Juan y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Juan

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El trabajo abunda en el evangelio de Juan. Comienza con el trabajo del Mesías, quien es el agente de Dios en la creación del mundo. El trabajo de Cristo en la creación es anterior a la Caída, anterior a Su encarnación en la forma de Jesús de Nazaret y anterior a Su trabajo de redención. Dios lo envía para ser el redentor del mundo precisamente porque es el cocreador del mismo. Su trabajo de redención no es un proceder novedoso, sino hacer que el mundo regrese al camino que debió tomar. Es un cumplimiento de la promesa de la creación.

El trabajo del ser humano es una parte integral de la realización de la creación (Gn 2:5). Sin embargo, ya que ese trabajo se ha corrompido, la redención del trabajo es una parte integral de la redención del mundo por parte del Mesías. Durante Su ministerio terrenal, veremos que el trabajo que Jesús hace para el Padre es un aspecto integral del amor que el Padre y el Hijo tienen uno por el otro. “Las palabras que Yo os digo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en Mí es el que hace las obras” (Jn 14:10). Este es el modelo para el trabajo humano redimido, el cual a su vez está diseñado para cultivar el amor unos por otros mientras trabajamos juntos en el buen mundo de Dios. Además de demostrar cómo se debe trabajar, Jesús enseña acerca de temas relacionados con el trabajo tales como el llamado, las relaciones, la creatividad y la productividad, la ética, la verdad y el engaño, el liderazgo, el servicio, el sacrificio y el sufrimiento y la dignidad del trabajo.

Uno de los intereses principales de Juan es recordarles a las personas que un vistazo casual de Jesús no servirá de nada. Aquellos que permanecen en Él descubren que Sus imágenes simples abren toda una nueva forma de ver el mundo. Esto es una realidad tanto en el trabajo como en cualquier otro aspecto. La palabra griega para “trabajo” (ergon) aparece más de veinticinco veces en el Evangelio, mientras que el término más general para “hacer” (poieō) se encuentra más de cien veces. En la mayoría de casos, la palabra se refiere al trabajo de Jesús para el Padre, pero resulta que incluso esto tendrá una promesa para el empleo humano común. La clave para encontrarle sentido a este material es que se requiere trabajo para descifrar el significado del Evangelio de Juan. Con frecuencia, el significado es más profundo de lo que se puede descubrir con una lectura casual. Por tanto, ahondaremos en una cantidad limitada de pasajes con significado particular para el trabajo, los trabajadores y los lugares de trabajo y pasaremos por alto los pasajes que no contribuyen de manera fundamental para este tema.

El trabajo del Verbo en el mundo (Juan 1:1-18)

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“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. La apertura magistral del Evangelio de Juan nos muestra el alcance ilimitado del trabajo del Verbo. Él es la autoexpresión definitiva de Dios, por medio de la cual Dios creó todas las cosas en el comienzo. Él extiende el cosmos como el lienzo para la expresión de la gloria de Dios.

El Verbo está trabajando y, ya que Su trabajo inició en el comienzo, todo el trabajo humano subsecuente se deriva de Su labor inicial. Deriva no es un término demasiado fuerte, ya que todo lo que las personas usan para trabajar fue creado por Él. El trabajo que Dios realizó en Génesis 1 y 2 lo llevó a cabo el Verbo. Este puede parecer un argumento demasiado claro, pero muchos cristianos siguen trabajando con el engaño de que el Mesías solo comenzó a trabajar cuando las cosas habían salido irremediablemente mal, y que Su trabajo se limita a salvar las almas (invisibles) para traerlas al cielo (inmaterial). Cuando reconocemos que el Mesías estaba trabajando de forma material con Dios desde el comienzo, podemos rechazar cualquier teología que niegue la creación (y por tanto denigre del trabajo).

Por tanto, necesitamos corregir un malentendido frecuente. El Evangelio de Juan no está cimentado en una dicotomía de lo espiritual contra lo material, lo sagrado contra lo profano o cualquier otro dualismo. No presenta la salvación como la liberación del espíritu humano de las cadenas del cuerpo material. Las filosofías dualistas tales como esta son lamentablemente comunes entre los cristianos. A menudo, sus defensores han recurrido al lenguaje del Evangelio de Juan para sustentar sus opiniones. Es verdad que Juan muestra comúnmente a Jesús usando contrastes tales como la luz y la oscuridad, (Jn 1:5; 3:19; 8:12; 11:9–10; 12:35–36), la fe y la incredulidad (Jn 3:12–18; 4:46–54; 5:46–47; 10:25–30; 12:37–43; 14:10–11; 20:24–31) y el espíritu y la carne (Jn 3:6–7). Estos contrastes resaltan el conflicto entre los caminos de Dios y los caminos del mal, pero no constituyen una división del universo en subuniversos duales. Ciertamente no llaman a los seguidores de Jesús a abandonar cierta clase de mundo “secular” con el fin de entrar a uno “espiritual”. En cambio, Jesús emplea contrastes para llamar a Sus seguidores a recibir y usar el poder del Espíritu de Dios en el mundo presente. Él afirma esto directamente en Juan 3:17: “Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él”. Jesús vino a restaurar el mundo para que volviera a ser como Dios quiso que fuera, no para guiar un éxodo fuera del mundo.

Si se necesita más evidencia en cuanto al compromiso continuo de Dios con la creación, podemos acudir a Juan 1:14: “el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”. La encarnación no es el triunfo del espíritu sobre la carne, sino el cumplimiento del propósito para el cual la carne fue creada en el comienzo. Y la carne no es una base de operaciones temporal, sino la morada permanente del Verbo. Después de Su resurrección, Jesús invita a Tomás y a los otros a tocar Su carne (Jn 20:24–31) y después desayuna pescado con ellos (Jn 21:1–14). Al final del Evangelio, Jesús les dice a Sus discípulos que esperen “hasta que Yo venga” (Jn 21:22–23), no “hasta que los saque a todos de aquí”. Un Dios que esté en contra (o que no le interese) del reino material, difícilmente estaría inclinado a tomar una residencia permanente dentro de él. Si el mundo en general le interesa tanto a Dios, es razonable que el trabajo hecho dentro del mundo también sea importante para Él.

