El fracaso de la expulsión (Jueces 1-2)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Jueces 1 y 2 continúa el relato de Josué 13 al 22, narrando el incumplimiento de Israel al no expulsar a los pueblos cananeos de la tierra. “Cuando los hijos de Israel se hicieron fuertes, sometieron a los cananeos a trabajos forzados, pero no los expulsaron totalmente” (Jos 17:13). Hay cierta ironía en que los israelitas que habían sido liberados se convirtieron en amos de esclavos cuando tuvieron la oportunidad. La razón principal por la que Israel debía expulsar a los cananeos era prevenir que la idolatría infectara su pueblo. Igual que la serpiente en el jardín, la idolatría de los cananeos pondría a prueba la lealtad de los israelitas hacia Dios y Su pacto. Pero a Israel no le fue mejor que Adán o Eva. Al no quitar la tentación que representaba el pueblo pagano, pronto comenzaron a “servir” a los dioses cananeos, Baal y Astarte (Jue 2:11-13; 10:6; etc.) (Algunas versiones como la NVI traducen el término hebreo como “adorar”, pero otras lo traducen de forma más precisa como “servir”). Esta no es solamente una cuestión de inclinarse ocasionalmente frente a una imagen o hacer una oración para un dios extranjero. Lo que significa es que la vida de los israelitas y su trabajo estaban inútilmente en servicio de los ídolos, ya que se convencieron de que su éxito en el trabajo dependía de apaciguar a las deidades locales cananeas.[1]

La mayor parte de nuestro trabajo en la actualidad se dedica a servir a alguien o algo diferente al Dios de Israel. Los negocios trabajan para los clientes y los socios. Los gobiernos trabajan para los ciudadanos. Las escuelas trabajan para los estudiantes. Al contrario de adorar a los dioses cananeos, servir a estos sujetos no es malo en sí mismo; de hecho, servir a otras personas es una de las formas en las que servimos a Dios. Pero si servir a los clientes, socios, ciudadanos, estudiantes y otros, se vuelve más importante que servir a Dios, o si simplemente se convierte en un medio para engrandecernos a nosotros mismos, estamos siguiendo al pueblo antiguo de Israel hacia la adoración de dioses falsos. Tim Keller señala que los ídolos no son una reliquia obsoleta de la religiosidad antigua, sino una espiritualidad falsa pero sofisticada que encontramos todos los días.

¿Qué es un ídolo? Es cualquier cosa que sea más importante para usted que Dios, cualquier cosa que ocupa su corazón e imaginación más que Dios, cualquier cosa que usted busca para recibir lo que solamente Dios puede dar. Un dios falso es cualquier cosa que sea tan fundamental y esencial para su vida que, si la llega a perder, la vida ya no tendrá tanto sentido. Un ídolo tiene una posición de tanto control en su corazón que sin pensarlo dos veces, usted puede dedicarle gran parte de su entusiasmo, energía y sus recursos emocionales y financieros. Un ídolo puede ser la familia y los hijos, la carrera y ganar dinero, los logros y el reconocimiento, o cuidar su reputación y su posición social. Puede ser una relación amorosa, la aprobación de los pares, la competencia y habilidad, las circunstancias cómodas y seguras, su belleza o inteligencia, una gran causa social o política, su moralidad y virtud, o incluso el éxito en el ministerio cristiano.[2]

Por ejemplo, los funcionarios elegidos tienen un deseo correcto de servir al público. Para poder hacerlo, deben seguir teniendo un público al cual servir, lo que implica permanecer en sus puestos y seguir ganando las elecciones. Si servir al público se convierte en su meta máxima, cualquier cosa que sea necesaria para ganar las elecciones se vuelve justificable, incluyendo el ceder para complacer a otros, el engaño, la intimidación, las acusaciones falsas e incluso el fraude electoral. Un deseo ilimitado de servir al público —combinado con una creencia inquebrantable de que es la única persona que lo puede hacer de forma eficaz— parece ser exactamente lo que motivó al presidente estadounidense Richard Nixon en las elecciones de 1972. Aparentemente, el deseo ilimitado de servir al público lo llevó a querer ganar las elecciones a toda costa, aunque se requiriera espiar al Comité Nacional Demócrata en el Hotel Watergate. A su vez, esto lo llevó a su destitución, pérdida del cargo y deshonra. Servir a un ídolo siempre termina en desastre.

Las personas en cualquier trabajo —incluso en la familia, siendo esposos, padres o hijos— enfrentan la tentación de darle más importancia a las cosas buenas que a servir a Dios. Cuando trabajar por algo bueno se convierte en la meta principal en vez de ser una expresión de servicio a Dios, la idolatría entra a nuestras vidas cautelosamente. Para más información sobre los peligros de idolatrar el trabajo, consulte las secciones sobre el primer y el segundo mandamiento en “Éxodo y el trabajo” (“No tendrás otros dioses delante de Mí”, Éx 20:3; “No te harás ídolo” Éx 20:4), y “Deuteronomio y el trabajo” (“No tendrás otros dioses delante de Mí” Dt 5:7; “No te harás ningún ídolo” Dt 5:8 en www.teologiadeltrabajo.org.)

John Gray, Joshua, Judges, and Ruth [Josué, Jueces y Rut], The New Century Bible Commentary [El comentario bíblico del nuevo siglo] (Londres: Nelson, 1967), 256.

Timothy Keller, Counterfeit Gods: The Empty Promises of Money, Sex, and Power, and the Only Hope That Matters [Dioses que fallan: las promesas vacías del dinero, el sexo y el poder, y la única esperanza verdadera] (Nueva York: Dutton Adult, 2009), xvii-xviii.