Mujeres trabajadoras en el Nuevo Testamento

Artículo / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Las personas en todas partes siempre han trabajado. Y cuando vamos al Nuevo Testamento, encontramos a mujeres ocupadas en toda clase de empleos. Para algunas, se trataba de la labor de tener hijos y criarlos. Para otras, se trataba de prestar ayuda a personas en necesidad. Y aún otras eran mujeres de negocios dedicadas a empresas lucrativas. Para muchas, se trataba de una forma de ministerio para Cristo y su reino.

Mujeres aceptan felices un trabajo significativo (Lucas 1)

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Cuando abrimos el Evangelio según Lucas, de inmediato nos encontramos con una mujer llamada Elisabet, la esposa de un sacerdote judío, y una joven llamada María, comprometida en matrimonio con un carpintero. La estéril Elisabet ahora tiene un embarazo de seis meses a su avanzada edad y más tarde dará a luz a Juan el Bautista. María, probablemente al comienzo de su adolescencia, también está embarazada, pero solamente por el Espíritu de Dios, no por tener relaciones con algún hombre. Tras su encuentro con el ángel de Dios y su aceptación de ser la madre del Mesías de Dios, María viaja a pie más de cien kilómetros desde la provincia de Galilea en el norte hasta las tierras altas de Judea para visitar a su prima Elisabet. Para ambas mujeres, sus embarazos eran sobrenaturales.

Tal vez nosotros no consideremos que el tener hijos y criarlos sea «trabajo» y nos preguntemos por qué un artículo sobre mujeres en el lugar de trabajo deba comenzar con dos mujeres embarazadas. Pero en ambos casos, estas mujeres estaban asociadas con Dios en su trabajo de invadir un mundo deshecho y pecaminoso y revertir la atadura del mal en la vida de las personas. Esta asociación requería un trabajo real. Sin duda habría trabajo físico en tener y criar a estos niños especiales. Pero María y Elisabet aceptaron la expectativa de este trabajo con alegría. María capturó la significación que Dios pretendía para el trabajo de ella en su canción que llamamos el Magnificat:

Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva… Ha hecho proezas con su brazo; ha esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Ha quitado a los poderosos de sus tronos; y ha exaltado a los humildes; a los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías (Lucas 1:46-53).

Dar a luz no fue la única labor significativa que María realizó en su vida. También desempeñó un rol en el ministerio adulto de Jesús. No obstante, la parte de su historia que hoy nos inspira es que ella confió en los propósitos de Dios a pesar del difícil trabajo que implicaría para ella.

Mujeres hacen posible el trabajo de Jesús (Lucas 4:14-19)

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Jesús, que ya ha cumplido treinta años, «regresó a Galilea en el poder del Espíritu, y las nuevas acerca de Él se divulgaron por toda aquella comarca. Y enseñaba en sus sinagogas, siendo alabado por todos» (Lucas 4:14-15). Yendo por las ciudades y aldeas de Galilea proclamando las buenas nuevas de Dios (Lucas 4:18-19), «con Él iban los doce [discípulos varones], y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, y Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes, y Susana, y muchas otras que de sus bienes personales contribuían al sostenimiento de ellos» (Lucas 8:1-3).

Estas mujeres, sanadas por Jesús de alguna manera, formaban parte de aquel grupo itinerante que seguía al Señor por Galilea. La labor autodesignada de las mujeres consistía en atender las necesidades físicas de Jesús en sus viajes. Dada la sociedad patriarcal de la Palestina del siglo I, donde las mujeres muy a menudo estaban recluidas, ¿te has preguntado alguna vez cómo podían viajar estas mujeres con Jesús y sus seguidores sin provocar algún indicio de escándalo? El hecho de que ellas tuvieran recursos las convertía en benefactoras con la libertad de ir y venir en público sin ser censuradas. Si alguna vez te has preguntado cómo pudieron sobrevivir Jesús y sus seguidores durante tres años sin una fuente de ingresos evidente, no tienes que mirar más que a estas mujeres.

Las enseñanzas de Jesús incluyen a mujeres

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Los cuatro relatos evangélicos del ministerio terrenal de Jesús contienen la mención de más mujeres que prácticamente cualquier otro escrito secular de aquella época. En ellos escuchamos a Jesús elogiar a mujeres por su fe (la mujer cananea en Mateo 15:28; Marta en Juan 11:26-27) o por su generosidad (la donación de una viuda pobre, Marcos 12:43-44). Las incluyó en sus enseñanzas (sobre una mujer que prepara pan, Mateo 13:33; o una mujer que busca una moneda perdida, Lucas 15:8-10). Contrario a la costumbre, él les hablaba a las mujeres libremente en público (Juan 8:10-11) y les enseñaba teología (Lucas 10:39). Les confió el mensaje de la resurrección mientras los discípulos varones estaban escondidos por temor a las autoridades judías.

