“No tendrás otros dioses delante de mí” (Éxodo 20:3)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El primer mandamiento nos recuerda que todo lo que está en la Torá surge del amor que tenemos por Dios, lo que a su vez es una respuesta al amor que Él tiene por nosotros. Dios demostró este amor por medio de la liberación de Israel “de la casa de servidumbre” en Egipto (Éx 20:2). Nada en la vida debería interesarnos más que nuestro deseo de amar y ser amados por Dios. Si tenemos algún otro interés mayor que el de amar Dios, no se trata tanto de que estemos rompiendo las reglas de Dios, sino que en realidad no tenemos una relación con Él. El otro interés —ya sea dinero, poder, seguridad, reconocimiento, sexo o cualquier otro— se ha convertido en nuestro dios. Este dios tendrá sus propios mandamientos, los cuales no concuerdan con los de Dios, e inevitablemente incumpliremos la Torá al obedecer sus requerimientos. Obedecer los diez mandamientos solo es posible para aquellos que empiezan por no tener otro dios aparte de Dios.

En el campo del trabajo, esto significa que no debemos permitir que el trabajo o sus requerimientos y frutos desplacen a Dios como nuestro mayor interés en la vida. Como dice David Gill, “nunca permita que nada ni nadie amenace con tomar el lugar principal de Dios en su vida”.[1] Ya que la motivación principal de muchas personas en el trabajo es el beneficio económico, probablemente el deseo desmedido de dinero es el riesgo más común respecto al primer mandamiento. Jesús nos advirtió específicamente acerca de este peligro. “Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24). Sin embargo, casi todo lo relacionado con el trabajo se puede enredar con nuestros deseos, al punto de interferir con nuestro amor por Dios. ¿Cuántas carreras terminan de manera trágica porque los medios para alcanzar las metas por amor a Dios —tales como el poder político, la sostenibilidad financiera, el compromiso con el trabajo, la posición entre los pares, o el desempeño superior— se vuelven fines en sí mismos? Cuando por ejemplo, el reconocimiento en el trabajo se vuelve más importante que el carácter en el trabajo, ¿no es esta una señal de que la reputación está desplazando el amor a Dios al convertirse en el interés supremo?

Un criterio práctico es preguntarnos si nuestro amor por Dios se refleja en la manera en la que tratamos a las personas en el trabajo. “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4:20-21). Si ponemos nuestros intereses individuales por encima de nuestro interés por los compañeros de trabajo, nuestros jefes y otras personas alrededor, entonces hemos convertido nuestros intereses individuales en nuestro dios. Concretamente, si tratamos a las personas como cosas para manipular, obstáculos para vencer, instrumentos para obtener lo que queremos, o simplemente objetos neutrales en nuestro campo visual, entonces demostramos que no amamos a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente.

En este contexto, podemos comenzar a nombrar algunas acciones relacionadas con el trabajo que tienen un alto potencial de interferir con nuestro amor por Dios. Por ejemplo, hacer un trabajo que atente contra nuestra conciencia; trabajar en una organización en la que tenemos que herir a otros para ser exitosos; trabajar tanto que no tengamos tiempo para orar, adorar, descansar y afianzar nuestra relación con Dios de otras maneras; trabajar en medio de personas que nos incitan a bajar nuestros estándares morales o nos lleven a amar algo diferente a Dios; trabajar en un lugar donde el alcohol, el abuso de drogas, la violencia, el acoso sexual, la corrupción, el irrespeto, el racismo y otros tipos de tratos inhumanos deterioren la imagen de Dios en nosotros y en las personas que encontramos en nuestro trabajo. Si es posible, sería sabio encontrar formas de evitar estos peligros en el trabajo —incluso si eso significa buscar otro trabajo. Si esto no es posible, al menos debemos reconocer que necesitamos ayuda para preservar nuestro amor por Dios al realizar nuestro trabajo.

David W. Gill, Doing Right: Practicing Ethical Principles [Hacer lo correcto: practicando principios éticos] (Downers Grove, IL: IVP Books, 2004), 83. El libro de Gill merece una atención especial, ya que contiene una exégesis y aplicación extendida de los diez mandamientos en el mundo moderno.