Conclusiones de Josué y Jueces

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Nuestro viaje por Josué y Jueces nos ha dejado bastantes lecciones. Comenzamos con el ejemplo inspirador de Josué, en quien se reúnen la habilidad, la sabiduría y la virtud piadosa. El mismo Señor guio al pueblo de Israel en su entrada a la tierra de la promesa y ellos se comprometieron a seguirlo durante toda su vida. Dios les concedió una sociedad libre de las cargas de la tiranía, con un nuevo comienzo sin corrupción, dominio e injusticia institucionalizada. En los tiempos de necesidad levantó líderes como Josué y Débora —sabios, valientes y reconocidos unánimemente—, quienes liberaron al pueblo de una amenaza tras otra.

Vimos que los líderes iniciales de Israel y el pueblo construyeron las estructuras necesarias para la paz y la prosperidad en la tierra. Distribuyeron los recursos justa y productivamente. Buscaron una misión unificadora y al mismo tiempo mantuvieron una cultura diversa y flexible. Distribuyeron el poder mientras seguían rindiendo cuentas mutuamente y aprendiendo cómo resolver conflictos de forma productiva y creativa. Prosperaron y tuvieron paz.

Sin embargo, poco tiempo después, vimos que Israel se degeneró: pasó de ser un pueblo conforme al pacto, seguro, organizado sabiamente y bien gobernado, a ser una muchedumbre violenta y rebelde. Cada aspecto de sus vidas, incluyendo su trabajo, se corrompió porque abandonaron los preceptos y la presencia de Dios. Dios les dio una buena tierra, preparada para el trabajo de producción, pero se olvidaron de lo que Él había hecho por ellos y desperdiciaron sus recursos en los ídolos. Se volcaron a la guerra, lo que trae como consecuencia una situación económica precaria y pronto comenzaron a adoptar toda la perversidad de los pueblos circundantes. Al final, se convirtieron en sus propios peores enemigos.

Entonces, la lección principal para nosotros es la misma con la que Juan termina su primera carta siglos después: “Hijos, guardaos de los ídolos” (1Jn 5:21). Cuando trabajamos siendo fieles a Dios, obedeciendo Su pacto y buscando Su guía, nuestra labor trae un bien inimaginable para nosotros mismos y nuestras sociedades. Pero cuando rompemos el pacto con el Dios que trabaja para nuestro beneficio y comenzamos a practicar las injusticias que tan fácilmente aprendemos de la cultura que nos rodea, descubrimos que nuestras labores son tan vacías como los ídolos que servimos.