Josué y Jueces y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Josué y Jueces

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Josué y Jueces relatan la historia del pueblo antiguo de los israelitas cuando tomaron la tierra que Dios les había prometido a Abraham, Isaac y Jacob (Gn 15:18-21; 28:13), y también narran la formación de una confederación tribal allí. El tema general del libro es que cuando el pueblo de Dios obedece Sus mandamientos y Su guía, el trabajo prospera y ellos experimentan paz y gozo. Sin embargo, cuando siguen sus propias inclinaciones y actúan como si fueran la autoridad suprema, la pobreza, el conflicto y toda clase de males les causan aflicción y sufrimiento.

El trabajo de los líderes designados por Dios, los profetas, ejércitos y todo el pueblo antiguo de Israel era conquistar, establecerse y gobernar un territorio. Aunque hay muchas razones para creer que estos libros contribuyen a nuestro entendimiento del trabajo desde una perspectiva bíblica, en realidad se requiere un esfuerzo especial para descubrir cómo el trabajo que vemos en Josué y Jueces aplica a las circunstancias de nuestros lugares de trabajo contemporáneos (observe que no estamos considerando la nación-estado moderno de Israel y sus vecinos, el cual es un tema que no abarca nuestra investigación).

Sin embargo, si miramos con cuidado, encontramos que sí surgen ideas que aplicar en las problemas actuales a partir de ciertos incidentes en el texto, incluyendo el desarrollo del liderazgo y la administración, la participación relativa del trabajo duro y de la guía de Dios en la consecución de nuestros objetivos, el conflicto relacionado con los recursos, la tensión entre avanzar para alcanzar el éxito y servir a otros, la guía de Dios en nuestro trabajo y el riesgo constante de hacer de nuestro trabajo un ídolo. Los eventos en Josué y Jueces nos dan ejemplos —tanto buenos como malos— de cómo resolver conflictos en el lugar de trabajo, motivar a los trabajadores, cumplir los retos de los cargos electivos y hacer un plan para que los líderes nuevos sucedan a los que dejan su cargo. Los personajes que conocemos en los libros demuestran el valor extraordinario del liderazgo femenino, los efectos económicos de la guerra y la complicidad de las autoridades en el abuso de los más vulnerables en el trabajo.

La línea narrativa principal de Josué y Jueces es que aunque el pueblo escogido de Dios es rebelde en repetidas ocasiones, decide servir a otros dioses y olvida el pacto con Dios, el Señor siempre está listo para responder a sus crisis y cumplir lo prometido. Solamente cuando dejan de desear incluso la bendición de Dios, caen en la miseria y la ruina social. Este también es un mensaje particularmente contemporáneo. A menudo llegamos a alejarnos de Dios mientras decidimos cómo manejar las oportunidades y retos que surgen en el trabajo. Descubrimos que hemos puesto otras preocupaciones por encima del interés por recibir Su amor y de amar y servirle por medio de nuestro trabajo. El mensaje de Josué y Jueces es que Dios está listo, aquí y ahora, para que regresemos a Él y recibamos Sus bendiciones en nuestra vida y nuestro trabajo.

Organizaremos nuestro estudio de los libros alrededor de cuatro temas principales, que corresponden más o menos al curso de la narración: la conquista, la coordinación, el pacto y el caos.[1]

Para ver una descripción útil de los temas principales de Josué, consulte David M. Howard Jr., Joshua [Josué], vol. 5, The New American Commentary [El nuevo comentario americano] (Nashville: Broadman & Holman, 1998), 56-64.

La conquista (Josué 1-12)

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En el libro de Josué, Dios comienza reiterándole a Josué la promesa de la tierra y la presencia divina.

“Mi siervo Moisés ha muerto; ahora pues, levántate, cruza este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que Yo les doy a los hijos de Israel. Todo lugar que pise la planta de vuestro pie os he dado, tal como dije a Moisés. Desde el desierto y este Líbano hasta el gran río, el río Eufrates, toda la tierra de los hititas hasta el mar Grande que está hacia la puesta del sol, será vuestro territorio. Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida. Así como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré”. (Jos 1:2-5)

Se destacan Josué, la tierra y la presencia de Dios, como veremos en las siguientes secciones.

Josué (Josué 1)

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Josué es el sucesor de Moisés, quien toma el lugar del líder de Israel. Aunque no es un rey, de alguna forma sí prefigura a los reyes que reinaron sobre Israel en los siglos posteriores. Él lleva a la nación a la batalla, sirve como juez cuando es necesario e intenta mantener al pueblo bajo los preceptos del pacto que Dios hizo con los israelitas en el Monte Sinaí.

En términos modernos, podríamos decir que la transición de Moisés a Josué es ejemplo de una buena planeación de sucesión. Moisés, guiado por Dios, ha designado en Josué un líder que coincide con el propio carácter de Moisés de fidelidad hacia Dios. Él es descrito como un hombre de valor y aprendizaje, fuerte y valiente (Jos 1:6-7), conocedor y obediente de la ley de Dios (Jos 1:8-9), y lo que es más importante, es un hombre espiritual. En el fondo, la base del liderazgo de Josué no es su propia fuerza, ni siquiera es la instrucción de Moisés, sino la guía y el poder de Dios. Dios le promete, “el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Jos 1:9). (Puede encontrar más información sobre la preparación de Josué para ser el sucesor de Moisés en “Planeación de la sucesión” en Números 27:12-23 y “El final del trabajo de Moisés” en Deuteronomio 31:1-34:12 en www.teologiadeltrabajo.org).

La característica más importante de Josué, que sirve como ejemplo para los líderes actuales, puede ser su deseo de seguir creciendo en virtud a lo largo de su vida. A diferencia de Sansón, quien parece atascado en una obstinación infantil, Josué pasa de ser un joven temerario (Nm 14:6-10) a un comandante militar (Jos 6:1-21), un administrador nacional principal (Jos 20) y eventualmente un visionario profético (Jos 24). Él está más que dispuesto a someterse a un largo periodo de entrenamiento bajo la guía de Moisés y aprender de aquellos que son más experimentados que él (Nm 27:18-23; Dt 3:28). No teme dar órdenes en tiempos de acción, y aun así sigue compartiendo el liderazgo en un equipo que incluye al sacerdote Eleazar y a los ancianos de las doce tribus (e.g. Jos 19:51). Parece que nunca rechaza una oportunidad de crecer en carácter o para el beneficio de la sabiduría de otros.

La tierra (Josué 2-12)

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A lo largo de Josué y Jueces, la tierra tiene una importancia tan grande que es casi un personaje en sí misma: “Y la tierra tuvo descanso” (Jue 3:11, 30, etc.). El acto principal del libro de Josué es la conquista de Israel de la tierra que Dios les había prometido a sus antepasados (Jos 2:24, desde el 1:6). La tierra es el escenario central en el cual ocurren los sucesos entre Dios e Israel, y hace parte de la esencia de las promesas de Dios para la nación. La misma Ley de Moisés está estrechamente ligada con la tierra. Muchas de las disposiciones principales de la Ley carecen de sentido si Israel no está en la tierra y el castigo principal bajo el pacto consiste en ser expulsados de la misma.

