Números y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Números

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El libro de Números contribuye de forma significativa a la forma en la que entendemos y realizamos nuestro trabajo, ya que vemos a Israel, el pueblo de Dios, luchando para trabajar de acuerdo con los propósitos del Señor en tiempos difíciles. En sus luchas, ellos experimentan conflictos de identidad, autoridad y liderazgo mientras trabajan en su camino por el desierto hacia la tierra que Dios había prometido. Las ideas que podemos aplicar al trabajo no se encuentran en una serie de mandatos sino en ejemplos, en los que vemos qué le agrada a Dios y qué le desagrada.

En español el libro se llama “Números” porque registra los censos que Moisés realizó de las tribus de Israel. Los censos se hacían para calcular los recursos humanos y naturales disponibles para asuntos económicos y gubernamentales, incluyendo el servicio militar (Nm 1:2-3; 26:2-4), funciones religiosas (Nm 4:2-3, 22-23), impuestos (Nm 3:40-48) y temas agrícolas (Nm 26:53-54). La distribución eficaz de los recursos depende de tener los datos correctos. Sin embargo, estos censos sirven como el marco para un relato que va más allá del simple reporte de números. En las historias, las personas tienden a usar incorrectamente las estadísticas, lo que lleva a disensiones, rebeldía y malestar social. El problema no es en sí el razonamiento cuantitativo —ya que Dios mismo ordena que se hagan censos (Nm 1:1-2)—, pero cuando este se usa como pretexto para desviarse de la palabra del Señor, el desastre es inminente (Nm 14:20-25). En los escándalos actuales relacionados con los estados de cuentas y las crisis financieras podemos ver un eco distante de esta manipulación de números que reemplaza el razonamiento moral genuino.

El relato de Números transcurre en la región desértica que no es ni Egipto ni la tierra prometida. El título hebreo del libro es bemidbar, que es una abreviatura de la frase “en el desierto del Sinaí” (Nm 1:1), la cual describe la acción principal del libro: la travesía de Israel por el desierto. La nación avanzó desde el Sinaí hasta la tierra prometida, llegando a la región oriental del Río Jordán. Ellos llegaron a este lugar porque la “mano poderosa” de Dios (Éx 6:1 NVI) los había liberado de la esclavitud en Egipto, que es el relato del libro de Éxodo. Se demostró que sacar al pueblo de la esclavitud era muy diferente a sacar la esclavitud de las personas. En pocas palabras, el libro de Números se trata de la vida con Dios durante la travesía al lugar donde verían el cumplimiento de Sus promesas, un viaje que nosotros como pueblo de Dios seguimos realizando. A partir de la experiencia de Israel en el desierto encontramos recursos para los retos en nuestra vida y el trabajo hoy día, y podemos encontrar ánimo en la ayuda de Dios, que siempre ha estado presente.

Dios enumera y organiza la nación de Israel (Números 1:1-2:34)

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Antes del Éxodo, Israel nunca había sido una nación. Israel comenzó con Abraham, Sara y sus descendientes, quienes prosperaron como familia bajo el liderazgo de José, pero luego cayeron en esclavitud al ser una minoría étnica en Egipto. La población israelita en Egipto creció y llegó a ser del tamaño de una nación (Éx 12:37) pero, ya que eran un pueblo esclavo, no se les permitía tener instituciones u organizaciones nacionales. Ellos salieron de Egipto siendo una multitud refugiada y poco organizada (Éx 12:34-39) que ahora tenía que estructurarse para funcionar como una nación. Dios guía a Moisés a que cuente la población (el primer censo, Nm 1:1-3) y cree un gobierno provisional con líderes de tribus (Nm 1:4-16). Bajo la dirección de Dios más adelante, Moisés designa un orden religioso, los levitas, y les da los recursos para construir el tabernáculo del pacto (Nm 1:48-54). También establece un campamento en donde vive todo el pueblo, organiza a los hombres en edad para pelear, por jerarquías militares, y designa comandantes y oficiales (Nm 2:1-9). Además crea una burocracia, delega la autoridad a líderes calificados e instituye un sistema judicial civil y un tribunal de apelación (esto se narra en Éxodo 18:1-27, no en Números). Para conquistar la tierra prometida (Gn 28:15) y cumplir la misión de bendecir a todas las naciones (Gn 18:18), Israel debía ser ordenada de forma eficaz.

Las labores de Moisés de organizar, liderar, administrar y desarrollar los recursos son similares a las actividades de casi todos los sectores de la sociedad actual, en los negocios, el gobierno, las fuerzas armadas, la educación, la religión, las organizaciones sin ánimo de lucro, asociaciones de vecinos e incluso familias. En este sentido, Moisés es el padre de todos los administradores, contadores, estadísticos, economistas, militares, gobernadores, jueces, oficiales de policía, directores, organizadores comunitarios y muchos otros. La atención detallada del libro de Números en cuanto a la organización de trabajadores, entrenamiento de líderes, creación de instituciones cívicas, desarrollo de capacidades logísticas, estructuración de defensas y desarrollo de sistemas de contabilidad, indica que Dios sigue guiando y empoderando la organización, el gobierno, los recursos y el mantenimiento de las estructuras sociales en la actualidad.

Los levitas y el trabajo de Dios (Números 3-8)

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El libro de Números desde el capítulo 3 hasta el 8 se centra en el trabajo de los sacerdotes y levitas (los hombres de la tribu de los levitas eran los que servían como sacerdotes. En casi todo el libro de Números, los términos “sacerdote” y “levita” son intercambiables). Su rol esencial es el de ser mediadores de la redención de Dios para todo el pueblo (Nm 3:40-51). Al igual que los demás trabajadores, ellos se enumeran y organizan en unidades de trabajo, y la única diferencia es que son eximidos del servicio militar (Nm 4:2-3; 22-23). Podría parecer que se destaca su trabajo como si fuera más importante que el de los demás porque “se relaciona con las cosas más sagradas” (Nm 4:4). En realidad pareciera que se enaltece el rol de los sacerdotes respecto al del resto del pueblo debido a la atención tan detallada que se le da a la tienda de reunión y sus utensilios, pero el texto en verdad describe la relación estrecha de su trabajo con el trabajo de todos los israelitas. Los levitas ayudan a todas las personas a armonizar su vida y su trabajo con la ley y los propósitos de Dios. Además, el trabajo que realizaban los levitas en la tienda es bastante similar al trabajo de la mayoría de los israelitas: levantar, mover y establecer el campamento, encender el fuego, lavar el lino, sacrificar animales y procesar el grano. Entonces, el énfasis está en la integración del trabajo de los levitas con el de todos los demás. Números le presta atención de forma cuidadosa al trabajo de los sacerdotes de ser mediadores de la presencia de Dios, pero no porque el trabajo religioso sea el oficio más importante, sino porque Dios es el centro de todos los oficios.

