Éxodo 20:7)
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El tercer mandamiento le prohíbe al pueblo darle un uso indebido al nombre de Dios. Esto no se limita al nombre “YHWH” (Éx 3:15), sino que incluye “Dios”, “Jesús”, “Cristo”, etc. Pero, ¿qué significa tomar Su nombre en vano? Por supuesto, esto incluye el uso irrespetuoso al maldecir, calumniar y blasfemar. Pero de igual forma, incluye el atribuirle a Dios los designios humanos equivocadamente. Esto nos prohíbe declarar que nuestras acciones o decisiones tienen la autoridad de Dios. Lamentablemente, pareciera que algunos cristianos creen que seguir a Dios en el trabajo consiste en hablar de Dios basándose en su comprensión individual, en vez de hacerlo trabajando con otros de forma respetuosa o haciéndose responsables de sus actos. Es muy peligroso decir, “es la voluntad de Dios que…” o “Dios te está impulsando a…”, y casi nunca es válido cuando lo dice alguien sin el discernimiento de la comunidad de la fe (1Ts 5:20-21). Desde este punto de vista, la renuencia tradicional judía a pronunciar incluso la palabra en español “Dios” —y aún más el nombre divino como tal— demuestra una sabiduría que con frecuencia le falta a los cristianos. Si fuéramos un poco más cuidadosos de no usar la palabra “Dios” a la ligera, tal vez seríamos más prudentes al afirmar que sabemos cuál es la voluntad de Dios, especialmente cuando aplica para otras personas.

El tercer mandamiento también nos recuerda que respetar los nombres de los seres humanos es importante para Dios. El Buen Pastor “llama a Sus ovejas por su nombre” (Jn 10:3) y al mismo tiempo nos advierte que si llamamos a otra persona “idiota”, entonces corremos “peligro de caer en los fuegos del infierno” (Mt 5:22 NTV). Teniendo esto en cuenta, no deberíamos usar de forma incorrecta los nombres de otras personas ni llamarlas con apelativos irrespetuosos. Es indebido usar los nombres de las personas para maldecir, humillar, oprimir, excluir y defraudar. Le damos un uso correcto a los nombres cuando los usamos para animar, agradecer, sembrar solidaridad y recibir a otros. Tan solo memorizar el nombre de alguien y decirlo es una bendición, especialmente si a él o ella los tratan con frecuencia como anónimos, invisibles o insignificantes. ¿Usted sabe cuál es el nombre de la persona que vacía su bote de basura, responde su llamada de servicio al cliente, o conduce su autobús? Aunque estos ejemplos no conciernen al nombre mismo de Dios, sí se refieren al nombre de aquellos que han sido creados a Su imagen.

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás” (Éxodo 20:8-11)
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El asunto del Sabbath es complejo, no solo en el libro de Éxodo y el Antiguo Testamento, sino también en la teología y la práctica cristiana. La primera parte del mandamiento ordena que cesen las labores durante uno de siete días. Las otras referencias al Sabbath en Éxodo están en el capítulo 16 (sobre recoger el maná), Éxodo 23:10-12 (el séptimo año y el objetivo del descanso semanal), Éxodo 31:12-17 (la sanción por el incumplimiento), Éxodo 34:21 y Éxodo 35:1-3. En el contexto del mundo antiguo, solamente Israel tenía el Sabbath. Por una parte, este era un regalo inigualable para ellos. Ningún otro pueblo antiguo tenía el privilegio de descansar durante uno de siete días. Por otra parte, este requería una confianza extraordinaria en la provisión de Dios. Seis días de trabajo debían ser suficientes para sembrar, recoger la cosecha, llevar el agua, tejer las telas y tomar su sustento de la creación. Mientras que Israel descansaba un día de cada semana, las naciones alrededor seguían forjando sus espadas, arreglando sus flechas y entrenando soldados. Israel tuvo que confiar que Dios no dejaría que un día de descanso los llevara a la catástrofe económica y militar.

Actualmente, nosotros enfrentamos el mismo tema de confianza en la provisión de Dios. Si acatamos el mandamiento de guardar el ciclo propio de Dios de trabajo y descanso, ¿seremos capaces de competir en la economía moderna? ¿Debemos dedicarle siete días a mantener un trabajo (o dos o tres), limpiar la casa, preparar las comidas, cortar el césped, lavar el auto, pagar las cuentas, terminar el trabajo escolar y comprar la ropa, o podemos confiar en que Dios proveerá para nosotros incluso si nos tomamos un día cada semana? ¿Podemos dedicarle tiempo a adorar a Dios, orar y reunirnos con otros para estudiar y animarnos y, si lo hacemos, eso nos hará más o menos productivos en general? El cuarto mandamiento no explica cómo Dios hará que todo nos salga bien, simplemente nos dice que descansemos un día de cada siete.

Los cristianos han traducido el día de descanso como el día del Señor (el domingo, el día de la resurrección de Cristo), pero la esencia de Sabbath no es escoger un día en particular de la semana por encima de otro (Ro 14:5-6). La polaridad que realmente es la base del Sabbath es trabajo y descanso. Tanto el trabajo como el descanso están incluidos en el cuarto mandamiento. Los seis días de trabajo hacen parte del mandamiento, igual que el día de descanso. Aunque muchos cristianos corren peligro de permitir que el trabajo disminuya el tiempo reservado para el descanso, otros están en peligro de lo opuesto, de reducir el tiempo de trabajo y tratar de vivir una vida de ocio y derroche. Esto es incluso peor que incumplir el Sabbath, ya que “si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1Ti 5:8). Necesitamos un ritmo apropiado de trabajo y descanso, lo que es bueno para nosotros, nuestra familia, nuestros trabajadores y nuestros visitantes. El ritmo puede o no incluir veinticuatro horas continuas de descanso el domingo (o el sábado). Las proporciones pueden cambiar de acuerdo con las necesidades temporales (el equivalente moderno de sacar un buey de un hoyo en el Sabbath, ver Lucas 14:5) o las necesidades cambiantes de las temporadas de la vida.

Si nuestro principal peligro es el exceso de trabajo, debemos encontrar una forma de honrar el cuarto mandamiento sin instituir un legalismo nuevo y falso, poniendo lo espiritual (la adoración los domingos) contra lo secular (el trabajo de lunes a sábado). Si nuestro peligro es eludir el trabajo, debemos aprender a encontrar gozo y significado en nuestra labor, como un servicio para Dios y nuestro prójimo (Ef 4:28).

“Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12)
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Hay muchas maneras de honrar (o deshonrar) a padre y madre. En el tiempo de Jesús, los fariseos querían restringirlo a hablar bien de los padres, pero Jesús señaló que obedecer este mandamiento requiere trabajar para proveer para los padres (Mr 7:9-13). Honramos a otros cuando trabajamos para su bien.