El llamado a los discípulos/amigos (Juan 1:35-51)

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En un momento regresaremos al término convencional de “discípulos”, pero el término “amigos” captura la esencia de la representación de Juan de los discípulos. Jesús dice, “os he llamado amigos” (Jn 15:15). El elemento relacional es fundamental: ellos son amigos de Jesús que ante todo permanecen en Su presencia (Jn 1:35–39; 11:54; 15:4–11). Parece que Juan hace un gran esfuerzo para presentar en el escenario con Jesús a todas las personas posibles en el capítulo 1. Juan el bautista les mostró a Jesús a Andrés y a otro discípulo. Andrés se lo dijo a su hermano Simón. Felipe, que es de la misma ciudad de Andrés y Simón, le cuenta a Natanael. No se trata simplemente de que Jesús hará que Su misión avance por medio de una red de relaciones interpersonales, sino que tejer una red de relaciones es el propósito de toda la empresa.

Pero los discípulos no son solo amigos que disfrutan del resplandor de la amistad de Jesús. También son Sus trabajadores. En el capítulo 1, todavía no trabajan de una manera evidente (aunque traer hermanos y vecinos es una clase de trabajo evangelístico), pero lo harán. De hecho, como veremos, es precisamente este enlace entre la amistad y el trabajo lo que constituye la clave de la teología de Juan sobre el trabajo. El trabajo da resultados al tiempo que construye relaciones, lo que es otro reflejo de Génesis 2:18–22.

El organizador de bodas (Juan 2:1-11)

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La “primera señal” de Jesús (Jn 2:11) es convertir el agua en vino, y establece los cimientos para entender las señales subsecuentes. Este no es un truco simple hecho para atraer la atención a Sí mismo. Él lo hace a regañadientes y el milagro se esconde incluso del mayordomo del banquete. Jesús solo lo hace al enfrentar la apremiante necesidad humana y para honrar la solicitud de Su madre. (Que se acabara el vino en una boda les habría traído gran vergüenza a la novia, el novio y sus familias, y esa vergüenza se habría prolongado bastante en la cultura del pueblo de Caná). Lejos de ser un ponente que no se conmueve (como algunos griegos veían a Dios), Jesús se muestra a Sí mismo como el amoroso y sensible Hijo del Padre amoroso y eterno y la amada madre humana.

El hecho de que convierta el agua en vino demuestra que es como el Padre, no solo en amor, sino también en cuanto a Su poder sobre la creación. A los lectores atentos de Juan no les debe sorprender que el mismo Verbo que creó todas las cosas, que ahora se hizo carne, sea capaz de traer bendiciones materiales para Su pueblo. Negar que Jesús puede hacer milagros sería negar que Cristo estaba con Dios en el comienzo. Quizá, lo que es más sorprendente, es que este milagro aparentemente no planeado, termina apuntando sin lugar a dudas al propósito final de Jesús. Él ha venido a acercar a las personas al festín de bodas, en donde cenarán alegres junto con Él. Las obras poderosas de Jesús, hechas con los objetos del orden mundial presente, son bendiciones asombrosas en el aquí y ahora, y también apuntan a bendiciones todavía mayores en el mundo venidero.

La mano de Jesús en todas las cosas (Juan 3:1-36)

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Las discusiones de Jesús con Nicodemo y los discípulos guardan tesoros innumerables. Comenzaremos con un versículo que tiene implicaciones profundas para el trabajo humano: “El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en Su mano” (Jn 3:35). Aunque el contexto inmediato enfatiza el hecho de que el Hijo habla las palabras del Padre, lo que queda del Evangelio aclara que “todas las cosas” en realidad significa “todas las cosas”. Dios ha autorizado a Su Mesías a crear todas las cosas, Dios sustenta todas las cosas por medio de Él y Dios traerá todas las cosas a su propósito designado por medio de Él.

Este pasaje reitera lo que aprendimos en el prólogo: el Padre involucra al Hijo en la fundación y el sostenimiento del mundo. Lo que es nuevo es la revelación del por qué el Padre decide incluir al Hijo en vez de simplemente crearlo todo por Sí solo. Este fue un acto de amor. El Padre muestra Su amor por el Hijo al poner todas las cosas en Sus manos, comenzando con el acto de la creación. El mundo es un “trabajo de amor” en el sentido más amplio de la palabra. El trabajo debe ser algo más maravilloso de lo que creemos si  aumentar la carga de trabajo de alguien es un acto de amor. Desarrollaremos esta importante idea aún más mientras vemos a Jesús en acción a través del resto del Evangelio.

Sin embargo, el capítulo 3 no solo reitera cómo el Verbo asumió la carne humana, sino que también ilustra el proceso inverso: cómo la carne humana se puede llenar con el Espíritu de Dios. “En verdad, en verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3:5). Recibimos el Espíritu de Dios (“entramos a Su reino”) por medio de una forma de nacimiento. El nacimiento es un proceso que ocurre en la carne. Cuando nos volvemos realmente espirituales, no eliminamos la carne ni entramos en un estado inmaterial. En cambio, somos nacidos de una forma más perfecta: nacidos “de nuevo” (Jn 3:3), en un estado de unión de Espíritu y carne, como el mismo Jesús.

Durante Su discusión con Nicodemo, Jesús dice que el que nace de nuevo “viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios” (Jn 3:21). Después, usa la metáfora de caminar en la luz para ilustrar la misma idea (Jn 8:12; 11:9–10; 12:35–36). Esto tiene implicaciones éticas importantes para el trabajo. Si estamos realizando nuestro trabajo de manera abierta, tenemos una herramienta poderosa para permanecer fieles a la ética del reino de Dios. Pero si nos encontramos escondiendo o cubriendo nuestro trabajo, por lo general es un indicador fuerte de que estamos siguiendo un camino falto de ética. Esta no es una regla inflexible, ya que Jesús mismo actuó en secreto algunas veces (Jn 7:10), igual que Sus seguidores, tales como José de Arimatea (Jn 19:38). Pero al menos nos podemos preguntar, “¿a quién está protegiendo mi secreto en realidad?”

