Los diez mandamientos (Deuteronomio 5:6-21)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Los diez mandamientos contribuyen en gran manera a la teología del trabajo. Estos describen los requerimientos esenciales del pacto de Israel con Dios y son los principios fundamentales que rigen la nación y el trabajo del pueblo. La exposición de Moisés comienza con la afirmación más memorable del libro, “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6:4-5). Como lo indicó Jesús siglos después, este es el mayor mandamiento de toda la Biblia. Entonces, Jesús agregó una cita de Levítico 19:18, “Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22:37-40). Aunque el “segundo” gran mandamiento no se expresa específicamente en Deuteronomio, veremos que los diez mandamientos sí nos llevan a amar a Dios y al prójimo.

El pasaje es casi idéntico al de Éxodo 20:1-17 —con algunas variaciones gramaticales—, excepto por algunas diferencias en el cuarto mandamiento (guardar el Sabbath), el quinto (honrar a padre y madre) y el décimo (la codicia). De forma sorprendente, las variaciones de estos mandamientos se tratan específicamente del trabajo. A continuación repetiremos el comentario de Éxodo y el trabajo con algunas añadiduras, explorando las variaciones entre los relatos de Éxodo y Deuteronomio.

“No tendrás otros dioses delante de Mí” (Deuteronomio 5:7; Éxodo 20:3)

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El primer mandamiento nos recuerda que todo lo que está en la Torá surge del amor que tenemos por Dios, lo que a su vez es una respuesta al amor que Él tiene por nosotros. Dios demostró este amor por medio de la liberación de Israel “de la casa de servidumbre” en Egipto (Dt 5:6). Nada en la vida debería interesarnos más que nuestro deseo de amar y ser amados por Dios. Si tenemos algún otro interés mayor que el de amar Dios, no se trata tanto de que estemos rompiendo las reglas de Dios, sino que en realidad no tenemos una relación con Él. El otro interés —ya sea dinero, poder, seguridad, reconocimiento, sexo o cualquier otro— se ha convertido en nuestro dios. Este dios falso tendrá sus propios mandamientos, los cuales no concuerdan con los de Dios, e inevitablemente incumpliremos la Torá al obedecer sus requerimientos. Obedecer los diez mandamientos solo es posible para aquellos que empiezan por adorar únicamente al Señor.

En el campo del trabajo, esto significa que no debemos permitir que el trabajo o sus requerimientos y frutos desplacen a Dios como nuestro mayor interés en la vida. Como dice David Gill, “nunca permita que nada ni nadie amenace con tomar el lugar principal de Dios en su vida”.[1]

Ya que la motivación principal de muchas personas en el trabajo es el beneficio económico, probablemente el deseo desmedido de dinero es el riesgo más común respecto al primer mandamiento. Jesús nos advirtió específicamente acerca de este peligro. “Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24). Sin embargo, casi todo lo relacionado con el trabajo se puede enredar con nuestros deseos, al punto de interferir con nuestro amor por Dios. ¿Cuántas carreras terminan de manera trágica porque los medios para alcanzar las metas por amor a Dios —tales como el poder político, la sostenibilidad financiera, el compromiso con el trabajo, la posición entre los pares, o el desempeño superior— se vuelven fines en sí mismos? Cuando por ejemplo, el reconocimiento en el trabajo se vuelve más importante que el carácter en el trabajo, ¿no es esta una señal de que la reputación está desplazando el amor a Dios al convertirse en el interés supremo?

David W. Gill, Doing Right: Practicing Ethical Principles [Hacer lo correcto: practicando principios éticos] (Downers Grove, IL: IVP Books, 2004), 83. El libro de Gill contiene una exégesis y aplicación extendida de los diez mandamientos en el mundo moderno.

“No te harás ídolo” (Deuteronomio 5:8; Éxodo 20:4)

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El segundo mandamiento plantea el problema de la idolatría. Los ídolos son dioses que creamos nosotros mismos, dioses que pensamos que pueden satisfacer nuestros deseos. En tiempos antiguos, la idolatría se evidenciaba en la adoración de objetos físicos, pero el problema realmente radica en la confianza y la devoción. ¿En qué basamos principalmente nuestra esperanza de bienestar y éxito? Cualquier cosa que no sea capaz de hacer efectiva nuestra esperanza —quiere decir, nada aparte de Dios— es un ídolo, sea o no un objeto físico. La historia de una familia que forja un ídolo con la intención de manipular a Dios y las desastrosas consecuencias personales, sociales y económicas que esto causó, se relatan de forma memorable en Jueces 17 al 21.