Para muchas personas, las buenas relaciones con los padres son una de las alegrías de la vida; servirlos amorosamente es un deleite y obedecer esto es fácil. Pero este mandamiento nos pone a prueba cuando nos resulta difícil trabajar para el beneficio de nuestros padres. Tal vez no hayamos recibido el mejor trato o cuidado de parte de ellos. Puede que sean controladores o entrometidos. Es posible que estar cerca de ellos perjudique nuestra auto-imagen, nuestro compromiso con nuestros cónyuges (incluyendo las responsabilidades bajo el tercer mandamiento), e incluso nuestra relación con Dios. Aunque tengamos una buena relación con nuestros padres, puede que en algún momento cuidarlos sea una gran carga, simplemente por causa del tiempo y del trabajo que requiere. Si la edad o la demencia les roba la memoria, sus capacidades y su naturaleza bondadosa, cuidarlos se puede convertir en una aflicción profunda.

Con todo, el quinto mandamiento viene con una promesa, “para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Éx 20:12). De alguna manera, honrar a padre y madre en estas formas concretas tiene el beneficio práctico de darnos una vida más larga (tal vez en el sentido de que es más gratificante) en el reino de Dios. No se nos explica cómo va a ocurrir esto, pero se nos dice que debemos esperar que suceda, y para eso debemos confiar en Dios  (ver el primer mandamiento).

Ya que esta es una instrucción de trabajar por el beneficio de los padres, es un mandato que de forma inherente se relaciona con el lugar de trabajo. Puede que allí sea donde ganamos dinero para sustentarlos o puede ser el lugar en el que les ayudamos en las tareas diarias. Los dos son trabajo. Cuando tomamos un empleo porque nos permite vivir cerca de ellos, enviarles dinero, hacer uso de los valores y talentos que desarrollaron en nosotros o lograr cosas que nos enseñaron que son importantes, los estamos honrando. Cuando limitamos nuestra carrera para poder estar con ellos, ayudarles a limpiar y cocinar, darles un baño y abrazarlos, llevarlos a los lugares que les gustan, o disminuir sus miedos, los estamos honrando.

También debemos reconocer que en muchas culturas, el trabajo que las personas realizan fue impuesto por sus padres y por las necesidades familiares, en vez de ser su propia decisión o preferencia. Algunas veces, esto representa un gran conflicto para los cristianos que encuentran que los requerimientos del primer mandamiento (seguir el llamado de Dios) y el quinto compiten uno contra el otro. Ellos se ven forzados a tomar decisiones difíciles  que los padres no comprenden. Incluso Jesús experimentó tal malentendido con sus padres cuando María y José no entendieron por qué se había quedado en el templo mientras su familia había partido hacia Jerusalén (Lc 2:49).

En nuestro lugar de trabajo podemos ayudarle a otras personas a cumplir el quinto mandamiento y podemos obedecerlo nosotros mismos. Podemos recordar que tanto empleados, como clientes, compañeros de trabajo, jefes, proveedores y los demás también tienen familias, y entonces podemos adecuar nuestras expectativas para apoyarlos en su labor de honrar a sus familias. Cuando otros hablan o se quejan de sus luchas con sus padres, podemos escucharlos con compasión, apoyarlos de forma práctica (por ejemplo, ofreciéndonos a tomar un turno para que puedan estar con sus padres), tal vez ofrecer una perspectiva piadosa para que ellos la consideren, o simplemente reflejar la gracia de Cristo para aquellos que sienten que están fallando en sus relaciones de padres e hijos.

“No matarás” (Éxodo 20:13)
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Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).[1] Sin embargo, es probable que amonestar a los lectores de este artículo a “no asesinar a nadie en el trabajo” no cambie estas estadísticas significativamente.

El asesinato no es la única forma de violencia en el lugar de trabajo, solo es la más extrema. Jesús dijo que incluso la ira es una violación del sexto mandamiento (Mt 5:21-22). Como lo señaló Pablo, puede que no seamos capaces de prevenir el sentimiento de la ira, pero sí podemos aprender a sobrellevarlo. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Ef 4:26). Entonces, puede que la implicación más importante del sexto mandamiento para el trabajo sea, “si te enojas en el trabajo, pide ayuda para manejar la ira”. Muchos empleados, iglesias, gobiernos estatales y locales y organizaciones sin ánimo de lucro ofrecen clases y consejería en el manejo de la ira, y hacer uso de esto puede ser una forma altamente efectiva de obedecer el sexto mandamiento.

Quitarle la vida a alguien intencionalmente es lo que definimos como asesinato, pero la ley derivada de casos que surge del sexto mandamiento también nos muestra la obligación de prevenir las muertes no intencionales. Un caso particularmente gráfico es cuando una persona era corneada por un buey (un animal que hace parte de trabajo) y esto le causaba la muerte (Éx 21:28-29). Si el evento era predecible, el dueño del buey debía ser tratado como un asesino. En otras palabras, los dueños o administradores son responsables de garantizar la seguridad en el trabajo dentro de lo que sea posible. Este principio está bien establecido legalmente en la mayoría de países, y la seguridad laboral es objeto de vigilancia gubernamental, autorregulación por parte de la industria y políticas y prácticas organizacionales. A pesar de esto, muchos tipos de trabajo siguen exigiendo o permitiendo que los trabajadores realicen sus labores en condiciones innecesariamente inseguras. El sexto mandamiento les recuerda a los cristianos cuyo rol está relacionado con el establecimiento de condiciones de trabajo, supervisión de trabajadores o el diseño de prácticas laborales, que las condiciones seguras de trabajo deben estar entre sus más altas prioridades en el mundo laboral.

Ficha informativa: tiroteos en el trabajo en el año 2010, United States Department of Labor [Departamento de trabajo de los Estados Unidos], Bureau of Labor Statistics [Oficina de estadísticas laborales], http://www.bls.gov/iif/oshwc/cfoi/osar0014.htm.