Por ejemplo, piense en un hombre que lidera un negocio que evangeliza en África mientras construye botes que se usan en el lago Victoria. Él dice que con frecuencia se le acercan funcionarios locales que quieren que pague sobornos y esa solicitud siempre se hace en secreto. No es un pago documentado y abierto, como lo es una propina o un pago para obtener con más agilidad un servicio. No hay recibos y la transacción no se registra en ninguna parte. Él usa Juan 3:20–21 como inspiración para sacar estas solicitudes a la luz y le dirá al funcionario que está pidiendo el soborno, “no sé mucho acerca de esta clase de pagos. Me gustaría involucrar al embajador o la administración para que esto se documente”. Él ha descubierto que esta es una estrategia útil para tratar con los sobornos.

Es importante entender que la metáfora de caminar en la luz no es una regla que aplique de manera universal. La confidencialidad y el secreto pueden ser legítimos en el trabajo, así como en las cuestiones personales, la privacidad en línea o los secretos comerciales. Pero incluso si tratamos con información que no debería hacerse pública, es poco común que tengamos que actuar en total oscuridad. Si estamos escondiendo nuestras acciones de otros en nuestros departamentos o con personas que tienen un interés legítimo, o si nos avergonzaría que reportaran lo que hacemos en las noticias, puede que tengamos una buena indicación de que estamos actuando de forma poco ética.

El trabajo del agua (Juan 4)

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La historia de la mujer en el pozo (Jn 4:1–40) tiene una discusión muy directa acerca del trabajo humano como todas las historias de Juan; pero es necesario que vayamos a lo más profundo para apreciarla completamente. Muchos cristianos conocen la inhabilidad de la mujer de pasar del trabajo diario de sacar agua a los pronunciamientos de Jesús acerca del poder que da vida de Su palabra. Este tema se extiende en todo el Evangelio: las multitudes muestran de manera repetida su inhabilidad para trascender las preocupaciones cotidianas y tratar los aspectos espirituales de la vida. No ven cómo Jesús les puede ofrecer Su cuerpo como pan (Jn 6:51–61). Piensan que saben de dónde es Él (Nazaret, Jn–1:45–46), pero no pueden ver de dónde es en realidad (el cielo) y son igualmente ignorantes al respecto de hacia dónde va Él (Jn 14:1–6).

Todo esto es ciertamente relevante para considerar el trabajo. Sea lo que sea que pensemos sobre el bien intrínseco de una fuente constante de agua (¡y cada vez que la tomamos confirmamos que en verdad es algo bueno!), esta historia nos dice con seguridad que el agua física por sí sola no puede concedernos la vida eterna. Además, es fácil para las personas occidentales modernas pasar por alto la dificultad de las tareas diarias de la mujer relacionadas con el agua y por eso, dicen que su renuencia a sacar el agua es simple pereza. Pero la maldición que afecta el trabajo (Gn 3:14–19) produce dolor y es comprensible que ella desee un sistema de suministro más eficaz.

Sin embargo, no debemos concluir que Jesús viene a liberarnos del trabajo en el mundo material sucio para que podamos bañarnos en las aguas sublimes de la serenidad espiritual. Primero, como siempre, debemos recordar la naturaleza integral del trabajo de Cristo como se describe en Juan 1: el Mesías creó el agua del pozo y la hizo buena. Entonces, cuando usa ese agua para ilustrar la dinámica del trabajo del Espíritu en el corazón de los adoradores en potencia, podríamos verlo como un ennoblecimiento del agua en vez de una degradación de la misma. El hecho de que consideremos primero al Creador y luego a la creación, no es ligero con la creación, especialmente porque una función de la creación es apuntarnos hacia el Creador.

Vemos algo similar en la situación que ocurre luego de la historia, en donde Jesús usa la siega como una metáfora para ayudarles a los discípulos a entender su misión en el mundo:

¿No decís vosotros: “Todavía faltan cuatro meses, y después viene la siega”? He aquí, Yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos que ya están blancos para la siega. Ya el segador recibe salario y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra se regocije juntamente con el que siega. (Jn 4:35–36)

Además de proveer la bendición palpable del pan diario por el cual se nos instruye a orar, el trabajo agrícola también sirve como una manera de entender el avance del reino de Dios.

Más que eso, Jesús dignifica directamente el trabajo en este pasaje. Primero tenemos la afirmación: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo Su obra [griego ergon]” (Jn 4:34). Vale la pena destacar que la primera aparición de la palabra griega ergon en la Biblia[1] se encuentra en Génesis 2:2: “Y en el séptimo día completó Dios la obra [griego “Sus obras”, erga] que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho [de nuevo, “Sus obras”, erga en griego]”. Aunque no podemos estar seguros de que Jesús se esté refiriendo a este versículo en Génesis, tiene sentido a la luz del resto del Evangelio pensar que “la obra de Dios” en Juan 4:34 significa la restauración o finalización integral de la obra que Dios había hecho en el comienzo.