En el mundo del trabajo, es común y correcto señalar que el dinero, la fama y el poder son ídolos potenciales. Estos como tal no representan ídolos, y de hecho pueden ser necesarios para que desempeñemos nuestros roles en el trabajo creativo y redentor de Dios en el mundo. Aun así, cuando nos imaginamos que al lograrlos garantizamos nuestra seguridad y prosperidad, hemos comenzado a caer en idolatría. La idolatría comienza cuando ponemos nuestra confianza y esperanza en estas cosas más que en Dios. Lo mismo puede ocurrir con casi todos los demás elementos del éxito, incluyendo la preparación, el trabajo duro, la creatividad, el riesgo, la riqueza y otros recursos, e incluso las oportunidades. ¿Somos capaces de reconocer cuando comenzamos a idolatrar estas cosas? Por la gracia de Dios podemos vencer la tentación de adorarlas y ponerlas en el lugar del Señor.

“No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano” (Deuteronomio 5:11; Éxodo 20:7)

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El tercer mandamiento le prohíbe al pueblo darle un uso indebido al nombre de Dios. Esto no se limita al nombre “YHWH” (Dt 5:11), sino que incluye “Dios”, “Jesús”, “Cristo”, etc. Pero, ¿qué significa tomar Su nombre en vano? Por supuesto, esto incluye el uso irrespetuoso al maldecir, calumniar y blasfemar. Pero de igual forma, incluye el atribuirle a Dios los designios humanos equivocadamente. Esto nos prohíbe declarar que nuestras acciones o decisiones tienen la autoridad de Dios. Lamentablemente, pareciera que algunos cristianos creen que seguir a Dios en el trabajo consiste en hablar de Dios basándose en su comprensión individual, en vez de hacerlo trabajando con otros de forma respetuosa o haciéndose responsables de sus actos. Es muy peligroso decir, “es la voluntad de Dios que…” o “Dios te está impulsando a…”, y casi nunca es válido cuando lo dice alguien sin el discernimiento de la comunidad de la fe (1Ts 5:20-21). Desde este punto de vista, la renuencia tradicional judía a pronunciar incluso la palabra en español “Dios” —y aún más el nombre divino como tal— demuestra una sabiduría que con frecuencia le falta a los cristianos. Si fuéramos un poco más cuidadosos de no usar la palabra Dios a la ligera, tal vez seríamos más prudentes al afirmar que sabemos cuál es la voluntad de Dios, especialmente cuando aplica para otras personas.

El tercer mandamiento también nos recuerda que respetar los nombres de los seres humanos es importante para Dios. El Buen Pastor “llama a Sus ovejas por su nombre” (Jn 10:3) y al mismo tiempo nos advierte que si llamamos a otra persona “idiota”, entonces corremos “peligro de caer en los fuegos del infierno” (Mt 5:22 NTV). Teniendo esto en cuenta, no deberíamos usar de forma incorrecta los nombres de otras personas ni llamarlas con apelativos irrespetuosos. Es indebido usar los nombres de las personas para maldecir, humillar, oprimir, excluir y defraudar. Le damos un uso correcto a los nombres cuando los usamos para animar, agradecer, sembrar solidaridad y recibir a otros. Tan solo memorizar el nombre de alguien y decirlo es una bendición, especialmente si a él o ella los tratan con frecuencia como anónimos, invisibles o insignificantes. ¿Usted sabe cuál es el nombre de la persona que vacía su bote de basura, responde su llamada de servicio al cliente, o conduce su autobús? Los nombres de las personas no son el mismo nombre del Señor pero sí son los nombres de aquellos que han sido creados a Su imagen.

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Deuteronomio 5:12; Éxodo 20:8-11)

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El asunto del Sabbath es complejo, no solo en los libros de Deuteronomio y Éxodo y en el Antiguo Testamento, sino también en la teología y la práctica cristiana. La manera concreta en la que los creyentes gentiles deben aplicar el cuarto mandamiento ha sido un tema de debate desde la época del Nuevo Testamento (Ro 14:5-6). Sin embargo, el principio general del Sabbath se aplica directamente al tema del trabajo.

El Sabbath y nuestro trabajo (Deuteronomy 5:13)

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La primera parte del mandamiento ordena que cesen las labores durante uno de siete días. Por una parte, este era un regalo inigualable para ellos. Ningún otro pueblo antiguo tenía el privilegio de descansar durante uno de siete días. Por otra parte, este requería una confianza extraordinaria en la provisión de Dios. Seis días de trabajo debían ser suficientes para sembrar, recoger la cosecha, llevar el agua, tejer las telas y tomar su sustento de la creación. Mientras que Israel descansaba un día de cada semana, las naciones alrededor seguían forjando sus espadas, arreglando sus flechas y entrenando soldados. Israel tuvo que confiar que Dios no dejaría que un día de descanso los llevara a la catástrofe económica y militar.