“No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14)
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El trabajo es uno de los lugares más comunes en donde ocurre el adulterio, no necesariamente porque suceda en el sitio como tal, sino porque surge de las condiciones de trabajo y las relaciones con los compañeros. Por esto, la primera aplicación en el lugar de trabajo es literal: una persona casada no debe tener relaciones sexuales en su trabajo o como consecuencia de este, con alguien que no sea su cónyuge. Claramente esta regla excluye los trabajos como la prostitución, la pornografía y la terapia sexual, al menos en la mayoría de los casos. Cualquier clase de trabajo que debilite el vínculo matrimonial infringe el séptimo mandamiento. Hay muchas maneras en las que esto puede ocurrir: en un trabajo que fomenta fuertes vínculos emocionales entre compañeros y no favorece de manera adecuada el compromiso con los cónyuges, como puede ocurrir en hospitales, en iniciativas de emprendimiento, instituciones académicas o iglesias, entre otros lugares; con unas condiciones laborales que lleven a las personas a tener un contacto físico cercano por periodos extensos de tiempo o que fallen en promover límites razonables para los encuentros fuera del horario laboral, como puede pasar en trabajos extensos de campo; un trabajo que expone a las personas al acoso sexual y a la presión de tener relaciones sexuales con los que están al mando; el trabajo que exagera el ego o expone a la adulación, como puede ocurrir con las celebridades, atletas famosos, titanes de negocios, oficiales del gobierno de alto rango y personas adineradas; un trabajo que demande tanto tiempo lejos del cónyuge (física, mental o emocionalmente) que corroa los lazos entre esposos. Todos estos ejemplos pueden representar riesgos para los cristianos, quienes deben reconocerlos, evitarlos, mitigarlos o prevenirlos. Sin embargo, la seriedad del séptimo mandamiento surge no tanto porque el adulterio represente las relaciones sexuales ilícitas, sino porque rompe un pacto decretado por Dios. Dios creó al esposo y la esposa para que fueran “una sola carne” (Gn 2:24) y el comentario de Jesús acerca del séptimo mandamiento resalta el rol de Dios en el pacto matrimonial, “Lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe” (Mt 19:6). Por lo tanto, cometer adulterio no se trata únicamente de tener relaciones sexuales con quien no se debe, sino que también es romper un pacto con el Señor Dios. De hecho, el Antiguo Testamento usa con frecuencia la palabra adulterio y las metáforas que la rodean para referirse no al pecado sexual sino a la idolatría. A menudo, los profetas se refieren a la deslealtad de Israel frente al pacto de adorar solamente a Dios como “adulterio” o “prostitución”, como en Isaías 57:3, Jeremías 3:8, Ezequiel 16:38 y Oseas 2:2, entre muchos otros. Por esto, cualquier quebranto de fe con el Dios de Israel es adulterio en sentido figurado, ya sea que involucre sexo ilícito o no. Este uso del término “adulterio” reúne el primer mandamiento, el segundo y el séptimo, y nos recuerda que los diez mandamientos son expresiones de un solo pacto con Dios y no un tipo de lista de las diez normas más importantes.

Así pues, es necesario evitar los trabajos que nos llevan a adorar otros dioses o nos exigen hacerlo. Es difícil imaginar cómo un cristiano podría trabajar como lector del tarot, creador de arte o música idólatra, o editor de libros blasfemos. Los actores cristianos pueden encontrar dificultades al interpretar roles profanos, antirreligiosos o de bajos estándares espirituales. Todo lo que hacemos en la vida, incluyendo el trabajo, tiende en cierta medida a mejorar o deteriorar nuestra relación con Dios. Por un tiempo prolongado, el estrés laboral constante que hace que decaigamos espiritualmente puede llegar a ser devastador. Sería bueno que incluyéramos este factor al tomar decisiones respecto a nuestra carrera, en cuanto sea posible.

El aspecto distintivo de los pactos que quebranta el adulterio es que son pactos con Dios. Pero, ¿no es toda promesa o acuerdo hecho por un cristiano un pacto con Dios de manera implícita? Pablo nos exhorta, “Y todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col 3:17). Sin duda, los contratos, promesas o acuerdos son cosas que hacemos de palabra o de hecho, o ambos. Si lo hacemos todo en el nombre del Señor Jesús, no es posible que algunas promesas se deban cumplir porque son pactos con Dios mientras que otras se puedan incumplir porque son meramente humanas. Debemos cumplir todos nuestros compromisos y no persuadir a otros para que incumplan los suyos. Si tomamos Éxodo 20:14 y las enseñanzas que surgen del pasaje en el Antiguo y el Nuevo Testamento, podemos encontrar que una buena derivación del séptimo mandamiento en el mundo laboral es “cumpla sus promesas y ayude a otros a cumplir las de ellos”.

“No hurtarás” (Éxodo 20:15)
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El octavo mandamiento también toma el trabajo como tema principal. El robo es una vulneración del trabajo justo, ya que despoja a la víctima de los frutos de su labor. También es una violación del mandamiento de trabajar seis días a la semana, ya que en la mayoría de los casos, el robo funciona como un atajo para evitar el trabajo honesto, lo que nos muestra de nuevo la interrelación de los diez mandamientos. Así que podemos tomar esto como palabra de Dios: no debemos robarle a nuestros jefes, a nuestros compañeros ni otras personas en nuestro trabajo.

El robo ocurre de muchas formas aparte de la tradicional de quitarle algo a alguien directamente. Incurrimos en hurto cuando tomamos algo de valor del dueño legítimo sin su consentimiento. Robar es malversar recursos o fondos para nuestro uso personal. Recurrir al engaño para realizar ventas, ganar cuota de mercado o aumentar los precios es robar, porque la falsedad implica que lo que se acuerda con el comprador no es la situación real (consulte la sección sobre “La exageración” en Verdad y Engaño para más información sobre este tema). De igual forma, robar es sacar beneficio económico aprovechándose del consentimiento que algunas personas pueden dar por causa de sus miedos, vulnerabilidad, indefensión o desesperación. Robar también es violar los derechos sobre patentes, derechos de autor y otras leyes de propiedad intelectual, ya que esto no permite que los dueños reciban el pago por su creación bajo los términos de la ley civil.

Desafortunadamente, parece que muchos empleos requieren que las personas se aprovechen de la ignorancia de otros o de su falta de alternativas, para forzarlos a participar en operaciones en las que de otra manera no lo harían. Algunas compañías, gobiernos, individuos, uniones y otros actores pueden usar su poder para forzar a otros a que acepten injusticias en cuanto a sus salarios, precios, términos financieros, condiciones laborales, horas de trabajo y otros factores. Aunque tal vez no robemos bancos, tiendas ni a nuestros jefes, es muy probable que estemos participando en prácticas injustas o poco éticas que privan a los demás de los derechos que deberían tener. Resistirnos a participar en estas prácticas puede ser difícil e incluso limitante en nuestras carreras, pero somos llamados a hacerlo a pesar de todo.