La ofrenda del producto del trabajo humano para Dios (Números 4 y 7)

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El Señor da instrucciones detalladas para levantar la tienda de reunión, el lugar de Su presencia con Israel. La tienda de reunión requería materiales producidos por una gran variedad de trabajadores: cuero fino, paño azul, paño carmesí, cortinas, varas y palos, platos, cucharas, tazones, jarras, candelabros, lámparas, tenazas, aceite y las jarras para llevarlo, un altar de oro, ceniceros, tenedores, palas e incienso aromático (Nm 4:5-15) (para una descripción similar, consulte  “El Tabernáculo” en Éxodo 31:1-12 anteriormente). En el transcurso de la adoración, las personas traían más productos del trabajo humano, como ofrendas de bebidas (Nm 4:7 y otros), grano (4:16 y otros), aceite (7:13 y otros), corderos y ovejas (6:12 y otros), chivos (7:16 y otros) y metales preciosos (7:25 y otros). Casi todas las ocupaciones —de hecho casi todas las personas— del pueblo de Israel son necesarias para que la adoración a Dios sea posible en la tienda de reunión.

Los levitas alimentaban a sus familias principalmente con una porción de los sacrificios. Estas se les asignaban porque, a diferencia de las demás tribus, ellos no poseían tierras para cultivar (Nm 18:18-32). Los levitas no recibían sacrificios porque ellos fueran santos, sino porque al presidir los sacrificios, llevaban a todo el pueblo a tener una relación santa con Dios. El pueblo, no los levitas, eran los principales beneficiarios de los sacrificios. De hecho, todo el sistema de sacrificios como tal era un componente del sistema de suministro alimentario. Fuera de algunas partes que se quemaban en el altar y de la parte de los levitas mencionada anteriormente, las partes principales de las ofrendas de grano y animales se destinaban para el consumo de aquellos que las traían.[1] Todo el pueblo de Israel se alimentaba en parte con los sacrificios. En general, los sacrificios no aislaban algunas cosas santas del resto de la producción humana, sino que transmitían la presencia de Dios a la vida y el trabajo de toda la nación.

De igual forma en la actualidad, los productos y servicios de todo el pueblo de Dios son expresiones de poder del trabajo de Dios en los seres humanos, o al menos eso deberían ser. El Nuevo Testamento desarrolla este tema del Antiguo Testamento de forma específica. “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P 2:9). Todo nuestro trabajo es trabajo de sacerdocio cuando proclama la bondad de Dios. Todo lo que resulta de nuestro trabajo —sea cuero y ropa, trastes y platos, materiales de construcción, planes de clase, pronósticos financieros, y todo lo demás— son productos sacerdotales. Nuestras labores —lavar ropa, sembrar cultivos, criar niños y todas las demás formas de trabajo legítimo— son un servicio sacerdotal para Dios. Todos debemos preguntarnos sobre nuestro trabajo, “¿cómo refleja la bondad de Dios, hace visible al Señor ante aquellos que no lo reconocen y cumple Sus propósitos en el mundo?” Todos los creyentes, no solo el cuerpo ministerial, son descendientes de los sacerdotes y levitas en Números, y hacen el trabajo de Dios todos los días.

David P. Wright, “The Disposal of Impurity: Elimination Rites in the Bible and in Hittite and Mesopotamian Literature” [Desechar la impureza: ritos de eliminación en la Biblia y en la literatura mesopotamia e hitita], Society of Biblical Literature Dissertation Studies [Disertaciones de la Sociedad de literatura bíblica] 101 (1987):34-36.

Confesión y restitución (Números 5:5-10)

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Un rol fundamental del pueblo de Dios es llevar reconciliación y justicia a escenas de conflicto y abuso. Aunque el pueblo de Israel se había comprometido a obedecer los mandamientos de Dios, con frecuencia fallaban, igual que nosotros hoy día. A menudo, esto se manifestaba con el maltrato de otras personas. “En caso de que alguien, hombre o mujer, peque causándole un daño a otro, está traicionando al Señor, y es culpable” (Nm 5:6). Por medio del trabajo de los levitas, Dios provee un medio de arrepentimiento, restitución y reconciliación después de tales errores. Un elemento esencial es que la parte culpable no solo devuelve la cantidad que representa la pérdida que causó, sino que también paga el 20 por ciento más (Nm 5:7), probablemente como una forma de sufrir una pérdida para simpatizar con la víctima (este pasaje es paralelo al de la ofrenda por la culpa descrita en Levítico; ver “La importancia de la ofrenda por la culpa” en el trabajo, en Levítico y el trabajo anteriormente).

El Nuevo Testamento proporciona un gran modelo de este principio en el trabajo. Cuando Zaqueo, el recolector de impuestos, fue salvo por medio de Cristo ofreció pagar cuatro veces la cantidad que les había cobrado de más a sus conciudadanos. Un ejemplo más moderno —aunque no se basa explícitamente en la Biblia— es la práctica cuya popularidad ha aumentado entre los hospitales, de admitir los errores, disculparse y ofrecer restitución financiera inmediata y ayuda para los pacientes y las familias involucradas.[1] Sin embargo, no hace falta ser recolector de impuestos o trabajar en el sector de la salud para cometer errores. Todos tenemos oportunidades de sobra para confesar nuestros errores y ofrecer compensación por ellos. Gran parte de este reto ocurre en el lugar de trabajo, pero ¿en realidad lo hacemos o tratamos de encubrir nuestras deficiencias y minimizar nuestra responsabilidad?

Steve S. Kraman y Ginny Hamm, “Risk Management: Extreme Honesty May Be the Best Policy” [Gestión del riesgo: la honestidad extrema puede ser la mejor política], Annals of Internal Medicine [Publicaciones de medicina interna] 131 (Diciembre, 1999): 963-67. Encuentre más cobertura sobre el tema en Pauline Chen, “When Doctors Admit Their Mistakes” [Cuando los médicos reconocen sus errores], New York Times, Agosto 19 del 2010.

La bendición de Aarón para el pueblo (Números 6:22-27)

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Uno de los principales roles de los levitas es invocar la bendición de Dios. El Señor decreta estas palabras para la bendición sacerdotal:

El Señor te bendiga y te guarde;
el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti,
y tenga de ti misericordia;
el Señor alce sobre ti su rostro, y te dé paz. (Nm 6:24-26)

Dios bendice a las personas de diversas maneras, en lo espiritual, mental, emocional y material, pero el enfoque aquí está en la bendición de las personas por medio de palabras. Nuestras buenas palabras se convierten en una expresión de la gracia de Dios en la vida de otras personas. Dios promete, “Así invocarán Mi nombre sobre los hijos de Israel, y Yo los bendeciré” (Nm 6:27).

