Libro 5 (Salmos 107-150)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Los salmos del Libro 5 no tienen un tema o un contexto en común, a diferencia de los de los otros libros. Sin embargo, en medio de la diversidad de formas y contextos, el trabajo aparece más directamente entre estos salmos que en otra parte del Salterio. Aquí emergen temas como los problemas de la creatividad económica, la ética de negocios, el emprendimiento, la productividad, el trabajo de criar hijos y manejar un hogar, el uso correcto del poder y la gloria de Dios en y por medio del mundo material.

Dios es la base de todo el trabajo y la productividad (Salmo 107)

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El Salmo 107 relaciona las labores económicas humanas con el mundo de la creación de Dios y vale la pena citarlo en detalle.

Los que descienden al mar en naves y hacen negocio sobre las grandes aguas, ellos han visto las obras del Señor y Sus maravillas en lo profundo. Pues El habló, y levantó un viento tempestuoso que encrespó las olas del mar. Subieron a los cielos, descendieron a las profundidades, sus almas se consumían por el mal. Temblaban y se tambaleaban como ebrios, y toda su pericia desapareció. Entonces en su angustia clamaron al Señor y Él los sacó de sus aflicciones. Cambió la tempestad en calma y las olas del mar callaron. Entonces se alegraron porque las olas se habían aquietado, y Él los guió al puerto anhelado. Den gracias al Señor por Su misericordia y por Sus maravillas para con los hijos de los hombres. (Sal 107:23-31)

En ese entonces, igual que ahora, la gente iba al mar a pescar y negociar. Sus naves eran frágiles y se enteraban con poca anticipación de las tormentas. Su forma de vida dependía del clima. Pese a nuestras ventajas tecnológicas, también dependemos de una multitud de factores que se nos salen de control en la mayor parte de nuestro trabajo. Tal vez lo más honesto que alguien puede decir acerca del éxito en el trabajo es, “fui afortunado”. Como dijo Bill Gates acerca del increíble éxito de Microsoft, “Yo nací en el lugar y el momento correcto”.[1]Para el creyente, “ser afortunado” es un término que representa la provisión constante de Dios para nuestras necesidades. Ser exitosos en medio de las incertidumbres inherentes de nuestro trabajo depende un poco de la habilidad (que es un regalo de Dios), un poco del trabajo duro y bastante de la providencia de Dios. Sea cual sea nuestro “puerto anhelado” en la vida y el trabajo, demos “gracias al Señor por Su misericordia y por Sus maravillas para con los hijos de los hombres”. Tal vez Santiago tenía este salmo en mente cuando dijo, “Más bien, debierais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg 4:15).

Poco después, el Salmo 107 profundiza más en este tema.

Transforma el desierto en estanque de aguas, y la tierra seca en manantiales; en ella hace morar a los hambrientos, para que establezcan una ciudad donde vivir, y siembren campos, planten viñas, y recojan una cosecha abundante. Los bendice también y se multiplican mucho, y no disminuye su ganado. (Sal 107:35-38)

Dios proporciona las condiciones para que la vida prospere en la tierra. Él puede convertir un desierto en un área de pastos, o un área de pastos en un desierto. La agricultura, incluida la siembra de campos y la administración de ganado, depende del crecimiento dado por Dios. Cuando la agricultura prospera, surgen ciudades. Con el surgimiento de ciudades, aparecen toda clase de trabajos. La economía urbana proporciona todo tipo de bienes y servicios a una población creciente y diversa. En la economía antigua, además de los campesinos y pastores, una comunidad necesitaba alfareros, metalurgistas y escribas (para registrar los acuerdos y transacciones comerciales, así como las leyes y los textos religiosos). Toda la economía de cualquier ciudad, pasada o presente, depende de la abundancia agrícola, ya sea la que se produce nacionalmente o la que se adquiere a través del comercio. Cuando los campesinos del mundo pueden cultivar más de lo que necesitan para su propia subsistencia, las comunidades complejas pueden prosperar. Esto viene de Dios, que es quien riega la tierra seca (Sal 65:9, Gn 2:5).

