El caos (Jueces 1-21)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Luego de la muerte de Josué, Israel no tiene una posición de liderazgo nacional permanente. En cambio, con el surgimiento de los peligros —por ejemplo, un ataque militar— se levantan hombres y mujeres como líderes durante cada crisis. El término en español “jueces” no refleja completamente el rol que desempeñaban estas personas (la palabra hebrea shopet, traducida por lo general como “juez”, se refiere a un mediador en los conflictos, un comandante militar y el gobernador de un territorio).[1] Los jueces sí resuelven disputas, pero también se hacen responsables de los asuntos militares y políticos al enfrentar a los pueblos hostiles circundantes. Aunque mantendremos la designación tradicional de jueces, el calificativo “libertadores” es una descripción más precisa de estos líderes.

En el libro de Jueces encontramos una visión general más sombría de los líderes de Israel que en el libro de Josué. Poco a poco, la calidad de la sucesión de los jueces disminuye, lo que al final lleva a Israel al caos absoluto. El libro concluye con historias de violaciones, asesinatos y guerra civil, con el llamativo y lúgubre final, “En esos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien ante sus ojos” (Jue 21:25). Cuando el texto dice que hacían lo correcto ante los ojos de cada uno, no se refiere a personas loables actuando éticamente por voluntad propia, sino a que buscaban sin restricciones la ventaja para sí mismos, para decirlo de otra manera. Significa no obedecer el mandato de Dios por medio de Josué, “Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito” (Jos 1:8). El mandato es hacer lo correcto ante los ojos de Dios, no lo que parece correcto según nuestra propia percepción sesgada y egoísta. Los jueces fallaron al no guiar a los israelitas a guardar la ley de Dios y por lo tanto fallaron en administrar la justicia y gobernar al pueblo.[2]

Temba L. J. Mafico, “Judge, Judging” [Juez, Juzgar], en The Anchor Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor], ed. David Noel Freedman (Nueva York: Doubleday, 1992), 1105.

Daniel I. Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut], vol. 6, The New American Commentary [El nuevo comentario americano] (Nashville: Broadman & Holman, 1999), 83-4. 

El fracaso de la expulsión (Jueces 1-2)

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Jueces 1 y 2 continúa el relato de Josué 13 al 22, narrando el incumplimiento de Israel al no expulsar a los pueblos cananeos de la tierra. “Cuando los hijos de Israel se hicieron fuertes, sometieron a los cananeos a trabajos forzados, pero no los expulsaron totalmente” (Jos 17:13). Hay cierta ironía en que los israelitas que habían sido liberados se convirtieron en amos de esclavos cuando tuvieron la oportunidad. La razón principal por la que Israel debía expulsar a los cananeos era prevenir que la idolatría infectara su pueblo. Igual que la serpiente en el jardín, la idolatría de los cananeos pondría a prueba la lealtad de los israelitas hacia Dios y Su pacto. Pero a Israel no le fue mejor que Adán o Eva. Al no quitar la tentación que representaba el pueblo pagano, pronto comenzaron a “servir” a los dioses cananeos, Baal y Astarte (Jue 2:11-13; 10:6; etc.) (Algunas versiones como la NVI traducen el término hebreo como “adorar”, pero otras lo traducen de forma más precisa como “servir”). Esta no es solamente una cuestión de inclinarse ocasionalmente frente a una imagen o hacer una oración para un dios extranjero. Lo que significa es que la vida de los israelitas y su trabajo estaban inútilmente en servicio de los ídolos, ya que se convencieron de que su éxito en el trabajo dependía de apaciguar a las deidades locales cananeas.[1]

La mayor parte de nuestro trabajo en la actualidad se dedica a servir a alguien o algo diferente al Dios de Israel. Los negocios trabajan para los clientes y los socios. Los gobiernos trabajan para los ciudadanos. Las escuelas trabajan para los estudiantes. Al contrario de adorar a los dioses cananeos, servir a estos sujetos no es malo en sí mismo; de hecho, servir a otras personas es una de las formas en las que servimos a Dios. Pero si servir a los clientes, socios, ciudadanos, estudiantes y otros, se vuelve más importante que servir a Dios, o si simplemente se convierte en un medio para engrandecernos a nosotros mismos, estamos siguiendo al pueblo antiguo de Israel hacia la adoración de dioses falsos. Tim Keller señala que los ídolos no son una reliquia obsoleta de la religiosidad antigua, sino una espiritualidad falsa pero sofisticada que encontramos todos los días.

