El trabajo bajo el sol (Eclesiastés 1:1-11)
El trabajo es la actividad fundamental en Eclesiastés. En la RVA-2015, el término hebreo amal se traduce de forma precisa como “duro trabajo” indicando la dificultad del mismo, aunque la LBLA lo traduce simplemente como “trabajo”. El tema se introduce al comienzo del libro, en Eclesiastés 1:3: “¿Qué provecho recibe el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol?” La apreciación del trabajo por parte del Predicador es que es “vanidad” (Ec 2:1). Esta palabra, hebel en hebreo, predomina en Eclesiastés. En realidad, Hebel significa “respiro”, pero a partir de ese concepto se refiere a algo que es insustancial, efímero y que no tiene valor permanente. Es magníficamente apropiado que sea la palabra clave de este libro porque un aliento es por naturaleza breve, de poca sustancia discernible y se disipa rápidamente, y a pesar de eso, nuestra supervivencia depende de estas breves inhalaciones y exhalaciones de aire. Sin embargo, pronto la respiración cesará y la vida terminará. Así mismo, hebel describe algo de valor pasajero que en última instancia terminará. En cierto sentido, “vanidad” es una traducción algo confusa, ya que parece afirmar que todo es completamente vano. La idea original del término hebel es que el valor de algo es solamente efímero. Un solo respiro no tiene un valor permanente, pero en su momento nos mantiene vivos. En la misma forma, lo que somos y hacemos en esta vida transitoria tiene una relevancia genuina, aunque temporal.
Considere el trabajo de construcción de un barco. Gracias a la buena creación de Dios, la tierra tiene los materiales primarios que necesitamos para construir barcos. El ingenio humano y el trabajo duro —que también fueron creados por Dios— pueden desarrollar barcos seguros, capaces e incluso hermosos que se pueden unir a una flota y transportar alimentos, recursos, bienes fabricados y personas al lugar que necesiten. Cuando se termina de construir un barco y se abre la botella de champaña en la proa, todos los involucrados pueden celebrar el logro de los constructores. Pero una vez abandona el astillero, los constructores no tienen control sobre él. Puede que lo comande un tonto que lo estrelle contra un banco. Puede ser alquilado para transportar drogas, armas o incluso esclavos de contrabando. Puede que su tripulación reciba un trato duro. Puede servir noblemente por muchos años, y a pesar de eso desgastarse y volverse obsoleto. Es casi seguro que su destino eventual es ser desarmado en un deshuesadero de barcos, probablemente ubicado en un lugar donde la seguridad del trabajador y la protección ambiental no son muy estrictas. El barco pasa, como los soplos de viento que una vez le dieron poder, convirtiéndolo primero en una estructura oxidada, luego en una mezcla de metal reciclado y residuos desechados, y finalmente deja de existir para los seres humanos. Los barcos son buenos, pero no perduran para siempre. Mientras vivamos, debemos trabajar en esta tensión.
Esto nos trae a la imagen del sol saliendo y poniéndose, la cual mencionamos en la introducción (Ec 1:5). La actividad incesante de este gran objeto en el cielo proporciona la luz y el calor del que dependemos todos los días, pero no cambia nada con el paso de tiempo. “No hay nada nuevo bajo el sol” (Ec 1:9) Esta es una observación poco sentimental acerca de nuestro trabajo, aunque no es una condenación eterna.