Por tanto, el Salmo 107 cubre la actividad económica tanto en la tierra como en el mar, reafirmando que Dios está sobre todo. Dios no es hostil con nuestro trabajo, ya que el salmo habla de cómo salva y provee. Nuestra forma de vida depende de la administración favorable de Dios de las fuerzas naturales.

“Bill Gates Answers Most Frequently Asked Questions” [Bill Gates responde las preguntas más frecuentes], disponible en http://download.microsoft.com/download/0/c/0/0c020894-1f95-408c-a571-1b5033c75bbc/billg_faq.doc; (12 febrero 2010).

Las virtudes de los que hacen negocios (Salmo 112)

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El Salmo 112 declara las bendiciones de Dios sobre aquellos que hacen negocios —prestando, para usar los términos del salmo— de acuerdo con los mandatos de Dios. El salmo dice que, “Bienes y riquezas hay en su casa” y “No temerá recibir malas noticias” (Sal 112:3, 7). Las virtudes que traen tales bendiciones incluyen la clemencia, la compasión, la justicia y la generosidad (Sal 112:4-5). Es probable que la justicia no nos sorprenda. La gente quiere comprar y vender por medio de negocios que sean honestos y justos, así que en general, se puede esperar que esta virtud traiga prosperidad.

Pero, ¿qué hay de la clemencia, la compasión y la generosidad? La clemencia puede requerir que le informemos a un cliente acerca de una solución de menor costo que trae menos ganancias para nosotros o nuestra compañía. La compasión puede llevarnos a darle a un proveedor otra oportunidad luego de que falló en una entrega. La generosidad puede requerir compartir especificaciones con otros en la industria para que puedan hacer productos que interactúen con los nuestros —lo que es bueno para los clientes pero puede crear más competencia para nosotros mismos. ¿El Salmo 112 quiere decir que tales cualidades producen una mayor prosperidad? Aparentemente sí. “Con liberalidad ha dado”, dice el salmo, pero a pesar de eso es más firme, más seguro, estable y a la larga más exitoso que aquellos que no tienen tales virtudes (Sal 112:7-10). El salmo le atribuye esto al Señor (Sal 112:1, 7), pero no dice si se debe a que Él interviene a su favor o a que Él ha creado y sostenido al mundo de tal manera que estas virtudes tienden a traer prosperidad. Tal vez Dios hace ambas.

Entonces, a lo mejor el Señor bendice a los justos dándoles una visión diferente de la prosperidad. El patrimonio y las riquezas están incluidas (Sal 112:3, como se mencionó arriba), pero toda la imagen incluye mucho más que las riquezas. Una descendencia poderosa (Sal 112:2) que los recuerde (Sal 112:6) y los honre (Sal 112:9), relaciones estables (Sal 112:6), paz de corazón (Sal 112:7) y una habilidad de enfrentar el futuro sin temor (Sal 112:8) son igualmente importantes en la perspectiva de Dios de la prosperidad. ¿Es posible que cuando seguimos los mandamientos del Señor en los negocios, no solo cambia nuestra fortuna sino también nuestros deseos? Si pudiéramos desear para nosotros mismos lo que Dios desea para nosotros, ¿no se nos garantizaría encontrar una felicidad que perdura para siempre?

La participación en el trabajo de Dios (Salmos 113)

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El Salmo 113 nos dice que “Desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor” (Sal 113:3). ¿Está diciendo que debemos estar en el templo (o en la iglesia) todo el día para alabar al Señor? ¿O propone que todo lo que hagamos, incluyendo nuestro trabajo diario, lo hagamos para alabar al Señor? Desde los versículos 7 al 9, vemos claramente que la segunda opción es la respuesta correcta. “Él levanta al pobre del polvo, y al necesitado saca del muladar, para sentarlos con príncipes” (Sal 113:7-8). Aunque el salmo no nos dice la forma en la que Dios realiza esto, sabemos —igual que el salmista— que por lo general es por medio del trabajo. La oportunidad de tener un trabajo bien remunerado hace que los pobres salgan de la pobreza y a menudo Dios crea tales oportunidades a través del trabajo de Su pueblo —los que trabajan en negocios y crean oportunidades económicas, los que están en el gobierno y aseguran la justicia, los que están en la educación e inculcan las habilidades necesarias para que sus estudiantes consigan buenos empleos. Con su énfasis en levantar al pobre y al necesitado, el Salmo 113 nos llama a que tengamos una vida entera de alabanza práctica para Dios.