¿Qué es un ídolo? Es cualquier cosa que sea más importante para usted que Dios, cualquier cosa que ocupa su corazón e imaginación más que Dios, cualquier cosa que usted busca para recibir lo que solamente Dios puede dar. Un dios falso es cualquier cosa que sea tan fundamental y esencial para su vida que, si la llega a perder, la vida ya no tendrá tanto sentido. Un ídolo tiene una posición de tanto control en su corazón que sin pensarlo dos veces, usted puede dedicarle gran parte de su entusiasmo, energía y sus recursos emocionales y financieros. Un ídolo puede ser la familia y los hijos, la carrera y ganar dinero, los logros y el reconocimiento, o cuidar su reputación y su posición social. Puede ser una relación amorosa, la aprobación de los pares, la competencia y habilidad, las circunstancias cómodas y seguras, su belleza o inteligencia, una gran causa social o política, su moralidad y virtud, o incluso el éxito en el ministerio cristiano.[2]

Por ejemplo, los funcionarios elegidos tienen un deseo correcto de servir al público. Para poder hacerlo, deben seguir teniendo un público al cual servir, lo que implica permanecer en sus puestos y seguir ganando las elecciones. Si servir al público se convierte en su meta máxima, cualquier cosa que sea necesaria para ganar las elecciones se vuelve justificable, incluyendo el ceder para complacer a otros, el engaño, la intimidación, las acusaciones falsas e incluso el fraude electoral. Un deseo ilimitado de servir al público —combinado con una creencia inquebrantable de que es la única persona que lo puede hacer de forma eficaz— parece ser exactamente lo que motivó al presidente estadounidense Richard Nixon en las elecciones de 1972. Aparentemente, el deseo ilimitado de servir al público lo llevó a querer ganar las elecciones a toda costa, aunque se requiriera espiar al Comité Nacional Demócrata en el Hotel Watergate. A su vez, esto lo llevó a su destitución, pérdida del cargo y deshonra. Servir a un ídolo siempre termina en desastre.

Las personas en cualquier trabajo —incluso en la familia, siendo esposos, padres o hijos— enfrentan la tentación de darle más importancia a las cosas buenas que a servir a Dios. Cuando trabajar por algo bueno se convierte en la meta principal en vez de ser una expresión de servicio a Dios, la idolatría entra a nuestras vidas cautelosamente. Para más información sobre los peligros de idolatrar el trabajo, consulte las secciones sobre el primer y el segundo mandamiento en “Éxodo y el trabajo” (“No tendrás otros dioses delante de Mí”, Éx 20:3; “No te harás ídolo” Éx 20:4), y “Deuteronomio y el trabajo” (“No tendrás otros dioses delante de Mí” Dt 5:7; “No te harás ningún ídolo” Dt 5:8 en www.teologiadeltrabajo.org.)

John Gray, Joshua, Judges, and Ruth [Josué, Jueces y Rut], The New Century Bible Commentary [El comentario bíblico del nuevo siglo] (Londres: Nelson, 1967), 256.

Timothy Keller, Counterfeit Gods: The Empty Promises of Money, Sex, and Power, and the Only Hope That Matters [Dioses que fallan: las promesas vacías del dinero, el sexo y el poder, y la única esperanza verdadera] (Nueva York: Dutton Adult, 2009), xvii-xviii.