Asolaré la tierra de tal modo que vuestros enemigos que se establezcan en ella queden pasmados. A vosotros, sin embargo, os esparciré entre las naciones y desenvainaré la espada en pos de vosotros, y vuestra tierra será asolada y vuestras ciudades quedarán en ruinas. (Lv 26:32-33)

La tierra —el suelo bajo nuestros pies— es el lugar donde existimos. La promesa de Dios para Su pueblo no es una abstracción inmaterial, sino un lugar concreto en donde se hace Su voluntad y se encuentra Su presencia. Es en el lugar en donde estamos que encontramos a Dios y donde podemos continuar con Su trabajo. La creación puede ser un lugar en el que habitan tanto el bien como el mal. Debemos trabajar haciendo lo bueno en la creación y en la cultura en la que estamos. Josué recibió la tarea de santificar la tierra de Canaán cumpliendo el pacto con Dios allí, y nosotros también tenemos la tarea de santificar nuestros lugares de trabajo por medio del trabajo que es acorde con el pacto de Dios.

Trabajar la tierra (Josué 5)

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Es claro que la tierra era fértil según los estándares del Cercano Oriente antiguo, pero las bendiciones de la tierra iban más allá de un clima favorable, agua abundante y otros beneficios naturales provenientes de la mano del Creador. Israel también heredaría la infraestructura que los cananeos habían desarrollado. “Y os di una tierra en que no habíais trabajado, y ciudades que no habíais edificado, y habitáis en ellas; de viñas y olivares que no plantasteis, coméis” (Jos 24:13, cf. Dt 6:10-11). Incluso la famosa descripción de esta tierra que “mana leche y miel” (Jos 5:6, cf. Éx 3:8) supone alguna medida de administración de ganado y apicultura.

Por tanto, hay un vínculo indisoluble entre la tierra y el trabajo. La habilidad de producir no solamente surge de nuestras capacidades o diligencia, sino también de los recursos que tenemos disponibles. Por otro lado, la tierra no se trabaja a sí misma. Debemos producir el pan con el sudor de nuestras frentes (Gn 3:19). Este punto se plantea concretamente en Josué 5:11-12. “Y el día después de la Pascua, ese mismo día, comieron del producto de la tierra, panes sin levadura y cereal tostado. Y el maná cesó el día después que habían comido del producto de la tierra, y los hijos de Israel no tuvieron más maná, sino que comieron del producto de la tierra de Canaán durante aquel año”. 

Israel sobrevivió gracias al regalo divino del maná mientras anduvo por el desierto, pero Dios no había diseñado esta solución como algo permanente para la provisión. Se debía trabajar la tierra. Los recursos suficientes y el trabajo fructífero eran elementos integrales de la tierra prometida. Quizá el punto parezca evidente, pero es válido plantearlo. Aunque Dios puede proveer algunas veces de forma milagrosa para nuestras necesidades físicas, la ordenanza es que nos sustentemos con el fruto de nuestro trabajo.

Conquista de la tierra (Josué 6-12)

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El hecho de que la economía productiva de los israelitas se fundamentara en despojar a los cananeos de su tierra, plantea algunas preguntas incómodas. ¿Dios aprobó (o aprueba) la conquista como una forma en la que una nación puede adquirir sus tierras? ¿Dios tolera la guerra étnica? ¿El pueblo antiguo de Israel merecía más la tierra que los cananeos? El análisis teológico completo de la conquista va más allá del alcance de este artículo.[1] Aunque no esperamos responder las muchas preguntas que surgen, hay algunas cosas que debemos tener en cuenta:

  1. Dios decide manifestarse a Su pueblo en medio de la turbulencia del Cercano Oriente antiguo en donde las fuerzas que se desplegaban contra Israel eran enormes y violentas.
  2. El trabajo de la conquista militar es ciertamente el más destacado en el libro de Josué, pero no se presenta como un modelo para ningún otro trabajo posterior. En Josué y Jueces encontramos aspectos del trabajo o del liderazgo que se aplican en la actualidad, pero despojar a las personas de su tierra no es uno de ellos.
  3. El mandato de despojar de sus tierras a los cananeos (Jos 1:1-5) es extremadamente específico para el pueblo antiguo de Israel y no indica la disposición general de los mandamientos de Dios para Israel ni para ningún otro grupo de población.
  4. La causa de la aniquilación de los cananeos son sus reconocidas costumbres malvadas. Los cananeos eran conocidos porque practicaban el sacrificio de niños, la adivinación, la hechicería y la nigromancia, costumbres que Dios no podía tolerar en medio del pueblo que había escogido para que fuera bendición para el mundo (Dt 18:10-12). Era necesario eliminar la idolatría de la tierra para que el mundo tuviera la oportunidad de ver la naturaleza del único Dios verdadero, creador del cielo y la tierra.[2]
  5. Los cananeos que se arrepintieron, como Rahab (Jos 2:1-21; 6:22-26) son perdonados, y de hecho, la supuesta destrucción masiva de los cananeos nunca se realiza completamente (ver más adelante).
  6. A su vez, Israel practicó muchos de los actos malvados de los cananeos. Esto responde con un “no” rotundo a la pregunta de si Israel era más merecedor de la tierra. Como los cananeos, los israelitas también serían desplazados de la tierra por medio de la conquista de otros, lo que la Biblia atribuye de igual forma a la mano de Dios. Israel también está sujeto al juicio de Dios (consulte por ejemplo Amós 3:1-2).
  7. Toda la ética cristiana relacionada con el poder no se encuentra en el libro de Josué; se encuentra en la vida, muerte y resurrección de Jesús, quien encarna toda la palabra de Dios. El modelo definitivo de la Biblia en cuanto al poder no es que Dios conquista naciones para Su pueblo, sino que el Hijo de Dios entrega Su vida por todos los que vienen a Él (Mr 10:42; Jn 10:11-18). En definitiva, la ética bíblica del poder se basa en la humildad y el sacrificio.

 Para más información sobre la conquista, ver C. S. Cowles, Eugene H. Merrill, Daniel L. Gard y Tremper Longman III, Show Them No Mercy: 4 Views on God and Canaanite Genocide [No se apiaden de ellos: 4 puntos de vista acerca de Dios y el genocidio cananeo] (Grand Rapids: Zondervan, 2003).

Ver J. Gordon McConville y Stephen N. Williams, Joshua [Josué], Two Horizons Old Testament Commentary [Comentario del Antiguo Testamento Dos horizontes] (Grand Rapids: Eerdmans, 2010), 113-4.