Aunque el salmo podría haber nombrado miles de clases de trabajo para ilustrar este punto, selecciona solo uno —el trabajo de dar a luz y criar hijos: “Hace habitar en casa a la mujer estéril, gozosa de ser madre de hijos” (Sal 113:9). Tal vez esto se debe a que en el antiguo pueblo de Israel, no tener hijos prácticamente destinaba a una mujer (y a su esposo) a la pobreza en la vejez. O quizá es por alguna otra razón. De todas formas, nos recuerda dos temas actuales importantes. El más claro es que cuando las madres (y padres) conciben, alimentan, limpian, protegen, juegan, enseñan, entrenan, perdonan y aman a sus hijos, ¡eso toma trabajo! Aun así, muchas madres sienten que nadie —ni siquiera la iglesia— reconoce que lo que ellas hacen es tan valioso como el trabajo de otras personas que reciben un salario. Segundo, la ayuda del Señor para los adultos que no tienen hijos y para los hijos que no tienen padres usualmente viene por medio del trabajo de otras personas. Los profesionales médicos y los trabajadores de bienestar infantil encuentran padres potenciales para los niños que necesitan padres, y permanecen en contacto con las familias para darles la instrucción y supervisión necesaria. Todas las familias dependen del apoyo de una gran comunidad de personas, incluyendo el pueblo de Dios (para más información acerca del trabajo de las familias, ver “El trabajo del matrimonio, la crianza de hijos y el cuidado de los padres” en Salmos 127, 128 y 139 más adelante). 

La producción de valor real en el trabajo (Salmo 127)

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Así como el Salmo 107 habla de la actividad económica a gran escala, el Salmo 127 y el 128 hablan del hogar, que fue la unidad básica de la producción económica hasta el momento de la Revolución Industrial. El Salmo 127 comienza con un recordatorio de que todo buen trabajo está cimentado en Dios.

Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia. Es en vano que os levantéis de madrugada, que os acostéis tarde, que comáis el pan de afanosa labor, pues Él da a Su amado aun mientras duerme. (Sal 127:1-2)

Tanto la “casa” como la “ciudad” se refieren a lo mismo: el objetivo de proveer bienes y seguridad para quienes hacen parte de ella. En última instancia, toda actividad económica busca permitir que los hogares prosperen. El pasaje afirma claramente que la labor diligente por sí sola no es suficiente (compare Pro 26:13-16 acerca de la pereza). Más allá del punto evidente, hay un significado más profundo. El trabajo duro puede traer como resultado una casa grande y hermosa, pero no puede crear un hogar feliz. Un emprendedor entusiasta puede crear un negocio exitoso pero no puede crear una buena vida solamente por medio del trabajo. Solo Dios puede hacer que todo tenga sentido.

En muchas economías en la actualidad, la mayoría de trabajos no son como el de los campesinos y por lo general no se realizan en los hogares, sino en organizaciones más grandes. Sin embargo, el mensaje del Salmo 127 aplica para los lugares de trabajo institucionalizados en la actualidad de la misma manera en la que lo hace para los hogares antiguos. Para prosperar, todos los lugares de trabajo deben producir algo de valor. Dedicar horas no es suficiente —el trabajo tiene que resultar en bienes o servicios que otros necesiten.

Los creyentes pueden ofrecer algo especialmente importante en este sentido. En todos los lugares de trabajo existe la tentación de elaborar artículos que produzcan dinero rápidamente aunque no ofrezcan ningún valor duradero.

Las empresas pueden incrementar sus ganancias —a corto plazo— disminuyendo la calidad de los materiales. Los que trabajan en ventas pueden aprovecharse de la falta de conocimiento de los compradores para vender productos y accesorios cuestionables. Las instituciones educativas pueden ofrecer clases que atraigan estudiantes sin desarrollar capacidades que perduren. Y así sucesivamente. Entre más entendemos las necesidades genuinas de las personas que usan nuestros bienes y servicios, y entre más aportemos al verdadero valor de lo que producimos, más podemos ayudar a que nuestras instituciones de trabajo resistan estas tentaciones. Ya que en última instancia el valor está cimentado en Dios, tenemos una capacidad única de ayudar a nuestras organizaciones a reconocer lo que realmente es valioso. Sin embargo, nuestra contribución debe ser dada con humildad y escuchando con cuidado. Dios no les da a los cristianos un monopolio ético o de valores.