Aquí también encontramos algo más sutil respecto al trabajo. En Juan 4:38, Jesús hace la afirmación algo enigmática: “Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado; otros han trabajado y vosotros habéis entrado en su labor”. Se está refiriendo al hecho de que los discípulos tienen un campo de samaritanos listo para el reino, si tan solo abrieran los ojos a la oportunidad. Pero, ¿quiénes son los “otros” que han hecho la “labor”? Parte de la respuesta parece ser, sorprendentemente, la mujer en el pozo, quien es recordada más por su lentitud espiritual que por su testimonio real subsecuente de Jesús: “muchos de los samaritanos creyeron en Él por la palabra de la mujer que daba testimonio, diciendo: Él me dijo todo lo que yo he hecho” (Jn 4:39). Los discípulos simplemente cosecharán donde la mujer ha sembrado. Sin embargo, aquí hay otro trabajador: Cristo mismo. De vuelta al comienzo de la historia, leemos que Jesús estaba “cansado” del camino. Una traducción más literal sería que Jesús estaba “trabajado” del camino. La palabra traducida como “cansado” es kekopiakōs, literalmente “trabajado”. Esta es la misma raíz que aparece en Juan 4:38 (y en ningún otro lugar en el Evangelio de Juan): “... no habéis trabajado [kekopiakate]... otros han trabajado [kekopiakasin]... y vosotros habéis entrado en su labor [kopon]...” En verdad, Jesús estaba trabajado por Su camino en Samaria. El campo de Samaria está listo para la cosecha en parte porque Cristo ha trabajado allí. Cualquier trabajo que hacemos como seguidores de Cristo está lleno de la gloria de Dios porque Cristo ya ha trabajado los mismos campos para prepararlos para nosotros.

Como hemos visto, el trabajo redentor de Cristo después de la Caída hace parte de Su mismo trabajo creativo/productivo desde el comienzo de los tiempos. De igual manera, el trabajo redentor de Sus seguidores está en el mismo ámbito que el trabajo creativo/productivo representado por las amas de casa que sacan agua y los campesinos que cosechan campos.

El evangelismo es una de las muchas formas del trabajo humano, ni más alto ni más bajo que ser un ama de casa o un campesino. Es una forma distintiva de trabajo y nada más lo puede sustituir. Podemos decir lo mismo del trabajo de sacar agua y recoger grano. El evangelismo no desplaza el trabajo creativo/productivo para convertirse en la única actividad humana realmente valiosa, particularmente porque cualquier trabajo bien hecho por un cristiano es un testimonio del poder renovador del Creador.

Esto es en la Septuaginta, la traducción griega antigua de la Biblia hebrea.

Quién trabaja, cuándo y por qué (Juan 5)

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La sanación del hombre en el estanque de Betesda saca a la luz una controversia reconocida en Mateo, Marcos y Lucas: la tendencia de Jesús de sanar en el Sabbath. Sin embargo, aunque la controversia es conocida, la defensa propia de Jesús toma un ángulo levemente diferente en el Evangelio de Juan. Su argumento extenso se resume claramente en Juan 5:17: “Hasta ahora Mi Padre trabaja, y Yo también trabajo”. El principio es claro. Dios hace que la creación continúe incluso en el Sabbath, y por tanto Jesús, quien comparte la identidad divina, tiene permitido hacer lo mismo. Ciertamente, Jesús no fue el único que argumentó que Dios estaba trabajando en el Sabbath, pero Su conclusión para justificar Su propio trabajo es única.

Por consiguiente, no podemos usar esta historia para deducir lo conveniente o inconveniente de nuestro trabajo en el Sabbath. Puede que estemos haciendo el trabajo de Dios, pero no compartimos la identidad divina como lo hace Cristo. El trabajo humano que tiene consecuencias de vida o muerte —como la defensa militar (1Mac 2:41) o sacar un animal de un pozo— ya fue aceptado como legítimo en el Sabbath. La sanación misma no se cuestiona en este episodio, aunque el hombre no habría sufrido daños si Jesús hubiera esperado hasta el domingo para sanarlo. En cambio, a Jesús lo critican por permitirle al hombre cargar una camilla —una forma de trabajo, de acuerdo con la ley judía— en el Sabbath. ¿Esto implica que Jesús nos permite salir de vacaciones en el Sabbath? ¿Tomar un vuelo el domingo a una reunión de negocios que comienza el lunes en la mañana? ¿Manejar una planta de fundición continuamente durante todos y cada uno de los días del año? Aquí no existe una pista de que Jesús esté simplemente ampliando la lista de actividades permitidas en el Sabbath. En cambio, apliquemos el tema que vemos a lo largo de Juan: el trabajo que mantiene y redime la creación (material o espiritual) y contribuye a relaciones más cercanas con Dios y las personas, es apropiado en el Sabbath. Para saber si algún trabajo en particular cumple con esta descripción, se debe discernir por la persona (o personas) involucradas. (Para más información sobre este tema, ver “Mateo 12:1–8” en “Mateo y el trabajo”, “Marcos 1:21–45” y “Marcos 2:23–3:6” en “Marcos y el trabajo”, y “Lucas 6:1–11; 13:10–17” en “Lucas y el trabajo”).

Una lección más clara e importante para nosotros desde esta narrativa es que Dios sigue trabajando para sustentar la creación presente y Jesús promueve ese trabajo con Su ministerio de sanación. En cierto nivel, las señales de Jesús son la entrada del nuevo mundo. Estas demuestran “los poderes del siglo venidero” (Heb 6:5) y al mismo tiempo, mantienen el mundo presente. Parece perfectamente apropiado ver esto como un paradigma para nuestros propios trabajos. Mientras actuamos en fe para restaurar lo que ha sido quebrantado (como médicos, enfermeras, mecánicos de autos y así sucesivamente), llevamos a las personas a recordar la bondad del creador Dios. Mientras actuamos en fe para desarrollar las capacidades de la creación (como programadores, maestros, artistas, etc.), llevamos a las personas a reflexionar en la bondad del dominio de la humanidad sobre el mundo que ha sido dado por Dios. El trabajo de redención y el trabajo de creación/producción, hecho en fe, anuncia en voz alta nuestra confianza en el Dios que es y era y ha de venir. Dios creó todas las cosas por medio de Cristo, las está restaurando a su propósito original por medio de Cristo y las llevará a su propósito previsto por medio de Cristo.