La rememoración de la presencia de Dios en la tierra (Josué 4:1-9)

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La mayor bendición para el pueblo en la tierra es que Dios estará con ellos. El pueblo celebra esta bendición pasando al frente del arca del Señor —la morada de Su presencia— y dejando unas piedras conmemorativas en el río Jordán. La prosperidad de Israel y su seguridad en la tierra deben venir de la mano de Dios. El trabajo de Israel siempre se debe al trabajo previo de Dios a su favor; cada vez que se alejan de la presencia de Dios, el curso de su labor se viene abajo. Observe la advertencia sombría que se da en Jueces 2:10: “También toda aquella generación fue reunida a sus padres; y se levantó otra generación después de ellos que no conocía al Señor, ni la obra que Él había hecho por Israel”. Los problemas subsiguientes de Israel surgen de no haber reconocido lo que Dios había hecho por ellos.

También nos podríamos preguntar si estamos reconociendo el trabajo de Dios a nuestro favor. La pregunta aquí no es si estamos trabajando bien para Dios, es si podemos verlo trabajando para nosotros. En el trabajo, la mayoría encuentra una tensión entre el avance personal y el servicio a otros, o entre “un sistema egoísta centrado en mí mismo” y “el bienestar de los demás”, como lo dice Laura Nash en su excelente estudio de esta dinámica.[1]¿Puede ser que nos estemos esforzando demasiado por avanzar en ese sistema egoísta porque tememos que no le importamos a nadie más?

¿Qué pasaría si adquiriéramos la costumbre de llevar un registro de las cosas que Dios hace por nosotros? Muchos guardamos recordatorios de nuestros logros laborales —premios, placas, fotos, distinciones, certificados y otros. ¿Qué pasaría si cada vez que los viéramos pensáramos, “Dios ha estado aquí conmigo todos los días”, en vez de pensar “yo tengo lo necesario para ser exitoso”? ¿Esto nos daría libertad para tener más presentes las necesidades de otros al tiempo que estamos seguros de que Dios nos cuida? Una forma simple de comenzar sería tomar nota mentalmente o incluso escribir todo lo bueno e inesperado que ocurre durante el día, sea que le pase a usted o a alguien más por medio de usted. Cada uno de esos puntos podría convertirse en un tipo de piedra conmemorativa para Dios, como las piedras que los israelitas dejaron en las aguas del Jordán para recordar cómo Dios los trajo a la tierra prometida. De acuerdo con el texto, este era un recordatorio poderoso para ellos “y allí permanecen hasta hoy” (Jos 4:1-9).

Laura Nash, Believers in Business [Creyentes en los negocios] (Nashville: Thomas Nelson, 1994), 96.

Involucrar al Señor en nuestras decisiones (Josué 9:12-15)

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En el capítulo 9 de Josué se describe la forma en la que el pueblo de Gabaón engañó al pueblo de Israel. Su intención era hacerle creer a los israelitas que ellos vivían lejos de la tierra de Canaán y que por esto no constituían una amenaza, pero de hecho, vivían muy cerca. Para engañarlos decidieron usar ropas viejas y sandalias gastadas y llevaron provisiones que indicaban que habían hecho un viaje largo.

Este nuestro pan estaba caliente cuando lo sacamos de nuestras casas para provisión el día que salimos para venir a vosotros; pero he aquí, ahora está seco y desmenuzado. Estos odres de vino que llenamos eran nuevos, y he aquí, están rotos; y estos vestidos nuestros y nuestras sandalias están gastados a causa de lo muy largo del camino. Y los hombres de Israel tomaron de sus provisiones, y no pidieron el consejo del Señor. Josué hizo paz con ellos y celebró pacto con ellos para conservarles la vida; también los jefes de la congregación se lo juraron. (Josué 9:12-15)

Los israelitas fueron engañados porque decidieron depender de su propia percepción y no “pidieron el consejo de Señor”. Esto también nos puede pasar en la actualidad. Sacamos una conclusión con base en lo que creemos y tomamos una decisión rápidamente, pero olvidamos pedirle a Dios que nos guíe. Cuando creemos que entendemos una situación es demasiado fácil depender de nuestras propias ideas en vez de pedirle a Dios que nos muestre su perspectiva. 

Coordinación (Josué 13-22)

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La longitud del texto que describe la distribución del terreno en Josué 13 al 22 refleja el rol fundamental de la tierra en la formación de la identidad de Israel, aunque puede ser una lectura aburrida si no miramos el panorama general. Estos capítulos muestran con detalle el trabajo de establecer fronteras, asignar ciudades y crear procesos para resolver conflictos —el trabajo de organizar y cultivar una sociedad para que haya prosperidad social y para glorificar a Dios. Josué tomó medidas minuciosas para asegurar que la distribución se hiciera de forma equitativa (Josué 14:1-2). Tales pasajes nos recuerdan que el trabajo productivo depende en gran medida de la cooperación y el juego limpio, es decir, de organización y justicia. Los israelitas deben saber qué le pertenece a quién para así poder organizar sus comunidades de una manera pacífica y productiva. Abordar las realidades de la organización geográfica y social requiere trabajo (en este caso, bastante trabajo).

Estas realidades se pueden entender de una forma especial en Josué 22, cuando se acusa de separatismo a las tribus del otro lado del Jordán luego de que levantaran un altar en su territorio. Resulta que la instalación del altar conmemorativo es un movimiento inteligente por parte de esas tribus, ya que les ayuda a mantener su posición dentro de Israel.

Si fue rebelión, o una infidelidad contra el Señor, que no nos salve hoy. Si nos hemos edificado un altar para apartarnos de seguir al Señor, o para ofrecer holocausto u ofrenda de cereal sobre él, o para ofrecer en él sacrificios de ofrendas de paz, que el Señor mismo nos lo demande. En verdad, hemos hecho esto más bien por temor, diciendo: “El día de mañana vuestros hijos pudieran decir a nuestros hijos: ‘¿Qué tenéis que ver vosotros con el Señor, Dios de Israel? Porque el Señor ha puesto el Jordán por límite entre nosotros y vosotros, hijos de Rubén e hijos de Gad; vosotros no tenéis parte con el Señor.’ Así vuestros hijos podrían hacer que nuestros hijos dejaran de temer al Señor. Por tanto, dijimos: “Construyamos ahora un altar, no para holocaustos ni para sacrificios, sino para que sea testigo entre nosotros y vosotros, y entre nuestras generaciones después de nosotros, que hemos de cumplir el servicio del Señor delante de Él con nuestros holocaustos, con nuestros sacrificios y con nuestras ofrendas de paz, para que en el día de mañana vuestros hijos no digan a nuestros hijos: ‘No tenéis porción en el Señor’. (Jos 22:22-27)

Gracias a los detalles, podemos ver que la distribución justa de la tierra, la creación de estructuras gubernamentales, la resolución de conflictos y la preservación de una misión unida eran procesos complejos. Josué estaba a cargo en general, pero todo el pueblo desempeñaba roles e incluso los enfrentamientos y el posicionamiento astuto eran necesarios para mantener a una nación de individuos imperfectos trabajando en armonía. Esto nos puede dar una percepción de la ciencia y práctica de la administración en la actualidad. Construir una cadena de suministro internacional, por ejemplo, requiere alinear los intereses, comunicar especificaciones, compartir ideas, resolver intereses competitivos pero cooperativos, incrementar la rentabilidad propia sin llevar a pérdidas en otros aspectos, atraer y motivar a los contribuyentes habilidosos y superar los obstáculos impredecibles, de la misma forma en la que lo tenían que hacer los líderes de Israel. Esta también es una realidad en las universidades, organismos gubernamentales, bancos, cooperativas agrícolas, empresas de comunicación y prácticamente en todos los lugares de trabajo. La sociedad también depende de aquellos que investigan y enseñan métodos administrativos y que por ende le dan forma a las políticas corporativas y gubernamentales.

