Israel en Egipto (Éxodo 1:1-13:16)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El maltrato de los egipcios hacia Israel representa el contexto y el ímpetu para su liberación. Faraón no les permitió seguir a Moisés al desierto para adorar al Señor y así les negó en cierta medida su libertad religiosa, pero es su opresión como trabajadores en el sistema económico egipcio lo que realmente captura nuestra atención. Dios escucha el clamor de Su pueblo y hace algo al respecto. Debemos recordar que el pueblo de Israel no se queja del trabajo en general, sino de la dureza del trabajo. En respuesta, Dios no los libera para que tengan una vida de descanso total, sino que los libera del trabajo opresivo.

La dureza del trabajo de los israelitas como esclavos en Egipto (Éxodo 1:8-14)

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El trabajo que los egipcios le imponían a los israelitas tenía una motivación malvada y era cruel por naturaleza. La escena inicial muestra que la tierra estaba llena de israelitas que habían sido fecundos y se habían multiplicado. Esto hace eco al diseño creacional de Dios (Gn 1:28; 9:1) y a Su promesa a Abraham y sus descendientes escogidos (Gen. 17:6; 35:11; 47:27). Como nación, su destino era bendecir el mundo. Bajo una previa administración, los israelitas tenían el permiso del rey de vivir en la tierra y trabajarla, pero aquí, el nuevo rey de Egipto percibió una amenaza a su seguridad nacional por causa del número de personas y por eso decidió tratarlos “astutamente” (Éx 1:10). No se dice con exactitud si los israelitas eran una amenaza real. El énfasis cae sobre el miedo destructivo de Faraón que lo llevó primero a desmejorar su ambiente de trabajo y después a usar el infanticidio para frenar el crecimiento de la población.

El trabajo puede ser mental y físicamente agotador, pero eso no hace que sea malo. Lo que hizo que la situación en Egipto fuera insoportable no fue la esclavitud únicamente sino también su dureza extrema. Los egipcios obligaban a los israelitas a trabajar “con crueldad” (befarekh, Éx 1:13, 14) y les “amargaron” (marar, Éx 1:14) la vida con “dura” (qasheh, en el sentido de “crueldad”, Éx 1:14; 6:9) servidumbre. Como resultado, Israel se debilitó en su “aflicción” y “sufrimientos” (Éx 3:7) y un “espíritu acongojado” (Éx 6:9 RVC). El trabajo, uno de los principales propósitos y alegrías de la existencia humana (Gn 1:27-31; 2:15), se convirtió en aflicción por la dureza de la opresión.

El trabajo de las parteras y las madres (Éxodo 1:15-2:10)

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En medio del trato hostil, los israelitas permanecieron fieles a los mandatos de Dios de ser fecundos y multiplicarse (Gn 1:28). Esto implicaba dar a luz a los hijos, lo que a su vez dependía del trabajo de las parteras. Además de su presencia en la Biblia, el trabajo de partería se demuestra claramente en la antigua Mesopotamia y Egipto. Las parteras ayudaban a las mujeres a dar a luz a sus hijos, cortaban el cordón umbilical del bebé, lo bañaban y se lo entregaban a la madre y el padre.

Las parteras en esta narrativa tienen temor de Dios, lo que las lleva a desobedecer la orden de Faraón de matar a todos los niños varones nacidos de las mujeres hebreas (Éx 1:15-17). Por lo general, el “temor del Señor” (y las expresiones relacionadas) en la Biblia se refieren a una relación obediente y saludable con el Dios de pactos de Israel (el hebreo YHWH). Su “temor de Dios” era más fuerte que cualquier temor que pudiera infundirles el Faraón de Egipto. Además, es posible que su valentía surgiera de su trabajo. ¿Será que aquellos que a diario cuidan el nacimiento de nueva vida llegaron a valorarla tanto que el asesinato se convirtió en algo impensable, incluso si lo ordenaba un rey?