El trabajo del matrimonio, la crianza de hijos y el cuidado de los padres (Salmos 127, 128 y 139)

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El trabajo del matrimonio, tener hijos y cuidar de los padres toma el protagonismo de nuevo en los Salmos 127, 128 y 139 (el trabajo de tener hijos también es un elemento importante en el Salmo 113, “La participación en el trabajo de Dios”). “Tu mujer será como fecunda vid en el interior de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa” (Sal 128:3). El esposo y la esposa participan en la clase de producción más fundamental: la reproducción. Aunque es evidente, la esposa realiza más trabajo en esta labor que el esposo. En la Biblia, este no es un rol menospreciado, sino que se percibe como uno esencial para la supervivencia y era digno de honra en el antiguo pueblo de Israel. Más allá de dar a la luz, las esposas por lo general administraban el hogar, lo que incluía la producción doméstica y la comercial (Pro 31:10-31).

La Biblia honra a aquellos que van al mar y a los que pastorean ovejas (ocupaciones tradicionalmente de hombres), así como a los que administran el hogar (una ocupación que era por tradición de las mujeres). Actualmente los roles del trabajo están mucho menos divididos de acuerdo con el sexo (excepto el manejo del hogar, el cual sigue a cargo de las mujeres principalmente[1]), pero el honor que se le otorga al matrimonio y al trabajo de las familias todavía está vigente.

Como cualquier forma de trabajo (¡y sí que es un trabajo!), tener hijos viene de Dios. “Porque Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre” (Sal 139:13). De igual manera, como con cualquier otra forma de trabajo, esto no significa que las tragedias que puedan ocurrir sean un castigo de Dios o una muestra de que Él nos abandonó. En cambio, tener hijos es una evidencia de la gracia de Dios para toda la humanidad en todo el mundo. Dios nos crea en el seno de nuestra madre y nos crea con un propósito. Nuestro derecho de nacimiento es hacer un trabajo de valor para Dios mismo.

Regresamos al Salmo 127 para el elemento final de este tema, el cual es que el trabajo de un hogar incluye el cuidado de aquellos cuya capacidad laboral disminuye por causa de su edad. “He aquí, don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre” (Sal 127:3). En el mundo antiguo, las personas no tenían planes de pensión institucionalizados o seguros de salud. Cuando envejecían, sus hijos proveían para ellos (el texto habla de “hijos”, ya que típicamente las hijas se casaban y pasaban a formar parte del hogar de la familia de sus esposos). En efecto, los hijos eran el plan de jubilación de una pareja, lo cual acercaba profundamente a las generaciones.

Puede parecer crudo poner en términos económicos el valor de criar hijos y hoy día, nos sentimos más cómodos hablando de las recompensas emocionales de tenerlos. De cualquier forma, este versículo enseña que los padres necesitan a los hijos tanto como los hijos necesitan a los padres, y que los hijos son un regalo de Dios, no una carga. Eso también nos recuerda toda la inversión que nuestros padres hicieron en nosotros —emocional, física, intelectual, creativa, económica y mucho más. Al crecer y cuando nuestros padres comienzan a depender de nosotros, es correcto que asumamos el trabajo de cuidarlos, lo cual podemos hacer de diferentes maneras.

La idea es simplemente que el mandato de Dios de honrar a nuestros padres (Éx 20:12) no es solamente una cuestión de actitud, sino también de trabajo y cuidado económico.

Man Yee Kan, Oriel Sullivan y Jonathan Gershuny, “Gender Convergence in Domestic Work: Discerning the Effects of Interactional and Institutional Barriers from Large-scale Data” [Convergencia de género en el trabajo doméstico: el discernimiento de los efectos de las barreras institucionales y de interacción a partir de datos a gran escala], Sociology [Sociología] 45, nº 2 (Abril 2011): 234-51. 

