La riqueza (Eclesiastés 2:18-26)
Luego, el Predicador habla de la riqueza, la cual se puede obtener como resultado del trabajo. ¿Qué hay de la acumulación de riquezas como un propósito supremo detrás del trabajo? Esto es peor que gastar las riquezas para tener placer. Un problema que produce la riqueza es el de la herencia. Cuando usted muere, la riqueza que acumuló pasará a ser de alguien más, alguien que puede que no la merezca en lo absoluto. “¿Tener que dedicar sabiduría, conocimientos y rectitud, para luego dejarle el fruto de su trabajo a quien nunca se lo ganó? ¡Eso también es vanidad, y un mal muy grande!” (Ec 2:21). Esto es tan penoso que el Predicador dice, “me desesperé en gran manera” (Ec 2:20).
En este punto, se da el primer vistazo del carácter de Dios. Dios es dador. “Porque a la persona que le agrada, Él le ha dado sabiduría, conocimiento y gozo” (Ec 2:26). Este aspecto del carácter de Dios se repite varias veces en Eclesiastés, y sus regalos incluyen alimento, bebida y gozo (Ec 5:18, 8:15), riqueza y posesiones (Ec 5:19, 6:2), honor (Ec 6:2), integridad (Ec 7:29), el mundo en el que habitamos (Ec 11:5) y la vida misma (Ec 12:7).
Como el Predicador, en la actualidad muchas personas que acumulan grandes riquezas las encuentran extremadamente insatisfactorias. Al acumular riquezas, no importa qué tanto tengamos, parece que nada es suficiente. Cuando acumulamos nuestra fortuna y comenzamos a apreciar nuestra mortalidad, descubrimos que repartir la riqueza sabiamente parece una carga casi intolerable. Andrew Carnegie señaló el peso de esta carga cuando dijo, “decidí dejar de acumular y comenzar la tarea infinitamente más seria y difícil de distribuir sabiamente”.[1] Pero si Dios es dador, no es sorprendente que distribuir la riqueza pueda ser más satisfactorio que acumularla.
Sin embargo, el Predicador no encuentra más satisfacción en repartir sus riquezas que en obtenerlas (Ec 2:18-21). De alguna forma, la satisfacción que el Dios del cielo encuentra en dar se le escapa al Predicador bajo el sol. No parece que él considere la posibilidad de invertir la riqueza o repartirla para un propósito mayor. A menos que en realidad exista un propósito mayor detrás de algo que el Predicador descubra, la acumulación y distribución de riqueza “también es vanidad y correr tras el viento” (Ec 2:26).
Andrew Carnegie, Autobiography of Andrew Carnegie [Autobiografía de Andrew Carnegie] (Boston: Houghton Mifflin, 1920), 255.