Eclesiastés y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Eclesiastés

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Eclesiastés captura brillantemente el trabajo y la satisfacción, el éxito fugaz y las preguntas sin responder que todos experimentamos en el trabajo. Es uno de los libros favoritos de muchos trabajadores cristianos, y su narrador —el Predicador, como se le llama en la mayoría de traducciones en español— tiene mucho que decir acerca del trabajo. Gran parte de lo que enseña es conciso, práctico e inteligente. Cualquiera que haya trabajado en equipo puede apreciar el valor de una frase como, “Más valen dos que uno solo, pues tienen mejor remuneración por su trabajo” (Ec 4:9). La mayoría de nosotros pasamos gran parte de nuestro tiempo productivo trabajando, y encontramos una afirmación positiva en las palabras del Predicador, “Por tanto yo alabé el placer, porque no hay nada bueno para el hombre bajo el sol sino comer, beber y divertirse, y esto le acompañará en sus afanes en los días de su vida que Dios le haya dado bajo el sol” (Ec 8:15).

Sin embargo, la perspectiva del trabajo del Predicador también es profundamente inquietante. “Consideré luego todas las obras que mis manos habían hecho y el trabajo en que me había empeñado, y he aquí, todo era vanidad y correr tras el viento” (Ec 2:11). La preponderancia casi abrumadora de las observaciones negativas acerca del trabajo amenaza con agobiar al lector. El Predicador comienza con “vanidad de vanidades” (Ec 1:2) y termina con “todo es vanidad” (Ec 12:8). Las palabras y las frases que repite más frecuentemente son “vanidad”, “correr tras el viento”, “no descubrir” y “no puede descubrir”. Si no se usa una perspectiva mayor para moderar sus observaciones, Eclesiastés puede ser un libro realmente sombrío.

La tarea de encontrarle sentido a Eclesiastés como un todo es difícil. ¿Realmente el libro describe el trabajo como vanidad, o el Predicador filtra las diversas formas vanas de trabajar con el fin de encontrar un conjunto básico de formas significativas? O al contrario, ¿la apreciación general del trabajo como un “correr tras el viento” invalida las diversas máximas y observaciones positivas? La respuesta depende en gran parte de la manera en la que abordamos el libro.

Una forma de leer Eclesiastés es tomándolo simplemente como una mezcla de observaciones acerca de la vida, incluyendo el trabajo. Bajo este enfoque, el Predicador es principalmente un observador realista que reporta los altos y bajos que encuentra en la vida. Cada observación se presenta en sí misma como un bocado de sabiduría. Si tomamos un consejo útil a partir de, por ejemplo, “Nada hay mejor para el hombre que comer y beber y decirse que su trabajo es bueno” (Ec 2:24), no debemos preocuparnos demasiado por que esté seguido de cerca por la frase, “Esto también es vanidad y correr tras el viento” (Ec 2:26).

El lector que acepta esta forma de abordar el libro no está solo. La mayoría de los eruditos en la actualidad no reconocen un argumento dominante en Eclesiastés, e incluso aquellos que lo hacen aseguran que “es difícil encontrar un comentarista que esté de acuerdo con otro”.[1] Sin embargo, esta forma de abordar el libro por partes pequeñas no es totalmente satisfactoria. Queremos conocer el mensaje general de Eclesiastés y para descubrirlo, debemos buscar una estructura que una el gran rango de observaciones que viven conjuntamente en el libro.

Seguiremos la estructura que propuso primero Addison Wright en 1968, la cual divide el libro en unidades de pensamiento.[2] La estructura de Wright se alaba a sí misma por tres razones: (1) está basada objetivamente en la repetición de frases clave en el texto de Eclesiastés, y no en interpretaciones subjetivas de contenido; (2) es aceptada por más eruditos —quienes ciertamente son una mayoría pequeña— que cualquier otra;[3]y (3) trae al plano principal temas relacionados con el trabajo. Aquí no tenemos espacio para reproducir los argumentos de Wright, pero indicaremos las frases repetitivas que demarcan las unidades de pensamiento que propone. En la primera mitad del libro, la frase “correr tras el viento” marca el final de cada unidad. En la segunda mitad, la frase “no descubrir” (o “¿quién lo descubrirá?“) realiza la misma función. La estructura de Wright contribuirá directamente a nuestro entendimiento integral del libro.

Hay otro término que no pasa desapercibido al leer Eclesiastés, y es “bajo el sol”. Este se repite veintinueve veces en el libro, pero no se encuentra en ningún otro lugar de la Biblia.[4] Evoca el término “en el mundo caído” derivado de Génesis 3, el cual describe el mundo en donde la creación de Dios todavía es buena aunque está gravemente estropeada por causa de diferentes males. ¿Por qué el Predicador usa con tanta frecuencia esta frase? ¿Su intención es reforzar la idea de que el trabajo es vano al usar una imagen del sol moviéndose continuamente a través del cielo (Ec 1:5) mientras que nada cambia? ¿Él se imagina que debe haber un mundo más allá de la Caída, no “bajo el sol”, en donde el trabajo no será en vano? Esta es una pregunta que vale la pena tener en mente al leer Eclesiastés.

Para mostrar un contraste con la vida humana bajo el cielo, el Predicador nos deja ver a Dios en el cielo. Nuestro trabajo es efímero, pero “todo lo que Dios hace será perpetuo” (Ec 3:14). Estos vistazos son el comienzo para un entendimiento del carácter de Dios, el cual tal vez nos ayude a ver el sentido de la vida. Observaremos lo que Eclesiastés revela acerca del carácter de Dios con cada aspecto que surge y después los consideraremos juntos hacia el final de libro.

En cualquier caso, Eclesiastés contribuye de forma vital a la teología del trabajo por medio de su visión honesta y sin adornos de la realidad laboral. Cualquier persona sensata involucrada en su trabajo, sea seguidora de Cristo o no, se conectará con el libro. Es reconfortante que la honestidad dé lugar a conversaciones profundas acerca del trabajo, más que las pulcras prescripciones para hacer negocios a la manera de Dios que se encuentran tan comúnmente en los círculos cristianos.