“No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Éxodo 20:16)
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El noveno mandamiento honra el derecho a la reputación.[1]  Este se aplica de forma significativa en los procedimientos legales, en donde lo que las personas dicen describe la realidad y determina el rumbo de vidas humanas. Las decisiones judiciales y los demás procesos legales tienen un gran poder; por lo tanto, manipularlos constituye una ofensa bastante grave ya que le resta valor al tejido ético social. Walter Brueggemann dice que este mandamiento reconoce “que la vida en comunidad no es posible a menos que exista un escenario en donde el público confíe que se describirá y reportará fiablemente la realidad social”.[2]

Aunque se formula en lenguaje judicial, el noveno mandamiento también aplica a un amplio rango de situaciones que se relacionan con prácticamente todos los aspectos de la vida. Nunca debemos decir ni hacer algo que distorsione la imagen de otra persona. Brueggemann aporta más ideas al respecto:

Los políticos buscan destruirse unos a otros en campañas negativas; los columnistas chismosos alimentan la calumnia; y en las salas de estar de los cristianos, se destruyen o manchan reputaciones mientras se disfruta de una taza de café servida con un postre en vajillas finas. Estas son en realidad salas de tribunal que funcionan sin el proceso que dicta la ley. Se hacen acusaciones; se permiten los rumores; se expresan calumnias, perjurio y comentarios difamatorios sin ninguna objeción. Sin evidencias, sin defensa. Como cristianos, debemos abstenernos de participar o tolerar cualquier conversación en la que se difame una persona que no esté allí para defenderse. No es correcto difundir rumores de ninguna manera, ni como peticiones de oración o preocupaciones pastorales. Más que simplemente no participar, los cristianos deben detener los rumores y a aquellos que los divulgan.[3]

Algunas veces, los rumores se relacionan con temas personales externos al trabajo, lo cual ya es bastante cruel. Pero, ¿qué hay de los casos en los que un empleado mancha la reputación de un compañero de trabajo? ¿Realmente se puede encontrar la verdad cuando aquellos que son objeto de las habladurías no están allí para hablar por sí mismos? ¿Y qué hay de las evaluaciones de rendimiento? ¿Qué garantías deben existir para asegurar que los reportes son justos y precisos? A mayor escala, la industria de mercadeo y publicidad opera en el espacio público entre organizaciones e individuos. En aras de presentar los productos propios y servicios de la mejor manera, ¿hasta qué punto se pueden indicar los defectos y debilidades de los competidores sin incorporar la perspectiva de ellos? ¿Los derechos de “su prójimo” pueden incluir los derechos de otras compañías?

En realidad, el alcance de nuestra economía global sugiere que este mandato puede tener una aplicación bastante amplia. En un mundo en el que con frecuencia la percepción cuenta como realidad, la retórica de la persuasión efectiva  puede que  tenga o no algo, o mucho, que ver con la verdad genuina. El origen divino de este mandato nos recuerda que tal vez las personas no puedan detectar si nuestra representación de otros es precisa o no, pero Dios no puede ser burlado. Es bueno hacer lo correcto cuando nadie está mirando. Con este mandato entendemos que debemos decir lo correcto cuando cualquiera esté escuchando (Consulte Verdad y Engaño para una discusión más amplia acerca de este tema, incluyendo si la prohibición de “falso testimonio contra su prójimo” incluye todas las formas de mentir y engañar).

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus,” in vol. 1, in The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus (Nashville: Abingdon Press, 1994), 431. 

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus,” in vol. 1, in The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus (Nashville: Abingdon Press, 1994), 848.

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus,” in vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus (Nashville: Abingdon Press, 1994), 432.

“No codiciarás… Nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20:17)
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La envidia y la codicia pueden surgir en cualquier lugar, incluyendo el trabajo, en donde el estatus, el pago y el poder son factores rutinarios en nuestras relaciones con personas con las que pasamos bastante tiempo. Tal vez tengamos muchas razones buenas para desear el éxito, el progreso o la recompensa en el trabajo, pero la envidia no es una de ellas, y tampoco lo es trabajar obsesivamente por la posición social que esto pueda traer siendo motivados por la envidia.

Concretamente, en el trabajo enfrentamos la tentación de exagerar falsamente nuestros logros a costa de los demás. El antídoto es simple, aunque a veces es difícil. Debemos reconocer los logros de otros y darles todo el crédito que merecen, y hacer de esta una práctica consistente. Cuando aprendemos a alegrarnos con los éxitos de los demás —o al menos a reconocerlos—, atacamos la esencia de la envidia y la codicia en el trabajo. Mejor aún, si aprendemos a trabajar para que nuestro éxito vaya mano a mano con el éxito de los demás, la codicia se reemplaza con la colaboración y la envidia con la unidad.Leith Anderson, antiguo pastor de la iglesia Wooddale Church en Eden Prairie, Minnesota, dice “ser el pastor principal es como tener una provisión ilimitada de monedas en mi bolsillo. Cada vez que le doy crédito a un miembro del staff por una idea buena, elogio el trabajo de un voluntario o le doy gracias a alguien, es como si pusiera una de mis monedas en sus bolsillos. Ese es mi trabajo como líder, poner monedas de mi bolsillo en el bolsillo de otros, para aumentar el aprecio que otras personas tienen por ellos.”[1]

Reportado por William Messenger, de una conversación con Leith Anderson el 20 de octubre del 2004, en Charlotte, Carolina del Norte.

Leyes derivadas de casos en el Libro del Pacto (Éxodo 21:1-23:33)

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A continuación encontramos a una serie de leyes derivadas de casos que surgen de los diez mandamientos. En vez de desarrollar principios detallados, estas proporcionan ejemplos de cómo aplicar la ley de Dios en los casos que surgen comúnmente en la conducta diaria. Ya que son casos, todos hacen parte de las situaciones que enfrentaba el pueblo de Israel. En efecto, a lo largo del Pentateuco (La Torá), puede ser difícil sacar las leyes específicas a partir de la narrativa y exhortación circundantes. Hay cuatro secciones de la ley derivada de casos que son particularmente aplicables al trabajo en la actualidad.

Esclavitud o servidumbre (Éxodo 21:1-11)
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Aunque Dios liberó a los hebreos de la esclavitud en Egipto, la esclavitud no se prohíbe generalmente en la Biblia. La esclavitud era permitida en ciertas situaciones siempre que los esclavos fueran vistos como miembros de la comunidad (Gn 17:12), tuvieran los mismos periodos de descanso y vacaciones que los que no eran esclavos (Éx 23:12; Dt 5:14-15; 12:12) y recibieran un trato humano (Éx 21:7, 26-27). Lo que es más importante, la esclavitud no estaba diseñada como una condición permanente, sino que era un refugio voluntario y temporal para las personas que de otra manera sufrirían una gran pobreza. “Si compras un siervo hebreo, te servirá seis años, pero al séptimo saldrá libre sin pagar nada” (Éx 21:2). La crueldad por parte del dueño causaba que el esclavo fuera liberado inmediatamente (Éx 21:26-27). Esto hizo de la esclavitud hebrea más una clase de contrato laboral a largo plazo entre individuos, en contraste con la explotación permanente racial, étnica y de clases que ha caracterizado la esclavitud en los tiempos modernos.