El uso correcto del poder (Salmo 136)

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El poder es esencial para la mayor parte del trabajo y se debe ejercer correctamente. El Salmo 136 establece el uso correcto del poder mostrando cuatro ejemplos de la forma en la que Dios lo hace.

El primer ejemplo se encuentra en los versículos 5 al 9, en donde se muestra que Dios usó el poder para crear el mundo, “Al que con sabiduría hizo los cielos… Al que extendió la tierra sobre las aguas” (Sal 136:5-6). Esto nos lleva de regreso a Génesis 1, al Dios de la creación que proporciona en nuestro mundo todo lo que necesitamos para progresar. Pero observe el orden en el que Dios trabaja —primero crea los sistemas (la tierra, el agua, la noche, el día, el sol y la luna) que eran necesarios para la supervivencia de las criaturas que vienen después (las plantas, los animales terrestres, las criaturas acuáticas y las que vuelan). Dios no creó a los animales antes de que hubiera tierra seca y plantas para sustentarlos. Cuando creamos tareas o sistemas, usamos el poder apropiadamente al crear ambientes en los que nosotros y las personas a nuestro alrededor no solo sobreviven, sino que prosperan. Para más información sobre la provisión de Dios en la creación, ver “Provisión” (Génesis 1:29-30; 2:8-14) en “Génesis 1-11 y el trabajo” en el Comentario Bíblico de la Teología del Trabajo".

El segundo ejemplo se encuentra en Salmos 136:10-15, cuando Dios libera a Su pueblo de la esclavitud en Egipto. El tercero viene inmediatamente después, cuando Dios derriba a los reyes cananeos que se oponen a que Israel se establezca en la tierra prometida (Sal 136:16-22). Estos tres ejemplos nos muestran que Dios usa el poder para liberar a las personas de la opresión y para oponerse a aquellos que buscan evitar que los demás alcancen el bien que Dios diseñó para ellos. Cuando nuestro trabajo libera a otros para que cumplan su destino en el diseño de Dios, estamos usando el poder correctamente. Cuando nuestro trabajo hace que los trabajadores sean esclavos o cuando nos oponemos al trabajo de Dios en y por medio de ellos, estamos abusando del poder.

El cuarto ejemplo se encuentra al final del salmo. “El que se acordó de nosotros en nuestra humillación… y nos rescató de nuestros adversarios… El que da sustento a toda carne” (Sal 136:23-25). Dios reconoce amorosamente nuestras debilidades y provee para nuestras necesidades. Cuando usamos el poder para hacer un trabajo que beneficia a otros, estamos usando el poder como Dios lo haría.

Finalmente, para el uso apropiado del poder, todos los versículos del Salmo 136 nos recuerdan que debemos darle gracias a Dios “porque para siempre es Su misericordia”.

La gloria de Dios en toda la creación (Salmos 146-150)

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Los últimos cinco salmos comienzan con el grito “¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!” (NVI). Como lo ha demostrado nuestro estudio de los salmos, el trabajo está diseñado para ser una forma de alabar a Dios. Esos cinco salmos representan una variedad de formas en las que nuestro trabajo puede alabar al Señor. En todos ellos, vemos que nuestro trabajo está cimentado en el trabajo de Dios mismo. Cuando trabajamos como Dios quiere que lo hagamos, imitamos, extendemos y cumplimos el trabajo de Dios.

Salmo 146

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Dios hace justicia a los oprimidos (Sal 146:7a) y nosotros también lo hacemos cuando trabajamos de acuerdo con Sus mandamientos y por Su gracia. Dios alimenta al hambriento (Sal 146:7b) y nosotros también. Dios libera a las personas de sus cadenas, como lo hacen los legisladores, los abogados, los jueces y los jurados. Dios restaura la vista del ciego, como lo hacen los oftalmólogos, los optometristas y los que fabrican anteojos. Dios levanta a aquellos que no pueden levantarse por sí mismos, como lo hacen los terapistas físicos, los camilleros, los fabricantes de elevadores y los padres de bebés (Sal 146:8). El Señor cuida a los extranjeros, como lo hacen la policía y los trabajadores de seguridad, las azafatas, los salvavidas, los inspectores de salud y los que trabajan por el mantenimiento de la paz. Él cuida a los huérfanos y las viudas (Sal 146:9), como lo hacen los padres de acogida, los trabajadores que cuidan ancianos, los abogados familiares y los trabajadores sociales, los planeadores financieros y los trabajadores de las escuelas-internados. ¡Alabado sea el Señor! (Sal 146:10, NVI).

