El trabajo del matrimonio, la crianza de hijos y el cuidado de los padres (Salmos 127, 128 y 139)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El trabajo del matrimonio, tener hijos y cuidar de los padres toma el protagonismo de nuevo en los Salmos 127, 128 y 139 (el trabajo de tener hijos también es un elemento importante en el Salmo 113, “La participación en el trabajo de Dios”). “Tu mujer será como fecunda vid en el interior de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa” (Sal 128:3). El esposo y la esposa participan en la clase de producción más fundamental: la reproducción. Aunque es evidente, la esposa realiza más trabajo en esta labor que el esposo. En la Biblia, este no es un rol menospreciado, sino que se percibe como uno esencial para la supervivencia y era digno de honra en el antiguo pueblo de Israel. Más allá de dar a la luz, las esposas por lo general administraban el hogar, lo que incluía la producción doméstica y la comercial (Pro 31:10-31).

La Biblia honra a aquellos que van al mar y a los que pastorean ovejas (ocupaciones tradicionalmente de hombres), así como a los que administran el hogar (una ocupación que era por tradición de las mujeres). Actualmente los roles del trabajo están mucho menos divididos de acuerdo con el sexo (excepto el manejo del hogar, el cual sigue a cargo de las mujeres principalmente[1]), pero el honor que se le otorga al matrimonio y al trabajo de las familias todavía está vigente.

Como cualquier forma de trabajo (¡y sí que es un trabajo!), tener hijos viene de Dios. “Porque Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre” (Sal 139:13). De igual manera, como con cualquier otra forma de trabajo, esto no significa que las tragedias que puedan ocurrir sean un castigo de Dios o una muestra de que Él nos abandonó. En cambio, tener hijos es una evidencia de la gracia de Dios para toda la humanidad en todo el mundo. Dios nos crea en el seno de nuestra madre y nos crea con un propósito. Nuestro derecho de nacimiento es hacer un trabajo de valor para Dios mismo.

Regresamos al Salmo 127 para el elemento final de este tema, el cual es que el trabajo de un hogar incluye el cuidado de aquellos cuya capacidad laboral disminuye por causa de su edad. “He aquí, don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre” (Sal 127:3). En el mundo antiguo, las personas no tenían planes de pensión institucionalizados o seguros de salud. Cuando envejecían, sus hijos proveían para ellos (el texto habla de “hijos”, ya que típicamente las hijas se casaban y pasaban a formar parte del hogar de la familia de sus esposos). En efecto, los hijos eran el plan de jubilación de una pareja, lo cual acercaba profundamente a las generaciones.

Puede parecer crudo poner en términos económicos el valor de criar hijos y hoy día, nos sentimos más cómodos hablando de las recompensas emocionales de tenerlos. De cualquier forma, este versículo enseña que los padres necesitan a los hijos tanto como los hijos necesitan a los padres, y que los hijos son un regalo de Dios, no una carga. Eso también nos recuerda toda la inversión que nuestros padres hicieron en nosotros —emocional, física, intelectual, creativa, económica y mucho más. Al crecer y cuando nuestros padres comienzan a depender de nosotros, es correcto que asumamos el trabajo de cuidarlos, lo cual podemos hacer de diferentes maneras.

La idea es simplemente que el mandato de Dios de honrar a nuestros padres (Éx 20:12) no es solamente una cuestión de actitud, sino también de trabajo y cuidado económico.

Man Yee Kan, Oriel Sullivan y Jonathan Gershuny, “Gender Convergence in Domestic Work: Discerning the Effects of Interactional and Institutional Barriers from Large-scale Data” [Convergencia de género en el trabajo doméstico: el discernimiento de los efectos de las barreras institucionales y de interacción a partir de datos a gran escala], Sociology [Sociología] 45, nº 2 (Abril 2011): 234-51.