La generosidad: el secreto para acabar con el control de la riqueza (Lc 10:38–42; 14:12–14; 24:13–35)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Lo anterior indica que el arma secreta de Dios es la generosidad. Si por el poder de Dios usted puede ser generoso, la riqueza comienza a perder su control sobre usted. Ya hemos visto el trabajo profundo de la generosidad en el corazón de la viuda pobre. Es mucho más difícil para el rico ser generoso, pero Jesús enseña cómo es posible la generosidad para ellos también. Un camino crucial hacia la generosidad es dar a quienes son demasiado pobres como para devolver.

Y [Jesús] dijo también al que le había convidado: Cuando ofrezcas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos a su vez también te conviden y tengas ya tu recompensa. Antes bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos. (Lc 14:12–14)

La generosidad que gana favores no es generosidad sino compra de favores. La generosidad real es dar cuando no es posible que le devuelvan el dinero y esto es lo que es recompensado en la eternidad. Por supuesto, la recompensa en el cielo podría tomarse como una clase de gratificación tardía en vez de verdadera generosidad: usted da porque espera que le paguen en la resurrección y no en la vida terrenal. Esta parece una clase de compra de favores más sabia, pero sigue siendo compra de favores. Las palabras de Jesús no excluyen la interpretación de la generosidad como una compra de favores eterna, pero hay una interpretación más profunda y satisfactoria. La verdadera generosidad —la que no espera recibir un pago en esta vida o en la eternidad— destruye el control de la riqueza que desplaza a Dios. Cuando usted da dinero, el dinero pierde control sobre usted, pero solo si pone el dinero fuera de su alcance de forma permanente. Esta es una realidad psicológica, así como una realidad material y espiritual. La generosidad permite que haya espacio para que Dios sea su Dios de nuevo, lo que lleva a la verdadera recompensa de la resurrección: la vida eterna con Dios.