Salmo 147

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Dios reúne a los dispersos (Sal 147:2), como lo hacen los capellanes y los maestros en la prisión y los organizadores comunitarios. Él sana al quebrantado de corazón (Sal 147:3), como lo hacen los consejeros que ayudan en casos de duelo, los casamenteros, los humoristas y los cantantes de blues. Él cuenta las estrellas y les da nombres (Sal 147:4), como lo hacen los astrónomos, los navegantes y los narradores de historias. Su poder es abundante (Sal 147:5a), como sucede con los presidentes, los jefes, los almirantes, los padres y los presos políticos que se convierten en hombres de Estado. Él tiene un entendimiento infinito (Sal 147:5b), como es el caso de los maestros, los poetas, los pintores, los maquinistas, los operadores de sonares y las personas cuyo autismo les da un poder extraordinario para concentrarse en los detalles. Él sostiene al afligido, como lo hacen los activistas por los derechos civiles y los que donan para esta causa, y Él destruye el poder del malvado, como lo hacen los abogados, los informantes y todos aquellos que se alejan de los chismes y defienden a los compañeros de trabajo que reciben un trato injusto (Sal 147:6).

Dios prepara la tierra para el clima venidero (Sal 147:8), como lo hacen los meteorólogos, los investigadores del clima, los arquitectos y los constructores, y los que controlan el tránsito aéreo. Él alimenta los animales (Sal 147:9), como lo hacen los ganaderos, los pastores y los niños y niñas en las zonas rurales. Él fortalece las puertas, protege a los niños y preserva la paz en las fronteras (Sal 147:13-14a), como lo hacen los ingenieros, los soldados, los agentes de aduanas y los diplomáticos. Él prepara las mejores comidas (Sal 147:14b), como lo hacen los cocineros, los chefs, los panaderos, los enólogos, los cerveceros, los campesinos, los administradores del hogar y los padres de familia que tienen dos ocupaciones (principalmente mujeres), las personas que escriben blogs de recetas de cocina, los tenderos y los servidores. Él declara Su palabra —Sus estatutos y ordenanzas (Sal 147:19). ¡Alabado sea el Señor! (Sal 147:20, NVI).

Salmo 148

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A diferencia de los Salmos 146, 147 y 149, el Salmo 148 y el 150 no presentan a Dios en el trabajo, sino que van directamente a nuestra respuesta de alabanza por el trabajo que Él ya ha realizado. El Salmo 148 habla de la creación de Dios, como si la misma existencia de la creación fuera alabanza para Dios. “Alabad al Señor desde la tierra, monstruos marinos y todos los abismos; fuego y granizo, nieve y bruma; viento tempestuoso que cumple su palabra; los montes y todas las colinas; árboles frutales y todos los cedros; las fieras y todo el ganado; reptiles y aves que vuelan” (Sal 148:7-10). Su creación hace que nuestro trabajo sea fructífero, así que es justo que ofrezcamos todo nuestro trabajo como alabanza hacia Él. “Jóvenes y también doncellas; los ancianos junto con los niños. Alaben ellos el nombre del Señor” (Sal 148:12-13). ¡Alabado sea el Señor! (Sal 148:14, NVI).

Salmo 149

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Al Señor le agradan las canciones, el baile y la música de los instrumentos (Sal 149:2-3), así como a los músicos, los bailarines, los compositores, los que escriben canciones, los coreógrafos, los que componen la música cinematográfica, los bibliotecarios musicales, los maestros, los que trabajan y los que hacen donaciones en las organizaciones artísticas, los miembros de coros, los musicoterapeutas, los estudiantes que conforman grupos musicales, los coros y las orquestas, los grupos musicales de garaje, los cantantes de yodel, los trabajadores que cantan en el trabajo, los productores y los editores musicales, los youtubers, los disyóquey de hip hop, los letristas, los productores de audio, los afinadores de pianos, los fabricantes de kalimbas, los técnicos de acústica, los escritores de aplicaciones musicales y todos los que cantan en la ducha. Tal vez no existe una tarea humana que sea más universal y más variada que hacer música, y todo se deriva del mismo agrado de Dios por la música.

