Trabajando como ciudadanos del reino de Dios (Mateo 1-4)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Vivimos en lo que los teólogos llaman “el ya pero todavía no”. El reino de los cielos ya fue inaugurado por Jesús en Su ministerio terrenal, pero no se ha completado  definitivamente —no hasta que Cristo regrese en persona como Rey. Mientras tanto, nuestras vidas —incluyendo nuestro trabajo, esparcimiento, adoración, gozo y aflicción —están enmarcadas por la realidad de vivir en un mundo que todavía está sujeto a las costumbres antiguas y corruptas de la Caída (Gn 3), pero que ha sido reivindicado por su verdadero Señor, Cristo. Como cristianos, reconocemos totalmente que Jesús es nuestro Señor y ahora, nuestros hábitos en la tierra deben reflejar el reino venidero de los cielos. Esto no significa alardear de que somos más piadosos que otros, sino aceptar el reto de crecer en los caminos de Dios. Dios llama a Su pueblo a que tome muchos roles y ocupaciones diferentes en la tierra y en todos ellos, debemos demostrar con nuestra vida la verdadera realidad: el reino de Dios que viene del cielo a la tierra.

Al mismo tiempo, no podemos escapar a los males del mundo que trajo la Caída, incluyendo la muerte (1Co 15:15–26), el pecado (Jn 1:29) y Satanás (Ap 12:9). Jesús mismo experimentó un sufrimiento terrible aunque temporal a manos de hombres pecadores y a nosotros también nos puede ocurrir. En el ámbito laboral podemos sufrir bastante por causa del trabajo forzado, el desempleo permanente o incluso la muerte por causas relacionadas con el trabajo. O puede que pasemos sufrimientos de formas más pequeñas al tratar con compañeros de trabajo difíciles, condiciones laborales desagradables, ascensos merecidos pero no recibidos o miles de otros contratiempos. A veces sufrimos por causa de las consecuencias de nuestro pecado en el trabajo. Puede que otras personas sufran mucho más que nosotros, pero todos podemos aprender a partir del Evangelio de Mateo cómo vivir como seguidores de Cristo en un mundo caído.

¿Por qué debemos escuchar a Jesús? (Mateo 1-2)

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Los primeros capítulos del Evangelio de Mateo narran una serie de historias que pasan rápidamente de una a otra, y que demuestran que Jesús es el Señor y que Su venida inaugura el reino de los cielos en la tierra. Dichas historias explican quién es Jesús en términos de las profecías que se cumplen en Él (el Mesías) y muestran que Su entrada al mundo es el epicentro del trato de Dios con la humanidad. El Evangelio de Mateo comienza con una descripción de la genealogía y el nacimiento de Jesús: el bebé en un pesebre de Belén hace parte de la descendencia de David, el gran rey de Israel, y es un verdadero hebreo, cuya ascendencia se remonta hasta Abraham (Mt 1:1–2:23). Con cada historia, las referencias de Mateo a las escrituras del Antiguo Testamento muestran cómo la venida de Jesús refleja un texto antiguo en particular. [1] Le prestamos atención a las palabras de Jesús porque Él es el ungido de Dios, el Mesías prometido, Dios hecho carne en este mundo (Jn 1:14).

Por ejemplo, Mateo 1:18–25 se refiere a Isaías 7:14; Mateo 2:1–6 a Miqueas 5:1–3, 2 Samuel 5:3 y 1 Crónicas 11:2; y Mateo 2:13–15 a Oseas 11:1.

El llamado de Jesús (Mateo 3-4)

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Entre el capítulo 2 y el 3 han pasado casi treinta años. Juan el Bautista revela la verdadera identidad de Jesús, anunciando a las multitudes en el río Jordán que es el Hijo de Dios (Mt 3:17). Luego Jesús, después de que Juan lo bautizara, resiste exitosamente las tentaciones de Satanás en el desierto (Mt 4:1–11), a diferencia de Adán y los israelitas, quienes habían pecado. (Para más información acerca de las tentaciones de Jesús, ver “Lucas 4:1–13” más adelante, en “Lucas y el trabajo”). En esto, vemos las raíces antiguas del reino venidero: es “Israel” como lo diseñó Dios originalmente. Y vemos sus aspectos revolucionarios, ya que trae victoria sobre el príncipe del mundo caído.world.

El trabajo es un elemento fundamental del diseño de Dios para el mundo. Cuando Dios creó a Adán, le dio trabajo que hacer de inmediato (Gn 2:15) y a lo largo del Antiguo Testamento, al pueblo de Dios también se le dio trabajo que hacer (Éx 20:9). No debería sorprendernos que Jesús también fue un trabajador (Mt 13:55). El bautismo de Jesús, Sus tentaciones en el desierto y Su experiencia laboral previa como carpintero lo preparó para el trabajo público que iba a comenzar (Mt 4:12).

