La intercesión de Cristo empodera nuestra vida y nuestro trabajo (Hebreos 7:1 - 10:18)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Los sacerdotes en el antiguo pueblo de Israel no solo ofrecían sacrificios por las personas, sino que también ofrecían oraciones de intercesión. De igual forma, Jesús ora por nosotros ante el trono de Dios (Heb 7:25). “Él [Jesús] también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos” (Heb 7:25). “Cristo no entró en un lugar santo hecho por manos, una representación del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora en la presencia de Dios por nosotros” (Heb 9:24). Necesitamos que Jesús esté intercediendo por nosotros “siempre” en la presencia de Dios porque seguimos pecando, no alcanzamos Sus estándares y nos desviamos. Nuestras acciones hablan mal de nosotros ante Dios, pero las palabras de Jesús sobre nosotros son palabras de amor ante el trono del Padre.

Para ponerlo en términos laborales, imagine el temor que podría tener un ingeniero joven cuando lo llaman a conocer al jefe del departamento de transporte estatal. ¿Qué podría decirle al jefe? Debe reconocer que el proyecto en el que está trabajando se ha retrasado y está por encima del presupuesto, lo que hace que tenga aún más temor. Pero entonces se entera de que su supervisor, un mentor estimado, también estará en la reunión. Y resulta que su supervisor es un gran amigo del jefe del departamento de transporte desde que estaban en la universidad. El mentor le dice al ingeniero, “no te preocupes, yo me encargo”. ¿El joven ingeniero no tendrá mucha más confianza para dirigirse al jefe en presencia del amigo del jefe?

Hebreos enfatiza que Jesús no es solo un sumo sacerdote, sino que también es un sumo sacerdote que es solidario con nosotros. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado” (Heb 4:15). En un versículo que mencionamos anteriormente, Jesús le habla a Dios de “un cuerpo has preparado para Mí” (Heb 10:5). Cristo vino en forma corporal genuinamente humana, y realmente vivió como uno de nosotros.

El autor considera que, para poder ser un sumo sacerdote fiel, Jesús debe tener la capacidad de compadecerse de las personas, y no podría hacerlo si no hubiera experimentado las mismas cosas que ellas experimentan. Y por eso dice claramente que Jesús aprendió obediencia. “Aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció” (Heb 5:8). Desde luego, esto no significa que Jesús tenía que aprender a obedecer de la forma en la que lo hacemos nosotros —dejando de desobedecer a Dios. Significa que debía experimentar el sufrimiento y la tentación de primera mano para calificar como sumo sacerdote. Otros versículos expresan la misma idea con un lenguaje igualmente expresivo, diciendo que el sufrimiento de Jesús lo “hiciera perfecto” (Heb 2:10; 5:9; 7:28). El significado completo de “perfecto” no solo es “intachable”, sino también “completo”. Jesús ya era intachable, pero para que calificara para ser nuestro sumo sacerdote, necesitaba que esos sufrimientos lo completaran para el trabajo. ¿De qué otra manera podría haberse identificado con nosotros en las luchas diarias en este mundo?

Lo que más nos anima aquí es que este sufrimiento y aprendizaje se dio en el contexto de la obra de Jesús. Él no viene como una clase de antropólogo teológico que “aprende” sobre el mundo de una forma distante y clínica, o como un turista que viene de visita. En cambio, se entrelaza en el tejido de la vida real humana, incluyendo el trabajo real humano. Cuando enfrentamos problemas en el trabajo, podemos acudir a nuestro sumo sacerdote compasivo, estando totalmente seguros de que Él conoce de primera mano lo que estamos experimentando.