Las palabras que usamos en el trabajo tienen el poder de bendecir o maldecir, edificar a otros o destrozarlos. Con frecuencia, nuestra elección de palabras tiene más poder del que creemos. Las bendiciones en Números 6:24-26 declaran que Dios lo guardará, tendrá misericordia de usted y le dará paz. En el trabajo, nuestras palabras pueden “guardar” a otras personas, es decir, las pueden reafirmar, proteger y apoyar. “Yo estoy disponible si necesitas ayuda, y no te lo reprocharé después”. Nuestras palabras pueden estar llenas de gracia y ser las que mejoren alguna situación. Por ejemplo, podemos aceptar la responsabilidad por un error compartido, en vez de pasarles la culpa a otros minimizando nuestro rol. Nuestras palabras pueden traer paz cuando restauramos relaciones que han sido quebrantadas. Por ejemplo, “sé que las cosas están mal entre nosotros, pero quiero encontrar la forma de volver a tener una buena relación contigo”. Por supuesto, hay momentos en los que tenemos que oponernos, criticar, corregir y tal vez sancionar personas en el trabajo. Aun así, podemos escoger si criticamos la acción incorrecta o si condenamos a la persona como tal. De igual forma, cuando alguien hace el bien, podemos elogiar en vez de mantenernos callados, a pesar del riesgo que esto puede representar para nuestra reputación o apariencia seria.

La jubilación del servicio regular (Números 8:23-26)

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Números contiene el único pasaje en la Biblia que especifica un límite de edad para el trabajo. Los levitas comenzaban a servir en su juventud, cuando eran lo suficientemente fuertes para levantar y transportar el tabernáculo con todos sus elementos sagrados. Los censos de Números 4 no incluyen nombres de levitas que tuvieran más de cincuenta años, y Números 8:25 indica que a esa edad, los levitas se debían jubilar de sus funciones. Además de que era difícil cargar el tabernáculo por causa de su peso, el trabajo de los levitas también incluía examinar de cerca las enfermedades de la piel (Lv 13). En una época en la que no existían los anteojos para leer, prácticamente nadie a la edad de cincuenta sería capaz de ver con claridad a tan corta distancia. El punto no es que los cincuenta sean una edad de jubilación para todos los casos, sino que llega un momento en el que un cuerpo se envejece y se desempeña con menos efectividad en el trabajo. El proceso difiere bastante entre individuos y ocupaciones. Moisés tenía ochenta años cuando comenzó a desempeñarse como el líder de Israel (Éx 7:7). Sin embargo, la jubilación no representaba el fin del trabajo de los levitas. El propósito no era relevar a los trabajadores productivos, sino redirigir su servicio a una orientación más madura, dadas las condiciones de su ocupación. Aun después de jubilarse podían “ayudar a sus hermanos en la tienda de reunión a cumplir sus obligaciones” (Nm 8:26). A veces, algunas capacidades —el juicio, la sabiduría y tal vez la perspicacia— pueden mejorar con la edad. Al “ayudar a sus hermanos”, los levitas mayores tenían diferentes maneras de servir a sus comunidades. Las nociones modernas de la jubilación que consisten en dejar de trabajar y dedicar el tiempo exclusivamente al ocio no se encuentran en la Biblia.

Igual que los levitas, no deberíamos buscar un cese total del trabajo productivo en la vejez. Tal vez tengamos que abandonar nuestra posición, pero nuestras habilidades y sabiduría siguen siendo valiosas. Podemos seguir sirviendo a otros en nuestras profesiones liderando asociaciones comerciales, organizaciones civiles, comités de dirección y organismos de acreditación. Podemos asesorar, entrenar, enseñar o preparar. Al fin podemos tener tiempo para servir al máximo en la iglesia, en un club, en un cargo electivo o en organizaciones de servicio. Podemos invertir más tiempo con nuestra familia, o si es demasiado tarde para eso, podemos invertir en las vidas de otros niños y gente joven. Con frecuencia, nuestro nuevo servicio más valioso es entrenar y animar (bendecir) a los trabajadores más jóvenes (ver Nm 6:24-27).

Dadas estas posibilidades, la vejez puede ser uno de los periodos más satisfactorios de la vida. Tristemente, la jubilación margina a muchas personas justo en el momento en el que sus dones, recursos, tiempo, experiencia, contactos, influencia y sabiduría pueden ser de gran beneficio. Algunos deciden buscar solamente el ocio y el entretenimiento o simplemente abandonan sus esperanzas de vida. Otros encuentran que las regulaciones relacionadas con la edad y la marginalización social no les permiten trabajar tan plenamente como quisieran. Hay muy poco material en las Escrituras para obtener una teología específica de la jubilación, pero mientras envejecemos, cada uno se puede preparar para la jubilación con tanto esmero, o más, del que tenía al prepararse para el trabajo. Cuando jóvenes, podemos respetar y aprender de nuestros colegas más experimentados. En todas las edades, podemos trabajar en miras de políticas y prácticas de jubilación que sean más justas y productivas para los trabajadores jóvenes y los mayores.

El pueblo desafía la autoridad de Moisés (Números 12)

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En Números 12, Aarón y Miriam, los hermanos de Moisés, tratan de iniciar una revuelta contra su autoridad. Al parecer, su queja es razonable. Moisés enseña que los israelitas no se deben casar con extranjeros (Dt 7:3), pero su esposa es extranjera (Nm 12:1). Si esta hubiera sido su verdadera preocupación, ellos podrían haber hablado con Moisés o con el consejo de ancianos que se había formado recientemente (Nm 11:16-17). En vez de eso, decidieron murmurar y querían tomar el lugar de Moisés como líderes de la nación. En realidad, su queja era solo un pretexto para iniciar una rebelión general con el fin de conseguir una posición de poder absoluto. 

Dios responde castigándolos severamente en defensa de Moisés. Él les recuerda que ha escogido a Moisés como su representante en Israel, hablando “cara a cara” con él y confiándole “toda Mi casa” (Nm 12:7-8). Él demanda, “¿Por qué, pues, no temisteis hablar contra mi siervo, contra Moisés?” (Nm 12:8).  Cuando no hay respuesta, Números nos relata que “se encendió la ira del Señor contra ellos” (Nm 12:9). Su castigo cae primero sobre Miriam, quien contrajo lepra y Aarón le ruega a Moisés que los perdone (Nm 12:10-12). La autoridad del líder escogido por Dios debe ser respetada, ya que rebelarse en contra de ese líder es rebelarse contra Dios mismo.

