Israel se viene abajo (Jueces 17-21)
El evangelio de la prosperidad desenmascarado en su forma primitiva (Jueces 17)
Regresar al Índice Regresar al ÍndiceSi la sección central de Jueces nos muestra héroes deficientes atrapados en un círculo depresivo de opresión y liberación, los capítulos finales presentan un pueblo caído para el cual parece que no hay esperanza de redención. Jueces 17 comienza prácticamente con una parodia de la idolatría. Un hombre llamado Micaía tiene mucho dinero, su madre usa el dinero para hacer un ídolo y Micaía contrata a un levita independiente como su sacerdote personal. No es una sorpresa que la doctrina de mal gusto de Micaía tenga una teología igualmente terrible. “Micaía dijo: Ahora sé que el Señor me prosperará, porque tengo un levita por sacerdote” (Jue 17:13). En otras palabras, al conseguir una autoridad religiosa que bendiga su iniciativa idólatra, Micaía cree que puede hacer que Dios le dé lo que desea. Aquí se desperdicia la creatividad humana de la peor forma posible, en la fabricación de dioses simulados que funcionan como una cubierta para la codicia y la arrogancia.
El impulso de convertir a Dios en una máquina de prosperidad nunca ha dejado de existir. Una forma muy famosa en la actualidad es el llamado evangelio de la prosperidad o el evangelio del éxito, que declara que aquellos que profesan la fe en Cristo necesariamente serán recompensados con riquezas, buena salud y felicidad. En lo referente al trabajo, esto hace que algunos descuiden su labor y caigan en el libertinaje mientras esperan que Dios los llene de riquezas. También causa que otros —aquellos que esperan que Dios les haga prósperos a pesar de su trabajo— descuiden a su familia y su comunidad, abusen de sus compañeros de trabajo y hagan negocios de forma deshonesta, seguros de que el favor de Dios los exime de la moralidad común.
La revelación de la depravación humana y la complicidad de las autoridades religiosas (Jueces 18-21)
Regresar al Índice Regresar al ÍndiceEl episodio final de Jueces es el evento más estremecedor del largo camino de Israel hacia la depravación, la idolatría y la anarquía. Algunos hombres de la tribu de Dan huyen con toda la institución religiosa de Micaía, incluyendo al levita y al ídolo (Jue 18:1-31). El levita toma una concubina de un pueblo distante (Belén, casualmente), pero después de un altercado doméstico, ella regresa a la casa de su padre. El levita va por ella a Belén y después de una borrachera de cinco días con su suegro, toma a su concubina y su sirviente y comienza descabelladamente el viaje de regreso a casa poco antes del atardecer. En la noche, se encuentran solos en la plaza de un pueblo de la tribu de Benjamín. Nadie los recibió hasta que al fin un anciano les ofrece un lugar para pasar la noche.
Esa noche, los hombres de la ciudad rodean la casa y exigen que el anciano saque al extranjero para que lo pudieran violar (Jue 19:22). El anciano trata de protegerlo, pero su idea para proteger a los visitantes es nauseabunda, diciéndolo de una forma sencilla. Con el fin de salvar al levita, el anciano ofrece a su hija y a la concubina del levita para que los hombres las violen a ellas en vez del hombre. El mismo levita echa fuera de la casa a la concubina, en el que es tal vez el suceso más temprano registrado de la complicidad de las autoridades religiosas en el abuso sexual. Entonces “ellos la ultrajaron y abusaron de ella toda la noche hasta la mañana” (Jue 19:25). Luego, el levita desmiembra su cuerpo y dispersa las partes en las tribus de Israel, las cuales casi exterminan a la tribu de Benjamín en represalia (Jue 20-21). Esto completa la conversión de los israelitas en cananeos.[1]
La línea que concluye el libro resume los eventos de forma concisa. “En esos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien ante sus ojos” (Jue 21:25). En caso de que no sea evidente, esto indica que sin un liderazgo basado en las enseñanzas de Dios, el pueblo siguió sus propias estrategias y deseos malvados; no significa que la guía moral inherente del pueblo los llevó a hacer lo correcto sin la supervisión requerida.
En nuestras esferas de trabajo en la actualidad, las amenazas contra los indefensos —incluyendo el abuso de mujeres y extranjeros— siguen siendo asombrosamente comunes. De forma individual, debemos decidir si vamos a defender a quienes enfrentan las injusticias —poniéndonos a nosotros mismos en riesgo— o nos vamos a mantener al margen hasta que pase el daño.
Como organizaciones y sociedades, tenemos que decidir si vamos a trabajar para los sistemas y estructuras que frenan los flagelos del comportamiento humano, o si nos haremos a un lado mientras las personas hacen lo que les parece bien ante sus ojos. Incluso nuestra pasividad puede contribuir a los abusos en nuestros lugares de trabajo, especialmente si no estamos en posiciones de autoridad. Cuando otras personas perciben que usted tiene cierto poder —ya sea por su edad, porque ha trabajado más tiempo allí, se viste mejor, lo ven con frecuencia hablando con el jefe, pertenece a un grupo étnico o lingüístico privilegiado, tiene más educación, o es mejor expresándose— y no defiende a aquellos que son abusados, está contribuyendo al sistema del abuso. Por ejemplo, si los demás acuden a usted para pedirle ayuda, eso significa que usted tiene un poder significativo ante sus ojos. Entonces, si no se opone cuando alguien cuenta una broma denigrante o cuando hostigan a un nuevo empleado, le está agregando su propio peso a la carga de la víctima y está ayudando a preparar el camino para el próximo abuso.
Leer los eventos horribles de los últimos capítulos de Jueces puede hacer que nos sintamos agradecidos de no vivir en esa época. Sin embargo, si estamos totalmente conscientes, es posible ver que simplemente ir a trabajar está tan cargado de significancia moral como lo era el trabajo de cualquier líder o persona en el antiguo pueblo de Israel.
El tema central del comentario de Block de Jueces es la conversión del pueblo a las costumbres cananeas. Consulte Block, Judges, Ruth [Jueces, Rut]. The New American Commentary. Nashville: Broadman & Holman Publishers.