En contraste con algunos de los discípulos, ninguna mujer lo abandonó, lo traicionó, o descreyó de sus palabras. A causa de su fe, su comprensión y su fidelidad, las mujeres a menudo fueron ejemplos para los hombres. Y tras la ascensión de Jesús al cielo de Dios, estas mismas mujeres fieles estaban con los hombres en oración en un aposento alto en Jerusalén esperando la promesa del Espíritu de Dios para prepararlos para continuar el ministerio.

Algunas personas sugieren que, dado que más adelante en el Nuevo Testamento no volvemos a escuchar de estas mujeres, ellas nunca fueron más que benefactoras de Jesús en su ministerio terrenal. Pero tampoco escuchamos de todos excepto dos de los discípulos en el resto del Nuevo Testamento. No obstante, conocemos la fuerte tradición de que Tomás fue a India como evangelista y plantador de iglesias. Suponemos que todos ellos (excepto el suicida Judas) se dispersaron en todas direcciones, llevando el evangelio de Jesús a los confines de la tierra conocida.

El libro de Hechos inicialmente sigue la labor de Pedro como líder de la iglesia en sus comienzos en Jerusalén (y la batuta pronto se traspasa a Jacobo, el hermano de Jesús, no Jacobo el discípulo). Luego se reanuda la historia con el apóstol Pablo, quien trabaja a veces con Bernabé, a veces con Silas. Y es aquí donde encontramos los fascinantes relatos de mujeres de variadas profesiones que se volvieron seguidoras de Jesús y entusiastas trabajadoras en las nuevas iglesias esparcidas por el Imperio Romano.

Esta es la verdadera historia de cinco mujeres trabajadoras, cuyas profesiones originales eran totalmente diversas, pero que terminaron en la misma sorprendente posición. Nuestra autoridad para sus historias es el apóstol Pablo. Encontramos sus relatos en dos lugares: en la narración de Lucas de las primeras iglesias cristianas, en particular mientras él viajaba con el apóstol Pablo, luego en las cartas del apóstol.

La comerciante Lidia (Hechos 16)

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Nuestra primera historia se trata de una mujer del pueblo de Tiatira, al noreste de Turquía, conocido por sus gremios de artesanos, especialmente el gremio de los profesionales expertos en la producción y venta de la costosa tinta púrpura. Lidia era miembro de ese gremio. No sabemos cómo fue que una mujer se había convertido en una de aquellos profesionales, pero cuando la conocemos, ella había cruzado al noreste de Grecia y había establecido su centro de negocios en la ciudad romana de Filipos. Como vendedora de la escasa y costosa tinta púrpura, Lidia debe haber tenido suficiente riqueza para invertir en esa industria. 

En Hechos 16 nos enteramos de que, aunque había nacido y había sido criada para creer en los dioses y diosas de Tiatira, Lidia no adoraba al panteón de dioses venerados en su ciudad natal. Antes bien, se había convertido en una «temerosa de Dios». Ya había dado un importante paso para distanciarse de su crianza religiosa y había investigado las afirmaciones judías acerca de un solo Dios y quería saber más. (Muchos temerosos de Dios se convertían en prosélitos judíos). Conocemos a Lidia en la rivera del río en Filipos con un grupo de mujeres que se habían reunido allí a orar. Fue allí que Pablo y Silas se encontraron con ella y le hablaron de Jesús, y allí ella pasó a ser la primera convertida al cristianismo en Grecia.

Lidia, convencida de la verdad del evangelio cristiano y creyendo que este era para todos, testificó a toda su casa, y junto con ella todos fueron bautizados. Los apóstoles se quedaron en su casa por varias semanas, instruyéndola a ella y su casa en lo que necesitaba como nueva seguidora de Jesús. Allí en su amplia casa ella inició la primera iglesia cristiana en suelo griego, recibiendo a otros nuevos creyentes en la comunión de la fe.