Aquí encontramos el primer pasaje que habla directamente de la cuestión del llamado. Poco después de que Jesús comenzara a predicar la venida del reino de los cielos, llama a los primeros cuatro de Sus discípulos a seguirlo (Mt 4:18–21). Otros respondieron a Su llamado más adelante, formando el grupo de los Doce —el grupo de los que fueron llamados aparte por Jesús para servir siendo Sus estudiantes cercanos y los primeros siervos líderes del pueblo renovado de Dios (consultar Mt 10:1–4; 19:28; Ef 2:19–21). A cada uno de los Doce se le pide abandonar su ocupación, salario y relaciones anteriores con el fin de viajar con Jesús por toda Galilea. (Los sacrificios personales, familiares y sociales que esto requirió se discuten en “Marcos 1:16–20” en “Marcos y el trabajo”). Jesús no les ofrece una seguridad o lazos familiares a estos ni a los demás seguidores. Cuando más adelante llama a Mateo, el recaudador de impuestos, la consecuencia es que Mateo deja su trabajo de  recaudador (Mt 9:9).[1]

¿Si Jesús nos llama quiere decir que debemos dejar de trabajar en nuestro empleo actual y convertirnos en predicadores, pastores o misioneros? ¿Este pasaje nos enseña que el discipulado significa abandonar las redes y los barcos, el serrucho y el cincel, la nómina y las ganancias?

La respuesta es no. Este pasaje describe lo que les pasó a cuatro hombres junto al Mar de Galilea ese día, pero no impone lo mismo para todos los seguidores de Jesucristo. Para los Doce, seguir a Jesús sí implicaba dejar sus profesiones y sus familias con el fin de viajar predicando con su Maestro itinerante. Tanto entonces como ahora, hay profesiones que requieren sacrificios similares como el servicio militar, el comercio marítimo o la diplomacia, entre muchos otros. Al mismo tiempo, sabemos que incluso durante el ministerio terrenal de Jesús, no todos lo que verdaderamente creyeron en Él renunciaron a sus trabajos para seguirlo. Él tuvo muchos seguidores que permanecieron en sus casas y sus ocupaciones y con frecuencia, usó sus habilidades con el fin de proveer alimento, alojamiento y apoyo financiero para Él y Sus acompañantes (por ejemplo, Simón el leproso en Mr 14:3 o María, Marta y Lázaro en Lc 10:38, Jn 12:1–2). Muchas veces ellos les dieron entrada a sus comunidades locales, algo que sus compañeros de viaje no habrían podido hacer. Es interesante que Zaqueo también era recaudador de impuestos (Lc 19:1–10) y aunque su vida como recaudador fue transformada por Jesús, no vemos evidencia de que fuera llamado a dejar su profesión.

Pero este pasaje también nos lleva a una verdad más profunda acerca de nuestro trabajo y de seguir a Cristo. Tal vez no tengamos que dejar nuestros trabajos, pero tenemos que dejar de ser leales a nosotros mismos o a cualquier persona o sistema que sea contrario a los propósitos de Dios. En cierto sentido, nos convertimos en agentes dobles para el reino de Dios. Puede que permanezcamos en nuestro lugar de trabajo y que sigamos realizando las mismas tareas, pero ahora usamos nuestro trabajo para servir al nuevo reino y a nuestro nuevo Amo. Seguimos trabajando para traer el dinero a casa, pero a un nivel más profundo también trabajamos para servir a otras personas, como lo hizo nuestro Maestro. Cuando usted sirve a otros por causa de su lealtad a Cristo, “es a Cristo el Señor a quien servís”, como lo dice Pablo (Col 3:24).

Esto es más radical de lo que parece a simple vista. Es un reto en nuestro trabajo. En la medida de lo posible, debemos trabajar en pro del florecimiento humano, ya sea por medio de nuestro aporte al continuar con nuestro mandato de la creación o nuestro aporte al cumplir el mandato de la redención. En pocas palabras, llevamos a cabo lo que respalda los sueños de los demás y lo que trae la sanidad del quebrantamiento a nuestro alrededor.

Entonces, vemos que aunque puede que el llamado de Jesús no cambie lo que hacemos para ganarnos la vida, siempre cambia porqué trabajamos. Como seguidores de Jesús, trabajamos principalmente para servirle a Él. A su vez, esto produce un cambio en cómo trabajamos y especialmente cómo tratamos a otras personas. Los métodos del nuevo Rey incluyen la compasión, justicia, verdad y misericordia; los del antiguo príncipe de este mundo son la devastación, la apatía, la opresión, el engaño y la venganza, los cuales ya no pueden hacer parte de nuestro trabajo. Esto es más difícil de lo que parece y nunca debemos pensar que lo podremos hacer en nuestras propias fuerzas. Las prácticas que se requieren para vivir y trabajar con estos nuevos métodos solamente pueden emanar del poder o la bendición de Dios en nuestro trabajo, como se planteará en los capítulos 5 al 7.

Vemos el mismo llamado a un cambio radical de vida en el mandato que Jesús le da a un discípulo potencial: “deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8:18–22). Como lo dijo R. T. France, “aparentemente, el reino de los cielos requiere un grado de fanatismo el cual está dispuesto a alterar los ritmos comunes de la vida social”. R. T. France, The Gospel of Matthew [El Evangelio de Mateo], New International Commentary on the New Testament [Nuevo comentario internacional del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 2007), 331.