Cuando tenemos quejas en contra de las autoridades

Dios estuvo presente de una forma excepcional en el liderazgo de Moisés. “Desde entonces no ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien el Señor conocía cara a cara” (Dt 34:10). Los líderes actuales no manifiestan la autoridad de Dios como quien lo ve cara a cara, como lo hizo Moisés. Aun así, Dios ordena que respetemos la autoridad de todos los líderes, “porque no hay autoridad sino de Dios” (Ro 13:1-3). Esto no significa que los líderes nunca deben ser cuestionados, que no se les deba pedir cuentas o que no se puedan reemplazar. Significa que cada vez que tengamos una queja en contra de aquellos que tienen autoridad legítima —como Moisés—, nuestro deber es discernir las formas en las que su liderazgo es una manifestación de la autoridad de Dios. Debemos respetarlos por causa de la parte genuina de autoridad que Dios les ha dado, incluso cuando procuramos corregirlos, establecer límites para ellos o incluso al retirarlos del poder.

Un detalle de la historia es que el propósito de Aarón y Miriam era llegar a una posición de poder. La sed de poder nunca será una motivación legítima para la rebeldía en contra de la autoridad. Si tenemos una queja contra nuestro jefe, lo primero que deberíamos anhelar es resolverlo con él o ella. Si esto no es posible debido al abuso de autoridad o la incompetencia del jefe, nuestra siguiente intención sería buscar que alguien con integridad y habilidad tomara su lugar. Pero si nuestro propósito es ganar más poder, entonces la meta es incorrecta, e incluso estamos incapacitados para percibir si el jefe está actuando legítimamente o no. Nuestros propios deseos nos han vuelto incapaces de discernir la autoridad de Dios en esta situación.

Cuando otros se oponen a nuestra autoridad

Aunque Moisés tenía el poder y el derecho, responde al desafío de su autoridad con gentileza y humildad. “Moisés era un hombre muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra” (Nm 12:3). Él permanece en la escena con Aarón y Miriam de principio a fin, incluso cuando ellos comienzan a recibir su merecido castigo. También intercede para que Dios restaure la salud de Miriam, y logra reducir su castigo de la muerte a siete días confinada fuera del campamento (Nm 12:13-15). Finalmente, permite que sigan siendo parte del liderazgo principal de la nación.

Si estamos en posición de autoridad, es probable que enfrentemos oposición como lo hizo Moisés. Suponiendo que, igual que Moisés, hayamos recibido la autoridad legítimamente, podríamos ver la oposición como una ofensa e incluso reconocerla como una ofensa contra el propósito de Dios para nosotros. Puede que estemos en nuestro derecho de intentar defender nuestra posición y derrotar a aquellos que la están atacando. Pero, igual que Moisés, primero debemos cuidar de las personas sobre las cuales Dios nos ha puesto como autoridad, incluyendo a aquellos que se oponen a nosotros. Tal vez sus quejas contra nosotros sean legítimas o quizá aspiren a alcanzar el poder. Tal vez logremos resistirlos o tal vez no. Puede que sigamos en la organización o no, igual que ellos. Tal vez encontremos puntos de coincidencia o tal vez sea imposible restaurar las buenas relaciones laborales con nuestros opositores. Aun así, en todas las situaciones, tenemos el deber de ser humildes, lo que significa actuar por el bien de aquellos que Dios nos ha confiado, incluso a costa de nuestra comodidad, poder, prestigio y autoimagen. Sabremos que estamos cumpliendo esta tarea cuando nos encontremos intercediendo por aquellos que se oponen a nosotros, como lo hizo Moisés con Miriam.

Cuando el liderazgo lleva a la impopularidad (Números 13 y 14)

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En Números 13 y 14 encontramos que de nuevo se desafía la autoridad de Moisés. El Señor le dice que envíe espías a la tierra de Canaán para prepararse para la conquista. Se debe obtener información de inteligencia militar y económica y se nombran espías de todas las tribus (Nm 13:18-20). Esto significa que el reporte de los espías se podía usar no solo para planear la conquista, sino también para comenzar a discutir la distribución del territorio entre las tribus de Israel. El reporte de los espías confirma que la tierra es muy buena, que “mana leche y miel” (Nm 13:27). Sin embargo, los espías también reportaron que “es fuerte el pueblo que habita en la tierra, y las ciudades, fortificadas y muy grandes” (Nm 13:28). Moisés y su teniente Caleb usaron la información para planear el ataque, pero los espías tuvieron miedo y dijeron que no era posible conquistar la tierra (Nm 13:30-32). El pueblo de Israel le creyó a los espías, se rebelaron en contra del plan del Señor y resolvieron encontrar un nuevo líder para que los llevara de regreso a la esclavitud en Egipto. Solo Aarón, Caleb y un hombre joven llamado Josué permanecieron con Moisés.

Sin embargo, Moisés se levanta de prisa, a pesar de la impopularidad del plan. Las personas están a punto de reemplazarlo y aun así, él sigue haciendo lo que el Señor le ha revelado como un derecho. Junto con Aarón, le suplica al pueblo que cese la rebelión, pero es inútil. Finalmente, el Señor castiga a Israel por su falta de fe y declara que los herirá con una pestilencia mortal (Nm 14:5-12). Al abandonar el plan, ellos avanzan hacia una situación peor: la destrucción inminente y absoluta. Solo Moisés, firme en su propósito original, sabe cómo prevenir el desastre. Él recurre al Señor para que perdone al pueblo, como lo ha hecho antes (hemos visto en Números 12 que Moisés siempre está listo para poner el bienestar de los demás primero, incluso a costa de sí mismo). El Señor cede, pero declara que habrán consecuencias inevitables para el pueblo, ya que ninguno de los que se unió a la rebelión podrá entrar a la tierra prometida (Nm 14:20-23). 

Las acciones de Moisés demuestran que los líderes requieren un compromiso firme, lo que evita que se dejen llevar por el viento de la popularidad. Si somos líderes, es posible que nuestra tarea sea solitaria y que seamos tentados a atender la opinión popular. Es verdad que los buenos líderes escuchan las opiniones de los demás, pero cuando un líder sabe cuál es la mejor forma de proceder y ha examinado ese conocimiento lo mejor posible, tiene la responsabilidad de hacer lo que es mejor, no lo que es más popular.

En la situación de Moisés, la forma correcta de proceder era totalmente clara. El Señor le ordena a Moisés que conquiste la tierra prometida. Como hemos visto, Moisés conservó su comportamiento humilde, pero no titubeó en su rumbo. En realidad, él no tuvo éxito en cumplir el mandato del Señor. Si el pueblo no lo sigue, el líder no puede cumplir la misión solo. En este caso, la consecuencia para el pueblo fue el desastre de que toda una generación no pudiera conocer la tierra prometida que Dios había escogido para ellos, pero por lo menos, Moisés no contribuyó al desastre cambiando su plan en respuesta a la opinión popular.