El Señor se deleita en Su pueblo (Sal 149:4a), así como lo hacen todos los buenos líderes, los miembros de familias, los que trabajan por la salud mental, los pastores, los vendedores, los guías turísticos, los entrenadores, los organizadores de fiestas y todos los que sirven a otras personas. Si las situaciones oprimen a otros o los sistemas imposibilitan que las personas se deleiten en otros, el Señor derrota a los opresores y reforma los sistemas (Sal 149:4b-9a), como lo hacen los reformadores corporativos y sociales, los periodistas, las mujeres y los hombres del común que se rehúsan a aceptar la situación actual, los psicólogos organizacionales y los profesionales de recursos humanos y —si las condiciones son extremas y es la única salida— los ejércitos, la armada, la fuerza aérea y sus comandantes. Cuando la justicia y el buen gobierno se restauran, la música puede comenzar de nuevo (Sal 149:6). ¡Alabado sea el Señor! (Sal 149:9b, NVI).

Salmo 150

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En el último salmo regresa la música como nuestra respuesta a los “hechos poderosos” en los que se basan todas nuestras actividades y el trabajo. Alabar a Dios con trompetas, liras y arpas, panderos, instrumentos de cuerda y flautas, címbalos —sonoros y resonantes— y danza. Este salmo es el clímax de cinco canciones llenas de trabajo y presenta el fin supremo de toda la colección de los salmos, dando la impresión de que la música en realidad es un trabajo importante. Sin embargo, no es solamente la música por sí misma, sino porque nos permite alabar al Señor con más fuerza. Podemos tomar esto tanto literal como metafóricamente. Desde la perspectiva literal, podríamos valorar un poco más de lo habitual la música, la danza y otras artes en la comunidad cristiana, ya que no siempre son bien recibidas la música (a excepción de un pequeño grupo de ciertos géneros) y las artes (que a veces ni se toman en cuenta). O al menos, podríamos valorar un poco más nuestra propia expresión musical y artística. Si no encontramos el tiempo para expresar nuestra propia creatividad artística, ¿es posible que estemos perdiendo el valor de las canciones que Dios pone en nuestros corazones?

De forma metafórica, nos podríamos preguntar si el Salmo 150 nos está invitando a abordar nuestro trabajo como si fuera un tipo de música. Probablemente, a todos nos gustaría disfrutar más armonía en nuestras relaciones, un ritmo más constante de trabajo y descanso, una atención a la belleza de nuestro trabajo y el de las personas con las que trabajamos. ¿Ver la belleza de nuestra labor nos ayudaría a superar los retos laborales, tales como las tentaciones éticas, el aburrimiento, las malas relaciones, la frustración y la baja productividad en momentos? Por ejemplo, imagine que su frustración hacia su jefe hace que se sienta tentado a dejar de hacer bien su trabajo. ¿Le ayudaría ver la belleza de su trabajo más allá de su relación con su jefe? ¿Qué clase de belleza le trae su trabajo al mundo? ¿Qué belleza percibe Dios en lo que usted hace? ¿Es eso suficiente para sostenerlo en tiempos difíciles o para guiarlo a hacer los cambios necesarios en su trabajo o en la manera en la que lo hace?

En cualquier caso, no importa cómo percibimos nuestra labor, ya que el propósito de Dios es que lo alabemos con nuestro trabajo. Los ciento cincuenta salmos de la Biblia cubren todos los aspectos de la vida y el trabajo, desde los terrores más oscuros hasta los anhelos más grandes. Algunos hablan de muerte y desespero y otros hablan de prosperidad y esperanza, pero la conclusión final del libro de los Salmos es la alabanza.

¡Que todo lo que respira alabe al Señor!
¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! (Salmos 150:6)