Débora (Jueces 4-5)

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Débora es la mejor de todos los jueces. El pueblo reconoce su sabiduría y se acerca a ella para pedirle consejo y para recibir ayuda en la resolución de conflictos (Jue 4:5). La jerarquía militar la reconoce como comandante suprema y de hecho van a la guerra bajo su mando (Jue 4:8). Su gobierno es tan bueno que “el país tuvo descanso por cuarenta años” (Jue 5:31), un suceso poco común en toda la historia de Israel.

Algunas personas en la actualidad se pueden sorprender al ver que una mujer que no era ni la viuda ni la hija de un gobernante, pudiera convertirse en jefe nacional de un pueblo pre-moderno. Sin embargo, el libro de Jueces la considera igual a los más grandes líderes de Israel (por mérito propio). Es la única mujer entre los jueces y es llamada profetisa (Jue 4:4), lo que indica lo mucho que se asemeja a Moisés y Josué, a quienes Dios también habló directamente. Ninguna de las mujeres, incluyendo a la agente encubierta Jael, ni ninguno de los hombres, incluyendo al comandante general Barac, reflejaban alguna preocupación por tener una líder mujer. El servicio de Débora como profetisa y juez de Israel señala que Dios no ve el liderazgo político, judicial o militar de las mujeres como algo problemático. También es evidente que su esposo Lapidot y su familia inmediata no tuvieron problema en distribuir el trabajo del hogar para que ella tuviera tiempo de sentarse “debajo de la palmera de Débora” para cumplir su labor cuando “los hijos de Israel subían a ella a pedir juicio” (Jue 4:5).

En algunas sociedades actuales, en bastantes sectores de trabajo y ciertas organizaciones, el liderazgo femenino se ha convertido en algo tan indiscutible como la dirección de Débora. Sin embargo, en muchas otras culturas, sectores y organizaciones contemporáneas, las mujeres no son aceptadas como líderes o sufren limitaciones que no se les imponen a los hombres. ¿Es posible que examinar el liderazgo de Débora en el antiguo pueblo de Israel nos ayude a los cristianos a aclarar nuestra perspectiva acerca del propósito de Dios en estas situaciones? ¿Podríamos servir en nuestras organizaciones y sociedades ayudando a destruir los obstáculos indebidos que enfrentan las mujeres al liderar? ¿Nos beneficiaría de forma personal buscar que más mujeres sean jefes, mentoras y ejemplos para otros en nuestro trabajo?

Los efectos económicos de la guerra (Jueces 6:1-11)

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Después de Débora, la calidad de los jueces comienza a decaer. Jueces 6:1-11 ilustra lo que era probablemente una característica común de la vida en Israel en esta época: la dificultad económica que surge de la guerra.

Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor, y el Señor los entregó en manos de Madián por siete años. Y el poder de Madián prevaleció sobre Israel. Por causa de los madianitas, los hijos de Israel se hicieron escondites en las montañas y en las cavernas y en los lugares fortificados. Porque sucedía que cuando los hijos de Israel sembraban, los madianitas venían con los amalecitas y los hijos del oriente y subían contra ellos; acampaban frente a ellos y destruían el producto de la tierra hasta Gaza, y no dejaban sustento alguno en Israel, ni oveja, ni buey, ni asno. Porque subían con su ganado y sus tiendas, y entraban como langostas en multitud, tanto ellos como sus camellos eran innumerables; y entraban en la tierra para devastarla. Así fue empobrecido Israel en gran manera por causa de Madián, y los hijos de Israel clamaron al Señor. 

Los efectos de la guerra en el trabajo se pueden sentir en muchos aspectos en la actualidad. Además del daño que causan las huelgas directas en contra de blancos económicos, la inestabilidad que trae el conflicto armado puede destruir la forma de vida de las personas. Los campesinos en los sectores azotados por la guerra están reacios a plantar cultivos cuando existe la posibilidad de ser desplazados antes de poder cosechar. Los inversionistas juzgan a los países azotados por la guerra y dicen que representan un riesgo y que no están dispuestos a canalizar los recursos para mejorar la infraestructura. Ya que hay poca esperanza de desarrollo económico, las personas pueden verse arrastradas hacia bandos armados que luchan por los recursos que quedan para explotar. Así continúa el ciclo deprimente de la guerra y la destrucción. Sin embargo, la paz precede la prosperidad.

