La fe y el trabajo después del exilio - Hageo, Zacarías y Malaquías

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Cuando el exilio terminó, la sociedad civil y la vida religiosa judía fueron restauradas en la tierra de la promesa de Dios. Jerusalén y su templo fueron reconstruidos, junto con la infraestructura económica, social y religiosa de la sociedad judía. Por consiguiente, los libros de los Doce ahora mencionan los retos del trabajo que van después del pecado y el castigo.

La necesidad del capital social (Hageo 1:1-2:19)

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Uno de los desafíos que enfrentamos en el trabajo es la tentación de ponernos a nosotros mismos y nuestra familia por encima de la sociedad. El profeta Hageo presenta una imagen clara de este desafío. Él confronta a las personas que aunque trabajan duro para reconstruir sus propias casas, no aportan recursos para la reconstrucción del templo, que es el centro de la sociedad judía. “¿Es acaso tiempo para que vosotros habitéis en vuestras casas artesonadas mientras esta casa está desolada?” (Hg 1:4). Él dice que no invertir en el capital social en realidad está disminuyendo la productividad individual.

Sembráis mucho, pero recogéis poco; coméis, pero no hay suficiente para que os saciéis; bebéis, pero no hay suficiente para que os embriaguéis; os vestís, pero nadie se calienta; y el que recibe salario, recibe salario en bolsa rota. (Hg 1:6)


Pero a medida que el Señor despierta el espíritu del pueblo y sus líderes, ellos comienzan a invertir en la reconstrucción del templo y el tejido de la sociedad (Hg 1:14–15).

Invertir en el capital social nos recuerda que no existe una “persona que haya progresado por sus propios medios”. Aunque el esfuerzo individual pueda acumular una gran riqueza, cada uno de nosotros depende de recursos e infraestructura social que finalmente se originan en Dios. “Yo llenaré de gloria esta casa” —dice el Señor de los ejércitos. “Mía es la plata y Mío es el oro” —declara el Señor de los ejércitos (Hg 2:7–8). La prosperidad no es solo —ni siquiera principalmente— una cuestión de esfuerzo personal, sino de una comunidad cimentada en el pacto con Dios. “La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera” —dice el Señor de los ejércitos” (Hg 2:9).

Somos necios si creemos que debemos proveer para nosotros mismos antes de dedicarle tiempo a Dios y a la sociedad de Su pueblo. La verdad es que no podemos proveer para nosotros mismos sino es por la gracia de la generosidad de Dios y el trabajo mutuo de Su comunidad. Este es el mismo concepto detrás del diezmo. No es un sacrificio dar el diez por ciento de una cosecha, sino una bendición de un cien por ciento de la productividad  asombrosa de la creación de Dios.

En nuestra época, esto nos recuerda la importancia de invertir recursos en los aspectos tangibles de la vida. Las necesidades físicas como la vivienda, la alimentación, los automóviles y otras son importantes, pero Dios provee lo suficiente con abundancia para que también podamos invertir en aspectos como el arte, la música, la educación, la naturaleza, la recreación y las múltiples formas de alimentar el alma. Como el empresario o el carpintero, aquellos que trabajan en las artes, humanidades o el sector recreativo, o quienes dan dinero para la creación de parques, áreas de juego y teatros hacen una contribución igual de importante al mundo que Dios diseñó.

Esto también indica que invertir en las iglesias y en la vida eclesial es crucial para empoderar el trabajo de los cristianos. La adoración misma está estrechamente relacionada con hacer un trabajo bueno, como hemos visto, y tal vez debemos participar en una adoración que le dé forma al trabajo bueno, no que sea solamente una devoción o un disfrute privado. Además, la comunidad cristiana podría ser una fuerza poderosa para el bienestar económico, civil y social si aprendiera a traer el poder espiritual y ético de la palabra de Dios para que influya en temas de trabajo en los campos económico, social, gubernamental, académico y científico.

El trabajo, la adoración y el medioambiente (Hageo 1:1-2:19; Zacarías 7:8-14)

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Hageo establece la relación entre el bienestar social y económico del pueblo y el estado del medioambiente. Por medio de un juego de palabras que es más evidente en el hebreo, Hageo relaciona la desolación del templo (“desolada”, el término hebreo hareb, Hg 1:9) con la desolación de la tierra y sus cultivos (“sequía”, el término hebreo horeb) y la ruina resultante del bienestar general de “los hombres, sobre el ganado y sobre todo el trabajo de vuestras manos” (Hg 1:11). El elemento clave de esta relación es la condición del templo, la cual se convierte en un indicador de la fidelidad o infidelidad religiosa del pueblo. Existe un enlace de tres partes entre la adoración, la solidez socioeconómica y el medioambiente. Cuando hay una enfermedad en nuestro ambiente físico, hay una enfermedad en la sociedad humana y una de las señales del malestar de una sociedad es su contribución a la enfermedad del medioambiente.