Si Dios guio a Josué, a los demás líderes y al pueblo de Israel, ¿puede guiar a los administradores hoy día? Tenemos los recursos de la Escritura, la oración, la adoración, los estudios grupales y el consejo de otros cristianos. Exactamente, ¿cómo podemos entretejer estos recursos en las formas en las que recibimos la guía de Dios en nuestras labores de administración, gerencia y liderazgo?

Aunque la posesión de la tierra y el gobierno del pueblo eran de primera importancia para los israelitas, los últimos capítulos de esta sección indican que no se había completado ni la conquista de la tierra ni la organización de la nación. Capítulo tras capítulo escuchamos la alarmante frase “pero no expulsaron”, refiriéndose a las diferentes tribus cananeas en sus territorios (Jos 15:63, 16:10, 17:12-13). El Señor le había ordenado a Israel que expulsara a los cananeos con el fin de establecer un nuevo orden que no se distorsionara por las prácticas abominables de los ocupantes previos. La presencia continua de los cananeos se convierte en una de las causas principales de la infidelidad de Israel al pacto de Dios, aunque esto no ocurrió en el periodo que cubre el libro de Josué.

El pacto (Josué 23-24)

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El libro de Josué concluye con la renovación del pacto de Dios con Israel. El punto culminante ocurre en el último capítulo, cuando Josué inspira al pueblo con un reto vehemente a comprometerse a servir únicamente a Dios. Su discurso es un modelo de comunicación. Primero, vuelve a relatar los actos asombrosos de Dios a favor de Israel en Egipto, el desierto y la tierra prometida. Luego les pregunta, ¿por qué entonces siguen teniendo ídolos y dioses falsos? Luego los desafía usando lo que hoy podríamos llamar psicología inversa, “Y si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién habéis de servir” (Jos 24:15). Esto llama su atención. “Lejos esté de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses” (Jos 24:16). Pero Josué los desafía aún más, diciendo, “No podréis servir al Señor, porque Él es Dios santo” (Jos 24:19). “Si abandonáis al Señor y servís a dioses extranjeros, Él se volverá y os hará daño, y os consumirá después de haberos hecho bien” (Jos 24:20). Esto los lleva a un punto decisivo en el cual resuelven, “No, sino que serviremos al Señor” (Jos 24:21). Josué sugiere que lo dejen por escrito y hace que el pueblo firme y sea testigo del compromiso (Jos 24:25-27). En tiempos más recientes, John Wesley dio a conocer un servicio de renovación del pacto que se usa ampliamente hoy día, y muchas iglesias han desarrollado sus propias maneras de renovar el pacto con Dios.[1]

Cuando parece que las personas flaquean en su compromiso, los líderes pueden verse tentados a minimizar la tarea encomendada o a confundir a las personas para que crean que las cosas serán más fáciles de lo que son en realidad. Tal vez haya momentos en los que esta técnica las lleve a cumplir de forma temporal, pero como dice Ronald Heifetz en Leadership Without Easy Answers [Liderazgo sin respuestas sencillas][2], confundir a los seguidores le quita rápidamente la autoridad a un líder. Esto no solo ocurre porque los seguidores eventualmente descubren el engaño, sino porque no se permite que ellos contribuyan a resolver las dificultades del grupo. A menos que el líder conozca la solución a todos los retos —una posibilidad extremadamente improbable—, las soluciones tendrán que surgir de la creatividad y el compromiso de los miembros del grupo. Pero si el líder ha confundido a las personas respecto a la naturaleza de los problemas, ellas no pueden contribuir para encontrar una solución. Esto solo garantiza el fracaso del líder. En cambio, los líderes que son honestos con sus seguidores acerca de la dificultad de los retos tienen una oportunidad de involucrarlos en la creación de soluciones. Por medio de su relación con Dios, Josué representa un modelo excelente para los líderes que buscan desarrollar el compromiso hacia un curso de acción difícil a través de la honestidad y la transparencia en vez de la reserva y la falsa esperanza.

 John Wesley, Covenant Renewal Service [servicio de renovación de pacto], 2nd ed. (Londres: 1781). El texto junto con las adaptaciones modernas se puede encontrar en http://wesley.nnu.edu/john-wesley/covenant-service-directions-for-renewing-our-covenant-with-god/.

Ronald A. Heifetz, Leadership without Easy Answers [El liderazgo sin respuestas sencillas] (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1994).

El caos (Jueces 1-21)

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Luego de la muerte de Josué, Israel no tiene una posición de liderazgo nacional permanente. En cambio, con el surgimiento de los peligros —por ejemplo, un ataque militar— se levantan hombres y mujeres como líderes durante cada crisis. El término en español “jueces” no refleja completamente el rol que desempeñaban estas personas (la palabra hebrea shopet, traducida por lo general como “juez”, se refiere a un mediador en los conflictos, un comandante militar y el gobernador de un territorio).[1] Los jueces sí resuelven disputas, pero también se hacen responsables de los asuntos militares y políticos al enfrentar a los pueblos hostiles circundantes. Aunque mantendremos la designación tradicional de jueces, el calificativo “libertadores” es una descripción más precisa de estos líderes.

En el libro de Jueces encontramos una visión general más sombría de los líderes de Israel que en el libro de Josué. Poco a poco, la calidad de la sucesión de los jueces disminuye, lo que al final lleva a Israel al caos absoluto. El libro concluye con historias de violaciones, asesinatos y guerra civil, con el llamativo y lúgubre final, “En esos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien ante sus ojos” (Jue 21:25). Cuando el texto dice que hacían lo correcto ante los ojos de cada uno, no se refiere a personas loables actuando éticamente por voluntad propia, sino a que buscaban sin restricciones la ventaja para sí mismos, para decirlo de otra manera. Significa no obedecer el mandato de Dios por medio de Josué, “Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito” (Jos 1:8). El mandato es hacer lo correcto ante los ojos de Dios, no lo que parece correcto según nuestra propia percepción sesgada y egoísta. Los jueces fallaron al no guiar a los israelitas a guardar la ley de Dios y por lo tanto fallaron en administrar la justicia y gobernar al pueblo.[2]

Temba L. J. Mafico, “Judge, Judging” [Juez, Juzgar], en The Anchor Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor], ed. David Noel Freedman (Nueva York: Doubleday, 1992), 1105.