El pan de vida (Juan 6)

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El relato de Juan de la alimentación de los cinco mil (Jn 6:1–15) es un reflejo de muchos de los temas que vimos en la fiesta de bodas en Caná y en la sanación del hombre paralítico. Una vez más, Jesús trabaja para sustentar la vida en el mundo presente, incluso aunque la señal que hace apunte a la vida suprema que solo Él puede ofrecer. Sin embargo, Juan 6:27–29 plantea un reto particular para la teología del trabajo:

 Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el cual el Hijo del Hombre os dará, porque a Éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con Su sello. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios: que creáis en el que Él ha enviado.

Una lectura rápida revela al menos dos cuestiones importantes: primero, parece que Jesús promulga un mandato directo de no trabajar; y segundo, parece que incluso el trabajo para Dios lo reduce a la creencia.

La primera cuestión es bastante sencilla de tratar. Toda la Escritura, así como todo tipo de comunicación, se debe ver en contexto. El tema en Juan 6 es que las personas quieren mantener cerca a Jesús para que les sirva como un rey panadero mágico que no permitirá que el pan se termine. Por tanto, cuando Jesús dice, “me buscáis, no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado” (Jn 6:26), los está reprendiendo por su miopía espiritual. Ellos comieron el pan pero eran incapaces de ver lo que significaba esta señal. Es la misma lección que aprendimos en el capítulo 4: la vida eterna no proviene de un suministro de alimento interminable, sino del Verbo vivo que proviene de la boca de Dios. Jesús deja el trabajo preliminar (servir pan) cuando no hay más resultados en el producto final deseado (la relación con Dios). Cualquier trabajador competente haría lo mismo. Si agregar más sal no hace que mejore el sabor de la sopa, un cocinero decente deja de agregarla. Jesús no quiere decir, “dejen de trabajar”, sino que dejen de trabajar por más cosas (alimento) cuando lo que necesitan no son más cosas. Esto puede sonar demasiado obvio como para que necesitemos que el Verbo de Dios nos lo diga, pero ¿quién entre nosotros no necesita escuchar esa verdad de nuevo cada día? La prohibición aparente en contra de trabajar para obtener ganancias temporales es una expresión hiperbólica diseñada para enfocarse en reparar la relación de la multitud con Dios.

La cuestión de que el trabajo se reduce simplemente a la creencia debemos verla en el contexto del resto del Evangelio y la teología de las cartas de Juan. A Juan le encanta llevar las cosas a los extremos. Por una parte, la gran estima que tiene por la soberanía y el poder creativo de Dios lo lleva a exaltar una dependencia humilde en Dios, como vemos en este capítulo. El trabajo de Dios para nuestro bien es infinito —solo necesitamos creerle y aceptar el trabajo de Dios en Cristo. Por otra parte, Jesús también es capaz de poner el énfasis en nuestra obediencia activa: “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2:6) y de nuevo, “este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos” (1Jn 5:3). Podemos unir estos dos extremos con la expresión de Pablo de “la obediencia a la fe” (Ro 1:5), o Santiago 2:18, “yo te mostraré mi fe por mis obras”.

Ver y creer (Juan 9)

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Jesús y Sus discípulos ven a un hombre que nació ciego (capítulo 9). Los discípulos lo consideran como una lección o estudio de caso acerca de las fuentes del pecado, pero Jesús lo ve con compasión y trabaja para remediar su condición. El método inusual de Cristo de sanar y las acciones subsecuentes del hombre que ya no es ciego demuestran de nuevo que el mundo de carne y sangre —y barro— es el lugar del reino de Dios. El método de Jesús —mezclar saliva con tierra y ponerla en los ojos del hombre— no es una locura, sino un reflejo deliberado de la creación del ser humano (Gn 2:7). Tanto en la tradición bíblica como en la griega, el barro (pēlos) se usa para describir de lo que están hechas las personas. Por ejemplo, observe Job 10:9, en donde Job le dice a Dios, “Acuérdate ahora que me has modelado como a barro, ¿y me harás volver al polvo?”[1]

Este versículo es especialmente interesante porque la “arcilla” es un paralelismo sinónimo del polvo, que usa la misma palabra hebrea para el polvo que en la creación de Adán en Génesis 2:7. Para otras asociaciones entre la humanidad y el barro en la Biblia, ver por ejemplo, Isaías 29:16; 45:9; Jeremías 18:6; Sirácides 33:13; Romanos 9:21; comparar también con Job 33:6; fuera de la Biblia, ver por ejemplo, Aristófanes, Birds [Aves] 686; Herondas, Mimes [Mimos] 2.29.

La vida y la muerte cercana (Juan 10-12)

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Cuando Jesús se acerca a Jerusalén por última vez, hace Su señal más grande: levantar a Lázaro de Betania (Jn 11:1–44). Sus oponentes, que ya habían tratado de apedrearlo (Jn 8:59; 10:31), deciden que tanto Jesús como Lázaro deben irse. Con Su muerte acercándose, Jesús habla acerca de la cruz de una manera paradójica, usando lo que parece ser un lenguaje de exaltación al decir que será “levantado” y acercará a todas las personas a Sí mismo (Jn 12:32). Sin embargo, Juan aclara en la nota de seguimiento que esto se refiere a “levantar” la cruz. ¿Es un simple juego de palabras? En lo absoluto. Como lo señala Richard Bauckham, es en el trabajo del sacrificio personal supremo en la cruz que Jesús revela completamente que en verdad es el Hijo exaltado de Dios. “Porque Dios es quien Dios es al darse a Sí mismo con gracia. La identidad de Dios, podemos decir, no solo se revela sino que se promulga en el evento de la salvación para el mundo, el cual ocurre gracias al servicio y la autohumillación de Su Hijo”.[1]

El sacrificio personal próximo de Jesús tendría diferentes precios. Le costaría Su muerte, por supuesto, pero también un dolor y sed insoportables (Jn 19:28). Le costó el dolor de ver a Sus discípulos (excepto a Juan) abandonarlo y a Su madre perderlo (Jn 19:26–27). Le costó la vergüenza de ser malentendido y culpado injustamente (Jn 18:19–24). Estos precios eran inevitables si iba a hacer el trabajo que Dios estableció para Él. El mundo no podía ser creado sin el trabajo de Cristo en el comienzo. El mundo no podía ser restaurado al propósito de Dios sin el trabajo de Cristo en la cruz.

