Historia de dos ciudades (Apocalipsis 17 - 22)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Sin embargo, las ideas más importantes del panorama general del trabajo se encuentran en los últimos capítulos, donde la ciudad mundana de Babilonia se establece en contra de la ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén. Las introducciones de las ciudades en el 17:1 y 21:9 se establecen en un paralelo claro:

“Ven; te mostraré el juicio de la gran ramera que está sentada sobre muchas aguas”.

“Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero”.

Babilonia representa la calle sin salida del intento de la humanidad por construir una cultura separados de Dios. Tiene toda la apariencia de ser el paraíso que la humanidad siempre deseó. No es coincidencia que su oro y joyas evoquen las de la Nueva Jerusalén (Ap 17:4). Igual que la Nueva Jerusalén, Babilonia ejerce autoridad sobre las naciones y recibe sus riquezas (observe las referencias a “los mercaderes de la tierra” en Ap 18:3 y el lamento de los que se encargaban del comercio marítimo en Ap 18:15–19).

Pero en realidad es una imitación falsa, condenada a ser expuesta por Dios en el juicio final. La lista de los cargamentos en Apocalipsis 18:11–13 es especialmente relevante (ver Bauckham, “Economic Critique” [Crítica económica],[1]

que describe los bienes lujosos que llegaban a Babilonia). La lista se inspira en Ezequiel 27:12–22 y la caída de Tiro, pero se actualiza para que incluya los bienes lujosos populares en Roma en la época de Juan.

Y los mercaderes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque ya nadie compra sus mercaderías: cargamentos de oro, plata, piedras preciosas, perlas, lino fino, púrpura, seda y escarlata; toda clase de maderas olorosas y todo objeto de marfil y todo objeto hecho de maderas preciosas, bronce, hierro y mármol; y canela, especias aromáticas, incienso, perfume, mirra, vino, aceite de oliva; y flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos, carros, esclavos y vidas humanas.

La frase final acerca de las “vidas humanas” probablemente se refiere a la trata de esclavos y es el último clavo en el féretro del imperio explotador de Babilonia: no se detendrá con nada, ni siquiera con la trata de seres humanos, en la búsqueda de su propia indulgencia sensual.

La lección de que Dios juzgará una ciudad por sus prácticas económicas es un pensamiento aleccionador. La economía es claramente un tema moral en el libro de Apocalipsis. El hecho de que parece que gran parte de la condena brota de su autoindulgencia debería golpear con una fuerza especial la cultura consumista moderna, donde la búsqueda constante de más y mejores cosas puede llevar a un enfoque miope en la satisfacción de necesidades materiales reales o imaginarias. Pero lo que más preocupa de todo es que Babilonia es muy parecida a la Nueva Jerusalén. Dios sí creó un mundo bueno. Debemos disfrutar la vida. Dios sí se deleita en las cosas hermosas de la tierra. Si el sistema del mundo fuera una fosa séptica evidente, los cristianos no estarían muy tentados a caer en su seducción. Es precisamente por los beneficios genuinos de los avances tecnológicos y las amplias redes de comercio que hay peligro. Babilonia promete todas las glorias del Edén sin la presencia intrusiva de Dios. Esto hace que lenta pero irremediablemente, los buenos regalos de Dios —el intercambio económico, la abundancia agrícola, la artesanía diligente— pasen a estar al servicio de dioses falsos.

En este punto, uno podría creer que cualquier participación en la economía mundial —o incluso cualquier economía local— debe estar tan plagada de idolatría, que la única solución es retirarse completamente y vivir solo en el desierto. Sin embargo, Apocalipsis ofrece una visión alternativa de la vida en comunidad: la Nueva Jerusalén. Esta es “la ciudad que descendía del cielo” y, como tal, es la representación máxima de la gracia de Dios. Además, contrasta fuertemente con la monstruosidad autocreada que es Babilonia.[2]

En cierto nivel, la Nueva Jerusalén es un regreso al Edén —hay un río que la atraviesa, está el árbol de la vida con sus ramas cargadas de fruta y con hojas para la sanidad de las naciones (Ap 22:2). Una vez más, la humanidad puede andar en paz con Dios. De hecho, esta ciudad sobrepasa el Edén, porque la misma gloria del Señor la ilumina (Ap 22:5).