Roland Murphy, Ecclesiastes [Eclesiastés], vol.23a, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Dallas: Word, 2002), xxxv.

Addison G. Wright, “The Riddle of the Sphinx: The Structure of the Book of Qoheleth” [El enigma de la esfinge: la estructura del libro de Qohelet], Catholic Biblical Quarterly [Publicación católica trimestral] 30 (1968): 313-34.

Incluyendo a J.S.M. Mulder, R. Rendtorff (parcialmente), A. Schoors (parcialmente) y R. Murphy, Word Biblical Commentary: Ecclesiastes, Vol. 23A (Dallas: Word, Inc., 2002), xxxvi- xxxviii.

Roland Murphy, ,Word Biblical Commentary: Ecclesiastes, Vol. 23A (Dallas: Word, Inc., 2002), 7.

El trabajo bajo el sol (Eclesiastés 1:1-11)

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El trabajo es la actividad fundamental en Eclesiastés. En la RVA-2015, el término hebreo amal se traduce de forma precisa como “duro trabajo” indicando la dificultad del mismo, aunque la LBLA lo traduce simplemente como “trabajo”. El tema se introduce al comienzo del libro, en Eclesiastés 1:3: “¿Qué provecho recibe el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol?” La apreciación del trabajo por parte del Predicador es que es “vanidad” (Ec 2:1). Esta palabra, hebel en hebreo, predomina en Eclesiastés. En realidad, Hebel significa “respiro”, pero a partir de ese concepto se refiere a algo que es insustancial, efímero y que no tiene valor permanente. Es magníficamente apropiado que sea la palabra clave de este libro porque un aliento es por naturaleza breve, de poca sustancia discernible y se disipa rápidamente, y a pesar de eso, nuestra supervivencia depende de estas breves inhalaciones y exhalaciones de aire. Sin embargo, pronto la respiración cesará y la vida terminará. Así mismo, hebel describe algo de valor pasajero que en última instancia terminará. En cierto sentido, “vanidad” es una traducción algo confusa, ya que parece afirmar que todo es completamente vano. La idea original del término hebel es que el valor de algo es solamente efímero. Un solo respiro no tiene un valor permanente, pero en su momento nos mantiene vivos. En la misma forma, lo que somos y hacemos en esta vida transitoria tiene una relevancia genuina, aunque temporal.

Considere el trabajo de construcción de un barco. Gracias a la buena creación de Dios, la tierra tiene los materiales primarios que necesitamos para construir barcos. El ingenio humano y el trabajo duro —que también fueron creados por Dios— pueden desarrollar barcos seguros, capaces e incluso hermosos que se pueden unir a una flota y transportar alimentos, recursos, bienes fabricados y personas al lugar que necesiten. Cuando se termina de construir un barco y se abre la botella de champaña en la proa, todos los involucrados pueden celebrar el logro de los constructores. Pero una vez abandona el astillero, los constructores no tienen control sobre él. Puede que lo comande un tonto que lo estrelle contra un banco. Puede ser alquilado para transportar drogas, armas o incluso esclavos de contrabando. Puede que su tripulación reciba un trato duro. Puede servir noblemente por muchos años, y a pesar de eso desgastarse y volverse obsoleto. Es casi seguro que su destino eventual es ser desarmado en un deshuesadero de barcos, probablemente ubicado en un lugar donde la seguridad del trabajador y la protección ambiental no son muy estrictas. El barco pasa, como los soplos de viento que una vez le dieron poder, convirtiéndolo primero en una estructura oxidada, luego en una mezcla de metal reciclado y residuos desechados, y finalmente deja de existir para los seres humanos. Los barcos son buenos, pero no perduran para siempre. Mientras vivamos, debemos trabajar en esta tensión.

Esto nos trae a la imagen del sol saliendo y poniéndose, la cual mencionamos en la introducción (Ec 1:5). La actividad incesante de este gran objeto en el cielo proporciona la luz y el calor del que dependemos todos los días, pero no cambia nada con el paso de tiempo. “No hay nada nuevo bajo el sol” (Ec 1:9) Esta es una observación poco sentimental acerca de nuestro trabajo, aunque no es una condenación eterna.

El trabajo es un correr tras el viento (Eclesiastés 1:12-6:9)

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Luego de anunciar su temática de que el trabajo es vanidad en Eclesiastés 1:1-11, el Predicador procede a explorar varias posibilidades para tratar de vivir bien. Él considera, en orden, el éxito, el placer, la sabiduría, la riqueza, el tiempo, la amistad y el gozo que producen los regalos de Dios. En algunos de estos encuentra cierto valor, el cual se va incrementando al examinar un aspecto tras otro. Aun así, nada parece permanente y la conclusión característica en cada sección es que el trabajo pasa a ser un “correr tras el viento”.

 

El éxito (Eclesiastés 1:12-18)

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Primero, el Predicador examina el éxito. Él era rey y sabio —una persona que sobresale, para decirlo en términos actuales— que superó a “todos los que estuvieron antes de mí sobre Jerusalén” (Ec 1:16). ¿Y qué significaba todo ese éxito para él? No mucho. “Tarea dolorosa dada por Dios a los hijos de los hombres para ser afligidos con ella. He visto todas las obras que se han hecho bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y correr tras el viento” (Ec 1:13-14). Ni siquiera parece que sea posible algún logro duradero. “Lo torcido no puede enderezarse, y lo que falta no se puede contar” (Ec 1:15). Alcanzar sus metas no le trajo felicidad, ya que solo lo hizo darse cuenta de que cualquier cosa que podría alcanzar es vacía y limitada. En resumen, dice “me di cuenta de que esto también es correr tras el viento” (Ec 1:17).

El placer (Eclesiastés 2:1-11)

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A continuación, él se dice a sí mismo, “Ven ahora, te probaré con el placer; diviértete” (Ec 2:1). De esta forma adquiere riqueza, casas, jardines, alcohol, sirvientes (esclavos), joyas, entretenimiento y acceso fácil al placer sexual. “Y de todo cuanto mis ojos deseaban, nada les negué, ni privé a mi corazón de ningún placer” (Ec 2:10a).