Actualmente, nosotros enfrentamos el mismo tema de confianza en la provisión de Dios. Si acatamos el mandamiento de guardar el ciclo propio de Dios de trabajo y descanso, ¿seremos capaces de competir en la economía moderna? ¿Debemos dedicarle siete días a mantener un trabajo (o dos o tres), limpiar la casa, preparar las comidas, cortar el césped, lavar el auto, pagar las cuentas, terminar el trabajo escolar y comprar la ropa, o podemos confiar en que Dios proveerá para nosotros incluso si nos tomamos un día cada semana? ¿Podemos dedicarle tiempo a adorar a Dios, orar y reunirnos con otros para estudiar y animarnos y, si lo hacemos, eso nos hará más o menos productivos en general? El cuarto mandamiento no explica cómo Dios hará que todo nos salga bien, simplemente nos dice que descansemos un día de cada siete.

Los cristianos han traducido el día de descanso como el día del Señor (el domingo, el día de la resurrección de Cristo), pero la esencia de Sabbath no es escoger un día en particular de la semana por encima de otro (Ro 14:5-6). La polaridad que realmente es la base del Sabbath es trabajo y descanso. Tanto el trabajo como el descanso están incluidos en el cuarto mandamiento: “Seis días trabajarás y harás todo tu trabajo” (Dt 5:13). Los seis días de trabajo hacen parte del mandamiento, igual que el día de descanso. Aunque muchos cristianos corren peligro de permitir que el trabajo disminuya el tiempo reservado para el descanso, otros están en peligro de lo opuesto, de reducir el tiempo de trabajo y tratar de vivir una vida de ocio y derroche. Esto es incluso peor que incumplir el Sabbath, ya que “si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1Ti 5:8). Lo que necesitamos son periodos de tiempo y lugares tanto para trabajar como para descansar, lo que es bueno para nosotros, nuestra familia, nuestros trabajadores y nuestros visitantes. Esto puede o no incluir veinticuatro horas continuas de descanso el domingo (o el sábado). Las proporciones pueden cambiar de acuerdo con las necesidades temporales o las necesidades cambiantes de las temporadas de la vida.

Si nuestro principal peligro es el exceso de trabajo, debemos encontrar una forma de honrar el cuarto mandamiento sin instituir un legalismo nuevo y falso, poniendo lo espiritual (la adoración los domingos) contra lo secular (el trabajo de lunes a sábado). Si nuestro peligro es eludir el trabajo, debemos aprender a encontrar gozo y significado en nuestra labor, como un servicio para Dios y nuestro prójimo (Ef 4:28).

El Sabbath y el trabajo de nuestros empleados

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La mayoría de las diferencias entre las dos versiones de los diez mandamientos son las adiciones al cuarto mandamiento en Deuteronomio. Primero, la lista de aquellos que no se deben obligar a trabajar en el Sabbath se amplía, incluyendo “ni tu buey, ni tu asno, ni ninguno de tus animales” (Dt 5:14a). Segundo, se agrega una razón por la cual no se debe forzar a los esclavos a trabajar ese día: “para que tu siervo y tu sierva también descansen como tú. Y acuérdate que fuiste esclavo en la tierra de Egipto” (Dt 5:14b-15a). Finalmente, se añade un recordatorio de que la capacidad de descansar de forma segura en medio de la competencia militar y económica contra otras naciones es un regalo de Dios, quien protege a Israel “con mano fuerte y brazo extendido” (Dt 5:15b).

Una distinción importante entre los dos textos sobre este mandamiento es que uno se basa en la creación y el otro en la redención. En Éxodo, el Sabbath se basa en los seis días de la creación seguidos de un día de descanso (Gn 1:3-2:3). Deuteronomio agrega el elemento de la redención de Dios. “El Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y brazo extendido; por lo tanto, el Señor tu Dios te ha ordenado que guardes el día de reposo” (Dt 5:15). Al integrarlos, vemos que las bases para guardar el Sabbath son tanto la forma en la que Dios nos creó como la forma en la que nos redimió.

