“No codiciarás… Nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20:17; Deuteronomio 5:21)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El décimo mandamiento dice que no debemos codiciar “nada que sea del prójimo” (Dt 5:21). Ver lo que los demás poseen no es malo, ni tampoco desear obtenerlo legítimamente. La codicia se da cuando alguien ve la prosperidad, logros o talentos de otra persona y le causan resentimiento o se los quiere quitar, o quiere castigar a la persona exitosa. Lo que está prohibido no es el deseo de tener algo, es hacerle daño a otra persona, “al prójimo”.

Tenemos dos opciones: una es dejar que el éxito de los demás nos inspire y la otra es codiciar. La primera opción produce prudencia y el deseo de trabajar duro. La segunda produce pereza, genera excusas para el fracaso y desencadena actos de apropiación indebida. Nunca alcanzaremos el éxito si creemos que la vida es un juego de suma cero y que de alguna forma nos perjudica que a otros les vaya bien. Nunca haremos grandes cosas si, en vez de trabajar duro, nos dedicamos a soñar que los logros de otros son nuestros. Aquí de igual forma, la base primordial de este mandamiento es adorar únicamente a Dios. Si Dios es el centro de nuestra adoración, desearlo a Él reemplaza todo deseo impío y codicioso de cualquier otra cosa, incluyendo lo que le pertenece a nuestro prójimo. Como dice el apóstol Pablo, “he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación” (Fil 4:11).

Deuteronomio agrega a la lista de Éxodo de lo que no se debe codiciar las palabras “ni su campo”. Como en las demás añadiduras a los diez mandamientos en Deuteronomio, esta nos lleva a pensar en el trabajo. Los campos son lugares de trabajo y codiciar un campo es codiciar los recursos productivos que tiene otra persona.

La envidia y la codicia son realmente peligrosas especialmente en el trabajo, donde el estatus, el pago y el poder son factores rutinarios en nuestras relaciones con personas con las que pasamos bastante tiempo. Tal vez tengamos muchas razones buenas para desear el éxito, el progreso o la recompensa en el trabajo, pero la envidia no es una de ellas, y tampoco lo es trabajar obsesivamente por la posición social que esto pueda traer siendo motivados por la envidia.

Concretamente, en el trabajo enfrentamos la tentación de exagerar falsamente nuestros logros a costa de los demás. El antídoto es simple, aunque a veces difícil. Debemos reconocer los logros de otros y darles todo el crédito que merecen, y hacer de esta una práctica consistente. Cuando aprendemos a alegrarnos con los éxitos de los demás —o al menos a reconocerlos—, atacamos la esencia de la envidia y la codicia en el trabajo. Mejor aún, si aprendemos a trabajar para que nuestro éxito vaya mano a mano con el éxito de los demás, la codicia se reemplaza con la colaboración y la envidia con la unidad.

Leith Anderson, antiguo pastor de la iglesia Wooddale Church en Eden Prairie, Minnesota, dice “ser el pastor principal es como tener una provisión ilimitada de monedas en mi bolsillo. Cada vez que le doy crédito a un miembro del staff por una idea buena, elogio el trabajo de un voluntario o le doy gracias a alguien, es como si pusiera una de mis monedas en sus bolsillos. Ese es mi trabajo como líder, poner monedas de mi bolsillo en el bolsillo de otros, para aumentar el aprecio que otras personas tienen por ellos.”[1]

Reported by William Messenger from a conversation with Leith Anderson on October 20, 2004, in Charlotte, NC.