A diferencia del éxito, él encuentra cierto valor en buscar el placer. “Mi corazón gozaba de todo mi trabajo, y ésta fue la recompensa de toda mi labor” (Ec 2:10). Resultó que su supuesto éxito no era nada nuevo, pero sus placeres al menos lo hacían sentir bien. Parece que el trabajo que es un medio para un fin —en este caso, el placer— es más satisfactorio que el trabajo que se convierte en una obsesión. Sin necesidad de tomar “muchas concubinas” (Ec 2:8), sería bueno que los trabajadores actuales se tomen el tiempo de detenerse y disfrutar las cosas buenas de la vida, las cuales a veces ignoramos. Si hemos dejado de trabajar por una meta más allá del trabajo, si ya no podemos disfrutar los frutos de nuestra labor, entonces nos hemos convertido en esclavos del trabajo en vez de sus amos.

No obstante, el trabajo que se realiza solo para ganar placer es insatisfactorio al final. Esta sección termina con la apreciación de que “he aquí, todo era vanidad y correr tras el viento, y sin provecho bajo el sol” (Ec 2:11).

La sabiduría (Eclesiastés 2:12-17)

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Tal vez es bueno buscar un propósito fuera del trabajo mismo, pero este debe ser más alto que el placer. El Predicador dice, “Yo volví, pues, a considerar la sabiduría, la locura y la insensatez” (Ec 2:12). En otras palabras, se convierte en algo semejante a un profesor o investigador actual. A diferencia del éxito en sí mismo, la sabiduría al menos se puede obtener en cierto grado. “Y yo vi que la sabiduría sobrepasa a la insensatez, como la luz a las tinieblas” (Ec 2:13). Pero aparte de llenar la cabeza con pensamientos sublimes, no hace una diferencia real en la vida, porque “mueren tanto el sabio como el necio” (Ec 2:16). Buscar la sabiduría llevó al Predicador al borde de la desesperación (Ec 2:17), un resultado que sigue siendo común en las búsquedas académicas actuales. El Predicador concluye que “todo es vanidad y correr tras el viento” (Ec 2:17).

La riqueza (Eclesiastés 2:18-26)

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Luego, el Predicador habla de la riqueza, la cual se puede obtener como resultado del trabajo. ¿Qué hay de la acumulación de riquezas como un propósito supremo detrás del trabajo? Esto es peor que gastar las riquezas para tener placer. Un problema que produce la riqueza es el de la herencia. Cuando usted muere, la riqueza que acumuló pasará a ser de alguien más, alguien que puede que no la merezca en lo absoluto. “¿Tener que dedicar sabiduría, conocimientos y rectitud, para luego dejarle el fruto de su trabajo a quien nunca se lo ganó? ¡Eso también es vanidad, y un mal muy grande!” (Ec 2:21). Esto es tan penoso que el Predicador dice, “me desesperé en gran manera” (Ec 2:20).

En este punto, se da el primer vistazo del carácter de Dios. Dios es dador. “Porque a la persona que le agrada, Él le ha dado sabiduría, conocimiento y gozo” (Ec 2:26). Este aspecto del carácter de Dios se repite varias veces en Eclesiastés, y sus regalos incluyen alimento, bebida y gozo (Ec 5:18, 8:15), riqueza y posesiones (Ec 5:19, 6:2), honor (Ec 6:2), integridad (Ec 7:29), el mundo en el que habitamos (Ec 11:5) y la vida misma (Ec 12:7).

Como el Predicador, en la actualidad muchas personas que acumulan grandes riquezas las encuentran extremadamente insatisfactorias. Al acumular riquezas, no importa qué tanto tengamos, parece que nada es suficiente. Cuando acumulamos nuestra fortuna y comenzamos a apreciar nuestra mortalidad, descubrimos que repartir la riqueza sabiamente parece una carga casi intolerable. Andrew Carnegie señaló el peso de esta carga cuando dijo, “decidí dejar de acumular y comenzar la tarea infinitamente más seria y difícil de distribuir sabiamente”.[1] Pero si Dios es dador, no es sorprendente que distribuir la riqueza pueda ser más satisfactorio que acumularla.

Sin embargo, el Predicador no encuentra más satisfacción en repartir sus riquezas que en obtenerlas (Ec 2:18-21). De alguna forma, la satisfacción que el Dios del cielo encuentra en dar se le escapa al Predicador bajo el sol. No parece que él considere la posibilidad de invertir la riqueza o repartirla para un propósito mayor. A menos que en realidad exista un propósito mayor detrás de algo que el Predicador descubra, la acumulación y distribución de riqueza “también es vanidad y correr tras el viento” (Ec 2:26).

Andrew Carnegie, Autobiography of Andrew Carnegie [Autobiografía de Andrew Carnegie] (Boston: Houghton Mifflin, 1920), 255.

El tiempo (Eclesiastés 3:1-4:6)

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Si el trabajo no tiene un propósito único e inalterable, tal vez tiene una gran cantidad de propósitos, cada uno de ellos significativos en su propio tiempo. El Predicador analiza esto en el famoso capítulo que comienza con, “Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo” (Ec 3:1). La clave es que toda actividad es regida por el tiempo. El trabajo que es totalmente incorrecto en un momento puede ser correcto y necesario en otro. En un momento, es correcto estar de luto y es incorrecto bailar, y en otro momento lo apropiado es lo opuesto.

