Gracias a Dios por las relaciones (2 Corintios 1:1-11)
En 2 Corintios, Pablo comienza dando acción de gracias de forma sincera por la estrecha relación que tiene con los corintios. Son tan unidos que cualquier cosa que le ocurre a uno, es como si les ocurriera a todos. Pablo escribe, “si somos atribulados, es para vuestro consuelo y salvación” (2Co 1:6). “Como sois copartícipes de los sufrimientos, así también lo sois de la consolación” (2Co 1:7). La forma en la que Pablo describe la relación suena casi como un matrimonio. Teniendo en cuenta la tensión entre Pablo y la iglesia, la cual es evidente a lo largo de la carta, puede que esta intimidad parezca sorprendente. ¿Cómo es posible que personas con grandes desacuerdos, decepciones e incluso ira los unos contra los otros digan cosas como, “nuestra esperanza respecto de vosotros está firmemente establecida” (2Co 1:7)?
La respuesta es que las buenas relaciones no resultan del acuerdo mutuo, sino del respeto mutuo en la búsqueda de una meta común. Este es un punto crucial para nuestra vida laboral. Por lo general, no podemos escoger a nuestros compañeros de trabajo, así como los corintios no escogieron a Pablo para que fuera su apóstol y Pablo no escogió a los que Dios llevaría a la fe. Nuestras relaciones en el trabajo no están basadas en el interés mutuo sino en la necesidad de trabajar juntos para cumplir nuestras tareas comunes. Esta es una realidad si trabajamos plantando iglesias, fabricando partes de autos, procesando formularios de aseguradoras o del gobierno, enseñando en una universidad o en cualquier otra ocupación. Entre más difíciles sean las circunstancias, más importante es tener buenas relaciones.
¿Cómo construimos buenas relaciones en el trabajo? En cierta medida, el resto de 2 Corintios es un estudio de algunas maneras en las que se pueden establecer buenas relaciones laborales, como la transparencia, integridad, rendición de cuentas, generosidad y así sucesivamente. Hablaremos de dichos temas en este contexto. Sin embargo, Pablo deja claro que no podemos lograr buenas relaciones solamente a través de métodos y habilidades. Lo que necesitamos por encima de todo es la ayuda de Dios. Por esta razón, orar los unos por los otros es el fundamento de las buenas relaciones. Pablo les pide, “cooperando también vosotros con nosotros con la oración” y después habla del “don que nos ha sido impartido por medio de las oraciones de muchos” (2Co 1:11).
¿Qué tan profundamente invertimos en nuestras relaciones con las personas con las que trabajamos? La respuesta puede medirse preguntando cuánto oramos por ellas. ¿Nos importan lo suficiente como para orar por ellas? ¿Oramos por sus necesidades y preocupaciones específicas? ¿Nos tomamos la molestia de conocer lo suficiente sobre sus vidas para poder orar por ellas en formas concretas? ¿Abrimos nuestra propia vida lo suficiente para que otros puedan orar por nosotros? ¿Alguna vez le preguntamos a las personas en el trabajo si podemos orar por ellas o ellas por nosotros? Tal vez no compartan nuestra fe, pero casi siempre las personas aprecian un ofrecimiento auténtico de orar por ellas o reciben una petición (o un deseo) para orar por nosotros.