Palabras de despedida (Juan 14-17)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Los capítulos 14 al 17, que se denominan comúnmente como el discurso del aposento alto, contienen bastante teología profunda de la cual solo podemos referirnos a algunos puntos destacados. Sin embargo, es importante reconocer que las palabras de Jesús no son un sermón desapasionado. Él siente angustia por los discípulos a quienes ama y debe abandonar pronto, y Sus palabras tienen como propósito principal consolarlos en su sufrimiento.

El trabajo y las relaciones (Juan 14-17)

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La teología de estos capítulos está impregnada de un énfasis en las relaciones personales. Jesús les dice a los discípulos, “Ya no os llamo siervos… pero os he llamado amigos” (Jn 15:15). Ellos trabajan para Él, pero en un espíritu de amistad y compañerismo. Es un negocio familiar, en el sentido más pleno del término. El trabajo y las relaciones se entrelazan, ya que Jesús no está trabajando por Sí solo. “Las palabras que Yo os digo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en Mí es el que hace las obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre en Mí” (Jn 14:10–11). Los discípulos no serán abandonados como huérfanos que deben salir adelante en el mundo de la mejor forma posible (Jn 14:18). Por medio del Espíritu, Jesús estará con ellos y harán las mismas cosas que Él ha estado haciendo (Jn 14:12).

Esto es más profundo de lo que parece. No significa simplemente que después de que Jesús muera, Sus discípulos/amigos pueden seguir experimentando Su presencia por medio de la oración. Significa que son participantes activos en la creación/restauración del mundo que alimenta la relación de amor entre el Padre y el Hijo. Ellos hacen el trabajo del Hijo y el Padre y se unen a la intimidad del Hijo y el Padre (y el Espíritu, como veremos en un momento). El Padre muestra Su amor por el Hijo al permitirle participar en la gloria de la formación y la recreación del mundo.[1] El Hijo demuestra Su amor por el Padre al hacer siempre y solamente Su voluntad, creando y volviendo a crear el mundo para la gloria del Padre de acuerdo con los deseos del Padre en el poder del Espíritu. Los discípulos/amigos se enlistan en este amor inagotable del Padre, el Hijo y el Espíritu, no solo por un reflejo místico sino también al adoptar la misión del Hijo y trabajar como Él lo hizo. El llamado a participar de este amor está unido al llamado a participar en el trabajo. La oración del Hijo, “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad” (Jn 17:23), va acompañada de, “Como Tú me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo” (Jn 17:18) y se manifiesta en, “¿Me quieres?... Apacienta Mis ovejas” (Jn 21:17).

Un aspecto fundamental del trabajo humano es la oportunidad que provee para el compañerismo a través de proyectos compartidos. Para muchas personas, el lugar de trabajo es el contexto más significativo aparte de la familia en donde forman relaciones personales. Incluso los que trabajan solos —dentro o fuera de su hogar— por lo general están inmersos en una red de relaciones que involucra proveedores, clientes, etc.[2] Hemos visto que Jesús llama a Sus discípulos no solo a que sean Sus colaboradores sino también una comunidad de amigos. El aspecto relacional del trabajo no es un derivado accidental de una empresa fundamentalmente utilitaria del trabajo. En cambio, es un componente absolutamente esencial del trabajo mismo, desde la época en la que Adán y Eva trabajan juntos en el jardín. “Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea” (Gn 2:18). La creación se convierte en un medio de unión interpersonal cuando los seres humanos trabajan unos con otros, y al hacerlo, participan en el trabajo de Dios para llevar la creación a su plenitud.

Este puede ser un aliento tremendo para las personas orientadas a los proyectos, quienes algunas veces se sienten poco espirituales debido a su renuencia a pasar grandes periodos de tiempo hablando de sus sentimientos. Hablar con otras personas es una actividad necesaria para el desarrollo de relaciones, pero no debemos dejar de lado la importancia del trabajo como un medio para fomentar relaciones. Trabajar juntos puede construir relaciones en dicha labor y para el propósito de la misma. No es un accidente que pasemos bastante tiempo trabajando con y para otras personas. Con el modelo del propio trabajo de Dios dentro de la trinidad, somos capaces de encontrar relación en el trabajo. Trabajar hacia una meta común es una de las formas principales en las que Dios nos une y nos hace verdaderamente humanos.

Comparar con Juan 3:35, 5:19–20. La afirmación en Juan 17:5, “Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera”, puede referirse específicamente a la gloria de participar en la formación del mundo. Este sería un sujetalibros apropiado para la conclusión de Cristo de la creación primaria en Juan 1:1–3.

Esto se expresa de forma hermosa, por ejemplo, en “The Tuft of Flowers” [Las hojas de las flores] de Robert Frost con las líneas memorables, “‘Los hombres trabajan juntos,’ le dije desde el corazón, ‘ya sea que trabajen juntos o aparte’”. Robert Frost, A Boy’s Will [La voluntad de un niño] (Nueva York: Henry Holt, 1915), 49.

El trabajo y la productividad (Juan 14-17)

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La metáfora de la vid y los sarmientos comienza con la bendición de una relación con Jesús y por medio de Él con el Padre (Jn 15:1). “Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado; permaneced en Mi amor” (Jn 15:9). Sin embargo, el resultado de este amor no es una felicidad pasiva sino un trabajo productivo, expresado de forma metafórica como dar fruto. “El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto” (Jn 15:5). El Dios que produjo el universo quiere que Su pueblo también sea productivo. “En esto es glorificado Mi Padre, en que deis mucho fruto” (Jn 15:8). Nuestra habilidad para realizar trabajos que hacen una diferencia que perdura en el mundo es un regalo grandioso de Dios. “Yo os escogí a vosotros, y os designé para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en Mi nombre os lo conceda” (Jn 15:16). La promesa de eficacia es un reflejo de la promesa anterior de Jesús: “el que cree en Mí, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores que éstas hará” (Jn 14:12).

Algunas veces se cree que el fruto que dan los seguidores de Jesús se refiere a más convertidos al cristianismo. Entonces, las obras “aún mayores que éstas” serían “más convertidos de los que Yo mismo gané”. Esta es una verdad para aquellos llamados al evangelismo. Si Jesús solo les está hablando a los apóstoles en este pasaje —quienes fueron designados para predicar las buenas nuevas— entonces tal vez el fruto se refiere solo a personas convertidas. Pero si está hablándole a creyentes en general, entonces el fruto debe referirse a toda la variedad de trabajos a los cuales son llamados los creyentes. Ya que todo el mundo fue creado por medio de Él, “las obras que Yo hago” incluyen todas las clases imaginables de buen trabajo. Para nosotros, hacer obras “mayores que éstas” que se habían visto hasta entonces, podría significar diseñar mejor software, alimentar a más personas, educar estudiantes más sabios, mejorar la eficacia de las organizaciones, incrementar la satisfacción al cliente, emplear el capital de manera más productiva y gobernar las naciones de forma más justa. El valor de dar fruto no se encuentra en si trabajamos en negocios, en el gobierno, en servicios de salud, educación, religión o cualquier otro ámbito. El valor se encuentra en si nuestro trabajo suple las necesidades de las personas. “Esto os mando: que os améis los unos a los otros” (Jn 15:17). El servicio es la forma activa del amor.