Ninguna de estas actividades o condiciones es permanente. No somos ángeles en la dicha eterna, sino que somos criaturas de este mundo que atraviesan cambios y diferentes temporadas. Esta es otra dura lección. Nos engañamos acerca de la naturaleza fundamental de la vida si pensamos que nuestro trabajo puede dar lugar a la paz, prosperidad o felicidad permanentes. Algún día, todo lo que hemos construido será echado abajo (Ec 3:3). El Predicador no ve ninguna señal de que nuestro trabajo tenga algún valor eterno “bajo el sol” (Ec 4:1). Nuestra condición es doblemente difícil ya que somos criaturas temporales, pero a diferencia de los animales, Dios “ha puesto la eternidad” en nuestras mentes (Ec 3:11). Por tanto, el Predicador anhela lo que tiene valor permanente, aunque no lo puede encontrar.
Por otra parte, incluso el bien oportuno que las personas tratan de hacer puede verse impedido por la opresión. “En mano de sus opresores estaba el poder, sin que tuvieran consolador” (Ec 4:1). La peor opresión de todas es la que causa el gobierno. “Aun he visto más bajo el sol: que en el lugar del derecho, está la impiedad, y en el lugar de la justicia, está la iniquidad” (Ec 3:16). No obstante, las personas vulnerables no son mejores necesariamente. Una respuesta común al sentimiento de indefensión es la envidia. Envidiamos a los que tienen el poder, la riqueza, el estatus, las relaciones, las posesiones u otras cosas que nos faltan. El Predicador reconoce que la envidia es tan mala como la opresión. “También he podido ver que todo el que se afana y tiene éxito en lo que hace despierta la envidia de su prójimo. ¡Y esto también es vanidad y aflicción de espíritu!” (Ec 4:4). El deseo de alcanzar éxito, placer, sabiduría o riqueza, ya sea por opresión o por envidia, es una absoluta pérdida de tiempo. Pero, ¿quién no ha caído alguna vez en ambas necedades?

El Predicador no se desespera, porque el tiempo es un regalo de Dios mismo. “Él ha hecho todo apropiado a Su tiempo” (Ec 3:11a). Es correcto llorar en el funeral de una persona que amamos, y es bueno alegrarse con el nacimiento de un bebé. No deberíamos negarnos los placeres justos que pueda traer nuestro trabajo. “No hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien en su vida; además, que todo hombre que coma y beba y vea lo bueno en todo su trabajo” (Ec 3:12-13).

Estas lecciones de vida aplican para el trabajo en particular. “Y he visto que no hay nada mejor para el hombre que gozarse en sus obras, porque esa es su suerte” (Ec 3:22a). El trabajo está bajo maldición, pero en sí mismo el trabajo no es una maldición. Incluso la visión limitada que tenemos del futuro es una clase de bendición, ya que nos alivia la carga de tratar de predecir todos los posibles finales. “¿Quién le hará ver lo que ha de suceder después de él?” (Ec 3:22b). Si nuestro trabajo satisface las necesidades de los tiempos que podemos vislumbrar, entonces es un regalo de Dios.

En este punto, vemos dos destellos del carácter de Dios. Primero, Dios es maravilloso, eterno, omnisciente, “para que delante de Él teman los hombres” (Ec 3:14). Aunque nosotros estamos limitados por las condiciones de vida bajo el sol, Dios no lo está. Hay más de Dios de lo que creemos. La trascendencia de Dios —para darle un nombre teológico— aparece de nuevo en Eclesiastés 7:13-14 y 8:12-13.

El segundo destello nos muestra que Dios es un Dios de justicia. “Dios busca lo que ha pasado” (Ec 3:15) y “al justo como al impío juzgará Dios” (Ec 3:17). Esta idea se repite más adelante en Eclesiastés 8:13, 11:9 y 12:14. Tal vez no veamos la justicia de Dios en la aparente injusticia de la vida, pero el Predicador nos asegura que eso pasará.

Como hemos mencionado, Eclesiastés es una exploración realista de la vida en el mundo caído. El trabajo es duro, pero incluso en medio de la dificultad, nuestro destino es encontrar placer en nuestro trabajo y disfrutarlo. Esta no es una respuesta a los dilemas de la vida, sino una señal de que Dios está en el mundo, incluso si no vemos con claridad lo que eso representa para nosotros. A pesar de lo esperanzador de esta idea, el estudio del tiempo termina con una doble repetición de “correr tras el viento”, una vez en Eclesiastés 4:4 (como discutimos anteriormente) y de nuevo en el 4:6.

La amistad (Eclesiastés 4:7-4:16)

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Tal vez las relaciones tienen un significado real en el trabajo. El Predicador exalta el valor de las amistades en el trabajo diciendo que “Más valen dos que uno solo, pues tienen mejor remuneración por su trabajo” (Ec 4:9; énfasis agregado).

¿Cuántas personas encuentran sus amistades más cercanas en el trabajo? Incluso si no necesitáramos la paga y si el trabajo no nos interesara, podemos encontrar un sentido profundo en nuestras relaciones en el trabajo. Esta es una de las razones por la cuales muchas personas consideran que la jubilación es frustrante. Extrañamos a nuestros amigos cuando dejamos de trabajar con ellos, y vemos que es difícil formar amistades nuevas y profundas sin tener las metas comunes que nos unen con los colegas en el trabajo.

Construir buenas relaciones en el trabajo requiere disponibilidad y el deseo de aprender de otros. “Mejor es un joven pobre y sabio, que un rey viejo y necio, que ya no sabe recibir consejos” (Ec 4:13). Con frecuencia, la arrogancia y el poder son obstáculos para desarrollar las relaciones de las que depende el trabajo eficiente (Ec 4:14-16), una verdad que se explora en el artículo de la Escuela de negocios de Harvard “How Strength Becomes a Weakness” [Cómo la fortaleza se convierte en debilidad].[1] Hacemos amigos en el trabajo en parte porque hacer bien nuestra labor requiere trabajar en equipo. Esta es una razón por la que muchas personas son mejores para formar amistades en el trabajo que en contextos sociales en los que no existe un objetivo común.