Estas añadiduras resaltan el interés de Dios por aquellos que trabajan bajo la autoridad de otros. No solo es un deber descansar, también se les debe dar descanso a aquellos que trabajan bajo su autoridad, sus esclavos, otros israelitas e incluso los animales. Cuando usted “recuerda que fue esclavo en la tierra de Egipto”, no ve su propio descanso como un privilegio especial, sino que se acuerda de que le debe dar descanso a otros, así como el Señor se lo dio a usted. No importa qué religión profesen o lo que decidan hacer con el tiempo. Ellos son trabajadores y Dios nos manda que les permitamos descansar a quienes trabajan. Tal vez estemos acostumbrados a pensar en guardar el Sabbath para descansar nosotros mismos pero, ¿qué tanto pensamos en darle descanso a aquellos que trabajan para servirnos? Muchas personas trabajan en horas que interfieren con sus relaciones, sus ritmos de sueño y oportunidades sociales con el fin de hacer que la vida sea más cómoda para otros.

Las llamadas “leyes azules” que alguna vez protegieron a las personas —o las estorbaron, depende del punto de vista— para que no trabajaran todo el tiempo, han desaparecido en la mayoría de países desarrollados. Sin duda, esto les ha dado muchas oportunidades nuevas a los trabajadores y a los empleadores. Pero, ¿siempre deberíamos hacer parte de esto? Cuando compramos en una tienda tarde en la noche, jugamos golf los domingos en la mañana o vemos eventos deportivos que no terminan cuando pasa la medianoche, ¿consideramos cómo pueden verse afectados quienes están trabajando a esas horas? Tal vez nuestras acciones ayudan a crear una oportunidad laboral que no existiría de otra manera, pero por otra parte, puede que simplemente estemos exigiendo que alguien trabaje a una hora espantosa aunque hubiera podido hacerlo en un horario más conveniente.

La cadena de restaurantes de comida rápida Chick-fil-A es reconocida porque cierra los domingos. Con frecuencia se cree que esto se debe a la interpretación que le da el fundador Truett Cathy al cuarto mandamiento, pero de acuerdo con el sitio web de la compañía, “su decisión fue tanto práctica como espiritual. Él cree que todos los trabajadores de la franquicia de Chick-fil-A y los empleados en los restaurantes deben tener la oportunidad de descansar, pasar tiempo con su familia y amigos y practicar una religión si eso quieren”. Por supuesto, interpretar el cuarto mandamiento como una forma de cuidar a sus empleados es una interpretación particular, pero no es sectaria o legalista. La cuestión es compleja y no hay una respuesta universal, pero sí podemos tomar decisiones como consumidores y (en algunos casos) como empleadores que afectan las horas y las condiciones del trabajo y el descanso de otras personas.

“Honra a tu padre y a tu madre” (Deuteronomio 5:16; Éxodo 20:12)

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El quinto mandamiento dice que debemos respetar la autoridad más básica entre los seres humanos: la de los padres sobre los hijos. Dicho de otro modo, ser padres es uno de los trabajos más importantes que hay en el mundo y merece y requiere el más grande respeto. Hay muchas maneras de honrar (o deshonrar) a padre y madre. En el tiempo de Jesús, los fariseos querían restringirlo a hablar bien de los padres, pero Jesús señaló que obedecer este mandamiento requiere trabajar para proveer para los padres (Mr 7:9-13). Honramos a otros cuando trabajamos para su bien.

Para muchas personas, las buenas relaciones con los padres son una de las alegrías de la vida; servirlos amorosamente es un deleite y obedecer esto es fácil. Pero este mandamiento nos pone a prueba cuando nos resulta difícil trabajar para el beneficio de nuestros padres. Tal vez no hayamos recibido el mejor trato o cuidado de parte de ellos. Puede que sean controladores o entrometidos. Es posible que estar cerca de ellos perjudique nuestra auto-imagen, nuestro compromiso con nuestros cónyuges (incluyendo las responsabilidades bajo el tercer mandamiento), e incluso nuestra relación con Dios.  Aunque tengamos una buena relación con nuestros padres, puede que en algún momento cuidarlos sea una gran carga, simplemente por causa del tiempo y del trabajo que requiere. Si la edad o la demencia les roba la memoria, sus capacidades y su naturaleza bondadosa, cuidarlos se puede convertir en una aflicción profunda.

Con todo, el quinto mandamiento viene con una promesa, “para que tus días sean prolongados y te vaya bien en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Dt 5:16). Al honrar verdaderamente a los padres, los hijos aprenden el respeto verdadero en todas las demás relaciones, incluyendo las que tendrán en sus futuros lugares de trabajo. Obedecer este mandato hace que tengamos una vida larga y que nos vaya bien porque desarrollar buenas relaciones de respeto y autoridad es esencial para el éxito individual y el orden social.