Lidia tuvo éxito tanto en su trabajo profesional como en su labor social o espiritual de cuidar de la naciente iglesia griega. Muy probablemente, el conocimiento y los contactos que ella cultivaba como comerciante le ayudaron en su labor eclesiástica, y viceversa. En Lidia vemos a una mujer cuya habilidad e intereses no se limitan a un área reducida. En efecto, vemos que tanto por su posición en el comercio como por su conocimiento de la fe ella estaba particularmente calificada para iniciar la iglesia en Grecia.

La intelectual Dámaris (Hechos 17:17)

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En tanto que el apóstol Pablo continuaba su ministerio en diversas ciudades griegas, un día llegó a la singular ciudad de Atenas, conocida por su universidad y su clima intelectual. En Hechos 17 lo vemos recorriendo la ciudad, asombrado por todos los ídolos y santuarios dedicados a una infinidad de dioses y diosas. En Hechos 17:17 leemos que Pablo «discutía en la sinagoga con los judíos y con los gentiles temerosos de Dios, y diariamente en la plaza con los que estuvieran presentes. También disputaban con él algunos de los filósofos epicúreos y estoicos». A partir de esto, lo invitaron a dar un discurso en el Areópago, el concilio principal de Atenas. Cuando habló de Jesús, algunos se burlaron de él, pero otros creyeron. Entre los creyentes había una mujer llamada Dámaris.

En la cultura de esa ciudad, las mujeres llevaban vidas recluidas. Pero había un grupo de mujeres eximidas de ello. Ellas eran las cortesanas intelectuales, prostitutas de clase alta vinculadas a hombres ricos de la ciudad. Estas mujeres eran capaces de defenderse intelectualmente, y sostenían debates esotéricos sobre asuntos filosóficos. La Biblia no nos dice específicamente que Dámaris fuera una cortesana, pero el hecho de que se le permitiera estar presente en el encuentro de Pablo con los líderes de la ciudad sugiere fuertemente esa posibilidad. Tanto su libertad para estar en público como su capacidad para seguir la conversación de Pablo con los líderes le permitieron entender y aceptar el evangelio que Pablo enseñaba. Ella pasó a ser una de los nuevos convertidos al cristianismo en la ciudad de Atenas.

El estudioso del Nuevo Testamento Richard Bauckham nos dice que cada vez que nos encontramos con el nombre de alguien en el libro de Hechos, está allí porque esa persona había llegado a hacerse ampliamente conocida entre las iglesias cristianas como maestro y líder. Dado que conocemos el nombre de Dámaris, también sabemos que ella era conocida por su ministerio en las iglesias. Siendo ella misma una intelectual, tenía la capacidad de llegar a la intelectualidad de Atenas. 

Si Dámaris comenzó su carrera como una acompañante de clase alta y la terminó como evangelista, podríamos preguntarnos qué cambio produjo esto en sus ingresos, influencia, o condiciones laborales. Las respuestas pueden estar perdidas en la historia. Como mínimo, podemos decir que Dios puede guiar a una mujer a cambiar de carrera, y él ciertamente les encomienda importantes labores a mujeres de una diversidad de trasfondos.

La comerciante Febe (Romanos 16:1-2)

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El apóstol Pablo partió de Atenas y siguió hasta Corinto. Esta ciudad era radicalmente distinta a Atenas. Ubicada en el estrecho cuello de tierra que une una enorme península en el sur con el territorio principal de Grecia, Corinto tenía dos puertos: uno en la costa occidental en el Mar Adriático y uno en la costa oriental en el Golfo Sarónico. Era una ajetreada ciudad comercial romana (como Filipos) en Grecia con una muy diversa población étnica y un sinnúmero de templos a cada dios o diosa conocidos (incluidas deidades egipcias). Ya en Corinto, Pablo se instaló por dieciocho meses, predicando y comenzando nuevas iglesias cristianas.

Es allí donde encontramos a Febe. Mientras estaba en Corinto, Pablo había escrito una extensa carta a los cristianos de la ciudad de Roma, y necesitaba que alguien les llevara esa carta. Al parecer, Febe viajaba por asuntos de negocios y se ofreció a llevar la carta en su siguiente viaje a Roma. Así que la encontramos en la carta de Pablo donde él se la describe a los cristianos de Roma:

Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor de una manera digna de los santos, y que la ayudéis en cualquier asunto en que ella necesite de vosotros, porque ella también ha ayudado a muchos y aun a mí mismo (Romanos 16:1-2).

Nótense las dos palabras que Pablo usa para describir a Febe. En la iglesia, ella era, primero, una diaconisa, un término que Pablo usa solo para cinco personas en sus cartas: él mismo, Tíquico, Epafras, Timoteo, y Febe. Lo que haya sido que él y los otros tres hombres estuvieran haciendo como diáconos, podemos presumir que Febe también lo estaba haciendo en las iglesias.