El estudio de la amistad hecho por el Predicador es más optimista que sus análisis anteriores. Pero aun con todo esto, las amistades en el trabajo son necesariamente temporales. Las tareas laborales cambian, los equipos se forman y se disuelven, los colegas renuncian, se jubilan o son despedidos, y se llegan trabajadores nuevos que tal vez no nos agradan. El Predicador lo compara con un rey nuevo y joven que es recibido con agrado al comienzo por parte de sus súbditos, pero cuya popularidad cae con el tiempo cuando llega una nueva generación de jóvenes que lo ven simplemente como otro rey viejo. Al final, ni el avance en nuestra carrera laboral ni la fama ofrece satisfacción. ”Pues también esto es vanidad y correr tras el viento” (Ec 4:16).

Monci J. Williams, “How Strength Becomes a Weakness” [Cómo la fortaleza se convierte en debilidad], Harvard Management Update, Diciembre de 1996.

El gozo (Eclesiastés 5:1-6:9)

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La búsqueda del Predicador del significado en el trabajo termina con muchas lecciones cortas que tienen una aplicación directa en el trabajo. Primero, escuchar es más sabio que hablar, “No te des prisa en hablar” (Ec 5:2). Segundo, cumpla sus promesas, primero que todo las que le hace a Dios (Ec 5:4), Tercero, espere que el gobierno sea corrupto. Esto no es bueno, pero es universal, y es mejor que la anarquía (Ec 5:8-9). Cuarto, la obsesión por las riquezas es una adicción, y como cualquier otra, consume a aquellos a quienes aflige (Ec 5:10-12), pero no satisface (Ec 6:7-8). Quinto, la riqueza es efímera. Puede desaparecer en esta vida y con seguridad desaparecerá en la muerte. No construya su vida sobre ella (Ec 5:13-17).

En medio de esta sección, el Predicador menciona de nuevo el regalo de Dios de permitirnos disfrutar nuestro trabajo y la riqueza, las posesiones y el honor que pueda traer por un tiempo. “Es bueno y conveniente: comer, beber y gozarse uno de todo el trabajo en que se afana bajo el sol en los contados días de la vida que Dios le ha dado” (Ec 5:18). Aunque el disfrute es pasajero, es real. “Pues él no se acordará mucho de los días de su vida, porque Dios lo mantiene ocupado con alegría en su corazón” (Ec 5:20). Este gozo no viene de esforzarse y tener más éxito que los demás, sino de recibir la vida y el trabajo como regalos de Dios. Si el gozo en nuestro trabajo no llega como un regalo de Dios, entonces no llegará de ninguna manera (Ec 6:1-6).

Como en la parte de la amistad, el tono del Predicador es relativamente positivo en esta sección. Aun así, el resultado final sigue siendo la frustración, ya que vemos sencillamente que todas las vidas terminan en el sepulcro. La vida que fue sabia no termina de una mejor forma que la vida que se vivió con necedad. Es mejor ver esto sin tapujos, en vez de tratar de vivir en una ilusión de cuento de hadas. “Mejor es lo que ven los ojos que lo que el alma desea” (Ec 6:9a). Sin embargo, el resultado final de nuestras vidas sigue siendo “vanidad y correr tras el viento” (Ec 6:9b).

No hay manera de descubrir lo que es bueno para hacer (Eclesiastés 6:10-8:17)

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Una vida de trabajo equivale a un correr tras el viento, porque los resultados del trabajo no son permanentes en el mundo, como lo reconoce el Predicador. Así que comienza a buscar qué es lo mejor que puede hacer con el tiempo que tiene. Como vimos anteriormente en el libro, este bloque de material se divide en secciones demarcadas por una frase repetida al final de cada análisis. Para frustración de la esperanza del Predicador, esa frase es “no descubra” o su pregunta retórica equivalente, “¿quién lo descubrirá?”

Los resultados finales de nuestras acciones (Eclesiastés 7:1-14)

Nuestro trabajo termina cuando morimos. Por lo tanto, Eclesiastés nos recomienda que pasemos un buen tiempo en el cementerio (Ec 7:1-6). ¿Se puede ver alguna ventaja real que una tumba tenga respecto a otra? Algunas personas pasan silbando por el panteón, rechazando sus lecciones. “Su risa es como el crujir de las espinas quemándose mientras se consumen en las llamas” (Ec 7:6).

Ya que nuestro tiempo es corto, no podemos descubrir el impacto que tendremos en el mundo. Ni siquiera podemos descubrir por qué el presente es diferente del ayer (Ec 7:10), mucho menos lo que traerá el mañana. Tiene sentido disfrutar cualquier bien que traiga nuestro trabajo mientras vivimos, pero no hay una promesa de que el final será bueno, porque “Dios ha hecho tanto el uno como el otro para que el hombre no descubra nada que suceda después de él” (Ec 7:14; énfasis agregado).

Ignorar nuestro legado nos enseña que un buen fin no justifica los medios incorrectos. No podemos ver el fin de todas nuestras acciones, pero en cualquier momento podemos tener la capacidad de suavizar las consecuencias de los medios que usamos. Los políticos que aquietan la opinión pública ahora para causar un daño público en el futuro, los funcionarios financieros que esconden una pérdida en este periodo con la esperanza de recuperarla en el próximo periodo, los egresados que mienten en aplicaciones de trabajo con la esperanza de tener éxito en un trabajo para el que no están calificados —todos ellos cuentan con un futuro sobre el cual no tienen poder. Mientras tanto, están haciendo un daño que tal vez nunca se pueda disipar completamente, incluso si lo que esperan se vuelve realidad.

El bien y el mal (Eclesiastés 7:15-28)

Por tanto, debemos tratar de actuar en el presente conforme a lo que es bueno. Aun así, no es posible saber con certeza si alguna de nuestras acciones es totalmente buena o totalmente mala. Cuando imaginamos que estamos actuando justamente, la maldad puede entrar silenciosamente, y viceversa (Ec 7:16-18). Porque “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque” (Ec 7:20). La verdad del bien y el mal “está lejos lo que ha sido, y en extremo profundo. ¿Quién lo descubrirá?” (Ec 7:24; énfasis agregado). La frase característica “no he [ha] hallado” se repite de nuevo dos veces en Eclesiastés 7:28, como si quisiera resaltar esta dificultad.