Ya que esta es una instrucción de trabajar por el beneficio de los padres, es un mandato que de forma inherente se relaciona con el lugar de trabajo. Puede que allí sea donde ganamos dinero para sustentarlos o puede ser el lugar en el que les ayudamos en las tareas diarias. Los dos son trabajo. Cuando tomamos un empleo porque nos permite vivir cerca de ellos, enviarles dinero, hacer uso de los valores y talentos que desarrollaron en nosotros o lograr cosas que nos enseñaron que son importantes, los estamos honrando. Cuando limitamos nuestra carrera para poder estar con ellos, ayudarles a limpiar y cocinar, darles un baño y abrazarlos, llevarlos a los lugares que les gustan, o disminuir sus miedos, los estamos honrando.

Consecuentemente, los padres tienen el deber de ser dignos de confianza, respeto y obediencia. Criar hijos es un trabajo y ningún lugar de trabajo requiere estándares más altos de confiabilidad, compasión, justicia y equidad. Como lo dice el apóstol Pablo, “padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor” (Ef 6:4). Solo por la gracia de Dios se puede servir debidamente como padre, lo que indica una vez más que la adoración a Dios y la obediencia a sus caminos es la base de todo Deuteronomio.

En nuestro lugar de trabajo podemos ayudarles a otras personas a cumplir el quinto mandamiento y podemos obedecerlo nosotros mismos. Podemos recordar que tanto empleados, como clientes, compañeros de trabajo, jefes, proveedores y los demás también tienen familias, y entonces podemos adecuar nuestras expectativas para apoyarlos en su labor de honrar a sus familias. Cuando otros hablan o se quejan de sus luchas con sus padres, podemos escucharlos con compasión, apoyarlos de forma práctica (por ejemplo, ofreciéndonos a tomar un turno para que puedan estar con sus padres) o tal vez ofrecer una perspectiva piadosa para que ellos la consideren. Por ejemplo, si un colega que está enfocado en su carrera nos revela una crisis familiar, tenemos la oportunidad de orar por su familia y recomendarle que considere ajustar su tiempo familiar y laboral.

“No matarás” (Deuteronomio 5:17; Éxodo 20:13)

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Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).[1] Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).Desafortunadamente, el sexto mandamiento tiene una aplicación demasiado práctica en el lugar de trabajo moderno, en donde el diez por ciento de las muertes relacionadas con el trabajo son asesinatos (en los Estados Unidos).

El asesinato no es la única forma de violencia en el lugar de trabajo, solo es la más extrema. Una forma más práctica de verlo es recordar que Jesús dijo que incluso la ira es una violación del sexto mandamiento (Mt 5:21-22). Como lo señaló Pablo, puede que no seamos capaces de prevenir el sentimiento de la ira, pero sí podemos aprender a sobrellevarlo. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Ef 4:26). Entonces, puede que la implicación más importante del sexto mandamiento para el trabajo sea, “si te enojas en el trabajo, pide ayuda para manejar la ira”. Muchos empleados, iglesias, gobiernos estatales y locales y organizaciones sin ánimo de lucro ofrecen clases y consejería en el manejo de la ira, y hacer uso de esto puede ser una forma altamente efectiva de obedecer el sexto mandamiento.

Quitarle la vida a alguien intencionalmente es lo que definimos como asesinato, pero la ley derivada de casos que surge del sexto mandamiento también nos muestra la obligación de prevenir las muertes no intencionales. Un caso particularmente gráfico es cuando una persona era corneada por un buey (un animal que hace parte de trabajo) y esto le causaba la muerte (Éx 21:28-29). Si el evento era predecible, el dueño del buey debía ser tratado como un asesino. En otras palabras, los dueños o administradores son responsables de garantizar la seguridad en el trabajo dentro de lo posible. Este principio está bien establecido legalmente en la mayoría de países, y la seguridad laboral es objeto de vigilancia gubernamental, autorregulación por parte de la industria y políticas y prácticas organizacionales. A pesar de esto, muchos tipos de trabajo siguen exigiendo o permitiendo que los trabajadores realicen sus labores en condiciones innecesariamente inseguras. El sexto mandamiento les recuerda a los cristianos cuyo rol está relacionado con el establecimiento de condiciones de trabajo, supervisión de trabajadores o el diseño de prácticas laborales, que las condiciones seguras de trabajo deben estar entre sus más altas prioridades en el mundo laboral.