La situación económica de Israel bajo el yugo de los madianitas era tan precaria que encontramos al futuro juez Gedeón “sacudiendo el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas” (Jue 6:11). Daniel Blocks explica la lógica de este comportamiento.

Para trillar el grano sin la tecnología moderna, primero se golpeaban las espigas de los tallos cortados con un mayal, luego se desechaba la paja y después se arrojaba al aire la mezcla de la cáscara y el grano, lo que permitía que el viento se llevara la cáscara y que los granos más pesados cayeran al suelo. Hacer esto habría sido evidentemente insensato en las circunstancias difíciles del pueblo antiguo de Israel, ya que la actividad del trillado en las colinas habría llamado la atención de los madianitas que merodeaban el lugar. Por lo tanto, Gedeón decide golpear el grano en un contenedor usado para prensar uvas. Generalmente las prensas de vino requerían dos hoyos excavados en la piedra, uno encima del otro. Las uvas se colocaban y se aplastaban en la de arriba, mientras que un conducto drenaba los jugos al de abajo.[1]

Actualmente, tanto las personas cristianas como no cristianas están de acuerdo casi unánimemente en que es inmoral realizar negocios en formas que prolonguen el conflicto armado. Un ejemplo actual es la prohibición internacional de los “diamantes de sangre”.[2] El punto es, ¿los cristianos estamos liderando tales proyectos? ¿Somos de los que buscan si el negocio, el gobierno, la universidad u otra institución en donde trabajamos está participando de la violencia sin darse cuenta? ¿Nos arriesgamos a plantear tales preguntas cuando nuestros superiores preferirían ignorar la situación? ¿O, como Gedeón, nos escondemos detrás de la excusa de que solamente hacemos nuestro trabajo?

D. I. Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut], vol.6 in The New American Commentary (Nashville: Broadman & Holman Publishers, 1999), 258-259.

“Conflict Diamonds” [Los diamantes del conflicto], Amnesty International [Amnistía Internacional],  http://www.amnestyusa.org/our-work/issues/business-and-human-rights/oil-gas-and-mining-industries/conflict-diamonds, consultado en diciembre 14, 2013.

El liderazgo ambiguo de Gedeón (Jueces 6:12-8:35)

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Gedeón es un ejemplo perfecto del carácter paradójico de los jueces de Israel y de las lecciones ambiguas que ofrecen para el liderazgo tanto en el trabajo como en todos los demás lugares. Literalmente, el nombre Gedeón significa “leñador”[1] y parece que va en la dirección correcta cuando corta los ídolos de su padre en Jueces 6:25-7 (el hecho de que lo hiciera en la noche por causa del miedo, es un detalle inquietante).[2] Sin embargo, a pesar de que Dios ha prometido estar con él, Gedeón siempre está buscando señales, especialmente en el incidente del vellón en Jueces 6:36-40. En esta ocasión, Dios lo trata con condescendencia y lo afirma, pero difícilmente este es un ejemplo a seguir, como muchos cristianos modernos sostienen en relación con la guía y especialmente la guía vocacional. En cambio, esta es una señal del compromiso vacilante que lo llevó a la idolatría al final de la historia.[3]  Para un análisis más profundo de los métodos de discernimiento de Gedeón, consulte Decision-Making by the Book [Tomemos decisiones según el Libro][4] y Decision Making and the Will of God [La toma de decisiones y la voluntad de Dios].[5] 

El punto crucial de la historia es el triunfo asombroso de Gedeón contra los madianitas (Jue 7), pero sus fracasos posteriores en el liderazgo son menos reconocidos (Jue 8). Los habitantes de Sucot y Peniel se rehusaron a ayudar a sus hombres después de la batalla y la destrucción brutal de esas ciudades parece desproporcionada en comparación con la ofensa. De nuevo, Gedeón le hace honor a su nombre, pero ahora destruyendo a cualquiera que se encuentre.[6] Aunque dice que no quiere ser rey, se convierte en un verdadero déspota (Jue 8:22-26). Pero lo más preocupante es que cae en idolatría. El efod que hace se convierte en “ruina” para su familia y “todo Israel se prostituyó allí” (Jue 8:27). ¡Cómo cayeron los grandes héroes!