El trabajo también puede tener costos que son injustos para nosotros pero que no se pueden evitar si vamos a completar nuestro trabajo. Jesús trabajó para traerles vida verdadera a otros. En la medida en la que usamos nuestro trabajo como un escenario para la glorificación propia, nos salimos del patrón que estableció el Señor Jesús. ¿Jesús está reconociendo que el trabajo que se hace para otros tiene un costo inevitable? Tal vez sí. Los médicos ganan un buen salario por sanar personas (al menos en el Occidente moderno), pero sufren una carga de dolor inevitable por ser testigos del sufrimiento de sus pacientes. Los plomeros obtienen un pago por hora envidiable, pero de vez en cuando también quedan cubiertos de excremento. Los funcionarios elegidos trabajan por la justicia y la prosperidad de los ciudadanos, pero como Jesús, cargan con el dolor de saber que “a los pobres siempre los tendréis con vosotros” (Jn 12:8). En cada una de estas profesiones, pueden existir formas de evitar compartir el sufrimiento de otros, como minimizar la interacción con pacientes que no estén sedados, hacer trabajos de plomería solamente en casas nuevas y limpias o endurecer nuestros corazones frente a las personas más vulnerables de la sociedad. Pero al hacerlo, ¿estaríamos siguiendo el ejemplo de Jesús? Aunque comúnmente hablamos del trabajo como la manera en que las personas se ganan la vida, los trabajadores compasivos también experimentan el trabajo de una forma que les produce dolor en el corazón. De esta manera trabajamos como Jesús.

Richard J. Bauckham, God Crucified: Monotheism and Christology in the New Testament [Dios crucificado: el monoteísmo y la cristología en el Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1999), 68.

El liderazgo de servicio (Juan 13)

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Hasta este punto en Juan, hemos visto a Jesús haciendo el trabajo que nadie más había hecho antes —convertir el agua en vino, darle vista a los ciegos, resucitar a los muertos. Pero ahora hace lo que casi todos pueden hacer, pero pocos quieren: lavar los pies. El rey hace el trabajo de un esclavo.

Con esto, Jesús lleva a un punto crítico la pregunta que nos ha estado siguiendo a lo largo de todo el Evangelio de Juan: ¿hasta qué punto el trabajo de Jesús es un ejemplo para nuestro propio trabajo? Sería fácil responder, “en nada en absoluto”. Ninguno de nosotros es el Señor. Ninguno de nosotros murió por los pecados del mundo. Pero cuando Él lava los pies de los discípulos, les dice explícitamente —y a nosotros por extensión— que debemos seguir Su ejemplo. “Pues si Yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo” (Jn 13:14–15). Jesús es un ejemplo que debemos seguir, en todo lo que sea posible.

Esta actitud de servicio humilde debería acompañar todo lo que hacemos. Si el Director ejecutivo camina por el área de producción, debería ser como si viniera a lavar los pies de los que trabajan en el ensamblaje. Así que, también, quien trabaja en una estación de gasolina debería limpiar los pisos del baño como si estuviera allí para lavar los pies de los conductores de autos. Este no es tanto un tema de acción como de actitud. Es probable que tanto el Gerente como el encargado de la estación de gasolina puedan servir mejor a las personas por medio de otras actividades diferentes a lavar los pies, incluso aunque sus empleados o clientes estuvieran dispuestos a que lo hicieran. Sin embargo, deben verse a sí mismos como personas que proveen un servicio humilde. Jesús, el maestro lleno del Espíritu que reina sobre todo el cosmos, realiza deliberadamente un acto concreto de servicio humilde para demostrar lo que debería ser la actitud usual de Su pueblo. Al hacerlo, dignifica y demanda de Sus seguidores actos humildes de servicio. ¿Por qué? Porque hacerlos nos pone frente a frente de manera tangible con la realidad de que el trabajo piadoso se realiza para el beneficio de otros, no solamente para satisfacción propia.

Los negocios y el gobierno le han prestado bastante atención al concepto del liderazgo de servicio en los últimos años. Este surge no solo en el Evangelio de Juan, sino también en muchas partes de la Biblia. [1]

Otros recursos incluyen Servant Leadership [Liderazgo de servicio] de Robert Greenleaf (Mahwah, NJ: Paulist Press, 1977) y Leadership Is an Art [El liderazgo es un arte] de Max De Pree (Nueva York: Doubleday, 1992).

Palabras de despedida (Juan 14-17)

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Los capítulos 14 al 17, que se denominan comúnmente como el discurso del aposento alto, contienen bastante teología profunda de la cual solo podemos referirnos a algunos puntos destacados. Sin embargo, es importante reconocer que las palabras de Jesús no son un sermón desapasionado. Él siente angustia por los discípulos a quienes ama y debe abandonar pronto, y Sus palabras tienen como propósito principal consolarlos en su sufrimiento.

El trabajo y las relaciones (Juan 14-17)

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La teología de estos capítulos está impregnada de un énfasis en las relaciones personales. Jesús les dice a los discípulos, “Ya no os llamo siervos… pero os he llamado amigos” (Jn 15:15). Ellos trabajan para Él, pero en un espíritu de amistad y compañerismo. Es un negocio familiar, en el sentido más pleno del término. El trabajo y las relaciones se entrelazan, ya que Jesús no está trabajando por Sí solo. “Las palabras que Yo os digo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en Mí es el que hace las obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre en Mí” (Jn 14:10–11). Los discípulos no serán abandonados como huérfanos que deben salir adelante en el mundo de la mejor forma posible (Jn 14:18). Por medio del Espíritu, Jesús estará con ellos y harán las mismas cosas que Él ha estado haciendo (Jn 14:12).