La esclavitud hebrea de mujeres era en cierto sentido incluso más protectora. El propósito principal de la compra de una esclava era que ella se convirtiera en la esposa del comprador o del hijo del comprador (Éx 21:8-9). Como esposa, ella se convertía en par del esclavista socialmente, y la compra se realizaba como cuando se daba una dote. De hecho, la reglamentación la llama “esposa” (Éx 21:10 NVI). Además, si el comprador no trataba a la esclava con todos los derechos que le correspondían a una esposa común, él debía dejarla libre. “Ella saldrá libre sin pagar dinero” (Éx 21:11). Sin embargo, en otro sentido, las mujeres tenían mucha menos protección que los hombres. Potencialmente, incluso las mujeres solteras enfrentaban la posibilidad de ser vendidas como esposas en contra de su voluntad. Aunque esto las convertía en “esposas” en vez de “esclavas”, ¿el matrimonio forzado es menos inaceptable que el trabajo forzado?

Además, un vacío evidente es que se podía comprar una niña o mujer como esposa de un esclavo, no del dueño de los esclavos o su hijo, y esto resultaba en esclavitud permanente (Éx 21:4), incluso si se vencían los términos de esclavitud del esposo. La mujer se convertía en esclava permanente del esclavista que no se casó con ella y él no le debía ninguna de las protecciones pertinentes de una esposa.

El amparo contra la esclavitud permanente tampoco aplicaba para los extranjeros (Lv 25:44-46). Los hombres que capturaban en la guerra eran considerados como el botín y se convertían en propiedad permanente de sus dueños. Las mujeres y niñas capturadas eran aparentemente la gran mayoría de los prisioneros (Nm 31:9-11, 32-35; Dt 20:11-14) y enfrentaban la misma situación de las esclavas de origen hebreo (Dt 21:10-14), incluyendo la esclavitud permanente. También se podían comprar esclavos en las naciones circundantes (Ec 2:7) y nada los protegía de la esclavitud permanente. Los demás amparos de los esclavos hebreos aplicaban para los extranjeros, pero este debe haber sido un pequeño consuelo para aquellos que enfrentaban toda una vida de trabajos forzados.

En contraste con la esclavitud en los Estados Unidos, la cual generalmente prohibía el matrimonio entre esclavos, las normas en Éxodo apuntaban a preservar intactas las familias. “Si entró solo, saldrá solo; si tenía mujer, entonces su mujer saldrá con él” (Éx 21:3). Aun así, como hemos visto, el resultado real de las regulaciones era el matrimonio forzado.

Independientemente de cualquier protección que otorgara la Ley, la esclavitud de ningún modo era una forma de vida conveniente. Los esclavos eran propiedades, sin importar el periodo de su esclavitud. A pesar de las normas, es probable que en la práctica la protección contra el maltrato fuera escasa y que hubiera abusos. Como en gran parte de la Biblia, la palabra de Dios en Éxodo no anulaba el orden económico y social existente, sino que instruía al pueblo de Dios para que vivieran con justicia y compasión en sus circunstancias. A nuestro parecer, las consecuencias de esta situación son estremecedoras, y es correcto percibirlas de esa manera.

En todo caso, para no ser arrogantes, debemos echar un vistazo a las condiciones laborales que prevalecen entre la población de escasos recursos en todos los lugares del mundo, incluyendo las naciones desarrolladas. Las personas que tienen dos o tres empleos para sustentar a sus familias trabajan incesantemente, los que están al mando abusan y ejercen arbitrariamente el poder y los administradores de negocios ilícitos, funcionarios corruptos y jefes involucrados en la política malversan los frutos del trabajo. Millones de personas trabajan hoy con menos regulaciones de las que había en la Ley de Moisés. Si la voluntad de Dios era proteger a Israel de la explotación incluso en la esclavitud, ¿qué espera Dios que hagamos los seguidores de Cristo por aquellos que sufren la misma opresión o incluso peor en la actualidad?.

Restitución comercial (Éxodo 21:18-22:15)
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Las leyes casuísticas explicaban con detalle los castigos por las infracciones, incluyendo muchas relacionadas con el comercio, especialmente en el caso de la responsabilidad por pérdida o daños. La denominada ley del talión (lex talionis en latín), que también aparece en Levítico 24:17-21 y en Deuteronomio 19:16-21, es fundamental en el concepto de la retribución.[1] Literalmente, la ley dice que se debe pagar vida por vida, así como ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida y golpe por golpe (Éx 21:23-25). La lista es particularmente específica. Cuando los jueces de Israel hacían su trabajo, ¿debemos creer realmente que aplicaban los castigos de esta manera? Si la parte acusadora sufrió una quemadura debido a la negligencia de alguien más, ¿estaría satisfecha en realidad al ver que literalmente el culpable se quemara de la misma forma? Es interesante que en esta parte de Éxodo no vemos que se aplique la ley del talión de esta manera. En vez de eso, un hombre que hería gravemente a otro en una pelea debía pagar por el tiempo perdido de la víctima y cubrir sus gastos médicos (Éx 21:18-19). El texto no dice que el culpable debe quedarse quieto y recibir una golpiza pública similar por parte de su víctima. Parece que la ley del talión no determinaba un castigo estándar para ofensas mayores, sino que proporcionaba un límite máximo para la reclamación que se podía hacer por los daños. Gordon Wenham señala, “en la época del Antiguo Testamento no habían servicios policiales o fiscalía pública, así que la parte perjudicada y su familia debían llevar a cabo el enjuiciamiento y el castigo. Por lo tanto, es muy posible que la parte perjudicada no exigiera su derecho pleno bajo la ley del talión, sino que negociara una indemnización menor o que incluso perdonara totalmente al ofensor.”[2] Algunas personas en la actualidad podrían considerar esta ley como salvaje, pero Alec Motyer indica que, “cuando la ley inglesa ahorcaba a una persona por robar una oveja, no era porque estuvieran practicando el principio de ‘ojo por ojo’, sino porque lo habían olvidado.”[3]

La cuestión de interpretar la ley del talión ilustra que puede haber una diferencia entre hacer lo que dice la Biblia literalmente y aplicar lo que la Biblia enseña. No siempre será sencillo encontrar una solución bíblica para nuestros problemas. Los cristianos debemos ser maduros y tener discernimiento, especialmente a la luz de la enseñanza de Jesús de pasar por alto la ley del talión al no resistir al que es malo (Mt 5:38-42). ¿Jesús estaba hablando de una ética personal o esperaba que Sus seguidores aplicaran esto en los negocios? ¿Este principio funciona mejor para las faltas pequeñas o para las más grandes? También tenemos el deber de proteger y defender a los que sufren por causa de los que hacen el mal (Pr 31:9).