Una lección para nosotros hoy día puede ser que debemos estar agradecidos por los dones de las personas sin llegar a idolatrarlas. Como Gedeón, un general puede llevarnos a la victoria en la guerra, pero demostrar que es un tirano en tiempos de paz. Un genio puede aportar conocimientos extraordinarios sobre música o cinematografía, pero también puede guiarnos mal en temas como la paternidad o la política. Un líder de negocios puede rescatar un negocio en crisis, solo para destruirlo en tiempos de tranquilidad. Incluso podemos encontrar la misma discontinuidad en nosotros mismos. Quizá nos destacamos en diferentes clasificaciones en el trabajo, pero nos hundimos en los conflictos en casa, o viceversa. Tal vez demostramos que somos capaces como individuos en el trabajo, pero fallamos cuando somos administradores. Quizás, lo más probable es que logremos muchas cosas buenas cuando, estando inseguros de nosotros mismos, dependemos de Dios, pero causamos estragos cuando el éxito nos lleva a la autosuficiencia.[7] Así como los jueces, somos personas de contradicciones y debilidades. Nuestra única esperanza, o de lo contrario desolación, es el perdón y la transformación que es posible para nosotros en Cristo.

Robert G. Boling, “Gideon (Person)” [Gedeón (personaje)], en The Anchor Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor], ed. David Noel Freedman (Nueva York: Doubleday, 1992), 1013.

D. I. Block y J. Clinton McCann, Judges [Jueces], Interpretation [Interpretación] (Louisville: Westminster John Knox Press, 1989), 61.

Consulte, por ejemplo, el comentario de McCann sobre el incidente del vellón (66): “En pocas palabras, Gedeón se comienza a ver un poco ridículo. En vez de que su fe aumente, parece que aumentan su falta de fe y sus temores”.

Haddon W. Robinson, Decision-Making by the Book: How to Choose Wisely in an Age of Options [Tomemos decisiones según el Libro: Cómo elegir con sabiduría en una época de tantas alternativas] (Wheaton, IL: Victor Books, 1991).

Garry Friesen y J. Robin Maxson, Decision Making and the Will of God: A Biblical Alternative to the Traditional View [La toma de decisiones y la voluntad de Dios: Una alternativa bíblica a la visión tradicional] (Portland, OR: Multnomah Books, 2004).

Cf. Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut], 287: “Gideon, the fearful young man, has become a brutal aggressor” [Gedeón, el joven temeroso, se convierte en un cruel agresor].

Tomas Chamorro-Premuzic, “Less-Confident People Are More Successful” [Las personas menos seguras son más exitosas], Harvard Business Review [Revista de negocios de Harvard], Julio 6 del 2012, consultado en http://blogs.hbr.org/2012/07/less-confident-people-are-more-su/ en Mayo 23, 2014.

El fiasco del liderazgo de los jueces (Jueces 9-16)

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Las fallas de Gedeón se intensifican en los jueces que siguen. Abimelec, el hijo de Gedeón, unifica al pueblo alrededor de sí mismo luego de asesinar a sus setenta hermanos, quienes representaban un obstáculo para él (Jue 9). Jefté comienza como un forajido y luego libera al pueblo de los amonitas, pero destruye a su propia familia y su futuro con una promesa espantosa que causó la muerte de su hija (Jue 11). Sansón, el juez más famoso, causa estragos entre los filisteos, pero desafortunadamente sucumbe ante la seducción de Dalila, una mujer pagana, lo que lo llevó a su ruina (Jue 13-16).