Daniel I. Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut], vol. 6, The New American Commentary [El nuevo comentario americano] (Nashville: Broadman & Holman, 1999), 83-4. 

El fracaso de la expulsión (Jueces 1-2)

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Jueces 1 y 2 continúa el relato de Josué 13 al 22, narrando el incumplimiento de Israel al no expulsar a los pueblos cananeos de la tierra. “Cuando los hijos de Israel se hicieron fuertes, sometieron a los cananeos a trabajos forzados, pero no los expulsaron totalmente” (Jos 17:13). Hay cierta ironía en que los israelitas que habían sido liberados se convirtieron en amos de esclavos cuando tuvieron la oportunidad. La razón principal por la que Israel debía expulsar a los cananeos era prevenir que la idolatría infectara su pueblo. Igual que la serpiente en el jardín, la idolatría de los cananeos pondría a prueba la lealtad de los israelitas hacia Dios y Su pacto. Pero a Israel no le fue mejor que Adán o Eva. Al no quitar la tentación que representaba el pueblo pagano, pronto comenzaron a “servir” a los dioses cananeos, Baal y Astarte (Jue 2:11-13; 10:6; etc.) (Algunas versiones como la NVI traducen el término hebreo como “adorar”, pero otras lo traducen de forma más precisa como “servir”). Esta no es solamente una cuestión de inclinarse ocasionalmente frente a una imagen o hacer una oración para un dios extranjero. Lo que significa es que la vida de los israelitas y su trabajo estaban inútilmente en servicio de los ídolos, ya que se convencieron de que su éxito en el trabajo dependía de apaciguar a las deidades locales cananeas.[1]

La mayor parte de nuestro trabajo en la actualidad se dedica a servir a alguien o algo diferente al Dios de Israel. Los negocios trabajan para los clientes y los socios. Los gobiernos trabajan para los ciudadanos. Las escuelas trabajan para los estudiantes. Al contrario de adorar a los dioses cananeos, servir a estos sujetos no es malo en sí mismo; de hecho, servir a otras personas es una de las formas en las que servimos a Dios. Pero si servir a los clientes, socios, ciudadanos, estudiantes y otros, se vuelve más importante que servir a Dios, o si simplemente se convierte en un medio para engrandecernos a nosotros mismos, estamos siguiendo al pueblo antiguo de Israel hacia la adoración de dioses falsos. Tim Keller señala que los ídolos no son una reliquia obsoleta de la religiosidad antigua, sino una espiritualidad falsa pero sofisticada que encontramos todos los días.

¿Qué es un ídolo? Es cualquier cosa que sea más importante para usted que Dios, cualquier cosa que ocupa su corazón e imaginación más que Dios, cualquier cosa que usted busca para recibir lo que solamente Dios puede dar. Un dios falso es cualquier cosa que sea tan fundamental y esencial para su vida que, si la llega a perder, la vida ya no tendrá tanto sentido. Un ídolo tiene una posición de tanto control en su corazón que sin pensarlo dos veces, usted puede dedicarle gran parte de su entusiasmo, energía y sus recursos emocionales y financieros. Un ídolo puede ser la familia y los hijos, la carrera y ganar dinero, los logros y el reconocimiento, o cuidar su reputación y su posición social. Puede ser una relación amorosa, la aprobación de los pares, la competencia y habilidad, las circunstancias cómodas y seguras, su belleza o inteligencia, una gran causa social o política, su moralidad y virtud, o incluso el éxito en el ministerio cristiano.[2]

Por ejemplo, los funcionarios elegidos tienen un deseo correcto de servir al público. Para poder hacerlo, deben seguir teniendo un público al cual servir, lo que implica permanecer en sus puestos y seguir ganando las elecciones. Si servir al público se convierte en su meta máxima, cualquier cosa que sea necesaria para ganar las elecciones se vuelve justificable, incluyendo el ceder para complacer a otros, el engaño, la intimidación, las acusaciones falsas e incluso el fraude electoral. Un deseo ilimitado de servir al público —combinado con una creencia inquebrantable de que es la única persona que lo puede hacer de forma eficaz— parece ser exactamente lo que motivó al presidente estadounidense Richard Nixon en las elecciones de 1972. Aparentemente, el deseo ilimitado de servir al público lo llevó a querer ganar las elecciones a toda costa, aunque se requiriera espiar al Comité Nacional Demócrata en el Hotel Watergate. A su vez, esto lo llevó a su destitución, pérdida del cargo y deshonra. Servir a un ídolo siempre termina en desastre.

Las personas en cualquier trabajo —incluso en la familia, siendo esposos, padres o hijos— enfrentan la tentación de darle más importancia a las cosas buenas que a servir a Dios. Cuando trabajar por algo bueno se convierte en la meta principal en vez de ser una expresión de servicio a Dios, la idolatría entra a nuestras vidas cautelosamente. Para más información sobre los peligros de idolatrar el trabajo, consulte las secciones sobre el primer y el segundo mandamiento en “Éxodo y el trabajo” (“No tendrás otros dioses delante de Mí”, Éx 20:3; “No te harás ídolo” Éx 20:4), y “Deuteronomio y el trabajo” (“No tendrás otros dioses delante de Mí” Dt 5:7; “No te harás ningún ídolo” Dt 5:8 en www.teologiadeltrabajo.org.)

John Gray, Joshua, Judges, and Ruth [Josué, Jueces y Rut], The New Century Bible Commentary [El comentario bíblico del nuevo siglo] (Londres: Nelson, 1967), 256.

Timothy Keller, Counterfeit Gods: The Empty Promises of Money, Sex, and Power, and the Only Hope That Matters [Dioses que fallan: las promesas vacías del dinero, el sexo y el poder, y la única esperanza verdadera] (Nueva York: Dutton Adult, 2009), xvii-xviii.

Débora (Jueces 4-5)

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Débora es la mejor de todos los jueces. El pueblo reconoce su sabiduría y se acerca a ella para pedirle consejo y para recibir ayuda en la resolución de conflictos (Jue 4:5). La jerarquía militar la reconoce como comandante suprema y de hecho van a la guerra bajo su mando (Jue 4:8). Su gobierno es tan bueno que “el país tuvo descanso por cuarenta años” (Jue 5:31), un suceso poco común en toda la historia de Israel.

Algunas personas en la actualidad se pueden sorprender al ver que una mujer que no era ni la viuda ni la hija de un gobernante, pudiera convertirse en jefe nacional de un pueblo pre-moderno. Sin embargo, el libro de Jueces la considera igual a los más grandes líderes de Israel (por mérito propio). Es la única mujer entre los jueces y es llamada profetisa (Jue 4:4), lo que indica lo mucho que se asemeja a Moisés y Josué, a quienes Dios también habló directamente. Ninguna de las mujeres, incluyendo a la agente encubierta Jael, ni ninguno de los hombres, incluyendo al comandante general Barac, reflejaban alguna preocupación por tener una líder mujer. El servicio de Débora como profetisa y juez de Israel señala que Dios no ve el liderazgo político, judicial o militar de las mujeres como algo problemático. También es evidente que su esposo Lapidot y su familia inmediata no tuvieron problema en distribuir el trabajo del hogar para que ella tuviera tiempo de sentarse “debajo de la palmera de Débora” para cumplir su labor cuando “los hijos de Israel subían a ella a pedir juicio” (Jue 4:5).