Las instrucciones específicas acerca de la restitución y las sanciones por causa de robos lograban dos propósitos. Primero, hacían responsable al ladrón de restituir al dueño original o de compensarlo completamente por su pérdida. Segundo, castigaban y educaban al ladrón haciendo que experimentara todo el sufrimiento que le había causado a la víctima. Estos propósitos pueden constituir una base cristiana para la ley criminal y civil en la actualidad. El trabajo judicial actual funciona de acuerdo con los estatutos y pautas específicas establecidas por el estado, pero a pesar de esto, los jueces tienen cierta libertad para determinar sentencias y sanciones. En las disputas que se arreglan por fuera de la corte, los abogados negocian con el fin de ayudar a sus clientes a llegar a un acuerdo definitivo. En épocas recientes surgió una postura llamada “justicia restitutiva”, que hace énfasis en la sanción que restituye la condición original de la víctima y, en la medida de lo posible, vuelve a convertir al infractor en un miembro productivo de la sociedad. La descripción y evaluación completa de tales iniciativas va más allá de nuestro alcance en este estudio, pero queremos indicar que la Escritura tiene mucho que ofrecerle a los sistemas contemporáneos de justicia sobre este asunto.

Algunas veces en las empresas, los líderes deben hacer de mediadores entre empleados en problemas graves relacionados con el trabajo. Decidir lo correcto y lo justo no solamente afecta a los que están involucrados en la disputa, sino también a todo el ambiente de la organización, e incluso establece un precedente para los trabajadores sobre lo que pueden esperar en el futuro. Es mucho lo que está en juego. Además, cuando los cristianos debemos tomar esta clase de decisiones, los que nos observan sacan conclusiones de nosotros como personas, así como de la legitimidad de la fe que rige nuestra vida. Claramente, no podemos anticipar todas las situaciones (y Éxodo tampoco lo hace) pero sabemos que Dios espera que apliquemos Sus instrucciones. Podemos estar seguros de que la mejor forma de comenzar es preguntándole a Dios cómo amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus,” in vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus (Nashville: Abingdon Press, 1994), 433. El principio también se presenta en el Código de Hammurabi (aproximadamente entre los años 1850 y 1750 a. C.), aunque este código no le da tanta prioridad a la vida humana como la Torá.

Gordon J. Wenham, Exploring the Old Testament, A Guide to the Pentateuch, vol. 1 (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2008), 73.

J. A. Motyer, The Message of Exodus: The Days of Our Pilgrimage [El mensaje de Éxodo: los días de nuestro peregrinaje] (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2005), 240.

Oportunidades productivas para las personas pobres (Éxodo 22:21-27 y 23:10-11)
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La intención de Dios de proveer oportunidades para los pobres se puede ver en las regulaciones que benefician a los extranjeros, las viudas y los huérfanos (Éx 22:21-22). Lo que tenían en común estos tres grupos era que no poseían tierras con las que sustentarse. Con frecuencia, esto los llevaba a la pobreza, así que cuando el Antiguo Testamento menciona a “los pobres”, principalmente se refiere a los extranjeros, las viudas y los huérfanos. En Deuteronomio, el interés de Dios por estos tres grupos vulnerables se demostró al ordenarle a Israel que les proveyera con justicia (Dt 10:18; 27:19) y les diera acceso al alimento (Dt 24:19-22). Algunas leyes derivadas de casos respecto a este tema se desarrollan en Isaías 1:17, 23; 10:1-2; Jeremías 5:28, 7:5-7; 22:3; Ezequiel 22:6-7; Zacarías 7:8-10; y Malaquías 3:5.

Una de estas regulaciones importantes es la práctica de permitirle a los pobres “espigar” o recoger el grano que quedaba en los campos cultivados y recolectar todo lo que creciera en tierras sin cultivar. La práctica de espigar no era igual que dar una limosna, sino que era una oportunidad para los pobres de sustentarse a sí mismos. A los propietarios de las tierras se les exigía no cultivar en sus campos, viñedos y huertos durante un año de cada siete, y a los pobres se les permitía cosechar todo lo que creciera allí (Éx 23:10-11). Incluso en los terrenos cultivados, los dueños debían dejar algo del grano para que lo recogieran los pobres, en vez de segar hasta los últimos rincones del campo (Lv 19:9-10). Por ejemplo, en un olivar o un viñedo se debía recolectar solamente una vez cada temporada (Dt 24:20). Después de esto, los pobres estaban autorizados para recoger lo que quedaba, tal vez lo que era de menor calidad o lo que tardaba en madurar. Esta no solo era una expresión de bondad, sino que también era una cuestión de justicia. El libro de Rut gira en torno a la práctica de espigar de una forma encantadora (ver "Rut 2:17-23" en Rut y el Trabajo).

Hoy día, los agricultores, productores y distribuidores de alimentos comparten con los pobres de diversas maneras. Muchos de ellos donan el alimento en buen estado que les sobra del día a bancos de alimentos y refugios. Otros hacen que los alimentos sean más asequibles incrementando su propia productividad. Sin embargo, la agricultura ya no es el medio principal por el cual la mayoría de personas ganan su sustento (al menos en los países desarrollados), y se requieren oportunidades para los pobres en otros sectores de la sociedad. No hay nada que espigar en el suelo de la bolsa de valores, de una planta de ensamblaje o un laboratorio de programación, pero el principio de ofrecer empleos productivos para trabajadores vulnerables sigue siendo relevante. Las corporaciones pueden ofrecer empleos productivos para las personas con discapacidades mentales o físicas, con o sin la ayuda del gobierno. Con capacitación y ayuda, las personas provenientes de entornos sociales desfavorecidos, los reclusos que regresan a la sociedad y otros individuos que tienen dificultad encontrando un empleo convencional, pueden llegar a ser trabajadores productivos y ganarse la vida.

Además, puede que algunas personas vulnerables económicamente se vean obligadas a depender de donaciones de dinero en vez de recibir oportunidades de trabajo. De nuevo, la situación moderna es demasiado compleja como para dar una aplicación simplista de la ley bíblica, pero los valores subyacentes de la ley pueden contribuir de manera significativa al diseño y ejecución de los sistemas de bienestar social, obras personales de caridad y responsabilidad social corporativa. Muchos cristianos tienen roles importantes relacionados con la contratación o el diseño de políticas de empleados. Éxodo nos recuerda que darles empleo a los trabajadores vulnerables es una parte esencial de lo que implica vivir conforme al pacto de Dios. Los cristianos hemos experimentado la redención de Dios, así como el antiguo pueblo de Israel, aunque no necesariamente en condiciones idénticas. Nuestra simple gratitud por la gracia de Dios es ciertamente una motivación poderosa para encontrar formas creativas de servir a quienes lo necesitan a nuestro alrededor.