Ficha informativa: tiroteos en el trabajo en el año 2010, United States Department of Labor [Departamento de trabajo de los Estados Unidos], Bureau of Labor Statistics [Oficina de estadísticas laborales], http://www.bls.gov/iif/oshwc/cfoi/osar0014.htm.

“No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:18)

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El trabajo es uno de los lugares más comunes en donde ocurre el adulterio, no necesariamente porque suceda en el sitio como tal, sino porque surge de las condiciones de trabajo y las relaciones con los compañeros. Por esto, la primera aplicación en el lugar de trabajo es literal: una persona casada no debe tener relaciones sexuales en su trabajo o como consecuencia de este con alguien que no sea su cónyuge. Algunos trabajos, tales como la prostitución y la pornografía, casi siempre incumplen este mandamiento, ya que en muchos casos conducen a que personas casadas tengan relaciones sexuales con alguien que no es su cónyuge. Cualquier clase de trabajo que debilite el vínculo matrimonial infringe el séptimo mandamiento. Hay muchas maneras en las que esto puede ocurrir: en un trabajo que fomenta fuertes vínculos emocionales entre compañeros y no favorece de manera adecuada el compromiso con los cónyuges, como puede ocurrir en hospitales, en iniciativas de emprendimiento, instituciones académicas o iglesias, entre otros lugares; con unas condiciones laborales que lleven a las personas a tener un contacto físico cercano por periodos extensos de tiempo o que fallen en promover límites razonables para los encuentros fuera del horario laboral, como puede pasar en trabajos extensos de campo; un trabajo que expone a las personas al acoso sexual y a la presión de tener relaciones sexuales con los que están al mando; el trabajo que exagera el ego o expone a la adulación, como puede ocurrir con las celebridades, atletas famosos, titanes de negocios, oficiales del gobierno de alto rango y personas adineradas; un trabajo que demande tanto tiempo lejos del cónyuge (física, mental o emocionalmente) que corroa los lazos entre esposos. Todos estos ejemplos pueden representar riesgos para los cristianos, quienes deben reconocerlos, evitarlos, mitigarlos o prevenirlos.

“No hurtarás” (Éxodo 20:15; Deuteronomio 5:19)

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El octavo mandamiento también toma el trabajo como tema principal. El robo es una vulneración del trabajo justo, ya que despoja a la víctima de los frutos de su labor. También es una violación del mandamiento de trabajar seis días a la semana, ya que en la mayoría de los casos, el robo funciona como un atajo para evitar el trabajo honesto, lo que nos muestra de nuevo la interrelación de los diez mandamientos. Así que podemos tomar esto como palabra de Dios: no debemos robarle a nuestros jefes, a nuestros compañeros ni otras personas en nuestro trabajo.

La idea misma del “robo” implica la existencia de propiedades y derechos de propiedad. Solo hay tres formas de adquirir cosas: crearlas, obtenerlas por medio del intercambio voluntario de bienes y servicios con otras personas (comercio o regalos), y conseguirlas a través de la apropiación indebida de bienes, categoría en la que el robo es la forma más evidente (cuando alguien toma algo que le pertenece a otra persona y se va). Sin embargo, la retención también ocurre a una escala mayor y más sofisticada cuando una compañía estafa a sus clientes o cuando un gobierno les ordena a sus ciudadanos que paguen impuestos que los llevarán a la ruina. Tales instituciones no respetan los derechos de propiedad. Aquí no estudiaremos lo que constituye el comercio justo y el monopolista ni la tributación legítima y la excesiva, pero el octavo mandamiento nos dice que ninguna sociedad puede prosperar cuando individuos, bandas criminales, compañías o gobiernos vulneran los derechos de propiedad con impunidad.

En términos prácticos, esto significa que el robo ocurre de muchas formas aparte de la tradicional de quitarle algo a alguien directamente. Incurrimos en hurto cuando tomamos algo de valor del dueño legítimo sin su consentimiento. Robar es malversar recursos o fondos para nuestro uso personal. Recurrir al engaño para realizar ventas, ganar cuota de mercado o aumentar los precios es robar, porque la falsedad implica que lo que se acuerda con el comprador no es la situación real  (consulte la sección sobre “La exageración” en Verdad y engaño para más información sobre este tema). De igual forma, robar es sacar beneficio económico aprovechándose del consentimiento que algunas personas pueden dar por causa de sus miedos, vulnerabilidad, indefensión o desesperación. Robar también es violar los derechos sobre patentes, derechos de autor y otras leyes de propiedad intelectual, ya que esto no permite que los dueños reciban el pago por su creación bajo los términos de la ley civil.