La época moderna está llena de ejemplos de líderes que cedieron a la opinión popular. Podemos recordar la capitulación del primer ministro británico Neville Chamberlain ante las demandas de Hitler en Múnich en 1938. En contraste, Abraham Lincoln se convirtió en uno de los grandes presidentes al negarse con firmeza a ceder ante la opinión popular para concluir la guerra civil estadounidense aceptando la división del país. Aunque tuvo la humildad para reconocer que existía la posibilidad de estar equivocado (“según Dios nos da para ver lo justo”), también tuvo la entereza para hacer lo que sabía que era correcto a pesar de la enorme presión. El libro Liderazgo sin límites de Ronald Heifetz y Martin Linsky[1] examina el reto de permanecer abiertos a las opiniones de los demás mientras nos mantenemos firmes en el liderazgo en tiempos difíciles (para más información sobre este episodio, consulte “Israel se rehúsa a entrar a la tierra prometida” en Deuteronomio 1:19-45 más adelante).

Martin Linsky y Ronald A. Heifetz, Leadership on the Line: Staying Alive Through the Dangers of Leading [Líderazgo sin límites: Manual de supervivencia para managers] (Boston: Harvard Business Press, 2002).

La ofrenda de nuestras primicias para Dios (Números 15:20-21; 18:12-18)

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Partiendo de los sacrificios descritos en Números 4 y 7 se describe la ofrenda del primer producto del trabajo y de la tierra para Dios en dos pasajes en Números 15 y 18. Además de las ofrendas descritas anteriormente, los israelitas deben ofrecerle a Dios “Los primeros frutos maduros de todo lo que hay en su tierra” (Nm 18:13). Ya que Dios es soberano en cuanto a la posesión de todas las cosas, todo el producto de la tierra y el mismo pueblo ya le pertenecen al Señor en realidad. Cuando las personas traen las primicias al altar, reconocen que Dios es dueño de todo, no solamente de lo que queda después de que satisfacen todas sus necesidades. Al traer las primicias antes de usar el resto del producto, expresan respeto hacia la soberanía de Dios, y muestran la esperanza de que Dios bendecirá la productividad continua de su labor y sus recursos.[1]

Las ofrendas y los sacrificios de Israel son diferentes a las donaciones y ofrendas que hacemos hoy para el trabajo de Dios, pero el concepto de darle nuestras primicias al Señor se sigue aplicando. Cuando damos primero para Dios, reconocemos que Él es el dueño de todo lo que tenemos. Por lo tanto, le damos lo primero y lo mejor. De esta forma, ofrecer nuestras primicias se convierte en una bendición para nosotros así como lo era para el antiguo pueblo de Israel.

Richard O. Rigsby, “First Fruits” [Los primeros frutos], en The Anchor Yale Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor Yale], ed. David Noel Freedman (Nueva York: Doubleday, 1992), 797.

Recordatorios del pacto (Números 15:37-41)

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Un pasaje corto en Números 15 le ordena a los israelitas que hagan bordes o flecos en sus ropas con un cordón azul en cada borde, “para que cuando lo veáis os acordéis de todos los mandamientos del Señor, a fin de que los cumpláis”. En el trabajo, así como en todo lugar, siempre existe la tentación de “dejarse llevar por los impulsos de su corazón y por los deseos de sus ojos” (Nm 15:39 NVI). De hecho, cuando somos más diligentes en poner atención al trabajo (los “ojos”), más grande será la posibilidad de que nos influencien las cosas que no son del Señor en el trabajo (el “corazón”). La respuesta no es dejar de ponerle atención al trabajo o dejar de tomarlo en serio. En vez de eso, puede ser una buena opción colocar recordatorios que nos ayuden a pensar en Dios y en Su camino. Tal vez no sean flecos, pero puede ser una Biblia que esté a la vista, una alarma que le recuerde orar cada cierto tiempo o un símbolo que pueda usar o llevar en un lugar que llame su atención. El propósito no es exhibirlo para que otros lo vean, sino llevar de regreso “su propio corazón” a Dios. Aunque esto es algo pequeño, puede tener un efecto significativo. Esto es bueno, “para que os acordéis de cumplir todos Mis mandamientos y seáis santos a vuestro Dios” (Nm 15:40).

La infidelidad de Moisés en Meriba (Números 20:2-13)

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El mayor fracaso de Moisés vino cuando el pueblo de Israel volvió a quejarse, esta vez por causa del alimento y el agua (Nm 20:1-5). Moisés y Aarón decidieron traer la queja al Señor, quien les ordenó tomar su vara y en la presencia del pueblo mandar que una roca diera agua suficiente para el pueblo y su ganado (Nm 20:6-8). Moisés hizo lo que el Señor le mandó pero agregó dos gestos propios. Reprendió al pueblo diciendo, “Oíd, ahora, rebeldes. ¿Sacaremos agua de esta peña para vosotros?” Y luego golpeó la roca dos veces con su vara y el agua salió en abundancia (Nm 20:9-11), pero el Señor se disgustó en gran manera con Moisés y Aarón.

El castigo de Dios fue fuerte. “Porque vosotros no me creísteis a fin de tratarme como Santo ante los ojos de los hijos de Israel, por tanto no conduciréis a este pueblo a la tierra que les he dado” (Nm 20:12). A Moisés y Aarón, como a todas las personas que se habían revelado contra el plan de Dios (Nm 14:22-23), no se les permitió entrar en la tierra prometida. En cualquier comentario general se puede encontrar la discusión de los académicos acerca de la acción exacta por la cual Moisés fue castigado, pero el texto de Números 20:12 indica de forma directa la ofensa principal, “Porque vosotros no me creísteis”. El liderazgo de Moisés flaqueó en el momento crucial cuando dejó de confiar en Dios y comenzó a actuar por sus propios impulsos.