Préstamos y garantías (Éxodo 22:25-27)
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Otro conjunto de leyes derivadas de casos regían el dinero y las garantías (Éx 22:25-27). Aquí encontramos dos situaciones. La primera se relaciona con un miembro del pueblo de Dios que estaba en necesidad y requería un préstamo financiero. Este préstamo no se debía dar de acuerdo con los estándares comunes de los préstamos de dinero, sino que debía darse sin “interés”. La palabra hebrea neshekh (que en algunos contextos significa “morder”) ha recibido bastante atención académica. ¿El término neshek se refería a un interés excesivo y por lo tanto injusto, aparte de la tasa razonable de interés que se requería para que la práctica de prestar dinero siguiera siendo viable financieramente? ¿O se refería a cualquier interés? El texto no proporciona detalles suficientes para resolver esta pregunta de manera concluyente, pero lo más probable es que se refiriera a no cobrar intereses, ya que en el Antiguo Testamento neshek siempre se refiere a prestarle dinero a personas en circunstancias de miseria y vulnerabilidad, para quienes pagar cualquier interés sería una carga excesiva.[1] Dejar a los pobres en un ciclo permanente de endeudamiento financiero hará que el Dios compasivo de Israel intervenga. Aquí no se señala si esta ley era buena para los negocios. Walter Brueggemann indica que, “la ley no discute sobre la viabilidad económica de tal práctica; simplemente exige el cuidado de formas concretas y espera que la comunidad se encargue de los detalles prácticos”.[2] La segunda situación contempla a un hombre que entrega su propio abrigo como garantía para un préstamo. Esta prenda se le debía regresar en la noche para que pueda dormir sin poner en peligro su salud (Éx 22:26-27). ¿Esto significa que el prestamista debía visitarlo en la mañana para recoger el abrigo durante el día y seguir haciendo esto hasta que pagara el préstamo? En el contexto de tan evidente pobreza, un prestamista piadoso podría evitar lo absurdo de este ciclo permitiendo que el deudor no entregara ninguna garantía. Estas regulaciones pueden ser menos aplicables en el sistema bancario actual en general que en los sistemas actuales de protección y ayuda para los pobres. Por ejemplo, en los países menos desarrollados, la microfinanza se desarrolló con tasas de interés y políticas de garantías creadas para satisfacer las necesidades de personas pobres que de otra manera no tendrían acceso a los créditos. La meta —al menos en los primeros años de la década de 1970— no era maximizar las ganancias de los prestamistas, sino tener instituciones de préstamos sostenibles para ayudar a las personas a salir de la pobreza. Aun así, la microfinanza lucha con balancear la necesidad de los prestamistas de tener un rendimiento sostenible y tasas de incumplimiento, con la necesidad de los deudores de tasas de interés razonables y términos de garantías no restrictivas.[3]

La presencia de regulaciones específicas luego de los diez mandamientos implica que Dios quiere que Su pueblo lo honre poniendo en práctica sus instrucciones para atender necesidades reales. Una preocupación emocional que no lleve a acciones intencionales no les da a los pobres la clase de ayuda que necesitan. Como lo dice el apóstol Santiago, “así también la fe sin las obras está muerta” (Stg 2:26). Estudiar las aplicaciones específicas de estas leyes en el antiguo pueblo de Israel nos ayuda a reflexionar acerca de las formas particulares en las que podemos actuar hoy en día; pero recordamos que incluso en ese entonces, estas leyes eran ilustraciones. Por tanto, Terence Fretheim concluye que, “la aplicación de la ley está abierta. El texto invita al que lo escucha o lo lee a aplicar su contenido en todas las esferas posibles de la vida en donde pueda haber injusticia. En otras palabras, la ley nos invita a ir más allá de la ley”.[4]

Al leer con cuidado encontramos tres razones por las que el pueblo de Dios debe mantener estas leyes y aplicarlas en situaciones actuales.[5] Primero, los israelitas fueron oprimidos cuando eran extranjeros en Egipto (Éx 22:21; 23:9). Repasar esta historia no solo permite que tengamos a la vista la redención de Dios, sino que recordarla se convierte en una motivación para tratar a otros como nos gustaría que nos trataran a nosotros (Mt 7:12). Segundo, Dios escucha el clamor de los oprimidos y toma medidas al respecto, especialmente cuando nosotros no lo hacemos (Éx 22:22-24). Tercero, debemos ser Su pueblo santo (Éx 22:31; Lv 19:2).

Robin Wakely, “#5967 NSHK”, en New International Dictionary of Old Testament Theology and Exegesis [Nuevo diccionario internacional de teología y exégesis del Antiguo Testamento], ed. Willem A. VanGemeren (Grand Rapids: Zondervan, 1997), 3:185-89.

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus,” in vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus (Nashville: Abingdon Press, 1994), 868.

Rob Moll, “Christian Microfinance Stays on a Mission” [La microfinanza cristiana mantiene su misión], Christianity Today [Cristiandad hoy], http://www.christianitytoday.com/ct/2011/may/stayingonmission.html.

Terence E. Fretheim, Exodus: Interpretation: A Bible Commentary for Teaching and Preaching [Éxodo: Interpretación: Un comentario bíblico para enseñar y predicar] (Louisville: Westminster John Knox Press, 1991), 248.

J. A. Motyer, The Message of Exodus: The Days of Our Pilgrimage (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2005), 241.

El Tabernáculo (Éxodo 25:1-40:38)

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Puede que parezca que el trabajo de construir el tabernáculo está por fuera del alcance del proyecto de la Teología del Trabajo debido a su enfoque litúrgico. Sin embargo, hay que señalar que el libro de Éxodo no separa tan fácilmente la vida de Israel en las categorías de sagrado y secular a las que nosotros estamos tan acostumbrados. Incluso si delimitamos las actividades litúrgicas y no litúrgicas de Israel, nada nos sugiere en Éxodo que unas sean más importantes que otras. Además, lo que en realidad ocurrió en el tabernáculo no se puede igualar equitativamente con el “trabajo en la iglesia” hoy día. Ciertamente, su construcción no tiene ninguna comparación cercana en la construcción de edificios de iglesias. Los capítulos en Éxodo que hablan sobre el tabernáculo tratan completamente sobre el establecimiento de una entidad única. Aunque el trabajo del tabernáculo continuara año tras año y se integrara con el del templo, cada uno de estos edificios era diseñado como central y único. No eran ejemplares que se podían reproducir cada vez que los israelitas se establecieran en un lugar. De hecho, la construcción y operación de templos locales en toda la tierra fue un gran detrimento para la salud espiritual de la nación de Israel. Finalmente, el propósito del tabernáculo no era darle a Israel un lugar autorizado para adorar; se trataba de la presencia de Dios en medio de ellos. Esto es claro desde el comienzo en las palabras de Dios, “Y que hagan un santuario para Mí, para que Yo habite entre ellos” (Éx 25:8). Los cristianos en la actualidad entendemos que Dios habitó entre nosotros en la persona de Su Hijo (Jn 1:14). Por medio de Su trabajo, toda la comunidad de creyentes se ha convertido en el templo de Dios en donde vive el Espíritu de Dios (1Co 3:16). A la luz de estas observaciones, adoptaremos dos afirmaciones que se relacionan con el trabajo. La primera es que Dios es un arquitecto y la segunda, que Dios equipa a las personas para que hagan el trabajo que les encomienda.