En algunas sociedades actuales, en bastantes sectores de trabajo y ciertas organizaciones, el liderazgo femenino se ha convertido en algo tan indiscutible como la dirección de Débora. Sin embargo, en muchas otras culturas, sectores y organizaciones contemporáneas, las mujeres no son aceptadas como líderes o sufren limitaciones que no se les imponen a los hombres. ¿Es posible que examinar el liderazgo de Débora en el antiguo pueblo de Israel nos ayude a los cristianos a aclarar nuestra perspectiva acerca del propósito de Dios en estas situaciones? ¿Podríamos servir en nuestras organizaciones y sociedades ayudando a destruir los obstáculos indebidos que enfrentan las mujeres al liderar? ¿Nos beneficiaría de forma personal buscar que más mujeres sean jefes, mentoras y ejemplos para otros en nuestro trabajo?

Los efectos económicos de la guerra (Jueces 6:1-11)

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Después de Débora, la calidad de los jueces comienza a decaer. Jueces 6:1-11 ilustra lo que era probablemente una característica común de la vida en Israel en esta época: la dificultad económica que surge de la guerra.

Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor, y el Señor los entregó en manos de Madián por siete años. Y el poder de Madián prevaleció sobre Israel. Por causa de los madianitas, los hijos de Israel se hicieron escondites en las montañas y en las cavernas y en los lugares fortificados. Porque sucedía que cuando los hijos de Israel sembraban, los madianitas venían con los amalecitas y los hijos del oriente y subían contra ellos; acampaban frente a ellos y destruían el producto de la tierra hasta Gaza, y no dejaban sustento alguno en Israel, ni oveja, ni buey, ni asno. Porque subían con su ganado y sus tiendas, y entraban como langostas en multitud, tanto ellos como sus camellos eran innumerables; y entraban en la tierra para devastarla. Así fue empobrecido Israel en gran manera por causa de Madián, y los hijos de Israel clamaron al Señor. 

Los efectos de la guerra en el trabajo se pueden sentir en muchos aspectos en la actualidad. Además del daño que causan las huelgas directas en contra de blancos económicos, la inestabilidad que trae el conflicto armado puede destruir la forma de vida de las personas. Los campesinos en los sectores azotados por la guerra están reacios a plantar cultivos cuando existe la posibilidad de ser desplazados antes de poder cosechar. Los inversionistas juzgan a los países azotados por la guerra y dicen que representan un riesgo y que no están dispuestos a canalizar los recursos para mejorar la infraestructura. Ya que hay poca esperanza de desarrollo económico, las personas pueden verse arrastradas hacia bandos armados que luchan por los recursos que quedan para explotar. Así continúa el ciclo deprimente de la guerra y la destrucción. Sin embargo, la paz precede la prosperidad.

La situación económica de Israel bajo el yugo de los madianitas era tan precaria que encontramos al futuro juez Gedeón “sacudiendo el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas” (Jue 6:11). Daniel Blocks explica la lógica de este comportamiento.

Para trillar el grano sin la tecnología moderna, primero se golpeaban las espigas de los tallos cortados con un mayal, luego se desechaba la paja y después se arrojaba al aire la mezcla de la cáscara y el grano, lo que permitía que el viento se llevara la cáscara y que los granos más pesados cayeran al suelo. Hacer esto habría sido evidentemente insensato en las circunstancias difíciles del pueblo antiguo de Israel, ya que la actividad del trillado en las colinas habría llamado la atención de los madianitas que merodeaban el lugar. Por lo tanto, Gedeón decide golpear el grano en un contenedor usado para prensar uvas. Generalmente las prensas de vino requerían dos hoyos excavados en la piedra, uno encima del otro. Las uvas se colocaban y se aplastaban en la de arriba, mientras que un conducto drenaba los jugos al de abajo.[1]

Actualmente, tanto las personas cristianas como no cristianas están de acuerdo casi unánimemente en que es inmoral realizar negocios en formas que prolonguen el conflicto armado. Un ejemplo actual es la prohibición internacional de los “diamantes de sangre”.[2] El punto es, ¿los cristianos estamos liderando tales proyectos? ¿Somos de los que buscan si el negocio, el gobierno, la universidad u otra institución en donde trabajamos está participando de la violencia sin darse cuenta? ¿Nos arriesgamos a plantear tales preguntas cuando nuestros superiores preferirían ignorar la situación? ¿O, como Gedeón, nos escondemos detrás de la excusa de que solamente hacemos nuestro trabajo?

D. I. Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut], vol.6 in The New American Commentary (Nashville: Broadman & Holman Publishers, 1999), 258-259.

“Conflict Diamonds” [Los diamantes del conflicto], Amnesty International [Amnistía Internacional],  http://www.amnestyusa.org/our-work/issues/business-and-human-rights/oil-gas-and-mining-industries/conflict-diamonds, consultado en diciembre 14, 2013.

El liderazgo ambiguo de Gedeón (Jueces 6:12-8:35)

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Gedeón es un ejemplo perfecto del carácter paradójico de los jueces de Israel y de las lecciones ambiguas que ofrecen para el liderazgo tanto en el trabajo como en todos los demás lugares. Literalmente, el nombre Gedeón significa “leñador”[1] y parece que va en la dirección correcta cuando corta los ídolos de su padre en Jueces 6:25-7 (el hecho de que lo hiciera en la noche por causa del miedo, es un detalle inquietante).[2] Sin embargo, a pesar de que Dios ha prometido estar con él, Gedeón siempre está buscando señales, especialmente en el incidente del vellón en Jueces 6:36-40. En esta ocasión, Dios lo trata con condescendencia y lo afirma, pero difícilmente este es un ejemplo a seguir, como muchos cristianos modernos sostienen en relación con la guía y especialmente la guía vocacional. En cambio, esta es una señal del compromiso vacilante que lo llevó a la idolatría al final de la historia.[3]  Para un análisis más profundo de los métodos de discernimiento de Gedeón, consulte Decision-Making by the Book [Tomemos decisiones según el Libro][4] y Decision Making and the Will of God [La toma de decisiones y la voluntad de Dios].[5] 

El punto crucial de la historia es el triunfo asombroso de Gedeón contra los madianitas (Jue 7), pero sus fracasos posteriores en el liderazgo son menos reconocidos (Jue 8). Los habitantes de Sucot y Peniel se rehusaron a ayudar a sus hombres después de la batalla y la destrucción brutal de esas ciudades parece desproporcionada en comparación con la ofensa. De nuevo, Gedeón le hace honor a su nombre, pero ahora destruyendo a cualquiera que se encuentre.[6] Aunque dice que no quiere ser rey, se convierte en un verdadero déspota (Jue 8:22-26). Pero lo más preocupante es que cae en idolatría. El efod que hace se convierte en “ruina” para su familia y “todo Israel se prostituyó allí” (Jue 8:27). ¡Cómo cayeron los grandes héroes!