El respeto por la propiedad y los derechos de otros implica que no debemos tomar lo que es de ellos ni entrometernos en sus asuntos. Sin embargo, eso no significa que solo nos cuidemos a nosotros mismos. Deuteronomio 22:1 dice, “No verás extraviado el buey de tu hermano, o su oveja, sin que te ocupes de ellos; sin falta los llevarás a tu hermano”. Decir “no es de mi incumbencia” no es una excusa para la insensibilidad.

Desafortunadamente, parece que muchos empleos requieren que las personas se aprovechen de la ignorancia de otros o de su falta de alternativas, para forzarlos a participar en operaciones en las que de otra manera no lo harían. Algunas compañías, gobiernos, individuos, uniones y otros actores pueden usar su poder para forzar a otros a que acepten injusticias en cuanto a sus salarios, precios, términos financieros, condiciones laborales, horas de trabajo y otros factores. Aunque tal vez no robemos bancos, tiendas ni a nuestros jefes, es muy probable que estemos participando en prácticas injustas o poco éticas que privan a los demás de los derechos que deberían tener. Resistirnos a participar en estas prácticas puede ser difícil e incluso limitante en nuestras carreras, pero somos llamados a hacerlo a pesar de todo.

“No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Éxodo 20:16; Deuteronomio 5:20)

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El noveno mandamiento honra el derecho a la reputación.[1] Este se aplica de forma significativa en los procedimientos legales, en donde lo que las personas dicen describe la realidad y determina el rumbo de vidas humanas. Las decisiones judiciales y los demás procesos legales tienen un gran poder; por lo tanto, manipularlos constituye una ofensa bastante grave ya que le resta valor al tejido ético social. Walter Brueggemann dice que este mandamiento reconoce “que la vida en comunidad no es posible a menos que exista un escenario en donde el público confíe que se describirá y reportará fiablemente la realidad social”.[2]

Aunque se formula en lenguaje judicial, el noveno mandamiento también aplica a un amplio rango de situaciones que se relacionan con prácticamente todos los aspectos de la vida. Nunca debemos decir ni hacer algo que distorsione la imagen de otra persona. Brueggemann aporta más ideas al respecto:

Los políticos buscan destruirse unos a otros en campañas negativas; los columnistas chismosos alimentan la calumnia; y en las salas de estar de los cristianos, se destruyen o manchan reputaciones mientras se disfruta de una taza de café servida con un postre en vajillas finas. Estas son en realidad salas de tribunal que funcionan sin el proceso que dicta la ley. Se hacen acusaciones; se permiten los rumores; se expresan calumnias, perjurio y comentarios difamatorios sin ninguna objeción. Sin evidencias, sin defensa. Como cristianos, debemos abstenernos de participar o tolerar cualquier conversación en la que se difame una persona que no esté allí para defenderse. No es correcto difundir rumores de ninguna manera, ni como peticiones de oración o preocupaciones pastorales. Más que simplemente no participar, los cristianos deben detener los rumores y a aquellos que los divulgan.[3]

Esto también sugiere que el chisme en el trabajo es una ofensa seria. Algunas veces, los rumores se relacionan con temas personales externos al trabajo, lo cual ya es bastante cruel. Pero, ¿qué hay de los casos en los que un empleado mancha la reputación de un compañero de trabajo? ¿Realmente se puede encontrar la verdad cuando aquellos que son objeto de las habladurías no están allí para hablar por sí mismos? ¿Y qué hay de las evaluaciones de rendimiento? ¿Qué garantías deben existir para asegurar que los reportes son justos y precisos? A mayor escala, la industria de mercadeo y publicidad opera en el espacio público entre organizaciones e individuos. En aras de presentar los productos propios y servicios de la mejor manera, ¿hasta qué punto se pueden indicar los defectos y debilidades de los competidores sin incorporar la perspectiva de ellos? ¿Los derechos de “su prójimo” pueden incluir los derechos de otras compañías? En realidad, el alcance de nuestra economía global sugiere que este mandato puede tener una aplicación bastante amplia.

El mandamiento prohíbe específicamente decir algo falso sobre otra persona, pero a partir de esto surge el interrogante de si debemos decir la verdad en toda situación. ¿Incumplir el noveno mandamiento también es emitir estados financieros falsos o engañosos? ¿Qué hay de la publicidad que aunque no desprestigia con falsedad a la competencia, es exagerada? ¿Qué hay de las garantías de la gerencia que engañan a los empleados sobre los despidos inminentes? En un mundo en el que con frecuencia la percepción cuenta como realidad, puede que a la retórica de la persuasión le importe poco la verdad. El origen divino del noveno mandamiento nos recuerda que Dios no puede ser burlado. Al mismo tiempo, reconocemos que algunas veces el engaño se practica, se acepta e incluso se aprueba en el relato de las Escrituras. Una teología completa sobre la verdad y el engaño se debe basar tanto en el noveno mandamiento como en otros textos  (consulte Verdad y engaño  para una discusión más amplia acerca de este tema, incluyendo si la prohibición de “falso testimonio contra su prójimo” incluye todas las formas de mentir y engañar).