La madre de Moisés, Jocabed (Éx 6:20), fue otra mujer que enfrentó una decisión aparentemente imposible con una solución creativa. Apenas podemos imaginar su alivio cuando, de forma secreta y exitosa, dio a luz a un hijo varón, pero a esto le siguió su dolor al tener que ponerlo en el río y hacerlo de una forma en que pudiera realmente salvar su vida. Los paralelos con el arca de Noé —la palabra hebrea para “canasta” se usa solamente una vez más en la Biblia, específicamente para el “arca” de Noé— nos muestran que Dios no solo actuó para salvar a un bebé varón, o incluso una nación, sino también para redimir a toda la creación por medio de Moisés e Israel. Similar a la recompensa para las parteras, Dios le mostró Su bondad a la madre de Moisés. Ella recuperó a su hijo y lo amamantó hasta que tuvo edad suficiente para ser adoptado como el hijo de la hija de Faraón. Es bien conocido que el trabajo piadoso de dar a luz y criar hijos es complejo, demandante y loable (Pr 31:10-31). En Éxodo, no encontramos información acerca de los problemas internos que experimentó Jocabed, la heroína olvidada. Desde un punto de vista narrativo, la vida de Moisés es el tema principal, pero más adelante en la Biblia se elogia a Jocabed y Amram, el padre de Moisés, por poner su fe en acción (Heb 11:23).

Muy frecuentemente, el trabajo de dar a luz y criar hijos es ignorado. A menudo, las madres especialmente reciben el mensaje de que la crianza de los hijos no es tan importante o digno de alabanza como otros trabajos. Aun así, cuando Éxodo habla de cómo seguir a Dios, lo primero que relata es la incomparable importancia de dar a luz, criar, proteger y ayudar a los niños. El primer acto de valentía en este libro lleno de acciones valientes, es la osadía de una madre, su familia y las parteras al salvar a su hijo.

El llamado de Dios a Moisés (Éxodo 2:11-3:22)

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Aunque era de origen hebreo, Moisés creció en la familia del rey de Egipto, como el nieto de Faraón. Su aversión por la injusticia estalló en un ataque letal a un hombre egipcio, al que sorprendió golpeando a un trabajador hebreo. Faraón se enteró de este acto, así que por seguridad, Moisés huyó y se convirtió en pastor en Madián, una región a varios cientos de millas al este de Egipto, en el otro lado de la Península del Sinaí. No sabemos cuánto tiempo vivió ahí exactamente, pero en ese tiempo se casó y tuvo un hijo. Además, ocurrieron dos sucesos importantes. El rey de Egipto murió, y el Señor escuchó el clamor de Su pueblo oprimido y se acordó de Su pacto con Abraham, Isaac y Jacob (Éx 2:23-25). Este acto de recordar no significa que Dios había olvidado a Su pueblo, sino que señala que estaba a punto de actuar a favor de ellos.[1] Para esto, Él llamó a Moisés.

Dios llamó a Moisés mientras él estaba trabajando. El relato de cómo ocurrió comprende seis elementos que forman un patrón evidente en las vidas de otros líderes y profetas en la Biblia. Por lo tanto, es provechoso examinar esta narrativa del llamado y considerar sus implicaciones para nosotros actualmente, especialmente en el contexto de nuestro trabajo.

Primero, Dios confrontó a Moisés y llamó su atención por medio de la zarza ardiente (Éx 3:2-5). Un incendio forestal en una zona semidesértica no es nada especial, pero Moisés se maravilló por la naturaleza de este en particular. Él escuchó su nombre y respondió, “heme aquí” (Éx 3:4). Esta es una declaración de disponibilidad, no de ubicación. Segundo, el Señor se presentó a Sí mismo como el Dios de los patriarcas y comunicó Su intención de rescatar a Su pueblo de Egipto y traerlos a la tierra que le había prometido a Abraham (Éx 3:6-9). Tercero, Dios comisionó a Moisés a que fuera a Faraón y liberara al pueblo de Dios de las manos de Egipto (Éx 3:10). Cuarto, Moisés refutó (Éx 3:11). Aunque había escuchado una poderosa revelación de quién estaba hablándole en ese momento, su preocupación inmediata fue “¿quién soy yo?” Dios respondió confortando a Moisés cuando le promete Su presencia (Éx 3:12a). Finalmente, Dios habló de una señal de confirmación (Éx 3:12b).

Estos mismos elementos están presentes en varios relatos de otros llamados en la Escritura, por ejemplo en el llamado de Gedeón, Isaías, Jeremías, Ezequiel y algunos de los discípulos de Jesús. Esta no es una fórmula estricta, ya que muchos otros llamados en la Escritura siguen un patrón diferente, pero sí sugiere que el llamado de Dios viene con frecuencia por medio de una serie extensa de encuentros que con el tiempo, guían a una persona en el camino de Dios.

