El trabajo idólatra (Habacuc 2:1-20; Sofonías 1:14-18)
La culpa por el castigo es del mismo pueblo. Ellos han estado trabajando infielmente, convirtiendo buenos materiales de piedra, madera y metal en ídolos. Pero el trabajo que crea ídolos no tiene valor, sin importar qué tan costosos sean los materiales o qué tan bien elaborados son los resultados.
¿De qué sirve el ídolo que su artífice ha esculpido, o la imagen fundida, maestra de mentiras, para que su hacedor confíe en su obra cuando hace ídolos mudos? (Hab 2:18)
Como lo dice Sofonías, “Ni su plata ni su oro podrán librarlos” (Sof 1:18). La fidelidad no es un tema superficial que nos lleva a proferir adoración a Dios mientras trabajamos. Es el acto de hacer que las prioridades de Dios sean nuestras prioridades en el trabajo. Habacuc nos recuerda que “el Señor está en Su santo templo: calle delante de Él toda la tierra” (Hab 2:20). Este silencio no es solamente un cumplimiento religioso, sino que implica silenciar nuestras propias ambiciones, temores y motivaciones malas para que las prioridades del pacto de Dios se puedan convertir en nuestras prioridades. Considere qué les espera a aquellos que defraudan a otros en el ámbito bancario y financiero.
“¡Ay del que aumenta lo que no es suyo (¿hasta cuándo?) y se hace rico con préstamos!” ¿No se levantarán de repente tus acreedores, y se despertarán tus cobradores? Ciertamente serás despojo para ellos. (Hab 2:6–7)
Aquellos que acumulan sus ganancias mal habidas en bienes raíces —un fenómeno que parece constante en todas las épocas— son de igual manera trampas para sí mismos.
¡Ay del que obtiene ganancias ilícitas para su casa, para poner en alto su nido, para librarse de la mano de la calamidad! Has maquinado cosa vergonzosa para tu casa, destruyendo a muchos pueblos, pecando contra ti mismo. Ciertamente la piedra clamará desde el muro, y la viga le contestará desde el armazón. (Hab 2:9–11)
Las personas que explotan las vulnerabilidades de otros también traen juicio sobre sí mismos.
¡Ay del que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti que mezclas tu veneno hasta embriagarlo, para contemplar su desnudez! Serás saciado de deshonra más que de gloria. Bebe tú también y muestra tu desnudez. Se volverá sobre ti el cáliz de la diestra del Señor, y la ignominia sobre tu gloria. (Hab 2:15–16)
El trabajo que oprime o se aprovecha de otros en última instancia causa su propia caída.
Hoy día, tal vez no estemos fabricando ídolos a partir de materiales preciosos ante los cuales nos inclinemos, pero el trabajo también puede ser idólatra si creemos que somos capaces de producir nuestra propia salvación. La esencia de la idolatría “es confiar en algo elaborado por tus propias manos” (Hab 2:18, NTV, comparar con LBLA anteriormente) en vez de confiar en el Dios que nos creó para trabajar con Su guía y Su poder. Si codiciamos el poder y la influencia porque creemos que sin nuestra sabiduría, habilidad y liderazgo nuestro grupo de trabajo, nuestra compañía, organización o nación está destinado al fracaso, nuestra ambición es una forma de idolatría. En cambio, si deseamos el poder y la influencia para llevar a otros a una red de servicio en la que todos produzcan los regalos de Dios para el mundo, entonces nuestra ambición es una forma de fidelidad. Si nuestra respuesta al éxito es felicitarnos a nosotros mismos, estamos practicando idolatría. Si nuestra respuesta es gratitud, estamos adorando a Dios. Si nuestra reacción al fracaso es la desolación, estamos sintiendo el vacío de un ídolo roto. Pero si nuestra reacción es la fe de intentarlo de nuevo, estamos experimentando el poder salvador de Dios.