“Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios” (Mateo 5:8)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

La sexta bienaventuranza hace eco de Salmos 24:3–5:

¿Quién subirá al monte del Señor?
¿Y quién podrá estar en Su lugar santo?
El de manos limpias y corazón puro;
el que no ha alzado su alma a la falsedad,
ni jurado con engaño.
Ese recibirá bendición del Señor,
y justicia del Dios de su salvación.

Las “manos limpias y corazón puro” denotan integridad, unicidad de devoción, lealtad indivisible. La integridad va mucho más allá de evitar el engaño y el mal comportamiento. La raíz de la integridad es ser uno solo, lo que significa que nuestras acciones no son elecciones que tomamos o nos quitamos cuando parezca conveniente, sino que surgen del todo de nuestro ser. Note que Jesús pronuncia la bendición de ser puro de corazón no inmediatamente después de la bendición del hambre de justicia, sino después de la de mostrar misericordia. La pureza de corazón no surge de la perfección de nuestra voluntad, sino de la recepción de la gracia de Dios.

Podemos determinar cuánto de esta bendición hemos recibido preguntándonos a nosotros mismos: ¿cómo es mi compromiso con la integridad cuando me es posible eludir las consecuencias de un engaño? ¿Me rehúso a dejar que mi opinión sobre otra persona sea formada por el chisme y las insinuaciones, sin importar lo interesantes que puedan sonar? ¿Hasta qué punto mis acciones y palabras son reflejos veraces de lo que hay en mi corazón?

Es difícil argumentar en contra de la integridad personal en el lugar de trabajo, pero en un mundo caído, se convierte en el blanco de las bromas. Igual que la misericordia y la humildad, puede ser vista como una debilidad, pero la persona íntegra es la que “verá a Dios”. Aunque la Biblia es clara respecto a que Dios es invisible y “habita en luz inaccesible” (1Ti 1:17; 6:16), el puro de corazón puede percibir y sentir la realidad de Dios en esta vida. En realidad, sin integridad, los engaños que propagamos en contra de otros nos vuelven incapaces de percibir la verdad eventualmente. Se vuelve inevitable que comencemos a creer nuestras propias mentiras y esto lleva a la ruina en el lugar de trabajo, porque el trabajo que se basa en lo irreal pronto se convierte en algo ineficaz. El impuro no tiene deseo de ver a Dios, pero aquellos que son parte del reino de Cristo son bendecidos porque ven la realidad como verdaderamente es, incluyendo la realidad de Dios.