El llamado de Ezequiel a ser profeta (Ezequiel 1-17)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Comencemos como comienza el libro, con el llamado de Dios a Ezequiel a la labor de profeta. Cuando encontramos a Ezequiel por primera vez, como un descendiente del hijo de Jacob, Leví, es un sacerdote de profesión (Ez 1:2). Como tal, su trabajo diario había consistido previamente en sacrificar, degollar y asar los animales del sacrificio que le traían las personas al templo en Jerusalén. Como sacerdote, también era una guía moral y espiritual del pueblo, que enseñaba la ley de Dios y decidía sobre las disputas (Lv 10:11; Dt 17:8–10; 33:10).

Sin embargo, su labor sacerdotal se interrumpió violentamente cuando fue llevado como cautivo a Babilonia en la primera deportación de los judíos de Jerusalén en el año 605 a. C. En Babilonia, a la comunidad judía exiliada le agobiaban dos preguntas: “¿Dios ha sido injusto con nosotros?” y “¿qué hicimos para merecer esto?” Salmos 137:1–4 captura bien la desolación de estos judíos exiliados:

Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos y llorábamos, al acordarnos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones, y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos alguno de los cánticos de Sion. ¿Cómo cantaremos la canción del Señor en tierra extraña?

En el exilio en Babilonia, Ezequiel recibe un llamado impresionante de Dios. Como el llamado de Isaías (Is 6:1–8), el de Ezequiel comienza con una visión de Dios (Ez 1:4–2:8) y concluye con el mandato de convertirse en profeta. Los llamados directos a una clase de trabajo en particular son escasos en la Biblia, y el de Ezequiel es uno de los más impactantes. Aunque la profesión original de Ezequiel era el sacerdocio, Dios lo llamó a una carrera profética que era tanto política como religiosa. Es oportuno que la visión en la que recibió su llamado incluya símbolos políticos tales como las ruedas (Ez 1:16), un ejército (Ez 1:24), un trono (Ez 1:26) y un centinela (Ez 3:17), pero sin incluir símbolos sacerdotales. El llamado de Ezequiel debería acabar con la idea de que los llamados de Dios sacan a las personas de sus profesiones seculares y las llevan a un ministerio eclesial.[1] O para decirlo con más precisión, Ezequiel, como todos en el antiguo pueblo de Israel, no ve ninguna ocupación como algo secular. Cualquier trabajo que hagamos es un reflejo de nuestra relación con Dios; no hay necesidad de cambiar de ocupación para hacer un trabajo que sirva a Dios.

La carrera profética de Ezequiel comienza con el exilio en Babilonia once años antes de la destrucción final de Jerusalén. Lo primero que Dios le encarga es que cuestione las promesas falsas de los falsos profetas, que le aseguraban a los exiliados que Babilonia sería derrotada y que pronto regresarían a casa. En los primeros capítulos del libro, Ezequiel tiene una serie de visiones que describen los horrores del asedio de Jerusalén y después la matanza en la toma de la ciudad.

Ver  El llamado - Temas claves" #2 en www.theologyofwork.org.