El pueblo desafía la autoridad de Moisés (Números 12)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

En Números 12, Aarón y Miriam, los hermanos de Moisés, tratan de iniciar una revuelta contra su autoridad. Al parecer, su queja es razonable. Moisés enseña que los israelitas no se deben casar con extranjeros (Dt 7:3), pero su esposa es extranjera (Nm 12:1). Si esta hubiera sido su verdadera preocupación, ellos podrían haber hablado con Moisés o con el consejo de ancianos que se había formado recientemente (Nm 11:16-17). En vez de eso, decidieron murmurar y querían tomar el lugar de Moisés como líderes de la nación. En realidad, su queja era solo un pretexto para iniciar una rebelión general con el fin de conseguir una posición de poder absoluto. 

Dios responde castigándolos severamente en defensa de Moisés. Él les recuerda que ha escogido a Moisés como su representante en Israel, hablando “cara a cara” con él y confiándole “toda Mi casa” (Nm 12:7-8). Él demanda, “¿Por qué, pues, no temisteis hablar contra mi siervo, contra Moisés?” (Nm 12:8).  Cuando no hay respuesta, Números nos relata que “se encendió la ira del Señor contra ellos” (Nm 12:9). Su castigo cae primero sobre Miriam, quien contrajo lepra y Aarón le ruega a Moisés que los perdone (Nm 12:10-12). La autoridad del líder escogido por Dios debe ser respetada, ya que rebelarse en contra de ese líder es rebelarse contra Dios mismo.

Cuando tenemos quejas en contra de las autoridades

Dios estuvo presente de una forma excepcional en el liderazgo de Moisés. “Desde entonces no ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien el Señor conocía cara a cara” (Dt 34:10). Los líderes actuales no manifiestan la autoridad de Dios como quien lo ve cara a cara, como lo hizo Moisés. Aun así, Dios ordena que respetemos la autoridad de todos los líderes, “porque no hay autoridad sino de Dios” (Ro 13:1-3). Esto no significa que los líderes nunca deben ser cuestionados, que no se les deba pedir cuentas o que no se puedan reemplazar. Significa que cada vez que tengamos una queja en contra de aquellos que tienen autoridad legítima —como Moisés—, nuestro deber es discernir las formas en las que su liderazgo es una manifestación de la autoridad de Dios. Debemos respetarlos por causa de la parte genuina de autoridad que Dios les ha dado, incluso cuando procuramos corregirlos, establecer límites para ellos o incluso al retirarlos del poder.

Un detalle de la historia es que el propósito de Aarón y Miriam era llegar a una posición de poder. La sed de poder nunca será una motivación legítima para la rebeldía en contra de la autoridad. Si tenemos una queja contra nuestro jefe, lo primero que deberíamos anhelar es resolverlo con él o ella. Si esto no es posible debido al abuso de autoridad o la incompetencia del jefe, nuestra siguiente intención sería buscar que alguien con integridad y habilidad tomara su lugar. Pero si nuestro propósito es ganar más poder, entonces la meta es incorrecta, e incluso estamos incapacitados para percibir si el jefe está actuando legítimamente o no. Nuestros propios deseos nos han vuelto incapaces de discernir la autoridad de Dios en esta situación.

Cuando otros se oponen a nuestra autoridad

Aunque Moisés tenía el poder y el derecho, responde al desafío de su autoridad con gentileza y humildad. “Moisés era un hombre muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra” (Nm 12:3). Él permanece en la escena con Aarón y Miriam de principio a fin, incluso cuando ellos comienzan a recibir su merecido castigo. También intercede para que Dios restaure la salud de Miriam, y logra reducir su castigo de la muerte a siete días confinada fuera del campamento (Nm 12:13-15). Finalmente, permite que sigan siendo parte del liderazgo principal de la nación.

Si estamos en posición de autoridad, es probable que enfrentemos oposición como lo hizo Moisés. Suponiendo que, igual que Moisés, hayamos recibido la autoridad legítimamente, podríamos ver la oposición como una ofensa e incluso reconocerla como una ofensa contra el propósito de Dios para nosotros. Puede que estemos en nuestro derecho de intentar defender nuestra posición y derrotar a aquellos que la están atacando. Pero, igual que Moisés, primero debemos cuidar de las personas sobre las cuales Dios nos ha puesto como autoridad, incluyendo a aquellos que se oponen a nosotros. Tal vez sus quejas contra nosotros sean legítimas o quizá aspiren a alcanzar el poder. Tal vez logremos resistirlos o tal vez no. Puede que sigamos en la organización o no, igual que ellos. Tal vez encontremos puntos de coincidencia o tal vez sea imposible restaurar las buenas relaciones laborales con nuestros opositores. Aun así, en todas las situaciones, tenemos el deber de ser humildes, lo que significa actuar por el bien de aquellos que Dios nos ha confiado, incluso a costa de nuestra comodidad, poder, prestigio y autoimagen. Sabremos que estamos cumpliendo esta tarea cuando nos encontremos intercediendo por aquellos que se oponen a nosotros, como lo hizo Moisés con Miriam.