 

El juez 
Gedeón

El profeta
Isaías

El profeta
Jeremías

El profeta
Ezequiel

Discípulos de Jesús en Mateo

Confrontación

6:11b-12a

6:1-2

1:4

1:1-28a

28:16-17

Presentación

6:12b-13

6:3-7

1:5a

1:28b-2:2

28:18

Comisión

6:14

6:8-10

1:5b

2:3-5

28:19-20a

Refutación

6:15

6:11a

1:6

2:6, 8

 

Confortación

6:16

6:11b-13

1:7–8

2:6-7

28:20b

Señal de confirmación

6:17-21

-

1:9-10

2:9-3:2

Posiblemente el libro de Hechos

 

Note que estos llamados no son principalmente al trabajo pastoral o religioso en una congregación. Gedeón fue un líder militar; Isaías, Jeremías y Ezequiel fueron críticos sociales y Jesús fue un rey (aunque no en el sentido tradicional). En muchas iglesias hoy en día, el término “llamado” se limita a las ocupaciones religiosas, pero esto no es así en la Escritura y ciertamente no lo es en Éxodo. Moisés mismo no fue un sacerdote ni un líder religioso (esos eran los roles de Aarón y Miriam), sino un pastor, hombre de Estado y gobernador. La pregunta que el Señor le hizo a Moisés de “¿Qué es eso que tienes en la mano?” (Éx 4:2) le da un nuevo propósito a la herramienta común de pastoreo de Moisés para usos que jamás se habría imaginado (Éx 4:3-5).

Brevard S. Childs, Memory and Tradition in Israel (London: SCM Press, 1962).

El trabajo de Dios para redimir a Israel (Éxodo 5:1-6:28)

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En el libro de Éxodo, Dios es el trabajador principal. La naturaleza y el propósito de ese trabajo divino establecen la agenda para el trabajo de Moisés, y por medio de él, el trabajo del pueblo de Dios. El llamado inicial de Dios a Moisés incluía una explicación del trabajo de Dios, lo que llevó a Moisés a hablarle a Faraón en nombre del Señor diciendo, “deja ir a mi pueblo” (Éx 5:1). La respuesta negativa de Faraón no fue simplemente verbal, sino que oprimió a los israelitas más fuertemente que antes. Para el final de este episodio, incluso los mismos israelitas se habían puesto en contra de Moisés (Éx 5:20-21). Es en este punto crucial que Dios aclaró el diseño de Su trabajo, en respuesta al cuestionamiento de Moisés acerca de todo el proyecto. Lo que leemos aquí en Éxodo 6:2-8 no solo le concierne al contexto inmediato de la opresión de Israel en Egipto, sino que también enmarca una agenda que abarca todo el trabajo de Dios en la Biblia.[1] Es importante que todos los cristianos seamos claros acerca del alcance del trabajo de Dios, porque esto nos ayuda a entender lo que significa orar que venga el reino de Dios y que se haga Su voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6:10). El cumplimiento de estos propósitos es asunto de Dios. Para lograrlo, Él involucrará a todo Su pueblo, no solamente a aquellos que hacen trabajos “religiosos”. Entender más profundamente el trabajo de Dios nos equipa para que consideremos mejor tanto la naturaleza de nuestro trabajo, como la forma en la que Dios quiere que lo hagamos.

Con el fin de apreciar mejor este texto clave, vamos a hacer algunas observaciones breves acerca de él y después propondremos cómo es relevante para la teología del trabajo. Después de una respuesta inicial de confortación a la pregunta acusatoria de Moisés acerca de la misión de Dios (Éx 5:22-6:1), Dios enmarca su respuesta más extensa con las palabras “Yo soy el Señor” al comienzo y al final (Éx 6:2, 8). Esta frase clave demarca el párrafo y le da al contenido una prioridad alta especial. Los lectores deben ser cuidadosos de notar que esta frase no comunica lo que es Dios en términos de un título, sino que revela el propio nombre de Dios y por lo tanto, habla de quien Él es.[2]Él es el Dios que hace pactos, que cumple Sus promesas, quien se apareció a los patriarcas. Por lo tanto, el trabajo que Dios está a punto de hacer por Su pueblo está fundamentado en las intenciones que Dios les ha expresado, que concretamente son multiplicar los descendientes de Abraham, engrandecer su nombre y bendecirlo para que por medio de Abraham, Dios bendijera a todas las familias de la tierra (Gn 12:2-3).