Lo mejor que podemos hacer es temer a Dios (Ec 7:18) —es decir, evitar la arrogancia y la autojustificación. Para dar un buen autodiagnóstico es necesario considerar si tenemos que recurrir a una lógica tergiversada y una racionalización complicada para justificar nuestras acciones. “Dios hizo rectos a los hombres, pero ellos se buscaron muchas artimañas” (Ec 7:29). El trabajo tiene muchas complejidades, muchos factores que se deben tener en cuenta, y usualmente es imposible tener una certeza moral. Sin embargo, una lógica ética sin sentido casi siempre es una mala señal.

El poder y la justicia (Eclesiastés 8:1-17)

El ejercicio del poder es un hecho en la vida y debemos obedecer a quienes tienen autoridad sobre nosotros (Ec 8:2-5). Sin embargo, no sabemos si ellos usarán su autoridad justamente. Es posible que usen su poder para perjudicar a otros (Ec 8:9). La justicia está pervertida. Los justos son castigados y los malvados reciben recompensas (Ec 8:10-14).

En medio de esta incertidumbre, lo mejor que podemos hacer es temer a Dios (Ec 8:13) y disfrutar las oportunidades que Él nos da para ser felices. “Por tanto yo alabé el placer, porque no hay nada bueno para el hombre bajo el sol sino comer, beber y divertirse, y esto le acompañará en sus afanes en los días de su vida que Dios le haya dado bajo el sol” (Ec 8:15).

Como en la sección previa, la frase clave “no la descubrirá” y sus equivalentes se repiten tres veces al final. “El hombre no puede descubrir la obra que se ha hecho bajo el sol. Aunque el hombre busque con afán, no la descubrirá; y aunque el sabio diga que la conoce, no puede descubrirla” (Ec 8:17; énfasis agregado). Este es el fin de la búsqueda del Predicador de lo bueno que se puede hacer con el tiempo limitado que tenemos. Aunque ha descubierto algunas prácticas buenas, el resultado general es que no puede encontrar lo que es verdaderamente significativo.

No es posible saber qué vendrá después (Eclesiastés 9:1 - 11:6)

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Tal vez sería posible encontrar qué es lo mejor que se puede hacer en la vida si supiéramos qué viene después. Por esto, el Predicador busca el conocimiento acerca de la muerte (Ec 9:1-6), el Seol (Ec 9:7-10), el tiempo de la muerte (Ec 9:11-12), lo que viene después de la muerte (Ec 9:13-10:15), el mal que puede venir luego de la muerte (Ec 10:16-11:2) y el bien que puede llegar (Ec 11:3-6). De nuevo, una frase clave que se repite —en este caso, “no sabes” y sus equivalentes —divide el material en diferentes secciones.

El Predicador concluye que es simplemente imposible saber lo que viene. “Los muertos no saben nada” (Ec 9:5). “No hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adonde vas” (Ec 9:10). “Porque el hombre tampoco conoce su tiempo… así son atrapados los hijos de los hombres en el tiempo malo cuando éste cae de repente sobre ellos” (Ec 9:12). “Nadie sabe lo que sucederá, ¿y quién le hará saber lo que ha de suceder después de él?” (Ec 10:14). “No sabes qué mal puede venir sobre la tierra” (Ec 11:2). “No sabes si esto o aquello prosperará, o si ambas cosas serán igualmente buenas” (Ec 11:6).

A pesar de nuestra enorme ignorancia acerca del futuro, el Predicador encuentra algunas acciones que es bueno realizar mientras tenemos la oportunidad. Estudiaremos solo los pasajes que son particularmente relevantes para el trabajo.

Haga su trabajo de todo corazón (Eclesiastés 9:10)

“Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adonde vas” (Ec 9:10). Aunque es imposible conocer el resultado final de nuestro trabajo, no tiene sentido dejar que eso nos paralice. Los seres humanos somos creados para trabajar (Gn 2:15) y necesitamos trabajar para sobrevivir, así que es mejor que lo hagamos con gusto. Lo mismo aplica para disfrutar cualquiera que sea el fruto de nuestro trabajo. “Vete, come tu pan con gozo, y bebe tu vino con corazón alegre, porque Dios ya ha aprobado tus obras” (Ec 9:7).

Acepte el éxito y el fracaso como parte de la vida (Eclesiastés 9:11-12)

No debemos engañarnos a nosotros mismos pensando que el éxito se debe a nuestros propios méritos o que el fracaso es causado por nuestras propias limitaciones. “Vi además que bajo el sol no es de los ligeros la carrera, ni de los valientes la batalla; y que tampoco de los sabios es el pan, ni de los entendidos las riquezas, ni de los hábiles el favor, sino que el tiempo y la suerte les llegan a todos” (Ec 9:11). El motivo del éxito o el fracaso puede ser la casualidad. Esto no quiere decir que el trabajo duro y el ingenio no son importantes. Al contrario, estos nos preparan para aprovechar al máximo las casualidades de la vida y pueden crear oportunidades que de otra manera no existirían. Sin embargo, puede que una persona exitosa en su trabajo no sea más merecedora que una que falla. Por ejemplo, Microsoft logró el éxito en gran parte por causa de la decisión improvisada de IBM de usar el sistema operativo MS-DOS para un proyecto aparte llamado la computadora personal. Luego de un tiempo, Bill Gates reflexionó al respecto, “El momento en el que estructuramos la primera compañía de software con el objetivo de producir computadoras personales fue fundamental para nuestro éxito. El momento no se dio únicamente por la suerte, pero sin la buena suerte no habría podido suceder”. Cuando le preguntaron por qué había comenzado una compañía de software justo al mismo tiempo en el que IBM se estaba arriesgando con la computadora personal, respondió, “Yo nací en el lugar y el momento correcto”.[1]

Trabaje diligentemente e invierta con sabiduría (Eclesiastés 10:18-11:6)