Honrar a Dios en el liderazgo —por lo que se deben esforzar todos los líderes cristianos en todos los ámbitos— es una responsabilidad aterradora. Ya sea que lideremos un negocio, una clase, un organismo de socorro, nuestro hogar o cualquier otra organización, debemos ser cuidadosos de no confundir nuestra autoridad con la de Dios. ¿Qué podemos hacer para mantenernos en obediencia a Dios? Los métodos que emplean algunos líderes son encontrarse regularmente con un grupo (o un compañero) de rendición de cuentas, orar a diario por las tareas de liderazgo, guardar un Sabbath semanal para descansar en la presencia de Dios y buscar la perspectiva de otros en relación con la guía de Dios. Aun así, la tarea de liderar firmemente mientras permanecemos en total dependencia de Dios está más allá de la capacidad humana. Si el hombre más humilde en la faz de la tierra (Nm 12:3) pudo fallar de esta manera, nosotros también podemos. Por la gracia de Dios, incluso fracasos tan grandes como el de Moisés en Meriba, con consecuencias desastrosas para su vida, no nos separan del cumplimiento final de las promesas de Dios. Moisés no entró en la tierra prometida, pero el Nuevo Testamento declara que fue fiel “en toda la casa de Dios” y nos recuerda la confianza que todos en la casa de Dios tenemos en el cumplimiento de nuestra redención en Cristo (Heb 3:2-6).

Cuando Dios habla por medios inesperados (Números 22-24)

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En Números 22 y 23, el protagonista no es Moisés sino Balaam, un hombre que vivía cerca del camino por el cual Israel se acercaba lentamente a la tierra prometida. Aunque él no era israelita, era un sacerdote o profeta del Señor. El rey de Moab reconoció el poder de Dios en las palabras de Balaam cuando dijo, “yo sé que a quien tú bendices es bendecido, y a quien tú maldices es maldecido”. El rey de Moab tuvo miedo de la fuerza del pueblo de Israel y envió sus emisarios a pedirle a Balaam que viniera a Moab y maldijera a los israelitas para acabar con la amenaza que ellos representaban (Nm 22:1-6).

Dios le informa a Balaam que Él ha escogido a Israel como una nación bendita y le ordena que no vaya a Moab ni maldiga a Israel (Nm 22:12). Sin embargo, después de la insistencia del rey de Moab, Balaam decide ir a Moab. Sus anfitriones tratan de sobornarlo para que maldiga a Israel, pero Balaam les advierte que él solo hará lo que Dios mande (Nm 22:18). Pareciera que Dios está de acuerdo con este plan, pero mientras Balaam va en su asna hacia Moab, un ángel del Señor bloquea su camino tres veces. El ángel es invisible para Balaam, pero el asna puede ver al ángel y se desvía varias veces del camino. Balaam se enfurece con el asna y comienza a golpearla con su vara. “Entonces el Señor abrió la boca del asna, la cual dijo a Balaam: ¿Qué te he hecho yo que me has golpeado estas tres veces?” (Nm 22:28). Balaam conversa con el asna y se da cuenta de que el animal había comprendido mucho más claramente la guía de Dios que él mismo. Los ojos de Balaam son abiertos, ve el ángel y recibe las instrucciones de Dios acerca de cómo tratar con el rey de Moab. El Señor le recuerda, “Ve con los hombres, pero hablarás sólo la palabra que Yo te diga” (Nm 22:35). En los capítulos 23 y 24, el rey de Moab continúa suplicándole a Balaam que maldiga a Israel, pero en cada oportunidad Balaam responde que el Señor declara que Israel es una nación bendita. Eventualmente, él logra disuadir al rey de atacar a Israel (Nm 24:12-25), evitando así la destrucción inmediata de Moab a manos del Señor.

Balaam es similar a Moisés porque logra seguir la guía del Señor a pesar de sus fracasos ocasionales. Como Moisés, él desempeña un papel importante en el cumplimiento de plan de Dios de llevar a Israel a la tierra prometida. Pero Balaam también es muy distinto de Moisés y de muchos otros héroes de la Biblia hebrea. Él mismo no es israelita y su principal logro es salvar de la destrucción a Moab, no a Israel. Por estas dos razones, los israelitas estarían muy sorprendidos de leer que Dios le habló a Balaam tan clara y directamente como a los profetas y sacerdotes de Israel. Aún más sorprendente —tanto para Israel como para el mismo Balaam— es que la guía de Dios llegó en el momento decisivo por medio de las palabras de un animal, una simple asna. En dos formas sorprendentes, vemos que la guía de Dios no viene a través de los medios predilectos de las personas, sino por medio de los recursos que Dios mismo escoge. Si Dios decide hablar por medio de un enemigo potencial o incluso una bestia del campo, debemos poner atención.

El pasaje no nos dice que el medio principal por el cual Dios nos guía es necesariamente un profeta extranjero o un asno, pero sí nos explica algo sobre escuchar la voz de Dios. Para nosotros es fácil escuchar la voz de Dios solamente por los medios que conocemos. Con frecuencia, esto significa que escuchamos únicamente a aquellas personas que piensan, hablan y actúan como nosotros o que pertenecen a nuestros círculos sociales. También puede indicar que nunca le ponemos atención a quienes toman una posición diferente a la nuestra. Se vuelve fácil creer que Dios nos está diciendo exactamente lo que ya estamos pensando. Los líderes refuerzan esto a menudo al rodearse de un grupo limitado de delegados y consejeros de pensamiento similar. Tal vez somos más parecidos a Balaam de lo que quisiéramos, pero por la gracia de Dios, ¿podríamos aprender de alguna forma a escuchar lo que Dios nos puede decir incluso por medio de personas en las que no confiamos o fuentes con las que no estamos de acuerdo?

Apropiación de la tierra y derechos de propiedad (Números 26-27; 36:1-12)

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Con el paso del tiempo y el cambio de la demografía, fue necesario realizar otro censo (Nm 26:1-4). Un propósito crucial de este censo era comenzar a desarrollar estructuras socioeconómicas para la nueva nación. La producción económica y el ordenamiento gubernamental se debían organizar por tribus, con varias unidades de clanes y hogares. La tierra se debía dividir entre los clanes de acuerdo con su población (Nm 26:52-56), y se debía asignar aleatoriamente. El resultado es que cada hogar (la familia extendida) recibe un terreno suficientemente grande para sustentarse. A diferencia de Egipto —y más adelante, del imperio romano y Europa medieval— la tierra no le debe pertenecer a la clase noble ni la deben trabajar las clases desfavorecidas de plebeyos o esclavos. En vez de eso, cada familia es dueña de su propio medio de producción agrícola. Fundamentalmente, la familia nunca perdía su tierra de forma permanente por causa de deudas, impuestos o incluso la venta voluntaria (consulte Lv 25 para ver las protecciones legales que evitaban que las familias perdieran sus tierras). Incluso si una generación de una familia fracasaba en sus labores agrícolas y caía en deudas, la siguiente generación tenía acceso a la tierra necesaria para sustentarse.