Entonces, el trabajo de Dios se presenta en cuatro partes. Estos cuatro propósitos redentores de Dios reaparecen de varias maneras a lo largo del Antiguo Testamento e incluso le dan forma a la obra cumbre del trabajo redentor de Dios en Jesucristo. Primero está el trabajo de liberación. “Os sacaré de debajo de las cargas de los egipcios, y os libraré de su esclavitud, y os redimiré con brazo extendido y con juicios grandes” (Éx 6:6). En esta labor de liberación está inherente la verdad directa de que en el mundo hay diversas formas de opresión. A veces usamos la palabra salvación para describir este trabajo de Dios, pero debemos tener cuidado de no interpretarlo como que somos rescatados de la tierra y llevados al cielo (y tampoco de la materia al espíritu) o simplemente como el perdón de pecados. El Dios de Israel liberó al pueblo entrando a su mundo y efectuando un cambio “sobre su terreno”, para decirlo de alguna manera. Éxodo no solo muestra que Dios liberó a Israel de Faraón en Egipto, sino que también pone las bases para que el rey mesiánico, Jesús, libere a Su pueblo de sus pecados y venza al diablo, el mayor tirano (Mt 1:21; 12:28).

Segundo, el Señor formará una comunidad piadosa. “Y os tomaré por pueblo Mío, y Yo seré vuestro Dios” (Éx 6:7a). Dios no liberó a Su pueblo para que ellos pudieran vivir como quisieran, ni los liberó como individuos aislados. Él quiso crear una comunidad cualitativamente diferente en la que Su pueblo viviera con Él y convivieran unos con otros en fidelidad al pacto. Todas las naciones en los tiempos antiguos tenían sus “dioses”, pero la identidad de Israel como el pueblo de Dios implicaba un estilo de vida de obediencia a todos los decretos, mandatos y leyes de Dios (Dt 26:17-18). Cuando estos valores y acciones empaparan su trato con Dios y con otros (incluso aquellos que no hacían parte del pacto), Israel demostraría cada vez más lo que significa genuinamente ser el pueblo de Dios. De nuevo, este fue el contexto para que Jesús construyera su “Iglesia”, no una estructura física de ladrillo o piedra, sino una nueva comunidad con discípulos de todas las naciones (Mt 16:18; 28:19).

Tercero, el Señor establecerá una relación permanente entre Él y Su pueblo. “Sabréis que Yo soy el Señor vuestro Dios, que os sacó de debajo de las cargas de los egipcios”. (Éx 6:7b). Todas las demás declaraciones de los propósitos de Dios comienzan con la palabra Yo, excepto esta. Aquí, el enfoque está en ellos. Dios quiere que Su pueblo se relacione con Él con certeza, con aquel que los rescató con Su gracia. Para nosotros, el conocimiento parece prácticamente equivalente a la información. El concepto bíblico del conocimiento abarca esta noción, pero también incluye experiencias interpersonales de conocer a otros. Decir que Dios no se dio a “conocer” a Sí mismo como “SEÑOR” a Abraham, no significa que Abraham no fuera consciente del nombre divino “YHWH” (Gn 13:4 21:33). Esto significa que Abraham y su familia no habían experimentado personalmente el significado de este nombre como una descripción de su Dios, el que cumple sus promesas, quien pelearía a favor de Su pueblo para liberarlos de la esclavitud a escala nacional.[3] En última instancia, esto lo retoma Jesús, cuyo nombre “Emanuel” significa “con nosotros”, en relación (Mt 1:23).

Cuarto, Dios quiere que Su pueblo experimente la buena vida. “Y os traeré a la tierra que juré dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, y os la daré por heredad” (Éx 6:8). Dios le prometió a Abraham la tierra de Canaán, pero no es correcto simplemente decir que esta “tierra” es equivalente a nuestro concepto de “región”. Es una tierra de promesa y provisión, que se describe común y positivamente como una que “mana leche y miel” (Éx 3:8), lo que resalta su naturaleza simbólica como un lugar en el cual viven Dios y Su pueblo en condiciones ideales, algo que entendemos como la “vida abundante”.[4]  Una vez más, vemos que el trabajo de Dios de salvación es un modo de reparar toda Su creación: el ambiente físico, las personas, la cultura, la economía, todo. Esta también es la misión de Jesús al poner en marcha la venida del reino de Dios, en donde los mansos heredan la tierra y experimentan la vida eterna (Mt 5:5; Jn 17:3).[5] Esto se completa en la Nueva Jerusalén de Apocalipsis 21 y 22. De esta manera, Éxodo define el camino para todo el resto de la Biblia.