Esto es más profundo de lo que parece. No significa simplemente que después de que Jesús muera, Sus discípulos/amigos pueden seguir experimentando Su presencia por medio de la oración. Significa que son participantes activos en la creación/restauración del mundo que alimenta la relación de amor entre el Padre y el Hijo. Ellos hacen el trabajo del Hijo y el Padre y se unen a la intimidad del Hijo y el Padre (y el Espíritu, como veremos en un momento). El Padre muestra Su amor por el Hijo al permitirle participar en la gloria de la formación y la recreación del mundo.[1] El Hijo demuestra Su amor por el Padre al hacer siempre y solamente Su voluntad, creando y volviendo a crear el mundo para la gloria del Padre de acuerdo con los deseos del Padre en el poder del Espíritu. Los discípulos/amigos se enlistan en este amor inagotable del Padre, el Hijo y el Espíritu, no solo por un reflejo místico sino también al adoptar la misión del Hijo y trabajar como Él lo hizo. El llamado a participar de este amor está unido al llamado a participar en el trabajo. La oración del Hijo, “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad” (Jn 17:23), va acompañada de, “Como Tú me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo” (Jn 17:18) y se manifiesta en, “¿Me quieres?... Apacienta Mis ovejas” (Jn 21:17).

Un aspecto fundamental del trabajo humano es la oportunidad que provee para el compañerismo a través de proyectos compartidos. Para muchas personas, el lugar de trabajo es el contexto más significativo aparte de la familia en donde forman relaciones personales. Incluso los que trabajan solos —dentro o fuera de su hogar— por lo general están inmersos en una red de relaciones que involucra proveedores, clientes, etc.[2] Hemos visto que Jesús llama a Sus discípulos no solo a que sean Sus colaboradores sino también una comunidad de amigos. El aspecto relacional del trabajo no es un derivado accidental de una empresa fundamentalmente utilitaria del trabajo. En cambio, es un componente absolutamente esencial del trabajo mismo, desde la época en la que Adán y Eva trabajan juntos en el jardín. “Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea” (Gn 2:18). La creación se convierte en un medio de unión interpersonal cuando los seres humanos trabajan unos con otros, y al hacerlo, participan en el trabajo de Dios para llevar la creación a su plenitud.

Este puede ser un aliento tremendo para las personas orientadas a los proyectos, quienes algunas veces se sienten poco espirituales debido a su renuencia a pasar grandes periodos de tiempo hablando de sus sentimientos. Hablar con otras personas es una actividad necesaria para el desarrollo de relaciones, pero no debemos dejar de lado la importancia del trabajo como un medio para fomentar relaciones. Trabajar juntos puede construir relaciones en dicha labor y para el propósito de la misma. No es un accidente que pasemos bastante tiempo trabajando con y para otras personas. Con el modelo del propio trabajo de Dios dentro de la trinidad, somos capaces de encontrar relación en el trabajo. Trabajar hacia una meta común es una de las formas principales en las que Dios nos une y nos hace verdaderamente humanos.

Comparar con Juan 3:35, 5:19–20. La afirmación en Juan 17:5, “Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera”, puede referirse específicamente a la gloria de participar en la formación del mundo. Este sería un sujetalibros apropiado para la conclusión de Cristo de la creación primaria en Juan 1:1–3.

Esto se expresa de forma hermosa, por ejemplo, en “The Tuft of Flowers” [Las hojas de las flores] de Robert Frost con las líneas memorables, “‘Los hombres trabajan juntos,’ le dije desde el corazón, ‘ya sea que trabajen juntos o aparte’”. Robert Frost, A Boy’s Will [La voluntad de un niño] (Nueva York: Henry Holt, 1915), 49.

El trabajo y la productividad (Juan 14-17)

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La metáfora de la vid y los sarmientos comienza con la bendición de una relación con Jesús y por medio de Él con el Padre (Jn 15:1). “Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado; permaneced en Mi amor” (Jn 15:9). Sin embargo, el resultado de este amor no es una felicidad pasiva sino un trabajo productivo, expresado de forma metafórica como dar fruto. “El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto” (Jn 15:5). El Dios que produjo el universo quiere que Su pueblo también sea productivo. “En esto es glorificado Mi Padre, en que deis mucho fruto” (Jn 15:8). Nuestra habilidad para realizar trabajos que hacen una diferencia que perdura en el mundo es un regalo grandioso de Dios. “Yo os escogí a vosotros, y os designé para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en Mi nombre os lo conceda” (Jn 15:16). La promesa de eficacia es un reflejo de la promesa anterior de Jesús: “el que cree en Mí, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores que éstas hará” (Jn 14:12).

Algunas veces se cree que el fruto que dan los seguidores de Jesús se refiere a más convertidos al cristianismo. Entonces, las obras “aún mayores que éstas” serían “más convertidos de los que Yo mismo gané”. Esta es una verdad para aquellos llamados al evangelismo. Si Jesús solo les está hablando a los apóstoles en este pasaje —quienes fueron designados para predicar las buenas nuevas— entonces tal vez el fruto se refiere solo a personas convertidas. Pero si está hablándole a creyentes en general, entonces el fruto debe referirse a toda la variedad de trabajos a los cuales son llamados los creyentes. Ya que todo el mundo fue creado por medio de Él, “las obras que Yo hago” incluyen todas las clases imaginables de buen trabajo. Para nosotros, hacer obras “mayores que éstas” que se habían visto hasta entonces, podría significar diseñar mejor software, alimentar a más personas, educar estudiantes más sabios, mejorar la eficacia de las organizaciones, incrementar la satisfacción al cliente, emplear el capital de manera más productiva y gobernar las naciones de forma más justa. El valor de dar fruto no se encuentra en si trabajamos en negocios, en el gobierno, en servicios de salud, educación, religión o cualquier otro ámbito. El valor se encuentra en si nuestro trabajo suple las necesidades de las personas. “Esto os mando: que os améis los unos a los otros” (Jn 15:17). El servicio es la forma activa del amor.

