Libro 3 (Salmos 73-89)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Gran parte del Libro 3 de Salmos es de lamentación y queja. El juicio divino —tanto positivo como negativo— pasa al primer plano en muchos de los salmos de este libro. Considerarlos nos proporciona un espejo en el que podemos analizar nuestra propia fidelidad —o infidelidad— y expresarle nuestros sentimientos reales a Dios, quien es capaz de reconciliar todo consigo mismo.

Conservar la integridad en medio de la corrupción (Salmo 73)

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El Salmo 73 describe un trayecto de cuatro fases de tentación y fidelidad, que se representa en el trabajo del salmista.[1] En la primera fase, él reconoce que el juicio positivo de Dios es una fuente de fortaleza. “Ciertamente Dios es bueno para con Israel, para con los puros de corazón” (Sal 73:1). Sin embargo, pronto se ve tentado a dejar los caminos de Dios (fase 2) y dice, “En cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes” (Sal 73:2). Él reconoce que le inquieta el éxito aparente de los malvados, el cual describe con excesivo detalle en los siguientes diez versículos, destacando en particular a aquellos que hablan “con maldad” y “desde su encumbrada posición” (Sal 73:8). En su envidia, comienza a pensar que su propia integridad ha sido en vano, diciendo, “Ciertamente en vano he guardado puro mi corazón” (Sal 73:13), y señalando que ha estado cerca de unirse a los malvados (Sal 73:14-15).

Sin embargo, en el último momento va al “santuario de Dios”, lo que significa que comienza a “comprender” la situación desde el punto de vista del Señor (Sal 73:17). Él reconoce que Dios arrojará “a la destrucción” a los malvados (Sal 73:18). Aquí comienza la tercera fase, en la que ve que el éxito de los que no tienen integridad es solo temporal. Eventualmente, todos ellos “son destruidos en un momento” y se convierten “como un sueño del que despierta” (Sal 73:19-20). Se da cuenta de que cuando estaba pensando en unirse a ellos, era “torpe y sin entendimiento” (Sal 73:22). En la cuarta fase, se vuelve a comprometer con los caminos de Dios, diciendo, “yo siempre estoy contigo” y “con Tu consejo me guiarás” (Sal 73:23-24).

¿Es posible que de alguna forma también sigamos este recorrido de cuatro fases? Puede que también comencemos con integridad y fidelidad a Dios. Luego, vemos que parece que otros se salen con la suya con sus engaños y opresiones. Algunas veces nos impacienta ver cuánto tiempo tarda Dios en ejecutar Su juicio. Mientras que Dios tarda, los malvados parecen “siempre desahogados” y “han aumentado sus riquezas”, mientras que los íntegros son “azotados y castigados” por la injusticia de la vida (Sal 73:12, 14). Sin embargo, el tiempo en el que ocurrirá el juicio de Dios es asunto Suyo, no nuestro. De hecho, ya que nosotros mismos no somos perfectos, no deberíamos estar tan ansiosos de que Dios juzgue a los malvados.

Al prestarle demasiada atención al éxito inmerecido de otros, somos tentados a buscar beneficios injustos para nosotros también. Sucumbir ante este deseo es especialmente tentador en el trabajo, donde parece que hay un conjunto de reglas diferente. Vemos personas arrogantes (Sal 73:3) que ganan reconocimiento y acosan a otros para recibir una parte desmedida de los incentivos (Sal 73:6). Vemos personas que cometen fraudes pero prosperan por años. Aquellos que tienen poder sobre nosotros en el trabajo parecen insensatos (Sal 73:7) y aun así alcanzan posiciones más altas. Tal vez deberíamos hacer lo mismo que ellos hacen. Tal vez Dios no conoce realmente o no le interesa la forma en la que actuamos (Sal 73:11), al menos no en el trabajo.

Como el salmista, nuestro remedio es recordar que trabajar junto con Dios —es decir, de acuerdo con Sus caminos— es un deleite en sí mismo. “Mas para mí, estar cerca de Dios es mi bien” (Sal 73:28). Cuando hacemos esto, disponemos de nuevo nuestro corazón al consejo de Dios y regresamos a Sus caminos. Por ejemplo, quizá podamos trepar la escalera del éxito más rápido —al menos al comienzo— tomando el crédito por el trabajo de otros, culpándolos por nuestros errores o haciendo que otros realicen nuestras tareas. Sin embargo, ¿vale la pena el sentimiento de vacío y el temor de ser expuestos como fraudes por el ascenso y el dinero extra? ¿El éxito compensará la pérdida de amistades y la imposibilidad de confiar en alguien alrededor? Si cuidamos a las personas a nuestro alrededor, compartimos el crédito por el éxito y asumimos nuestra parte en los fracasos, puede que parezca que nuestro comienzo es lento, pero ¿no será más agradable el trabajo? Y cuando necesitemos apoyo, ¿no estaremos en una mejor posición que la del arrogante y el abusivo? En verdad, Dios es bueno con los justos.

