“No hurtarás” (Éxodo 20:15; Deuteronomio 5:19)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

El octavo mandamiento también toma el trabajo como tema principal. El robo es una vulneración del trabajo justo, ya que despoja a la víctima de los frutos de su labor. También es una violación del mandamiento de trabajar seis días a la semana, ya que en la mayoría de los casos, el robo funciona como un atajo para evitar el trabajo honesto, lo que nos muestra de nuevo la interrelación de los diez mandamientos. Así que podemos tomar esto como palabra de Dios: no debemos robarle a nuestros jefes, a nuestros compañeros ni otras personas en nuestro trabajo.

La idea misma del “robo” implica la existencia de propiedades y derechos de propiedad. Solo hay tres formas de adquirir cosas: crearlas, obtenerlas por medio del intercambio voluntario de bienes y servicios con otras personas (comercio o regalos), y conseguirlas a través de la apropiación indebida de bienes, categoría en la que el robo es la forma más evidente (cuando alguien toma algo que le pertenece a otra persona y se va). Sin embargo, la retención también ocurre a una escala mayor y más sofisticada cuando una compañía estafa a sus clientes o cuando un gobierno les ordena a sus ciudadanos que paguen impuestos que los llevarán a la ruina. Tales instituciones no respetan los derechos de propiedad. Aquí no estudiaremos lo que constituye el comercio justo y el monopolista ni la tributación legítima y la excesiva, pero el octavo mandamiento nos dice que ninguna sociedad puede prosperar cuando individuos, bandas criminales, compañías o gobiernos vulneran los derechos de propiedad con impunidad.

En términos prácticos, esto significa que el robo ocurre de muchas formas aparte de la tradicional de quitarle algo a alguien directamente. Incurrimos en hurto cuando tomamos algo de valor del dueño legítimo sin su consentimiento. Robar es malversar recursos o fondos para nuestro uso personal. Recurrir al engaño para realizar ventas, ganar cuota de mercado o aumentar los precios es robar, porque la falsedad implica que lo que se acuerda con el comprador no es la situación real  (consulte la sección sobre “La exageración” en Verdad y engaño para más información sobre este tema). De igual forma, robar es sacar beneficio económico aprovechándose del consentimiento que algunas personas pueden dar por causa de sus miedos, vulnerabilidad, indefensión o desesperación. Robar también es violar los derechos sobre patentes, derechos de autor y otras leyes de propiedad intelectual, ya que esto no permite que los dueños reciban el pago por su creación bajo los términos de la ley civil.

El respeto por la propiedad y los derechos de otros implica que no debemos tomar lo que es de ellos ni entrometernos en sus asuntos. Sin embargo, eso no significa que solo nos cuidemos a nosotros mismos. Deuteronomio 22:1 dice, “No verás extraviado el buey de tu hermano, o su oveja, sin que te ocupes de ellos; sin falta los llevarás a tu hermano”. Decir “no es de mi incumbencia” no es una excusa para la insensibilidad.

Desafortunadamente, parece que muchos empleos requieren que las personas se aprovechen de la ignorancia de otros o de su falta de alternativas, para forzarlos a participar en operaciones en las que de otra manera no lo harían. Algunas compañías, gobiernos, individuos, uniones y otros actores pueden usar su poder para forzar a otros a que acepten injusticias en cuanto a sus salarios, precios, términos financieros, condiciones laborales, horas de trabajo y otros factores. Aunque tal vez no robemos bancos, tiendas ni a nuestros jefes, es muy probable que estemos participando en prácticas injustas o poco éticas que privan a los demás de los derechos que deberían tener. Resistirnos a participar en estas prácticas puede ser difícil e incluso limitante en nuestras carreras, pero somos llamados a hacerlo a pesar de todo.