El hombre justo no hace lo malo, sino que juzga justamente entre las partes (Ez 18:8b)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Como lo había hecho antes, aquí Ezequiel les presenta a sus lectores una norma general (no hacer lo malo) junto con una norma específica (juzgar justamente entre individuos). Una vez más, el principio unificador es que a la persona con más poder le debe interesar la necesidad de la persona que tiene menos poder. En este caso, el poder en cuestión es el de juzgar entre dos personas. Todos los días, la mayoría de nosotros enfrenta momentos en los que podemos juzgar entre una persona y otra. Puede ser tan pequeño como decidir cuál voz prevalece al escoger el lugar para almorzar. Podría ser tan grande como decidir a quién creerle en una acusación de conducta inapropiada. Raramente nos damos cuenta de que cada vez que tomamos una decisión como esta, ejercemos el poder de juzgar.

Muchos problemas graves en el trabajo surgen porque las personas sienten que se les considera menos importantes que otros a su alrededor. Esto puede ser causado por los juicios formales u oficiales, tales como evaluaciones del rendimiento, decisiones sobre proyectos, premios para los empleados o ascensos. O puede surgir a partir de juicios informales, tales como quién le presta atención a sus ideas o qué tan frecuentemente son el blanco de las bromas. En cualquier caso, los hijos de Dios tenemos la obligación de estar conscientes de estas clases de juicio y ser justos en cómo participamos en ellos. Sería interesante mantener un registro de los juicios (grandes o pequeños) en los que participamos durante un solo día, y luego preguntarnos cómo actuaría la persona justa de Ezequiel 18:8 en cada uno.

Ezequiel 18 es más que un conjunto de normas para la vida en el exilio; es una respuesta al desespero de los exiliados expresado en el refrán de Ezequiel 18:2, “Los padres comen las uvas agrias, pero los dientes de los hijos tienen la dentera”.[1] El argumento del capítulo 18 refuta el refrán pero no por medio de la eliminación total de la retribución transgeneracional. La enseñanza de la responsabilidad moral personal es una respuesta al desespero del exilio (ver Sal 137) y a las cuestiones de teodicea que se encuentran en la frase, “No es recto el camino del Señor” (Ez 18:25, 29). El Señor contesta las preguntas de los exiliados —”si somos el pueblo de Dios, ¿por qué fuimos desterrados?” “¿Por qué estamos sufriendo?” “¿A Dios le importa?”—, con un llamado a vivir de forma justa.

En el periodo entre la trasgresión pasada y la restauración futura, entre la promesa y el cumplimiento, entre la pregunta y la respuesta, los exiliados deben vivir de forma justa.[2] De esa forma podrán encontrar el significado, el propósito y la recompensa final. Dios no está solo repitiendo leyes de buen y mal comportamiento para que las personas las cumplan, sino que los está llamado a una vida justa a nivel nacional, cuando finalmente Israel será “Mi pueblo” (Ez 11:20; 14:11; 36:28; 37:23, 27).[3]

Las marcas distintivas de la justicia en Ezequiel 18 proporcionan un modelo importante de la vida en el nuevo pacto, cuando la comunidad se caracterice por la ética de “derecho” (Ez 18:5, 19, 21, 27). Es un reto para el lector a que ahora viva conforme al nuevo pacto, lo que es un medio para asegurar la esperanza para el futuro. En nuestra época, los cristianos somos miembros del nuevo pacto con el mismo llamado en Mateo 5:17–20 y 22:37–40. De esta manera, Ezequiel 18 es sorprendentemente educativo y transferible a nuestra propia vida en el lugar de trabajo, sin importar el entorno.[4] Vivir esta justicia personal en la búsqueda profesional le da vida y significado a nuestras circunstancias actuales, ya que supone un mejor mañana, introduce el reino futuro de Dios en el presente y proporciona un vistazo de lo que Dios espera de Su pueblo como un todo. Dios recompensa tal comportamiento, el cual es posible solo a través de un nuevo corazón y un nuevo espíritu (Ez 18:31–32; 2Co 3:2–6).

Se podría argumentar que el problema no era con el refrán mismo, sino con su aplicación incorrecta en las circunstancias del exilio. Ver Peter Enns, Inspiration and Incarnation: Evangelicals and the problem of the Old Testament [Inspiración y encarnación: los evangélicos y el problema del Antiguo Testamento] (Grand Rapids: Baker, 2005), 74.

Para más información sobre este tema y la integración de la teodicea y la ética, ver Gordon H. Matties, Ezekiel 18 and the Rhetoric of Moral Discourse [Ezequiel 18 y la retórica del discurso moral], Society of Biblical Literature Dissertation Series [Serie de disertaciones de la sociedad de literatura bíblica] 126 (Atlanta: Scholars Press, 1990), 223–24.  

El falso refrán del versículo 18:2 se repite en Jeremías 31:29–31, en donde Dios lo contradice explícitamente con la promesa de “un nuevo pacto” con Israel en el futuro. Cuando Israel deja de culpar a sus ancestros, entonces “He aquí, vienen días —declara el Señor— en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto”. Este pacto llevará a cabo el cumplimiento de las promesas de Dios y el perdón de los pecados de Israel (Jer 31:34).

Matties, Ezekiel 18, 222; Darr, "Transgenerational Retribution," 223.