John E. Hunter, Finding the Living Christ in the Psalms [Encontrando al Cristo vivo en los Salmos] (Grand Rapids: Zondervan, 1972), desarrolla esta idea en el capítulo “The Man Who Looked Four Ways” [Las cuatro formas en las que luce el hombre], aunque nosotros no seguimos las mismas fases con exactitud.

Las consecuencias económicas de los actos indebidos a nivel nacional (Salmos 81, 85)

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A pesar del enfoque del Salmo 73 en el juicio personal, en la mayor parte del Libro 3 es la nación de Israel la que recibe el juicio. El tema del juicio nacional de por sí es relevante en este artículo en la medida que establece el contexto para las personas que realizan su trabajo en dicha nación. También indica una clase importante de trabajo en el que los cristianos se pueden involucrar representando el reino de Dios, el cual es la creación de políticas nacionales. Podemos comprobar que cuando un gobierno nacional se corrompe, la economía del país sufre. El Salmo 81 es un ejemplo de esto, ya que comienza con el juicio de Dios contra la nación de Israel. “Pero Mi pueblo no escuchó Mi voz; Israel no me obedeció. Por eso los entregué a la dureza de su corazón” (Sal 81:11-12). Entonces continúa describiendo las consecuencias económicas. “Oh, si Mi pueblo me oyera… Yo te alimentaría con lo mejor del trigo, y con miel de la peña te saciaría” (Sal 81:13, 16). Aquí vemos cómo las transgresiones del pacto de Dios a nivel nacional provocan escasez y dificultad económica. Si el pueblo hubiera sido fiel a los caminos de Dios, habría prosperado. En cambio, abandonaron los caminos del Señor y terminaron hambrientos (Sal 81:10).

Del mismo modo, el Salmo 85 describe los crecientes beneficios económicos que hay cuando Israel es fiel a los mandatos de Dios. El pueblo experimenta paz y seguridad, el trabajo es productivo y la prosperidad aumenta (Sal 85:10-13). Sin un buen gobierno, nadie puede esperar una prosperidad que perdure. En muchos lugares, los cristianos son visibles en la oposición a ciertas políticas de gobierno con las que estamos en desacuerdo, sin embargo, también es necesario involucrarnos de forma constructiva. ¿Qué puede hacer usted para ayudar a establecer o preservar el buen gobierno en su ciudad, región o nación?

La gracia de Dios en medio del juicio (Salmo 86)

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Aunque el juicio de Dios está en el primer plano en el Libro 3 de Salmos, también encontramos la gracia de Dios. “Ten piedad de mí, oh Señor”, implora el Salmo 86, “Pues Tú, Señor, eres bueno y perdonador, abundante en misericordia para con todos los que te invocan” (Sal 86:3, 5). El salmo proviene de alguien que se siente agotado por la oposición de aquellos que son más poderosos. “Estoy afligido y necesitado” (Sal 86:1). “Los arrogantes se han levantado contra mí, y una banda de violentos ha buscado mi vida” (Sal 86:14). “Los que me aborrecen” son una amenaza constante (Sal 86:17). “Salva al hijo de tu sierva” (Sal 86:16b).

El salmo no declara rectitud, sino que se regocija en que Dios es “lento para la ira” (Sal 86:15). Solamente pide la gracia de Dios. “Vuélvete hacia mí, y tenme piedad” (Sal 86:16a). “En el día de la angustia te invocaré, porque Tú me responderás” (Sal 86:7).

Todos enfrentamos oposición en el trabajo en algunas ocasiones. Algunas veces es directamente personal y peligrosa. Puede que otras personas nos agobien o que incurramos en alguna falta, o una mezcla de los dos. Posiblemente sentimos que no merecemos nuestro trabajo, que no recibimos amor en nuestras relaciones, que somos incapaces de cambiar nuestras circunstancias o a nosotros mismos. Sin importar la fuente de oposición que tengamos —incluso si el enemigo somos nosotros mismos—, podemos pedirle a Dios Su gracia para que nos salve. La gracia de Dios rompe la ambigüedad que rodea nuestra vida y el trabajo, y nos muestra una señal de Su bondad (Sal 86:17) que va más allá de lo que merecemos.

Por supuesto, Dios no salva a nadie —ni a nosotros ni a nuestros enemigos— con el fin de que causemos daño. Con la gracia debe haber un cambio. “Enséñame, oh Señor, Tu camino; andaré en Tu verdad” (Sal 86:11a). Aceptar la gracia de Dios significa darle el primer lugar en nuestras vidas. “Unifica mi corazón para que tema Tu nombre. Te daré gracias, Señor mi Dios, con todo mi corazón” (Sal 86:11-12).

Con el corazón de Dios también nos volvemos misericordiosos, incluso con aquellos que se oponen a nosotros. El salmo pide que por su odio, los oponentes “se avergüencen” (Sal 86:17), pero que como resultado “vendrán y adorarán delante de Ti, Señor” (Sal 86:9) y también vendrán a la gracia de Dios. La gracia significa misericordia no solo para nosotros, sino también para nuestros oponentes, para que Dios les muestre Su poder a Sus enemigos con el propósito de que Su nombre sea glorificado (Sal 86:9).