El censo se contabiliza de acuerdo con los hombres cabeza de las tribus y clanes, y cada cabeza de hogar recibe una parcela. Pero en los casos en que las mujeres son las cabezas de hogar (por ejemplo, si sus padres morían antes de recibir su porción de tierra), se les permitía ser propietarias de tierras y pasarlas a sus descendientes (Nm 27:8). Sin embargo, esto podía complicar la organización de Israel, ya que una mujer tenía la posibilidad de casarse con un hombre de otra tribu, lo que transfería la tierra de la mujer de la tribu de su padre a la de su esposo, debilitando a su vez la estructura social. Con el fin de evitar que esto ocurra, el Señor decreta que aunque las mujeres se pueden casar “con el que bien les parezca” (Nm 36:6), “ninguna heredad será traspasada de una tribu a otra tribu” (Nm 36:9). Este decreto mantiene los derechos de todo el pueblo —incluidas las mujeres— de ser propietarios de tierras y casarse con quien escojan equilibrando la necesidad de preservar las estructuras sociales. Las tribus tienen que respetar los derechos de sus miembros y las cabezas de hogares deben respetar las necesidades de la sociedad.

En gran parte de la economía actual, ser propietario de tierras no es el medio principal de sustento y las estructuras sociales no están ordenadas por tribus y clanes; por lo tanto, las regulaciones específicas en Números y Levítico no aplican directamente. Las condiciones actuales requieren soluciones específicas diferentes. En todas las sociedades son esenciales las leyes sabias, equitativas, ejecutadas de forma justa, que respeten la propiedad y las estructuras económicas, los derechos individuales y el bien común. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, “El avance del estado de derecho en los niveles nacional e internacional es esencial para el crecimiento económico inclusivo y constante, desarrollo sostenible, erradicación de la pobreza y el hambre y el pleno cumplimiento de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales”.[1] Los cristianos tienen mucho que contribuir al buen gobierno de la sociedad, no solo por medio de la ley sino también por medio de la oración y la transformación de la vida. Progresivamente, los cristianos estamos descubriendo que al trabajar juntos, podemos proporcionar oportunidades eficaces para que las personas desfavorecidas tengan acceso permanente a los recursos necesarios para prosperar económicamente. Un ejemplo es Agros International, una organización que tiene como guía una “brújula moral” cristiana, para ayudar a las familias rurales pobres de Latinoamérica a adquirir y cultivar eficazmente la tierra.[2]

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Issue Brief: Rule of Law and Development [Resumen: Estado de derecho y desarrollo] (Nueva York: United Nations, 2013), 3.

Agros International, http://www.agros.org/ag/how-we-work/frequently-asked-questions.

Planeación de la sucesión (Números 27:12-23)

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Construir una organización sostenible —en este caso, la nación de Israel— requiere la transición ordenada de la autoridad. Sin continuidad, el pueblo se confunde y se vuelve temeroso, las estructuras laborales se caen y los trabajadores se vuelven ineficientes, “como ovejas que no tienen pastor” (Nm 27:17). Preparar un sucesor toma tiempo. Los líderes mediocres pueden tener miedo de preparar a alguien capaz de ser su sucesor, pero los grandes líderes como Moisés comienzan a desarrollar sucesores mucho antes del momento de dejar su cargo. La Biblia no nos dice qué proceso usa Moisés para identificar y preparar a Josué, solo dice que ora para que Dios lo guíe (Nm 27:16). Números sí dice que Moisés se asegura de reconocerlo y apoyarlo públicamente y sigue el proceso regular para confirmar su autoridad (Nm 27:17-21).

Planear para la sucesión es responsabilidad tanto del directivo actual (igual que Moisés) como de aquellos que ejercen la autoridad complementaria (como Eleazar y los líderes de la congregación), como vemos en Números 27:21. Las instituciones, ya sean grandes como una nación o pequeñas como un grupo de trabajo, necesitan procesos eficaces para el entrenamiento y la sucesión.

La ofrenda diaria por el pueblo (Números 28 y 29)

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Aunque las personas realizan ofrendas individuales y familiares en momentos designados, también hay un sacrificio a favor de toda la nación todos los días (Nm 28:1-8). Hay ofrendas adicionales en el Sabbath (Nm 28:9-10), en los días de luna nueva (Nm 28:11-25), en la Pascua (Nm 28:16-25) y en las fiestas de las semanas (Nm 28:26-31), en los días de tocar las trompetas (Nm 29:1-6), el día de la expiación (Nm 29:7-10) y en las fiestas de las enramadas (Nm 29:12-40). Por medio de estas ofrendas comunitarias, el pueblo recibía los beneficios de la presencia del Señor y de Su favor incluso cuando no adoraban personalmente.[1]

Los sacrificios de los israelitas ya no se realizan en la actualidad y es imposible aplicarlos directamente a la vida y el trabajo hoy día. Sin embargo, la importancia de realizar sacrificios, ofrendas y adoración para el beneficio de los demás permanece (Ro 12:1-6). Algunos creyentes —en particular, ciertas órdenes de monjes y monjas— pasan la mayor parte del día orando por aquellos que no adoran ni oran por sí mismos o los que no tienen la capacidad de hacerlo. No sería correcto que descuidáramos nuestros deberes laborales para dedicarnos a orar, pero en los momentos en los que tenemos la oportunidad de orar, podemos rogar por las personas con las que trabajamos, especialmente si sabemos que nadie más está orando por ellas. Después de todo, somos llamados a traer bendiciones al mundo a nuestro alrededor (Nm 6:22-27). Ciertamente podemos aplicar Números 28:1-8 orando a diario. Orar todos los días, o varias veces al día, nos mantiene más cerca de la presencia de Dios. La fe no es solo para el Sabbath.

Phillip J. Budd, Numbers [Números], vol. 5, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Dallas: Word, 1998), 319.

El cumplimiento de los compromisos (Números 30)

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El capítulo 30 de Números proporciona un sistema elaborado para determinar la validez de las promesas, juramentos y votos. Sin embargo, la postura básica es simple: haga lo que dijo que va a hacer.

Si un hombre hace un voto al Señor, o hace un juramento para imponerse una obligación, no faltará a su palabra; hará conforme a todo lo que salga de su boca (Nm 30:2).

Existen descripciones detalladas para manejar las excepciones cuando alguien hace una promesa que excede su autoridad (las reglas en el texto tratan las situaciones en las que ciertas mujeres están sujetas a la autoridad de algunos hombres en particular). Aunque las excepciones son válidas —no se puede obligar a una persona a que cumpla una promesa si no tiene autoridad para cumplirla en primer lugar—, cuando Jesús comentó en este pasaje, Él propuso una norma mucho más simple: no hagan promesas que no pueden o no van a cumplir (Mt 5:33-37).