También existe una relación entre la condición económica y política de una comunidad y la forma en la que adoran y en la que cuidan la tierra. Los profetas nos llaman a que recordemos que el respeto por el Creador de la tierra en la que vivimos es un punto de partida para la paz entre la tierra y sus habitantes. Para Hageo, existe una relación entre la sequía de la tierra y la ruina del templo. La adoración verdadera y sincera abre la puerta para la paz y la bendición de la tierra.

Desde el día en que se pusieron los cimientos del templo del Señor, considerad bien: “¿Está todavía la semilla en el granero? Todavía la vid, la higuera, el granado y el olivo no han dado fruto; pero desde hoy Yo os bendeciré. (Hg 2:18–19)

Zacarías también señala un enlace entre el pecado humano y la desolación de la tierra. Los que tienen poder oprimen a la viuda, al huérfano, al extranjero y al pobre (Zac 7:10). “Y endurecieron sus corazones como el diamante para no oír la ley ni las palabras que el Señor de los ejércitos había enviado” (Zac 7:12). Como resultado, el medio ambiente se degradó y por lo tanto, “convirtieron la tierra deseable en desolación” (Zac 7:14). No obstante, Joel había observado los comienzos de esta degradación mucho antes del exilio: “La vid se seca, y se marchita la higuera; también el granado, la palmera y el manzano, todos los árboles del campo se secan. Ciertamente se seca la alegría de los hijos de los hombres” (Jl 1:12).

Teniendo en cuenta la importancia del trabajo y las prácticas laborales para el bienestar del medioambiente, los cristianos podríamos tener un impacto profundamente beneficioso en el planeta y en todos los que lo habitan si trabajáramos de acuerdo con la visión de los Doce Profetas.[1] Las personas fieles tienen la responsabilidad ambiental urgente de aprender formas concretas en las que puedan cimentar su trabajo en la adoración a Dios.

La extensa profecía de Hageo respecto a la pureza (Hg 2:10–19) también indica una relación entre la pureza y el bienestar de la tierra. Dios se queja de que por causa de la impureza del pueblo, “toda obra de sus manos y lo que aquí ofrecen, inmundo es” (Hg 2:14). Esta es una parte de la relación más global entre la adoración y el bienestar del medioambiente. Una aplicación posible es que un ambiente puro es un ambiente que recibe un trato sostenible por parte de aquellos a quienes Dios les ha dado responsabilidad por su bienestar, es decir, la humanidad. Por tanto, la pureza conlleva un respeto básico por la integridad de todo el orden creado, la salud de su ecosfera, la viabilidad y el bienestar de sus especies y lo renovable de su productividad. Y de esta manera, regresamos al tema de los cristianos y las prácticas laborales responsables.

Por consiguiente, si la desolación es parte del castigo de Dios por el pecado del pueblo registrado en el libro de los Doce, entonces la tierra productiva es parte de la restauración. De hecho, en circunstancias bastante diferentes, Zacarías tuvo una visión similar a la de Amós durante el tiempo de prosperidad de Israel, en la que las personas experimentan el bienestar al sentarse bajo las higueras que habían plantado. “Aquel día” —declara el Señor de los ejércitos— “convidaréis cada uno a su prójimo bajo su parra y bajo su higuera” (Zac 3:10). La paz con Dios incluye cuidar la tierra que Dios ha creado. La tierra productiva, por supuesto, se debe trabajar para obtener el fruto y por esto, el mundo del trabajo está relacionado íntimamente con la materialización de la vida abundante.

Para una exploración más detallada sobre esta relación, ver Tim Meadowcroft, Haggai [Hageo] (Sheffield: Sheffield Phoenix Press, 2006), 238–42.

El pecado y la esperanza siguen presentes en el trabajo (Malaquías 1:1-4:6)

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Incluso en el tiempo de restauración, el pecado humano sigue estando cerca. Malaquías, el tercero de los profetas del tiempo de restauración, se queja de que algunas personas están comenzando a obtener ganancias por medio de la explotación de los más vulnerables en la sociedad israelita, en particular defraudando a los trabajadores con sus sueldos (Mal 3:5). Dios mismo les dice que cuando defraudan a otras personas, “me estáis robando” (Mal 3:8, énfasis agregado). No es sorprendente que tales personas también contaminen la adoración del templo ahorrándose lo que contribuyen en las ofrendas (Mal 1:8–19) y como resultado, el medioambiente también se ve afectado (Mal 3:11).

Aun así, la esperanza de los profetas permanece y en el centro de ella se encuentra el trabajo. Esta comienza con una promesa de restaurar la infraestructura religiosa y social del templo.

He aquí, Yo envío a Mi mensajero, y él preparará el camino delante de Mí. Y vendrá de repente a Su templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el mensajero del pacto en quien vosotros os complacéis, he aquí, viene —dice el Señor de los ejércitos. (Mal 3:1)
Y continúa con la restauración del medioambiente. Dios promete, “Reprenderé al devorador” (Mal 3:11a) y agrega que serán “una tierra de delicias” (Mal 3:12). Las personas realizan su trabajo con principios éticos (Mal 3:14, 18) y un resultado es que la economía se restaura, incluyendo “los frutos del suelo” y “vuestra vid en el campo” (Mal 3:11b).