Los amigos de Job lo acusan de hacer el mal (Job 4-23)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Lamentablemente, los amigos de Job no son capaces de sobrellevar el misterio de su sufrimiento, así que sacan conclusiones apresuradas acerca de la fuente de su aflicción. El primero de los tres es Elifaz, quien reconoce que Job ha sido fuente de fortaleza para otros (Job 4:3-4). Sin embargo, más adelante decide culpar directamente a Job de su sufrimiento, y le dice, “Recuerda ahora, ¿quién siendo inocente ha perecido jamás? ¿O dónde han sido destruidos los rectos? Por lo que yo he visto, los que aran iniquidad y los que siembran aflicción, eso siegan” (Job 4:7-8). El segundo amigo de Job es Bildad, quien dice casi lo mismo. “He aquí, Dios no rechaza al íntegro, ni sostiene a los malhechores” (Job 8:20). El tercer amigo, Zofar, repite prácticamente lo mismo. “Si en tu mano hay iniquidad y la alejas de ti y no permites que la maldad more en tus tiendas, entonces, ciertamente levantarás tu rostro sin mancha, estarás firme y no temerás. Tu vida será más radiante que el mediodía” (Job 11:14-15, 17).

El razonamiento de los tres es un silogismo. Dios solamente envía calamidades a las personas malvadas. Si usted ha sufrido una calamidad, entonces debe ser malvado. Job mismo no acepta este argumento falso, pero algunos cristianos sí lo hacen. Esta es una teología de retribución divina que da por sentado que Dios bendice a aquellos que le son fieles y castiga a quienes pecan. Esta afirmación no es completamente anti bíblica. Hay muchos casos en los que Dios envía calamidades como un castigo, como lo hizo en Sodoma (Gn 19:1-29). Con frecuencia, nuestras experiencias sí corroboran esta posición teológica ya que, en la mayoría de situaciones, las cosas salen mejor cuando seguimos las enseñanzas de Dios que cuando las olvidamos. Sin embargo, Dios no siempre trabaja de esa manera. Jesús mismo dijo que el desastre no es necesariamente una señal del juicio de Dios (Lc 13:4). En el caso de Job, sabemos que la teología de la retribución divina no es real porque Dios dice que Job es un hombre recto (Job 1:8; 2:3). El error devastador de los amigos de Job es que usan una generalización para la situación de Job sin saber de qué están hablando.

Cualquier persona que haya compartido tiempo con un amigo que esté sufriendo sabe lo difícil que es permanecer a su lado sin tratar de dar respuestas. Es insoportable sufrir en silencio con un amigo que debe reconstruir su vida pedazo a pedazo, sin ninguna certeza sobre el resultado. Nuestro instinto es investigar qué salió mal e identificar una solución. Además, creemos que podemos ayudarlo a eliminar la causa de su aflicción y volver a la normalidad lo más pronto posible. Al descubrir la causa, al menos sabremos cómo evitar el mismo destino. Preferimos encontrarle una razón al sufrimiento —sea correcta o incorrecta— antes que aceptar el misterio en la esencia del sufrimiento.

Si los amigos de Job sucumben ante esta tentación, sería necio creer que nosotros nunca lo haríamos. ¿Cuánto daño hemos causado los cristianos de buenas intenciones con nuestras respuestas al sufrimiento que, aunque suenan piadosas, son ignorantes porque no sabemos lo que decimos? “No hay mal que por bien no venga”, “es parte de plan de Dios”, o “Dios nunca permite más dificultades de las que cada uno puede manejar”. Por lo general, estas trivialidades son falsas y menosprecian el dolor de los demás. ¡Qué arrogante creer que sabemos cuál es el plan de Dios! Qué necio pensar que conocemos la razón por la que otra persona está sufriendo si ni siquiera conocemos la razón de nuestro propio sufrimiento. Sería más sincero —y mucho más útil— admitir, “No sé por qué te ocurrió esto. Quisiera que nadie tuviera que pasar por algo así”. Si somos capaces de hacer esto y seguir acompañando, nos podemos convertir en intermediarios de la compasión de Dios.

Los amigos de Job no pueden lamentarse con él ni reconocer que no tienen el criterio para juzgarlo. Están empecinados en defender a Dios acusando a Job (lo que hace que asuman el rol de Satanás). Al avanzar en sus discursos, la retórica de los amigos se vuelve cada vez más hostil. Enfrentan la elección autoimpuesta de culpar a Job o culpar a Dios y endurecen sus corazones contra el que era su amigo. Elifaz le dice, “¿No es grande tu maldad, y sin fin tus iniquidades?” (Job 22:5) y luego inventa algunas acciones malas que le atribuye a Job. “No dabas de beber agua al cansado, y le negabas pan al hambriento” (Job 22:7). “Despedías a las viudas con las manos vacías y quebrabas los brazos de los huérfanos” (Job 22:9).

El último discurso de Zofar señala que el malvado no disfrutará sus riquezas porque Dios hará que su estómago las vomite (Job 20:15); también dice que “Devuelve lo que ha ganado, no lo puede tragar; en cuanto a las riquezas de su comercio, no las puede disfrutar” (Job 20:18). Esta es una manera apropiada de corregir la mala conducta de un malvado, el cual “ha oprimido y abandonado a los pobres; se ha apoderado de una casa que no construyó” (Job 20:19). El lector sabe que este no es el caso de Job. ¿Por qué Zofar está tan empecinado en inculparlo? ¿A veces estamos muy dispuestos a seguir los pasos de Zofar cuando nuestros amigos enfrentan fracasos en el trabajo y en la vida?

El libro de Job exige que comparemos nuestra percepción con la de los amigos de Job. Nosotros también —probablemente— sabemos qué es correcto e incorrecto y tenemos cierta conciencia de las enseñanzas de Dios. Sin embargo, no conocemos todos los caminos de Dios, ya que aplican en toda época y lugar. “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; es muy elevado, no lo puedo alcanzar” (Sal 139:6). Usualmente, los caminos de Dios son un misterio que va más allá de nuestro entendimiento. ¿Es posible que también seamos culpables de hacer juicios ignorantes en contra de nuestros amigos o compañeros de trabajo?

Sin embargo, no siempre son nuestros amigos los que nos acusan. A diferencia de Job, muchos estamos listos para acusarnos a nosotros mismos. Cualquier persona que haya experimentado el fracaso puede haber considerado, “¿Qué he hecho para merecer esto?” Es natural y no del todo incorrecto. Algunas veces por simple pereza, datos incorrectos o incompetencia, tomamos malas decisiones que hacen que fallemos en el trabajo. Sin embargo, no todos los fracasos son el resultado directo de nuestras propias carencias, ya que muchos resultan de circunstancias que no podemos controlar. Los lugares de trabajo son complejos, con muchos factores que exigen nuestra atención, muchas situaciones ambiguas y muchas decisiones cuyos resultados son imposibles de predecir. ¿Cómo sabemos si estamos o no siguiendo los caminos de Dios todo el tiempo? ¿Cómo podemos saber con seguridad si nuestros éxitos y fracasos son el resultado de nuestras propias acciones o si son causados por otros factores? ¿Cómo podría un agente externo juzgar la rectitud de nuestras acciones sin conocer cada detalle íntimo de nuestra situación? De hecho, ¿cómo podríamos incluso juzgarnos a nosotros mismos con lo limitado que es nuestro propio conocimiento?