Extranjeros residentes y sacerdotes (1 Pedro 1:1 - 2:12)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

En la primera frase de esta carta, Pedro se dirige a sus lectores como “los expatriados… elegidos” (1P 1:1), una frase que anuncia el que será todo el mensaje de Pedro. Esta frase tiene dos partes, “expatriados” y “elegidos”.

Si usted es ciudadano del reino, es un exiliado, porque el mundo que lo rodea actualmente no está bajo el gobierno de Cristo. Está viviendo bajo un gobierno extranjero. Mientras espera el regreso de Cristo, su verdadera ciudadanía en el reino de Jesús está “reservada en los cielos” para usted (1P 1:4). Así como los expatriados en cualquier país, puede que no disfrute del amparo de los gobernantes de la tierra donde vive. Cristo mismo vino a esta tierra pero fue “desechado por los hombres” (1P 2:4), por lo que todos los ciudadanos de Su reino debemos esperar el mismo trato. No obstante, Dios nos ha llamado a permanecer aquí, a ser residentes en esta tierra extranjera mientras realizamos el trabajo de Cristo (1P 1:15–17).

Aunque se plantea en una metáfora política, la exposición de Pedro contiene terminología laboral: “obra” (1P 1:17), “oro o plata” (1P 1:18), “probado por fuego” (1P 1:7), “purificado” (1P 1:22) y “edificados como casa” (1P 2:5). Los términos laborales que usa Pedro nos recuerdan que vivimos en un mundo de trabajo y que tenemos que encontrar la manera de seguir a Cristo en medio del mundo laboral que nos rodea.

Habiendo descrito lo que significa ser “expatriados”, Pedro pasa al otro término de 1 Pedro 1:1: “elegidos”. Si usted es cristiano, ha sido elegido por Dios. ¿Con qué propósito? Ser uno de los sacerdotes de Dios en la tierra extranjera en la que habita. “Como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1P 2:5). El título de sacerdote o “real sacerdocio” se repite en 1 Pedro 2:9.

Los sacerdotes en el antiguo pueblo de Israel ofrecían sacrificios por Israel y bendiciones

Antes de continuar, debemos entender lo que significaba ser un sacerdote en el antiguo pueblo de Israel. Los sacerdotes realizaban dos funciones principales: ofrecían sacrificios en el templo de Jerusalén y daban la bendición sacerdotal.[1] Con el fin de llevar a cabo su labor de ofrecer sacrificios, los sacerdotes debían tener la capacidad de entrar a las partes internas del templo y —una vez al año, en el caso de sumo sacerdote— entrar al lugar santísimo ante la presencia misma de Dios. Para poder dar la bendición sacerdotal, los sacerdotes tenían que hablar en nombre de Dios mismo. Estas dos tareas demandaban que los sacerdotes entraran a la presencia de Dios. A su vez, esto requería una pureza o santidad excepcional, ya que en la presencia de Dios no podía haber nada impuro o contaminado.[2] Los sacerdotes servían medio tiempo de acuerdo con un sistema de rotación (Lc 1:8) y tenían trabajos comunes que eran sus medios principales de sustento. No podían aislarse de la vida cotidiana, sino que debían mantener la pureza a pesar de la suciedad y corrupción del mundo.(Para más información acerca de los sacerdotes en israel, ver  Números y el trabajo.)

Los cristianos como sacerdotes ofrecen sacrificio y bendiciones para los que lo necesitan

Entonces, que Pedro llame a los cristianos “sacerdocio santo” (1P 2:5) y “real sacerdocio” (1P 2:9) no significa que todos los cristianos deban considerarse a sí mismos como pastores profesionales. No significa que convertirse en evangelista o misionero es la mejor manera de cumplir el llamado de Dios de ser un pueblo escogido. Significa que los cristianos debemos tener una vida de pureza excepcional en cualquiera que sea nuestro medio de subsistencia. Solo de esa manera podemos ofrecerle sacrificios a Dios y bendecir de parte del Señor a las personas a nuestro alrededor.

Pedro lo afirma de una forma directa: “Amados, os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma. Mantened entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que os calumnian como malhechores, ellos, por razón de vuestras buenas obras, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación” (1P 2:11–12). (Note el interés por glorificar la presencia de Dios “en el día de la visitación”).

Evidentemente, los cristianos no realizamos el mismo sacrificio que los sacerdotes judíos (no sacrificamos animales). En cambio, hacemos la clase de sacrificio que hizo nuestro Señor: el sacrificio personal por el beneficio de los que lo necesitan. Pedro dice, “para este propósito habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis Sus pisadas” (1P 2:21). Esto no se debe tomar de forma literal como la muerte en una cruz, sino que se debe entender como “sacrificios espirituales” (1P 2:5) —es decir, actos realizados a costa de uno mismo en beneficio de los que lo necesitan (1P 4:10). Nuestros lugares de trabajo ofrecen oportunidades a diario para los sacrificios propios, ya sean grandes o pequeños.

Este breve análisis de 1 Pedro 1:3–2:10 completa la imagen que dibuja Pedro cuando les llama “expatriados… elegidos” a sus lectores. El término “expatriados” implica que vivimos esta vocación como residentes extranjeros en una tierra que todavía no es nuestro hogar: un lugar caracterizado por la injusticia y la corrupción sistémica. El término “elegidos” afirma que los seguidores de Jesús —“un real sacerdocio”— tienen el llamado de un sacerdote de ser bendición para el mundo, especialmente a través del sacrificio propio.

Dios ordenó que los sacerdotes dieran la bendición sacerdotal en Números 6:23–24, la cual consiste en lo que se declara en Números 6:24–26, “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer Su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti Su rostro, y te dé paz”.

Para consultar más sobre la santidad de Dios y la necesidad consecuente de la santidad humana en Su presencia, ver Levítico 11:44–45. Para más información sobre el proceso exhaustivo de purificación y consagración del sumo sacerdote en el día de la expiación, ver Levítico 11:44–45 y Levítico 16.