Una lección para nosotros hoy día puede ser que debemos estar agradecidos por los dones de las personas sin llegar a idolatrarlas. Como Gedeón, un general puede llevarnos a la victoria en la guerra, pero demostrar que es un tirano en tiempos de paz. Un genio puede aportar conocimientos extraordinarios sobre música o cinematografía, pero también puede guiarnos mal en temas como la paternidad o la política. Un líder de negocios puede rescatar un negocio en crisis, solo para destruirlo en tiempos de tranquilidad. Incluso podemos encontrar la misma discontinuidad en nosotros mismos. Quizá nos destacamos en diferentes clasificaciones en el trabajo, pero nos hundimos en los conflictos en casa, o viceversa. Tal vez demostramos que somos capaces como individuos en el trabajo, pero fallamos cuando somos administradores. Quizás, lo más probable es que logremos muchas cosas buenas cuando, estando inseguros de nosotros mismos, dependemos de Dios, pero causamos estragos cuando el éxito nos lleva a la autosuficiencia.[7] Así como los jueces, somos personas de contradicciones y debilidades. Nuestra única esperanza, o de lo contrario desolación, es el perdón y la transformación que es posible para nosotros en Cristo.

Robert G. Boling, “Gideon (Person)” [Gedeón (personaje)], en The Anchor Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor], ed. David Noel Freedman (Nueva York: Doubleday, 1992), 1013.

D. I. Block y J. Clinton McCann, Judges [Jueces], Interpretation [Interpretación] (Louisville: Westminster John Knox Press, 1989), 61.

Consulte, por ejemplo, el comentario de McCann sobre el incidente del vellón (66): “En pocas palabras, Gedeón se comienza a ver un poco ridículo. En vez de que su fe aumente, parece que aumentan su falta de fe y sus temores”.

Haddon W. Robinson, Decision-Making by the Book: How to Choose Wisely in an Age of Options [Tomemos decisiones según el Libro: Cómo elegir con sabiduría en una época de tantas alternativas] (Wheaton, IL: Victor Books, 1991).

Garry Friesen y J. Robin Maxson, Decision Making and the Will of God: A Biblical Alternative to the Traditional View [La toma de decisiones y la voluntad de Dios: Una alternativa bíblica a la visión tradicional] (Portland, OR: Multnomah Books, 2004).

Cf. Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut], 287: “Gideon, the fearful young man, has become a brutal aggressor” [Gedeón, el joven temeroso, se convierte en un cruel agresor].

Tomas Chamorro-Premuzic, “Less-Confident People Are More Successful” [Las personas menos seguras son más exitosas], Harvard Business Review [Revista de negocios de Harvard], Julio 6 del 2012, consultado en http://blogs.hbr.org/2012/07/less-confident-people-are-more-su/ en Mayo 23, 2014.

El fiasco del liderazgo de los jueces (Jueces 9-16)

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Las fallas de Gedeón se intensifican en los jueces que siguen. Abimelec, el hijo de Gedeón, unifica al pueblo alrededor de sí mismo luego de asesinar a sus setenta hermanos, quienes representaban un obstáculo para él (Jue 9). Jefté comienza como un forajido y luego libera al pueblo de los amonitas, pero destruye a su propia familia y su futuro con una promesa espantosa que causó la muerte de su hija (Jue 11). Sansón, el juez más famoso, causa estragos entre los filisteos, pero desafortunadamente sucumbe ante la seducción de Dalila, una mujer pagana, lo que lo llevó a su ruina (Jue 13-16).

¿Qué debemos pensar de todo esto respecto a nuestro trabajo en la actualidad? Primero, las historias de los jueces afirman la verdad de que Dios actúa por medio de personas imperfectas. Esta es una realidad ya que varios de los jueces —Gedeón, Barac, Sansón y Jefté— reciben elogios en el Nuevo Testamento junto con Rahab (Heb 11:31-34). El libro de Jueces no duda en señalar que el Espíritu de Dios los empoderó para que lograran actos poderosos de liberación en situaciones en las que las probabilidades eran agobiantes (Jue 3:10; 6:34; 11:29; 13:25; 14:6-9; 15:14). Además, ellos fueron más que herramientas en la mano del Señor, ya que respondieron positivamente al llamado de Dios de salvar a Israel y por medio de ellos, el Señor liberó a Su pueblo una y otra vez.

Aun así, el contenido general de Jueces no nos alienta a ver a estos hombres como ejemplos a seguir. La carga del libro es que Israel es un desastre plagado de concesiones, y sus líderes son una decepción por causa de su desobediencia al pacto de Dios. Una lección más apropiada que se puede tomar es que el éxito —incluso el éxito dado por Dios— no conlleva necesariamente el favor de Dios. Cuando nuestros esfuerzos en el trabajo son bendecidos, especialmente en las circunstancias adversas, es tentador pensar, “Bueno, obviamente Dios tiene su mano en esto, así que me debe estar recompensando por ser una buena persona”. Sin embargo, la historia de los jueces muestra que Dios trabaja cuando quiere, como quiere y por medio del que quiere. Él actúa de acuerdo con Sus planes, no de acuerdo a nuestro mérito o la falta del mismo. No podemos tomar el crédito como si mereciéramos las bendiciones del éxito. De igual forma, no podemos juzgar a aquellos a quienes consideramos menos merecedores del favor de Dios, como nos lo recuerda Pablo en Romanos 2:1.

El evangelio de la prosperidad desenmascarado en su forma primitiva (Jueces 17)

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Si la sección central de Jueces nos muestra héroes deficientes atrapados en un círculo depresivo de opresión y liberación, los capítulos finales presentan un pueblo caído para el cual parece que no hay esperanza de redención. Jueces 17 comienza prácticamente con una parodia de la idolatría. Un hombre llamado Micaía tiene mucho dinero, su madre usa el dinero para hacer un ídolo y Micaía contrata a un levita independiente como su sacerdote personal. No es una sorpresa que la doctrina de mal gusto de Micaía tenga una teología igualmente terrible. “Micaía dijo: Ahora sé que el Señor me prosperará, porque tengo un levita por sacerdote” (Jue 17:13). En otras palabras, al conseguir una autoridad religiosa que bendiga su iniciativa idólatra, Micaía cree que puede hacer que Dios le dé lo que desea. Aquí se desperdicia la creatividad humana de la peor forma posible, en la fabricación de dioses simulados que funcionan como una cubierta para la codicia y la arrogancia.

El impulso de convertir a Dios en una máquina de prosperidad nunca ha dejado de existir. Una forma muy famosa en la actualidad es el llamado evangelio de la prosperidad o el evangelio del éxito, que declara que aquellos que profesan la fe en Cristo necesariamente serán recompensados con riquezas, buena salud y felicidad. En lo referente al trabajo, esto hace que algunos descuiden su labor y caigan en el libertinaje mientras esperan que Dios los llene de riquezas. También causa que otros —aquellos que esperan que Dios les haga prósperos a pesar de su trabajo— descuiden a su familia y su comunidad, abusen de sus compañeros de trabajo y hagan negocios de forma deshonesta, seguros de que el favor de Dios los exime de la moralidad común.