¿Qué debemos pensar de todo esto respecto a nuestro trabajo en la actualidad? Primero, las historias de los jueces afirman la verdad de que Dios actúa por medio de personas imperfectas. Esta es una realidad ya que varios de los jueces —Gedeón, Barac, Sansón y Jefté— reciben elogios en el Nuevo Testamento junto con Rahab (Heb 11:31-34). El libro de Jueces no duda en señalar que el Espíritu de Dios los empoderó para que lograran actos poderosos de liberación en situaciones en las que las probabilidades eran agobiantes (Jue 3:10; 6:34; 11:29; 13:25; 14:6-9; 15:14). Además, ellos fueron más que herramientas en la mano del Señor, ya que respondieron positivamente al llamado de Dios de salvar a Israel y por medio de ellos, el Señor liberó a Su pueblo una y otra vez.

Aun así, el contenido general de Jueces no nos alienta a ver a estos hombres como ejemplos a seguir. La carga del libro es que Israel es un desastre plagado de concesiones, y sus líderes son una decepción por causa de su desobediencia al pacto de Dios. Una lección más apropiada que se puede tomar es que el éxito —incluso el éxito dado por Dios— no conlleva necesariamente el favor de Dios. Cuando nuestros esfuerzos en el trabajo son bendecidos, especialmente en las circunstancias adversas, es tentador pensar, “Bueno, obviamente Dios tiene su mano en esto, así que me debe estar recompensando por ser una buena persona”. Sin embargo, la historia de los jueces muestra que Dios trabaja cuando quiere, como quiere y por medio del que quiere. Él actúa de acuerdo con Sus planes, no de acuerdo a nuestro mérito o la falta del mismo. No podemos tomar el crédito como si mereciéramos las bendiciones del éxito. De igual forma, no podemos juzgar a aquellos a quienes consideramos menos merecedores del favor de Dios, como nos lo recuerda Pablo en Romanos 2:1.

El evangelio de la prosperidad desenmascarado en su forma primitiva (Jueces 17)

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Si la sección central de Jueces nos muestra héroes deficientes atrapados en un círculo depresivo de opresión y liberación, los capítulos finales presentan un pueblo caído para el cual parece que no hay esperanza de redención. Jueces 17 comienza prácticamente con una parodia de la idolatría. Un hombre llamado Micaía tiene mucho dinero, su madre usa el dinero para hacer un ídolo y Micaía contrata a un levita independiente como su sacerdote personal. No es una sorpresa que la doctrina de mal gusto de Micaía tenga una teología igualmente terrible. “Micaía dijo: Ahora sé que el Señor me prosperará, porque tengo un levita por sacerdote” (Jue 17:13). En otras palabras, al conseguir una autoridad religiosa que bendiga su iniciativa idólatra, Micaía cree que puede hacer que Dios le dé lo que desea. Aquí se desperdicia la creatividad humana de la peor forma posible, en la fabricación de dioses simulados que funcionan como una cubierta para la codicia y la arrogancia.

El impulso de convertir a Dios en una máquina de prosperidad nunca ha dejado de existir. Una forma muy famosa en la actualidad es el llamado evangelio de la prosperidad o el evangelio del éxito, que declara que aquellos que profesan la fe en Cristo necesariamente serán recompensados con riquezas, buena salud y felicidad. En lo referente al trabajo, esto hace que algunos descuiden su labor y caigan en el libertinaje mientras esperan que Dios los llene de riquezas. También causa que otros —aquellos que esperan que Dios les haga prósperos a pesar de su trabajo— descuiden a su familia y su comunidad, abusen de sus compañeros de trabajo y hagan negocios de forma deshonesta, seguros de que el favor de Dios los exime de la moralidad común.

