Una vocación orientadora para el reino de Dios (Hechos 1:8)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El libro de Hechos comienza con una interacción luego de la resurrección entre Jesús y Sus discípulos. Jesús les enseña acerca del “reino de Dios” (Hch 1:3) y ellos responden con una pregunta acerca del establecimiento de un reino sociopolítico: “Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?” (Hch 1:6).[1] La respuesta de Jesús se relaciona de cerca con nuestra vida como trabajadores.

“Y Él les dijo: No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad; pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. (Hch 1:7–8)

Primero, Jesús le pone fin a la curiosidad de los discípulos respecto al horario del plan de Dios. “No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad” (Hch 1:7). Debemos vivir en previsión de la plenitud del reino de Dios, pero no preguntándonos acerca del tiempo preciso del regreso de Dios en Cristo. Segundo, Jesús no niega que Dios establecerá un reino sociopolítico, es decir, “restablecer… el reino de Israel”, como lo plantea la pregunta de los discípulos.

Los discípulos de Jesús eran muy versados en las Escrituras de Israel. Ellos sabían que el reino descrito por los profetas no era una realidad en otro mundo sino que era un reino real de paz y justicia en un mundo renovado por el poder de Dios. Jesús no niega la realidad de este reino venidero, sino que expande las expectativas de los discípulos incluyendo toda la creación en el reino esperado. Este no es solamente un nuevo reino para el territorio de Israel, sino “en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1:8).

El establecimiento completo de este reino no ha ocurrido (“en este tiempo”) pero está aquí, en este mundo.

Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios… Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres”. (Ap 21:2–3)

El reino de los cielos viene a la tierra y Dios habita aquí, en el mundo redimido. ¿Por qué todavía no está aquí? La enseñanza de Jesús indica que parte de la respuesta es porque Sus discípulos tienen trabajo que hacer. El trabajo humano era necesario para completar la creación de Dios incluso en el jardín del Edén (Gn 2:5), pero nuestro trabajo fue deteriorado por la Caída. En Hechos 1 y 2, Dios envía a Su Espíritu a empoderar el trabajo humano: “recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos” (Hch 1:8a). Jesús está dándoles una vocación a Sus seguidores —ser testigos, en el sentido de dar fe del poder del Espíritu en todos los campos de la actividad humana—, la cual es esencial para la venida del reino. El regalo de Dios del Espíritu Santo llena la brecha entre el papel fundamental que Dios le asignó al trabajo humano y nuestra habilidad de desempeñar dicho papel. Por primera vez desde la Caída, nuestro trabajo tiene el poder de contribuir al establecimiento del reino de Dios en el regreso de Cristo. Los eruditos, por lo general, ven Hechos 1:8 como la declaración metódica de este segundo volumen de Lucas.

En efecto, todo el libro de los Hechos se puede tomar como una expresión (algunas veces titubeante) de la vocación cristiana de dar testimonio del Jesús resucitado. Pero dar testimonio significa mucho más que evangelizar. No debemos caer en el error de pensar que Jesús solo está hablando acerca del trabajo del individuo de compartir el evangelio con un no creyente con sus propias palabras. En cambio, dar testimonio del reino venidero significa principalmente vivir de acuerdo con los principios y las prácticas del reino de Dios ahora. Veremos que la forma más eficaz del testimonio cristiano es con frecuencia —e incluso principalmente— la vida compartida en comunidad mientras realizamos nuestro trabajo.

La vocación cristiana compartida del testimonio es posible solamente por medio del poder del Espíritu Santo. El Espíritu transforma a los individuos y las comunidades en formas que dan como resultado el compartir los frutos del trabajo humano —especialmente el poder, los recursos y la influencia— con la comunidad y la cultura circundante. La comunidad da testimonio cuando sus miembros usan sus recursos para beneficiar a la cultura en general. La comunidad testifica cuando aquellos a su alrededor ven que trabajar en los caminos de la justicia, bondad y belleza lleva a una vida más satisfactoria.

Las locaciones mencionadas por Jesús revelan que el testimonio de los discípulos los pone en peligro social. Al grupo de discípulos judíos de Jesús se les ordena que hablen en nombre de un hombre que fue crucificado recientemente como un enemigo del Imperio romano y un blasfemo del Dios de Israel. Ellos son llamados a adoptar esta vocación en la ciudad en la que su maestro fue asesinado, entre los samaritanos —enemigos históricos y étnicos de los judíos— y en el territorio extendido del Imperio romano.[2]

En resumen, Hechos comienza con una vocación orientadora que llama a los seguidores de Jesús a la tarea principal de ser testigos. Ser testigos significa, sobre todo, vivir de acuerdo con los caminos del reino venidero de Dios. Como veremos en seguida, el elemento más importante de esta vida es que trabajamos primero por el bien de otros. El poder del Espíritu Santo hace posible esta vocación, la cual se debe ejercer prestándoles poca atención a las barreras sociales. Esta vocación orientadora no menosprecia el valor del trabajo humano ni la vida laboral de los discípulos poniendo por encima el proclamar a Jesús solamente con palabras —es todo lo contrario. Hechos argumentará con firmeza que todo el trabajo humano puede ser una expresión fundamental del reino de Dios.

Apokathistēmi, el verbo de restauración usado por Lucas, lo usan la Septuaginta y Flavio Josefo para describir la esperanza de Israel de la restauración nacional (ver Éx 4:7; Os 11:11; Flavio Josefo, Antiquities of the Jews [Antigüedades judías] 11.2, 14, entre otros). Ver también, David L. Tiede, “The Exaltation of Jesus and the Restoration of Israel in Acts 1” [La exaltación de Jesús y la restauración de Israel en Hechos 1], Harvard Theological Review [Revista teológica de Harvard] 79, nº 1 (1986): 278–86; y James D. G. Dunn, Acts of the Apostles [Hechos de los apóstoles], Epworth Commentaries [Comentarios Epworth] (Peterborough, UK: Epworth Press, 1996), 4.

Para consultar referencias acerca de la enemistad entre los samaritanos y los judíos, ver Flavio José, Antiquities of the Jews [Antigüedades judías] 18:30; Jewish War [La guerra judía] 2:32ff. Para la referencia a los “confines de la tierra” que implica el alcance total de los pueblos y lugares en el Imperio romano, ver David W. Pao, Acts and the Isaianic New Exodus [Hechos y el nuevo éxodo de Isaías] (Grand Rapids: Baker Academic, 2002), 91–96.