La Dama Sabiduría y el «principio de la sabiduría» (Proverbios 1:20-32; 9:10)

Artículo / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Tal vez estemos familiarizados con las mujeres y situaciones reales del Antiguo Testamento. Pero la Biblia también nos llama a moldear nuestras vidas conforme a los valores de una mujer «ideal» a la que encontramos tan pronto como abrimos el libro de Proverbios. Se la llama Dama Sabiduría y ella «clama en la calle, en las plazas alza su voz; clama en las esquinas de las calles concurridas…: “la complacencia de los necios los destruirá. Pero el que me escucha vivirá seguro, y descansará, sin temor al mal”» (Proverbios 1:20-21, 32-33).

Los primeros nueve capítulos del libro de Proverbios contrastan a la Dama Sabiduría con una mujer necia. Si queremos ser sabios en nuestra forma de vivir, se nos dice que escuchemos a la Dama Sabiduría, no a la mujer falta de madurez o sensatez.

A lo largo de la Biblia, el concepto de la sabiduría se describe como la inteligencia que lleva a vivir bien la vida. Una persona sabia usa esta combinación de conocimiento adquirido y experiencia de vida para tomar buenas decisiones que conducen a resultados positivos. El Oxford English Dictionary define la sabiduría como «la capacidad de juzgar correctamente en asuntos relativos a la vida y la conducta». Aquí la sabiduría es más que conocimiento; es un prerrequisito para una vida exitosa.

Proverbios 9:10 nos dice que para adquirir sabiduría hay un punto de partida que no podemos ignorar. «El principio de la sabiduría es el temor del Señor, y el conocimiento del Santo es inteligencia». A fin de ver de qué manera un «temor» de Dios conduce a la sabiduría, primero debemos desarmar la palabra «temor». El «temor del Señor» en la Biblia nunca es «terror». Siempre significa vivir en asombro, no solo por la soberanía de Dios, sino también por su bondad y misericordia. Cuando vivimos en asombro por Dios, aprendemos a ser sabios. Comenzamos a ver la vida desde el punto de vista de las eternidades. Nos enfocamos en el largo plazo, no solo en el siguiente paso.

El Antiguo Testamento nos da muchos ejemplos de mujeres que tomaron decisiones sabias porque temían a Dios. Sifra y Puá temían a Dios, y eso les dio tanto la sabiduría como el valor para desafiar al Faraón (Éxodo 1:15-21). Rahab corrió un riesgo al ponerse del lado de un ejército enemigo porque se convenció de que el Señor «es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra» (Josué 2:11). Débora sabía que fue Dios quien envió una tormenta que destruyó el ejército enemigo (Jueces 5:4). Rut, una moabita pagana, dejó su pueblo y emigró a una tierra extraña porque aceptó al Dios de su suegra Noemí (Rut 1:16). Abigail persuadió a David recordándole que mediante la intervención de ella «el Señor te ha impedido derramar sangre y vengarte por tu propia mano» (1 Samuel 25:26). Hulda les habló intrépidamente al rey y sus cortesanos, comenzando cuatro veces con las palabras «así dice el Señor» (2 Reyes 22:14-20). Ester negoció la paz para su pueblo cuando entendió que Dios la había llevado a su posición real «para una ocasión como esta» (Ester 4:13-14).

Conocer a Dios es la puerta hacia una perspectiva de la vida que cambia nuestros pensamientos, acciones y objetivos. En efecto, cuando conocemos a Dios, cambia toda nuestra orientación hacia la vida. Así que, ¿cómo llegamos a conocer a Dios? No tenemos que especular al respecto. Jesús vino de Dios, asumiendo la carne y la sangre humanas, para revelarnos a Dios. Cuando Felipe le pidió a Jesús que le mostrara a él y a los demás discípulos «al Padre» (Dios), Jesús respondió: «¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9). El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Colosas, señaló que Jesús «es la imagen del Dios invisible» (Colosenses 1:15). La carta a los Hebreos inicia con la declaración de que Jesús «es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder» (Hebreos 1:3).

El Dios invisible se ha hecho visible en Jesús. Así que, si queremos conocer a Dios podemos leer los cuatro Evangelios y escuchar a Jesús atentamente. A partir de sus enseñanzas aprendemos que Dios es infinitamente paciente con nosotros. De sus acciones aprendemos que el corazón de Dios está con las personas en los márgenes de la vida. De su vida aprendemos que Dios nos ama tanto que estuvo dispuesto a morir por nosotros. De alguna manera, cuando vemos la misericordia y la gracia de Dios representada ante nuestros ojos en los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento, esto nos cambia. Vislumbramos aquello que realmente importa en la vida. Nos volvemos sabios.

La Dama Sabiduría todavía clama en las calles de nuestras ciudades, llamándonos a seguir a otra batuta. Esa batuta es la de Jesús, Dios encarnado, quien nos da una perspectiva diferente de la vida, un compás diferente. Cuando perdamos el ritmo, su ejemplo remodelará nuestros pensamientos y acciones. Si procuramos seriamente ponerle atención a Jesús, ello nos cambiará por completo.