Pero luego Pablo usa una segunda palabra para describir a Febe: nuestra traducción (LBLA) dice que ella ha «ayudado», pero el término griego en la carta de Pablo es prostatis. Según el lexicógrafo Thayer, el primer significado de esa palabra era «una mujer puesta sobre otros». La palabra griega estaba en la forma femenina de la palabra masculina prostates, habitualmente traducida como «líder». Se refería a «alguien que predica, enseña y preside en la Mesa del Señor». Obviamente Febe, la comerciante, era más que meramente benefactora. Era una líder de la iglesia en Cencrea.

Al igual que la comerciante Lidia, Febe usó sus recursos e influencia para el crecimiento de la iglesia cristiana. Incluso aprovechó un viaje de negocios para difundir el evangelio. Pero no llevaba simplemente un mensaje humano. Febe era una líder de la iglesia por derecho propio. Hoy en día, a menudo a las mujeres se les niega una igual responsabilidad tanto en los negocios como en las iglesias. Sin embargo, este no fue el precedente que sentaron las primeras iglesias cristianas.

Priscila la fabricante de tiendas (Hechos 18:2)

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En Corinto, Pablo necesitaba un medio para sustentarse, y, afortunadamente, tenía un oficio: fabricaba tiendas de cuero para el gobierno romano y privados que se las encargaban. Estando en Corinto, colaboró con un matrimonio que también fabricaba tiendas de cuero: Priscila y Aquila. (El gobierno romano requería tiendas de cuero para albergar a sus militares en bases a través de todo el imperio. Una tienda de tela no servía, especialmente en los climas del norte. Además, Pablo podía transportar las pocas herramientas para trabajar el cuero, pero no habría podido portar el equipo necesario para trabajar con tela. La tela se usaba habitualmente en las velas de barcos).

Aunque los estudiosos creen que Priscilla era gentil (y de la aristocracia romana), se había casado con Aquila, un judío de la provincia turca del Ponto. Vivían en Roma y estaban entre las personas que trabajaron con el apóstol Pedro en su evangelización allí. Pero el emperador romano (alrededor del 51-52 d. C.) ordenó que todos los judíos fueran expulsados de Roma. Corinto era la ciudad importante más cercana fuera de Italia, así que ellos se habían establecido allí como refugiados. Y allí se conectaron con el apóstol Pablo.

Este matrimonio fabricante de tiendas llegó a ser tan valioso para el apóstol Pablo que cuando él partió de Corinto para comenzar una obra misionera en Éfeso, llevó consigo a Priscila y Aquila. Esta pareja se menciona seis veces en el Nuevo Testamento, y en todos los casos, excepto uno, se nombra primero a Priscila. Esto no era un mero asunto de cortesía en el siglo I; indicaba la primacía de ella en su trabajo conjunto. Finalmente, cuando el exilio de los judíos de Roma se levantó, ellos volvieron a su hogar en la capital y una vez más estuvieron activos en la apertura de nuevas iglesias allí.

Se suele considerar a Priscila como una fabricante de tiendas, pero claramente también fue otras cosas en su vida: comerciante, refugiada, evangelista itinerante, y plantadora de iglesias. Mientras que a menudo escuchamos historias acerca de hombres complejos en la Biblia, en Priscila vemos que las mujeres también poseen múltiples talentos, son multifacéticas, y capaces de trabajar en una variedad de ambientes distintos.

Junias la infiltrada judía en el palacio y benefactora (Romanos 16:7)

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A través de los años, los estudiosos bíblicos han estado perplejos acerca de la referencia de Pablo en Romanos 16:7:«Saludad a Andrónico y a Junias, mis parientes y compañeros de prisión, que se destacan entre los apóstoles y quienes también vinieron a Cristo antes que yo». ¿Quiénes eran estas personas? Pablo tiene claro que estaban relacionados con él, que habían pasado tiempo en prisión con él, eran apóstoles destacados, y se habían hecho creyentes antes que él. ¿Quién podía cumplir con ese perfil?

Eso apunta a alguien que era judío, había conocido a Jesús en su ministerio terrenal (el requisito para el título de apóstol), y se había afiliado como seguidor de Jesús antes que Pablo mismo. Ahora estaban en Roma.

