Ester: una joven de harem se convierte en una poderosa reina (Ester 4)

Artículo / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Ester era una mujer que pensaba que no tenía ninguna influencia sobre su esposo o sobre asuntos de importancia. No obstante, una situación desesperada la obligó a captar la atención, y allí se dio cuenta de que tenía más poder del que pensaba; en efecto, el poder para cambiar el clima político para todos los judíos en Persia.

A la conquista de Judá por parte de los babilonios pronto le siguió la conquista de Babilonia por parte de los medos y los persas. El libro bíblico de Ester comienza con los judíos en el exilio de setenta años bajo el gobierno de un caprichoso y despótico rey persa que los historiadores conocen como Jerjes. La mano derecha del rey era Amán, un hombre aun más malvado que el rey. Él odiaba a los judíos, en especial a un judío en particular llamado Mardoqueo. El negocio de Mardoqueo estaba ubicado justo fuera de las puertas del palacio, y cada vez que Amán entraba a palacio, tenía que pasar junto a un hombre que rehusaba inclinarse ante él. Ansioso por deshacerse de este judío rebelde, tramó un plan para sacar del reino a todos los hebreos.

Entretanto, el rey tenía otro problema: su reina, Vasti, había rehusado el requerimiento del rey de exhibir su belleza ante un bullicioso grupo de hombres borrachos que celebraban con el rey. Semejante impertinencia debía ser castigada, y Vasti fue depuesta como reina. Pero ¿quién la sucedería? Se celebró un concurso de belleza para encontrar a las vírgenes más bellas de las 127 provincias de Persia, y la sobrina de Mardoqueo, Ester, estaba entre las que fueron llevadas a palacio para someterse al tratamiento de belleza de un año requerido antes de presentarse ante el rey. Al final, Ester terminó primera en el concurso y fue coronada reina del imperio. El único dato sobre ella que se mantuvo oculto fue que era judía.

Mientras tanto, Amán consiguió convencer a Jerjes de que el 13 de diciembre de ese año todo judío en el Imperio Persa debía ser muerto. Dado que la ley de los medos y los persas era irreversible, una vez que Jerjes firmara el edicto (sin saber que su reina era una de los odiados judíos), nada podía revocarlo.

Cuando Ester se enteró del decreto, le envió la noticia a Mardoqueo, quien respondió: «No pienses que estando en el palacio del rey solo tú escaparás entre todos los judíos. Porque si permaneces callada en este tiempo, alivio y liberación vendrán de otro lugar para los judíos, pero tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para una ocasión como esta tú habrás llegado a ser reina?» (Ester 4:13-14).

Esta asustada joven de harem ascendida a reina no podía imaginar que ella pudiera hacer algo acerca del decreto, pero finalmente aceptó visitar al rey, declarándole a Mardoqueo: «¡Y si perezco, perezco!» (Ester 4:16). Ester tenía que tomar una decisión. Podía seguir ocultando su origen judío y pasar el resto de sus días como primera dama del harem de Jerjes. O podía arriesgar la vida y hacer lo posible por salvar a su pueblo. Ella llegó a entender que su elevada posición no era solo un privilegio para disfrutar, sino una alta responsabilidad para usar para salvar a otros. Su pueblo estaba en peligro, y el problema de ellos se volvió su propio problema, porque ella estaba en la mejor posición para hacer algo al respecto.

A pesar de que había sido formada para ser una sumisa joven de harem, Ester, la mujer ezer, cobró fuerza interior para tomar una postura por el bien de otros.

En el breve libro de Ester puedes leer las arriesgadas acciones que realizó Ester para persuadir al rey que emitiera un decreto que otorgaba a los judíos el derecho a defenderse el 13 de diciembre. En el proceso, la reina del harem llegó a ser una mujer poderosa. Desde el capítulo 4 hasta el final del libro, vemos a una fuerte mujer ezer enfrentando a un villano y ejerciendo la política de formas sin precedentes para las mujeres de aquella cultura.

A veces como mujeres deploramos la pequeñez de nuestros desafíos y los límites de nuestra influencia. Tal vez sintamos que nuestra utilidad para Dios es limitada. Pero podemos recordar que el Dios soberano tiene su mano sobre nuestra vida y sabe qué somos capaces de hacer. Lo que sea que Dios esté poniendo en tus manos hacer hoy, mañana o la próxima semana nunca carece de sentido, nunca caree de significación. Dios te ha traído a tu posición y lugar actual en la vida: «¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para un momento como este!».