Un extranjero en tierra extraña (Juan 18-20)

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En vez de arriesgarnos a reducir la narrativa apasionada de Juan a un texto de prueba descontextualizado para cuestiones laborales, abordaremos un solo versículo que es tan importante por lo que no dice como por lo que dice: “Jesús respondió [a Pilato]: Mi reino no es de este mundo. Si Mi reino fuera de este mundo, entonces Mis servidores pelearían para que Yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora Mi reino no es de aquí” (Jn 18:36). En el lado positivo, encontramos aquí un resumen maravilloso de la pasión de Cristo. Jesús está proclamando que Él es el rey en verdad, pero no la clase de rey que puede ser reconocido por un político astuto como Pilato. Si Jesús debe sacrificarse por la vida del mundo, lo hará. Y de hecho debe sacrificarse a Sí mismo, porque Su realeza, que es tanto absoluta como abnegada, hará que inevitablemente los poderes del momento le den una sentencia de muerte.

Pero es igualmente importante reconocer lo que Jesús no está proclamando. Él no está diciendo que Su reino es una experiencia religiosa interna y efímera que no afecta las cuestiones económicas, políticas o sociales en el mundo real. La traducción PDT indica que Su reino no pertenece a este mundo (Jn 18:36). Su gobierno —así como Él mismo— se origina en el cielo. Pero ha venido a la tierra y Su reino es un reino real en esta tierra, más real de lo que incluso Roma podría ser. Su reino en la tierra tiene un conjunto diferente de principios operacionales. Está trabajando poderosamente dentro del mundo, pero no recibe sus órdenes de los gobernantes actuales del mundo. Jesús no explica en el momento lo que significa para Su reino ser de otro mundo pero estar en el mundo que Él mismo creó. Sin embargo, lo revela en términos vívidos más adelante, en la visión que se registra en Apocalipsis 21 y 22 cuando la Nueva Jerusalén viene del cielo. El reino de Jesús desciende para tomar su lugar legítimo como la capital de este mundo, en donde todos Sus discípulos tienen un hogar eterno. Siempre que Jesús habla acerca de la vida eterna o el reino de Dios, se está refiriendo a la tierra que habitamos ahora, transformada y perfeccionada por el Verbo y el poder de Dios.

Los discípulos amados (Juan 21)

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El capítulo final de Juan ofrece la oportunidad de reflexionar no tanto en el trabajo mismo, sino en la identidad del trabajador. Los discípulos están pescando cuando deben estar predicando el reino de Dios, pero no hay nada en el texto que indique una desaprobación. En cambio, Jesús bendice su labor con una pesca milagrosa. Después de todo, regresan a su trabajo designado como predicadores, pero hasta esto refleja solamente su llamado específico y no habla con desdén de la pesca como tal.

Sea cual sea la forma en la que veamos el contexto, el ímpetu del capítulo es la restauración de Pedro y el contraste de su futuro con el del “discípulo a quien Jesús amaba” (Jn 21:10). Las tres afirmaciones de Pedro de su amor por Jesús restauran su relación con Él después de sus tres negaciones. Viendo al futuro, Pedro soportará el martirio, mientras que se insinúa de forma enigmática que el discípulo amado disfrutará de una vida más larga. Centraremos nuestra atención en la última idea, ya que esta auto denominación habla directamente sobre la cuestión de la identidad humana.

Es curioso que la identidad del discípulo amado nunca se revela en el cuarto Evangelio. La mayoría de eruditos deduce que es el apóstol Juan (aunque hay algunos que no están de acuerdo[1]), pero la verdadera pregunta es por qué hay tanto secreto en cuanto a su nombre. Una respuesta sería que desea distinguirse a sí mismo de los otros discípulos porque Jesús lo ama de una manera especial, pero eso sería extraño en un Evangelio que está inundado del modelo de Cristo de humildad y sacrificio personal.

Una explicación mucho mejor es que él se califica a sí mismo como “el discípulo que Jesús amó” como una forma de representar lo que es una realidad para todos los discípulos. Todos debemos encontrar nuestra identidad primero que todo en el hecho de que Jesús nos ama. Cuando usted le pregunta a Juan quién es él, él no responde dando su nombre, sus relaciones familiares o su ocupación. Él responde, “yo soy alguien que Jesús ama”. En las palabras de Juan, el discípulo amado se encuentra a sí mismo “recostado en el seno de Jesús” (Jn 13:23 RVA), y de igual manera, el Mesías encuentra Su identidad “en el seno del Padre” (Jn 1:18).[2] De la misma forma, debemos descubrir quiénes somos, no en lo que hemos hecho o en lo que sabemos o lo que tenemos, sino en el amor de Jesús por nosotros.

Sin embargo, si el amor de Jesús por nosotros —o, podríamos decir, el amor del Padre para nosotros por medio de Jesús— es la fuente de nuestra identidad y la motivación de nuestra vida, desarrollamos ese amor en nuestra actividad en la creación de Dios. Un aspecto crucial de esta actividad es nuestro trabajo cotidiano. A través de la gracia de Dios, el trabajo se puede convertir en un escenario en donde vivimos nuestra relación con Dios y con los demás por medio de nuestro servicio amoroso. Nuestro trabajo diario, sea que otros lo consideren humilde o exaltado, se convierte en el lugar en donde se muestra la gloria de Dios. Por la gracia de Dios, mientras trabajamos, nos convertimos en parábolas vivientes del amor y la gloria de Dios.

D. A. Carson, The Gospel According to John [El Evangelio según Juan], The Pillar New Testament Commentary [El comentario Pillar del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1991), 68–81.

Estas son solo dos apariciones de la palabra “seno”, el griego kolpos, en el Evangelio de Juan. Usamos las versiones Reina Valera Antigua y la Biblia de las Américas porque algunas traducciones modernas no incluyen este paralelismo.