Consideremos la forma en la que nuestro trabajo en la actualidad puede expresar estos cuatro propósitos redentores. Primero, la voluntad de Dios es liberar a las personas de la opresión y las condiciones dañinas de la vida. Algunos de esos trabajos rescatan a las personas de los peligros físicos, y otros se concentran en mitigar el trauma físico y emocional. El trabajo de sanar impacta a las personas de forma individual; aquellos que crean soluciones políticas para nuestras necesidades pueden bendecir sociedades enteras y diversos tipos de personas. Los trabajadores del campo del orden público y el sistema judicial deben contener y castigar a aquellos que hacen el mal, proteger a las personas y preocuparse por las víctimas. Dada la magnitud extendida de la opresión en el mundo, siempre habrá múltiples oportunidades y medios para trabajar en pro de la liberación.

El segundo y el tercer propósito (comunidad y relación) están estrechamente relacionados. El trabajo piadoso que favorece la paz y la verdadera armonía en el cielo enriquecerá la misericordia y la justicia en la tierra. Este es el punto esencial del discurso de Pablo a los corintios: por medio de Cristo, Dios nos reconcilió consigo mismo y así nos dio el mensaje y el ministerio de la reconciliación (2Co 5:16-20). Los cristianos hemos experimentado esta reconciliación y por lo tanto, tenemos la motivación y los medios para hacer esta clase de trabajo. El trabajo del evangelismo y el desarrollo espiritual cumple con una dimensión del tema; el trabajo de la paz y la justicia cumplen con el aspecto interpersonal. En esencia, los dos son inseparables y aquellos que trabajan en estos campos hacen bien al recordar la naturaleza holística de lo que Dios está haciendo. Jesús enseñó que somos la luz del mundo y por esa razón debemos dejar que nuestra luz brille delante de otros (Mt 5:14-16).

Construir relaciones y comunidad puede ser el objetivo de nuestro trabajo, como es el caso de los organizadores comunitarios, las personas que trabajan con jóvenes, directores sociales, planeadores de eventos, gestores de comunidades digitales, padres y miembros de familias, y muchos más. Pero estos aspectos también pueden hacer parte de nuestro trabajo, no importa la ocupación que tengamos. Día a día cumplimos estos dos propósitos del trabajo cuando le damos la bienvenida y ayudamos a los trabajadores nuevos, al preguntar y escuchar a los demás cuando hablan sobre temas relevantes, cuando nos tomamos el trabajo de conocer a alguien en persona, cuando enviamos una nota de ánimo, al compartir una foto memorable, al traer buena comida para compartir, cuando incluimos a otra persona en una conversación o con otros de los múltiples actos de camaradería.

Finalmente, el trabajo piadoso promueve la buena vida. Dios guio a Su pueblo a salir de Egipto y entrar en la tierra prometida, donde podían establecerse, vivir y desarrollarse. Aun así, lo que Israel experimentó allí fue algo muy diferente a lo que era lo ideal para Dios. De igual forma, lo que los cristianos experimentamos en el mundo tampoco es ideal. La promesa de entrar al descanso de Dios sigue abierta (Heb 4:1) y todavía estamos esperando el nuevo cielo y la nueva tierra. Sin embargo, muchas de las leyes del pacto que Dios dio por medio de Moisés tienen que ver con el tratamiento ético de los unos con los otros. Es determinante entonces que la bendición de Dios se dé en la forma en la que vivimos y trabajamos con otros. Visto desde el lado negativo, ¿cómo podemos esperar de forma razonable que todas las familias de la tierra experimenten la bendición de Dios a través de nosotros (el pueblo de Abraham por medio de la fe en Cristo), si nosotros mismos ignoramos las instrucciones de Dios sobre cómo vivir y hacer nuestro trabajo? Como afirmó Christopher Wright, “tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios está llamado a ser luz para las naciones, pero no puede haber luz para las naciones si no brillan las vidas transformadas de un pueblo santo”.[6] Por tanto, queda claro que esta clase de “buena vida” no tiene nada que ver con una prosperidad egoísta y desmesurada ni con el consumo ostentoso, ya que abarca el espectro amplio de la vida como Dios quiere que sea: llena de amor, justicia y misericordia.