La sección extensa en Éxodo sobre el tabernáculo se organiza de acuerdo con el mandato de Dios (Éx 25:1-31:11) y la respuesta de Israel (Éx 35:4-40:33), pero Dios hizo más que decirle a Israel lo que quería de ellos. Él proveyó un diseño. Esto es claro en lo que Dios dijo a Moisés, “Conforme a todo lo que te voy a mostrar, conforme al diseño del tabernáculo y al diseño de todo su mobiliario, así lo haréis” (Éx 25:9).[1] La palabra hebrea para “diseño” (tavnit) aquí se refiere al edificio y los elementos asociados con él. En la actualidad, los arquitectos usan planos para dirigir una construcción, y puede ser que en ese tiempo ellos tuvieran a la vista alguna clase de modelo arquetípico.[2] Los templos eran vistos con frecuencia como réplicas terrenales de santuarios celestiales (Is 6:1-8). Por el Espíritu, el rey David recibió un diseño para el templo y se lo dio a su hijo Salomón, quien patrocinó la construcción del mismo (1Cr 28:11-12, 19). Gracias a las descripciones que siguen, es claro que el diseño arquitectónico de Dios es exquisito y habilidoso. El principio de que el diseño de Dios precede Su construcción es verdad respecto a los santuarios de Israel, así como a la comunidad mundial de cristianos del Nuevo Testamento (1Co 3:5-18). La futura Nueva Jerusalén es una ciudad que solo Dios pudo haber diseñado (Ap 21:10-27). El trabajo de Dios como arquitecto le da dignidad a esa carrera en particular; pero en un sentido general, el pueblo de Dios puede desarrollar su trabajo (cualquiera que sea) con la conciencia de que Dios también tiene un diseño para este. Como veremos a continuación, hay muchos detalles que preparar dentro de los contornos del plan de Dios, pero el Espíritu Santo nos ayuda incluso con eso.

Los relatos de Bezaleel, Aholiab y todos los trabajadores hábiles en el tabernáculo están llenos de términos relacionados con el trabajo (Éx 31:1-11; 35:30-36:5). Bezaleel y Aholiab son importantes no solo por su trabajo en el tabernáculo, sino porque son ejemplos de vida para Hiram-abí y Salomón, quienes construyeron el templo.[3] El conjunto integral de trabajos incluía trabajo en oro, plata y bronce, así como trabajo en piedra y madera. La fabricación de prendas de vestir habría requerido lana, e hilarla, teñirla, tejerla, diseñar ropa, confección, ajustes y el trabajo de bordado. Los trabajadores incluso preparaban aceite para ungir e incienso fragante. Lo que une todas estas prácticas es que Dios llenaba a los trabajadores con Su Espíritu. La palabra hebrea para “habilidad” y “destreza” en estos textos (hokhmah) se traduce generalmente como “sabiduría”, lo que hace que pensemos en el uso de las palabras y la toma de decisiones. Aquí, el término describe el trabajo que es claramente práctico aunque espiritual en todo el sentido teológico (Éx 28:3; 31:3, 6; 35:26, 31, 35; 36:1-2).

El amplio rango de actividades de construcción en este pasaje ilustra, aunque no completamente, lo que implicaba esta labor en el antiguo Cercano Oriente. Ya que Dios las inspiró, podemos pensar con seguridad que Él deseaba estas actividades y que las bendijo. Pero, ¿en realidad necesitamos textos como estos para estar seguros de que Dios aprueba estas clases de trabajo? ¿Qué hay de las habilidades relacionadas que no se mencionan? De alguna forma graciosa, si el tabernáculo hubiera necesitado un sistema de aire acondicionado, podemos creer que Dios habría dado planos para uno bueno. Robert Banks recomienda sabiamente que, “En los escritos bíblicos, no debemos interpretar comparaciones con el proceso [moderno] de construcción de una manera demasiado estricta o propia de un trabajo en especial. Esto se puede realizar en ocasiones, pero no en general”.[4] El punto aquí no es que a Dios le interesen más ciertos tipos de trabajo que otros; la Biblia no tiene que nombrar todas las ocupaciones nobles para que las veamos como algo piadoso. Así como las personas no fueron creadas para el Sabbath sino que el Sabbath fue creado para las personas (Mr 2:27), la construcción y las ciudades también son creadas para las personas. La ley que dictaba que las casas antiguas fueran construidas con un muro protector alrededor de la azotea (Dt 22:8) ilustra el interés de Dios por la construcción responsable que verdaderamente atiende y protege a las personas. Que el Espíritu les otorgara habilidades a los trabajadores del tabernáculo representa que a Dios le importaba este proyecto en particular para estos propósitos particulares. Con base en esta verdad, la lección permanente para nuestro trabajo hoy día es que cualquiera que sea el trabajo que Dios encomienda, Él no lo deja en nuestras manos no cualificadas. Las formas en las que Él nos equipa para hacer Su trabajo pueden ser tan variadas como las tareas que nos da. En la fidelidad divina, los dones espirituales que Dios nos da nos fortalecerán mientras hacemos el trabajo de Dios hasta el final (1Co 1:4-9). Él nos provee todas las bendiciones en abundancia para que podamos compartir abundantemente en toda buena obra (2Co 9:8).

The translation here slightly modifies the New Revised Standard Version to show how the key word pattern appears twice.

Victor Hurowitz, “The Priestly Account of Building the Tabernacle” [El relato sacerdotal de la construcción del tabernáculo], Journal of the American Oriental Society [Revista de la sociedad americana oriental] 105 (1985): 22. La palabra tavnit describe la forma tridimensional de los ídolos (Dt 4:16-18; Sal 106:20; Is 44:13), una réplica de un altar (Jos 22:28; 2R 16:10) y la forma de manos (Ez 8:3, 10; 10:8).

Raymond B. Dillard, 2 Chronicles [2ª de Crónicas], vol.15, Word Biblical Commentary [Comentario Bíblico de la Palabra] (Dallas: Word, 1998), 4-5.

Robert Banks, God the Worker: Journeys into the Mind, Heart, and Imagination of God [Dios el Trabajador: Una travesía por la mente, el corazón y la imaginación de Dios] (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2008), 349.

Conclusiones de Éxodo

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En Éxodo, vemos que Dios saca a Su pueblo del trabajo opresor y los lleva a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Esto no significa liberarse del trabajo, sino que es la libertad para amar y servir al Señor por medio del trabajo en todos los aspectos de la vida. Dios provee una guía para la vida y el trabajo que lo glorificará y bendecirá a Israel, y Él provee un lugar en donde está Su presencia, para que bendiga todo lo que ellos hacen.