Cuestiones fiscales (Lucas 19:1-10; 20:20-26)

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Todo el tiempo, Lucas ha identificado a Jesús como la persona que trae el gobierno de Dios a la tierra. En el capítulo 19, las personas de Jerusalén finalmente lo reconocen como un rey. Mientras entra al pueblo en un pollino, la multitud bordea el camino y alaba diciendo: “¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (Lc 19:38). Como sabemos, el reino de Dios abarca todo en la vida, y los temas que Jesús escoge para discutir inmediatamente antes y después de Su entrada a Jerusalén tienen que ver con los impuestos y las inversiones.

Zaqueo, el recaudador de impuestos (Lucas 19:1–10)

En su camino hacia Jerusalén, al pasar por Jericó, Jesús se encuentra con un recaudador de impuestos llamado Zaqueo, que está sentado en un árbol para poder ver mejor a Jesús. Jesús le dice, “Zaqueo, date prisa y desciende, porque hoy debo quedarme en tu casa” (Lc 19:5). El encuentro con Jesús cambia profundamente la forma en la que Zaqueo trabaja. Como todos los recaudadores de impuestos en los estados clientes de Roma, Zaqueo ganaba su dinero gracias a que les cobraba más de lo debido a los ciudadanos por sus impuestos. Aunque esto era lo que ahora podríamos llamar “la práctica estándar de la industria”, se basaba en el engaño, la intimidación y la corrupción. Una vez que Zaqueo entra al reino de Dios, ya no puede seguir trabajando de esa manera. “Y Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes daré a los pobres, y si en algo he defraudado a alguno, se lo restituiré cuadruplicado” (Lc 19:8). El pasaje no nos dice exactamente cómo —o si— seguiría ganándose la vida, porque eso es irrelevante. Como ciudadano del reino de Dios, no puede participar en prácticas de negocios que van en contra de los caminos de Dios.

Darle a Dios lo que es de Dios (Lucas 20:20–26)

Después del pasaje de la bienvenida de Jesús como rey en Jerusalén, encontramos un incidente en Lucas que se ha usado con frecuencia de forma equivocada para separar el mundo del trabajo del reino de Dios: la declaración de Jesús acerca de los impuestos. Los maestros de la ley y los principales sacerdotes tratan de “sorprenderle en alguna declaración a fin de entregarle al poder y autoridad del gobernador” (Lc 20:20). Le preguntan si es correcto pagarle impuestos al César. En respuesta, Jesús les pide que le muestren una moneda e inmediatamente le muestran un denario. Él les pregunta de quién es el rostro que aparece en la moneda y ellos responden, “del César”. Jesús les dice, “Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20:25).

Algunas veces, esta respuesta ha sido interpretada como una separación entre lo material y lo espiritual, lo político y lo religioso y lo terrenal y el ámbito celestial. En la iglesia (el ámbito de Dios) debemos ser honestos y generosos y velar por el bien de nuestros hermanos. En el trabajo (el ámbito del César) debemos esconder la verdad, estar motivados por la preocupación por el dinero y cuidarnos a nosotros mismos por encima de todo. Sin embargo, esta es una mala interpretación de lo irónico de la respuesta de Jesús. Cuando dice, “dad al César lo que es del César” no está aprobando una separación entre lo material y lo espiritual. La premisa de que el mundo del César y el mundo de Dios no coinciden de ninguna manera no tiene sentido a la luz de lo que Jesús ha estado diciendo a lo largo del Evangelio de Lucas. ¿Qué es de Dios? ¡Todo! La venida de Jesús como rey a este mundo es la declaración de Dios de que todo el mundo es Suyo. Lo que sea que le pertenezca al César también le pertenece a Dios. El mundo de los impuestos, el gobierno, la producción, la distribución y de toda clase de trabajo es el mundo en el que está entrando el reino de Dios. Los cristianos estamos llamados a involucrarnos en ese mundo, no a salir de él. Este pasaje representa lo opuesto a una justificación de separar el mundo laboral del mundo cristiano. Démosle al César lo que es del César (los impuestos) y a Dios lo que es de Dios (todo, incluyendo los impuestos). (Para consultar una discusión más profunda sobre este incidente, ver la sección de “Mateo 17:24–27 y 22:15–22” en “Mateo y el trabajo”).