Elmer Martens, God’s Design: A Focus on Old Testament Theology [El diseño de Dios: un enfoque en la teología del Antiguo Testamento], 3ª ed. (Grand Rapids: Baker, 1994). Esta sección se encuentra después del análisis de Martens del esquema de cuatro partes del diseño de Dios.

Algunas versiones de la Biblia en inglés y español tienen la convención de usar la palabra “SEÑOR” (en letras mayúsculas pequeñas como distinción de la palabra “Señor”) para representar el nombre Hebreo de Dios, YHWH.

La literatura en la teología del Antiguo Testamento en este punto es inmensa, tanto en alcance como en profundidad del análisis. Esto es entendible, dada la importancia fundamental de la autorrevelación de Dios. Proporcionar incluso un resumen de los asuntos y enfoques para este tema excede el alcance de este artículo. Para una discusión idónea de lo que está en juego y un mayor entendimiento de la posición que se toma en este artículo, consulte Bruce K. Waltke y Charles Yu, An Old Testament Theology: An Exegetical, Canonical, and Thematic Approach [Una teología del Antiguo Testamento: Un enfoque exegético, canónico y temático] (Grand Rapids: Zondervan, 2007), 359-69.

Elmer A. Martens, God’s Design: A Focus on Old Testament Theology, 3rd ed. (Grand Rapids: Baker, 1994), 10.

Para más información sobre la tierra en el Nuevo Testamento, consulte Waltke y Yu, 558-87.

Christopher J. H. Wright, The Mission of God: Unlocking the Bible’s Grand Narrative [La misión de Dios: Descubriendo el gran mensaje de la Biblia] (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2006), 358.

Moisés y Aarón anuncian el juicio de Dios a Faraón (Éxodo 7:1-12:51)

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El primer paso de Dios para la liberación fue enviar a Moisés y Aarón a decirle a Faraón “que deje salir de su tierra a los hijos de Israel” (Éx 7:2). Para esta tarea, Dios usó la destreza natural de Aarón para hablar en público (Éx 4:14; 7:1). Él también equipó a Aarón con una habilidad que sobrepasaba la de los altos oficiales de Egipto (Éx 7:10-12). Esto nos recuerda que la misión de Dios requiere tanto palabras como acciones.

Faraón se rehusó a escuchar la exigencia de Dios de dejar libre de la esclavitud a Israel por medio de Moisés. A su vez, Moisés anunció el juicio de Dios a Faraón por medio de una serie intensa y creciente de desastres naturales (Éx 7:17-10:29). Estos desastres causaron el sufrimiento individual y más significativamente, afectaron de forma drástica la capacidad productiva de la tierra y del pueblo de Egipto. La enfermedad hizo que los ganados murieran (Éx 9:6). Los cultivos fracasaron y los bosques se arruinaron (Éx 9:25). Las plagas invadieron múltiples ecosistemas (Éx 8:6, 24; 10:13-15). En Éxodo, el desastre ecológico es la retribución de Dios por la tiranía y la opresión de Faraón. En el mundo moderno, la opresión política y económica es un factor importante en el deterioro ambiental y el desastre ecológico. Sería necio pensar que nosotros podríamos tomar la autoridad de Moisés y declarar el juicio de Dios en alguno de estos aspectos, pero podemos ver que así como la economía, la política, la cultura y la sociedad necesitan la redención, el medioambiente también.

Cada una de estas advertencias en acción convencieron a Faraón de liberar a Israel, pero mientras pasaban, él se retractó. Finalmente, Dios permitió que todos los primogénitos entre el pueblo y los animales de Egipto murieran (Éx 12:29-30). El efecto espantoso de la esclavitud es que “endurece” los corazones en contra de la compasión, la justicia e incluso la auto-conservación, como descubrió pronto Faraón (Éx 11:10). Entonces Faraón aceptó la exigencia de Dios de dejar libre a Israel. Al salir, los israelitas “despojaron” a los egipcios de sus objetos de plata y oro y ropa (Éx 12:35-36). Esto invirtió los efectos de la esclavitud, que era el despojo legal de los trabajadores explotados. Cuando Dios libera personas, Él restaura su derecho de trabajar por los frutos que ellos mismos pueden disfrutar (Is 65:21-22). El trabajo y las condiciones bajo las que se lleva a cabo son temas de gran interés para Dios.