En su libro Gospel Women, el reconocido investigador bíblico Richard Bauckham nos desenreda los nudos de este misterio, comenzando con una de las mujeres sanadas por Jesús, mencionada en Lucas 8:3. Ella era Juana, esposa de Chuza, el administrador del rey Herodes Antipas. Resulta que el nombre Juana es el hebreo equivalente del nombre romano Junias. ¿Podría Juana de los evangelios ser la misma persona que la apóstol Junias? Mira algunas de las posibles pistas que llevan a esa conclusión.

El nombre Chuza no es judío, y se cree que era nabateo (el rey Herodes Antipas tenía otras conexiones con la familia real nabatea). Pero como ministro de finanzas del rey viviendo en el nuevo palacio estilo romano en la ciudad real de Tiberias, necesitaba una esposa judía conectada con una familia judía acomodada. Entra en escena la joven Juana (probablemente recién entrando en la pubertad cuando se casó con un hombre maduro mucho mayor, Chuza). Aunque el rey Herodes Antipas tenía algo de sangre judía, su reinado dependía de Roma, así que la vida palaciega en Tiberias seguía las prácticas romanas. Probablemente a Juana se le había dado un nombre romano (Junias) y había sido formada en las maneras romanas de actuar y pensar.

Sin embargo, encontramos a Juana por primera vez en la Biblia, no como parte de la familia real, sino como una mujer que necesitaba sanidad. Lucas nos dice que después que Jesús la sanó, ella se hizo parte de su grupo itinerante de mujeres que atendían las necesidades materiales del Salvador. En suma, ella se convirtió en una de sus benefactoras que proveían fondos para apoyar al grupo de Jesús.

Lo que la Biblia no dice es si Chuza había muerto y Juana era viuda o no, pero los estudiosos presumen que probablemente este era el caso (dada la probable disparidad de sus edades). Tampoco la Biblia nos dice que, al viajar con el grupo de Jesús, posteriormente ella podría haberse casado nuevamente, y ser la esposa de Andrés, uno de los discípulos de Jesús. No obstante, si este fuera el caso, ello respondería a todas las pistas que Pablo da en su saludo a esta pareja en Romanos 16:7. Sabemos que Pedro fue el primero que llevó el evangelio a Roma, y es lógico que llevara a su hermano y compañero discípulo, Andrés. Entonces, dado que la carta de Pablo a los romanos fue leída a los cristianos reunidos, él menciona a esta pareja apostólica por sus nombres romanos: Andrónico y Junias.

Pablo no nos dice que en Palestina ellos habían sido Andrés y Juana, pero todas estas pistas coinciden con esa posibilidad. 

Precisar la identidad de Junias nos lleva a un fascinante trabajo detectivesco. No obstante, es desafortunado que a menudo tengamos que esforzarnos para develar la significativa labor de las mujeres a través de la historia. En todos los campos de los logros humanos, las contribuciones de las mujeres a menudo han sido o barridas bajo la alfombra, o atribuidas a hombres a quienes vemos como una fuente más probable de innovación, inteligencia o heroísmo. Las mujeres todavía luchan para que se reconozca su trabajo. Y, no obstante, Dios siempre ha visto el valor de las mujeres trabajadoras. A lo largo del Nuevo Testamento, Dios escogió a mujeres tanto como a hombres para que entendieran su mensaje y trabajaran para sus propósitos.

Conclusión sobre las mujeres trabajadoras en el Nuevo Testamento

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Tanto mujeres como hombres fueron líderes en las iglesias del siglo I. Esta práctica constituyó un distanciamiento radical de las nociones filosóficas paganas aceptadas en ese entonces. Por lo tanto, la cultura más amplia comenzó a presionar contra las mujeres líderes en las iglesias. Siglos antes, Aristóteles había enseñado que una mujer era un «hombre fallido»con una «anatomía defectuosa». Ella no debía liderar. Uno por uno, los posteriores Padres de la Iglesia absorbieron la idea de Aristóteles y comenzaron a cerrarle la puerta al liderazgo de las mujeres. Hacia el siglo III, las mujeres fueron efectivamente privadas de cualquier clase de liderazgo cristiano.

Pero eso no borró la visión del siglo I acerca de hombres y mujeres trabajando codo a codo en el ministerio. Tenemos su registro en el Nuevo Testamento, en las historias de María, María Magdalena, Lidia, Dámaris, Febe, Priscila, y Junias. A partir de estos relatos podemos reconstruir una historia de mujeres trabajando tanto en la iglesia como en el mercado para los propósitos de Dios. Gracias a Dios.