La revelación de la depravación humana y la complicidad de las autoridades religiosas (Jueces 18-21)

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El episodio final de Jueces es el evento más estremecedor del largo camino de Israel hacia la depravación, la idolatría y la anarquía. Algunos hombres de la tribu de Dan huyen con toda la institución religiosa de Micaía, incluyendo al levita y al ídolo (Jue 18:1-31). El levita toma una concubina de un pueblo distante (Belén, casualmente), pero después de un altercado doméstico, ella regresa a la casa de su padre. El levita va por ella a Belén y después de una borrachera de cinco días con su suegro, toma a su concubina y su sirviente y comienza descabelladamente el viaje de regreso a casa poco antes del atardecer. En la noche, se encuentran solos en la plaza de un pueblo de la tribu de Benjamín. Nadie los recibió hasta que al fin un anciano les ofrece un lugar para pasar la noche.

Esa noche, los hombres de la ciudad rodean la casa y exigen que el anciano saque al extranjero para que lo pudieran violar (Jue 19:22). El anciano trata de protegerlo, pero su idea para proteger a los visitantes es nauseabunda, diciéndolo de una forma sencilla. Con el fin de salvar al levita, el anciano ofrece a su hija y a la concubina del levita para que los hombres las violen a ellas en vez del hombre. El mismo levita echa fuera de la casa a la concubina, en el que es tal vez el suceso más temprano registrado de la complicidad de las autoridades religiosas en el abuso sexual. Entonces “ellos la ultrajaron y abusaron de ella toda la noche hasta la mañana” (Jue 19:25). Luego, el levita desmiembra su cuerpo y dispersa las partes en las tribus de Israel, las cuales casi exterminan a la tribu de Benjamín en represalia (Jue 20-21). Esto completa la conversión de los israelitas en cananeos.[1]

La línea que concluye el libro resume los eventos de forma concisa. “En esos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien ante sus ojos” (Jue 21:25). En caso de que no sea evidente, esto indica que sin un liderazgo basado en las enseñanzas de Dios, el pueblo siguió sus propias estrategias y deseos malvados; no significa que la guía moral inherente del pueblo los llevó a hacer lo correcto sin la supervisión requerida.

En nuestras esferas de trabajo en la actualidad, las amenazas contra los indefensos —incluyendo el abuso de mujeres y extranjeros— siguen siendo asombrosamente comunes. De forma individual, debemos decidir si vamos a defender a quienes enfrentan las injusticias —poniéndonos a nosotros mismos en riesgo— o nos vamos a mantener al margen hasta que pase el daño.

Como organizaciones y sociedades, tenemos que decidir si vamos a trabajar para los sistemas y estructuras que frenan los flagelos del comportamiento humano, o si nos haremos a un lado mientras las personas hacen lo que les parece bien ante sus ojos. Incluso nuestra pasividad puede contribuir a los abusos en nuestros lugares de trabajo, especialmente si no estamos en posiciones de autoridad. Cuando otras personas perciben que usted tiene cierto poder —ya sea por su edad, porque ha trabajado más tiempo allí, se viste mejor, lo ven con frecuencia hablando con el jefe, pertenece a un grupo étnico o lingüístico privilegiado, tiene más educación, o es mejor expresándose— y no defiende a aquellos que son abusados, está contribuyendo al sistema del abuso. Por ejemplo, si los demás acuden a usted para pedirle ayuda, eso significa que usted tiene un poder significativo ante sus ojos. Entonces, si no se opone cuando alguien cuenta una broma denigrante o cuando hostigan a un nuevo empleado, le está agregando su propio peso a la carga de la víctima y está ayudando a preparar el camino para el próximo abuso.

Leer los eventos horribles de los últimos capítulos de Jueces puede hacer que nos sintamos agradecidos de no vivir en esa época. Sin embargo, si estamos totalmente conscientes, es posible ver que simplemente ir a trabajar está tan cargado de significancia moral como lo era el trabajo de cualquier líder o persona en el antiguo pueblo de Israel.

 El tema central del comentario de Block de Jueces es la conversión del pueblo a las costumbres cananeas. Consulte Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut]. The New American Commentary. Nashville: Broadman & Holman Publishers.

Conclusiones de Josué y Jueces

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Nuestro viaje por Josué y Jueces nos ha dejado bastantes lecciones. Comenzamos con el ejemplo inspirador de Josué, en quien se reúnen la habilidad, la sabiduría y la virtud piadosa. El mismo Señor guio al pueblo de Israel en su entrada a la tierra de la promesa y ellos se comprometieron a seguirlo durante toda su vida. Dios les concedió una sociedad libre de las cargas de la tiranía, con un nuevo comienzo sin corrupción, dominio e injusticia institucionalizada. En los tiempos de necesidad levantó líderes como Josué y Débora —sabios, valientes y reconocidos unánimemente—, quienes liberaron al pueblo de una amenaza tras otra.

Vimos que los líderes iniciales de Israel y el pueblo construyeron las estructuras necesarias para la paz y la prosperidad en la tierra. Distribuyeron los recursos justa y productivamente. Buscaron una misión unificadora y al mismo tiempo mantuvieron una cultura diversa y flexible. Distribuyeron el poder mientras seguían rindiendo cuentas mutuamente y aprendiendo cómo resolver conflictos de forma productiva y creativa. Prosperaron y tuvieron paz.

Sin embargo, poco tiempo después, vimos que Israel se degeneró: pasó de ser un pueblo conforme al pacto, seguro, organizado sabiamente y bien gobernado, a ser una muchedumbre violenta y rebelde. Cada aspecto de sus vidas, incluyendo su trabajo, se corrompió porque abandonaron los preceptos y la presencia de Dios. Dios les dio una buena tierra, preparada para el trabajo de producción, pero se olvidaron de lo que Él había hecho por ellos y desperdiciaron sus recursos en los ídolos. Se volcaron a la guerra, lo que trae como consecuencia una situación económica precaria y pronto comenzaron a adoptar toda la perversidad de los pueblos circundantes. Al final, se convirtieron en sus propios peores enemigos.

Entonces, la lección principal para nosotros es la misma con la que Juan termina su primera carta siglos después: “Hijos, guardaos de los ídolos” (1Jn 5:21). Cuando trabajamos siendo fieles a Dios, obedeciendo Su pacto y buscando Su guía, nuestra labor trae un bien inimaginable para nosotros mismos y nuestras sociedades. Pero cuando rompemos el pacto con el Dios que trabaja para nuestro beneficio y comenzamos a practicar las injusticias que tan fácilmente aprendemos de la cultura que nos rodea, descubrimos que nuestras labores son tan vacías como los ídolos que servimos.