Este pasaje contiene el consejo financiero más directo que se puede encontrar en toda la Biblia. Primero, sea diligente, de otra forma su economía del hogar caerá como un techo podrido que gotea (Ec 10:18). Segundo, entienda que en esta vida el bienestar financiero es importante. “El dinero es la respuesta para todo” (Ec 10:19). Esto puede leerse de forma escéptica, pero el texto no dice que el dinero es lo único que importa. Simplemente, la cuestión es que el dinero es necesario para tratar con toda clase de problemas. Para ponerlo en términos modernos, si su auto necesita una transmisión nueva, o su hija necesita pagar la universidad, o usted quiere llevar a su familia de vacaciones, va a necesitar dinero. Esto no es avaricia o materialismo, es sentido común. Tercero, sea cuidadoso con las autoridades (Ec 10:20). Si le quita importancia a su jefe o incluso a un cliente, puede que se arrepienta toda la vida. Cuarto, diversifique sus inversiones (Ec 11:1-2). “Echa tu pan sobre las aguas” no se refiere a dar por caridad, sino a invertir; en este caso las “aguas” representan un proyecto de comercio internacional. Por tanto, darle porciones a “siete” u “ocho” se refiere a inversiones diversas, “porque no sabes qué mal puede venir sobre la tierra” (Ec 11:2). Quinto, no sea demasiado tímido respecto a las inversiones (Ec 11:3-5). Lo que tenga que pasar pasará y usted no lo puede controlar (Ec 11:3). Esto no debe asustarnos y llevarnos al punto de poner el dinero bajo el colchón en donde no produce nada. En vez de eso debemos encontrar la valentía para tomar riesgos razonables. “El que observa el viento no siembra, y el que mira las nubes no siega” (Ec 11:4). Sexto, entienda que el éxito está en las manos de Dios. Usted no sabe qué planes o propósitos tiene el Señor, así que no debe tratar de adelantarse (Ec 11:5). Séptimo, sea persistente (Ec 11:6). No trabaje duro por poco tiempo y después diga, “yo lo intenté pero no funcionó”.

La búsqueda de conocimiento acerca del futuro por parte del Predicador termina en Eclesiastés 11:5-6 con una repetición triple de la frase “no sabes” (o su equivalente “conoces”). Esto nos recuerda que aunque trabajar con todo el corazón, aceptar el éxito y el fracaso como parte de la vida, trabajar diligentemente e invertir sabiamente son buenas prácticas, solamente son formas de adaptarnos para afrontar nuestra ignorancia acerca del futuro. Si en realidad supiéramos qué resultado tendrán nuestras acciones, podríamos planear confiadamente para tener éxito. Si supiéramos cuáles inversiones tendrán buenos resultados, no sería necesario diversificar como una forma de asegurarse contra las pérdidas sistémicas. Es difícil saber si debemos andar tristes por los desastres que nos pueden suceder en este mundo caído, o si debemos alabar a Dios porque existe la posibilidad de que salgamos adelante y tal vez incluso que nos vaya bien en un mundo así. ¿O sería correcto hacer un poco de las dos?

“Bill Gates Answers Most Frequently Asked Questions” [Bill Gates responde las preguntas más frecuentes], ; Disponible en http://download.microsoft.com/download/0/c/0/0c020894-1f95-408c-a571-1b5033c75bbc/billg_faq.doc; (12 Febrero 2010).

Un poema sobre la juventud y la vejez (Eclesiastés 11:7-12:8)

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El Predicador concluye con un poema que exhorta a los jóvenes al buen ánimo (Ec 11:7-12:1) y vuelve a narrar los problemas de la vejez (Ec 12:2-8). Allí recapitula el patrón que se encuentra en las secciones anteriores del libro. Hay muchas cosas buenas en nuestra vida y en el trabajo, pero a fin de cuentas todo es pasajero. El maestro termina como comienza: “Vanidad de vanidades, dice el Predicador, todo es vanidad” (Ec 12:8).

Epílogo de alabanza para el Predicador (Eclesiastés 12:9-14)

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A continuación encontramos un epílogo que no fue escrito por el Predicador sino que habla acerca de él. Allí alaba su sabiduría y repite su exhortación al temor de Dios. Además, agrega nuevos elementos que no se encuentran antes en el libro —es decir, la sabiduría de seguir los mandamientos de Dios a la luz de Su juicio futuro.

Teme a Dios y guarda Sus mandamientos, porque esto concierne a toda persona. Porque Dios traerá toda obra a juicio, junto con todo lo oculto, sea bueno o sea malo. (Ec 12:13-14)

El juicio futuro de Dios se muestra como la clave para resolver la mezcla de bien y mal que impregna el trabajo en el mundo caído. Los vistazos del carácter de Dios que hemos encontrado en el libro —la generosidad de Dios, Su justicia y Su trascendencia más allá de los confines de la tierra— representan una bondad subyacente en los cimientos del mundo, si tan solo pudiéramos vivir de acuerdo a ello. Esto comienza a indicar que en el tiempo de Dios, las tensiones descritas tan claramente por el Predicador llegarán a una armonía que no se verá en los días bajo el sol del Predicador. ¿Es posible que el epílogo contemple un día en el que las condiciones de la Caída no dominarán nuestra vida y nuestro trabajo?

Conclusiones de Eclesiastés

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¿Qué debemos hacer con esta mezcla de bien y mal, significado y vanidad, acción e ignorancia, la cual encuentra en la vida y el trabajo el Predicador? El trabajo es un “correr tras el viento”, como continuamente nos lo recuerda el Predicador. Como el viento, el trabajo es real y tiene un impacto mientras dura. Nos mantiene vivos y nos ofrece oportunidades de disfrute. Sin embargo, es difícil evaluar todo el efecto de nuestro trabajo, pronosticar las consecuencias no intencionales para bien y para mal. Es imposible saber qué puede causar nuestro trabajo más allá del tiempo presente. ¿El trabajo equivale a algo que perdura, algo eterno, algo que al final es bueno? El Predicador dice que realmente no es posible saber nada con certeza bajo el sol.