La revelación de la depravación humana y la complicidad de las autoridades religiosas (Jueces 18-21)

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El episodio final de Jueces es el evento más estremecedor del largo camino de Israel hacia la depravación, la idolatría y la anarquía. Algunos hombres de la tribu de Dan huyen con toda la institución religiosa de Micaía, incluyendo al levita y al ídolo (Jue 18:1-31). El levita toma una concubina de un pueblo distante (Belén, casualmente), pero después de un altercado doméstico, ella regresa a la casa de su padre. El levita va por ella a Belén y después de una borrachera de cinco días con su suegro, toma a su concubina y su sirviente y comienza descabelladamente el viaje de regreso a casa poco antes del atardecer. En la noche, se encuentran solos en la plaza de un pueblo de la tribu de Benjamín. Nadie los recibió hasta que al fin un anciano les ofrece un lugar para pasar la noche.

Esa noche, los hombres de la ciudad rodean la casa y exigen que el anciano saque al extranjero para que lo pudieran violar (Jue 19:22). El anciano trata de protegerlo, pero su idea para proteger a los visitantes es nauseabunda, diciéndolo de una forma sencilla. Con el fin de salvar al levita, el anciano ofrece a su hija y a la concubina del levita para que los hombres las violen a ellas en vez del hombre. El mismo levita echa fuera de la casa a la concubina, en el que es tal vez el suceso más temprano registrado de la complicidad de las autoridades religiosas en el abuso sexual. Entonces “ellos la ultrajaron y abusaron de ella toda la noche hasta la mañana” (Jue 19:25). Luego, el levita desmiembra su cuerpo y dispersa las partes en las tribus de Israel, las cuales casi exterminan a la tribu de Benjamín en represalia (Jue 20-21). Esto completa la conversión de los israelitas en cananeos.[1]

La línea que concluye el libro resume los eventos de forma concisa. “En esos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien ante sus ojos” (Jue 21:25). En caso de que no sea evidente, esto indica que sin un liderazgo basado en las enseñanzas de Dios, el pueblo siguió sus propias estrategias y deseos malvados; no significa que la guía moral inherente del pueblo los llevó a hacer lo correcto sin la supervisión requerida.

En nuestras esferas de trabajo en la actualidad, las amenazas contra los indefensos —incluyendo el abuso de mujeres y extranjeros— siguen siendo asombrosamente comunes. De forma individual, debemos decidir si vamos a defender a quienes enfrentan las injusticias —poniéndonos a nosotros mismos en riesgo— o nos vamos a mantener al margen hasta que pase el daño.

Como organizaciones y sociedades, tenemos que decidir si vamos a trabajar para los sistemas y estructuras que frenan los flagelos del comportamiento humano, o si nos haremos a un lado mientras las personas hacen lo que les parece bien ante sus ojos. Incluso nuestra pasividad puede contribuir a los abusos en nuestros lugares de trabajo, especialmente si no estamos en posiciones de autoridad. Cuando otras personas perciben que usted tiene cierto poder —ya sea por su edad, porque ha trabajado más tiempo allí, se viste mejor, lo ven con frecuencia hablando con el jefe, pertenece a un grupo étnico o lingüístico privilegiado, tiene más educación, o es mejor expresándose— y no defiende a aquellos que son abusados, está contribuyendo al sistema del abuso. Por ejemplo, si los demás acuden a usted para pedirle ayuda, eso significa que usted tiene un poder significativo ante sus ojos. Entonces, si no se opone cuando alguien cuenta una broma denigrante o cuando hostigan a un nuevo empleado, le está agregando su propio peso a la carga de la víctima y está ayudando a preparar el camino para el próximo abuso.

Leer los eventos horribles de los últimos capítulos de Jueces puede hacer que nos sintamos agradecidos de no vivir en esa época. Sin embargo, si estamos totalmente conscientes, es posible ver que simplemente ir a trabajar está tan cargado de significancia moral como lo era el trabajo de cualquier líder o persona en el antiguo pueblo de Israel.

 El tema central del comentario de Block de Jueces es la conversión del pueblo a las costumbres cananeas. Consulte Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut]. The New American Commentary. Nashville: Broadman & Holman Publishers.