Pero la Nueva Jerusalén no es simplemente un jardín nuevo y mejorado: es una ciudad-jardín, el ideal urbano que representa el contrapeso de Babilonia. Por ejemplo, todavía hay una participación humana significativa en la vida de la ciudad celestial en la tierra. Desde luego, en el centro de esto se encuentra la adoración que las personas le dan a Dios y al Cordero. Pero parece que hay más que eso en la afirmación de que las personas “traerán a ella [la Nueva Jerusalén] la gloria y el honor de las naciones” (Ap 21:24–26). En el mundo antiguo, era recomendable construir un templo con los mejores materiales de todo el mundo, que es lo que hizo Salomón con el templo en Jerusalén. Aún más, las personas traían regalos de todas partes para adornar el templo después de su terminación. Es probable que la imagen de los reyes trayendo sus regalos a la Nueva Jerusalén venga de este contexto. No es difícil imaginar que estos regalos serán los productos de la cultura humana, dedicados ahora para la gloria de Dios.[3]

También debemos considerar las implicaciones de las visiones del Antiguo Testamento del futuro, las cuales lo ven como una continuidad significativa de la vida actual. Por ejemplo, Isaías 65 es un texto fundamental para el contexto de Apocalipsis 21–22 y presenta su enseñanza base, “Yo creo cielos nuevos y una tierra nueva, y no serán recordadas las cosas primeras ni vendrán a la memoria” (comparar con Ap 21:1). Aun así, este mismo capítulo habla de las bendiciones futuras del pueblo de Dios, “Construirán casas y las habitarán, plantarán también viñas y comerán su fruto. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque como los días de un árbol, así serán los días de Mi pueblo, y Mis escogidos disfrutarán de la obra de sus manos” (Is 65:21–22). Ciertamente podemos argumentar que Isaías está hablado, en formas adecuadas para su época, de algo mucho más grande que una simple abundancia agrícola— y difícilmente podría estar apuntando a algo menor que eso. Y precisamente es menos lo que se presenta por lo general cuando se habla del “cielo” como algo que solo consta de nubes, arpas y batas blancas.

No es fácil interpretar precisamente cómo será esto. ¿Seguirá existiendo la producción agraria en los nuevos cielos y la nueva tierra? ¿El software 1.0 de un programador de computadoras piadoso será echado al fuego mientras que la versión 2.0 entra a la ciudad celestial? La Biblia no responde este tipo de preguntas directamente pero, una vez más, podemos ver la visión global. Dios creó a los seres humanos para que ejerzan dominio sobre la tierra, lo cual requiere creatividad. ¿Sería sensible que un Dios así viera el trabajo hecho en la fe como algo inútil y lo haga a un lado? En definitiva, es mucho más probable que Él lo exalte y perfeccione todo lo que fue hecho para Su gloria. De igual forma, la visión profética del futuro visualiza a las personas en actividad significativa en la creación. Ya que Dios no entra en detalles sobre cómo funciona esta transferencia de productos del mundo actual al mundo nuevo, o qué cosas exactas podremos hacer en el estado futuro, solo podemos imaginar qué significará esto concretamente. Lo que sí significa es que podemos estar “abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1Co 15:58).[4]

Richard Bauckham, “The Economic Critique of Rome in Revelation 18” [La crítica económica de Roma en Apocalipsis 18], en The Climax of Prophecy: Studies in the Book of Revelation [El clímax de la profecía: estudios del libro de Apocalipsis] (Edimburgo: T&T Clark, 1993), 338–83.

Richard Bauckham, The Theology of the Book of Revelation [La teología del libro de Apocalipsis] (Cambridge: Cambridge University Press, 1993), 126–43.

Comparar con G. B. Caird, The Revelation of Saint John [La revelación de San Juan] (Peabody, MA: Hendrickson, 1993), 279: “Nada del orden antiguo que tenga valor ante los ojos de Dios se excluye de la entrada a lo nuevo. El cielo de Juan no es un nirvana que niega el mundo, en el cual los hombres pueden escapar de los males incurables de la existencia terrenal. Más bien, es el sello que afirma la bondad de la creación de Dios. El tesoro que encuentran los hombres en el cielo resulta ser el tesoro y la riqueza de las naciones, lo mejor que han conocido y amado en la tierra pero ahora redimido de todas las imperfecciones y transfigurado por el resplandor de Dios”. Ver también Darrell T. Cosden, The Heavenly Good [El bien celestial] (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 2006), 72–77.

Ver Cosden, passim, y Miroslav Volf, Work in the Spirit [El trabajo en el Espíritu] (Oxford: Oxford University Press, 1991), esp. 88–122.