En los compromisos relacionados con el trabajo, nos podemos ver tentados a acumular explicaciones, requisitos, excepciones y justificaciones para no hacer lo que prometemos. Sin duda, muchos pueden ser razonables, como las cláusulas de fuerza mayor en los contratos, los cuales excusan a una parte para que no cumpla sus obligaciones si está impedido por órdenes judiciales, desastres naturales y similares. Pero no se trata únicamente de honrar lo que dice el contrato. Muchos acuerdos se hacen con un apretón de manos. Algunas veces hay vacíos. ¿Podemos aprender a honrar el propósito del acuerdo y no solo la letra de la ley? La confianza es el ingrediente que hace que los lugares de trabajo funcionen y es imposible que haya confianza si prometemos más de lo que podemos dar o damos menos de lo que prometemos. Este no solo es un hecho en la vida, sino un mandato del Señor.

Planeación municipal de las ciudades de los levitas (Números 35:1-5)

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A diferencia del resto de las tribus, los levitas debían vivir en ciudades distribuidas en toda la tierra prometida, en donde ellos podían enseñarle la ley al pueblo y aplicarla en cortes locales. Números 32:2-5 cuenta con detalle la cantidad de tierras de pasto que cada pueblo debía tener. Midiendo desde los extremos del pueblo, el área de pastos se extendía mil codos hacia afuera (cerca de 450 metros) en cada dirección, este, sur, oeste y norte. Jacob Milgrom señala que esta disposición geográfica fue un ejercicio realístico de planificación urbana.[1] El diagrama muestra una ciudad con pastizales que se entienden más allá del diámetro del pueblo en cada dirección. Mientras crece el diámetro del pueblo y se ocupan los terrenos de pastos cercanos, se incorporan tierras adicionales de pastos para que estas sigan cubriendo 1000 codos más allá de los límites del pueblo en cada dirección (en el diagrama, las áreas sombreadas permanecen del mismo tamaño mientras se extienden hacia afuera, pero las áreas que no están sombreadas se amplían mientras el centro de la ciudad se amplía).

Mediréis también afuera de la ciudad, al lado oriental dos mil codos, al lado sur dos mil codos, al lado occidental dos mil codos, y al lado norte dos mil codos, con la ciudad en el centro (Nm 35:5).

Matemáticamente, mientras la ciudad crece, también crece el área de sus tierras de pastos, pero a un ritmo más lento que el centro de la ciudad, la zona donde habitaba el pueblo. Esto significa que la población crece más rápidamente que el área donde realizan sus actividades agrícolas. Para que esto siga ocurriendo, se debe incrementar la productividad agrícola por metro cuadrado. Cada pastor debía suministrarle alimentos a más personas, lo que hacía que más trabajadores se pudieran encargar de otras labores, como las industriales y de servicios. Esto es exactamente lo que se requiere para el desarrollo económico y cultural. Una aclaración es que la planificación municipal no hace que la productividad se incremente, sino que crea una estructura socio-económica que se adapta para aumentar la productividad. Es un ejemplo extremadamente sofisticado de la política civil que crea condiciones para el crecimiento económico sostenible.

El pasaje en Números 35:5 muestra una vez más que Dios le da gran importancia al trabajo humano que provee el sustento a las personas y crea bienestar económico. El hecho de que Dios se tome la molestia de instruir a Moisés en la planeación municipal con base en el crecimiento semi-geométrico de las tierras de pastos, ¿no indica que el pueblo de Dios hoy día debería dedicarse de forma decidida a todo tipo de profesiones, oficios, artes, estudios y otras disciplinas que sostienen y prosperan las comunidades y naciones? Tal vez las iglesias y los cristianos podrían esforzarse más por animar y elogiar la excelencia de sus miembros en todos los campos de acción. Tal vez los cristianos podríamos esforzarnos más por ser excelentes en nuestro trabajo como una forma de servicio para nuestro Señor. ¿Hay alguna razón para creer que la excelencia en la planeación municipal, la economía, el cuidado de niños o el servicio al cliente le da menos gloria a Dios que la alabanza sincera, la oración o el estudio bíblico?

Jacob Milgrom, “Excursus 74: The Levitical Town: An Exercise in Realistic Planning” [Tratado suplementario 74: el pueblo levita: un ejercicio de planeación realista], JPS Torah Commentary: Numbers [Comentario de la Torá de la Sociedad Judía de Publicaciones: Números] (The Jewish Publication Society, 1990), 502-4.

Conclusiones de Números

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El libro de Números muestra a Dios trabajando por medio de Moisés en la organización de la nueva nación de Israel. La primera parte del libro se centra en la adoración, la cual depende del trabajo sacerdotal y también del trabajo de todas las demás profesiones. El trabajo fundamental de aquellos que representan al pueblo de Dios no es llevar a cabo rituales, sino bendecir a todas las personas con la presencia y el amor reconciliador de Dios. Todos nosotros tenemos la oportunidad de traer bendiciones y reconciliación por medio de nuestro trabajo, ya sea que nos veamos a nosotros mismos como sacerdotes o no.

La segunda parte del libro de Números traza el ordenamiento de la sociedad mientras el pueblo se dirige hacia la tierra prometida. Los pasajes en Números nos pueden ayudar a obtener una perspectiva piadosa en las cuestiones laborales contemporáneas, tales como la ofrenda del fruto de nuestro trabajo a Dios, la resolución de conflictos, la jubilación, el liderazgo, los derechos de propiedad, la productividad económica, la planeación para la sucesión, las relaciones sociales, el honrar nuestros compromisos y la planeación municipal.

Los líderes en Números —especialmente Moisés— representan ejemplos de lo que significa ser capaces de seguir la guía de Dios y también de fracasar al no hacerlo. Los líderes deben estar abiertos a la sabiduría proveniente de otras personas y de fuentes que puedan ser inesperadas; pero también deben permanecer firmes para entender claramente la guía de Dios y seguirla con determinación. Deben ser lo suficientemente valientes para enfrentarse a reyes, pero humildes para aprender de las bestias del campo. Nadie en el libro de Números alcanza el éxito completo en la tarea, pero Dios sigue siendo fiel a Su pueblo en medio de sus éxitos y sus fracasos. Nuestros errores tienen consecuencias negativas reales —pero no eternas— y tenemos la mira en una esperanza que va más allá de nosotros mismos por el cumplimiento del amor de Dios por nosotros. Vemos al Espíritu de Dios guiando a Moisés y escuchamos la promesa de Dios de darles a los líderes que vienen después de Moisés una porción de Su Espíritu. Esto nos puede animar a buscar la guía de Dios en las oportunidades y los retos de nuestro trabajo. En cualquier cosa que hagamos, podemos estar seguros de que la presencia de Dios está con nosotros cuando trabajamos, ya que nos dice, “Yo, el Señor, habito en medio de los hijos de Israel” (Nm 35:34), en cuyos pasos caminamos.