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus” [El libro de Éxodo] en vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus [La biblia del nuevo intérprete: de Génesis a Levítico] (Nashville: Abingdon Press, 1994), 431.

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus” [El libro de Éxodo] en vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus [La biblia del nuevo intérprete: de Génesis a Levítico] (Nashville: Abingdon Press, 1994), 848.

Walter Brueggemann, “The Book of Exodus” [El libro de Éxodo] en vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus [La biblia del nuevo intérprete: de Génesis a Levítico] (Nashville: Abingdon Press, 1994), 432.

“No codiciarás… Nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20:17; Deuteronomio 5:21)

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El décimo mandamiento dice que no debemos codiciar “nada que sea del prójimo” (Dt 5:21). Ver lo que los demás poseen no es malo, ni tampoco desear obtenerlo legítimamente. La codicia se da cuando alguien ve la prosperidad, logros o talentos de otra persona y le causan resentimiento o se los quiere quitar, o quiere castigar a la persona exitosa. Lo que está prohibido no es el deseo de tener algo, es hacerle daño a otra persona, “al prójimo”.

Tenemos dos opciones: una es dejar que el éxito de los demás nos inspire y la otra es codiciar. La primera opción produce prudencia y el deseo de trabajar duro. La segunda produce pereza, genera excusas para el fracaso y desencadena actos de apropiación indebida. Nunca alcanzaremos el éxito si creemos que la vida es un juego de suma cero y que de alguna forma nos perjudica que a otros les vaya bien. Nunca haremos grandes cosas si, en vez de trabajar duro, nos dedicamos a soñar que los logros de otros son nuestros. Aquí de igual forma, la base primordial de este mandamiento es adorar únicamente a Dios. Si Dios es el centro de nuestra adoración, desearlo a Él reemplaza todo deseo impío y codicioso de cualquier otra cosa, incluyendo lo que le pertenece a nuestro prójimo. Como dice el apóstol Pablo, “he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación” (Fil 4:11).

Deuteronomio agrega a la lista de Éxodo de lo que no se debe codiciar las palabras “ni su campo”. Como en las demás añadiduras a los diez mandamientos en Deuteronomio, esta nos lleva a pensar en el trabajo. Los campos son lugares de trabajo y codiciar un campo es codiciar los recursos productivos que tiene otra persona.

La envidia y la codicia son realmente peligrosas especialmente en el trabajo, donde el estatus, el pago y el poder son factores rutinarios en nuestras relaciones con personas con las que pasamos bastante tiempo. Tal vez tengamos muchas razones buenas para desear el éxito, el progreso o la recompensa en el trabajo, pero la envidia no es una de ellas, y tampoco lo es trabajar obsesivamente por la posición social que esto pueda traer siendo motivados por la envidia.

Concretamente, en el trabajo enfrentamos la tentación de exagerar falsamente nuestros logros a costa de los demás. El antídoto es simple, aunque a veces difícil. Debemos reconocer los logros de otros y darles todo el crédito que merecen, y hacer de esta una práctica consistente. Cuando aprendemos a alegrarnos con los éxitos de los demás —o al menos a reconocerlos—, atacamos la esencia de la envidia y la codicia en el trabajo. Mejor aún, si aprendemos a trabajar para que nuestro éxito vaya mano a mano con el éxito de los demás, la codicia se reemplaza con la colaboración y la envidia con la unidad.

Leith Anderson, antiguo pastor de la iglesia Wooddale Church en Eden Prairie, Minnesota, dice “ser el pastor principal es como tener una provisión ilimitada de monedas en mi bolsillo. Cada vez que le doy crédito a un miembro del staff por una idea buena, elogio el trabajo de un voluntario o le doy gracias a alguien, es como si pusiera una de mis monedas en sus bolsillos. Ese es mi trabajo como líder, poner monedas de mi bolsillo en el bolsillo de otros, para aumentar el aprecio que otras personas tienen por ellos.”[1]

Reported by William Messenger from a conversation with Leith Anderson on October 20, 2004, in Charlotte, NC.