Liderando y sirviendo (2 Corintios 4)
Segunda a los Corintios 4 une temas que están estrechamente relacionados en el trabajo de Pablo, que son la transparencia, la humildad, la debilidad, el liderazgo y el servicio. Ya que Pablo está trabajando en una situación de la vida real, los temas se entrelazan mientras Pablo cuenta la historia. Sin embargo, trataremos de abordar un tema a la vez, para estudiarlo tan claramente como sea posible.
Transparencia y humildad (2 Corintios 4)
En el capítulo 4, Pablo retoma el tema de la transparencia como indicamos en nuestro estudio sobre 2 Corintios 1:12–23. Esta vez, enfatiza la importancia de la humildad para mantener la transparencia. Si vamos a dejar que todos vean la realidad de nuestra vida y nuestro trabajo, es mejor que nos preparemos para ser humildes.
Naturalmente, sería mucho más fácil ser transparente con los demás si no tuviéramos nada que esconder. Pablo mismo dice, “hemos renunciado a lo oculto y vergonzoso” (2Co 4:2). Pero la transparencia requiere que no dejemos de ser francos, incluso si hemos tenido una conducta que no es digna de alabanza. La verdad es que todos somos susceptibles a cometer errores de intención y ejecución. Pablo nos recuerda, “tenemos este tesoro en vasos de barro” (2Co 4:7), refiriéndose a los vasos comunes de las casas en su época, que estaban hechos de barro común que se rompía fácilmente. Cualquiera que visite los restos del Cercano Oriente antiguo puede testificar de los fragmentos de estos vasos regados por todas partes. Pablo refuerza esta idea más adelante narrando que Dios le dio una “espina en la carne” para refrenar su orgullo (2Co 12:7).
Mantener la transparencia cuando conocemos nuestras propias debilidades requiere humildad, y especialmente la disposición a ofrecer una disculpa genuina. Muchas disculpas de figuras públicas suenan más como justificaciones semiocultas que como disculpas verdaderas. Puede que esto se deba a que, si dependemos de nosotros mismos como la fuente de nuestra confianza, disculparnos sería arriesgar nuestra habilidad para continuar. Sin embargo, la confianza de Pablo no está en su propia rectitud o habilidad, sino en su dependencia del poder de Dios. “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros” (2Co 4:7). Si nosotros también reconociéramos que las cosas buenas que logramos no son un reflejo nuestro sino de nuestro Señor, tal vez podríamos tener la valentía de admitir nuestros errores y buscar a Dios para que nos vuelva a poner en el camino correcto. O como mínimo, podríamos dejar de creer que debemos mantener nuestra imagen a toda costa, incluyendo engañar a otros.
La debilidad como fuente de fortaleza (2 Corintios 4)
Sin embargo, nuestra debilidad no es solo un desafío a nuestra transparencia. En realidad, es la fuente de nuestras verdaderas habilidades. Soportar el sufrimiento no es un efecto secundario desafortunado que se experimenta en algunas circunstancias, sino que es el medio real por el cual obtenemos logros genuinos. Así como el poder de la resurrección de Jesús vino por causa de Su crucifixión,[1] la fortaleza de los apóstoles en medio de la adversidad testifica que el mismo poder está en acción en ellos.
En nuestra cultura, así como en Corinto, proyectamos fuerza e invencibilidad porque sentimos que son necesarias para trepar la escalera del éxito. Tratamos de convencer a los demás de que somos más fuertes, más inteligentes y más competentes de lo que en realidad somos. Por tanto, es posible que el mensaje de vulnerabilidad de Pablo suene difícil para nosotros. ¿Es evidente en la forma en que realiza su trabajo que la fuerza y la vitalidad que proyecta no es la suya, sino que es la fuerza de Dios que se muestra en su debilidad? ¿Cuando recibe un cumplido lo agrega a su aura de luz propia? ¿O habla de las formas en las que Dios —tal vez trabajando por medio de otras personas— hizo posible que usted excediera su potencial innato? Por lo general queremos que las personas piensen que somos ultracompetentes pero, ¿las personas que más admiramos no son las que ayudan a otros a usar sus dones?
Si nos sostenemos en circunstancias difíciles sin tratar de ocultarlas será evidente que nuestra fuente de poder está fuera de nosotros mismos, el mismo poder que logró la resurrección de Jesús de la muerte.
Servir a otros por medio del liderazgo (2 Corintios 4)
La humildad y la debilidad serían insoportables si nuestro propósito en la vida fuera llegar a ser grandes. Sin embargo, el propósito cristiano es el servicio, no la grandeza. “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús” (2Co 4:5). Este versículo es una de las afirmaciones bíblicas clásicas del concepto que se ha llegado a conocer como el “liderazgo de servicio”. Pablo, el líder más destacado del movimiento cristiano más allá de los confines de Palestina, se llama a sí mismo “siervo vuestro por amor de Jesús” (2Co 4:5).
De nuevo, aquí parece que Pablo está reflexionando en la enseñanza del mismo Jesús (ver 2Co 1:24 anteriormente). Como líderes, Jesús y Sus seguidores servían a otros. Esta visión fundamentalmente cristiana debería ser la esencia de nuestra actitud en cualquier posición de liderazgo. Esto no significa que no dejemos de ejercer una autoridad legítima o que lideremos tímidamente. En cambio, implica que usamos nuestra posición y nuestro poder para promover el bienestar de otros y no solo el nuestro. De hecho, las palabras de Pablo, “siervos vuestros por amor de Jesús”, son más estrictas de lo que parecen a primera vista. Los líderes están llamados a buscar el bienestar de otras personas por encima del suyo propio, así como los siervos. Como dijo Jesús, un siervo trabaja todo el día en los campos, después entra y sirve la cena para los de la casa y solo entonces puede comer y beber (Lc 17:7–10).
Liderar a otros por medio del servicio traerá sufrimiento inevitablemente. El mundo está demasiado estropeado como para que nos imaginemos que existe la posibilidad de escapar del sufrimiento mientras servimos. Pablo sufrió aflicción, perplejidad y persecución casi al punto de la muerte (2Co 4:8–12). Como cristianos, no debemos aceptar posiciones de liderazgo a menos que tengamos la intención de sacrificar el privilegio de cuidar de nosotros mismos antes de cuidar a otros.
Ver Murray J. Harris, The Second Epistle to the Corinthians: A Commentary on the Greek Text [La segunda epístola a los corintios: un comentario del texto griego] (Grand Rapids: Eerdmans, 2005), 349.