Sin embargo, podemos tener una perspectiva diferente. A diferencia del Predicador, los seguidores de Cristo en la actualidad vemos una esperanza concreta más allá del mundo caído. Somos testigos de la vida, muerte y resurrección de un nuevo Predicador, Jesús, cuyo poder no murió con el fin de Sus días bajo el sol (Lc 23:44). Él anuncia que “el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Mt 12:28). El mundo en el que vivimos ahora llegará a estar bajo el gobierno de Cristo y será redimido por Dios. Lo que el escritor de Eclesiastés no sabía —no podía saber, y él mismo estaba consciente de ello— es que Dios enviaría a Su Hijo no para condenar al mundo, sino para restaurarlo y que volviera a ser como Él quería que fuera (Jn 3:17). Los días del mundo caído bajo el sol están pasando para dar lugar al reino de Dios en la tierra, en donde los hijos de Dios “no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará” (Ap 22:5). Debido a esto, el mundo en el que vivimos no es solo el vestigio del mundo caído, sino también lo que existe antes del reino de Cristo, “que descendía del cielo, de Dios” (Ap 21:2).

Por lo tanto, el trabajo que hacemos como seguidores de Cristo sí tiene —o al menos podría tener— un valor eterno que el Predicador no podía ver. No solo trabajamos en el mundo bajo el sol, sino también en el reino de Dios. Esta idea no pretende ser un intento equivocado de corregir Eclesiastés con una dosis del Nuevo Testamento. En cambio, es un llamado a apreciar este libro como un regalo de Dios para nosotros tal y como es. Nuestra vida diaria se encuentra prácticamente bajo las mismas condiciones que las del Predicador. Como nos recuerda Pablo, “Sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora. Y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo” (Ro 8:22-23). Nos aflige la misma carga que la del Predicador, ya que todavía estamos esperando el cumplimiento del reino de Dios en la tierra.

Eclesiastés presenta dos perspectivas características que no se igualan a ninguna otra en la Escritura: un relato sin adornos del trabajo bajo las condiciones de la Caída y un testigo de esperanza en las circunstancias más oscuras del trabajo.

Un relato sin adornos del trabajo bajo la Caída

Si sabemos que el trabajo en Cristo tiene un valor duradero que el Predicador no puede ver, ¿qué utilidad tienen sus palabras para nosotros? Para comenzar, ellas afirman que el trabajo, la opresión, el fracaso, la falta de significado, la aflicción y el dolor que experimentamos en el trabajo son reales. Cristo vino, pero la vida para Sus seguidores todavía no se ha convertido en un paseo en el jardín. Si su experiencia de trabajo es dura y dolorosa —a pesar de las promesas de bien de Dios— usted no está loco después de todo. Las promesas de Dios son verdaderas, pero no se cumplen todas en el momento presente. Estamos atrapados en la realidad de que el reino de Dios ha venido a la tierra (Mt 12:28), pero todavía no se ha completado (Ap 21:2). Al menos, puede ser un consuelo que la Escritura se atreva a plasmar las duras realidades de la vida y el trabajo, al tiempo que proclama que Dios es El Señor.

Si Eclesiastés sirve de consuelo para los que trabajan en condiciones difíciles, también puede ser un reto para aquellos que son bendecidos con buenas condiciones laborales. ¡No se sientan satisfechos! Hasta que el trabajo se convierta en una bendición para todos, el pueblo de Dios está llamado a luchar por el beneficio de todos los trabajadores. Es verdad que debemos comer, beber y encontrar disfrute en el trabajo con el que somos bendecidos. Sin embargo, hacemos esto mientras nos esforzamos y oramos que venga el reino de Dios.

Un testimonio de esperanza en las circunstancias más oscuras del trabajo

Eclesiastés también da un ejemplo de cómo mantener la esperanza en medio de la dura realidad del trabajo en el mundo caído. A pesar de lo peor que ve y experimenta, el Predicador no pierde la esperanza en la palabra de Dios. Él encuentra momentos de gozo, los destellos de sabiduría y las formas de hacer frente a un mundo que es efímero pero no absurdo. Si Dios hubiera abandonado la humanidad a las consecuencias de la Caída, no habría nada bueno en el trabajo en lo absoluto, no tendría significado. En cambio, el Predicador descubre que el trabajo tiene significado y que es bueno. Su queja es que estas dos características siempre son transitorias, incompletas, inciertas y limitadas. En realidad, dada la alternativa —un mundo completamente sin Dios— estas son señales de esperanza.

Tales muestras de esperanza pueden ser un consuelo para nosotros en nuestras experiencias más oscuras de la vida y el trabajo. Es más, nos dan una nueva perspectiva de nuestros compañeros de trabajo que no han recibido las buenas nuevas del reino de Cristo, cuya experiencia de trabajo puede ser similar a la del Predicador. Si podemos imaginar lo que es soportar las dificultades que experimentamos pero sin la promesa de la redención de Cristo, podremos entender un poco la carga que representan la vida y el trabajo para nuestros compañeros. Debemos orar pidiéndole a Dios que esto al menos nos dé más compasión. Tal vez también nos dé un testimonio más efectivo. Si vamos a dar fe de las buenas nuevas de Cristo, debemos comenzar por entrar a la realidad de aquellos para quienes somos testimonio. De otra forma, nuestro testimonio no es significativo, sino superficial, egoísta y vano.

El esplendor de Eclesiastés puede ser precisamente que es bastante inquietante. La vida es inquietante y Eclesiastés enfrenta la vida de forma honesta. Debemos inquietarnos cuando nos sentimos demasiado cómodos en la vida “bajo el sol”, demasiado dependientes de las comodidades que podemos encontrar en las situaciones de prosperidad y tranquilidad. Debemos estar inquietos y ser impulsados en la dirección opuesta cuando caemos en el cinismo y el desespero debido a las dificultades que enfrentamos. Cuando convertimos los logros transitorios de nuestro trabajo y la arrogancia que produce en un ídolo —y a la inversa, cuando no reconocemos el significado trascendente de nuestro trabajo y el valor de las personas con las que trabajamos —debemos estar inquietos. Eclesiastés puede inquietarnos de una forma especial para la gloria de Dios.